ARISTÓTELES “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.” Aristóteles 1. Vida (384 a.C- 322 a.C. Siglo IV a. C) Aristóteles nace en Estagira, en el reino de Macedonia en el año 384, siendo llamado por ello a veces “el Estagirita”. Su padre, Nicómaco, era médico del rey Amintas III de Macedonia (padre de Filipo). La relación de Aristóteles con la medicina explica su interés por la biología y sus vinculaciones con la corte de Macedonia. Si Platón debía su inspiración a la geometría, su discípulo Aristóteles, desde una inspiración predominantemente naturalista, es el fundador del sistema filosófico más poderoso del mundo antiguo, enraizado en las ciencias de su época, a cuyo desarrollo contribuyó en primera línea: ciencias biológicas, ciencias políticas, lógica formal. A los dieciocho años, Aristóteles se dirige a Atenas con el fin de estudiar, convirtiéndose en la Academia en uno de los alumnos más brillantes de Platón. Como discípulo de Platón en la Academia, Aristóteles pasó cerca de veinte años, pero al morir Platón y por discrepancias con los sucesores de la Academia (los cuales tendieron cada vez más a las especulaciones abstractas acerca de las Ideas concebidas como números) marchó a Assos, luego a Mitilene y, finalmente, a la corte del rey Filipo de Macedonia, donde fue preceptor de Alejandro Magno. Cuando Alejandro se hace cargo del reinado, Aristóteles vuelve a Atenas, donde funda el Liceo, escuela de filosofía rival de la Academia, allí enseña durante trece años. Debido a la costumbre de pasear (peripatein) dialogando alrededor del patio central, los miembros del Liceo eran conocidos como “peripatéticos”. En el año 323 muere Alejandro durante una expedición a Asia. Se produce en Atenas una reacción antimacedónica y Aristóteles, sospechoso de macedonismo, es amenazado con un proceso por impiedad. Aristóteles prefiere abandonar Atenas, antes de poder correr la suerte de Sócrates. No quiere, dice, dar a los atenienses la ocasión para cometer “un nuevo crimen contra la filosofía”. Se refugia en Calcis de Eubea y muere al año siguiente. Nombró a Teofrasto sucesor al frente del Liceo y mandó que sus esclavos fueran liberados “cuando hayan alcanzado la edad suficiente”. 2. Su obra Dividimos las obras aristotélicas en exotéricas (las dirigidas al público) y las esotéricas (dirigidas como cursos al interior del Liceo). Las primeras se han perdido y nos han llegado la mayor parte de las segundas. Estas fueron publicadas en el 60 a.C. por Andrónico de Rodas. Se da así la paradoja de que el Aristóteles que nosotros conocemos no es el que conocieron sus contemporáneos. Andrónico hizo la recopilación, agrupando una gran cantidad de materiales dispersos y los publicó en el siguiente orden: LÓGICA (llamada Organon, es decir, “instrumento”); Categorías, Sobre la interpretación, Analíticos, Tópicos, Refutaciones Sofísticas. TRATADOS FÍSICOS (sobre la naturaleza): Física, Sobre el cielo, Sobre la generación y la corrupción, Meteorológicos, Sobre el alma, Historia de los animales, etc. METAFÍSICA (catorce tratados sobre lo que Aristóteles llamó “filosofía primera”, y que Andrónico al situar detrás de los tratados de física, llamó “metafísica”. ÉTICA: Ética a Eudemo, Ética a Nicómaco, Gran Moral) y POLÍTICA, RETÓRICA Y POÉTICA. Esta ordenación llevó a pensar que Aristóteles, aparte de ser un pensador sistemático, estaba en posesión de su pensamiento definitivo, su obra se muestra totalmente coherente y parece escrita “de un solo tirón”. Esta idea cambió gracias a las investigaciones de Jaeger, quien mostró que Aristóteles pasó primero por un período platónico y que sólo lentamente fue creando su propio pensamiento. 3. La significación de la obra de Aristóteles y su relación con la filosofía precedente El Liceo aristotélico se parece mucho más a una Universidad moderna dedicada a la investigación científica que la Academia platónica. Sus discípulos se consagraron a recoger datos y observaciones sobre los temas más diversos. Entre ellos destacaron los estudios sobre “historia natural” o biología en los que encontramos observaciones y descripciones casi insuperables. El principio que rige estos estudios aparece en La generación de los animales: “Los hechos no han sido todavía observados de modo satisfactorio; si alguna vez lo son se debe dar más crédito a la observación que a las teorías, y a las teorías únicamente si La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana están confirmadas por hechos observados”. Un trabajo de este tipo nos parece actualmente valioso, pero para los griegos del siglo IV -acostumbrados únicamente al juego verbal y a la especulación abstracta- la observación de los animales debía resultar inútil y despreciable. En conclusión, puede decirse que el proyecto aristotélico es de carácter fundamentalmente científico. Platón partió de motivaciones morales y políticas; pero Aristóteles -que era un meteco en Atenas (no pudiendo participar en la vida pública o política)- y que había ingresado en la Academia cuando la teoría de las Ideas estaba sometida a fuerte crítica- estuvo dominado por intereses más bien teóricos y no tanto políticos. En estos problemas teóricos que animan el proyecto de Aristóteles hay que destacar el intento de resolver las deficiencias de la teoría de las ideas. En este terreno se considera su filosofía como totalmente nueva y contrapuesta a la platónica; pero el propio Aristóteles la consideró como el perfeccionamiento definitivo del platonismo. También hay que subrayar su intento de desarrollar, con una metodología apropiada, la observación, la ciencia empírica, continuando así la tradición científica de los físicos presocráticos. En todo caso, parece cierto que junto a este interés empírico por los problemas físicos, Aristóteles se ocupó también de los temas metafísicos durante toda su vida. 4. Crítica a la teoría de las Ideas Aristóteles rechazará el platonismo y la teoría de las Ideas porque no ha cumplido el objetivo que pretendía: aprehender el mundo como cosmos, es decir, como un todo ordenado e inteligible, fijar el lugar del hombre en este orden, hacer de la ciencia -saber del cosmos por el hombre- el agente privilegiado de su relación. Esta pretensión tenía al mismo tiempo un carácter polémico: restaurar la unidad del hombre consigo mismo, y del hombre con la naturaleza. Esa unidad había sido rota por la crítica sofística del lenguaje, de la ciencia y del Estado, reducidos por esa crítica al rango de convenciones humanas. El programa de Aristóteles no será muy diferente; pero estimará que Platón sólo realizó ficticiamente el suyo, trasladando a otro mundo el orden y la unidad necesarias al hombre y a este mundo. Al definir la ciencia como ciencia de las Ideas, Platón imposibilita toda investigación sobre la naturaleza, y desde ese momento condena a la ciencia a ser únicamente vana y mítica. Aristóteles no desea solución tan costosa. De ahí la impresión que suele dar de querer remontar a Platón en busca del hilo de una tradición que Platón había interrumpido, tendiendo, de todos modos, a examinar los problemas que el platonismo había, en su opinión, enmascarado, más que resuelto. Así se ha de entender la crítica a la teoría de las Ideas. Para Aristóteles, la teoría de las Ideas parte de la búsqueda por parte de Sócrates de determinar y definir la esencia de las cosas (en particular, la esencia de las virtudes). Al definir una esencia (“lo que es” tal cosa) se obtiene el concepto general o universal de la misma. Según Aristóteles: “Sócrates no otorgará una existencia separada ni a los universales ni a las definiciones. Pero los filósofos que vinieron después los separaron y dieron a esta clase de realidades el nombre de ‘Ideas’. Y de este modo llegaron a admitir como Ideas todo lo que se afirma universalmente” (Metafísica). Es este carácter separado de las esencias, de lo que la cosa es, lo que Aristóteles no puede admitir, porque si las Ideas son esencias que existen separadamente de las cosas ¿cómo admitir entonces que “lo que una cosa es”, su esencia, no esté, por así decirlo, en la cosa misma? Y si no lo está, no sería su esencia, lo que una cosa es. Además, según Aristóteles, las Ideas en tanto que separadas tampoco permiten explicar el origen y el devenir o cambios de las cosas: aunque Platón afirmó que las Ideas son “causas” de las cosas, es evidente que no pueden ser causas productivas o motrices (causas del movimiento). Por eso Platón tuvo que recurrir en el Timeo a la figura mítica del Demiurgo creador a partir de las Ideas del mundo. Otro aspecto que rechazará Aristóteles es la matematización de la teoría de las Ideas: interposición de los números entre las Ideas y las cosas, o identificación de las Ideas con los números. Eso sería para Aristóteles convertir el platonismo en pitagorismo. En conclusión, la crítica de Aristóteles a Platón se resume en la imposibilidad de que la esencia de las cosas esté separada de las cosas. Pero esto permite decir que efectivamente Aristóteles aceptó el núcleo fundamental de la teoría platónica de las Ideas: la ciencia o episteme versa sobre lo general y universal, sobre lo necesario; es una búsqueda de la esencia común que se encuentra en las cosas mismas y no separada); pero que propuso la crítica para mejor hacer viable ese núcleo o centro de la problemática socrático-platónica. El mismo Aristóteles habla en los Analíticos Posteriores en estos términos: “Estimamos que poseemos la ciencia de un objeto cuando creemos conocer la causa en virtud de la cual la cosa es, sabiendo que ella es su causa y que el efecto no puede ser de otro modo”. Dicho de otro modo, la ciencia explica la realidad deduciendo lo particular de lo universal (que es su causa). El conocimiento o ciencia o episteme es el intento planteado por los presocráticos y por Platón de resolver la relación entre lo uno y lo múltiple, entre lo particular y lo universal. De esta forma, Aristóteles consideraba su filosofía como herencia y coronación del pasado: de la La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana tradición presocrática y de las aportaciones de Platón. Separándose de Platón y de la teoría de las Ideas debido a su creciente interés por la ciencia empírica, nunca abandonó la metafísica como búsqueda de los principios de la realidad y del conocimiento humano, ni tampoco negó que la vida humana virtuosa culmina con el cultivo del conocimiento. Por otra parte, si Platón consideraba la filosofía como esencialmente unitaria, como un ascenso dialéctico al Bien, que es la culminación del verdadero conocimiento, Aristóteles va a distinguir diferencias en la filosofía según su objeto; distingue entre la filosofía teórica (física, matemática, metafísica y teología), la filosofía práctica (ética, política, economía) y la filosofía poética o productiva referida al arte, a las técnicas. 5. Naturaleza y causalidad Recapitulemos de nuevo el núcleo de la crítica de Aristóteles a la teoría de las Ideas. Si bien Aristóteles fue progresivamente rechazando el platonismo, siempre consideró que el hombre está hecho para la ciencia (racionalidad como la característica principal del hombre) que es la búsqueda de un conjunto de afirmaciones necesarias (no contingentes), inmutables (no relativas) y eternas (no cambiantes). Y, al igual que Platón, trata de fundamentar esa postura, pero en una dirección distinta, ya que la posición de su maestro, que había colocado la auténtica realidad en un mundo distinto al mundo en el que vivimos, plantea en su opinión serios problemas, de los que el mismo Platón fue consciente en sus últimas obras. Los problemas más importantes que plantea la afirmación de la existencia de una realidad ideal con las características que Platón le atribuye son: -Si las ideas se encuentran fuera de este mundo, ¿cómo pueden ser la causa, el fundamento y el origen de las cosas sensibles? -Por otra parte, ¿cómo pueden estar separadas de ellas si son su esencia, si son su causa principal? -Además, ¿cuál es la causa de los cambios de las cosas sensibles, si las ideas son inmutables e inmóviles? -Por último, si la ciencia supone un conocimiento de otro mundo distinto de éste, ¿cuál es el valor de la ciencia? ¿Cómo puede pretender ser el conocimiento de este mundo? Platón, en los últimos años de su vida, había intentado resolver estos problemas recurriendo al Demiurgo, pero Aristóteles piensa que ese recurso no soluciona el problema de lo real, de los cambios de los seres naturales; él va a intentar solucionarlo trasladando la dualidad de mundo platónica al interior de las cosas mismas, a los seres individuales de la Naturaleza: se trata, pues, de investigar acerca de los principios universales del Ser, del ente, de la substancia realmente existente que es el ser individual concreto. Para ello va a proponer su teoría hilemórfica. Para Aristóteles lo real sólo se puede explicar admitiendo una unión íntima entre la Idea, la Forma ideal y la materia física. La Idea trascendente de Platón, el “eidos”, se convierte en forma inmanente y constituye, junto con la materia, un todo orgánico, una sustancia, “ousía”, que es el nombre con que Aristóteles designa a las realidades concretas. Todas las cosas, es decir, tanto los seres naturales -los que son por naturaleza-, como los artificiales -los que el hombre construye-, están constituidos por dos principios: la materia, “hylé”, y la forma, “morphé”. La forma de los seres es el elemento que los configura; no se trata en absoluto de su figura sensible, geométrica, sino del factor específico que les impone una determinada estructura inteligible, los informa de modo esencial y que, además, les hace cumplir determinadas actividades, es el principio e inteligibilidad, de especificidad, de universalidad y de dinamismo (es, en realidad, la Idea de Platón que ahora no se encuentra fuera, en el mundo ideal, sino en el interior de la realidad concreta, de cada sustancia individual). La materia de los seres consiste en sus elementos físicos, en aquello de lo que están hechos (en una estatua de bronce, el bronce; en un ser humano, el conjunto de sus órganos). En último extremo la materia de todos los seres es siempre la misma, la constituida por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego; es, pues, algo pasivo, informe, ininteligible, indeterminado, (aunque determinado en cada ser concreto por su forma); es, asimismo, el principio de los caracteres individuales de todas las cosas reales, naturales y artificiales. Junto con la forma es el co-principio de los seres materiales. La materia y la forma no son dos coprincipios opuestos que se excluyan o que se puedan escindir. No son dos elementos que se puedan separar físicamente; sólo se pueden distinguir mediante la abstracción, puesto que constituyen una realidad única: la sustancia, que es siempre individual, el ser concreto, cada sustancia concreta, cada “ousía”, pues en la Naturaleza no hay, según Aristóteles, forma sin materia ni materia sin forma. La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana Así, pues, para Aristóteles, lo real es lo individual, el ser que tiene una unidad intrínseca entre materia y forma, la sustancia individual. El problema del cambio. La característica principal de este ser individual es el cambio, el movimiento, que puede ser de cuatro tipos: sustancial, o conversión de una realidad sustancial en otra sustancia (p.ej. el papel que se quema y da origen a la ceniza); cuantitativo, que es el aumento físico o disminución de cualquier objeto (p.ej. el niño o la planta que crecen); cualitativo, que es mutación de un cuerpo o la alteración en cualquiera de sus cualidades (p.ej. el aprendizaje de un idioma extranjero es un cambio cualitativo en una persona, o el ponerse morena tomando el sol en la playa); y local, o cambio de lugar en el espacio, de traslación de un lugar a otro (p.ej. el globo que sube, el caballo que corre). Ahora bien, el problema que Aristóteles intenta resolver (problema fundamental desde el comienzo de la filosofía griega y que Platón escamoteó al colocar el cambio en este mundo sensible y situar lo inmutable en el mundo de las Ideas) es cómo se produce el cambio: ¿qué es lo ocurre en un ser cuando está sometido al cambio? Para entender el cambio, el movimiento, son necesarios tres principios: un substrato, una forma y una privación. En todo cambio hay algo que permanece y algo que cambia; lo que permanece es el substrato, y es en él donde ser produce el cambio; a su vez, el cambio supone que el substrato adquiere una forma de la que antes de producirse el cambio se encontraba privado. Imaginemos un analfabeto que pasa a ser alfabetizado: el substrato es el hombre, la privación es el ser analfabeto, y el cambio consiste en que adquiere la forma, en que se alfabetiza. Desde otra perspectiva, podemos referirnos a estos principios entendiéndolos como: un punto de partida, que es la privación de la forma; un punto de llegada, que es la forma; y un algo que asegura la continuidad del cambio o substrato y le impide ser una sucesión desordenada de movimiento. Relacionando estos tres principios del cambio con la teoría hilemórfica vemos que la materia es el substrato indeterminado donde se produce el cambio; la forma es el elemento que la materia tiende a hacer presente en el cambio; la forma en cuanto privación, porque aún no está realizada, es el punto de partida del cambio y a medida que se va realizando, también el punto de llegada del mismo. Todo individuo, al cambiar, lo que hace es realizar cada vez más la forma que le es propia (por ejemplo, en el ser humano la forma específica es la “racionalidad”) y, por tanto, todo cambio se dirige a cumplir la naturaleza intrínseca, la forma característica que posee en cuanto ser concreto. Para entender cómo se puede hablar de privación de una forma o que los seres poseen una forma sin haberla todavía realizado, Aristóteles recurre a la distinción entre ser en potencia (dynamis) y ser en acto (entelecheia). Potencia es poder ser, capacidad de poder llegar a ser aquello que por naturaleza; acto es ser actualmente, estar realizado, es realización efectiva de las potencialidades específicas de los seres. Cada ser, en un momento concreto, posee unas características, que constituyen su acto, su ser en acto; y ese mismo ser, en ese mismo momento, posee unas posibilidades que puede desarrollar, y que constituyen su potencia. El movimiento es, pues, el paso de lo que está en potencia a estar en acto, del poder ser al ser. El cambio se produce al convertirse en realidad lo que estaba como posibilidad, en potencia, se realiza, pasa al acto, cesa el movimiento que, entendido de este modo, es imperfección relativa. Por eso todo cambio, según Aristóteles, tiene un sentido finalístico, “teleológico” (“telos”, fin), en función de la finalidad específica de cada ser. En cada caso concreto, la forma tiene una prioridad real sobre la materia, puesto que desde un principio se encuentra en ella en potencia, aunque en el devenir concreto del individuo la forma sólo se vaya realizando como acto a lo largo del proceso del cambio. La forma no se engendra, pues, de la materia sino que ésta posee en potencia una forma, que, realizada en el cambio, es precisamente el acto de su potencia. Si no existiera esa prioridad de la forma, unas cosas podría llegar a ser cualquier cosa y eso no es así: un gato recién nacido no puede llegar a ser un perro y sólo puede llegar a ser un gato grande, porque ésa es la forma que posee en potencia el gato recién nacido. Por otra parte, hay que tener también en cuenta que las nociones aristotélicas de materia y forma son nociones abiertas y con un claro sentido funcional. Lo que en un contexto es materia en otro contexto es forma: “La materia es algo relativo, pues a otra forma distinta corresponde otra materia”. Así, el ladrillo, por ejemplo, es materia con respecto a la casa de la que forma parte, sin embargo, es forma con respecto a la arcilla de la que está hecho. Este sentido funcional y abierto es, precisamente, el que hace posible el cambio. Aristóteles definió a la Física en cuanto filosofía teorética o especulativa como la ciencia que se ocupa de las realidades físicas sometidas al cambio, a diferencia de las Matemáticas que se ocupan de entes abstractos sin existencia real y carentes de movimiento. Como la ciencia es la explicación de las cosas por sus causas, Aristóteles va a distinguir cuatro causas de todo lo existente. La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana -material: un sustrato indeterminado, pura posibilidad de ser. -formal: la esencia, también llamada forma, que es lo que hace que la materia pase de ser lo indeterminado a ser una sustancia concreta, lo que hace que una cosa sea tal cosa y no otra. También la llama naturaleza, es decir, lo que determina las actividades específicas y propias de algo. En cierto modo estas formas aristotélicas recuerdan las Ideas de Platón. -eficiente: el agente o productor de la sustancia (es decir, del ser propiamente dicho que para Aristóteles son los individuos concretos, múltiples y sometidos a cambio) -final: el fin por el que se hace algo. La concurrencia de todas estas causas es necesaria para que se dé un ser cualquiera. Así, como ejemplo, una casa posee como causa material, los materiales de que esté construida; como causa formal, la que le hace ser una casa y no un conjunto desordenado; como causa eficiente, tendríamos al constructor; y, finalmente, como causa final, tendríamos el hecho de que se construyera para residencia de personas. ¿Qué ocurre, sin embargo, con los procesos naturales, como la generación de los vivientes, por ejemplo, cuando un nuevo ser vivo nace? Aquí las causas eficientes, formal y final coinciden. Porque el principio del movimiento o causa eficiente reside en su forma o esencia (brota de sí mismo) y su fin es la actualización de esas formas de las sustancias (también interno, puesto que es la actualización de lo que está en potencia en la materia). Por ello se dice que la teoría aristotélica es teleológica, es decir, finalista, y de una finalidad inmanente, es decir, interna al ser natural, que no le es impuesta desde fuera de su propio ser. Así pues, las dos causas básicas en la constitución de una sustancia natural son la materia y la forma (puesto que en los seres naturales coinciden sin distinción la causa formal con la eficiente y la final). Esta teoría se conoce con el nombre de hilemorfismo, pues en griego “hilé” significa materia y “morphé” forma. El motor inmóvil. Aristóteles sienta como un principio de su Física que todo lo que se mueve es movido por algo. En todo movimiento, en todo paso de lo que está en potencia a lo que está en acto es necesario un motor que ponga en marcha el proceso del cambio. En los seres naturales ese motor es la forma que actúa, a la vez, como causa eficiente y como causa final. Ahora bien, ¿quién mueve a la forma para que esta mueva a la materia? Si el motor de cada ser individual necesita de otro motor para poder mover, y éste, a su vez, necesita de otro, y no se puede proceder así hasta el infinito (ya que entonces quedaría sin explicarse el movimiento), es necesario admitir, como hace Aristóteles, que existe un primer motor inmóvil (del que se ocupa la Teología o Metafísica), capaz de mover sin que a su vez necesite ser movido por otro y que es la explicación última de todos los movimientos, de todos los cambios. Este Motor Inmóvil es a la vez acto puro (en él no hay nada de potencia, pues si la hubiera tendría que moverse, hecho que está excluido por definición), y contiene como objeto de su pensamiento todas las formas de todos los seres, por lo que se convierte en la causa final de todos los movimientos. Las formas de los seres naturales intentan ser, cada una de ellas, como sus formas respectivas, que se encuentran en la mente del acto puro y, por eso, se produce el movimiento, el cambio. Las formas existen desde siempre en la mente del motor Inmóvil, del acto puro, y el devenir, que existe también desde siempre, no es otra cosa que la actualización en cada individuo de la forma que le es propia y que sólo posee en potencia. Este concepto de Acto Puro y de Motor Inmóvil fue posteriormente repensado por el cristianismo, principalmente por Tomás de Aquino, en términos de perfección absoluta y de omnipotencia infinita; es decir, se identificó con el Dios de la teología católica. Sin embargo, la mejor definición completa de ese Acto Puro la dio el mismo Aristóteles al decir que “pensamiento del pensamiento”. Este Dios aristotélico no conoce el mundo, no interviene, no se le puede pedir nada. Está más allá, absolutamente, de las preocupaciones humanas, moviendo el mundo con las formas de su pensamiento, al que todas las cosas desean llegar. 6. Virtud y felicidad Este apartado trata fundamentalmente de la ética aristotélica. De modo general, caracterizamos la ética de Aristóteles como teleológica y eudemonista. Teleológica porque se pregunta por el fin propio del hombre. Eudemonista porque concibe la felicidad (eudaimonia) como el fin o bien propio del hombre. En su Ética a Nicómaco, y utilizando el ejemplo de las técnicas, dice Aristóteles que cada actividad tiende a un fin -telos- que es su bien o perfección -areté. Por ejemplo, el telos o areté de una herramienta cualquiera es su uso, su buen y perfecto uso o fin (cortar, doblar, tirar, amasar...) Ahora bien, como las actividades que realizan los hombres son muy variadas y persiguen fines muy diversos, es preciso jerarquizar éstos, siendo la cuestión más importantes saber cuál es el fin último del hombre, cuál es su La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana bien supremo (cuál es la areté última del hombre). Todo el mundo está de acuerdo en que el bien supremo, el fin último del hombre es la felicidad “eudaimonia”, puesto que la felicidad se busca por sí misma, es autosuficiente, mientras que las demás cosas se buscan por ella, para tratar de conseguirla. Aristóteles afirma que quien busca, por ejemplo, las riquezas, el placer, la admiración, el honor, el éxito, el poder, etc., todos estos fines en realidad se buscan, sólo, como medios para la felicidad, que es un fin en sí misma, fin último y perfecto. Como ya hemos dicho no hay acuerdo cuando se intenta concretar qué sea la felicidad: unos la identifican con el placer, otros con los honores, otros con las riquezas, con la salud..., y así sucesivamente. Pero la felicidad no se encuentra en ninguna de estas cosas, y aceptarlo es confundir medios con fines. Y eso aunque todas estas cosas sean necesarias para poder ser feliz: “El hombre feliz necesita de los bienes corporales y de los externos o de fortuna... los que afirman que el hombre que sufre torturas o el que ha caído en grandes infortunios puede ser feliz si es bueno, no saben lo que dicen.” La felicidad no está separada, como el Bien platónico, de los fines particulares y, por tanto, no se le puede atribuir una significación unívoca, racional y universalmente determinada. El bien humano, la felicidad, es el fin supremo pero no se puede separar de las situaciones particulares y diferentes cada vez. Para contestar a la pregunta acerca de cuál es el bien supremo del hombre, y, por lo mismo, a la pregunta de qué es lo que puede hacer feliz al hombre, Aristóteles recurre a su concepción de la naturaleza: el bien de cada cosa sólo puede consistir en la realización de la función -areté- que le es propia (el bien del cuchillo consiste en cortar, el del ojo en ver...), por lo que el bien del hombre sólo puede consistir en desarrollar una cierta actividad que suponga la realización de su función propia. Así, el hombre será feliz en la medida en que realice adecuadamente la función que le es propia. Para Aristóteles la felicidad no es, pues, una mera posesión, no es ni siquiera un ser, sino un saber vivir (lo que pertenece a los saberes prácticos) conforme a la “areté” -la virtud-, entendiendo por tal la eficiencia, o lo que es lo mismo, la excelencia en la realización de la función propia. Pero, ¿cuál es la función propia del hombre, en cuya realización excelente se encuentra la “areté”? La respuesta a esta pregunta es compleja por dos tipos de razones. En primer lugar, porque el hombre tiene diversas funciones dependiendo de su edad, de su sexo, de su condición, de su profesión..., y según las realice bien o mal poseerá o no las correspondientes excelencias (será un buen hijo...). La realización de estas funciones de forma adecuada será fundamental y necesaria para poder ser feliz, pero la felicidad no puede consistir en su realización, ya que ninguna de ellas es la función propia del hombre en cuanto tal hombre. En segundo lugar, por la complejidad del ser humano. El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. El cuerpo, a su vez, está compuesto de una serie de órganos cada uno de los cuales tiene unas funciones que cumplir y, por eso, habrá que hablar de excelencia o eficiencia en el desarrollo de la función de cada uno de esos órganos. En cuanto al alma, hay que distinguir en ella tres funciones distintas: vegetativas, sensitivas y racionales, de las que las más importantes son las dos últimas. (Aquí alma para Aristóteles significa principio de automovimiento, por lo que los animales tienen alma vegetativa y sensitiva). El alma racional es pensante o cognitiva (“dianoia”), mientras que el alma sensitiva es apetitiva o volitiva. Por eso habrá que hablar de virtudes intelectuales (areté dianoética) cuando haya un buen funcionamiento de la parte pensante del alma, y de virtudes éticas (areté ética), cuando el buen funcionamiento sea de la parte apetitiva o volitiva de la misma. Las virtudes éticas son hábitos de decidir, querer o elegir lo mejor; las dianoéticas, de conocerlo. Si el hombre funciona como un todo, sus deseos serán controlados y dirigidos por su pensamiento. La virtud, o areté ética, consiste, pues, fundamentalmente en el control de la dimensión volitiva del ser humano por la dimensión pensante del mismo. Por eso define la virtud o areté ética como “un hábito selectivo que consiste en elegir un término medio (mesotés) relativo a nosotros, determinado por la razón (lógos) y por aquello por lo que decidiría un hombre prudente (phronesis)”. Al decir que la virtud es un hábito (una disposición adquirida por la voluntad) está negando Aristóteles que la virtud sea un don de la naturaleza, que suprimiría el mérito. Al mismo tiempo se niega que sea una ciencia tal como sostenían con su intelectualismo moral Sócrates y Platón. No es suficiente conocer el bien para hacerlo, porque la pasión puede mezclarse entre el saber del bien y su realización (imaginemos a un bebedor, en el cual la clara conciencia de lo que debe hacerse es impotente para salvar la inclinación que ha labrado poco a poco una pasión frecuentemente saciada). La moralidad no pertenece únicamente al orden del lógos, sino también al pathós (la pasión) y al ethos (las costumbres, de donde procede la palabra “ética”). Es así que la moral, la ética y su logro, la virtud, es algo que depende de introducir duraderamente (“una sola golondrina no hace primavera...”) la razón en las costumbres (haciéndonos virtuosos con la costumbre, el hábito) por medio de la afectividad (pasión). A este respecto, recordad la cita con la que abrimos este tema sobre Aristóteles: “Considero más valiente al que conquista sus deseos que al que La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana conquista a sus enemigos, ya que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.” En la definición de la virtud, encontramos, sin embargo, la referencia al término medio, que es una norma objetivable: cada virtud es un medio entre dos extremos ambos viciosos, uno representa un exceso, el otro un defecto. De este modo, el valor es un medio entre la cobardía y la temeridad; la generosidad, un medio entre la prodigalidad y la avaricia, etcétera. Hay que hacer esta métrica de las pasiones, la medida es la virtud. Igual que la salud, sostenía la medicina tradicional, es medida y armonía del cuerpo. Pero Aristóteles negaría que pueda haber una interpretación matemática excesivamente simple, que haría del justo medio una medida aritmética; se trata, en efecto, de un medio relativo a nosotros, y no de una medida impersonal ya que puede variar según los individuos y las circunstancias. La preocupación por las variaciones individuales y las circunstancias particulares hace que la ética aristotélica sea muy diferente a la platónica: se trata de una moral descriptiva, más que imperativa. De ahí que, en lugar de normas o preceptos, ofrezca retratos -al modo de modelos- en que se plasman algunos ejemplos de hombre virtuoso. Dentro de la parte racional o pensante del alma, Aristóteles distingue tres tipos de funciones y sus respectivas virtudes: contemplativas, prácticas y productivas. La función contemplativa o científica consiste en la contemplación de lo que de universal, necesario e inmutable se da en la realidad, mientras que las funciones prácticas y productivas se refieren a la determinación de los medios óptimos para obtener los fines a los que el hombre aspira. Y, en consonancia con esta distinción, habla de tres tipos de virtudes intelectuales: las contemplativas, las prácticas y las productivas. Desde el punto de vista ético, las más importantes de estas virtudes son las prácticas y, sobre todo, la prudencia, que es la virtud que le dice al hombre cuál es el término medio adecuado para él, sin caer ni en el exceso ni en el defecto. “Parece propio del hombre prudente el poder discurrir bien sobre lo que es bueno y conveniente para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para su salud y fuerza, sino para vivir bien en general”. La prudencia (el saber práctico) es normativa y es la que debe marcar el rumbo a las virtudes éticas. En el caso de que una persona carezca de prudencia -bien por ser excesivamente joven, bien por carecer de capacidades- lo que ha de hacer, a la hora de orientar sus virtudes éticas, se seguir las directrices del “hombre prudente”. Las virtudes intelectuales o dianoéticas más elevadas son las contemplativas, puesto que a ellas corresponde la actividad más elevada del ser humano, y tienen como objetivo la captación de la verdad, que proporciona sabiduría (saber teórico que se emparienta aquí con el saber práctico). La sabiduría, en opinión de Aristóteles, no sirve para nada más allá de si misma, es un fin, un bien en sí misma, y precisamente por eso constituye el fin más elevado al que el hombre se puede dedicar, ya que no se puede convertir en medio para ninguna otra cosa. No obstante, Aristóteles también considera que, si todas las actividades bien realizadas proporcionan un placer, la sabiduría, la contemplación, al ser la actividad superior a la que se puede dedicar el ser humano, proporciona la máxima felicidad. El hombre es más feliz en la medida en que puede dedicarse a la vida contemplativa. “Hasta donde se extiende la contemplación se extiende también la felicidad, y los que tienen la facultad de contemplar son también los más felices”. Ahora bien, según Aristóteles, no todos los hombres pueden acceder a la vida contemplativa. Excluye expresamente a “las pasivas mujeres”, a “los esclavos” y a los “embrutecidos por el trabajo manual”. En esto Aristóteles fue fiel a su contexto social y cultural: niega la igualdad social y de género. Es de destacar que para Aristóteles dentro de la “polis” (viviendo la vida comunitaria y práctica) es posible que haya unos hombres, los mejores, que se dediquen a la ciencia teórica y alcancen la plenitud de desarrollo de su naturaleza humana, sirviendo así de “hombres prudentes” para los demás. Tratar de que el número de estos hombres sea el más elevado posible es la más alta función de la “polis” y uno de los motivos que le llevan a Aristóteles al estudio de la política. 7. La política. El carácter comunitario del bien Este apartado se centra en la política aristotélica. Aristóteles piensa que el hombre individual no puede desarrollarse según su naturaleza viviendo aislado. El hombre no es un ser solitario; necesita de los demás; sólo en comunidad satisface sus necesidades, se desenvuelve y actualiza plenamente su forma. El hombre es por naturaleza un ser social; ni es un animal ni un dios. Hay algunos animales, por ejemplo las abejas, que son también sociales. Emiten sonidos, poseen voz, “phoné”, y con ella pueden comunicar sus estado de placer y de dolor, que son siempre subjetivos. Pero el hombre es el más social de todos, por estar dotado de lenguaje, de “lógos”. La capacidad La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana lingüística de que le ha dotado la naturaleza -y la naturaleza no hace nada en vano- le permite hablar con los demás e intercambiar opiniones sobre lo justo y lo injusto, sobre lo conveniente y perjudicial... Puede llegar así a acuerdos que se plasman en leyes, y que constituyen las ciudades o “polis”. Ser miembro de una “polis” es, por tanto, tan natural como tener ojos o como tener piernas. El hombre es, pues, también por naturaleza, un animal político: “El hombre es por naturaleza un animal político (zoón politikón) y, por tanto, aun sin tener ninguna necesidad de auxilio mutuo, los hombres tienden a la convivencia, si bien es verdad que también les une la utilidad común” (Política). Y la “polis”, la Ciudad-Estado, es la sociedad “perfecta”, autosuficiente, porque posee los medios adecuados para conseguir sus fines; es temporalmente posterior a la sociedad familiar y a otras sociedades a las que protege y ayuda en el cumplimiento de sus propios fines, aunque lógicamente anterior a todas: “la ciudad es anterior a la casa y a cada uno de nosotros, ya que el conjunto es necesariamente anterior a la parte”. La “areté” política (el saber vivir en sociedad) consiste en saber dotarnos de un orden político (una organización del Estado, una constitución) justo que permita entre los ciudadanos un trato de igualdad, y plasmado en leyes que los ciudadanos deben obedecer. 8. La organización del Estado Aristóteles fue testigo de las tremendas convulsiones que sufrieron las “polis” griegas en su época, y, por eso, piensa que lo más importante no es la búsqueda de un régimen perfecto de gobierno, sino algo mucho más modesto y necesario: conseguir con los menos gastos posibles, la seguridad y la estabilidad que permitan vivir bien y civilizadamente a los miembros de la “polis”. En el momento en que las “polis” va a desaparecer para siempre, Aristóteles trata de mantenerlas a toda costa porque piensa que son las instituciones que mejor pueden ofrecer a los ciudadanos la seguridad, requisito básico de la vida en sociedad. Por este motivo, Aristóteles no se dedica a elogiar ninguna organización concreta de Estado sino que trata de descubrir la estructura sociológica de los Estados existentes, demostrando al hacerlo una extraordinaria capacidad de análisis empírico de la realidad social. En su obra fundamental sobre este tema, La política, se muestra como un pensador realista y distingue entre “la mejor constitución en absoluto” y “la mejor constitución dadas las circunstancias”. Una constitución, por muy buena que sea teóricamente, puede que no sea adecuada para un país por las circunstancias históricas por las que atraviesa. Son esas circunstancias precisamente las que tienen que determinar el tipo de constitución más adecuada para ese país en ese momento concreto. Las tres formas posibles de organización de un Estado son: la monarquía, la aristocracia y la democracia. En teoría, Aristóteles piensa que el mejor de estos sistemas es la monarquía; pero, en la práctica teniendo en cuenta cómo son los hombres, resulta mejor la aristocracia. En contra de Platón, sostiene que la democracia es un buen sistema de gobierno, pero es un sistema que para poder funcionar adecuadamente exige un nivel elevado de educación en el pueblo. Cuando alguno de estos posibles sistemas de gobierno en lugar de preocuparse de la “areté” de los ciudadanos se ocupa de buscar su propio provecho degenera en gobierno vicioso: la monarquía se convierte entonces en tiranía, la aristocracia en oligarquía y la democracia en demagogia. De esta forma se puede decir que la democracia es para Aristóteles el menos bueno de los buenos gobiernos y el menos malo de los malos. En resumen, el carácter comunitario del bien se refleja en el hecho de que el Estado ha de ser, según Aristóteles, una comunidad ética de vida que educa a los ciudadanos para alcanzar la areté y la justicia. El hombre sólo puede acceder a la humanidad verdadera dentro del marco de la ciudad. La ciudad es anterior al individuo, éste sólo es hombre y bueno y feliz en la ciudad. Estamos lejos de la política platónica ya que Aristóteles es un pensador antiutópico, realista político. Atento a las circunstancias, Aristóteles se opone a la pretensión de Platón de que el filósofo impondría, incluso por la violencia, un orden social justo basado en el orden geométrico de las Ideas. La filosofía de Aristóteles. IES LA RABIDA. HUELVA. © Prof. Cayetano González Santana