Un retrato demasiado caro Me esforcé demasiado en ser como los demás querían que fuese; mientras, me olvidé de mí mismo y me perdí. Ahora, que por fin creo estar encontrándome, siento y pienso que lo mismo pueden decir una cosa que otra acerca de lo que hago, que es como saber qué es lo que siento y pienso; y, en realidad, me importa menos porque estoy cada vez más seguro que mi meta, o mi vida, que mejor se entiende, no es su vida; y por lo tanto, no tengo por qué hacer lo que piensen de mí, sino, muy por el contrario, tengo que hacer lo que yo deseo para mí mismo. Si hay declaraciones de libertad e independencia para las naciones, también debe haberlas en el caso de las personas. ¿Por qué, si no, un hombre que se siente libre no puede alcanzar en hechos su libertad? No hay cosa más grande ni acto más intenso que aquellos que se hacen porque desde muy adentro se quiere. La vida es prácticamente un acto en el cual uno es un protagonista, y si como tal siente que fluye la sangre a través de sus venas, tanto mejor, pues más intensa ha de ser la representación y no menos viva y vibrante la vida. ¿Quién puede, aparte de uno mismo, sentir, pensar y hacer, y hasta desear y soñar como uno lo hace? No hay dos personas iguales; no hay dos corazones que palpiten con la misma fuerza cuando los ojos de la persona que los lleva descubren en el horizonte una imagen que le llena. No; de estas cosas no hay dos iguales, ni las habrá nunca. No puede darse, por lo tanto, un ideal exacto y por completo compartido ni una historia, ni una experiencia. La diferencia se origina desde antes, incluso del nacimiento, cuando esas dos células primarias se juntan y de su unión surge una nueva vida de forma humana. No hay ni siquiera imitación posible que sea capaz de reproducir la experiencia, éste acto de creación u otro. Del plagio no se salvan las maquetas. Hacer lo que hace otro es imposible. Querer hacerlo es, incluso por su misma esencia, diferente; porque no hay dos quereres idénticos. Y si uno quiere pasión, otro puede desear amor y el de más allá cariño, y uno más afecto; o, posiblemente otro desee amor y pasión, y el de al lado razón y amor o pasión y razón. ¿Entre éstos cuáles son iguales? Ninguno, por supuesto. Entonces, ¿cómo es que se le da asiento a la pretenciosa necedad de querer hacer de otro un fiel retrato? No ha de ser uno rico como aquel ni tan pobre como Mario; ni tan inteligente como Alberto ni tan guapo como Luciano. Ni tan apasionadamente entregado al sacrificio 1 como Jesucristo, que por poco no le queda ni pizca de pellejo para mostrarlo como prueba de entrega en esa cruz que lo recibió y lo retuvo con tres clavos, ante la mirada atónita de algunos, el corazón contrito de otros y la burlona mirada de los más avezados, éstos que no creían ni en su leyenda ni en su Dios. Y bien hicieron, éstos, porque fueron capaces de marcar una diferencia entre tantos que deseaban ser exactamente como aquél; y con este deseo daban a entender que preferían imitar a seguir siendo ellos mismos. Sí. Imitadores ha habido siempre. Deseosos de la suerte corrida por los demás no han abandonado jamás este planeta sin antes sentirse desgraciados. Cuestión de hombres, al fin y al cabo, no contentos con la parte que les toca. Javier Marín Agudelo© Escritor y Ensayista La letra de Wilde: http://www.blogger.com/ 2