UNA NOTA A PROPÓSITO DE LOS ESTADOS DE ALARMA, EXCEPCIÓN Y SITIO: LA DECLARACIÓN GUBERNAMENTAL COMO ACTO POLÍTICO Y LA AUTORIZACIÓN PARLAMENTARIA COMO ACTO SIN VALOR DE LEY Juan Manuel Alegre Ávila Catedrático de Administrativo Universidad de Exletrado del Constitucional Derecho de la Cantabria. Tribunal 1. “[…] resulta palmario, a los efectos que ahora importan, que con las expresiones <rango> o <valor> de Ley la Constitución primero, y luego la LOTC [Ley Orgánica del Tribunal Constitucional] han querido acotar un genus de normas, decisiones y actos, del que serían especificaciones, además de la propia Ley parlamentaria, otras fuentes en parte equiparadas a la misma por la propia Constitución, así como algunos actos, decisiones o resoluciones no identificados como tales ni en la Constitución ni en la LOTC, pero que sí gozarían de aquel <valor> o <rango>, en virtud del cual no serían residenciables [sic] por la vía del recurso de amparo. Sin otra pretensión ahora que la identificación de esa categoría en relación con el específico objeto de este proceso de amparo, es manifiesto que son de subsumir también en la misma aquellas decisiones o actos parlamentarios que sin ser Leyes o fuentes equiparadas a la Ley, sí pueden, conforme a la propia Constitución, afectar a aquellas normas legales o asimiladas, esto es, excepcionarlas, suspenderlas o modificar su aplicabilidad legítimamente. Si la Constitución y el ordenamiento habilitan a determinados actos, decisiones o resoluciones parlamentarias para modificar de tal modo la aplicación de las Leyes, no es de dudar que tales actos, decisiones o resoluciones ostenten ese genérico <rango> o <valor> de Ley que invoca para acotar su objeto el artículo 42 LOTC, con la consecuencia de que los mismos son insusceptibles del recurso de amparo previsto en tal precepto y sólo cabe impugnarlos ante este Tribunal a través de los procesos constitucionales previstos en la CE y en la LOTC que tienen por objeto el control de constitucionalidad de las Leyes, normas y actos con fuerza o valor de ley. Ello sin perjuicio, como es evidente, de que los actos que puedan dictarse en aplicación de aquéllos puedan impugnarse ante la jurisdicción ordinaria en cada caso competente y los órganos judiciales puedan, al enjuiciarlos, promover cuestión de inconstitucionalidad contra los actos, decisiones o resoluciones con valor o rango de Ley de los que son aplicación cuando consideren que pueden ser contrarios a la Constitución”. 2. Los transcritos son párrafos del fundamento jurídico 3 del Auto (Pleno) del Tribunal Constitucional 7/2012, de 13 de enero, en cuya virtud se declara la inadmisión del recurso de amparo interpuesto frente al Acuerdo del Pleno del Congreso de los Diputados de 16 de diciembre de 2010 por el que se autoriza la prórroga del estado de alarma declarado por Real Decreto 1.673/2010, de 4 de diciembre [asunto: controladores de tránsito aéreo de AENA]. Recurso de amparo formulado de conformidad al artículo 42 LOTC, a cuyo tenor “Las decisiones o actos sin valor de ley, emanados de las Cortes o de cualquiera de sus órganos, o de las Asambleas Legislativas de las Comunidades Autónomas o de sus órganos, que violen los derechos y libertades susceptibles de amparo constitucional, podrán ser recurridos dentro del plazo de tres meses desde que, con arreglo a las normas internas de las Cámaras o Asambleas, sean firmes”. Y, como desarrollo del argumento, se dirá en el fundamento jurídico 4: “Sin duda eso es lo que ocurre con las autorizaciones del Congreso de los Diputados para prorrogar el estado de alarma, que el Gobierno puede declarar por un plazo máximo de quince días, y para que el Gobierno pueda declarar o prorrogar el de excepción, así como con la declaración por la propia Cámara, a propuesta del Gobierno, del estado de sitio, contempladas todas en el artículo 116 CE, cuyas previsiones han sido desarrolladas por la LOEAES [Ley Orgánica 4/1981, de 1 de junio, de los Estados de Alarma, Excepción y Sitio]. En efecto, todos los estados que cabe denominar de emergencia ex artículo 116 CE y también, por tanto, el de menor intensidad de entre ellos, esto es, el de alarma, supone, como es evidente y así resulta de su regulación en la LOEAES, excepciones o modificaciones pro tempore en la aplicabilidad de determinadas normas del ordenamiento vigente, que sin ser derogadas o modificadas sí pueden ver alterada su aplicabilidad ordinaria (artículos 9 a 12; 16 a 30; 32 a 36 LOEAES), pues el fundamento de la declaración de cualquiera de estos estados e siempre la imposibilidad en que se encuentran las autoridades competentes para mantener mediante <los poderes ordinarios> la normalidad ante la emergencia de determinadas circunstancias extraordinarias (artículo 1.1 LOEAES). Siendo esto así, como sin duda es, el acto de autorización parlamentaria de la prórroga del estado de alarma o el de la declaración y prórroga del de excepción, que no son meros actos de carácter autorizatorio [sic], pues tienen un contenido normativo o regulador (ya en cuanto hacen suyos el alcance, condiciones y términos del estado de alarma o de excepción fijados o solicitados por el Gobierno, ya en cuanto la propia Cámara directamente los establece o introduce modificaciones en los propuestos), así como el acto parlamentario de declaración del estado de sitio son, todos ellos, decisiones con rango o valor de ley, expresión del ejercicio de una competencia constitucionalmente confiada a la Cámara Baja ex artículo 116 CE en aras de la protección, en los respectivos estados de emergencia, de los derechos y libertades de los ciudadanos (en similar sentido, ATC 114/1991, de 11 de abril, F. 3)”. Y el párrafo segundo de este fundamento jurídico 4 apostilla: “En definitiva, se trata de decisiones o actos parlamentarios que, aunque no dictados en el ejercicio de la potestad legislativa de la Cámara ni revestidos, en consecuencia, de la forma de Ley, configuran el régimen jurídico del estado de emergencia en cada caso declarado, repercutiendo en el régimen de aplicabilidad de determinadas normas jurídicas, incluidas las provistas de rango de Ley, normas a las que, como ya hemos señalado, pueden, con taxativas condiciones, suspender o desplazar durante el período de vigencia del estado de emergencia de que se trate. Dada su cualidad de decisiones o actos parlamentarios con valor de Ley, el cauce para residenciarlos ante la jurisdicción constitucional no es, en lo que aquí importa, el recurso de amparo del artículo 42 LOTC, para el que basta la legitimación individual del artículo 162.1 b) CE, sino el de inconstitucionalidad, con la legitimación que le es propia, o, en su caso, la cuestión de inconstitucionalidad. Se advierte así, en definitiva, la lógica institucional que subyace a la salvedad presente en el inciso inicial del artículo 42 LOTC”. Corolario [fundamento jurídico 5]: “[…] el Acuerdo del Pleno del Congreso de los Diputados de 16 de diciembre de 2010, de autorización de la prórroga del estado de alarma declarado por Real Decreto 1.673/2010, de 4 de diciembre, en tanto que no subsumible en la categoría de decisiones o actos sin valor de Ley no es susceptible de ser impugnado a través del recurso de amparo previsto en el artículo 42 LOTC, lo que, como hemos anticipado, ha de conducir a la no admisión del presente recurso de amparo, por manifiesta inadecuación del procedimiento [artículo 50.1 a), en relación con el artículo 42, LOTC]”. 3. Al ATC 7/2012 se formula por el magistrado Ortega Álvarez, y al que se adhieren Delgado Barrio y Pérez Tremps, un voto particular, que, con las palabras del disidente, “se basa precisamente en la discrepancia sobre esta calificación del Acuerdo del Pleno del Congreso como acto con valor de ley”. Un acuerdo cuyo contenido, prosigue el magistrado discrepante, “es meramente el de autorizar la prórroga del plazo inicial de quince días contenido en el Real Decreto 1.673/2010, de 4 de diciembre, sin aportar otro contenido normativo respecto a la sustantividad de los derechos afectados por tal declaración gubernamental ni al ámbito territorial de aplicación del mismo”. Más: “La afectación de los derechos concernidos en la declaración de estado de alarma se produce por un Decreto aprobado en Consejo de Ministros, que en ningún momento aparece contemplado en la Constitución como una norma con rango o valor de Ley”, de donde se afirma, a modo de pórtico de los argumentos que a continuación se desgranan: “Si la norma sustantiva de afectación de los derechos y libertades ciudadanos, no es calificada por la Constitución como norma con rango o valor de ley, mucho menos puede predicarse de un acto de prórroga de la vigencia de dicha norma, por más que este acto sea un acto parlamentario”. Argumentos que pueden sintetizarse del modo que sigue: -La mayoría del Pleno, dice el magistrado discrepante, viene a sostener que “el Decreto de establecimiento del estado de alarma [es] una norma sin rango o valor de Ley, mientras que el Decreto que establece la prórroga autorizada por el Congreso [tiene] rango de Ley”. Lo primero, sigue, se sustenta en “el hecho de que dicho acto [el Acuerdo del Pleno del Congreso como acto parlamentario con valor de Ley] excepciona, suspende o modifica la aplicabilidad de una Ley”, de suerte que “con mayor motivo debería predicarse del Decreto originario del Gobierno que […] realiza las mismas excepciones, suspensiones o modificaciones de la aplicabilidad de normas legales”. Conclusión que, sin embargo, choca con que “la Constitución ya ha previsto que la decisión del gobierno de declaración del estado de alarma, pese a provocar un alteración temporal de normas con rango de Ley, se manifiesta a través de un Decreto, sin que en modo alguno la Constitución configure este Decreto como una norma con rango de ley”. -En el supuesto del estado de excepción, “el acto parlamentario de autorización determina los elementos sustantivos de la afectación de derechos y libertades y no sólo, como en el caso del estado de alarma, una autorización de prórroga del plazo de vigencia del mismo”. Si dicho acto parlamentario, según la mayoría del Pleno, tiene asimismo “valor de ley”, continúa el argumento, “podría pensarse” que idéntico valor, el de ley, “lo debería tener el instrumento normativo en la que se expresa la misma [la declaración del estado de excepción]”…y, sin embargo, como en el caso anterior, “la Constitución expresamente determina que el acto normativo que lo declara es un Decreto del Gobierno acordado en Consejo de Ministros”. -Corolario: “[…] la Constitución deja claro el rango normativo de los instrumentos por los que se declara el estado de alarma y de excepción, sin que esta claridad pueda ser interpretada por este Tribunal en la forma que lo ha hecho la mayoría”. “Rango normativo”, pues, que, en la inteligencia del magistrado disidente, no es el de ley o acto con valor de ley. -La promoción de “cuestión de inconstitucionalidad contra estos actos parlamentarios con valor de Ley, no deja de situar la garantía de los derechos fuera de la voluntad de los ciudadanos, como sí sería posible de reconocerse que se trata de actos objeto del recurso de amparo que puede ser invocado ante este Tribunal”. -Corolario: “[…] el recurso de amparo debió ser admitido […]. Una admisión que, además, encuentra respaldo en “la trascendencia constitucional de este asunto”, así como en “la innovación interpretativa de la Constitución realizada en esta decisión”, cuya entidad justifica que el recurso de amparo “debería haberse admitido […] y haberse pronunciado el Tribunal mediante Sentencia”. 4. Así pues: -“[…] el acto de autorización parlamentaria de la prórroga del estado de alarma o el de la declaración y prórroga del de excepción, que no son meros actos de carácter autorizatorio [sic], pues tienen un contenido normativo o regulador (ya en cuanto hacen suyos el alcance, condiciones y términos del estado de alarma o de excepción fijados o solicitados por el Gobierno, ya en cuanto la propia Cámara directamente los establece o introduce modificaciones en los propuestos), así como el acto parlamentario de declaración del estado de sitio son, todos ellos, decisiones con rango o valor de ley, expresión del ejercicio de una competencia constitucionalmente confiada a la Cámara Baja ex artículo 116 CE en aras de la protección, en los respectivos estados de emergencia, de los derechos y libertades de los ciudadanos” [fundamento jurídico 4 del ATC 7/2012]. -Frente a esta declaración, la tesis que aquí se sostiene puede formularse así: Ni la autorización del Congreso de los Diputados para prorrogar el estado de alarma [declarado por el Gobierno ex artículo 116.2 de la Constitución], ni aquella autorización (previa, por tanto, a su declaración) para que el Gobierno declare el estado de excepción [artículo 116.3 de la Constitución], ni, finalmente, la declaración por el Congreso de los Diputados, mediante mayoría absoluta, del estado de sitio [artículo 116.4 de la Constitución] tienen carácter normativo, y carácter normativo con valor de ley, sino que son decisiones, esto es, actos que se incardinan directamente en la Constitución [artículo 116], en el marco de la oportuna ley orgánica [Ley 4/1981]. 5. La tesis postulada puede desgranarse con arreglo a la siguiente secuencia: -La declaración del estado de alarma por el Gobierno y la declaración por este último, previa autorización del Congreso de los Diputados, del estado de excepción son actos políticos o de gobierno, que, en todo caso, podrán ser controlados por la jurisdicción contencioso-administrativa en lo que atañe a la protección de los derechos fundamentales, la concurrencia de los elementos reglados [presupuesto de hecho de la declaración] y la determinación de las indemnizaciones que fueren procedentes [artículo 2 a) de la Ley de la Jurisdicción ContenciosoAdministrativa de 1998]. -La autorización por el Congreso de los Diputados de la prórroga [por el Gobierno] del estado de alarma, la autorización [previa] del Congreso de los Diputados para que el Gobierno pueda declarar el estado de excepción y la declaración por el Congreso de los Diputados del estado de sitio son decisiones, actos no ya sin valor de ley sino, aun, sin carácter normativo que, en consecuencia, podrán ser controlados por el Tribunal Constitucional a través del recurso de amparo ex artículo 42 LOTC. -Recurso de amparo que ex artículo 43 LOTC procederá igualmente frente a las declaraciones que compete efectuar al Gobierno, una vez agotada la vía judicial previa [ante el Tribunal Supremo], para el caso de afectación a derechos fundamentales susceptibles de amparo constitucional. 6. El fundamento jurídico 3 del ATC 7/2012, una vez consignado que la “cuestión a elucidar” es la precisión del significado “de la expresión <valor de ley> del artículo 42 LOTC”, constata que el sintagma valor de ley “se emplea sólo en los artículos 10.1 b) y […] 42 LOTC”, en tanto que las expresiones rango de ley y fuerza de ley aparecen tanto en la Constitución como en la LOTC en un mayor número de ocasiones. 7. Una precisión liminar. Hace años Rubio Llorente advirtió de que, en un sistema normativo configurado sobre la base de una pluralidad de normas con valor de ley, las nociones de rango, valor y fuerza [de ley] no podían considerarse correlativas o equivalentes. Así, si, por un lado, las de rango y valor mantienen [como ocurre en los sistemas normativos diseñados según el (único) esquema leyreglamento, en el que cada una de estas normas se identifica con un determinado centro de producción normativa, esto es, el Parlamento y el Gobierno, respectivamente] una sustancial sinonimia, por otro, la de fuerza [activa y pasiva, esto es, la aptitud de una norma para modificar o derogar otras de su mismo, o inferior, rango, en el primer caso, y, en sentido contrario, la resistencia de una norma a ser modificada o derogada por otra de rango inferior, en el segundo] no es un atributo necesario del rango o valor por mor de la delimitación constitucional -y, en su caso, estatutaria- de las materias a que se ciñe la competencia de cada norma con rango o valor de ley. El ATC 7/2012, desde la perspectiva de su concreto propósito, la elucidación “de la expresión <valor de ley> del artículo 42 LOTC”, y sin perjuicio, como asimismo hace el voto particular, de la asimilación de las expresiones “rango de ley” y “valor de ley”, empleadas en diferentes ocasiones como sinónimas o equivalentes, desliza, no obstante, siquiera por referencia a la “doctrina académica”, el equívoco de la identificación entre las nociones de rango o valor, de un lado, y fuerza [de ley], de otro, al señalar, con cita de los preceptos de la Constitución y de la LOTC en los que aparecen, que las expresiones rango de ley y fuerza de ley “vienen considerándose [“por la doctrina académica”] próximas o análogas”. Una proximidad o analogía que, por lo señalado, ha de desecharse por improcedentes. 8. El voto particular, aun cuando impugna la caracterización del Acuerdo del Pleno del Congreso de los Diputados recurrido en amparo como “acto con valor de ley”, parece aceptar la naturaleza normativa de aquél, esto es, de la autorización por el Congreso de los Diputados para que el Gobierno prorrogue el estado de alarma, al construir su disidencia con expresiones tales como “una norma” [con o sin valor de ley], “el instrumento normativo” o “el rango normativo”. Caracterización que, de acuerdo a la tesis que aquí se mantiene, ha de considerarse ajena a las declaraciones y autorizaciones a que se refiere el artículo 116 de la Constitución. 9. Sólo en dos ocasiones, como señala el fundamento jurídico 3 del ATC 7/2012, aparece en la LOTC la expresión “valor de ley”, a saber, en los artículos 10.1 b) y 42. De esta constatación se desprende, tal es el punto de partida de la argumentación que se desarrolla en los fundamentos jurídicos 3 y 4, que la referencia al “valor de ley” coloca a los productos jurídicos englobados (en el segundo caso, por exclusión o contraste) en dichos preceptos en el mismo o idéntico plano, siendo así que el primero habla de disposiciones [“demás disposiciones con valor de ley”] y el segundo de decisiones o actos [“decisiones o actos sin valor de ley”]. Asimilación o equiparación que permite al Tribunal Constitucional señalar [fundamento jurídico 3] a continuación: “A pesar de la citada diversidad de locuciones constitucionales resulta palmario, a los efectos que ahora importan, que con las expresiones <rango> o <valor> de Ley la Constitución primero, y luego la LOTC, han querido acotar un genus de normas, decisiones y actos, del que serían especificaciones, además de la propia Ley parlamentaria, otras fuentes en parte equiparadas a la misma por la propia Constitución, así como algunos actos, decisiones o resoluciones no identificados como tales ni en la Constitución ni en la LOTC, pero que sí gozarían de aquel <valor> o <rango>, en virtud del cual no serían residenciables [sic] ante el Tribunal Constitucional por la vía del recurso de amparo”. Un genus, viene a decirse, del que serían especies las leyes en sentido formal, es decir, las leyes “parlamentarias” [así como, parece evidente, otras normas con valor de ley no emanadas de los parlamentos, cuales el Decreto Legislativo y el Decreto-ley] y unos atípicos “actos, decisiones o resoluciones” que, aun “no identificados como tales ni en la Constitución ni en la LOTC”, sin embargo “sí gozarían de aquel <valor> o <rango> [de ley], de donde su falta de idoneidad para ser “residenciables [sic] ante el Tribunal Constitucional por la vía del recurso de amparo”. Unas observaciones a este propósito. Así, esos sedicentes “actos, decisiones o resoluciones” con valor de ley sí pueden, dicho sea a efectos meramente dialécticos, identificarse en el texto constitucional. Tal ocurre, al menos, en dos supuestos, a saber, el atinente a los Decretos-leyes y el relativo a los tratados y convenios internacionales. A) En el primer caso, y situados, se insiste, en este plano dialéctico, ese valor o rango de ley puede predicarse de la convalidación [o derogación] ex artículo 86.2 de la Constitución. Un acto del Congreso de los Diputados cuya razón de ser estriba en la eliminación del carácter provisional con el que nacen los Decretos-leyes (que, en consecuencia, de ser convalidados, se insertan de manera permanente en el ordenamiento jurídico; en sentido contrario, esto es, de producirse su “derogación”, aquella consecuencia no es sino su desaparición del ordenamiento jurídico) y que, en esta lógica, halla su justificación en la simetría o correlación que ha de observarse respecto de unas normas caracterizadas como disposiciones legislativas dictadas por el Gobierno. B) Mayor complejidad reviste el supuesto de los tratados o convenios internacionales. El apartado 1 del artículo 94 de la Constitución [el apartado 2 meramente exige la inmediata información al Congreso de los Diputados y al Senado -por el Gobierno- de la conclusión de “los restantes tratados o convenios”] establece “la previa autorización de las Cortes Generales” para “la prestación del consentimiento del Estado” a fin de obligarse por medio de tratados o convenios en una serie de “casos”. Entre éstos figuran los que afecten “a los derechos y deberes fundamentales establecidos en el Título I” [letra c)], los que “impliquen obligaciones financieras para la Hacienda Pública” [letra d)] y los que “supongan modificación o derogación de alguna ley o exijan medidas legislativas para su ejecución” [letra e)]. A diferencia del previsto en el artículo 86.2, en el que la convalidación o derogación ha de emanar del Congreso de los Diputados, en el supuesto del artículo 94.1 la autorización requerida proviene de las Cortes Generales, esto es, del Congreso de los Diputados y del Senado. No obstante, en ambos supuestos es inconcuso que estas intervenciones [recte: actos con valor de ley, en la hipótesis que venimos considerando] no adoptan la forma de ley, esto es, no nos encontramos ante una norma aprobada por las Cortes Generales mediante el oportuno procedimiento legislativo, sino ante un producto jurídico diferente al que convenimos en otorgar el referido valor de ley. Dos someros apuntes a propósito de la autorización ex artículo 94.1 de la Constitución. Así como la simetría de esta decisión de carácter legislativo se explica, en relación a la letra d) [“obligaciones financieras para la Hacienda Pública”], por el principio de legalidad presupuestaria consagrado en el artículo 134, su coherencia, y este es el primero de aquellos apuntes, cuando de la letra c) se trata [“derechos y deberes fundamentales establecidos en el Título I”], llevaría a postular el carácter orgánico de tal decisión legislativa cuando el tratado o convenio internacional afecte a los “derechos fundamentales y libertades públicas” de la Sección Primera del Capítulo Segundo [artículo 81.1 de la Constitución], esto es, que, en virtud de la dimensión formal-procedimental de la ley orgánica, la referida decisión habría de ser adoptada por la “mayoría absoluta del Congreso” [la alusión en esta misma letra c) a “la integridad territorial del Estado” parece demandar algo más que una mera autorización de las Cortes Generales, al incidir, probablemente, en determinaciones estructurales del Título Preliminar de la Constitución -artículos 2 y 8.1-, requirentes de la puesta en acción del mecanismo de reforma o revisión ex artículo 168 de la Constitución]. Por otro lado, y en segundo lugar, la referencia [letra e)] a la “modificación o derogación de alguna ley” por el tratado o convenio internacional parece dar por supuesta, siquiera implícitamente, una suerte de supremacía del tratado o convenio internacional sobre las leyes internas, salvo que [tal me parece la interpretación más ajustada] se entienda que tales modificación o derogación se resuelven técnicamente en el desplazamiento de la ley interna [¿también de las leyes autonómicas?] por la norma internacional, de acuerdo al binomio validez-eficacia, que es el que, más ajustadamente, explica la relación entre las normas de producción interna y las de producción internacional. 10. Con independencia de lo apuntado, el fundamento jurídico 3 del ATC 7/2012 justifica el valor de ley de determinadas “decisiones o actos parlamentarios” [o “actos, decisiones o resoluciones”] en la circunstancia de que aquéllas, “sin ser Leyes o fuentes equiparadas a la Ley”, “sí pueden, conforme a la propia Constitución, afectar a aquellas normas legales o asimiladas, esto es, excepcionarlas, suspenderlas o modificar su aplicabilidad legítimamente”, de donde se infiere que “tales actos, decisiones o resoluciones ostenten ese genérico <rango> o <valor> de Ley que invoca para acotar su objeto el artículo 42 LOTC”. Esto, añade el fundamento jurídico 4, “sin duda […] es lo que ocurre con las autorizaciones del Congreso de los Diputados para prorrogar el estado de alarma” Más: “[…] todos los estados que cabe denominar de emergencia ex artículo 116 CE y también, por tanto, el de menor intensidad de entre ellos, esto es, el de alarma suponen, como es evidente y así resulta de su regulación en la LOEAES, excepciones o modificaciones pro tempore en la aplicabilidad de determinadas normas del ordenamiento vigente, incluidas […] determinadas disposiciones legales, que sin ser derogadas o modificadas sí pueden ver alterada su aplicabilidad ordinaria […]. Apostilla: “Siendo esto así, como sin duda lo es, el acto de autorización parlamentaria de la prórroga del estado de alarma o el de la declaración y prórroga del de excepción, que no son meros actos de carácter autorizatorio [sic], pues tienen un contenido normativo o regulador […], así como el acto parlamentario de declaración del estado de sitio son, todos ellos, decisiones con rango o valor de ley”. 11. El “rango o valor de ley” de las decisiones parlamentarias que venimos considerando se justifica, así pues, en la aptitud de aquéllas para “afectar a aquellas normas legales o asimiladas [“Leyes o fuentes equiparadas a la Ley”], esto es, para “excepcionarlas, suspenderlas o modificar su aplicabilidad legítimamente”, tal y como se desprende, viene a decirse, de determinados preceptos de la LOEAES, de donde su “contenido normativo o regulador” [caracterización que, por lo demás, parece compartir el voto particular, según se ha notado], y no meramente “autorizatorio”; un contenido normativo o regulador al que, además, se dota de rango o valor de ley. Conclusión que el fundamento jurídico 4 asienta [“en similar sentido”] en el Auto del Tribunal Constitucional 114/1991, de 11 de abril. No es fácil colegir esa “similitud” entre los ATC 114/1991 y 7/2012. En aquél se declaró la no admisión a trámite de un recurso de amparo formulado frente a una decisión del Gobierno de conceder una extradición con fundamento en un canje de notas entre los Gobiernos de España y de Alemania. Entendía el recurrente que el referido instrumento, el canje de notas, no cubría la exigencia que el artículo 63.2 de la Constitución [“Al Rey corresponde manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente por medio de tratados, de conformidad con la Constitución y las leyes”] impone a fin de “manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente por medio de tratados”, dado que el consentimiento del Estado no se había manifestado en la ocasión mediante acto del Rey ex artículo 63.2 del texto constitucional, de donde la conculcación de los derechos fundamentales consagrados en los artículos 17.1 y 25.1 de la Constitución. A este propósito dirá, a fin de desvirtuar el referido alegato, el fundamento jurídico 2 del ATC 114/1991: “No obstante, que sea el Rey quien, mediante el correspondiente instrumento, hubiera debido manifestar la voluntad del Estado […] resulta una tesis desmesurada, que no puede encontrar fundamento en la Constitución. Ni su artículo 63.2 obliga a que sea el Rey, siempre y en todo caso, quien preste el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente, ni su artículo 94.1 fuerza la intervención regia siempre que las Cortes autoricen la realización de un tratado internacional”. Postulado que se desarrolla del modo que sigue: “[…] no existe una correlación absoluta entre la autorización prestada por las Cortes y la declaración de consentimiento manifestada por el Rey. No cabe duda que existe una aparente ligazón lógica entre las previsiones de los artículos 94 y 63. La Constitución, en los dos apartados de su artículo 94, contempla la existencia de unos tratados o convenios <menores>, de cuya conclusión deben ser informadas las Cortes, y de unos acuerdos <mayores>, que requieren la previa autorización parlamentaria; mientras que su artículo 63.2 atribuye al Rey la facultad de manifestar el consentimiento estatal por medio de tratados de conformidad con la Constitución y las leyes, que parece lógico inferir que abarcará los acuerdos de mayor importancia. Nada más natural que conjuntar ambos preceptos y concluir que al Rey le corresponde intervenir siempre que se precise la autorización de las Cortes”. Mas: “Pero esa simetría es sólo aparente, y aunque normalmente pueda darse no será por imperativo constitucional. Al aguzar la protección de los derechos ciudadanos frente al Ejecutivo, mediante la autorización previa que contempla el artículo 94.1 para todos los tratados y convenios que afecten a los derechos y deberes fundamentales, el precepto constitucional persigue un fin que no guarda relación directa alguna con la cuestión de cuándo corresponde al Rey manifestar el consentimiento internacional del Estado. El conocimiento y autorización por las Cámaras legislativas del canje de notas, que permitió ampliar el alcance del Convenio Europeo de Extradición a los delitos fiscales en las relaciones bilaterales con Alemania, aseguró una fiel garantía de los derechos y libertades afectados. Ello con total independencia de que el consentimiento estatal se haya plasmado en un tratado, concluido por el Rey, o en un convenio concluido por el Gobierno –quien dirige la política exterior del Estado: artículo 97 CE- o por sus agentes diplomáticos. Pues sean unas u otras las autoridades que intervinieron en nombre de España la preceptiva intervención de las Cortes Generales obtuvo el objetivo perseguido por el artículo 94 CE, garantizando el señorío del Legislativo sobre las materias confiadas a su competencia, y protegiendo los derechos y libertades de los ciudadanos frente a la potestad normativa del Ejecutivo ejercida con ocasión de las relaciones internacionales del Estado”. Y, por venir al objeto de nuestra atención, se dirá en el último párrafo de este fundamento jurídico 2, a fin de deslindar el supuesto previsto en el artículo 91 de la Constitución [“leyes aprobadas por las Cortes Generales”] del contemplado en el apartado 1 del artículo 94 del texto constitucional [“autorización de las Cortes Generales” como requisito de “la prestación del consentimiento del Estado para obligarse por medio de tratados o convenios”]: “Pues la aprobación de las leyes, que configura el supuesto de hecho de tal precepto [el artículo 91 de la Constitución] es una figura jurídica esencialmente distinta de la autorización parlamentaria de los Tratados internacionales, que es la regulada por el artículo 94 de nuestra ley de Leyes”. Conformes, pues, en que la ley es “una figura jurídica esencialmente distinta de la autorización parlamentaria” ex artículo 94.1 de la Constitución, que, en este sentido, y con independencia de las salvedades o matizaciones antes hechas, se configura como acto, decisión o resolución con rango o valor de ley. Supuesto que, como igualmente se advirtió líneas arriba, se inscribe en esa especie [genus es el término utilizado] de “actos, decisiones o resoluciones no identificados como tales [esto es, con “rango” o “valor” de ley] ni en la Constitución ni en la LOTC”. “No identificación”, ya ha sido avisado, que, sin embargo, como vienen a corroborar los supuestos de los artículos 86.2 y, en particular, 94.1 de la Constitución sí es susceptible de refutación a la vista de lo que refleja el propio texto constitucional. 12. Una caracterización, la del carácter legislativo de los actos, decisiones o resoluciones emanados ex artículos 86.2 y 94.1 de la Constitución, que, empero, no es predicable de las autorizaciones dimanantes de las Cortes Generales en los supuestos de “estados de emergencia” ex artículo 116 del texto constitucional. Unas autorizaciones, tal es la tesis que aquí se sostiene, que no sólo no revisten carácter legislativo sino que su misma dimensión normativa está ausente de su contenido. Las declaraciones y autorizaciones, gubernamentales y parlamentarias, previstas en el referido precepto constitucional y, en su desarrollo, en la LOEAES, son meros actos carentes de contenido normativo, esto es, decisiones que, en el marco constitucional y legal, adoptan el Gobierno y las Cortes Generales ante la concurrencia de un supuesto subsumible en el presupuesto de hecho en cada caso previsto en la Constitución y en la LOEAES. En este sentido, que tales decisiones [declaraciones gubernamentales y autorizaciones parlamentarias] tengan virtud para “excepcionar, suspender o modificar” la “aplicabilidad” de leyes y normas con valor de ley o, en otros términos, que dichas decisiones se traduzcan en “excepciones o modificaciones pro tempore [de] la aplicabilidad de determinadas normas del ordenamiento vigente, incluidas […] determinadas disposiciones legales, que sin ser derogadas o modificadas sí pueden ver alterada su aplicabilidad ordinaria” no es sino el correlato necesario de la puesta en acción de estos mecanismos, los estados de emergencia, “extraordinarios” o excepcionales, como, de modo natural, reconoce el Tribunal Constitucional al señalar que “el fundamento” de la declaración de estos estados “es siempre la imposibilidad en que se encuentran las autoridades competentes para mantener mediante <los poderes ordinarios> la normalidad ante la emergencia de determinadas circunstancias extraordinarias” [fundamentos jurídicos 3 y 4]. Mera concreción, pues, en un supuesto determinado, del régimen configurado constitucional y legalmente “ante la emergencia de determinadas circunstancias extraordinarias” cuya apreciación, jurídicamente plasmada en los actos gubernamentales de declaración y parlamentarios de autorización/declaración, sin que, en consecuencia, aquellos actos, decisiones o resoluciones incorporen el novum [normativo] que es consustancial al acto normativo, a la norma jurídica. Un novum, por tanto, que no puede anudarse, como pretende el Tribunal Constitucional, a la determinación del “alcance, condiciones y términos” en cada caso fijados en las oportunas declaraciones y autorizaciones, pues, se insiste, aquellos extremos no son sin la singular particularización o concreción del contenido normativo establecido en la Constitución y en la LOEAES. Unos actos, decisiones o resoluciones que, en definitiva, pueden caracterizarse como actos políticos ex artículo 2 a) LJCA, por lo que hace a las declaraciones gubernamentales, y como actos no legislativos, por lo que atañe a las autorizaciones/declaraciones parlamentarias, que, en consecuencia, sí son susceptibles de la garantía del recurso de amparo ex, respectivamente, artículos 43 y 42 LOTC. Nota bibliográfica:- El Real Decreto 1.673/2010, de 4 de diciembre, de declaración del estado de alarma, fue analizado, bien que desde una perspectiva distinta a la aquí considerada, por Carlos vidal Prado y David Delgado Ramos, Algunas consideraciones sobre la declaración del estado de alarma y su prórroga, “Revista Española de Derecho Constitucional”, 92, 2011, 243-265. Sobre las nociones, y su alcance, de “rango de ley”, “fuerza de ley” y “valor de ley”, Francisco Rubio Llorente, Rango de ley, fuerza de ley, valor de ley (Sobre el problema del concepto de Ley en la Constitución), “Revista de Administración Pública”, 100-102, volumen I, 1983, 417-432. Sobre el binomio validez-eficacia de las normas jurídicas, Juan Manuel Alegre Ávila, La invalidez sobrevenida de los actos jurídicos: inconstitucionalidad sobrevenida e invalidez sobrevenida de los actos administrativos, “Revista Andaluza de Administración Pública”, 83, 2012, 487- 503, en particular, 491 y nota concordante, por lo que hace a la virtualidad de aquel par de conceptos en las relaciones entre los tratados internacionales y las leyes internas y, específicamente, en lo atinente a las que median entre el derecho comunitario europeo y los derechos internos.