NOTAS PARA UNA TEORÍA DE LA LIBERACIÓN Alessandro Baratta Universidad del Saarland Desde una perspectiva histórica, derechos humanos y necesidades reales fundamentales pueden definirse como las concretas potencialidades de realización y desarrollo de la existencia y de la dignidad de los individuos, correspondientes al grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas en una sociedad determinada; es decir, de la capacidad de producción de bienes materiales y culturales. Las relaciones de propiedad y de poder en una sociedad pueden entrar en contradicción con el grado desarrollo de las fuerzas productivas; en estos casos se frustra una parte más o menos grande de las posibilidades de realización y de desarrollo de la existencia de los portadores y suministradores de fuerza productiva en la sociedad. Situaciones de este tipo se presentan siempre en presencia de relaciones de explotación y de dominación que pueden depender estructuralmente, tanto de la propiedad privada de los medios de producción, como de una dominación burocrática de los mismos. Podemos definir como violencia estructural toda situación en la cual necesidades reales fundamentales y derechos humanos, entendidos en la perspectiva histórica ya indicada, son reprimidos y violados. Identificar las necesidades reales fundamentales, históricamente entendidas, con los derechos humanos, permite atribuir el significado de injusticia social a la violencia estructural e identificar así ambos conceptos. A una tal construcción concurren, no sólo los resultados obtenidos en el desarrollo de la teoría materialista de la sociedad, sino también en otros contextos teóricos. No obstante la relevante diversidad de los contextos teóricos, existe un nexo que une la concepción marxiana de la contradicción entre desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones jurídicas de propiedad y de poder,1 con la teoría de Galtung acerca de la discrepancia entre potencialidad y actualidad de la realización de la existencia humana er una sociedad.2 Referir los derechos humanos a las necesidades reales fundamentales histórica_mente entendidas, presenta una doble ventaja para la teoría y para la praxis. En primer lugar, ello permite utilizar un principio de interpretación del contenido normativo de ¡os derechos humanos, en la formulación que se les ha dado en las solemnes declaraciones de los más prestigiosos organismos internacionales después de la II Guerra mundial. Este principio de interpretación permite concretizar tal contenido dentro de un marco específico y creciente según el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas en sociedades determinadas. 1. Sobre la dialéctica entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones jurídicas, véanse las famosas páginas de la Vorwort, MARX-ENGELS. 1961.V. 1,7-11; para una crítica del derecho burgués desigual, sobre todo MARX-ENGELS 1962. v. 19, en particular 15-32. 2. Cfr. Johan GALTUNG, 1975. 7 y ss. En segundo lugar, la posibilidad de utilizar este concepto histórico de los derechos humanos y necesidades reales fundamentales constituye un principio de crítica y superación de la realidad social existente, es decir, de las relaciones de propiedad y de poder que se encuentran en contradicción con los derechos humanos. El proyecto de cambio social hacia una mayor justicia no es, en tal caso, una utopía abstracta que deriva de la contraposición de una idea a la realidad existente. Se trata de una utopía concrete, puesto que el principio de superación de la realidad es reencontrado en el análisis crítico de la propia realidad: el deber-ser desciende del conocimiento científico del ser, el cual pone en evidencia las posibilidades concretas de realización de las necesidades humanas fundamentales existentes en una sociedad determinada y ac_tualmente reprimidas por las relaciones de propiedad y de poder. En este sentido, Marx, en una carta de 1848 a Ruge, rechazando el utopismo idealista de los «jóvenes» de la izquierda hegeliana, indicaba el principio fundamental de una concepción dialécti_ca de todo proyecto de emancipación históricamente situado: «Nosotros leemos en el presente el principio del futuro».3 Una concepción dialéctica del proceso de liberación equivale a identificar aquellos elementos que reprimen las posibilidades de realización de necesidades fundamentales históricamente determinadas. Liberación no es, sin embargo, pura negación, sino negación de la negación, proyecto de afirmación y rescate de lo positivo, es decir, de las condiciones realmente existentes dirigidas a alcanzar un más alto nivel de dignidad y de calidad de la vida para los individuos que viven en una determinada sociedad. La fundamentación. del proyecto de liberación como utopía concreta en la idea de la dignidad del hombre, representa el principio regulador formal que permite una selec_ción de los eventos pasados y una proyección de eventos futuros en una línea de progreso hacia la realización de esta idea. No se trata aquí de afirmar una concepción optimista e idealista del progreso. Según la idea general adoptada, los eventos podrían ser reconstruidos según líneas de desarrollo diversas y contrastantes. Así, junto a la historia del progreso, de la libertad y de la dignidad del hombre, hay una historia de la opresión, de la dominación, de la explotación del hombre por el hombre y de la represión violenta de las necesidades reales fundamentales de la gran mayoría de los individuos. Pero una concepción cínica y pesimista de la historia y del futuro de nuestra civilización presenta defectos iguales y contrarios a aquellos del optimismo idealista, puesto que en ambos casos, la línea posible de la reconstrucción y de la proyección de los eventos seleccionados, según el empleo de una idea general (libertad y dignidad del hombre, opresión del hombre por el hombre viene) concebida como un desarrollo lógicamente necesario. Rechazar una concepción de la historia como desarrollo lógicamente necesario, no significa adoptar una concepción irracional que substituya los conceptos de concate_nación causal y funcional de los eventos por aquellos de causalidad funcional y posibilidad, definida por la estructura de toda situación concreta, hay un equilibrio análogo a aquel que subsiste entre condiciones necesarias y condiciones suficientes. La apertura de opciones y posibilidades de objetivización del actuar del sujeto humano, al mismo tiempo que alcanza 3. Cfr. MARX-ENGELS 1958. convirtiendo entonces en «racional» el comportamiento de los propios funcionarios, es decir, de los grupos dominantes en el nivel nacional e internacional, es la ilusión peligrosa de los teóricos de la auto reproducción. Cfr. LUHMANN 1984. 407 v ss progresivamente mayor complejidad, no sólo reduce, sino también produce desarrollos alternativos dentro de la lógica de situaciones concretas, depende del hecho que las situaciones concretas son a su vez el producto de acciones humanas, de las interacciones y de las luchas entre grupos e individuos. Este producto de la posibilidades de proyectos y de acciones por parte de los grupos y de los individuos. Mientras aumenta la complejidad de lo real, las condiciones necesarias se convierten no en más, sino en menos suficientes y aumentan, en lugar de disminuir, las posibilidades de proyectos subjetivos. 4 Con el aumento de la complejidad de los sistemas sociales, aumenta no sólo la necesidad, sino también la contingencia del orden existente. Resulta así cada vez más difícil a los grupos interesados en el mantenimiento del status quo, imponerse a los grupos dominados e incluso acreditar frente a su propia imagen de grupo una repre_sentación del orden; es decir, de la normalidad existente (relaciones sociales, jurídicas y morales dominantes) como un orden natural y por ello necesario. Dicho orden puede ser interpretado más fácilmente por los diversos sectores sociales como contingente. Las reglas sociales, jurídicas y morales que lo constituyen, aparecen en la representación de los actores como modificables y substituibles; y de hecho, la movilidad y el cambio de las reglas son caracteres de los sistemas normativos de la sociedad moderna y en particular del sistema jurídico. La crisis del derecho natural como fundamento de legitimidad y estabilidad del sistema normativo y la positivización del derecho, han dificultado la apariencia de estabilidad a un orden que logra, cada vez menos, ser impuesto por los grupos dominantes y aceptado por los grupos subalternos como el único orden posible. Sólo en parte, la aceleración y la difusión de cambios parciales logran mantener la estabilidad del conjunto del orden.5 Este orden, es vivido por los interesados en su mantenimiento como instrumento inmediatamente funcional sin la mediación de un sistema de valores interiorizado por el grupo dominante y afirmado como legitimación del orden frente a todos los otros grupos. Estas circunstancias reducen el nivel de validez y estabilidad del orden en las clases dominantes, al tiempo que crece el grado de ¡legalidad de su comportamiento, como puede ser evidenciado por la complementariedad de los procesos legales e ilegales de acumulación del capital y de formas legales e ilegales de ejercicio del poder, características del capitalismo maduro. Comportamientos legales e ilegales se convierten en equivalentes funcionales y son percibidos como tales en los grupos dominantes, lo que puede explicar la estructuralidad del fenómeno de la corrupción. En las clases dominadas crece el nivel del disenso a la 4. La posición de los grupos y de los individuos dentro del espacio que la estructura predeterminada de la realidad objetiva deja a ¡a intervención determinante del sujeto, depende esencialmente de dos factores. En primer fugar, de la producción y de la distribución del saber. La capacidad de insertar en el complejo de las condiciones necesarias objetivas, variables subjetivas de la concatenación de los eventos correspondientes a los propios intereses, está en relación con la capacidad de los grupos y de los individuos de conocer la estructura lógica de las condiciones necesarias y los espacios de intervención subjetiva. El saber es en este sentido un recurso fundamental para la concurrencia entre portadores de intereses. El segundo factor es la capacidad de articulación de los intereses contrastantes de ¡os grupos, la cual depende a su vez de la capacidad de agregación y coalición entre los individuos que los integran. Sobre esta articulación inciden también tas relaciones de propiedad y de poder existentes entre los grupos. En este sentido, eso que se suele llamar el sujeto histórico es una expresión cargada de significado para indicar la posición de hegemonía de un grupo de portadores de intereses que logra controlar para su ventaja la producción y la distribución del saber socialmente producido y realizar su capacidad de coalición de articulación de los propios intereses, de poder o contrapoder. 5. Véase en particular LUHMANN 1981, 113-153 vez que aumentan las posibilidades de protesta y de acción contra el orden social existente. Ante tales situaciones de anomia, potencial o real, ampliamente presentes hoy en día en las áreas centrales y periféricas de la formación social capitalista (así como en los países del socialismo real), los grupos sociales en el poder, responden con tentativas de reproposición artificial de los valores tradicionales «de la nación» o de nuevos valores (piénsese en los Estados Unidos de la era de Reagan). Nos hallamos así ante el uso concomitante y alternativo, según el nivel de conflicto o de integración en la sociedad, de tecnologías del poder destinadas a la producción del consenso o a la represión y desarticulación del disenso. El empleo de las sanciones punitivas, dentro o fuera de los límites del derecho, 6 es de gran importancia en las diversas tecnologías del poder: el uso de la «criminalidad» como modo de construcción y definición de los conflictos 7 y del sistema punitivo como respuesta a conflictos así construidos. La argumentación desarrollada hasta aquí puede hacer resaltar la posición de ventaja de los grupos en el poder para la defensa de los propios intereses respecto de los grupos subalternos; ya que los primeros, sea que su prerrogativa derive de la propiedad de los medios de producción, sea que derive del monopolio burocrático de la organización productiva y política de la sociedad, tienen un gran libertad y capacidad de coalición estratégica y táctica en la defensa de sus propios intereses, tanto en el plano nacional como internacional. Ellos pueden condicionar con gran movilidad y flexibilidad cambios parciales en el sistema de las normas jurídicas, asegurando la estabilidad del orden social existente; manipular hábilmente el confín entre comportamientos definidos conformes y comportamientos desviados; alternar el uso de medios legales e ¡legales quedando inmunes a las sanciones negativas; condicionar la producción y distribución del saber social. Pero no siempre la tecnología del poder que opera en un espacio despojado de valores reales logra compensar este vacío reproduciendo el consenso perdido, creando sucedáneos técnicos del consenso o reprimiendo con la fuerza física el disenso. Dentro o fuera se forman amplios movimientos de conciencia, de opinión y de protesta; éstos ponen al desnudo los proyectos de dominación, denuncian su gélido horizonte que traspasa el mundo de los valores comprensible a la mayor parte de los individuos y parece cada vez perderse más en la nada. Frente a este horizonte sin vida y sin valores, representado por un saber instru_mental y tecnocrático al servicio del proyecto de dominación, aparece la demanda irreprimible de vida y de dignidad de la cual son portadores las grandes mayorías de los individuos y de los pueblos de todo el mundo. La conciencia que tienen las masas de la injusticia de que son víctimas, la percepción de! orden existente como desorden, ponen en duda la normalidad existente como única posible. Esto significa la proyección en el ser y en el valor, de una perspectiva de normalidad alternativa 8 cuya construc_ción concurre un saber crítico sobre la sociedad, al servicio de la articulación de los derechos de las clases y de los pueblos dominados. 6. Para la distinción entre sistema penal legal y paralelo (extralegal), cfr. ZAFFARONI 1985'BARATTA 1986 a, 7. Sobre esto veáse BARATTA 1984; HESS 1986 8. Cfr. JERVIS 19; en particular, el último capítulo sobre «La anormalidad y su crítica» Así, a pesar de todos los recursos de que puede servirse el poder, el proyecto de liberación tiene una fuerza potencialmente mayor. Es la fuerza de la afirmación frente a aquella de la negación, es la fuerza del ser frente al no ser. Esta fuerza reside en su carácter dialéctico y en su contenido. Se trata de un proyecto de reapropiación social de los medios de producción y del poder de orientar y organizar el proceso productivo en sus finalidades inmediatas y en sus modalidades con la mayor ventaja y el menor costo humano para los productores. En una lúcida página de su obra principal, 9 Sartre pone en evidencia que son las clases dominadas y no las dominantes, las que tienen mayor capacidad de desarrollar una conciencia de clase, una imagen real y colectiva de la propia situación. De ello se desprende una mayor capacidad de coalición y movilización en defensa de los propios intereses. Otra ventaja deriva propiamente de la misma situación de los dominados que les permite percibir como necesidades reales y comunes, como justa y necesaria reivindi_cación lo que ellos esperan, lo que les pertenece y que les es negado a través de la dominación y la represión de que son objeto. Las más refinadas técnicas de manipulación de la conciencia y eliminación de la resistencia del disenso por parte del poder, no siempre alcanzan a compensar esta ventaja de las clases dominadas respecto a la posibilidad de desarrollar y de articular la conciencia de la propia situación. La represión de eso que las masas advierten como sus propias necesidades reales y sus derechos, obliga a los dominados a la resistencia y a la defensa activa que aumenta en la medida en que se convierte en más pesada e insoportable la percepción de la represión como negación de potencialidades positivas, afirmándose así en la conciencia y en el movimiento de las masas la demanda de liberación como negación de lo negativo. Sartre subraya la mayor dificultad de los grupos dominantes para desarrollar una conciencia común de clase. Su capacidad de agregación en el único interés común: defender el poder y el «status quo» social es siempre negativamente compensada por el contraste real de intereses que dividen a los propios dominantes, por el mismo carácter anárquico y contradictorio del ejercicio instrumental del poder. Ello crea desorden en la gestión de las estrategias y de las técnicas de mantenimiento da orden constituido. La capacidad de producción de una conciencia de clase y de coalición aumenta en los grupos dominantes cuando el equilibrio del poder es seriamente amenazado.10 Es una paradoja, pero al mismo tiempo una realidad, el hecho que la situación de mayor debilidad de las clases dominantes, de éxito de las resistencias de los movimientos populares, proporciona una mayor fuerza de conciencia y de acción a los proyectos de dominación. En casos como éste, las clases dominantes tratan de eliminar el desorden en la gestión de su propio proyecto y acentúan el poder de decisión de las agencias nacionales e internacionales al servicio de este proyecto; dotan a éstas de todos los recursos que se pueden obtener, mediante un uso tecnocrático del saber, sofisticadamente desarrollado a través de la adquisición y la organización burocrática de un ejercito de trabajadores intelectuales y el control de la organización centralizada de las informaciones. 9. SARTRE 1957, 510-51 1 10. Ibidem. 510 En esta situación es más frecuente el aumento de las acciones ilegales, en el derecho interno e internacional, en detrimento de las acciones legales; es más ostensible e inescrupuloso el uso de violencia y el terror a través de aparatos estatales y paraestatales por encima de las propias fronteras de los Estados. Ninguna tecnología del poder puede, a pesar de ello, frenar el proyecto de liberación. Su principal fuerza está en su propio contenido. Los intereses que mueven a las mayorías dominadas, a las masas, a los grupos más desheredados y marginados de las metrópolis capitalistas, los campesinos mal nutridos y despreciados de América Latina y del tercer mundo, no son, como los privilegios que los grupos dominantes tratan de defender, intereses particulares, de pocos, irreconciliables con la imagen de una sociedad justa. Las características de las demandas de los sectores subalternos dan a sus clases portadoras una ventaja relevante frente a los grupos dominantes, consistente en la irrenunciabilidad y la elevada capacidad de generalización de dichas demandas. Cuando son identificadas las necesidades reales con aquellas esenciales, es decir: el derecho a la vida, a una alimentación suficiente, a un trabajo digno, a la instrucción y a un futuro para los propios hijos, aquellos a quienes estos derechos les son negados no tienen otra opción real que la lucha para defenderlos. La violencia popular que puede expresarse en esta lucha, puede alcanzar el grado de necesidad que transforma en legítima la defensa contra la agresión, contra la violencia estructural. Esta demanda de las clases subalternas no es otra cosa que el conjunto de los requisitos elementales que integran la imagen de una comunidad humana en la que todo hombre es un valor para otro hombre, y la cualidad de la vida de los sujetos singulares no es menor que el grado de capacidad de producción material y cultural alcanzado en dicha comunidad. Ello corresponde, en su contenido, a necesidades cuya satisfacción es común a todos los miembros de la sociedad en una hipotética condición ideal, en la cual se han eliminado las posiciones de ventaja de los unos y de desventaja de los otros con referencia a las relaciones de propiedad y de poder. Así pues, el contenido del proyecto de liberación del que son portadores las clases dominadas, coincide con el contenido históricamente determinado de las necesidades reales y de los derechos humanos, en la medida en que los intereses defendidos por las clases dominadas pueden ser considerados generales y universales en el modo ya indicado. Esta coincidencia aumenta proporcionalmente según el peso de la explotación y de la represión. Ello significa que en los últimos peldaños de la escala vertical de la sociedad —más generalmente en la base de la pirámide constituida por las relaciones de desigualdad y de dominación- y en la formación social transnacional en la cual se insertan las sociedades centrales y las dependientes en el capitalismo maduro, es donde la lectura del proyecto de liberación y la definición de los derechos humanos históricamente considerados es más simple y más clara. La gran fuerza histórica de dicho proyecto deriva de su orientación hacia un valor final en el cual todo hombre, independientemente de su posición en la pirámide de la desigualdad, puede, si quiere, reconocerse; este valor es el hombre mismo, la dignidad de la existencia humana. Un análisis en profundidad puede demostrar que la historia de la dominación, en la formación social capitalista, más que ser la historia del dominio y de la conservación del dominio de ciertos individuos sobre otros, es la historia de una progresiva aliena_ción de la subjetividad por parte del «sistema» político-social. Es justamente en este punto donde radica la debilidad histórica e ideal del proyecto de dominación respecto de la fuerza histórica ideal del proyecto de liberación, cuyo horizonte es el hombre como fin y como subjetividad. La demanda y las luchas de las que es expresión, pueden ser interpretadas como reafirmación de la subjetividad de los actores, frente a ía tendencia de los sistemas sociales a usurpar el rol del sujeto. Con el aumento del grado de complejidad y de organización de la formación social capitalista, el proyecto del grupo dominante pierde siempre más la prerrogativa de la subjetividad y se proyecta en la línea do desarrollo completamente opuesta a la humanista. Una línea de desarrollo en la cual todos los actores, los individuos en cada uno de los distintos roles por ellos jugados en el interior de la lógica del sistema, se convierten en subsistemas funcionales del propio sistema. La teoría de la autoproducción (autopoiesis) de los sistemas11 no está equivocada, porque describe el último grado del proceso a través del cual la objetivización de la actividad humana se transforma en alienación de la subjetividad. Dicha teoría, en la medida en que siendo la realidad la que está equivocada, invertida de pies a cabeza, la describe sin encargarse de indicar que ello no es el «orden natural» de las cosas sino el desorden, produce una imagen deformada de lo contingente como necesario. O más precisamente: inserta los espacios de contingencia dentro de un proyecto con funciones necesarias para la continua estabilización y reequilibrio de un sistema que se auto reproduce al margen de los actores, en lugar de buscar en los espacios de contingencia las ocasiones para la reapropiación de la subjetividad. Así, la teoría de los sistemas se transforma en un saber tecnocrático al servicio de un proyecto de dominación en el cual los propios grupos dominantes son dominados por la lógica necesaria del sistema: la lógica del capital. También ésta es una manera de realizar la generalización de los intereses de los que son portadores los actores que actúan como miembros de los grupos dominantes: su proyección es la proyección del poder de que disponen estos actores en un universal en el que todos los sujetos, dominantes y dominados, se pueden reconocer. Pero se pueden reconocer tan sólo como sujetos alienados de su propia subjetividad, funcionarios en distintos grados y niveles, «subsistemas» funcionales a la reproduc_ción de un sistema que actúa con una lógica en la cual ninguno de los intereses en juego tiene una función determinante, ninguna de las partes en causa tiene una función de control. El universal en el que se inserta el proyecto de dominación no es un universal humano, es un falso universal para el hombre. En este sentido la historia de la dominación, como demuestran, más que las otras, sus fases más recientes, puede ser reconstruida sólo desde una perspectiva anti-humanística. La proyección en el futuro de la concatenación de los eventos, según una tal perspectiva, es exactamente lo opuesto a cuanto sucedía en la época eufórica y optimista de los pioneros del capitalismo.12 11. Cfr. LUHMANN, 1984, 24 Y SS., 34 Y SS. 12. La gran ilusión del pensamiento anti-humanista contemporáneo, de recuperar el ser,situando ai hombre en un modesto nivel de servicio en su propia «historia», dando fin a ladesviación humanista de la civilización occidental (véase HE1DEGGER 1954, 53-119), se hallafrente y se quiebra ante el no ser, en el cual los sistemas sociales corren el riesgo de fracasar si siguen desarrollándose sin el control de! Hombre. Sabemos que los movimientos de defensa contra la amenaza ecológica, nuclear, biológica, contra el imperialismo y el hambre en el mundo se desarrollan en direcciones antagónicas al poder. Que las pequeñas y las grandes centrales del poder económico y político se mueven con cálculos y lógicas en tos cuales la competencia dentro del grupo dominante, las exigencias de conservación y de expansión de las diversas centrales del poder, la circulación y la acumulación internacional del capital, son más importantes que cualquier proyecto global de defensa de la vida y de la cualidad de la vida en este planeta. No existe una racionalidad del sistema que permita evitar que la autoreproducción se transforme en autodestrucción.13 Las defensas y la racionalidad están confiadas a la intervención positiva de la subjetividad de los espacios de contingencia que queden, de la conciencia y de la acción de los portadores de intereses generales. Son las clases subalternas y los grandes movimientos sociales quienes actúan como generalizadores de las necesidades reales, los sujetos que se hacen cargo de la defensa de la vida y de la cualidad de la vida para todos los hombres. Esta defensa sólo puede ser parte del proyecto de liberación. No es posible dentro de ningún proyecto de dominación. La gran alternativa que la situación histórica ofrece hoy como siempre a los intelectuales, no sólo a los estudiosos de las ciencias sociales, sino a todos aquellos que operan en los diversos dominios de la producción del saber social, es la de ponerse al servicio de uno de los dos príncipes enfrentados, cada uno de los cuales requiere imperiosamente su obra. Uno es el sistema que se auto reproduce sin tener en cuenta a los hombres, pasando sobre sus necesidades reales y sus derechos, destruyéndolos, arriesgándose a destruirse a si mismo. El otro es el verdadero príncipe, cuyas prerrogativas son desde hace siglos usurpadas a través de la dominación de pocos al servicio del falso príncipe. Este verdadero príncipe son las masas que quieren reproducir y desarrollar su propia existencia dignamente, cambiando el sistema; arrancando un poder irracional a sus funcionarios que hoy cada vez pueden controlar en menor medida su lógica de muerte. Son las masas de los expropiados, quienes reconocen y afirman, negando su condición negativa, el contenido histórico de los derechos humanos en nuestra forma_ción social. Un ejercicio de trabajadores de la ciencia, hoy más grande y fuerte que ayer, ha salido de la falsa conciencia y ha reconocido al verdadero príncipe y se ha colocado al servicio de los derechos y las necesidades de los sectores populares. Sólo una pequeña parte de estos intelectuales conocen la vida y el lenguaje de los grupos subalternos porque han nacido y crecido en su seno. Sin embargo han reencontrado en la emancipación de los desposeídos y de los dominados el principio de su propia emancipación, los valores que pueden dar sentido y verdad a su propio trabajo intelectual y más generalmente a la propia existencia como hombres. 13. Esperar que el sistema, frente a la amenaza de una destrucción del ambiente y de las condiciones materiales para la propia reproducción, active a tiempo la defensas necesarias conviríiendo entonces en «racional» el comportamiento de los propios funcionarios, es decir, de los grupos dominantes en el nivel nacional e internacional, es la ilusión peligrosa de los teóricos de ¡a autorreproducción. Cfr. LUHMANN 1984, 407 y ss. El hecho que el sentido y la verdad puedan encontrar su fuente en la propia naturaleza del servicio prestado al verdadero príncipe, da una gran fuerza a este ejército de intelectuales. Éste ya ha conquistado, en las áreas centrales del capitalis_mo, espacios de libertad y de legitimación institucional que habrían sido impensables hace un siglo, y en parte también en las áreas del capitalismo dependiente, donde las tentativas de discriminación y, en algunos países la intimidación y la represión, incluso física, por parte del poder, son comparables a la historia reciente de los países europeos bajo la dictadura fascista. Sólo en muy contadas ocasiones el poder y sus funcionarios han tolerado o directamente promovido un saber cuyos resultados fueran más allá del inmediato horizonte del poder y se proyectaran hacia afuera del actual proyecto de dominación. Pero la producción del saber al servicio y en las condiciones impuestas por el poder, siempre ha ¡do más allá de las intenciones de los dominantes. Frecuentemente, bajo el homenaje formal, tributo a los poderosos y a los destínanos, en el prudente respeto de las materias proscriptas como sujeto y de los límites consentidos al lenguaje maneja_do, la obra de los artistas o científicos desarrollada al servicio del poder ha ido a enriquecer un progreso del sentido y de la verdad que, inmediatamente o en la próxima generación, se ha traducido en importantes conquistas en el camino de la libertad. La historia del saber está llena de estos ejemplos: así como el control sobre el sistema de los funcionarios escapa a los poderosos, así también se le escapa el control sobre las obras del espíritu por ellos encargadas. Si se hace abstracción de listas innumerables de mediocres servidores del poder que pueblan las zonas más grises y quedan finalmente olvidados en la historia de las artes y el saber, la producción intelectual que ha hocho historia siempre ha poseído la virtud de alcanzar fuentes de sentido y de verdad a través de una inserción autónoma en la realidad de su propio tiempo, que el poder no ha logrado jamás disciplinar de un modo efectivo. Esto explica también Porqué el saber legitimador del status quo de la sociedad, el saber tecnocrático directamente utilizable por los grupos dominantes como tecnología del poder, viene producido sobre todo según el canon de la neutralidad de la ciencia que halla en si mismo el propio sentido. Pretensión, como se sabe, imposible o contradictoria, porque atrás de ella se esconde una toma de posición en favor de la conservación de la realidad existente. La heterogénesis del sentido y de la verdad que es característica del trabajo intelectual, prestado bajo las condiciones dictadas por el poder, es también la razón principal por la cual una ciencia crítica de la sociedad está siempre en condiciones de utilizar los resultados de las grandes obras de la ciencia conservadora, mediante un trabajo de crítica y de redefinición que continúa alimentándola. El sectarismo dogmáti_co es en este sentido lo opuesto al estilo de una ciencia crítica. Su capacidad de leer el mensaje del cual es portador el verdadero príncipe, pone a esta última en grado de descodificar el mensaje de la ciencia al servicio del príncipe usurpador, de aprender de ella, de respetar sus resultados más válidos, que son aquellos en los que ella da una representación exacta de los mecanismos que permiten al sistema social existente estabilizarse y reproducirse; de conocer la realidad existente, sin lograr no obstante criticarla. Han sido ya indicados los grandes recursos de sentido y de verdad de que dispone el trabajo intelectual al servicio del proyecto de liberación. La historia de la relación entre intelectuales y clases subalternas muestra también dificultades y riesgos. Para_dójicamente, la dificultad y el riesgo son mayores cuando los intelectuales adoptan en su relación con las clases subalternas el mismo modelo de comportamiento de los «consejeros del príncipe», adoptado por los intelectuales al servicio del poder. La reflexión sobre el carácter inorgánico de la relación de una parte de la izquierda intelectual del 68 europeo con los portadores de las necesidades reales, es de gran importancia para entender mejor, valorando los errores de un pasado reciente, cuál puede ser la forma orgánica de inserción de los intelectuales en el proyecto de liberación. ¿Qué significa ponerse al servicio del «nuevo» príncipe?. Sobre esta cuestión, que él consideraba como una fundamental para el empuje del movimiento obrero, Gramsci ha dado dos indicaciones. En primer lugar, el servicio prestado al nuevo príncipe por los intelectuales orgánicos consistiría en «inyectar» en las masas la conciencia que les haga actuar como clase.14 En segundo lugar, el servicio consiste en producir un conocimiento científico de la realidad y divulgarlo.15 Las dos indicaciones deben diferenciarse para evitar equívocos. Producir y divulgar ciencia, utilizando toda la gama de roles en los que se inserta el trabajo profesional de los intelectuales —dentro de una estructura más general en la que todavía debe superarse la separación entre trabajo intelectual y trabajo material— constituye la mejor indicación para el servicio de los intelectuales en el proyecto de liberación. Aparece, en cambio, como bastante insatisfactorio a mi juicio, representar de un modo análogo el desarrollo de la conciencia de las masas, es decir, de la percepción popular de la realidad, de las necesidades reales y los derechos por los cuales luchar, como la introducción desde el exterior de un producto elaborado por los intelectuales. Generalmente se puede decir que las clases populares tienen una percepción directa de su situación, necesidades y derechos, más precisa de lo que piensan los grupos detentadores del poder y los intelectuales a su servicio, pero también, incluso, más precisa de ¡o que piensan aquellos intelectuales que se consideran al servicio del nuevo príncipe aunque carecen de un conocimiento directo y exacto de sus necesidades reales. Por lo que respecta a la percepción de la realidad y de las necesidades reales, los intelectuales tienen tal vez más que aprender del pueblo de lo que ellos le pueden enseñar. Sólo cuando han alcanzado la capacidad de ver la realidad con los ojos de los oprimidos, de percibir con sus mismos sentimientos las necesidades de que son portadores, los derechos que les vienen negados, los intelectuales se hallan en condiciones de intervenir con su discurso en el proceso de comunicación a través del cual se desarrolla la conciencia de clase.16 14. Cfr. GRAMSCI 1966, 8 15. Ibidem 16. Como sg ve, esta intervención no puede ser una intervención desde el exterior sino tan sólo la participación atenta y modesta en un discurso de los portadores de las necesidades reales en e! cuál únicamente puede producirse una movilización de las masas eh la resistencia y en la lucha por los derecho humanos. El intelectual que quiere participar en esta resistencia y en esta lucha debe someterse a un largo aprendizaje, debe aprender a recorrer en sentido descendiente la entera escala social para reconocer finalmente en el fondo de la misma, entre los más desdicha_dos y marginados, donde se esconde bajo los harapos pero con toda su dignidad, el príncipe usurpado al cual él quiere servir. Este discurso constituye uno de los dos grandes frentes en los cuales se combate hoy en día la batalla por la liberación de la subjetividad contra la objetividad del sistema y contra el proyecto de dominación personificado en sus funcionarios. El otro gran frente es el de la organización y de la producción del conocimiento científico de la realidad y más en general del saber abstracto, incluyéndose en este concepto tanto el conocimiento científico como el simbólico, es decir, la representa_ción artística de la realidad.17 En ambos frentes se desarrolla la batalla por la hegemonía del saber. En el frente de la experiencia directa se trata de la resistencia contra la colonización del mundo «mundo de vida», es decir, del horizonte conceptual en el cual se realiza la percepción de la realidad por parte de la cultura dominante.18 El objetivo es la articulación de un discurso autónomo y libre del poder, entre los portadores de necesidades reales, lo cual significa construcción social de la realidad y de los conflictos, conforme a la experiencia directa 19 e independientemente de las condiciones materiales y del apara_to de conceptos y prejuicios que la cultura dominante impone a la de las clases dominadas. A causa de su posición ambigua en la escala social vertical e incluso de su relativa dependencia en la formación del lenguaje de la cultura dominante, el mundo de vida de los intelectuales se encuentra generalmente no menos, sino más, colonizado que el de las clases populares por el saber funcional al sistema. La característica profesional de su manera de percibir la realidad a través de una mediación conceptual vinculada al saber abstracto y al lenguaje oficial de la ciencia y de las artes, hace más difícil a este grupo liberar la propia experiencia directa de las cosas y producir una percepción de la realidad alternativa a la impuesta por la cultura oficial. En la medida en que el saber abstracto es dependiente del poder y del sistema, la posición ce los intelectuales críticos se hace más problemática a causa del círculo vicioso en el que acaban encontrándose; esto ocurre dado que ellos han de generar uro percepción y un conocimiento de la realidad alternativos a aquellos funcionales alpoder y al sistema, disponiendo de un lenguaje relativamente dependiente de estos últimos. 17. El saber abstracto está constituido en sus diversas expresiones por sistemas de signos que oermiten representar e interpretar la realidad a distintos niveles de abstracción con respecto a su percepción inmediata, es decir, la experiencia directa de los sujetos individuales. 18. La expresión «mundo de vida» es la traducción más aproximada del concepto de «Lebenswelt», introducido en la teoría del conocimiento por E. Husserl y transmitido a través de A. Schut2 y G. Mead en la moderna sociología. Sobre este desarrollo conceptual y para la teoría de !a «colonización» de los mundos de los grupos sociales por parte del «sistema» resultante del Estado y de la economía, cfr. HABERMAS 1981, 182 y ss., 447 y ss. 19. Cfr. BARATTA 1985, en particular 467-469; cfr. también Ídem. 1986 b 209 y ss. La ruptura del círculo vicioso depende, en lo que concierne a la construcción de la realidad y de la conciencia en la experiencia directa, también de la capacidad de los intelectuales para aprender y utilizar el lenguaje y los códigos culturales que emplea el pueblo, de leer e interpretar la realidad a través de los ojos, la imaginación y el sentimiento de las clases populares. Previamente a contribuir a la descolonización del mundo de vida del pueblo, el intelectual debe aprender el lenguaje y la cultura popula_res que le sitúen en condiciones de descolonizar su propio mundo de vida. Antes de inventar una cultura alternativa, en base a materiales prestados de los sistemas de signos existentes en la tradición oficial del saber abstracto, el intelectual no debería ignorar la existencia secular de una cultura paralela, la del pueblo, no menos rica en cuanto a significado y verdad de lo que pueda serlo la cultura oficial. Cada vez más la antropología cultural y la lingüística han denunciado en los últimos tiempos el prejuicio colonialista de la primacía de la cultura oficial en el interior del país, o de aquella de los países centrales o dominantes, como la única cultura, o la cultura por antonomasia, frente a la «incultura» de los grupos sociales o las poblaciones someti_das a la dominación. La ventaja secular de la cultura de las clases dominantes derivada del monopolio de los medios de documentación y organización del saber, no ha sido decisiva; no ha podido impedir el hecho de que hoy nos demos cuenta de que existe una representa_ción popular de la realidad e incluso una tradición de saber abstracto popular, es decir, de la sabiduría y del arte del pueblo con una dignidad y una fuerza de resistencia frente a la dominación que merecen constituir, como ya empieza a suceder, un objeto central de la atención de los intelectuales que quieren estar al servicio del verdadero príncipe. Así, y a título de ejemplo, al lado de la historia oficial del derecho penal y de la «criminalidad», existe una historia de la imagen popular de la justicia de los patrones, de la resistencia y de los ilegalizmos populares en la percepción de los actores y de las clases a que pertenecían.20 Ésta constituye una fuente de riqueza todavía no del todo explorada, de la que se vale y puede seguir valiéndose la criminología crítica. Las últimas consideraciones nos conducen al discurso concerniente a la posición de los intelectuales críticos en el segundo frente de su lucha: el del conocimiento científico y más en general del saber abstracto. Aprender a hablar el lenguaje de las clases populares tiene, además de la ya expuesta, también una importancia fundamen_tal en la organización y producción de un saber abstracto al servicio del proyecto de liberación, lo cual puede ser demostrado con las siguientes consideraciones que se refieren a las ciencias sociales y con la advertencia de que similares consideraciones podrían hacerse en todo el ámbito del saber abstracto en cuanto concierne tanto a su producción como a su divulgación. 20. Véase, p.e., BLASIUS 1978; THOMPSON 1977 En primer lugar, negando el mito de la neutralidad de la ciencia, el científico social crítico adopta, respecto a la producción del saber, el punto de vista de los intereses de las clases subalternas.21 Naturalmente, la adopción de este punto de vista no tiene nada que ver con una menor objetividad o rigor respecto de los métodos de investigación empírica y la argumentación teórica. La adopción de este punto de vista proporciona al intelectual el propio interés congnoscitivo del cual depende la elección de las cosas a investigar, es decir, de las relaciones funcionales que el discurso científico lleva de un estado latente a la transparencia. Este interés determina también la elección de los métodos y de los procedimientos adecuados, y así, indirectamente, la construcción de categorías conceptuales correspondientes.22 Esto implica un concepto de verdad corno proceso. Si es cierto que la ciencia social crítica es la que se inserta en el proyecto de liberación, su grado de verdad será tanto más alto cuanto las necesidades reales a las cuales sirven las operaciones prácticas que la ciencia hace posible, sean generalizables respecto del universal histórico concreto hacia el cual dirige el proyecto de liberación. En segundo lugar, aprender el lenguaje del pueblo e insertarse en el proceso de comunicación entre los portadores de necesidades reales significa también, como se ha visto, salir de los límites de la tradición del saber abstracto oficial y penetrar en la tradición de una cultura paralela que encuentra su propia raíz en la percepción de la realidad propia de las clases populares, en las resistencias y las luchas, pero también en las fiestas de la vida y del amor en los que se expresa la gran imaginación y sabiduría de los pueblos. Es en esta tradición en la que el estudioso halla una fuente inagotable para alimentar su propia contribución a la construcción del saber abstracto, para participar, no sólo y no tanto, en su papel específico de siempre, sino y sobre todo como el hombre nuevo de hoy, en la historia de la liberación. Managua Septiembre, 1985 21. BARATTA, 1986 b 22. HABERMAS 1975. 393 y ss. BIBLIOGRAFÍA Baratta, A. 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