Miguel Otero Silva y la lucha revolucionaria de su vida Calificado como capitán de la aventura estudiantil de la generación del 28, que estuvo conformada por centenares de estudiantes universitarios que se enfrentaron a la dictadura de Juan Vicente Gómez, Miguel Otero Silva se desenvolvió en varios roles en los que siempre estuvo la política. Escritor de novelas como Fiebre, Casas Muertas y la Muerte de Honorio, además de poemarios como La mar que es morir y Poesía hasta 1966, Otero Silva, quien este miércoles 26 de octubre cumpliría 103 años, se inició muy joven como periodista en la redacción de la revista humorística Caricaturas, más tarde fundó El Morrocoy Azul y el semanario político Aquí Está, y posteriormente El Nacional. Por su férrea lucha contra la dictadura gomecista tuvo que exiliarse desde 1930 hasta 1936 y en su destierro pasó por Trinidad, Curazao, España, Francia y Bélgica, sin perder la perspectiva de su país. En Francia milita en el Partido Comunista de ese país y desde allí critica, por su contenido conservador, el Plan de Barranquilla, firmado por los exiliados criollos en esta ciudad colombiana, entre ellos Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Pedro Juliac, Pedro José Rodríguez Berroeta, Ricardo Montilla y Mario Plaza Ponte. “Objetivamente el programa es pobrísimo”, expresó Otero Silva en una carta que envió a Betancourt, y argumentó que sólo se hablaba de “revisión” de los contratos de la nación con el capitalismo y de la “nacionalización” de las caídas de agua, sin mayores implicaciones. Además, agregó: “No se alude a la expropiación de los terratenientes ni al derecho a las huelgas. En general, el proletariado no aparece por ninguna parte”. Al caer la dictadura regresa al país, pero poco después es expulsado por el entonces presidente Eleazar López Contreras, quien fuera ministro de Guerra de Gómez, incómodo por sus versos en el diario Ahora. En su nuevo exilio fue a México y de allí partió a Estados Unidos, Cuba y Colombia. Regresa en 1941 para fundar dos años más tarde el diario El Nacional, con el que se consagrará en el periodismo, y en 1945 fue invitado por los gobiernos de Inglaterra y Francia a visitar esos países en reconocimiento a su labor desarrollada durante la guerra contra el nazismo. “Jamás podrá apartarse de una fatigosa militancia de carácter popular y democrático, ya sea en el verso, en la novela o el ensayo, en el panfleto o en el suelto periodístico”, apuntó el prologuista José Ramón Medina en la edición de Casas Muertas, de Biblioteca Ayacucho. Este ensayista, crítico y poeta dijo que en Miguel Otero Silva la lucha política fue un denominador común tanto de su creación literaria como de su ejercicio en el campo de la prensa nacional. En este sentido destaca un artículo de su autoría, publicado en enero de 1948 y denominado Los Conservadores colombianos y las informaciones de El Nacional, en el que sale al paso a denuncias en contra del diario sobre la cobertura de sucesos en Santander del Norte, Colombia, donde fueron saqueadas y asesinadas familias enteras. “La ira de los conservadores colombianos ante nuestras informaciones es lógicamente explicable. Frente a la barbarie desatada en campos santandereanos por bandas de provocadores reaccionarios, la oligarquía colombiana trazándose como plan levantar un muro de silencio que impidiera conocer al mundo exterior tan bochornosa situación”, expresó. Además, ante señalamientos como “desacreditar a la nación colombiana”, Otero Silva reacciona: “Desacreditan a la nación colombiana quienes proceden contra los intereses de su pueblo y propician o encubren actos de barbarie como los que asolaron recientemente a muchas poblaciones humildes de Santander del Norte”. Con Rómulo Betancourt en el poder recibe presiones por sus posiciones políticas y se aleja de la redacción del periódico, y desahoga su pasión política como candidato al Senado por el partido Unión Republicana Democrática y es electo con gran apoyo popular en 1960. Como senador promueve la creación del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (Inciba, 1960) y en 1961, de regreso a la narrativa, publica Oficina Número 1, novela que relata el acontecer petrolero que se desarrolla en El Tigre, estado Anzoátegui, luego vendrán Fiebre, inspirada en la lucha contra el régimen de Gómez, y La muerte de Honorio (1963) que sirvió como denuncia a las torturas por parte de la policía política de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. El autor, en mayo de 1980, recibe el Premio Lenin de la Unión Soviética y en 1984 aparece su último libro, La Piedra que era Cristo. Días antes de morir. Antes de morir tenía en mente escribir una novela sobre el espíritu aborigen de América, especialmente del pueblo maya. Su intención se fue con él aquel 28 de agosto de 1985, pero queda una obra literaria de una decena de títulos, entrevistas memorables a presidentes venezolanos como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera. También quedaron conversaciones con el pensador universal André Malraux o con Eduardo Chibás, quien fue candidato presidencial del Partido Revolucionario Ortodoxo en Cuba, así como sus reportajes, entre los que destaca el que hizo sobre uno de los líderes colombianos más notables de la historia de ese país y que tituló con la irónica frase: La chusma de Jorge Eliécer Gaitán, publicado tras el asesinato de este político. Allí toma partido en defensa de quien fuera el líder de un revolución democrática y dice: “Ya el pueblo colombiano dijo su palabra (...) Ella significa que no está dispuesto a seguir presenciando impávido la farándula afrentosa. Y que, con Gaitán como jefe ayer, con Gaitán como bandera hoy, está decidido a alcanzar su destino”. Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)