límites y horizontes en un diccionario histórico

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Límites y horizontes
en un diccionario histórico
José Antonio Pascual Rodríguez
Rafael García Pérez
Límites y horizontes
en un diccionario histórico
Salamanca, 2007
Colección: Lengua y Literatura, n.° 22
© José Antonio Pascual Rodríguez
© Rafael García Pérez
© De esta edición Diputación de Salamanca
Ediciones de la Diputación de Salamanca
Departamento de Cultura (Publicaciones)
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37002 Salamanca (España)
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El manzano de San Juan de la Cruz
obra en bronce de Venancio Blanco
Nuria Cambronero
A.F. diseño gráfico
Diseño y maquetación: Difusión y Publicaciones
Dpto. de Cultura
Diputación de Salamanca
I.S.B.N.: 978-84-7797-276-1
Depósito Legal: S. 213-2007
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37008 Salamanca
Teléf. 923 19 02 63
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente, almacenada o
transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea mecánico, eléctrico, químico, óptico,
de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
presentación
Isabel Jiménez García
PRESIDENTA DE LA DIPUTACIÓN DE SALAMANCA
Supone un verdadero honor para la Diputación de Salamanca asumir entre
sus colecciones la publicación de este trabajo de José Antonio Pascual Rodríguez y Rafael García Pérez: Límites y horizontes en un diccionario histórico,
por el amor que demuestra a las palabras de nuestra lengua y a la manera
de estudiarlas en su devenir histórico.
Estamos ante una especialísima obra filológica, cuyo contenido estamos seguros de que alegrará a los lectores dedicados a la lexicografía pero
también creemos que despertará un gran entusiasmo en los lectores, en
general, por cuanto supone de atención a la memoria de las palabras. Se
refleja en este trabajo el interés de dos cuidadosos investigadores por levantar uno de los pilares filológicos más importantes para el estudio histórico
de nuestra lengua. Tan ingente labor, continuadora de la de otros sabios,
busca aprovechar las nuevas tecnologías para afrontar esta empresa, a la
vez que se preocupa por la posibilidad de su divulgación en un espectro
amplísimo de la sociedad en que vivimos.
El hecho de acercarnos al núcleo mismo de las palabras a que nos
induce este trabajo nos hace a sus lectores cómplices de él y de una lengua
tan hermosa y de una historia tan rica, como es nuestra lengua española.
De ahí que no sea casualidad el motivo que imprime la puerta de este libro: El manzano de san Juan de la Cruz, obra en bronce del insigne escultor
salmantino Venancio Blanco. Las recias y descarnadas ramas de este árbol
tratan de representar la férrea estructura que sustenta el cuerpo vivo de un
diccionario histórico.
Por ello la Diputación de Salamanca se siente orgullosa de publicar hoy
en sus ediciones estas páginas con que el profesor y académico salmantino José Antonio Pascual, a quien agradezco especialmente su delicadeza
para con su tierra, y el profesor Rafael García Pérez, salmantino también,
han contribuido a dar un paso adelante en la preparación del Diccionario
Histórico de Lengua Española en el que trabaja denodadamente la Real
Academia. Y nos conmueve que Salamanca muestre con la publicación de
este libro su interés por esta empresa.
A Gaston Gross
PRÓLOGO
Este libro pretende ofrecer algunas respuestas a todas aquellas personas
que, de un tiempo a esta parte, nos han instado a que expongamos cómo
se piensa llevar a cabo el Nuevo diccionario histórico de la lengua española,
tarea en la que, con distintas funciones, pero con un mismo entusiasmo,
estamos empeñados los autores de este libro. Aunque hemos dado cuenta
de algunos de nuestros pasos en distintos foros, especialmente congresos,
seminarios y otras reuniones académicas, el hecho es que los textos allí
expuestos no resultan fácilmente accesibles al investigador interesado. Al
difundirlos ahora, buscamos promover el diálogo científico, continuando
el que hasta la fecha hemos establecido con nuestros colaboradores más
inmediatos. Estos han hecho tambalear, en algunos casos, nuestras seguridades; en otros, han reforzado las ideas de que partíamos, y, lo que es más
importante, han afrontado el riesgo de plantearse ellos también una serie
de problemas y, muchas veces, dar con soluciones capaces de ampliar este
acercamiento a la manera de confeccionar el diccionario histórico del siglo
XXI. Tratamos ahora de dar un paso más en este diálogo científico para
que participen en él aquellos lingüistas, filólogos y lexicógrafos que sientan
algún interés por el proceso de elaboración de nuestro diccionario: no solo
para contar con sus necesarias correcciones, sino también para aceptar sus
sugerencias en una tarea abierta que no podría llevarse a buen puerto sin
el intercambio de ideas entre especialistas de distintas áreas.
Lo que presentamos es un trabajo de investigación aplicada que trata
de aunar la teoría lingüística con el pragmatismo. Como se podrá deducir de las páginas que siguen, hemos hecho un esfuerzo por contar en el
trabajo lexicográfico con las posibilidades que nos brinda la Lingüística y
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José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
la Filología, amparándonos, además, en las ventajas que nos proporciona
la Informática. Hemos tratado con ello de llegar a una mejor comprensión
de la historia del léxico de nuestra lengua evitando el estudio aislado de las
unidades léxicas, con la intención, en cambio, de explicarlas dentro de la
red de relaciones en que estas se hallan.
Este planteamiento lexicológico no es una novedad en el ámbito de
la lexicografía histórica del español. El propio Diccionario histórico de la
Academia (DH en adelante) anuncia claramente en su prólogo que no puede establecerse con rigor el significado de las unidades léxicas sin tomar
en consideración las conexiones que establecen con otras unidades de la
lengua. Su director, D. Rafael Lapesa (1992: 65-78), supo dar pruebas de
ello, al comparar la evolución de alma y ánima mostrando que las relaciones
existentes entre las palabras resultan imprescindibles para comprender su
evolución: se trata de dos vocablos de significado muy parecido, pero de
formación y origen distintos que, en tanto que dobletes, entran en competencia en el uso lingüístico en un momento determinado de nuestra
historia; como consecuencia de las condiciones de la realidad y de las vías
de entrada particulares que sigue el cultismo, la palabra patrimonial cede
terreno en contextos específicos, principalmente en el ámbito religioso,
donde su competidor termina especializándose (por ejemplo ánima en pena,
ánima bendita, etc.). Como se verá, muchas de nuestras propuestas siguen
este camino, pues tratan de buscar esas relaciones capaces de explicar la
distribución de los vocablos, tanto en el pasado como en la actualidad.
Las páginas que siguen contienen una serie de trabajos que, sin ser
exhaustivos, sirven de orientación sobre algunas de las ideas de que partimos para la elaboración de un diccionario histórico concebido como obra
relacional. En ciertos casos, incluso, comparten líneas temáticas genéricas,
que nos han permitido agruparlos en una introducción y dos secciones, tituladas Más allá de las palabras aisladas y Semántica y diccionario histórico.
El capítulo 1, que sirve de introducción contiene un artículo publicado en las Actas del XXIV Congreso Internacional de la Asociación Española
de Lingüística Aplicada, celebrado en Madrid entre el 30 de marzo y el 1
de abril de 2006, en el que, caminando sobre ascuas, dado el tiempo de
Pascual Rodríguez, José Antonio y García Pérez, Rafael: “Un nuevo Diccionario histórico de la lengua española” (en prensa: Actas del XXIV Congreso Internacional
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Límites y horizontes en un diccionario histórico
que disponíamos, hacíamos una presentación muy general del proyecto
del Nuevo diccionario histórico de la lengua española (en adelante NDHE) en
el momento mismo de su puesta en marcha.
La primera sección pretende mostrar dos de las muchas relaciones que
pueden darse entre las palabras en un diccionario histórico. Está formada
por tres capítulos procedentes de tres artículos. El capítulo 2, titulado
Las relaciones genéticas, es producto de la colaboración entre ambos, y se
presentó como comunicación en el I Congreso Internacional de Lexicografía
Hispánica celebrado en La Coruña del 14 al 18 de septiembre de 2004. Los
dos siguientes fueron publicados por Rafael García Pérez como artículos
independientes, aunque complementarios, acerca de las combinaciones
de palabras (particularmente algunas clases de sustantivos predicativos y
verbos de apoyo) y su importancia para un diccionario histórico. El capítulo 3, titulado ¿Desde cuándo se cometen delitos?, apareció en el volumen
en memoria del profesor D. Fernando Lázaro Carreter publicado por la
Universidad de Salamanca. En cuanto al capítulo 4, fue recogido en el
número 1 de la Revista Iberoamericana de Lingüística.
La segunda sección, la más larga, contiene trabajos que, de un modo
u otro, tienen que ver con la semántica en sentido estricto (sobre todo el
establecimiento y organización de acepciones en un diccionario histórico)
o con aspectos imprescindibles para estudiar el significado en la historia
del léxico: el tratamiento de los materiales de un corpus y la selección de
los ejemplos. El capítulo 5, que se presenta como La organización de las
de la Asociación Española de Lingüística Aplicada, Madrid: Sede Central de la Universidad
Nacional de Educación a Distancia).
Pascual Rodríguez, José Antonio y García Pérez, Rafael (2007): “Las relaciones entre las palabras en un diccionario histórico: la relación genética”, en Mar Campos
Souto, Rosalía Cotelo García, José Ignacio Pérez Pascual (eds.): Historia del léxico español.
Anejos de la Revista de Lexicografía, 4. A Coruña: Universidade da Coruña, 101-117.
García Pérez, Rafael (2005): “¿Desde cuándo se cometen delitos? Relaciones entre
léxico y sintaxis en la evolución histórica de la lengua del Derecho penal”, en Luis Santos Río,
Julio Borrego Nieto, Juan Felipe García Santos, José J. Gómez Asencio, Emilio Prieto de los
Mozos (eds.): Palabras, norma, discurso. En memoria de Fernando Lázaro Carreter, Salamanca:
Universidad de Salamanca, 509-519.
García Pérez, Rafael (2006): “¿Desde cuándo se impone una pena por un delito?”
Revista Iberoamericana de Lingüística, 1, Valladolid, Universitas Castellae, 137-150.
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José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
acepciones fue publicado por Rafael García Pérez en el número 10 de la
Revista de Lexicografía. El capítulo 6, El establecimiento de las acepciones, es
de nuevo un producto de nuestra colaboración, y aparecerá como artículo
en las Actas del II Congreso Internacional de Lexicografía Hispánica celebrado en
Alicante del 19 al 23 de septiembre de 2006. El capítulo 7, referido al
concepto de “acepción troncal”, escrito por Rafael García Pérez, ha sido
aceptado para su publicación en la revista Verba. El capítulo 8, resultado
de nuestra colaboración habitual, apareció en el volumen homenaje a Paz
Battaner de la Universidad de Barcelona. El capítulo 9 fue presentado
por Rafael García Pérez en el seminario Diccionario histórico II: nuevas perspectivas lingüísticas celebrado los días 26 y 27 de octubre de 2006 en la
Universidad Carlos III de Madrid.
Apenas hemos realizado correcciones en los artículos seleccionados, salvo las que resultaban obligadas para evitar las repeticiones que
nos vimos obligados a hacer en su momento, ya que presentamos como
trabajos independientes lo que en realidad buscaban ser partes interrelacionadas de una misma obra. Aunque a veces, sobre todo en la
parte introductoria de algunos de los capítulos, no nos hemos atrevido
a prescindir totalmente de ciertas reiteraciones.
Pero pasemos ya al libro, del que nos queda, más que el cansancio
por las dificultades inherentes a cualquier esfuerzo de esta clase, el placer
del conocimiento por tantas y tantas sorpresas que su realización nos ha
García Pérez, Rafael (2004): “La ordenación de las acepciones en un diccionario
histórico”, Revista de Lexicografía, X, A Coruña: Universidade da Coruña, 103-131.
García Pérez, Rafael y Pascual Rodríguez, José Antonio, “Aproximación a una
teoría de la acepción” (en prensa: Actas del II Congreso Internacional de Lexicografía Hispánica,
Alicante: Universidad de Alicante).
García Pérez, Rafael, “La organización de los materiales de un corpus y el establecimiento de las acepciones troncales en un diccionario histórico” (en prensa: Revista Verba.
Anuario galego de Filoloxía)
Pascual Rodríguez, José Antonio y García Pérez, Rafael (2006): “La organización
de los materiales en un diccionario histórico: las formas de interés filológico”, en Elisenda
Bernal, Janet de Cesaris (eds.), Palabra sobre palabra. Estudios ofrecidos a Paz Battaner, Barcelona, Institut Universitari de Lingüística Aplicada, Universitat Pompeu Fabra, 189-200.
García Pérez, Rafael, “Hacia una teoría de la organización del artículo lexicográfico:
el caso de los ejemplos en un diccionario histórico”, (en prensa: Actas del Seminario Diccionario
histórico II: nuevas perspectivas lingüísticas, Madrid: Universidad Carlos III de Madrid).
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Límites y horizontes en un diccionario histórico
deparado. Y junto a ese gran placer, un infinito agradecimiento a tantos
colegas interesados por este NDHE cuya andadura apenas acaba de empezar, que se muestran dispuestos a colaborar en él. De un modo particular
a quienes trabajan directamente con nosotros en su concepción y al Ministerio de Educación y Ciencia que ha amparado esta difícil y comprometida
tarea que supone construir una obra de este tipo. También a la Fundación
San Millán, al Instituto Castellano y Leonés de la Lengua. Finalmente, a la
Real Academia Española —a su director de una manera particular— por
el decidido apoyo que está prestando a esta obra.
Estas páginas, que pretenden servir de punto de encuentro para tantos
como estamos interesados por ese nuevo diccionario histórico, han visto
la luz gracias a la Diputación salmantina, tan atenta a la difusión de los
resultados del trabajo científico, y de un modo particular a su presidenta
D.ña Isabel Jiménez y al diputado de Cultura don Manuel Martín Martín,
que con tanto afecto han acogido este trabajo.
Hemos querido dedicar este libro a nuestro maestro y amigo Gaston
Gross, porque, como nos ha ocurrido con ciertos textos decisivos en
nuestra trayectoria científica, ha sabido estar a nuestro lado cuando más
lo necesitábamos.
15
Introducción
1
ALGUNAS IDEAS
SOBRE EL NUEVO DICCIONARIO HISTÓRICO
DE LA LENGUA ESPAÑOLA
1. ¿Un nuevo diccionario histórico?
Cuando llega a los oídos de un filólogo que la Real Academia Española
proyecta realizar un nuevo diccionario histórico, resulta comprensible que
aquel se pregunte, no sin cierta preocupación, si no será una decisión muy
arriesgada no partir para ese trabajo del diccionario histórico en que hasta
hace poco tiempo estaba ocupada la Academia. Legítima preocupación
cuando cabe la posibilidad de que el diccionario pueda no llegar a cogüelmo y estancarse una vez más en el estudio de los lemas que comienzan por
las primeras letras del alfabeto. Difícilmente entenderá ese filólogo que,
habiendo llegado el inconcluso Diccionario histórico de la Real Academia
Española (comenzado en 1947, pero publicado de 1960-1996) a definir las
palabras que están entre a y apasanca, y entre b y bajoca, nos arriesguemos
ahora a emprender una aventura, azarosa y complicada, sin importarnos
dejar de lado tantos caminos abiertos en un trabajo caracterizado por su
gran calidad. Precisamente en aquella aventura académica, Joan Corominas, a finales de 1947, le mostró su preocupación a don Ramón Menéndez
Pidal, por motivos como estos:
Me enteré con verdadera pena de que se proponen volver a
empezar el diccionario histórico por la letra A. Si lo mejor es enemigo
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José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
de lo bueno, también puede ocurrir que lo bueno sea enemigo de lo
mediano, y es lo que sucederá en este caso. Defectuosa como era, la
obra prestaba grandes servicios al entendido. Lo mismo hubiera costado
continuarla mejorada empezando por CI- y aplazar la nueva publicación
de los dos primeros tomos hasta que la obra ya estuviera completa hasta
la Z. (Corominas, J. y R. Menéndez Pidal, 2006: 168).
Si en la presente ocasión volvemos a empezar de cero, no es, sin embargo, porque queramos hacer nuestro el lema de que lo bueno es enemigo
de lo mediano, pues el nuevo diccionario que ahora se proyecta no trata de
superar al anterior en calidad —aunque no pretenda tampoco renunciar a
ella—, sino que orienta las tareas de otra manera, desarrollando el trabajo
por partes. En la primera vuelta que demos a esta inmensa parva lexicográfica que es el diccionario histórico no nos ocuparemos de la deseable
perfección de las definiciones, de las distinciones excesivamente sutiles de
sus acepciones, de la exhaustividad de los lemas, ni de resolver los problemas filológicos, que quedarán provisionalmente pendientes de solución
hasta el último momento. Para llegar a ese estadio final que consiste en
complacerse en contemplar un hermoso pez extendido en la era, limpio de
granzas, habrá sido necesario llevar hasta allí los haces, trillarlos, aventar
y cribar bien los granos… Esas diferentes tareas que nos han de ocupar, si
queremos llevar el trigo al granero, exigen que contemos con especialistas
capaces de afrontar los problemas que se vayan presentando, pertrechados
del instrumental que nos proporcionan las diferentes disciplinas lingüísticas. Mientras tanto, en una tarea que ha de llevar su tiempo y su esfuerzo,
los filólogos, sus mayores beneficiarios, podrán quizás irnos ayudando a
resolver los distintos problemas que vayamos dejando sin resolver.
Que el diccionario que planeamos sea distinto del anterior no significa
que no se trate de un trabajo sumamente conservador. Este tipo de proyecto
lo habrían hecho suyo en la actualidad quienes en los años cuarenta comenzaron la confección del Diccionario histórico de la lengua española, pues sería
impensable que si don Julio Casares o un discípulo de don Ramón Menéndez Pidal hubieran de encargarse en este momento de su elaboración,
dejaran de lado la existencia de la Informática y olvidaran, a la vez, el gran
desarrollo experimentado por la Lingüística en la segunda mitad del siglo
XX. Posiblemente hubieran afrontado este reto de la misma forma nuestra,
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Límites y horizontes en un diccionario histórico
y hasta habrían evitado, como también lo haremos nosotros, situarse en
este trabajo de investigación aplicada en la vanguardia metodológica.
Si las posibilidades actuales no son las mismas que las de hace medio
siglo, tampoco los objetivos que se pueden alcanzar en la actualidad son
los que la Academia quiso —y pudo— considerar básicos en el pasado.
Los diccionarios históricos nacidos en el siglo XIX, de los que el DH era
deudor, dirigían el punto de mira a dar con las razones del mejor uso, pero
lo orientaban después para que sirviera de apoyo a la Filología comparada
—cuyo ámbito privilegiado de estudio era la literatura medieval— con la
intención de entender cómo chaque mot, aussi novateur, aussi ésotérique soit-il
dans son nouvel emploi, porte en lui [d’]une temporalité presque archéologique, le
palimpseste de chaque emploi précédent (G. Steiner 1997: 150), fundamental
para la comprensión de la lengua literaria.
Nuestros objetivos no disienten ciertamente de los anteriores, aunque
en un cierto sentido se planteen con mayor modestia, pues no pretendemos
suplantar a los filólogos solucionándoles todos sus problemas, sino que nos
hemos de conformar con proporcionarles la información necesaria sobre la
historia de las palabras que les ayude a resolverlos, en un tipo de trabajo
que encuentra su asidero fundamental en la comparación de datos. Hasta
hace muy poco, se han visto obligados a recurrir al Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana ––o a su continuador, el Diccionario crítico
etimológico castellano e hispánico (en adelante DECH)—; lo cual, hemos
de decirlo, mejoraba notablemente las condiciones de la investigación que
había tenido en su trabajo, por ejemplo, don Antonio Sánchez Moguel,
quien, para estudiar los usos léxicos de Teresa de Jesús, hubo de tomar
como punto de comparación el diccionario académico, confeccionado tres
siglos después de la muerte de la santa. Aparte de este objetivo de servir
para entender el pasado de nuestra lengua, pretendemos que nuestro diccionario permita encontrar las razones de índole histórica de determinados hechos actuales: muchos de ellos, por ir a contrapelo de la lógica, los
toman los hablantes como una consecuencia de un inexplicable desorden,
cuando son en realidad el resultado de la evolución experimentada por
una lengua en distintos momentos y situaciones históricas. Por ello se ha
señalado, con razón, que el diccionario histórico puede resultar un apoyo
inestimable para la confección de diccionarios actuales de uso (M. Seco
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José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
1988). Igual que ha de servir para la enseñanza o para que los hablantes
cultos encuentren en él la seguridad en la elección de determinadas palabras, pues se trata quizá del recurso más importante para todo aquello que
se relaciona con los hechos de norma.
Para lo uno y lo otro, hemos encontrado recientemente los lexicógrafos
y filólogos una ayuda considerable en el recurso a los textos “colgados” en
la red en soporte magnético, y en el CORDE de un modo particular, pues,
con independencia de que estos corpus puedan mejorar en distintos aspectos, amplían notablemente los datos (y consiguientemente las soluciones
a distintos problemas que presentan) contenidos en el DECH, aunque esta
obra tenga algunas ventajas que no es necesario ponderar aquí. No constituyen estos corpus, sin embargo, la mejor herramienta concebida para el
trabajo filológico, pues obligan a invertir algún tiempo precioso en ciertas
tareas lexicográficas o cuasi-lexicográficas, no relacionadas directamente
con la investigación. Por ello, de estos corpus a ese diccionario histórico
que colocamos en el horizonte de lo deseable hay algunas diferencias importantes, que, sin embargo, no tratan de suplir el trabajo que han de desarrollar los filólogos. Este servirá simplemente para facilitárselo, mientras
nosotros nos vayamos ayudando, a la vez, del que ellos realicen. Ni unos ni
otros buscamos la perfección de la obra de arte, sino que actuamos como
científicos que tratan de establecer hipótesis. Tendremos buen cuidado en
no presentar las nuestras —referentes al caso concreto de una determinada
voz o a hechos más generales— como un retrato exacto y definitivo de la
realidad, sino como una presentación adecuada de los datos léxicos. Como
tales, podrán después los filólogos, no sólo utilizarlos y probarlos en sus
investigaciones, sino también mejorarlos y cambiarlos.
Un proyecto como este, pensado con esa deseada “imperfección” a
que acabamos de referirnos, tiene no obstante tal envergadura y supone
contar con tanto tiempo para su realización, que exige prever su desarrollo
en distintas etapas, para que vaya viendo la luz cuanto antes; pero su parcelación procede además de la necesidad de allegar los medios económicos
necesarios, en un proyecto de Humanidades en que, por grande que sea la
generosidad de los organismos públicos que lo financian y de los privados
que puedan colaborar en esa financiación, resultaría imposible contratar —y
formar— a las personas que pudieran desarrollar una tarea tan importante
22
Límites y horizontes en un diccionario histórico
como esta en una decena de años. No son, por tanto, pocos ni banales
los motivos por los que, debiendo aspirar a disponer de un diccionario
histórico de cuya calidad nos sintamos satisfechos, nos veamos obligados
a hacerlo por partes perfectibles, cuya unión entre ellas y su progresiva
mejora den lugar un día a la obra deseable.
2. La primera etapa en la confección del NDHE
2.1.La preparación de un fichero en soporte magnético
La primera etapa debería llevarnos a disponer de un fichero lematizado llevado a cabo en un espacio razonable de tiempo. Disponer de tal
fichero no resulta para un filólogo un apoyo comparable al que le daría un
diccionario histórico, pero, como acabamos de señalar, ese fichero mejoraría considerablemente la situación actual, ya que, al menos, ha de permitirnos contrastar los usos de una palabra que aparezca en un texto con los
que hayamos recogido de ella: al fin y al cabo los diccionarios históricos
tradicionales son, en una cierta medida, ficheros cuyos datos están escrupulosamente organizados. Esperamos poder mostrar a los investigadores esta
organización léxica, previa a la que supone la redacción del diccionario,
dentro de no mucho tiempo. Tal información del corpus ha de proceder
de una selección coherente de textos: tanto en su distribución por épocas,
como en la repartición ponderada de ellos entre los distintos géneros y
tipos textuales; por otro lado, los criterios filológicos en que nos basamos
para su presentación no pueden ser fruto del azar, sino consecuencia
de la aplicación de determinados principios bien establecidos en la teoría de
corpus.
Pretendemos, de esta forma, levantar en su momento el edificio del
diccionario sobre unos textos que resulten representativos por su cantidad
y calidad, además de manejables, y organizados informáticamente. Con
esto último se ha de facilitar no sólo el trabajo de ordenación del “fichero”
al que nos hemos referido, sino, sobre todo, la posibilidad de relacionar
los términos desde diferentes perspectivas. Y todo ello para dar cuenta al
final de la obra no sólo de la evolución que el léxico ha experimentado
en la oficina de los escritores, sino también en la fábrica de las creaciones
23
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
neológicas del llamado lenguaje científico o técnico y, cuando sea posible,
en el uso coloquial.
Que partamos para la realización de un diccionario histórico de un fichero
como el que proponemos no significa que pretendamos hacer un diccionario
de corpus. Planeamos allegar otros muchos materiales léxicos y lexicográficos, que no es el momento de detallar. Como no lo es tampoco el de
adentrarnos por las distintas tareas que se han de afrontar de una manera
inmediata, empezando por la lematización de las palabras, la organización
de los ejemplos de los lemas en distintos apartados, de modo que empiecen
a prefigurar las futuras acepciones. Lo que importa es que, con este fichero
y el material complementario a que nos hemos referido podemos cumplir
parte de los objetivos que se han atribuido a los diccionarios históricos
tradicionales, surgidos a mediados del siglo XIX y, de un modo concreto,
los del DH (M. Seco 2004: 98), hasta que en etapas posteriores adquiera
esta obra la condición de ser un auténtico diccionario histórico.
2.2.El prediccionario, entre la Lexicografía y la Filología
Antes de llegar al diccionario nos proponemos contar —es el fin de la
primera etapa— con lo que vamos a llamar un “prediccionario”. Tras un
cálculo basado en el fichero de la Academia y en los materiales del CORDE,
partimos de la posibilidad de utilizar entre 125.000 ó 150.000 lemas. Lo
prudente, atendiendo al personal con que contamos y al tiempo de que
disponemos, es comenzar centrando nuestra tarea en unos 50.000 lemas,
es decir un poco menos de la mitad, en los que aparecerá incluso un número amplio de palabras que contengan una sola acepción. Esta cantidad
permitirá vertebrar el diccionario sobre las palabras que han tenido una
mayor fuerza, tanto por el más profundo desarrollo de sus significados
como por su más decidida navegación a lo largo del río —proceloso— de la
historia. Quedarían fuera en principio los hápax, las formas problemáticas
de un escritor o una escuela, etc.
Casos como altecido definido en el DH como “alto o destacado.
Ú. t. en sent. fig.”, avalado por dos ejemplos, en verso, de un escritor
de mediados del XIX (“diadema […] / sobre todas las otras altecida”);
o altercanza, ‘altercado’, con un ejemplo en verso también de Lope de
24
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Rueda; o un par de fósiles como alticame o alueya, cuyo significado no
se logra establecer, sería difícil que aparecieran en esta primera etapa,
de forma que no se incorporarían al diccionario sino más adelante;
y posiblemente el camino que nos conduciría a ellos no sería el de
nuestro corpus, por mucho que ampliáramos sus datos. Aun así,
su inserción final en el diccionario tendría en parte que ver con los
lexicógrafos que lo estén haciendo, pero también con los filólogos
cuyo trabajo nos ofreciera soluciones a este tipo de palabras. Así, sería
al final cuando introduciríamos altercanza, viendo además cómo se
relaciona con las voces de su familia; haríamos lo mismo con altecido,
indagando si se origina a partir de altecer o es una creación paralela
a enaltecido; en otros casos, al dar cuenta de alticame o de alueya,
trataríamos sencillamente de dar con su significado y origen.
No hemos de perder tiempo, al principio, en aquello que es más
problemático y que no resulta fundamental para entender el curso del
grueso del léxico español en los tramos más importantes del discurrir
de la historia. Aquello —repetimos lo dicho ya varias veces— en que
los lexicógrafos que están realizando el NDHE no han de suplantar
en su trabajo a un filólogo.
Se atenderá, pues, a lo propiamente lexicográfico, a la vez que se han
de mostrar, sin pretender encontrar en esta primera etapa una solución,
aquellos hechos marcados que, con los datos disponibles, no encuentran
una respuesta evidente y rápida sino que esta queda pendiente del posterior
juicio de los filólogos. Es lo que tendríamos que hacer con dos lecturas que
se han dado a un pasaje de Quevedo y del autor de la Pícara Justina, para lo
que bastará con que dejemos constancia de que esas palabras nos resultan
incomprensibles y esperan que un día alguien las explique. De hecho la
manera cómo los filólogos han fatigado estos problemas ha permitido al
fin contar con una explicación plausible, según vamos a ver.
Se trata de La vida del Buscón de Francisco de Quevedo, en III,
2 , en que los tres manuscritos coinciden en: “Ya yo iba tosiendo y
escarbando por disimular mi flaqueza”, que Rosa Navarro enmienda
en escarrando, recurriendo al pasaje de I, 5, en que B muestra
“comenzaron a escarrar y tocar al arma; y en las toses y abrir y cerrar
10
10 Quevedo, Francisco de: La vida del Buscón, ed. de Rosa Navarro Durán, en Novela
picaresca, II, Madrid: Biblioteca Castro, 2005: LXV.
25
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos”, frente a escarbar de
C y de la primera edición y basándose en usos como el del ms. I. 28
de la Biblioteca de El Escorial, sobre las Fiebres, en que se dice: «por
eso la natura ayúntase e empuja fuera aquella materia de aquellos
lugares do está con tose e con escarreamiento […]. Mas a las veces se
aconteçe que, en el comienço de la enfermedat, el enfermo escarra
alguna escopetina» (f. 63v). No tiene sentido que el personaje se
escarbe los dientes al mismo tiempo que tose, como se ha solido
anotar hata ahora este pasaje. En La Pícara Justina11, II, 2. 1 (“De
la Bigornia burlada”), Antonio Rey Hazas y Pablo Jauralde editan:
“Dicen que cuando las alas de cualquier ave de rapiña se juntan a las
del águila, con el poder y virtud de las del águila, se van pelando y
consumiendo las de las otras aves, en especial las de las pant(h)eras
y las grullas”, donde no tiene ningún sentido colocar a las panteras
entre las aves; en III, 1, A. Rey edita: “Es ordinario [en] gente de
condición villana perseguir las personas de buen entendimiento. A
este propósito, pintaron los sabios a la villanía como corneja y a la
nobleza como águila; y es la causa porque el águila es tan noble
de condición como libre, y la corneja tan envidiosa como villana. Es de
manera que la corneja siempre anda maquinando males al águila;
tanto, que cuando más no puede, se le pone frontera al águila para
hacerla gestos; mas ella, como reina, no estima por afrenta lo que
hace una ave vil, vasalla suya, que es tan para poco, que, aun muerta,
el águila puede comer y de hecho con sus alas come las suyas y las de
la epantera”. Aquí Pablo Jauralde edita pantera sin e. Por el contexto
sabemos que ha de tratarse de una corneja; pero al no existir ninguna
con ese nombre (pues las variantes de esta ave se distinguen solo por
su color) hemos de tratar de dar una explicación, que, de nuevo,
nos proporciona Rosa Navarro, al fijarse en que en otros textos de la
época, a la corneja se le aplica a menudo el adjetivo parlera, por lo
que se impone la corrección de (e)pantera en parlera.
Llegamos, pues, los lexicógrafos, o quienes ejercemos como tales, a
facilitar la investigación filológica por el camino de la comparación de los
datos léxicos; del mismo modo que completamos nuestra tarea por medio
11 López de Úbeda, Francisco [Baltasar Navarrete]: Libro de entretenimiento de la pícara
Justina, Medina del Campo: Cristóbal Laso Vaca, 1605. Se citan las ediciones de A. Rey Hazas,
Madrid: Editora Nacional, 1977, I: 304-5 y II: 629; y P. Jauralde, La novela picaresca, Madrid:
Espasa-Calpe, “Biblioteca de Literatura Universal” 2001: 1168 y 1329. Nos servimos también
de la edición de Rosa Navarro, en prensa.
26
Límites y horizontes en un diccionario histórico
de las refinadas correcciones que los filólogos pueden hacer a nuestro
trabajo, del tipo de las que acabamos de mostrar o de muchas otras a las
que solo se puede llegar adentrándose el investigador por las complejas
conexiones de los textos con sus fuentes, según veremos de nuevo en un
pasaje de la Pícara Justina12, ejemplificado con la solución que encuentra
para el significado de una voz su última editora:
Se trata del siguiente pasaje: “—Pues, dime, vieja de Bercegüey,
si todo el mundo fuera mudo, ¿quién te relatara la bizma que te
sanó?”, que anota Antonio Rey: “Formación jocosa de Belcebú, creada
por la adición de Belce y buey” y Pablo Jauralde, que edita bercegueí,
lo explica: “Por deformación de vieja de Belcebú”. Resulta evidente su
solución cuando nos topamos en el cap. II del Calila e Dimna, con
que “Berzebuey el menge” cuenta su vida13.
Trataremos, pues, como hemos dicho, de construir una obra cuya
primera etapa distará mucho de la perfección, pues se ha de dejar constancia explícita en ella de las dudas, vacilaciones y de cuantos problemas
nos asalten, pendiente todo de una solución posterior, nuestra o ajena. No
hay más remedio que actuar así, si no queremos repetir la experiencia del
DH: las grandes cualidades que se le reconocen no pueden hacernos olvidar
la desesperante lentitud con que se iba realizando. La complacencia en el
alto nivel filológico alcanzado en el tratamiento de muchas palabras tuvo
la contrapartida de que los filólogos no dispongamos para nuestro trabajo
de un diccionario histórico terminado, aunque hubiera sido —volviendo
a las palabras de Corominas— esa obra mediana de la que es enemiga lo
bueno. Se ha de admitir, con todo, que, en el pasado, una buscada provisionalidad como la que proponemos aquí se avenía mal con un formato
concebido para la perfección de lo cerrado, como es el libro impreso en
papel; a diferencia de lo que ocurre con el soporte magnético, que admite
ir dando cuenta de todas esas etapas que han de seguirse unas a otras, hasta
la que se llegue un día a la presentación final. Para ello hemos de practicar
12 En la edición de A. Rey está en el vol. II: 592; pasaje que pertenece a la 3ª parte
del lib. II, cap. IV, nº 1º. En la de P. Jauralde en la p. 1366 de la ed. cit.
13 En la ed. de J. M. Cacho y M. J. Lacarra, Madrid: Castalia, 1984: 103.
27
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
la modestia a que nos anima Charles Muller (1968: 151), cuando explica
cómo se ha de iniciar el trabajo lexicográfico:
Le dépouillement lexical ne saurait tout enregistrer, et ne peut retenir que
des distinctions très nettes. Le reste appartient à une autre phase de recherche.
Aussi est-il sage, à ce stade, d’adopter une énorme pratique, sans grandes
prétentions scientifiques, ce qui conduit à rattacher autant que possible à un
ouvrage de référence. C’est aussi ce qui pousse à adopter, pour la délimitation
du mot, une norme aussi analytique que possible (les regroupements étant remis
à plus tard), et pour la délimitation du vocable, une norme très synthétique
(les distinctions peuvent attendre).
2.3.El establecimiento de la red de relaciones entre las palabras
El buen hacer de los autores del DH posibilita que el búho de Minerva
pueda emprender su vuelo permitiéndonos ampliar esos objetivos de la
lexicografía histórica tradicional a otros nuevos, basados en el desarrollo
experimentado por la Lingüística y por la técnica informática. Lo uno y
lo otro hace que resulte factible abordar el estudio de las unidades léxicas
teniendo en cuenta las relaciones que mantienen entre sí, por complejo que
pueda parecernos este trabajo. Lo cual no es un lujo, sino una necesidad
para entender mejor su desarrollo. De ese modo se puede establecer en muchos casos de qué manera las alteraciones a las que puede verse sometida
una voz en un momento concreto influyen, a su vez, en los cambios que
experimentan otras unidades del sistema, como hemos apuntado en otro
lugar (vid. capítulo 2: 44-45), para el caso de abandonar y amparar.
Esta red de relaciones que subyace al léxico de una lengua no se reduce a las semánticas, sino que entran también en juego las genéticas. Es lo
que hemos explicado a través del sustantivo antojo (vid. capítulo 2: 47-61)
que, siendo el primero de la familia en haber aterrizado en nuestra lengua,
pierde su condición de “líder” familiar, desplazado por antojar, que es la
voz que termina modelando las acepciones de todos los derivados que, de
uno u otro modo, quedan vinculados a las líneas semánticas principales
desarrolladas por el verbo. Del mismo modo que, al haberse adoptado en
la familia de heredar un elemento ajeno en principio como era herencia, al
28
Límites y horizontes en un diccionario histórico
integrarse bien en ella, terminó desplazando a heredamiento, que normalmente se emplea con otro significado (J. A. Pascual 2001-2002).
En su evolución, las palabras contraen relaciones, incluso con voces
de otras lenguas, como ocurre con aparato. (J. A. Pascual 2003: 364 ss.)
La información que encontramos en el DH puede llegar a hacernos pensar
que su aplicación a los aviones surgió espontáneamente dentro de nuestra
lengua, cuando se trata de algo que había ocurrido previamente en francés,
donde machine había sido sustituida por apareil. Y no es lo mismo para un
diccionario histórico enfocar la sustitución de máquina por aparato —en
cuanto hiperónimo de avión— como una importación del francés o verla
como un desarrollo independiente en español. Otra cosa es que, durante
esta primera etapa de la investigación, no va a ser fácil hacer realidad esta
posibilidad en todos los casos; pero sí ha de dejarse abierta, programada e
iniciada, para que se pueda llevar a cabo en el futuro.
2.3.Un paso más en las posibilidades que brinda un diccionario histórico
Un diccionario histórico no tiene por qué reducir sus objetivos a mostrar los cambios de significado que han experimentado las palabras a lo
largo de la Historia o, incluso, a ampliar la definición de una voz a las
distintas posibilidades de combinación con otras palabras en su recorrido
histórico. Este “constructo” nos abre otras muchas posibilidades a filólogos
y lingüistas, pues, tal y como ha ocurrido con los Orígenes del español o
con el DECH, no son obras que se justifiquen solo por su contenido, sino,
sobre todo, por haber abierto nuevas vías de investigación. Una de las
que puede abrir el NDHE es la de la Semántica Histórica del español, por
la que tan difícil nos resulta movernos en la actualidad. Para corregir la
situación hemos de organizar los datos de esta primera etapa, no solo para
entender la evolución de las palabras dentro del marco de las relaciones
que mantienen entre sí, sino para comprender determinados aspectos más
generales del cambio semántico:
Las posibilidades que abre la Informática han de permitirnos,
por ejemplo, agrupar todos los casos (con indicaciones diatópicas y
diacrónicas precisas) en que un hecho de la realidad rural se designa
por medio del nombre de un animal, para poder tomar decisiones
29
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
sobre aspectos del cambio por los que nos movemos de una manera
insegura. Hoy seguimos recurriendo en este terreno a comparaciones
con unos cuantos hechos aislados, que sirven más de justificación
que de medio para explicar unas determinadas tendencias evolutivas:
es lo que ocurre cuando hemos de decidir si es razonable que mostela
‘comadreja’ pasara a designar una ‘gavilla’, acudiendo a la comparación
con el significado que han adquirido en el campo palabras como esp.
caballón, esp. canar. y amer. camellón, esp. canar. burra. Difícilmente
avanzaremos en el terreno del cambio semántico si no podemos
comparar lo ocurrido en todos los ejemplos de un mismo tipo.
Hay, con todo, niveles de generalización más refinados que el ejemplificado en el párrafo anterior:
Si la estructura semántica de los verbos es clave para entender
su “conducta”, no podemos dejar de analizar los cambios dados en
este terreno en la historia de los verbos españoles: no sólo en lo
que atañe al régimen preposicional o a sus combinaciones, sino a
lo relacionado con lo semántico (empleado este adjetivo en un sentido
muy general), como los procesos evolutivos que han experimentado,
por ejemplo, los verbos de “presentación” ((a)parecer, antojar(se),
representar(se)), para, después, comprobar si estos son paralelos a los
que tienen lugar con otros verbos de su mismo grupo, como los “de
acaecimiento” (es el caso de ocurrir, pasar, suceder, acaecer y acontecer);
o abordar conjuntamente también la evolución de los significados de
abrumar, aburrir, acobardar, acongojar, afectar, alarmar, alegrar, etc., que
pertenecen a la categoría de verbos de afección psíquica (vid. capítulo
2: 48). ¿Se podría construir un diccionario histórico sin partir de una
clasificación verbal de los verbos españoles como la que Levin (1993)
hizo para el inglés o sin aprovechar la propuesta de Demonte (2000)
para el español? Del mismo modo deberíamos afrontar la descripción
de distintos adjetivos pertenecientes a un mismo grupo semántico,
pues es de suponer que compartan problemas paralelos y hasta resulta
previsible que evolucionen también, en gran medida, de una manera
común. Los procesos de desemantización tampoco pueden dejarse
de lado. Una identificación de los verbos de apoyo del español, por
ejemplo, es esencial para entender este proceso evolutivo, además
de constituir una ayuda inestimable en la clasificación sintácticosemántica de los sustantivos abstractos. Estos, como ha mostrado
Gaston Gross (1996), pueden organizarse en grupos homogéneos,
que tienen repercusiones importantes en la estructura oracional.
30
Límites y horizontes en un diccionario histórico
El diccionario que planeamos no se conforma, pues, con fotografiar
las sucesivas evoluciones experimentadas por las palabras a lo largo de su
historia, ni aun cuando podamos contemplar los cambios en el marco de
las relaciones contraídas por las palabras. Ha de abrirse decididamente a la
posibilidad de que nos hagamos preguntas más generales que llevan hasta
las referentes al cambio lingüístico.
Este trabajo, por otra parte, ha de desbordar en muchas ocasiones
el marco de la palabra: reduciéndolo unas veces, ampliándolo otras. En
el primer caso, tendremos que preparar las cosas para comprobar en su
momento, por ejemplo, al analizar las combinaciones sufijales, si los derivados en –miento tienen el mismo vigor en todos los siglos o su incidencia
es mayor en el XIII, o si la moción femenina en –dera para los adjetivos en
–dor da marcha atrás en el español peninsular a partir del siglo XVIII (J. A.
Pascual y N. Sánchez 1993: 695 ss.). Se trata de un tipo de respuestas que
no debieran sorprender a quienes conozcan a fondo el DCEC o el DECH,
donde, aparte de unas bases metodológicas con que su autor establece las
etimologías, fue levantando una serie de hipótesis históricas que explican
que sea más razonable encontrar un italianismo en el siglo XVI que en el
siglo XV y un catalanismo en este siglo que en el siguiente. Lo cual implica contar implícitamente con una serie de generalizaciones basadas en
la bibliografía etimológica e histórica de las palabras. En el segundo caso,
deberemos contar con los hechos combinatorios, pues en la evolución de
las palabras ha de darse cuenta de distintos procesos ocurridos en el plano
sintagmático, así como de otros tipos de cambios sintácticos.
Se dan procesos de doble dirección: mientras palabras propias
de determinadas combinaciones terminan sustituyéndose por
otras de sentido general (como acaecer, acontecer y hasta ocurrir,
que se han ido abandonando en la mayor parte de las situaciones,
suplantadas por tener lugar, o aderezar, componer o tender la cama,
que ha abocado a hacer la cama (vid. capítulo 2: 45, 48; 46); con
otras ocurre lo contrario: así, antes del siglo XIII, en que tuvo lugar
la recepción del Derecho romano, se hacía un delito, pero a partir
de entonces se comete o se perpetra, según el registro (vid. capítulo
3: 68); ¿Cómo no interesarnos por los caminos que se han seguido
hasta que se llegaron a establecer las siguientes combinaciones:
acuñar una expresión, desatar una guerra, abrir un sumario, incoar
31
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
un expediente, levantar un atestado, erigir una estatua, abrir una
suscripción, elevar una queja, amasar una fortuna…? ¿Cómo no
vamos a explicar por qué esas combinaciones que las cerraduras,
imágenes, puertas, escaleras, sillas, etc. tenían en el pasado con la
palabra palo, han quedado relegadas en el momento presente, en
España, a cucharas de palo, patas de palo o a ese irreal cuchillo de palo
que el refranero puede hacernos creer que aparece en casa de un
herrero? Nos movemos, pues, en un terreno en el que se da una
intersección entre lo que surge y lo que declina; todo lo cual acaece
dentro de ese juego que consiste en restringir las posibilidades de
combinación de una palabra o, por el contrario, de aumentarlas…
(vid. capítulos 3 y 4).
Volviendo al marco de la palabra, será preciso atender al establecimiento de sus acepciones, que se ha tomado como una de las mayores
dificultades de la Lexicografía (Lapesa, R. 1992: 39), aunque no se puede
negar que los lexicógrafos suelen superar el escollo con espíritu deportivo,
acudiendo a su intuición. A estas alturas —no nos duele reconocerlo— no
tenemos muy clara aún una teoría de la acepción aplicable al NDHE, pero
no tenemos la menor duda sobre el hecho de que la minucia no es un bien
en sí misma: un exceso de acepciones, subacepciones y subsubacepciones,
ligadas a distinciones que aparecen en discurso, pero irrelevantes muchas
de ellas en el plano de lo que hasta hace no mucho se conocía como el de
la “lengua”, carecen de toda justificación científica, aparte de originar una
grande e innecesaria incomodidad para el lector. Es lo que se ha llamado
el “síndrome del ferretero”, quien puede mezclar o no tuercas del mismo
tamaño, solo con que procedan de fábricas diferentes; lo cual, en un diccionario histórico, supondría no juntar en el mismo apartado las fichas en que
aderezar se refiere a un puente, de aquellas otras en que se aplica a una casa.
De ahí que no nos interese tanto espigar cada uno de los usos particulares
de cada palabra como determinar los sentidos generales básicos, con criterios establecidos por la semántica, que nos permitan comprender mejor
la evolución histórica del léxico, partiendo, por ejemplo, de los criterios
con que Cruse (1986: 9-83) nos ayuda a distinguir los verdaderos significados, de las modulaciones contextuales de estos (vid. capítulo 6: 123). En
lo que acabamos de decir se percibirá que no nos hemos referido a una de
las mayores preocupaciones de nuestros colegas, la técnica lexicográfica.
32
Límites y horizontes en un diccionario histórico
La tomamos como lo que es, como una técnica, que deberemos aplicar
en la última etapa del proyecto, cuando se haya desarrollado una serie
de tareas previas. Las definiciones finales a que aspiramos deberían ser el
resultado de confluir un trabajo con que queremos sustituir la tradicional
intuición del lexicógrafo –que define palabra por palabra- por los asideros
que le da la existencia de esquemas definitorios.
Al llegar aquí no podemos dejar de pensar en unas palabras de Sterne
en su Tristram Shandy: “se dice en la Obra Maestra de Aristóteles que «cuando un hombre piensa en algo pasado, mira a la tierra; pero que cuando
piensa en algo por venir mira al cielo»” (1985: 150). Nosotros, que estamos
tan apegados a los datos, no queremos creer que con la comodidad de lo
inmediato, es decir, con esos mismos datos que tenemos delante, por sí solos, vamos a poder realizar ese trabajo científico que supone la confección
de un diccionario histórico. En este sentido es en el que querríamos saber
mirar hacia arriba, hacia la teoría, todo lo prudentemente que se quiera.
3. La organización del trabajo
3.1.Hechos generales
Nos hemos referido a distintos aspectos del trabajo que pensamos
desarrollar, que van desde la búsqueda de los sentidos que ha tenido una
palabra a lo largo de la historia, hasta la atención a cambios más generales
ocurridos en nuestra lengua. Pero junto a la que pudiéramos caracterizar,
sin la menor pretensión, como parcela científica del proyecto, ha de atenderse con idéntico cuidado a la parte de gestión, sin la que sería irrealizable.
A este respecto, la obsesión porque el proyecto llegue a término condiciona
fuertemente la organización del trabajo. Este consiste en una sucesión de
acciones que no entrañan graves dificultades, por tratarse cada una de ellas
de la aplicación de una idea nada revolucionaria, sino bien establecida en
la bibliografía, fácil de llevar a cabo. Existe también una cierta complejidad
en el trabajo, que surge de la necesidad de combinar un número amplio
de acciones sencillas, lo cual explica la necesidad de una cuidadosísima
planificación de su desarrollo conjunto así como controlar su realización. Para ello, siguiendo el proceder de Sherlock Holmes “[hemos] de
33
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
urdir un plan en que pudiesen encajar todos aquellos episodios extraños
y sin conexión aparente” (apud M. Haddon 2005: 100).
La definición de cada tarea nos está exigiendo ya desde estos momentos iniciales hacer estimaciones del tiempo que se ha de emplear en ellas
y de los plazos que se han de cumplir. Resulta imprescindible tomar en
consideración el tiempo —y consiguientemente el dinero— que ha de invertirse en su realización. Es más, tales circunstancias pueden condicionar
los objetivos, en forma de límites que nos hemos de imponer para que no
quede situada la obra en el limbo de las posibilidades —ese limbo en el
que, por ejemplo, el tiempo no cuenta—, sino en la sencilla realidad de
lo posible. Se deduce de aquí la necesidad de que no sólo presentemos el
producto por parcelas, sino también en distintas etapas en que no hayamos
conseguido aún la perfección deseada. Tal proceder podría sorprender a los
filólogos mucho más que a quienes desarrollan un trabajo de investigación
aplicada experimental.
Si en lo referente a la aplicación de modelos lingüísticos a esta obra y al
aprovechamiento de la técnica, para facilitar lo anterior, se pueden percibir
una serie de cambios, frente a las obras precedentes, tal situación se da
igualmente en lo que respecta a la manera de trabajar, pues partimos desde
el comienzo de la necesidad de contar con la colaboración de personas y
grupos de investigación ajenos a la Academia. Esta ha de servir de motor
en el que se organice la participación de distintos centros de investigación
de nuestro país y de otros con una colaboración que no ha de terminar en
los acuerdos a que lleguemos para trabajar conjuntamente, sino que —nos
hemos referido a ello varias veces a lo largo de esta exposición— continuará en eso que ahora se conoce como interacción entre quienes hacemos
el diccionario y quienes se servirán de él, de forma que se establezca una
relación permanente entre los lexicógrafos que van sacando la obra por
partes —que dejarán determinados problemas pendientes de solución— y
los filólogos y lingüistas que se sirven de ella, que han de contribuir con
su esfuerzo a su mejora.
34
Límites y horizontes en un diccionario histórico
3.2.La gestión de este prediccionario
Nos vamos alejando cada vez más de los objetivos científicos del proyecto, para irnos moviendo más decididamente por el ámbito de la gestión;
pero es que, si queremos cumplir nuestro propósito de terminar la obra en un
tiempo razonable, hemos de cuidar el trabajo que se realice, tanto en lo que
respecta a la adopción de una bases científicas como a su propia realización.
Prevemos en cuanto a la primera etapa segmentarla en cuatro subetapas, de
tres años la primera y de cuatro las tres restantes; etapas en que, a su vez,
se integrarán distintas acciones, independientes entre sí para ensamblarse
luego, como las piezas de un rompecabezas. Cada subetapa ha de ser cerrada en sí misma, por cuanto supone un escalón previo al siguiente que
hemos de subir: no se puede, por ello, dejar pendientes ciertos problemas
que puedan tener repercusión en subetapas posteriores, si no queremos
hacer intransitables los últimos tramos de la obra. Así, por ejemplo, en el
momento en que construyamos un corpus adecuado, habremos de aceptar el riesgo de resolver los problemas gráficos, sin relegarlos a una etapa
posterior en que cada lexicógrafo se vería obligado a tomar por su cuenta
e independientemente la decisión que le pareciera más oportuna. De ahí
que en cada momento en la construcción del diccionario haya que resolver cuestiones diferentes, que, consiguientemente, implicarán distintos
resultados.
Un diccionario histórico es el resultado de un proyecto científico, en
el que es imprescindible realizar una previsión cuidadosa y razonable de
cómo debe —según ahora se dice— gestionarse, y naturalmente cumplirla, atendiendo a que una investigación planeada con rigor y seriedad no
puede llevarse a cabo como una secuencia de actos heroicos encadenados
entre sí. La ansiedad y el apresuramiento convierten las decisiones tomadas
bajo presión en inadecuadas, por desembocar en una provisionalidad que
no es la de lo perfectible, sino la de todo aquello que lleva larvado en sí
su imposibilidad de mejora. Cada tarea exigirá, pues, una cuidadosa planificación de lo que se pretende realizar, de los problemas que se pueden
presentar, etc., de manera que nunca se empiece a correr sin haber previsto
antes cómo aprender a andar. Todo ello dentro de una organización que
posiblemente no estemos en condiciones de cuantificar adecuadamente
35
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
en el momento en que todo empieza, pero que hemos de aprender poco a
poco a estimar de una manera razonable. Se entenderá que nos preocupen
aspectos aparentemente tan ajenos a la investigación —y sin embargo tan
decisivos para llevarla a buen puerto— como es definir cuidadosamente
las tareas que se han de desarrollar y consiguientemente el modo de cumplir los objetivos previstos: ampliándolos o reduciéndolos, y hasta prever
el número de personas con que hemos de contar en el futuro para este
trabajo. No actuar así —y nos da poco placer tener que atender a estos
extremos— significa sin más la imposibilidad de realizar esta obra.
Frente a una forma artesanal en la que no existen criterios explícitos
de cómo se ha de realizar el trabajo y por medio de la cual unos cuantos
aprendices van adentrándose poco a poco por él, la necesidad de lograr
cumplir unos objetivos complejos en unos plazos muy estrictos de tiempo
hace que tengamos que contar con filólogos y lingüistas especializados en
distintas ramas de la Lingüística y la Filología. Ahora bien, al no tratarse
de una investigación en punta, no será posible acoger a un variadísimo
plantel, sino que los miembros de nuestro equipo han de tener una cierta
versatilidad para embarcarse en distintas tareas, según las distintas necesidades que vayan surgiendo en el trabajo, como sucede en el caso de
una pequeña o mediana empresa. Estas tareas serán tan distintas como
construir un manual en que queden especificados los pasos que se van a
dar, corregir los textos, refinar su lematización, añadir marcas, someter
a las palabras a distintos procesos de clasificación, establecer los sinónimos,
antónimos, etc. de cada acepción, organizar las voces dentro de una red
de relaciones genéticas, construir las distintas fórmulas definitorias que
puedan facilitar en la última etapa la definición de las voces, sin contar con
otras complementarias, pero importantes, a las que no será posible atender
en esta exposición, de las que nos conformaremos con citar la construcción de un mapa de los diccionarios de la Academia, que proporcione
una cierta orientación sobre la evolución del vocabulario del siglo XVIII
hasta la actualidad, y sirva a la vez de molde que facilite la construcción
de nuestro diccionario. Aunque no las hemos citado todas, esta pequeña
muestra refleja la variedad de conocimientos que se requiere tener para
llevar las distintas acciones a buen puerto y, por tanto, la escasa utilidad
de contar con superespecialistas dedicados a una sola.
36
Límites y horizontes en un diccionario histórico
No podrá sorprender, al pretender movernos con el más estricto sentido común en la organización del trabajo, que tengamos en cuenta la
necesidad de una supervisión que, en vez de detener, como un cuello de
botella, los avances realizados, permita cambiar su orientación para potenciarlos y hasta dar marcha atrás en esos caminos que se han comenzado a
recorrer, cuando los resultados previstos han dejado en un momento determinado de ser evidentes. Esta supervisión ha de llegar hasta el control de
las actividades que realicen los distintos investigadores, tanto en el plano
cuantitativo como cualitativo, de una forma que sería ociosa explicar aquí.
Como sería innecesario llegar a extremos tan preocupantes para nosotros
como la gestión de fondos o el apoyo administrativo, la organización de
los espacios, etc. Si nos hemos referido a ello de pasada es por dar cuenta de que las dificultades de este trabajo no se reducen a las meramente
científicas.
3.3.Una orientación sobre los primeros pasos
Ya nos hemos referido antes a que en este primer período en que tratamos de presentar lo que hemos llamado un “prediccionario”, se proyectaba
llevarlo a cabo en cuatro etapas, de 3 años la primera y de 4 cada una de
las restantes. La primera supone fundamentalmente la preparación de las
demás, y todas han de estar relacionadas entre sí. De cada una de ellas, por
otro lado, se obtendrán en su momento resultados que puedan presentarse
a la comunidad científica.
Al final dispondríamos de un diccionario en soporte magnético de,
al menos, cincuenta mil lemas, construido a partir del corpus que se ha
empezado ya a realizar, con el que estará relacionado de tal forma que
cualquier cambio futuro que se dé a una forma del corpus repercuta en
el propio diccionario. Aunque, al no ser este un diccionario de corpus,
tomará en consideración también datos ajenos a él, tanto procedentes de
otros textos, como de una búsqueda bibliográfica que hemos de afrontar
de un modo sistemático.
Dividiremos cada lema en distintos apartados, que agrupen los ejemplos de un mismo significado general. A cada grupo, que será el germen
de las futuras acepciones, lo dotaremos de una definición convencional,
37
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
tomada, a ser posible, del diccionario usual de la Academia. Se añadirán a
esos grupos otros dos:
a) Uno que englobe los ejemplos cuyo contexto no permita una clara
interpretación. Un caso como los “caballos piafantes esperaban allí” no
nos sirve para dilucidar si piafante está en el sentido que el diccionario
académico da a piafar o en el de ‘estar nervioso’, que ha significado
también esta palabra, por más que lo vete el diccionario.
b) Otro que recoja los casos problemáticos cuya solución hubiera
exigido dedicarles bastante tiempo, condición que tendrán también
aquellos lemas, la totalidad de cuyos ejemplos estén en esta situación.
De los ejemplos citados a lo largo de esta exposición correrían esta
suerte las voces altecido altercanza, alticame o alueya y bercegüey (que
ahora sabemos además que funciona como nombre propio), así como
algunos ejemplos incomprensibles de palabras como escarbar (en
el pasaje citado del Buscón) pantera (en el pasaje citado de la Pícara
Justina).
De este modo, se distinguirá claramente entre aquello que puede considerarse resuelto y aquello otro que necesita de solución (vid. capítulo 8).
3.4.El diccionario como base de datos
El diccionario se concibe como una base de datos, por medio de la
que podemos despiezar nuestro trabajo e intervenir en aquellos hechos que
convenga revisar, sin que ello exija la revisión de la obra completa. Sólo
pudiendo separar en cualquier momento los elementos del diccionario
podremos someterlo a revisiones permanentes que mejoren sus puntos
débiles y continuarlas incluso después de terminado. Con tal base de
datos pretendemos dar cuenta no sólo del significado de las palabras,
de sus combinaciones, etc., sino también del uso —información preciosa en una obra histórica en que se pretende presentar las palabras en su
evolución—, a través de su frecuencia y dispersión en el corpus; por ello
se deberá distinguir con todo cuidado aquello que procede del corpus y
aquello que no proceda de él, para saber cuándo podemos dar o no cuenta
del uso de una acepción en los diferentes períodos históricos, a través de
la estadística (en el caso de que proceda del corpus) o por otros indicios
38
Límites y horizontes en un diccionario histórico
indirectos (como lo son las informaciones metalingüísticas). Esta es una de
las razones de por qué se ha de construir el corpus buscando un número
aproximadamente igual de textos para cada período y para cada género,
preparándolo, además, para que cualquier corrección o adición que se
haga en el futuro permita que se actualice de una manera automática en el
diccionario y, consiguientemente, en la información sobre el uso. Todo esto
no presenta graves problemas técnicos; como no los presenta tampoco la
posibilidad de ir controlando a lo largo del trabajo qué textos van siendo
más significativos, cuáles se muestran menos interesantes, así como si hay
desvíos en su utilización. No entramos en la que estimamos la novedad
fundamental del proyecto, frente a otros diccionarios históricos anteriores:
se trata de nuestra intención de relacionar semántica y genéticamente las
acepciones que aparecen en el diccionario.
Con todo ello, ciertamente, en la primera etapa de este proyecto presentaremos un borrador de diccionario, mejorable en las sucesivas etapas,
que no podría competir con la “perfección” del DH. Si alguien puede ver en
esto, o en que no practiquemos el culto a una determinada técnica definitoria (para cumplir este rito que ha podido llegar a parecer connatural con
los diccionarios, incluso en sus etapas de preparación), un paso atrás frente
al resto de los diccionarios históricos, está en su derecho; pero convendría
que tomara en consideración que un “diccionarete” —así lo ha calificado
alguien, evidentemente con la mejor intención— como este tiene no solo
la ventaja de que ya en su primera etapa proporcionaría la totalidad de las
voces de un corpus y no sólo una parte de ellas, sino que además prepararía la descripción de las relaciones léxicas, para llegar un día a convertirlo
—si podemos esta vez con él, en lugar de que él pueda con nosotros— en
un artilugio que permita afrontar un día unos estudios tan urgentes para
el conocimiento de nuestra lengua, como son los de Semántica Histórica.
Se entenderá que hayamos tomado como divisa de nuestro proceder el
programa goetheano que tanto admiraba Corominas:
Ohne Hast
Ohne Rast,
un doch fast
wird erledigt unsre Last.14
14 Sin prisa / sin descanso / la obra lista / en pocos años.
39
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Todo ello implica afrontar muchas más de las tareas señaladas aquí;
aunque con aquella a que nos hemos referido hemos tratado de dar una del
tipo de trabajo en que nos hemos embarcado, a la vez que de la decisión
de llegar un día a terminarlo.
Ojalá, con la ayuda de todos, lo hagamos.
40
primera parte
Las palabras no están aisladas
2
LAS RELACIONES GENÉTICAS
0. Introducción
Las alusiones que se hacen al Diccionario histórico de la Real Academia
Española suelen referirse a las dificultades de todo tipo que han existido
para su financiación o la desesperante lentitud con que sus diversos fascículos iban viendo la luz (Seco: 1987). No conocemos, en cambio, trabajos
orientadores acerca de la concepción global de la obra, o la justificación de
los métodos y técnicas empleados en su redacción —vid. así los artículos
de M. Seco (1987), de P. Álvarez de Miranda (1984, 1988); cf. B. Müller
(2004), por más que todos contengan datos relevantes desde el punto
de vista filológico—. Por otro lado, las decisiones lexicográficas iniciales
tomadas para la realización de este proyecto no se han sometido a crítica
después, a pesar de los avances producidos en casi todos los ámbitos del
conocimiento y, de un modo particular, en el de la Lexicografía, según
estos iban avanzando
Estas decisiones, acordes con las posibilidades que existían a mediados
del siglo pasado, permitieron iniciar la andadura de un diccionario histórico concebido como una sucesión de diccionarios sincrónicos de distintos
períodos —medieval, Siglos de Oro y moderno, por ejemplo— ensamblados para que el lector encontrara en ellos la evolución del significado de
las distintas acepciones de cada palabra. No se pretendía situar sus cambios
dentro de la red de relaciones que se establece entre los elementos léxicos
de una lengua, lo que ha originado que las palabras del DH aparezcan en
43
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
un aislamiento que se compadece mal con el principio de la Lexicología de
que el valor de sus unidades no puede establecerse tomándolas como entes
aislados, al margen de las relaciones que estas mantienen en el sistema. Pero
tal situación era la que permitían los medios con los que se contaba hasta
hace muy poco para la realización de un diccionario histórico, antes de que
las técnicas informáticas permitieran, por un lado, relacionar las palabras
que lo componen, por numerosas que estas sean; y, por otro, confeccionar
un corpus textual adecuado, cuyos datos estén organizados con un cierto
orden y, al mismo tiempo, resulten de fácil acceso.
No es esta, como se podrá comprender, una valoración de los diccionarios históricos construidos en el pasado, sino solo la constatación
de que, dadas las posibilidades técnicas con que contaba la Lexicografía
hasta hace poco, estas obras solo se podían llevar a cabo siguiendo el orden
alfabético, tanto durante la realización del trabajo como en la presentación
de sus resultados, esperando que, una vez terminado, se buscaran las relaciones que existen entre las palabras. En ese sentido, la tarea de encontrar
la implicación que unas voces tienen en la evolución de las otras les estaba
encomendada a lo propios lectores.
Atendiendo a estas relaciones semánticas, el éxito de un italianismo
como abandonar, por ejemplo, cuyo empleo por Garcilaso sorprendía a
Herrera, es paralelo a la decadencia que afecta a desamparar desde el siglo
XVI. De forma que si, a diferencia de lo que ocurre en la lengua del siglo
XV, hoy ya nadie desampara un camino ni considera que un edificio o un
cementerio estén desamparados —salvo en empleos marcados anticuados
de Camilo José Cela o de Gabriel García Márquez— es porque en tales
usos este verbo ha sido sustituido por abandonar. No se puede estudiar la
evolución de estas voces, prescindiendo de la relación que mantienen entre
sí y con sus sinónimos.
Lo que se ha de ampliar al campo de la antonimia, en el que la relación
entre los elementos amparar ~ desamparar, abandonar o amparo ~ desamparo,
abandono, es desequilibrada:
amparar
*desabandonar
44
desamparar
abandonar
Límites y horizontes en un diccionario histórico
amparo
desamparo
*desabandono
abandono
Todo esto explica, por su lado, la creación de una serie de sinónimos
—recoger, recuperar, etc.–– con que se rellenan los huecos dejados por
*desabandonar.
También las relaciones genéticas entre palabras emparentadas proporcionan informaciones relevantes para entender cómo se encauza la evolución de determinadas palabras. La introducción de herencia (una palabra
ajena a la familia de heredar) en los orígenes mismos del castellano, alteró
la situación de heredad; de manera que esta última forma, a diferencia del
fr. med. herité (fr. mod. heritage), ha llegado a adquirir, como significado
más común, el de ‘hacienda de campo’, a la vez que ha mantenido el de
‘bienes heredados’ (Pascual J.: 2001-2002).
Sin tomar en consideración estas relaciones genéticas no se pueden
entender algunas de las diferencias diatópicas existentes en nuestros sufijos.
Sí en España se sustituye amigable por amistoso, a partir del siglo XVIII ello
explica —no todos los derivados de una palabra caminan al unísono— que
aun a finales del XVIII muchos que emplean amistoso prefieran, en cambio,
amigablemente a amistosamente; como explica igualmente que en América,
ajenos a esta solución española, se prefiera en la actualidad amigable a amistoso. Uso que, gradualmente, va introduciéndose hoy en día en España.
Tales relaciones entre las palabras han de considerarse, además, referidas a los diferentes registros, estilos, situaciones, etc., en que pueden
emplearse. Así la diferencia entre las voces acaecer y acontecer, antes y
después del siglo XVI, no es de denotación, sino de la consideración de
cuál de ellas es la voz no marcada en la lengua coloquial. Situación que se
altera después, con la introducción de ocurrir, suceder y, sobre todo, con
tener lugar.
Esas relaciones no solo implican y explican una gran parte de los cambios de significado de las voces y de la situación de empleo de ellas, sino
también de las combinaciones entre las palabras. Más adelante (capítulo
6: 117 ss.), partiendo de la entrada aderezar, ponemos de manifiesto la
45
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
necesidad de adoptar el criterio lexicográfico de “los significados básicos”
y subrayamos la importancia del método relacional. Las conexiones entre
sinónimos muestran que la evolución semántica de un vocablo resulta inseparable de los cambios experimentados por otras unidades lingüísticas,
y que solo estudiando en conjunto dichas conexiones se puede entender
la peculiaridad del léxico actual. El verbo aderezar, precisamente, durante
la Edad Media y la Edad Moderna, tenía una extensión semántica mayor
que en la actualidad, y gozaba del carácter neutro que fueron adquiriendo
después otros verbos, como dirigir o dirigirse, por un lado, y preparar o,
incluso, arreglar o reparar, por otro; hasta tal punto que construcciones del
tipo aderezar a un lugar, aderezar una habitación, aderezar la cama, o aderezar un banquete eran tan naturales como hoy dirigirse a un lugar, arreglar
una habitación, arreglar la cama o preparar un banquete, respectivamente.
La sustitución del verbo aderezar no fue, sin embargo, sistemática, y en
algunos ámbitos especialmente conservadores, como es el caso de la cocina, podemos aún encontrar restos de las antiguas combinaciones léxicas:
aderezar la ensalada y, en menor medida, aderezar la carne. Aderezarse,
como sinónimo de arreglarse (adornarse) ha desaparecido de la lengua
hablada, pero pervive como arcaísmo en textos literarios hasta finales del
siglo XX.
Las relaciones que debe mostrar un diccionario histórico exceden a las
que se dan entre las propias palabras de una lengua y pasan a las que mantiene su vocabulario con el de otras. Es el caso de la voz aparato, aplicada
a los aviones, que, como ya hemos señalado en la introducción (29), no se
trata de una opción planteada por el español, sino que se ha tomado del
francés. Este tipo de hechos explican la aparente contradicción que se da
en los diccionarios históricos (Zgusta: 2006: 39-82) al no coincidir el orden
lógico y el histórico en la evolución de las palabras: un vocablo puede proporcionar una primera documentación de una acepción derivada, mientras
que aquellas que lógicamente la preceden pueden aparecer más tarde.
Nada impide que la confección de un diccionario histórico muestre
la historia de las palabras dentro de la red de relaciones en que estas se
inscriben. No es una pretensión desmesurada esta que, en otros tiempos,
habría podido considerarse una utopía como la que contiene la idea de
Michelet de que cada época sueña la que va a venir después. En este caso
46
Límites y horizontes en un diccionario histórico
se trata, simplemente, de no ir a desmano de las posibilidades que nos
brinda el momento presente.
De todas las relaciones entre las palabras con las que debe contar un
diccionario histórico, a que nos hemos referido ya, vamos a acercarnos en
este capítulo a las genéticas, es decir, a las que se perciben entre los vocablos de una misma familia. La clasificación y definición de los derivados en
las obras lexicográficas tradicionales causa la falsa impresión de que todos
los elementos forman parte de la misma cadena histórica; hecho que, sin
embargo, lo contradice la realidad lingüística, en la que se presentan grandes desequilibrios con respecto a la historia de las voces emparentadas.
En realidad, existirían diferentes sistemas según los registros, niveles,
zonas, etc., situados en distintos planos. Estos variados tipos de relaciones
que se dan en ellos tienen consecuencias importantes para el desarrollo
histórico, tal y como vamos a ver, aprovechando la entrada antojar del
actual DH, relacionándola con sus parientes lingüísticos15. Nos fijaremos
en dos tipos de relaciones:
a) Relación histórica entre acepciones
b)Relación de las acepciones con los términos emparentados.
1. Relación histórica entre el verbo antojar y sus acepciones
Frente a lo que nos conduciría un exceso de positivismo, la evolución
de un significado no puede apoyarse excesivamente en la cronología de los
ejemplos, dejando de lado la organización lógica de sus sentidos. Y ello no solo
porque un corpus refleje de un modo parcial la realidad (algunos ejemplos
pueden no aparecer aunque existan), sino porque en la evolución semántica
hay que contar con eslabones perdidos e incluso con otros virtuales.16
15 Por razones de espacio, nos limitaremos a los derivados sustantivos, pero es evidente que el análisis podría extenderse al resto de los términos emparentados genéticamente.
16 Por eslabones perdidos nos referimos a los no documentados, mientras que por
eslabones virtuales entendemos aquellos eslabones latentes que se justifican por analogía
o por influencia de otra lengua.
47
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
En esta familia de antojar, contra los fueros de la realidad etimológica, el líder es el verbo, a pesar de su formación denominal. La creación
comienza por el sustantivo antojo ‘aparición’, marcado connotativamente,
es decir, referido a una aparición de algo así como fantasmas, producto de
la portentosa imaginación de las personas. A partir del sustantivo se crea
antojársele a alguien, en el mismo sentido y con las mismas connotaciones
de ‘aparecérsele’.
En el escalón verbal, por tanto, se parte de un significado inacusativo
(algo viene a alguien), claramente expresado en el ejemplo de Juan Valdés:
“Quien asnos ha perdido, cencerros se le antojan”, donde cencerros desempeña la función de sujeto y le, de complemento indirecto (paciente o
tema afectado). Es lo normal en los llamados “verbos de aparición”, como
se describen, por ejemplo, en Amaya Mendikoetxea (1999: 1607-1616)
y, dentro de los de aparición, en los pronominales, que tienen algunos
rasgos en común con los de existencia. Entre los pronominales de aparición, tenemos verbos como presentarse, desprenderse, definirse, manifestarse,
ofrecerse, producirse, originarse y darse. Comparten algunas características
con verbos de otras clases semánticas, como los de “dirección inherente”:
en primer lugar, un significado locativo, es decir, un argumento de lugar,
que puede aparecer de forma implícita o explícita, como parte del evento
denotado por el verbo; en segundo lugar, un argumento tema que, como
en los inacusativos, es el sujeto sintáctico (lo mismo que en los verbos de
cambio de estado y ubicación).
Los “verbos de acaecimiento” (como ocurrir, pasar, suceder, acaecer y
acontecer) pertenecen, precisamente, al mismo grupo que los verbos de
aparición. Es importante tenerlo en cuenta para entender el porqué de la
acepción que hemos marcado más adelante con el número 3 y que se define
como ‘ocurrírsele algo a alguien, tener una idea’.
1.1. Pero el uso del verbo va cambiando. Aunque se mantiene la estructura sintáctica de tipo inacusativo, semánticamente el paciente o tema
afectado se convierte en un agente y el significado verbal pasa del significado puntual del verbo eventivo ‘algo viene a alguien’ a ‘alguien experimenta
algo’.
48
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Es el gran paso que da lugar a la acepción 2, en que el verbo inacusa­
tivo de aparición se ha convertido en un verbo de percepción sensorial,
que da cuenta de la opinión de un determinado individuo respecto de algo
o alguien: ‘parecer’. El pronombre se declina en dativo, que es también lo
normal en la actualidad, y admite sujeto y predicados oracionales. Se mantiene, por tanto, la estructura sintáctica de la acepción 1, pero asistimos a
un importante cambio semántico, pues ya no es la realidad externa la que
se le presenta a la persona, sino que es esta última la aprehendente. Son
dos formas distintas de presentar lingüísticamente el acto de conocer.
Esta evolución semántica no se ha producido de modo aislado, sino
que es paralela a la efectuada por otros verbos de aparición, como es el caso
del propio parecer, que significaba, primero, ‘presentarse’17 y después pasó
a significar ‘parecer’, ‘recibir una idea’, es decir, un verbo de percepción
que, como tal, tiene un argumento experimentante en el complemento
indirecto. El argumento de fuente o causa, por su parte, concuerda con el
verbo (es, por lo tanto, sujeto de la acción). A este cambio (ocurrido en
la segunda acepción), que sitúa al sujeto del conocimiento como agente,
como protagonista, se le añade la posibilidad de un cambio connotativo
según el cual algo ‘le parece caprichosamente’, a un agente.
Hay un hecho más, que consignaremos de pasada, pero en el que no
hemos querido entrar: se trata de la transformación que puede experimentar un verbo de percepción en un verbo de opinión (M. J. Fernández
Leborans, 1999: 2443), cuya cercanía no solo es semántica, sino también
sintáctica, pues se mantiene en ambas posibilidades la misma estructura.
1.2. El segundo gran cambio consiste en el paso de la percepción
sensorial al deseo. Los casos de deseos concretos, como la comida, son
puramente contextuales y llegan a convertirse en acepciones si se institucionalizan.
Esta evolución semántica del verbo podría representarse del siguiente
modo:
17 Significado que puede rastrearse en textos más modernos, como D. Quijote, capítulo VIII: “—Mire vuestra Merced –respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no
son gigantes, sino molinos de viento […]”.
49
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Aparecer
Parecerle
Ocurrírsele
Desear
hay cosas que se
le antojan delante de los ojos
se les antojaba que aquellas
imágenes les hablaban
¡no se le antoje
darme con un
nuevo arbitrio!
Dios quisiera que
se os antojase de
justar conmigo
*Molestarle
Se trata de esquemas definitorios que cuentan, por un lado, con la explicación sintáctica; pero, por otro, con la semántica, en el sentido etimológico. No
es necesario decir, a este respecto, que ha de evitarse el exceso de contextualidad
de las definiciones de la Academia, que resulta más adecuado para la anotación
filológica que para el tratamiento lexicográfico. Dejamos fuera, por tanto, muchas cosas que cabe considerar secundarias, incluso tratándose de sentidos que
parecen institucionalizados (los antojos ‘deseos caprichosos, de las embarazadas,
por ejemplo). Se trata de hechos analizables en un segundo nivel: elecciones de
un escritor o una escuela, desarrollos accidentales, poco frecuentes, etc.
La necesidad de evitar el exceso de contextualidad nos llevará, en el
momento de establecer las acepciones y subacepciones definitivas, a no
distinguir radicalmente entre:
1587-90 Álvarez Silva 1ª 464: Tiene licencia el zeloso y discreto
predicador de Dios de ser curioso en parte, para solo fin de antojar
al oyente su doctrina.
1587-90 Álvarez Silva 1ª 464: Ni por lo dicho tampoco quiero dezir
se han de condenar los predicadores que, mouidos de Dios y con
zelo de sus oyentes, procuran engolosinallos y antojalles el apetito
con algunas curiosidades que para esto le siruan.
El DH los separa en dos acepciones: “Hacer que algo sea apetecible”;
y “suscitar antojo (en el apetito de alguien)”, lo que más bien parece una
paráfrasis que una definición en un diccionario de lengua.18
18 Somos conscientes de que, sintácticamente, los dos verbos no son exactamente
iguales. Mientras el primero se integra en una clara construcción causativa con el significado
de ‘hacer desear’ (alguien antoja la doctrina a alguien = alguien hace que alguien desee la
doctrina), el segundo es un operador causativo apropiado al sustantivo predicativo apetito.
50
Límites y horizontes en un diccionario histórico
En principio, el contexto ayuda a establecer las acepciones: así, basta
que aparezca, por ejemplo, libidinoso para que sepamos que antojo tiene que
ver con el sexo. Pero estos hechos contextuales distan mucho de justificar
una acepción. Esta supone la institucionalización fuera de contexto de un
significado contextual. Por eso tratamos de que haya el menor número de
acepciones y subacepciones, si bien distribuyendo en subapartados los
distintos hechos más usuales o caracterizadores.
En ese sentido, las acepciones y subacepciones del verbo antojar podrían establecerse y organizarse del siguiente modo:19
1ª acepción. Aparecer. Algo se (le) aparece a alguien.
c1270 Alfonso X PcrónGen. (1906) 4la,23: Allí se parará ante tos
ojos la imagen de esta mujer […] y se antojará como está delante de
ti, descabeñada.
2ª acepción. Parecer, ‘tener una idea’.
2.1. Subacepción. Algo (le) parece a alguien algo.
1463 Lucena Vida beata (1950) 107: Siempre recela el que es rico de sus
siervos ser expiado […]. Si camina, lleve diez mil, siempre va solo; los
retamos, enemigos, y las umbras se l´antojan ladrones.
2.2. Subacepción. Algo le parece a alguien.
c1270 Alfonso X Lapidario (1981) 69,10: Y han tal virtud en aquel
lugar do se crían, que aquellos que las toman atójaseles que les dan a
pedradas.
En ese sentido, es una combinación muy restringida que tendría como variantes los verbos,
también con sentido causativo en este contexto, abrir o despertar (antojarle a alguien el apetito con curiosidades = abrirle / despertarle a alguien el apetito con curiosidades = hacer con
curiosidades que alguien tenga apetito).
19 Se coloca siempre en posición inicial el sujeto, seguido del verbo y los complementos que este rige obligatoriamente: complemento directo, complemento indirecto y,
finalmente, los complementos preposicionales imprescindibles desde el punto de vista sintáctico-semántico.
51
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
3ª acepción. Ocurrírsele, algo se le ocurre a alguien, no necesariamente de una manera fundada, ‘tener caprichosamente una idea’.
1545-65 Rueda Medora (1896) 275: Válgate el diabro; agora se le ha
antojado a la señora Angélica dolerle las quijadas.
4ª acepción. Desear.
4.1. Subacepción. A alguien se le antoja (de) hacer algo.
1550 Natas Tidea (1913) 41, 1282: ¡Oh, qué cuello! / ¡Oh, qué ojos y
cabello! / Oh, qué pechos y boquita! Antójaseme de comello, / según
eres de bonita
4.2. Subacepción. A alguien se le antoja algo.
1254 Lib. estrellas (1954) 14b: Mars […] non manda a sí cuando es
sañudo ni torna su mano de hacer lo que se le antoja.
4.3. Subacepción. Alguien se antoja de algo o alguien.
1596-1603 Lope de Vega N Mundo (1900) 346a: el rey cristiano / de
mi Granada se antoja.
5ª acepción. Algo le molesta a alguien (dialectal).
1896 Arriaga Lex. bilbaíno: Antójasele a uno. En castellano es desear con
ansia alguna cosa… Vuélvase la oración por pasiva para el bilbaíno, que
indica con ello la detestación de algo que no quiere ni ver.
52
Límites y horizontes en un diccionario histórico
2. Relación de las acepciones con los términos emparentados
2.1. Entre los derivados de antojar es, sin duda, el sustantivo antojo el
primero que debe tenerse en cuenta. Constituye, etimológicamente, como
decíamos, la cabeza de la familia, con raíz en la combinación formada por
la antigua preposición latina ante y el sustantivo oculum. Las relaciones
entre el sustantivo y el verbo son evidentes, aunque no siempre se pueda
postular un claro paralelismo en la evolución semántica de ambos. Un diccionario histórico, en todo caso, debe resaltar los rasgos comunes, haciendo
visibles las continuidades y discontinuidades de significado, por sutiles
que parezcan, entre el líder del grupo y los términos morfológicamente
emparentados. Ello permitiría utilizar la estructura definitoria del primero
como una especie de plantilla o de guía a la que se remitiera el resto de los
derivados. Así, en el caso del sustantivo antojo, es posible encontrar, en
primer lugar, un significado de ‘aparición’ directamente relacionado con
la primera acepción del verbo, ‘aparecer, algo se le aparece a alguien’, en
ejemplos recogidos en el DH desde el siglo XV.
c1400 Med. romance (1984) 202: Y las señales del comienzo del caer
del agua en el ojo es que vea el doliente delante los ojos cosas que se
le antojan, como leimila o cabellos o moscas o chismes o cadeniellas o
sorajas pequeñas, o como cestos que se lanzan e se abajan con mover
del ojo. Y verá estos antojos de muchos colores.
La segunda acepción de antojar, ‘parecer, tener una idea’ no ha dejado
huella en los diversos sentidos con que el sustantivo se ha conservado en
los textos. Las lagunas semánticas de algunos derivados respecto al líder
del grupo ponen de manifiesto, precisamente, que no suele darse un paralelismo absoluto entre los significados de las voces emparentadas. Aunque
no podemos determinar con certeza si la ausencia de ejemplos se debe a
que el sustantivo antojo careció siempre de tal acepción, desde el punto de
vista de un diccionario histórico, nos interesa mostrar que la casilla queda
vacía.
53
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Distinto es el caso de la tercera acepción, ‘ocurrírsele, algo se le ocurre
a alguien, tener caprichosamente una idea’, con claro reflejo en el sustantivo, al menos desde el siglo XVIII.
1726-52 TVillarroel Poes. (1795 VII) 225: Piojos como carneros /
en campos cenicientos se pasean, / y es lo peor que fieros / entran en
la cocina y la rodean; / y sospecha lo rudo de mi antojo / si me dan
a comer carnero o piojo.
Los ejemplos correspondientes a la cuarta acepción, ‘deseo’, son más
numerosos y se remontan al siglo XIV.
1330-35 JManuel Lucanor (1983) 258,22: Ella era muy buena mujer
[…] pero […] a las veces tomaba algunos antojos a su voluntad.
Dejando al margen las locuciones verbales que, con este sentido, es
posible encontrar al menos desde el siglo XVI, aún pueden añadirse algunas
subacepciones particulares, no siempre paralelas a las desarrolladas por el
verbo, entre las que hay que incluir el ‘deseo de mujer embarazada’, de
gran éxito en el español contemporáneo:
1514 Nebrija Picatio, onis: por el antojo de la muger preñada.
Alejada del significado precedente y en conexión con la quinta acepción de antojar, ‘molestar’, un tanto accesoria por dialectal, aparece el sentido de ‘asco’ e, incluso, en otros contextos el de ‘hastío’. Se trata de significados bastante recientes.
1896 Arriaga Lex. bilbaíno. Apénd. s/v: Antojo me dan esas gentes
que vienen de por ahí con mantas por tapabocas.
Al margen de estos significados, antojo ha pasado a denotar, también,
una serie de realidades físicas, específicas, relacionadas de algún modo
con los ojos o con la vista (instrumentos ópticos diversos para aumentar
la imagen de los objetos, las anteojeras de las caballerías, etc.), que lleva a
incrementar, necesariamente, el número total de acepciones, sin que ello
suponga una quiebra de los planteamientos expuestos (vid. P. Álvarez de
54
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Miranda 1991 y 1992). Estos significados más especializados no tienen
correlato en el verbo ni en el resto de los derivados y constituyen, por
tanto, un ejemplo de esa libertad —a ella nos hemos referido antes— con
que términos emparentados convergen o divergen entre sí. Cuando nos
planteamos la cuestión del liderazgo dentro de una familia, nos percatamos de que no es posible tomar decisiones cuantitativas, porque, como
en el caso que nos ocupa, los desarrollos semánticos de uno de los miembros pueden resultar puramente accidentales y quedar aislados frente a las
acepciones básicas generales.20 En ese sentido, se justifica, como hacemos
a continuación, la existencia de una rama semántica de menor relieve,
separada del resto, que agrupara los significados exclusivos de cada uno
de los derivados.
Junto a estas soluciones, deberíamos también contemplar también la
posibilidad de que algunas acepciones resulten especialmente problemáticas. Es lo que ejemplificaremos por medio de la definición ‘lunar o mancha
en la piel’, que el DH incluye bajo el número 4.21 Es evidente que esta definición no guarda relación alguna con la de las acepciones básicas generales,
ni tampoco con las accesorias a las que nos hemos referido anteriormente.
Aun suponiendo que el origen se encuentre verdaderamente en los antojos
no satisfechos de la embarazada (asunto de carácter filológico que está por
resolver), la acepción ‘lunar o mancha en la piel’ no puede ligarse directamente a la acepción ‘deseo’ o ‘capricho’. Un diccionario histórico no debe
organizarse teniendo en cuenta las bases etimológicas que supuestamente
han dado lugar a las acepciones. La especial complejidad de ejemplos como
el que acabamos de mostrar, hacen que tengamos que crear un apartado
específico dedicado a los significados marginales.
20 Entendemos por acepciones básicas generales aquellas que se extienden a varios
de los derivados de una familia lingüística. Acepciones accidentales, por el contrario, serían
aquellas que se desarrollan de modo aislado en uno solo de los miembros de dicha familia.
21 No se entiende tampoco muy bien, pues parece un tanto forzada, la consideración
del significado ‘grillos’ como una subacepción dentro de la rama semántica II (idea de objeto
que se pone delante de los ojos). Parece en este caso que se hace una extensión del origen
metafórico (etimológico) de la acepción, ya perdido, al nuevo significado, institucionalizado
en un determinado ámbito social, con la intención de encontrar un rasgo en común con el
resto de las subacepciones. Desde nuestro punto de vista, se trata de una acepción independiente y, por tanto, requeriría un estudio aparte.
55
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Las acepciones correspondientes al sustantivo antojo se establecerían,
ordenarían y definirían del siguiente modo, teniendo en cuenta, evidentemente, su relación genética con el verbo antojar:
I. Acepciones básicas generales.
1. Acepción. Aparición. Aparición de algo que no existe.
c1400 Med. romance (1984) 202: Y las señales del comienzo del
caer del agua en el ojo es que vea el doliente delante los ojos cosas
que se le antojan, como leimila o cabellos o moscas o chismes
o cadeniellas o sorajas pequeñas, o como cestos que se lanzan
e se abajan con mover del ojo. Y verá estos antojos de muchos
colores.
3. Acepción. Ocurrencia, imaginación caprichosa.
1726-52 TVillarroel Poes. (1795 VII) 225: Piojos como carneros
/ en campos cenicientos se pasean, / y es lo peor que fieros /
entran en la cocina y la rodean; / y sospecha lo rudo de mi antojo
/ si me dan a comer carnero o piojo.
4. Acepción. Deseo.
4.2. Subacepción. Deseo, capricho.
1330-35 JManuel Lucanor (1983) 258,22: Ella era muy
buena mujer et los moros an della muchos buenos exiemplos,
pero avía vna manera que non era muy buena: esto era que
a las vezes tomaua algunos antojos a su voluntad.
4.3. Subacepción. Persona o cosa objeto de deseo.
1797 Lima (LHA 18 s/v): Cada cual tomaba un antojo por
almuerzo.
1511 Soria Canc. gen. 1511, 137d): Porque mi afición
pasada / puesta delante mis ojos, / después de ser apartada,
/ me da nueva sofrenada, / volviéndome a mis antojos.
56
Límites y horizontes en un diccionario histórico
4.3.1. Subacepción restringida. Alimento típico y apetecible
(dialectal).
1940 Malaret Supl.: Antojito: Méx. Golosina, platillo o
guisado típico de esta nación […].
4.3.2. Subacepción restringida. Hombre querido (dialectal).
1858-65 Díaz Manuela 1 (1889) 225: Yo no le contestaba
que sí ni que no, y sin atender todo lo que me decía me
ocupé en aflojar los ladrillos del cuarto con la zurriaguita
que mi antojo me había hecho para que le pegara al
Diamante […] Yo me fui detrás de todos y mi antojo me
iba siguiendo.
4.4. Subacepción. Deseo de mujer embarazada.
1514 Nebrija Picatio, onis: por el antojo de la muger
preñada.
5.
5.1. Subacepción. Asco (dialectal).
1896 Arriaga Lex. bilbaíno. Apénd. s/v: Antojo me dan esas
gentes que vienen de por ahí con mantas por tapabocas.
5.2. Subacepción. Hastío (dialectal).
II.Acepciones accidentales.
1. Acepción. Anteojos o gafas.
c1418-24 Villasandino (Canc. Baena ms. [66]a): Mal oyo e bien
no veo; / ved, sseñor (sic), qué dos enojos / ¡Mal pecado!, s[y]n
antojos / ya non escriuo njn leo.
57
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
2. Acepción. Anteojeras.
c1513 Lpz Cortegana Asno Apuleyo (1915) 74ª: Yo vía a menudo
entrar vn mancebo en su palacio, la cara del qual yo desseaua ver,
mas no podía, por los antojos que traya [habla el asno].
4. Acepción. Aberturas o agujeros en la capucha para dejar libres
los ojos.
1618 Rocha Geom. sastres 106: Encima salen de los quartos
traseros con su capilla, cuarteada como parece; yrá toda cerrada
con sus antojos en drecho de los ojos, de suerte que después de
cerrada no se diuisará nada del rostro.
5. Acepción. Instrumento óptico compuesto de varias lentes situadas en el interior de un cilindro, y que sirve para aproximar
o aumentar la imagen de un objeto.
p1611 Covarrubias Supl. s/v antojos: Agora modernamente an
hallada vna manera de antojos de dos lunas acomodadas en los
extremos de vn cañón, de manera con este instrumento se alarga
la vista vn quarto de legua.
III. Acepciones marginales.
1. Acepción. Lunar o mancha en la piel.
1627-35 Quevedo Entremetido (1859) 363a: Nueve meses he de
alimentarme del asco de los meses; y la regla, que es la fregona
de las mujeres, que vacía sus inmundicias, será mi despensera;
andaré sin saber lo que me hago; antes de ver, lleno de antojos;
para nacer traeré más dolores que el mal francés.
2. Acepción. Grillos (germanía).
1609 VGermanía Hidalgo (1945): Antojos: grillos de prisión.
58
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Si representáramos gráficamente la relación entre los significados del
verbo antojar y los de antojo,22 obtendríamos las siguientes líneas temporales:
2.2. El sustantivo antojamiento, por su parte, ha desarrollado una única
acepción (deseo, capricho), que se corresponde con la subacepción 4.2. del
sustantivo sinónimo antojo, íntimamente ligada, a su vez, a la 4.2. del verbo
antojar (desear), como hemos tenido ocasión de ver en el apartado anterior.
Los ejemplos de que disponemos se remontan al siglo XIII. Naturalmente,
la definición debe tener en cuenta estas conexiones entre los vocablos.
4.2. Subacepción. Antojo. Deseo, capricho.
1256-63 Alfonso X Part. I tít. 7 ley 4 (ms MB s. XIV ed.
1975) 197: Algunos cuando entran en orden hácenlo con
saña o con antojamiento cuidando que la podrán sufrir.
En una representación diacrónica tendríamos el siguiente esquema:
22 Nos interesan las acepciones básicas generales, que son las que volveremos a encontrar, en mayor o menor número, en el resto de los derivados.
59
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
2.3. Antojanza es otro de los sustantivos pertenecientes a la familia de
antojar. Presenta dos acepciones que pueden considerarse equivalentes a
la primera y cuarta del sustantivo antojo. Como el resto de los miembros
de la familia, su definición puede llevarse a cabo por medio de idénticos
parámetros:
1. Acepción. Aparición [de algo que no existe].
c1215 María Egipc. (1964) 136, 942: El santo hombre bien fue
enseñado, / contra la sombra va privado. / Cuidó que fuese alguna
antojanza / o alguna espantanza; / con su mano se santiguó, / e a
Dios se acomendó.
4.2. Subacepción. Antojo. Deseo, capricho.
1256-63 Alfonso X Part II tít. 13 ley 14 (ms. S. XIV ed.
1807) 112: Se parte [el amor] en dos maneras: la una
cuando viene sobre cosa flaca et la otra sobre firme; et la
flaca es cuando entra en las voluntades de los hombres
como por antojanza, así como amando las cosas que nunca
vieron.
Si estableciéramos un nuevo gráfico diacrónico, veríamos mucho más
fácilmente la relación entre cada uno de los vocablos:
60
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Este último cuadro, a pesar de su carácter provisional, pone de manifiesto que, si es cierto que cada palabra tiene su historia, no lo es menos
que una parte importante de esa historia, por pequeña que sea, puede ser
común al resto de los términos emparentados. La comparación nos revela
también que en toda familia lingüística existe un líder, no necesariamente
el más antiguo ni el que ha desarrollado un mayor número de significados
diferentes, sino aquel que aglutina y consolida las acepciones compartidas
por todos o una gran parte de los derivados. Gracias al estudio sistemático
de las conexiones entre el líder del grupo y el resto de los miembros, es
posible distinguir con precisión las acepciones básicas generales de las accesorias e incluso residuales. Y no podemos olvidar que, dentro de las que
hemos denominado “básicas generales”, pueden rastrearse significados
dominantes capaces de explicar otros aspectos de importancia, como, por
ejemplo, la extensión semántica de algunos de los vocablos supervivientes en el léxico actual. Son orientaciones que debemos encontrar en un
diccionario histórico.
61
3
¿DESDE CUÁNDO SE COMETEN DELITOS?
0. Introducción
De un tiempo a esta parte, la lingüística ha venido poniendo de manifiesto la necesidad de superar la distinción rígida entre morfología y
sintaxis, por la dificultad de seguir manteniendo que las palabras, unidades mínimas dotadas de sentido, se combinan libremente para formar
oraciones y que las oraciones, a su vez, se combinan libremente formando
un discurso. En la actualidad sabemos que los vocablos de una lengua se
hallan sometidos a muchas restricciones combinatorias, en muchos casos
puramente arbitrarias, cuya causa hay que buscar en una institucionalización de las elecciones que, en distintos contextos, han venido haciendo
los hablantes.
Entre estas combinaciones arbitrarias, las llamadas construcciones con
verbos de apoyo o verbos soporte han merecido una atención especial
por parte de los lingüistas que los consideran uno de los esquemas de
estructuras complejas más productivos (Piera y Varela: 4415-4418). Son
construcciones del tipo:
(4.a) Juan da un beso a María.
(4.b) Juan hace un viaje.
Se trata, en realidad, de un conjunto específico de colocaciones sometidas a un profundo proceso de gramaticalización. Aunque a simple vista
63
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
se comportan como construcciones tradicionales de V+CD, se distinguen
de las combinaciones libres en, al menos, dos aspectos esenciales.
a) El primero afecta al verbo, que ha perdido su significado inicial,
hasta el punto de limitarse a actualizar, desde una perspectiva aspectual y modal, los contenidos semánticos impuestos por el sustantivo. Por eso en muchas ocasiones, aunque no en todas, el significado
de la estructura con verbo de apoyo o verbo soporte es equivalente
al transmitido por un verbo simple derivado del nombre: Juan da
un beso a María g Juan besa a María. La prueba más evidente, no
obstante, de la escasa entidad semántica del verbo de apoyo es
el hecho de que puede desaparecer dejando al sustantivo sin su
actualización, pero con toda su carga semántica y sus argumentos
oracionales: el beso de Juan a María.
b)El segundo, íntimamente vinculado al anterior, es la arbitrariedad
con la que el sustantivo selecciona ese verbo semánticamente débil
y la estrecha solidaridad que se da entre ambos. De hecho, la selección de los verbos soporte o verbos de apoyo resulta, en principio,
impredecible. Nada nos permite explicar, de un modo racional, por
qué decimos dar un paseo y no *hacer un paseo, hacer una pregunta
/ dar una respuesta y no *dar una pregunta / *hacer una respuesta,
hacer un viaje, echar una siesta…. La comparación entre lenguas es,
también, significativa, pues los verbos de apoyo pueden ser muy
diferentes aun cuando el sustantivo predicativo sea el mismo. Así,
para la estructura española con el verbo dar, en dar un paso, el
francés presenta el verbo hacer (faire un pas); el inglés, tomar o coger
(take a step); el islandés, pisar, (stíga skref), etc. Estas combinaciones
tan rígidas se complican cuando ciertos grupos de sustantivos, sin
razón aparente, abren un paradigma mínimo seleccionando verbos
de apoyo que les son exclusivos y que no son sino variantes específicas de otros más generales, como los mencionados dar o hacer.
La variante menos restringida puede conservarse y, en ese caso,
asistimos a una diferencia que afecta a los registros de lengua (dar,
propinar una patada; hacer, practicar una operación; hacer, realizar
un viaje, etc.), aunque no es raro que las variantes más generales
no sean aceptables (proferir una maldición / *dar, *decir, *hacer una
64
Límites y horizontes en un diccionario histórico
maldición) o que ni siquiera exista la posibilidad de utilizar otra variante sinonímica (dar un beso / *administrar un beso). Debido a esta
rigidez y la falta de criterio para determinar cuándo el sustantivo
selecciona uno u otro verbo de apoyo, parece razonable considerar
que estas combinaciones forman parte de la competencia léxica de
los hablantes.
Si las construcciones con verbos de apoyo, como construcciones
complejas, están empezando a tenerse en cuenta en el análisis lingüístico
sincrónico, especialmente en ámbitos como la lexicografía bilingüe y el
tratamiento automático del lenguaje, desde el punto de vista diacrónico no
se han explotado suficientemente. Su evolución, sin embargo, contribuye
a iluminar muchos aspectos de la historia de la lengua que el tratamiento
aislado de cada una de las partes de la Gramática ha dejado hasta ahora
en la sombra. Precisamente, estas páginas se inscriben en una corriente
de investigación que estudia el cambio léxico desde una perspectiva relacional y que, como se puso de manifiesto en el capítulo anterior, tiene
su aplicación inmediata en el campo de la lexicografía histórica. Lo que a
continuación se pretende mostrar es cómo los sustantivos predicativos
han ido estableciendo y orientando sus criterios de selección léxica a lo
largo de la historia y, en consecuencia, qué pasos se han dado para la
fijación de las construcciones con verbo de apoyo tal y como en la actualidad las conocemos. Para ello, se tomará en consideración un ámbito
determinado dentro de los lenguajes especiales —la lengua del Derecho
Penal — y una de las clases de sustantivos consideradas prototípicas en
esta área de especialidad: los delitos. Trataremos de descubrir, con ayuda
del corpus histórico de la Real Academia Española, si desde los orígenes del
español se han producido cambios significativos en las conexiones entre el
sustantivo predicativo y su verbo de apoyo y, en caso afirmativo, si existen
razones capaces de explicarlos.
1. De los delitos
Los delitos, como las penas, son algo más que un conjunto de términos ordenados alfabéticamente en los diccionarios y glosarios jurídicos.
65
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Constituyen una “clase” de palabras que se comportan, desde un punto de
vista sintáctico-semántico, de un modo homogéneo. La delimitación de estas clases se basa en las combinaciones posibles de sus elementos con otros
predicados (a los que denominaremos predicados apropiados), capaces de
seleccionarlos en el discurso. Es importante tener en cuenta que solo un
conjunto de predicados apropiados (no bastaría uno solo) puede ayudarnos
a establecer una lista cerrada. Así la clase de los delitos, que podríamos
representar, por razones de precisión terminológica, como <infracción penal>, estaría constituida por todos los términos capaces de combinarse con
predicados del tipo acusar de / acusación por <infracción penal>; procesar por
/ proceso por <infracción penal>; incriminar en <infracción penal>; denunciar
por / denuncia por <infracción penal>; imputar <infracción penal>. El sustantivo homicidio, por ejemplo, debería integrarse en ella.
Como las penas, esta clase se caracteriza por seleccionar también un
verbo o varios verbos de apoyo comunes que, por su especialización, podemos denominar, siguiendo a Gaston Gross (1996), verbos de apoyo
apropiados. Se trata de los verbos cometer, perpetrar y, en menor grado,
ejecutar. El artículo 142.3 del Código Penal constituye un ejemplo casi
prototípico:
Cuando el homicidio fuere cometido por imprudencia
profesional…
El empleo que se hace de estas combinaciones en el lenguaje jurídico
es compartido por la lengua general, hasta el punto de hallarse explícitamente reconocido en los libros de estilo y en la mayor parte de las obras
lexicográficas actuales. La rigidez de esta combinación de palabras queda
patente cuando comprobamos que, aunque los sustantivos que constituyen el núcleo semántico son claros predicados de acción, la selección de
verbos de apoyo de amplio espectro como hacer o dar resulta, en todos los
contextos, inaceptable:
(5) *Juan hizo un delito de lesa majestad.
De hecho, se puede decir que la selección de estos verbos de apoyo
en concreto está ligada a la especialización que caracteriza a la lengua del
66
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Derecho penal. Este hecho parece indiscutible y, desde nuestra perspectiva actual, no tenemos conciencia de que pudiera ser de otra manera. No
obstante, remontándonos un poco en el tiempo, con la ayuda inestimable
del CORDE23 aún en fechas relativamente recientes, el verbo hacer, sobre
todo en el ámbito literario, podía ser seleccionado por los sustantivos pertenecientes a la clase <infracción penal>, como se lee en el siguiente pasaje
de Leandro Fernández de Moratín:
…o si fuese la quijada con que hizo Caín el primer homicidio.
Es posible que la elección de nuestro dramaturgo dieciochesco tuviera,
ya en su época, un cierto regusto arcaizante, aunque no fuera, en ninguna
medida, percibida como extraña a la lengua. En todo caso, es evidente que
se alejaba de los usos mayoritarios de los textos jurídicos y no jurídicos
del momento. Él mismo, en otros pasajes de la misma obra, prefiere la
variante cometer, la más extendida entonces:
Olvida, Señor, olvida el horrible homicidio que cometí… ¡Ah!
Esta alternancia, a pesar de su carácter un tanto restringido, nos pone
en la pista de que la institucionalización de estas solidaridades léxicas no ha
permanecido invariable a lo largo del tiempo. El presentimiento de que se
trata de un arcaísmo se confirma cuando nos volvemos hacia los primeros
textos de nuestra lengua. Curiosamente, en los siglos XII y XIII, el uso no
marcado, tanto en textos especializados como en la lengua general o literaria, era el correspondiente a hacer + <infracción penal>, hasta el punto
de que el empleo de los verbos cometer y perpetrar era casi inexistente. La
traducción que en el siglo XIII se hizo del Liber Iudiciorum, por la que este
empezó a conocerse como Fuero Juzgo, no contiene ningún ejemplo en que
los sustantivos predicativos de la clase <infracción penal> seleccionen los
verbos cometer o perpetrar. Las Partidas de Alfonso X el Sabio utilizan casi
23 Aunque los ejemplos, particularmente en esta capítulo y en el siguiente, proceden
del CORDE (REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus
diacrónico del español. <http://www.rae.es> [junio de 2005]), algunos de los textos que hemos
consultado para este artículo tienen otras fuentes. Recogemos sus referencias particulares en
nota a pie de página.
67
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
exclusivamente el verbo hacer. Quizás el siglo XII y el XX constituyan dos
extremos en lo que se refiere a los criterios de selección léxica establecidos
por los sustantivos de esta clase. De la naturalidad de hacer como verbo de
apoyo a su absoluta proscripción hay, sin duda, un largo camino que merece un análisis detallado. La cuestión que cabe plantearse en este momento
tiene que ver con el modo como se produjo la sustitución de este verbo
por sus variantes actuales y con las causas que pudieron favorecerla. A esta
doble pregunta se tratará de dar respuesta en el apartado siguiente.
2. Hacia la especialización lingüística
Cometer y perpetrar son, en español, los dos verbos prototípicos de
la clase <infracción penal>. Prácticamente sometidos al mismo proceso
de desemantización que en nuestra lengua, sus antepasados perpetrare y
committere del latín clásico eran seleccionados por los sustantivos predicativos de la clase <infracción penal> con una cierta regularidad. Pero en latín
el paradigma no estaba cerrado y, junto a estas variantes, se encontraban
otras, como facere, admittere e incluso suscipere. Todas ellas estaban lo bastante ancladas en el lenguaje jurídico como para que pasaran a las compilaciones posteriores, como el famoso Digesto de Justiniano. La selección de
una u otra forma léxica obedecía, básicamente, a razones estilísticas, entre
ellas la variación. Era frecuente que la repetición en un mismo párrafo del
sustantivo predicativo llevara aparejada, con intención de romper la monotonía, una alternancia entre dos o más verbos de apoyo:
…Ex maleficio filiorum familias seruorumque, ueluti si furtum
fecerint aut iniuriam commiserint24…
No obstante, y a pesar de la perfecta integración de estas formas léxicas
en el ámbito de acción de los sustantivos de la clase <infracción penal>,
lo cierto es que ya en latín algunas de ellas parecían haber adquirido una
mayor difusión. Era el caso de facere, committere y admittere, cuyo uso se
extiende, sin ninguna duda, hasta el final del reino visigodo. Así, en el Liber
24 Instituciones de Gayo, comentario cuarto, 75, en Domingo, coord., 2002.
68
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Iudiciorum, por ejemplo, las tres alternan siguiendo la tradición clásica.
Perpetrare, como en la actualidad, se utilizaba con una cierta prudencia,
pues, aunque mantuvo su prestigio como verbo especialmente ligado a la
clase <infracción penal> se ha conservado en los textos con bastante menor
profusión. Parece razonable suponer un rápido proceso de simplificación
de estas formas a medida que avanza la Edad Media, pues los textos latinos
altomedievales de la península dan preferencia, a partir del siglo IX, a las
combinaciones con facere. Admittere y suscipere desaparecen prácticamente
sin dejar huella (el segundo mucho antes que el primero) y de committere y
perpetrare quedan algunos restos que se van haciendo cada vez más escasos
a medida que nos aproximamos a los siglos XI y XII.
La simplificación en la selección del verbo de apoyo se corresponde
con una simplificación terminológica importante, que tiene como causa
inmediata el olvido de la tradición jurídica romana a lo largo de la Alta
Edad Media o, al menos, su subordinación a un derecho consuetudinario
de cuño localista25. Dejando de lado la polémica sobre el grado de germanización de nuestro ordenamiento jurídico altomedieval, asistimos en este
momento a una falta de tecnicidad generalizada y a una preferencia por la
pura casuística (Tomás y Valiente: 1983: 133).
Las distinciones teórico-conceptuales creadas por el Derecho romano
dejan de ser operativas en la mayor parte de los casos, porque, como señala
oportunamente Sainz Guerra (2004: 24), lo que se castiga, básicamente, es
la infracción de la norma concreta establecida. En ese sentido, si perviven
las denominaciones de muchos delitos (que pasan después a la lengua romance como omezillo, furto, robo, adulterio, etc.), los hiperónimos capaces
de englobarlos quedan relegados a un segundo plano, hasta el punto verse
abocados a la desaparición. Las variantes léxicas existentes en latín clásico
(facinus, scelus, crimen, delictum) se emplean en un número muy bajo en
los textos latinos posteriores al siglo VIII, en comparación, al menos, con
la frecuente reiteración de los vocablos referidos a las conductas delictivas concretas. En realidad, son casi esporádicos y designan, con mucha
25 Para los modos de creación y fijación del derecho medieval, vid. J. M. Pérez-Prendes, (1999: 920 y ss.).
69
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
frecuencia, las faltas cometidas contra Dios26. De hecho, la tendencia de
la época a mezclar los ámbitos de lo público y lo privado, lo religioso y lo
laico, hace que todos los términos, penales o eclesiásticos, tiendan a perder
su especificidad y transmitan, cada vez más, una idea genérica de “infracción”. Como hiperónimos de la clase <infracción penal>, precisamente,
empiezan a extenderse, aunque tímidamente, tanto la forma eclesiástica
peccatum27, que había adquirido un protagonismo indiscutible en muchos
textos altomedievales, como otros vocablos de contenido semántico más
general que parecen admitir esa idea genérica de “transgresión” (el neutro
malum, por ejemplo).
La lengua romance, por su parte, siguió esta tendencia y, dejando
olvidados en el latín los antiguos tecnicismos, se inclinó por el empleo de
denominaciones más ambiguas y genéricas. En ese sentido, en el siglo XIII
encontramos empleados con absoluta naturalidad los vocablos del tipo nemiga, malfecho o mal fecho, yerro, mal, tuerto, malfetría e incluso pecado28. Al
mismo tiempo, la inercia de los cambios que se habían venido produciendo
en la selección de los verbos de apoyo por parte de la clase <infracción
penal> hizo que se heredara, automáticamente, la combinación con hacer,
la forma que se había impuesto abrumadoramente en los textos latinos
de los siglos XI y XII, y que quedaran varados en el latín, como variantes
estilísticas residuales de facere, los verbos committere y perpetrare29.
26 Las glosas emilianenses dan cuenta de su situación en el ámbito religioso en lengua
latina: Sed ad tempus moritur non resurgit [non se uiuificarat] cum crimine [peccato] folio 87r;
admoneo [castigo]; jn diem judicii duppliciter criminis [peccatos] reus esse timeo folio 71v.
27 Así se desprende de ejemplos como el siguiente del Fuero de Calatayud (1131),
p. 463: Et primo populator qui venerit non respondeat ad allio qui postea venerit de nullo pecato,
neque danio antea facto.
28 La utilización de estas denominaciones era bastante flexible. En muchos casos,
incluso permitían una cierta variación estilística: “Seyendo alguno acusado delante del judgador de mal ó tuerto que hobiese fecho, non puede acusar á otro por razón de yerro que
fuese menor ó egual de aquel de quel acusasen fasta que fuese acabado el pleyto de su acusamiento.[…]” Partida VII, ley IV. “Apercibir pueden al rey en su poridat los merinos et los
otros oficiales de los yerros et de las malfetrías que fueren fechas…” Ibidem, ley V.
29 Como verbos de apoyo –se sobreentiende — ya que, morfológicamente, la forma
cometer, en el sentido de los actuales acometer [a un enemigo] y entablar [combate, batalla]
podría tener un origen patrimonial. Vid. DECH (S.vv. meter y tabla).
70
Límites y horizontes en un diccionario histórico
A partir del siglo XIII, asistimos en la Península Ibérica a un fenómeno
de notable importancia desde el punto de vista jurídico: la recepción del
llamado ius commune, que era, en la acertada definición de Francisco Tomás y Valiente (1983: 194), “un derecho de juristas”, es decir, un derecho
compuesto por la doctrina de los doctores y dotado de fuerza vinculante.
El ius commune o derecho común, frente al derecho altomedieval, bebía
directamente en las fuentes del Derecho romano, principalmente la obra
de Justiniano (el Corpus Iuris Civilis), que se había redescubierto en Italia
un siglo antes y había empezado a difundirse, gracias a la labor docente
desempeñada en las universidades, por toda Europa. La recuperación del
Derecho romano y su estudio según los métodos elaborados en Bolonia
supuso un cambio fundamental en la teoría jurídica y contribuyó a la
gestación de un nuevo sistema que se mantuvo en vigor hasta finales del
siglo XVIII.
A medida que el ius commune se fue implantando en los diversos países
europeos, se llevó a cabo un proceso de refinamiento de la técnica jurídica, siguiendo, precisamente, los modelos del Derecho romano-canónico.
La labor de los juristas del ius commune y, especialmente, de la segunda
escolástica española, fue fundamental para el establecimiento de un nuevo
marco conceptual que no solo ha sentado las bases de la moderna ciencia
del Derecho, sino que, en muchos casos, todavía conservamos en su rigor30.
Desde el punto de vista lingüístico, no es de extrañar que el desplazamiento progresivo de los antiguos derechos locales y la importancia de estos
nuevos estudios llevara aparejada una tendencia a renovar la terminología
jurídica por medio de la incorporación de prestamos de la lengua latina,
ya fueran léxicos o semánticos.
Como consecuencia, los hiperónimos delito y crimen, que constituían
dos grandes conceptos del Derecho penal romano31, terminan pasando al
castellano como variantes cultas de los vocablos genéricos altomedievales.
Tenemos constancia de que primero entró crimen (siglo XIII) y un poco más
adelante, delito (siglo XIV), si bien ambos empiezan a extenderse a partir
30 Pérez-Prendes (1999: 1454-55).
31 Los delicta incluían los delitos privados y menos graves, mientras que los crimina
se referían a los delitos públicos. Sainz Guerra (2004: 28).
71
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
del siglo XV. Poco a poco se van abandonando las antiguas denominaciones,
que ya pueden considerarse prácticamente desaparecidas hacia finales de ese
mismo siglo. La única que permaneció más tiempo, al menos hasta la llegada
de la corriente secularizadora de la Ilustración, fue pecado —aunque muy
subordinada a los términos delito y crimen — porque en el sistema de la Monarquía absoluta ley humana y ley divina seguían formando una unidad32.
Con el tiempo, el carácter marcado y más restringido que adquirió
crimen33 y los esfuerzos de la ciencia jurídica por encontrar un término que
pudiera englobar el conjunto de las infracciones penales hizo que delito se
convirtiera en el hiperónimo especializado por excelencia. La codificación
le otorgó su valor definitivo al distinguir entre delitos y faltas y desterrar así
crimen a la lengua general.
En lo que respecta a los verbos de apoyo seleccionados por la clase
<infracción penal>, asistimos, paulatinamente, a una introducción de las
antiguas variantes que pervivieron en el latín. El hecho de que la forma
cometer, a pesar de no haber conservado su carácter de verbo soporte especializado, hubiera pasado al romance muy tempranamente y hubiera tenido
incluso algún antecedente de desemantización —pues en casos esporádicos
podía combinarse con sustantivos genéricos de acción— favoreció su rápida incorporación como verbo de apoyo apropiado a la clase <infracción
penal>. Los primeros ejemplos, aunque aislados, son de finales del siglo
XIII. A lo largo del siglo XIV se fue extendiendo débilmente su uso y, a
finales del siglo XV y principios del siglo XVI, aparece como sinónimo habitual de hacer34. A lo largo de los siglos XVI y XVII asistimos a su anclaje
progresivo como verbo de apoyo principal de la clase <infracción penal>,
en relación directa con el mayor desarrollo de la ciencia jurídica. En el siglo
XVIII domina completamente en los textos penales, desde donde irradia
su influencia, cada vez con más fuerza, a la lengua general, provocando
32 Para el concepto de delito en el sistema jurídico de la recepción y, especialmente
en la Edad Moderna, vid. Tomás y Valiente (1992: 203 y ss.).
33 Covarrubias lo define todavía como “el pecado grave”, y lo opone así al delito:
“que si tomamos el vocablo en sumo rigor vale omissión, quando uno faltó en hazer lo que
devía. Pero delictum y peccatum todo significa una cosa”.
34 Todavía Covarrubias define cometer del siguiente modo: “Algunas vezes se toma
en mala parte. Cometer delito”.
72
Límites y horizontes en un diccionario histórico
que también desaparezca de ella la vieja combinación hacer + <infracción
penal>. A finales de siglo este último uso era escaso y arcaizante. El mismo
DRAE, que lo había definido como verbo de apoyo, termina eliminando
esta acepción en 180335. Tras el gran proyecto codificador, hacer quedará
definitivamente enterrado en el olvido.
Perpetrar, por su parte, se incorporó más tardíamente, a finales del
siglo XIV, en un momento en que la recepción del Derecho romano se había hecho más intensa y la progresiva especialización de la ciencia jurídica
ponía de moda la adopción de cultismos. Este verbo, que desde la época
clásica había mantenido su prestigio como verbo de apoyo específico de
la clase <infracción penal>, se impuso, desde el primer momento, como
variante hiperculta indiscutida de hacer y cometer. Al contrario de lo que
había sucedido con este último, se mantuvo en un discreto segundo plano,
sin llegar a disputarle la primacía, pero dotado del suficiente reconocimiento como para permanecer enraizado en la lengua del Derecho penal, sin
apenas cambios, hasta la actualidad.
Consecuencia de una especialización más acusada de la ciencia jurídico-penal es la utilización, como verbos de apoyo, de incurrir (en), ejecutar
y consumar. Los dos primeros se introdujeron en español en el siglo XV,
cuando la fiebre cultista alcanzaba su punto más alto. Mientras incurrir
(en), por una cierta predisposición etimológica36, logró integrarse inmediatamente en el paradigma de los verbos soporte de la clase <infracción
penal>, sin llegar a poner en peligro el liderazgo de cometer ni el prestigio
de perpetrar, que se consideraban mejor respaldados por la tradición del
Derecho romano, ejecutar siguió un camino más tortuoso. En primer lugar
tuvo el significado de ‘hacer cumplir’ y se combinaba con sustantivos como
sentencia, justicia, norma o pena. A principios del siglo XVI, ya se había visto
sometido a un importante proceso de desemantización, pues podía funcionar como verbo de apoyo genérico de algunos sustantivos de acción. No
obstante, su institucionalización como verbo de apoyo apropiado a la clase
35 Todavía en la edición de 1791 la acepción 3 de la entrada hacer especificaba su
posible combinación con la clase <infracción penal>: “Executar, poner en obra alguna cosa,
cometer algún delito”.
36 En latín se había empleado ya como verbo de apoyo de ciertos sustantivos predicativos con connotaciones negativas. Es el caso de morbus, (incurrere in morbos), por ejemplo.
73
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
<infracción penal> no se produjo hasta el siglo XVII37. Desde entonces se
utilizó, al igual que había sucedido con incurrir (en), como mera variante
estilística. Aunque llegaba tarde a un paradigma bastante saturado, no desapareció, ya que, por sus más amplias connotaciones, servía para referirse
también a cada uno de los actos que constituían el iter criminis. En lo que
respecta a consumar, aunque antiguo como forma léxica, empezó a difundirse gracias a los textos de Derecho canónico de los siglos XV y XVI (en la
expresión consumar el matrimonio)38, y solo a partir del siglo XVIII, debido
a las nuevas necesidades conceptuales, daría el salto al Derecho penal. Su
significado más preciso (la realización de todos y cada uno de los actos que
componen el delito) rellenaba un hueco en el vocabulario jurídico-penal y
garantizaba su permanencia pacífica en él hasta el presente.
37 En ello influyó el hecho de haberse combinado paralelamente, a lo largo del siglo
XVI, con predicados de estado connotados negativamente (malas intenciones, malos propósitos,
ira, saña, etc.). En ese caso tenía el significado de ‘convertir en hechos’.
38 Consumar ya existía en la documentación medieval, pero sobre todo como sinónimo de consumir, que era la forma más extendida. Vid. Pascual (1974:160). La expresión
consumir el matrimonio era lo habitual en el siglo XIV. Solo durante los siglos XV y XVI empieza
a utilizarse con una cierta profusión la forma consumar, que entra en conflicto con la antigua
consumir. A partir de finales del siglo XVII, consumar se impone definitivamente.
74
4
¿DESDE CUÁNDO SE IMPONEN PENAS?
0. Introducción
En el capítulo anterior se ha puesto de relieve la importancia de las
construcciones con verbos de apoyo para comprender la evolución del
léxico de una lengua, porque los cambios afectan a algo más que a formas
y significados. Tomando como ejemplo la clase <infracción penal>, a la que
pertenecerían sustantivos predicativos como homicidio, asesinato, robo, hurto, etc., se ha analizado el proceso de fijación de sus combinaciones actuales
con los verbos cometer, perpetrar, ejecutar, incurrir (en) e incluso consumar.
Ya se ha mostrado que estas estructuras no han existido desde los orígenes
de nuestra lengua, sino que se fueron imponiendo paulatinamente como
consecuencia del desarrollo de la ciencia jurídica y de la especialización
lingüística. En ese sentido, tanto cometer como el resto de los verbos cultos, incorporados más tarde, vencieron en la pugna con el verbo genérico
que los sustantivos de la clase <infracción penal> habían seleccionado con
mayor naturalidad hasta ese momento: hacer.
Con el presente capítulo se completa el estudio de las construcciones
con verbo soporte en la lengua del Derecho penal y su evolución en el
tiempo. Si es evidente que los delitos constituyen uno de los grupos terminológicos más importantes de este ámbito de especialidad, no lo es menos
que tienen escaso sentido en el conjunto de la disciplina sin su reverso
inmediato: las penas. Como señala Gimbernat (1999: 17):
75
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Lo que caracteriza al Derecho penal frente a los demás
sectores del ordenamiento jurídico es, sobre todo, su consecuencia
jurídica, esto es: la pena (en algunos casos, al menos, la medida
de seguridad postdelictual). El Derecho es concebido en reglas y
expresado en proposiciones jurídicas. El orden jurídico es una suma
de proposiciones jurídicas.
De poco serviría establecer una serie de conductas prohibidas si no
existiera algún modo de garantizar que no van a realizarse. Las penas son
la manifestación más clara del poder coactivo del Estado, y buscan cumplir
no solo la función de castigar a los responsables de un delito, sino también
la de disuadir a los que pretendan cometerlo. En ese sentido, las penas
constituyen la máxima garantía de la paz jurídica.
1. De las penas
Al igual que los delitos, las penas no son solo un conjunto de términos
o unidades conceptuales, sino también una “clase” léxica que se comporta
de un modo homogéneo desde un punto de vista sintáctico-semántico. Para
evitar posibles confusiones terminológicas, se denominarán, de ahora en
adelante, <sanción penal>, término que permite integrar mejor los tecnicismos pena y medida de seguridad. Su delimitación como clase independiente
se basa en las diferentes posibilidades de combinación que presentan sus
elementos dentro del discurso especializado:
a) Algunos predicados apropiados de nivel superior pueden seleccionar los sustantivos de la clase <sanción penal>. Hay que tener en cuenta
que solo un conjunto amplio de predicados (uno solo no sería suficiente)
es capaz de ayudarnos a establecer una lista cerrada. Puede tratarse de adjetivos especializados como arbitraria, proporcionada, ancestral, infamante…;
verbos, como cumplir <sanción penal>, purgar <sanción penal>, establecer
<sanción penal>, castigar con <sanción penal>…; e incluso otros sustantivos predicativos, como condena a <sanción penal>, abolición de <sanción
penal>…
b) La clase <sanción penal>, formada por sustantivos predicativos,
selecciona, a su vez, sus propios verbos de apoyo. El más utilizado y, por
76
Límites y horizontes en un diccionario histórico
tanto, el que ha adquirido casi carácter prototípico, es imponer. El artículo
202.3. del actual Código Penal puede servirnos de ejemplo:
Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años si se difunden,
revelan o ceden a terceros los datos o hechos descubiertos o las
imágenes captadas a que se refieren los números anteriores.
No obstante, el lenguaje jurídico ha desarrollado también una serie
de variantes léxicas que conforman el paradigma de los verbos de apoyo
apropiados a la clase. Estos verbos son, básicamente, aplicar, incurrir (en)
y, con menos frecuencia, infligir, variante hiperculta con mayor éxito en
el lenguaje periodístico y en la lengua literaria. Incurrir (en), frente a los
restantes, presenta una característica especial: se trata de un verbo soporte
converso. Las estructuras conversas han sido estudiadas detenidamente por
Gaston Gross (1989), quien especifica que el proceso de conversión consiste en la permutation des arguments, sans qu’il y ait changement de prédicat
(1989: 9). En la lengua jurídica, el verbo de apoyo estándar imponer y el
converso incurrir (en) se combinan con el mismo sustantivo predicativo,
pero intercambian sus argumentos:
a) Las mismas penas se impondrán al que, sin estar autorizado, se
apodere, utilice o modifique, en perjuicio de tercero, datos reservados
de carácter personal o familiar de otro…
b) En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente
escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o
creencia alguna.
En a) el reo o procesado desempeña la función gramatical de complemento preposicional del predicado pena, mientras que en b) constituye
su sujeto39. Aunque la perspectiva es, sin duda, opuesta, el significado de
ambas oraciones es idéntico.
39 No olvidemos que en las construcciones con verbo de apoyo, el sustantivo determina sintáctico-semánticamente los argumentos oracionales, lo que ha llevado a considerarlo
un predicado en toda regla, y el verbo no es más que un actualizador temporal, aspectual y
modal de dicho sustantivo. Vid. Gross (1996).
77
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
La importancia de tener en cuenta todo el conjunto de verbos de apoyo para la delimitación precisa de la clase procede del hecho de que, en
muchas ocasiones, algunos de ellos pueden resultar apropiados a dos o más
clases de sustantivos predicativos. Es lo que sucede, sin ir más lejos, con
incurrir (en), que se combina, dentro del lenguaje jurídico-penal, tanto con
la clase <infracción penal> como con la clase <sanción penal>. Es evidente
que, por sí solo, no nos permitiría distinguir ambas. Solo si ponemos en
relación este verbo con sus sinónimos cometer y perpetrar, por un lado, o
imponer y aplicar, por otro, podremos utilizarlo como referencia. La suma
de todos los verbos de apoyo seleccionados por una clase léxica, por tanto,
constituye el haz definitorio suficiente y necesario de dicha clase.
La selección de los verbos de apoyo puede considerarse, en lo que
respecta a lengua actual, arbitraria y rígida. Fuera de los elementos que
forman parte del paradigma no es posible hallar otras combinaciones aceptables. Así, por ejemplo, la sustitución de imponer por otros verbos de mayor extensión semántica como dar o hacer no está permitida en el español
actual:
*El tribunal dio al reo una pena de prisión de cinco años y un día.
La cuestión que cabe plantearse en este momento, en paralelo a la investigación llevada a cabo sobre los verbos de apoyo apropiados a la clase
<infracción penal>, es si los criterios de selección de estos verbos soporte
se han mantenido constantes en el tiempo o son el resultado de una evolución histórica particular. Tomando como base el CORDE, trataremos de
determinar, a continuación, el momento en que estas estructuras quedan
definitivamente establecidas en la lengua y las causas que pudieron provocar o, al menos, contribuir a su fijación actual.
2. Evolución histórica
El sustantivo pena procede del latín poena, que se utilizó en los textos
jurídicos clásicos con el sentido de ‘castigo impuesto a quien ha cometido
un delito’ y también de ‘pena convencional’ (Vid. Domingo: 2002: 462).
Con ese sentido pasó al latín de los primeros siglos de la Edad Media. En
78
Límites y horizontes en un diccionario histórico
el Liber Iudiciorum, los visigodos utilizan aún el término con cierta frecuencia:
Consulto tamen sacerdote, ac reddito sacramento, ne eumdem
sceleratum publica mortis poena condemnet…40
A partir del siglo VIII, asistimos a una reducción progresiva del
término poena en el ámbito jurídico-penal. Se trata de un fenómeno
paralelo al abandono de los conceptos delito y crimen, como hemos visto
en el capítulo anterior, y cuya causa hay que buscar en la pérdida de la
tradición romana y en el carácter poco técnico y puramente casuístico del
Derecho altomedieval. Como señala Francisco Tomás y Valiente (1983:
178), “el cultivo del Derecho como saber especializado no existió en los
monasterios”, ni se escribieron libros dedicados en exclusiva esta materia.
El Derecho, de marcado carácter consuetudinario, sobrevivió, sobre todo,
en la memoria de la gente y en la tradición oral. Los textos conservados
muestran una cierta preferencia por hacer una relación detallada y concreta de ciertas conductas prohibidas y de las consecuencias que estas
llevan aparejadas.
Ahora bien, contrariamente a lo que sucedió con los términos delito
y crimen —que, por su elevado grado de especialización, quedaron durante mucho tiempo relegados a la lengua latina, y solo se incorporaron
al español como novedades léxicas cultas una vez se hubo recuperado la
tradición del Derecho romano— el término pena no había desaparecido
por completo. Es cierto que su uso, como el del resto de las voces provistas de contenido jurídico, se difundió mejor en el ámbito eclesiástico,
que había calcado para su universo significativo, desde hacía siglos, todas
las denominaciones procesales y penales romanas; pero, frente al resto del
léxico antiguo, su menor rigidez conceptual41 le permitió una adaptación
fácil a la idea general de “castigo”, reverso de la idea genérica de “infracción” extendida muy pronto en el Derecho altomedieval y expresada por
40 Liber VI, tít. V, XVI. Fuero juzgo en latín y castellano cotejado con los más antiguos y
preciosos códices, Madrid: Real Academia Española, 1815.
41 Sainz Guerra (2004: 268), basándose en Mommsen, explica cómo en Roma “la palabra pena designó muy pronto la idea de castigo o pago, sin diferenciar los aspectos públicos
o privados e incluyendo en tal concepto las indemnizaciones procedentes de los delitos”.
79
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
sustantivos de contenido semántico más general del tipo malfecho, nemiga,
mal, tuerto, etc., como ya se puso de manifiesto en el capítulo anterior.
En ese sentido, nada se oponía a que empezara a emplearse con mayor
profusión, e incluso a que se reinterpretara con un contenido más técnico, en cuanto las circunstancias lo requirieron. A partir de finales del
siglo XII se incrementa notablemente su uso en textos jurídicos y puede
considerarse definitivamente establecido como hiperónimo de la clase
<sanción penal> en la centuria siguiente. Las Partidas definen el término
pena con bastante precisión:
Pena es emienda de pecho ó escarmiento que es dado segunt ley á
algunos por los yerros que ficieron42.
En lo que respecta a los verbos de apoyo apropiados a esta clase,
conviene señalar que el latín clásico contaba con un paradigma bastante
amplio. Sin tratar de ser exhaustivos, señalaremos que, junto a los ‘verbos
estándar’, como irrogare, dare, o inferre, sin duda los más importantes,
existía un número fluctuante de verbos de apoyo conversos. El soporte
converso prototípico era incidere (in):
Illi debet permitti poenam petere, qui in ipsam non incidit43.
aunque otros verbos que en principio tenían el sentido de ‘cumplir’ o
‘soportar’ podían integrarse fácilmente en el paradigma y convertirse, por
tanto, en variantes corrientes de incidere. Es el caso de verbos como sustinere, subire, suscipere, pendere, pati, luere…
Manu fustive si os fregit libero, CCC, si servo CL poenam subito44.
La situación se complicaba notablemente cuando la idea de ‘incurrir
en una pena’ se formalizaba por medio de verbos predicativos que regían
el sustantivo poena en ablativo: poena plecti, affici, damnari, coerci… Aunque
42 Partida VII, tít. XXXI, Ley I. En el momento de la redacción de este artículo solo la
primera Partida forma parte del CORDE. Para las citas correspondientes a la séptima, hemos
consultado Las siete Partidas del Rey don Alfonso el Sabio cotejadas con varios códices antiguos,
tomo III, Madrid: Real Academia Española, 1807.
43 Digesto, 50.17.16.
44 Ley de las XII tablas. Tabla VIII, 4.
80
Límites y horizontes en un diccionario histórico
estas últimas estructuras no nos interesan para nuestro trabajo, ya que no
pueden considerarse construcciones con verbo de apoyo, contribuyen a
mostrarnos la complejidad lingüística que la idea de ‘sancionar penalmente’
había adquirido en Roma.
Esta multiplicidad de formas favoreció la dispersión en el lenguaje
jurídico postclásico. Contrariamente a lo que sucedió con la clase <infracción penal>, la selección del verbo de apoyo por parte de la clase <sanción
penal> siguió contando en la Alta Edad Media con un amplio paradigma.
Además, las construcciones con verbo de apoyo no dejaron de alternar con
otras de verbo pleno.
Sin embargo, y al menos en lo que respecta a la Península Ibérica, se
fue dando preferencia a los verbos de apoyo conversos. En los textos conservados aparecen éstos en una abrumadora mayoría (luere, lugere, sustinere,
etc.). Ahora bien, lo más curioso y, quizá también, lo más interesante, es
que, a pesar del amplio número de verbos heredados, el latín altomedieval
empezó a desarrollar nuevos verbos de apoyo conversos que alcanzarían,
más tarde, un éxito rotundo. El más importante, sin duda, es habere, con
un significado próximo al de ‘recibir’:
…et post discessum sui eterna abeat penam cum sceleratis in diem
iudicii, amen…
Precisamente con ese sentido pasará muy pronto al castellano y desde
finales del siglo XII puede considerarse el verbo soporte más extendido de la clase <sanción penal>45. Junto a él, y tan importantes desde el
punto de vista cuantitativo como de su antigüedad, otros dos verbos se
difunden por el castellano jurídico medieval: recibir, caer (en) y sufrir. El
primero procedía del latín recipere, que desde muy pronto había empezado a utilizarse como verbo soporte converso de ciertos sustantivos de
45 Esto está en plena consonancia con el carácter de verbo de apoyo general que
había adquirido a lo largo del siglo XII. En ese sentido, se aplicaba también a otras muchas
clases léxicas, como parece apuntar Lapesa (1981: 215) al diferenciar los usos de aver y tener:
“Por otra parte, aver se empleaba más con objeto directo abstracto (aver pavor, duelo, fambre),
mientras tener regía más frecuentemente nombres concretos (un sombrero que tiene Félez
Muñoz, Cid)”.
81
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
la clase <infracción penal>, como iniuria o damnum. Su uso como verbo
de apoyo de la clase <sanción penal> es un poco más tardío, pero a finales
del siglo XII puede considerarse presente en el lenguaje jurídico, en el que
se integra definitivamente durante el XIII siguiente. El segundo, caer (en),
tenía como antecedente el verbo cadere, convertido muy tempranamente
en variante de los verbos latinos incurrere, incidere, e incluso labi46, a los
que fue sustituyendo cada vez con mayor frecuencia. Con los precedentes
de desemantización que presentaban estos verbos, no puede extrañarnos
el hecho de que caer (en) se convirtiera en un verbo de apoyo generalizado.
Como sus sinónimos, desde finales del siglo XII aparece ya en el lenguaje
jurídico seleccionado por la clase <sanción penal>. En cuanto a sufrir, es
evidente que su empleo como verbo soporte jurídico seguía la tradición
clásica (poenas sufferre), construcción que debió mantenerse en el latín altomedieval y que se incorporó al español tempranamente sin demasiados
problemas.
El verbo sostener, derivado del clásico sustinere, tuvo también notable
éxito. Pasó directamente al castellano del latín altomedieval, donde se había empleado como verbo soporte de la clase <sanción penal> con mucha
profusión, principalmente en el ámbito eclesiástico. En el siglo XIII se
encuentra muy extendido por los textos jurídicos.
El paradigma de los verbos de apoyo medievales se enriquecía con
una variante estándar: dar, que encontramos extendida, al menos, desde
el siglo XIII, y que podía alternar con cualquiera de las variantes conversas anteriores. Alfonso X, en las Partidas, al definir el término pena,
señala47:
…Et los judgadores deben mucho catar ante que den pena a los
acusados, et escudriñar muy acuciosamente el yerro sobre que la
mandan dar…
46 Así parece desprenderse de ejemplos como los siguientes: accipe pecunie lucrum
et jncurrit [kaderat] anime detrimentum (Glosas emilianenses : 71r); Si quis uxorem habens semel
[una uece] fuerit lapsus [kadutu fuere] in adulterio (Glosas silentes: 318v).
47 Partida VII, tít. XXXI, Ley I. Op. cit.
82
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Los primeros ejemplos, sin embargo, proceden de Berceo48. Parece
razonable considerar que, si la lengua medieval, como he señalado más
arriba, dio preferencia a las construcciones con verbos de apoyo conversos,
no había olvidado completamente el giro estándar del latín clásico poenas
dare, que, relegado a un plano secundario desde el siglo VIII, empezaría a
generalizarse más adelante, a principios del siglo XIII, como consecuencia
de la mayor tendencia cultista mostrada por la literatura y, sobre todo, de
la influencia cada vez más acusada de los textos del Derecho romano.
De hecho, como se mostró en el capítulo anterior, a partir de esta centuria empieza a difundirse por Europa el ius commune, complejo jurídico
que era el resultado de un lento proceso, iniciado en las universidades italianas, especialmente Bolonia, de recuperación y asimilación de los conceptos
romano-canónicos49. Dicha difusión tuvo repercusiones conceptuales, pero
no alteró de una manera importante las estructuras lingüísticas. El caso de
la combinación dar una pena, un tanto aislado, puede considerarse residual
en el conjunto de las transformaciones léxico-sintácticas, porque, aunque
sin duda enlazaba con la tradición clásica, formaba parte de la tendencia
del español a emplear verbos de apoyo patrimoniales (fazer omezillo, aver
pena, caer en pena, etc.). Los cambios más radicales y duraderos se producirían, sobre todo, a partir del siglo XIV y, sobre todo, del XV, momento en
que, según veremos, el avance en el estudio de los textos antiguos hace del
latinismo y de la imitación general de la lengua latina una virtud.
Precisamente el empleo del verbo de apoyo prototípico de la clase
<sanción penal>, imponer, se introduce en el lenguaje jurídico en el siglo
XV. Tenía un antecedente muy claro en los textos de Derecho romano,
como es el caso del Digesto de Justiniano, donde la combinación imponere
poenam no era rara:
…si vero graviorem sententiam meruit ex ea specie, ex qua non est
appellatum, omnimodo poena imponenda est…
48 “Tal es Sancta María, que es de gracia plena / por servicio da gloria, por deservicio
pena […]” Los milagros de Nuestra Señora.
49 Nos remitimos, para este asunto, a Tomás y Valiente (1989: 180-204).
83
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Su uso irá desplazando poco a poco al del verbo dar que, a partir de
finales siglo XVI, puede considerarse esporádico y que puede darse por
desaparecido completamente en el XVIII.
También del siglo XV, fundamentalmente, es el verbo aplicar. Se introdujo como un cultismo con el sentido de ‘asociar algo a otra cosa o a
alguien’ —de ahí que se combinara con las penas pecuniarias— aunque
muy pronto (finales de ese mismo siglo) se convirtió en un sinónimo general de imponer. La incorporación de estos dos verbos al castellano tuvo,
además, otra consecuencia: el fin progresivo de la preferencia por los verbos
de apoyo conversos.
A ello contribuyó también el establecimiento en la lengua de una
nueva variante latinizante, incurrir (en), que fue desterrando del lenguaje
estrictamente jurídico el resto de las formas léxicas y, como verbo de apoyo
converso, quedó en minoría frente a los dos cultismos anteriores. Aunque encorrer lo encontramos a finales del siglo XIII asociado a una pena,
su empleo es esporádico. Solo a partir del siglo XIV puede considerarse
verdaderamente extendido en el ámbito penal como verbo de apoyo. La
forma incurrir, más cercana a la etimología, se impone a partir del siglo XV
y destierra definitivamente a la anterior.
Los verbos de apoyo conversos más antiguos (sostener, padecer, recibir y
sufrir) van quedando excluidos del lenguaje jurídico, aunque no necesariamente de la lengua general, a la que pasaron, en muchos de los casos, con
facilidad. Sostener es quizás el verbo que plantea menos problemas, pues
desapareció muy pronto de los dos registros lingüísticos (finales del s. XV).
Padecer y recibir se siguieron utilizando en los textos legislativos de Derecho
penal hasta el siglo XVII, aunque ya por entonces su selección por parte de
la clase <sanción penal> puede considerarse rara. Ambos perpetuarán su uso
como verbos soporte, sin embargo, hasta nuestro siglo, preferentemente en
escritos periodísticos y literarios, donde aún es posible encontrarlo.
Un tanto diferente es el caso de sufrir, que tuvo especial cultivo en el
lenguaje jurídico hasta bien entrado el siglo XIX y que la doctrina penal ha
utilizado de vez en cuando incluso a principios del XX. Fue, en ese sentido, la variante más importante de incurrir (en). No se desechó durante el
proceso de codificación y aún mantuvo su vigor en textos tan importantes
84
Límites y horizontes en un diccionario histórico
como el Código de Justicia Militar o el mismo Código Civil. En la actualidad la situación ha cambiado: aunque su uso es relativamente abundante
en escritos periodísticos y literarios, el lenguaje jurídico lo ha abandonado
por completo.
Por último, la variante infligir, del latín clásico infligere, fue la más
tardía. Entró como galicismo en el siglo XIX, según se señala en el DECH
y no logró imponerse en la lengua del Derecho penal. Se ha mantenido, sin
embargo, como sinónimo de los verbos imponer y aplicar únicamente en el
ámbito periodístico y literario, si bien los ejemplos no son numerosos.
El siguiente gráfico, que podría servir como resumen, pretende representar la evolución histórica de los distintos verbos de apoyo apropiados
a la clase <sanción penal>.
85
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
86
segunda parte
Semántica y diccionario histórico
5
LA ORGANIZACIÓN DE LAS ACEPCIONES
0. Introducción
Si la redacción de las definiciones es una tarea compleja en toda obra
lexicográfica, en el caso de un diccionario histórico resulta especialmente
delicada. Al contrario de lo que sucede en los diccionarios sincrónicos,
donde el lexicógrafo cuenta con fuentes de información y corpus numerosos y de muy diversa índole, en los diccionarios diacrónicos la selección
del material, sobre todo los datos reales acerca del uso de los vocablos, es
mucho más restringida. En general, se puede decir que disponemos únicamente de fuentes documentales, que son tanto menos numerosas cuanto
más retrocedemos hacia los orígenes de nuestra lengua. Esto, evidentemente, tiene repercusiones en el modo con el que el lexicógrafo se acerca a los
datos y trata de organizarlos, y resulta explicable, en estas condiciones, la
tentación filológica de agrupar y definir las voces contextualmente, dando fe de un exhaustivo trabajo de interpretación de los textos. No es de
extrañar, por tanto, que el DH optara, precisamente, por una orientación
filológica, reflejada en la minuciosidad con que se presentan los datos.
En ese sentido, el trabajo realizado por los académicos es irreprochable
y perfectamente adecuado a un modelo lexicográfico que aspiraba a ordenar del modo más escrupuloso un amplio fichero, previamente contrastado
con las mejores ediciones, pero que no contaba con el enorme apoyo que
brindan hoy los recursos de las nuevas tecnologías. En la actualidad,
sin embargo, los avances en el campo de la informática han provocado,
89
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
también, cambios importantes en la teoría lingüística y en la concepción
de la técnica lexicográfica. Los ordenadores nos permiten, por primera vez,
establecer un sistema de relaciones internas entre las diversas partes del
diccionario, capaces de explicar aspectos de los cambios semánticos. Tenían razón los estructuralistas en el hecho de que las unidades lingüísticas
no están aisladas, y que las alteraciones a las que pueden verse sometidas
en un momento concreto provocan, a su vez, la transformación de otras
unidades del sistema. La concepción del diccionario como obra relacional,
donde los valores de los vocablos se explican por contraste con los valores
de sus sinónimos y antónimos e incluso con los miembros de su misma
familia, supone tomar decisiones arriesgadas50. Desde el punto de vista de
la definición, tema que nos ocupa aquí, una vez determinados los casos
particulares en que se usa un vocablo y destacadas las palabras concretas
que selecciona, hay que recurrir a modelos que permitan relacionar sus
significados y acepciones y estos con las de otras palabras. Se trata de establecer, por encima del detalle contextual, los semas básicos, planteando,
al mismo tiempo, las direcciones en las que se han ido produciendo los
cambios. De este modo, podremos aspirar a obtener no solo una imagen
más precisa del pasado de nuestra lengua, sino también una explicación
más racional de los fenómenos léxicos contemporáneos considerados residuales en los estudios puramente sincrónicos.
Este capítulo pretende incidir, pues, en la necesidad de valorar los hechos relacionales en la elaboración de un diccionario histórico. En páginas
anteriores hemos estudiado las conexiones genéticas entre los vocablos,
tomando como ejemplo la entrada antojar y de la estrecha vinculación
entre los sustantivos predicativos y sus verbos de apoyo, partiendo en ese
caso de las clases léxicas <infracción penal> y <sanción penal>. Tratamos
de dar ahora un paso más mostrando cómo los hechos relacionales pueden
contribuir, incluso, al establecimiento de las acepciones en los artículos de
un diccionario.
50 En lo que respecta a la macroestructura, por ejemplo, habrá que superar la clasificación por orden alfabético, que tanto predicamento ha tenido entre los lexicógrafos tradicionales. Se trata de un asunto demasiado extenso para tratarlo en estas páginas.
90
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Utilizando los resultados obtenidos gracias al concienzudo y refinado
trabajo del DH que, sin embargo, no se planteó como una obra relacional,
pretendemos diseñar, a continuación, un modelo de organización del significado en general, y de las acepciones, en particular, más acorde con las
posibilidades de las nuevas técnicas lexicográficas. Lo ejemplificaremos
con la entrada aderezar.
1. La presentación de los datos en el DH
El DH divide sus artículos en ramas semánticas generales, acepciones
y subacepciones. Las primeras aparecen numeradas con cifras romanas;
las segundas, con números arábigos; y las terceras, con letras —a), b),
etc.— siguiendo un esquema tradicional en el que las subacepciones se
consideran extensiones de la acepción bajo la cual se disponen y las acepciones, a su vez, extensiones particulares de la rama general. Cada una de
ellas aparece ejemplificada con fragmentos de textos ordenados según su
antigüedad. En el caso de la entrada aderezar, nos encontramos con un
total de 29 acepciones agrupadas en seis ramas semánticas.
Para mostrar mejor los criterios determinantes que han regido la definición del artículo, haremos un breve recorrido por él desde lo particular
a lo general. Empezaremos, por tanto, por exponer los rasgos propios de
las subacepciones.
1.1.Las subacepciones
1.1.1. Constituyen el ejemplo más claro de la voluntad taxonómica
con que se ha elaborado el diccionario, pues suponen un intento de poner
un orden minucioso en la masa de ejemplos que se han extraído previamente de los textos. Si nos fijamos en la acepción número 12 (arreglar,
recomponer, reparar cosas materiales) comprobaremos que su división en
subacepciones tiene mucho que ver con el deseo de organizar de algún
modo los sustantivos concretos con los que suele combinarse. Así, en b)
aparecen los diversos ejemplos en que aderezar, con el sentido de ‘reparar’,
91
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
rige sustantivos referidos a algún tipo de embarcación, mientras en e) rige
a sustantivos relacionados con las armas.
b) tr. Reparar embarcaciones. Ú. t. en sent. Fig. […] 1541-42 Carvajal,
Fr. Gaspar Descubr. Río Amazonas (1894) 78: Aquí pusimos por obra
de aderezar el bergantín pequeño de manera que pudiese navegar.
e) tr. Recomponer, arreglar armas. c1568 Díaz del Castillo Hist.
NEspaña (1940) 119a: Estando en nuestro real […] entendiendo
en adereçar armas y en hazer saetas y cada uno en lo que avía de
menester para en cosas de guerra […] vino uno de nuestros corredores
de campo.
El verbo aderezar aparece, en estos ejemplos, en su sentido de ‘arreglar’, combinado, entre otros sustantivos, con tipos de barcos y armas;
pero no se aporta ninguna información nueva de carácter semántico digna
de interés para el usuario. De hecho, parece evidente que la exhaustividad
en la presentación de estos conjuntos léxicos tiene mucho que ver con la
frecuencia con que las combinaciones verbo-complemento se hallan registradas en el corpus textual. El lexicógrafo se ha dado cuenta de que ciertos
sustantivos pueden agruparse en clases, y eso le permite ordenar los datos
de un modo coherente y homogéneo. El problema que se plantea, sin duda,
es que las clases léxicas pueden resultar más o menos abiertas51. Con un
número menor de ejemplos, llegan a resultar casi un cajón de sastre:
c) tr. Arreglar, reparar, limpiar un camino, un paso, un puente, etc.
1522 Hernán Cortés Cartas (1866) 199: No me partí de allí fasta que
todos aquellos pasos malos quedaron muy bien aderezados.
51 Hasta tal punto que, según el volumen de ocurrencias, se puede alterar la clasificación en otros artículos con acepciones idénticas. La acepción número 9 de la entrada
aderezar, definida como “componer, arreglar el cuerpo o el rostro con cosméticos, perfumes
etc.” presenta una subacepción en la que se señalan los casos en los que el verbo se combina
con sustantivos referidos a partes concretas del cuerpo: “b) Peinar, arreglar el cabello, las
cejas, el bigote, etc. Ú. t. c. prnl.” La entrada acicalar no hace distinciones entre el cuerpo
en general y sus partes. Su acepción número 5 recoge indistintamente ejemplos referidos a
ambos grupos.
92
Límites y horizontes en un diccionario histórico
f) tr. Arreglar, componer, reparar casas, tejados, etc. 1573-82 Santa
Teresa Fundaciones fº 8: Esta casa estava tan sin paredes, que a esta
causa alquilamos estotra, mjentra que aquella se adereçava.
Precisamente, el intento de distinguir con tanta precisión entre clases
de sustantivos puede traicionar al lexicógrafo, como sucede en uno de los
ejemplos integrados en c), claramente en conflicto con f):
El oficio de gobernador, y en que se ocupa y ejercita, es lo
siguiente: […] hace aderezar los caminos y puentes y casas de cárcel
y Audiencia, y las plazas y lugares comunes.
La coordinación de sustantivos tan dispares en función de complemento es, sin duda, una muestra de la escasa pertinencia lingüística y
lexicográfica de estas clasificaciones52.
52 Dentro del mismo artículo, las acepciones número 6, 9, 21 y 23 presentan problemas parecidos. El procedimiento se extiende por todo el diccionario. Citamos, solo a título
indicativo, algunos otros artículos de letra A en que las clasificaciones resultan excesivamente
restringidas: la acepción número 2 de aparasolado se divide en las dos subacepciones siguientes: “En botánica: umbelíferas. […] 1815 La Gasca (Colmeiro, Bot. y botánicos 1858, 193a):
Disertación sobre la familia natural de las aparasoladas. […] b) Perteneciente a la familia
de las aparasoladas o umbelíferas. Dicho de planta. […] 1825 La Gasca (Colmeiro Bot. y
botánicos 1858, 194a) Observaciones sobre la familia natural de las plantas aparasoladas”;
la acepción número 3 (propio o característico del parasol) distingue, por su parte, entre las
combinaciones “forma aparasolada” y “cosa aparasolada”: “3 Propio o característico del parasol. Dicho de forma. 1866 Oliván Agric. 183: Consiste la poda […] en redondear el ramaje
del árbol a lo exterior, con ramillas colgantes que den al árbol forma aparasolada. […] b)
De forma semejante a la del parasol. Dicho de cosa y especialmente de árboles y sus copas.
[…] 1962 Acosta Solís Flores de tierra ambateña, 25: El “guarango” (Tara spinosa) es un árbol
aparasolado y floral digno representante de las tierras secas y arenosas”. La acepción número
9 de aparejar presenta dos subacepciones particularmente minuciosas: “9. tr. Adornar o aderezar (a alguien o algo) 1330-35 JManuel Lucanor (1983) 100, 79: Dende a cabo de siete o
de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos et muy bien aparejados. […] b) tr.
Vestir o ataviar (a alguien) normalmente con esmero. Gralm. el compl. dir. es refl. 1400 Lib.
Maravillas (1979) 113b) Pues son todos aquellos del parentesco del emperador apareillados
muy noblement de paynnos d’oro”. En el mismo artículo se encuentran otros ejemplos. Sin
pretender ser exhaustivo, remitimos al lector a las acepciones 8, 13 y 19. La entrada acicate
contiene una acepción (número 3) que se define como “espuela provista de acicate”, la cual se
divide en dos subacepciones; la primera correspondería al sentido recto y la segunda, al sentido figurado: “b) Úsase también en sentido figurado. 1615-1621 Céspedes y Meneses Español
Gerardo (1623) 161vº: Yo, que horas antes estaua en vela, con azicates los oídos y el sentido
93
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
1.1.2. Un problema íntimamente ligado a este y, en principio, difícil
de detectar —hasta tal punto que puede tender trampas insospechadas incluso a los propios lexicógrafos— es el que afecta a la relación abusiva que
se establece entre el significado de los vocablos y la metalengua utilizada
en la definición. La separación de acepciones y subacepciones obedece, en
muchos momentos, a la proyección inconsciente de la estructura lingüística
del español actual en la lengua del pasado. En realidad, se define desde la
perspectiva del diccionario actual, lo que supone ocultar la complejidad
de los antiguos usos y la importancia de los cambios. Poniendo en relación las combinaciones léxicas extraídas del corpus textual con supuestos
equivalentes de la lengua actual se tiende a interpretar contextualmente el
verbo y a dar una imagen alejada de la evolución real en el tiempo53. Así,
la distinción de la subacepción 6 b) se basa en la sinonimia entre el significado de aderezar (arreglar) y amortajar cuando acompaña a sustantivos
relacionados con cadáveres:
6. tr. Arreglar, adornar con vestidos, joyas, etc; ataviar.
b) Amortajar, arreglar y componer un cadáver
[…] 1550 Sepúlveda, L. Romance (BibAE, X) 436 b: Al conde muerto le
hallaban, / En baños al conde meten, / Su persona aderezaban.
Es frecuente, precisamente, que se justifique la separación de subacepciones con una larga enumeración de sinónimos del español actual, desde los
más amplios a los más restringidos, que hacen imposible, al tomarlos como
base de sustitución, el intercambio de unidades de uno a otro grupo:
12. Arreglar, recomponer, reparar cosas materiales.
d) tr. Recomponer, remendar, arreglar, coser ropas.
alerta, oí que atrauessaban por delante de las puertas de mi aposento algunas personas”. Esta
subacepción precede a la acepción número 4, definida como “En sentido figurado, incitación,
impulso, empuje; aliciente, estímulo. […] 1624-30: Lope de Vega Por la puente II (1930) 256
b): Quita al halcón las pihuelas / será del viento acicate; / que de palomas fregonas / he visto
una banda allí”. Véase también la entrada adepto, en sus acepciones 2b) y 3. Los casos son,
por lo tanto, abundantísimos y ponen de manifiesto una voluntad tácita de los lexicógrafos
de clasificar las entradas según las palabras con las que contextualmente se combinan.
53 Esta idea relativa a la metalengua de la definición, para la que se toman ejemplos de subacepciones, es también aplicable, con todo rigor, a las acepciones, como tendrá
ocasión de comprobarse más adelante.
94
Límites y horizontes en un diccionario histórico
El apartado 12 d) quedaría así respaldado y se opondría, por ejemplo, al 12 e), definido como “recomponer, arreglar armas”. Sin embargo,
en ambos casos, la sinonimia es engañosa. Aderezar, como arreglar en la
actualidad, no significaba propiamente coser ni remendar, aunque en algunos contextos pueda interpretarse como tal. En muchos de los ejemplos,
ni siquiera sabemos por qué equivalente (si no es arreglar) deberíamos
“traducir” el verbo.
1554 Rdgz Florián, J. Florines (NBAE XIV) 239 a: Ay, madre, no
llores más, y adereça esos atuendos de tocados. 1608 Balbuena Siglo
de Oro 56vº: Tu desasosiego nace de amor […] Peyna tu cabellera,
adereça tu pellico, labra vn buen cayado, remienda tus abarcas, […]
muéstrate regocijado y placentero.
Además, desde el punto de vista histórico, estas clases léxicas delimitadas por sinónimos de la lengua actual no tienen especial carácter
representativo, pues evolucionan en la misma línea que la acepción en
la que se incluyen. Como veremos, el verbo aderezar, en el sentido de la
acepción 6, fue sustituido por arreglar sin dejar rastro de combinaciones con clases como la ropa o las armas (al contrario de lo que sucede
con otros campos, como la cocina, donde la sustitución de aderezar
por los verbos arreglar o preparar no ha impedido la conservación de
ciertos restos lingüísticos, como la expresión “aderezar la ensalada”). Un
diccionario histórico, por tanto, solo debería tomar en consideración, como
subacepciones basadas en combinaciones léxicas, clases muy específicas
que ofrezcan una explicación de las particularidades evolutivas de las palabras. Evidentemente, eso significa conocer también, desde la perspectiva de
su transformación histórica, todos los vocablos que, de uno u otro modo,
interfieren con ellas en cada caso, bien sustituyéndolas, bien provocando
ajustes semánticos de diverso tipo. Es una razón más de por qué este estudio no puede hacerse tomando las palabras como unidades independientes,
sino desde la perspectiva de un método relacional exhaustivo.
1.1.3. A veces, la distinción de subacepciones en el DH se apoya en
una detallada delimitación del “sentido figurado” de los lemas, acorde con
la práctica lexicográfica tradicional, en la que todo sentido figurado que
haya sufrido un proceso acusado de lexicalización, da lugar a una acepción
95
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
o subacepción independiente54. El intento de determinar el uso metafórico
de los vocablos en los diversos contextos en que estos aparecen es tarea
complicada, de forma que se necesita hilar muy fino para no confundir
el empleo de la palabra que se trata de definir con el sentido general del
texto. En el DH, el rigor con que se ha pretendido mostrar las pequeñas
variantes metafóricas del verbo aderezar ha conducido, en ocasiones, a
clasificar impropiamente ciertos empleos “rectos” como subacepciones “figuradas”; el apartado b) de la acepción 17, por ejemplo, recoge simples
usos metafóricos de sustantivos regidos por el verbo, pero no variantes de
significado de aderezar.
b) Ú. t. en sent. fig.
1565 Granada Mem. Vida cristiana (1907) 145: Para necesitados se
dio este socorro, y para hambrientos se aderezó este manjar [de la
comunión] 1861 Campoamor Polémicas (1901) 431: Yo no extraño
que algunos economistas me critiquen por mis opiniones […] Los
señores marmitones de la casa del Estado me lo perdonarán, pero
[…] por más bien que aderecen sus compotas, siempre serán unos
señores marmitones.
Lo mismo puede decirse del apartado b) de la acepción 18.
b) Ú. t. en sent. fig.
1585 Cueva, J. Viage Sannio (1887) 50: Huyendo la sartén, das en el
fuego / ¡pobre poeta! porque se adereza / un guisado, a tu gusto tan
sin gusto / i cual a ti, por ser Poeta, justo.
Es evidente que la utilización de los sentidos figurados en un DH
debe analizar con mucha precaución la relación entre el alcance metafórico
de un párrafo o un texto y el significado concreto de las unidades que lo
constituyen.
54 La consideración como acepción o subacepción depende de la cercanía o lejanía
del “sentido figurado” al “sentido recto”. En general, los estudios metalexicográficos, al tratar
de la microestructura, no mencionan criterios diferenciadores y se deja al arbitrio de los
lexicógrafos la decisión de clasificar entre las acepciones o subacepciones el uso metafórico
normalizado.
96
Límites y horizontes en un diccionario histórico
1.2.Las acepciones
Las acepciones tratan de distinguir diversos sentidos dentro del hilo
conductor que constituye la rama semántica general. Sabemos que la separación entre ellas y su redacción es una tarea difícil sobre la que la
lexicografía no ha establecido criterios únicos e indiscutibles55. Depende
mucho, en ese sentido, del punto de vista del lexicógrafo, aunque también
de los criterios complementarios, morfológicos o sintácticos que puedan
contribuir a llevar a cabo esta labor con cierta coherencia y fiabilidad. Las
diversas construcciones formales en las que el verbo aderezar se presenta
en los ejemplos de las acepciones 3 y 5 son significativas:
55 El concepto de acepción se define vagamente haciendo referencia a los sentidos
fijados por el uso. Casares señala que “Cada uno de estos sentidos especiales o generales es lo
que en lexicografía constituye una acepción” (1992: 58). Y más adelante predica un in medio
virtus bastante ambiguo cuando habla del número de acepciones que es posible establecer:
“Cuál de estos criterios extremos sea preferible es cosa que no puede decidirse con argumentos
y que depende en gran medida del material con que se trabaja y de la concepción personal
de los redactores. Desde luego hay que convenir en que la bifurcación en ramas, ramos y
ramitos, llevada hasta el último extremo, perjudica notablemente la perspectiva de conjunto,
aunque contribuya, por otra parte, a explicar la genealogía de cada una de las acepciones. La
excesiva condensación, en cambio, tiene el inconveniente, sobre todo para un diccionario con
citas, de que obliga a prescindir de muchas de ellas, a veces preciosas, so pena de juntarlas
promiscuamente con mengua de su eficacia ilustrativa, a más de que no permite observar la
fase en que se halla el proceso de especialización de las acepciones recientes” (1992: 58-59).
Porto Dapena, sin negar el carácter un tanto subjetivo de esta operación, hace un resumen
de los principales criterios que, con mayor o menor fortuna, se han venido señalando para
lograr una separación de acepciones más coherente. Por un lado, hace alusión a las grandes
distinciones según criterios de homonimia, valor categorial, diasistema y usos rectos y figurados, que resultan poco problemáticos y han sido utilizados, en la práctica, por la lexicografía
tradicional. Por otro, se refiere expresamente a las unidades polisémicas, para las que establece
criterios léxico-semánticos de separación de acepciones, basándose en autores como Mel’ĉuk
o Coseriu: los criterios de interpretación múltiple, de diferencia semántica local frente a
diferencia semántica global, de coocurrencia compatible, de coocurrencia diferencial y de
derivación diferencial deben mucho a la distinción difundida por el primero entre ambigüedad
y vaguedad, según la cual solo podría hablarse de acepciones diferentes en los casos en que
un vocablo resulte claramente ambiguo en el contexto y no meramente vago; otros criterios,
como los de sinonimia, oposición, y designación aparecen como complementarios; un último
criterio recogido en esta obra es el criterio de valencias o argumentos actanciales, que parte
de las diferencias de construcción semántico-sintáctica (2002: 203-224).
97
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
3. intr. Dirigirse, encaminarse a un sitio determinado. Ú.t.c.prnl. […]
1330-35 J Manuel Lucanor (1900) 46, 16: Adereçó luego a casa de
don Yllán et fallólo que estava leyendo.
5. tr. Dirigir, enviar, dedicar (palabras, cartas, escritos, etc.). Ú. t. c.
prnl. 1400? Quatro Dotores (1897) 107, 2: Agora aderesçeré toda mi
oraçión a ti.
Es evidente que los dos sentidos están bien diferenciados, tanto semántica como sintácticamente, y las dos acepciones, por tanto, justificadas.
En el primer caso nos encontramos con un verbo intransitivo de dirección
que selecciona un complemento locativo; en el segundo, con un verbo
transitivo que selecciona dos complementos, uno de cosa —objeto directo— y otro de persona —objeto indirecto.
Más complicado resulta justificar sentidos distintos partiendo de una
misma estructura sintáctica a la que pueden atribuirse varios sujetos o
complementos potenciales. Se trata de utilizar una técnica lexicográfica
consistente en especificar en el texto definitorio el elemento de la realidad
implicado en la acción56. Así en la definición actual de aderezar que propone el DRAE, la cuarta acepción incluye una referencia al tipo de ente (aquí,
cosa) al que se aplica el verbo:
4. Remendar o componer alguna cosa.
El DH, inspirándose también en esta técnica, tiende a multiplicar el
número de acepciones diferenciando, explícita o implícitamente, entre
aquellos seres (persona o grupo humano, animal en general o especie
del mundo animal, cosa, etc.) capaces de desempeñar las funciones sintácticas relacionadas con la palabra definida. Así, las acepciones incluidas
en la rama semántica II (idea general de adornar, hermosear, embellecer)
de la entrada aderezar tienen su razón de ser en la aplicación de este significado a varios elementos de la realidad que actúan como complemento
56 La especificación de dicho elemento, que concretaba, en muchos casos, los usos
reales del vocablo y enriquecía la definición, no cumplía a menudo la ley de la sinonimia; lo
cual dio lugar, hace algunos años, a una teoría que pretendía separar, sistemáticamente, estos
elementos de la definición por medio del llamado contorno (Seco 1987: 15-45).
98
Límites y horizontes en un diccionario histórico
directo del verbo: personas, cuerpos o partes del cuerpo, lugares, objetos,
caballerías, y obras y acciones en abstracto.
6. tr. Arreglar, adornar con vestidos, joyas, etc.; ataviar.
7. Adornar, decorar, amueblar un aposento, una casa, una calle o un
lugar en general.
8. Adornar, decorar un objeto.
9. Componer, arreglar el cuerpo o el rostro con cosméticos, perfumes,
etc.; acicalar. Ú. t. c. prnl.
10. Enjaezar una caballería.
11. Acompañar, complementar una acción, una obra, etc., con algo
que le añade gracia o adorno, énfasis; destacarla.
Esta multiplicación de las acepciones, al contrario de lo que sucede en
otros diccionarios, tiene más que ver con la voluntad filológica de clasificar
y presentar ordenadamente el gran número de ocurrencias aparecidas en el
corpus textual que con la definición del significado; de ahí que nos hayamos
referido a la condición de fichero cuidadosamente ordenado. Es evidente
que la distinción entre acepciones puede llevarse a extremos innecesarios
cuando se atomizan los contextos y se deducen los sentidos de meras variantes creadas por el entorno léxico de la palabra. Todo sentido general puede
teñirse de matices, puesto que se aplica, en el uso cotidiano, a numerosas
realidades concretas, pero su coloración contextual no debería conducir al
establecimiento de acepciones cuya existencia llegara a revelarse un tanto
artificial. El primer ejemplo de la acepción número 9 pone de manifiesto
cómo aderezar recibe una interpretación más limitada debido a su inclusión
en un discurso orientado por palabras pertenecientes al campo semántico
del arreglo físico, pero no nos presenta ninguna particularidad semántica:
9. tr. Componer, arreglar el cuerpo o el rostro, con cosméticos,
perfumes, etc.; acicalar. Ú. t. c. prnl.
1534 Boscán Trad. Cortesano Castiglione (1540) 27 vº: Estraño deseo
tienen generalmente todas las mugeres de ser o a lo menos de parecer
hermosas […]; de aquí nace el afeytarse, el ponerse mil azeites en
el rostro, el enruuiarse los cabellos, el hazer se las cejas y pelarse la
frente y el padecer otros muchos tormentos por aderezarse.
99
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Lo mismo puede decirse de la acepción número 6, donde la restricción
procede de la orientación del discurso o de algunos complementos preposicionales regidos por el verbo cuyos sustantivos se refieren al vestido57:
6. Arreglar, adornar con vestidos, joyas, etc.; ataviar. Ú. t. c. prnl.
1251Calila (ms s.XV ed. 1906) 151-251: Orfate, cuando sopo que el
rrey estaua con Helbeld, ouo ende çelos et vestióse aquellos vestidos,
e adereçóse lo mejor que pudo, et entró en la cámara donde estaua
el rrey con Helbeld.
[…] 1613 Cervantes Señora Cornelia 229 vº: Se aderece esse niño
muy bien, y ponedle, señora, las joyas todas que tuuiéredes.
[…] 1530 CoDo In Amér. Ocean XIII (1870) 389: Algunos indios que
se tomaron […] benían bien aderezados de mantas y plumajes, y muy
lindos carcajes de flechas muy labradas.
La atomización puede hacer complicada la clasificación si el contexto
no proporciona al lexicógrafo las suficientes señales orientativas. Los dos
ejemplos siguientes, tomados de las acepciones 6 y 9 respectivamente,
podrían ser intercambiables:
1523 Guevara Epist. (1595) 167: Los viejos de vuestra edad tienen
obligación de andar muy limpios y bien aderezados.
1880 Alarcón, P. A. Niño Bola 226: Mozas aderezadas y carilimpias.
De hecho, la distinción entre ambos ejemplos parte, más bien, de una
suposición: la diferencia de sexos a los que se refiere el sustantivo. Respecto
a los viejos (varones), se presume que no se utilizan afeites; respecto a las
mozas (mujeres), se supone que solían aplicar afeites al rostro.
La excesiva especialización contextual, por otro lado, puede hacer
confusa la separación entre acepciones y subacepciones. Las acepciones
57 El hecho de que se trate de un objeto y no de una persona lleva a distinguir entre
estos complementos referidos al vestido y los referidos a otras telas o materiales, incluidos
en otra acepción: “8. Adornar, decorar un objeto. […] 1607 J de los Ángeles Consider. Cant.
Salomón (NBAE XXIV) 314a) Mi lecho tengo tejido y enlazado de cordeles […] colgado y
aderezado de tapicería de Egipto.
100
Límites y horizontes en un diccionario histórico
número 7 y número 8 son difíciles de justificar teniendo en cuenta lo visto
acerca de las subacepciones:
7. Adornar, decorar, amueblar un aposento, una casa, una calle o un
lugar en general. Ú. t. c. prnl. y en sent. fig.
[…] 1633 Carducho Diál. Pintura (1865) 343: Las bóvedas [+] están
aderezadas con muchas pinturas.
8. Adornar, decorar un objeto.
[…] 1559 Montemayor J. Diana (1955) 123: El mi don Felis traía
calças de terciopelo blanco recamadas […], espada, daga y talabarte
de oro; una gorra muy bien aderezada de unas estrellas de oro.
En el mismo DH se menciona la dificultad de adscribir ciertos ejemplos a una u otra acepción cuando estas se basan en clasificaciones léxicas
demasiado cerradas:
17. Preparar o disponer comida. Ú. t. c. intr.
Muchos de los ejs. de esta acep. pueden referirse a la acep. 18, pero por
no especificarse se dejan en esta, más general.
18. Guisar, preparar los manjares, sometíéndolos a la acción del
fuego.
La distinción procede, por tanto, de una orientación contextual en
la que preparar se entienda únicamente como ‘guisar’. Evidentemente, y
puesto que solo contamos con el corpus de textos escritos, el determinar tal
acepción, muy cercana desde el punto de vista semántico a la precedente,
resulta complejo.
1834 Larra El doncel (1843 I) 151: Salieron de la selva dos ginetes
galopando a más galopar hacia las tiendas donde se aderezaba el
banquete para la noche.
La preocupación por las mínimas variaciones contextuales puede llevar, incluso, a contradicciones indeseadas, como sucede con la acepción
21, cuya subacepción c) no es más que una continuación de la acepción 7
(lo mismo puede decirse de la acepción 17 y de la 21h):
101
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
21. c) Preparar, disponer, arreglar un cuarto, aposento, casa, etc.;
amueblarlos, limpiarlos. Ú. t. c. abs. Úsase especialmente en la
expresión aderezar posada.
1.3.Las ramas semánticas
El concepto de rama semántica, como una especie de macroacepción
que engloba en una unidad semántica más amplia a diversas acepciones,
ha sido poco utilizado por la técnica lexicográfica. La mayoría de los diccionarios se limitan a recoger acepciones y subacepciones en un número
variado, pero no tratan de clasificarlas en una unidad semántica de más
amplio alcance. Tomando como modelo el OED, las ramas semánticas se
establecieron en el DH como un mecanismo más de agrupamiento, tratando de dar coherencia a los múltiples sentidos que parecían desprenderse
de las entradas. El término, definido propiamente por Manuel Seco (1987),
lo tenían en mente los redactores desde hacía tiempo. Fue Julio Casares el
que lo introdujo, sirviéndose de una metáfora arbórea en la que se presenta
el significado de la palabra como una raíz que se hunde en la tierra madre
(el latín) y se ramifica en acepciones y subacepciones más o menos alejadas
del origen (1992: 71 y ss.). Si, en un principio, la intención era que las
grandes ramas semánticas (o series) recogieran los sentidos básicos y establecieran el punto de contacto entre el significado original y su evolución
en castellano, creando una definición diacrónica ideal, lo cierto es que las
circunstancias y las condiciones particulares de cada palabra complican
enormemente la tarea. Es frecuente que las ramas terminen convirtiéndose
en meras superacepciones ordenadoras, al margen de la base etimológica
de la entrada. Esto es lo que sucede en el caso de aderezar, cuya definición
se divide en seis grandes ramas, con un “hilo conductor” que pretende dar
una idea general de las acepciones englobadas en cada una de ellas. La
metalengua utilizada, en ese sentido, resulta significativa:
I. Con idea general de guiar, dirigir, encaminar.
II. Con idea general de adornar, hermosear, embellecer.
III. Con idea general de arreglar.
102
Límites y horizontes en un diccionario histórico
La última rama semántica constituye una especie de cajón de sastre
que incluye frases proverbiales usadas, preferentemente, en el siglo XVII.
La creación de una rama semántica específica centrada en la recopilación
de fraseología confirma una vez más la falta de un principio rector bien
delimitado en el establecimiento de estos supergrupos.
Dejando al margen el problema que plantea equiparar la rama VI a
las precedentes58, no estaría de más señalar que las “ideas generales”, tal y
como están definidas, pueden resultar excesivamente confusas por minuciosas. En ese sentido, las ramas II, IV y V, por ejemplo, separan supuestos
significados genéricos que se hallan, o bien en intersección, o bien delimitados contextualmente. Así, la idea de ‘preparar’ (de la acepción V) y la
de ‘hermosear’ (de la acepción II) entran en contacto y resultan más que
difíciles de distinguir en ejemplos como el siguiente, ya señalado anteriormente, pero que conviene ampliar por sus especiales repercusiones en la
consideración de las ramas semánticas:
II. Con idea general de adornar, hermosear, embellecer.
[…] 7. tr. Adornar, decorar, amueblar un aposento, una casa, una
calle o un lugar en general. […] 1458-71 Hechos Lucas Iranzo (1940)
35,22: Y por aquel dicho caballero embaxador avía de yr a dormir
aquella noche a la Venta de los Palaçios, […] el señor Condestable
mandó […] aderezasen muy bien la dicha venta, […] e la yglesia de
Santa Cruz, que está cerca della, donde otro día oyese misa.
V. Con idea general de preparar, disponer.
[…] 21 c) tr. Preparar, disponer, arreglar un cuarto, aposento, casa,
etc, amueblarlos, limpiarlos. Ú. t. c. abs. Úsase especialmente en la
expresión aderezar posada. 1458-71 Hechos Lucas Iranzo (1940) 34:
Aderezaron una buena posada […]. Todo aderesçado, salió el dicho
Juanes a reçebir al dicho embaxador […] y como llegó a la ora del
medio día, y descaualgó, falló la posada muy bien adereseçada.
La misma metalengua utilizada en las acepciones y subacepciones
revela que la diferencia entre “adornar amueblando” y “preparar amueblando” obedece más a razones extralingüísticas que puramente lingüísticas.
58 Es una constante en toda la obra. Las expresiones fijas aparecen, normalmente,
agrupadas bajo la numeración correspondiente a las ramas semánticas.
103
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Las ramas semánticas IV y V son un ejemplo más de cómo la abundancia de los datos puede orientar la toma de decisiones a la hora de establecer
los significados. La rama IV tiene más en común con cualquier acepción o
subacepción que con el resto de las ramas, pues, curiosamente, se crea solo
para recoger todas aquellas combinaciones en las que el verbo rige sustantivos relacionados con la comida y la bebida, sin duda los más numerosos
del corpus. En ese sentido, puede aplicársele todo lo dicho acerca de las
acepciones y subacepciones, aunque su situación en la microestructura del
diccionario no sea la misma. La pretensión de convertir este conjunto de
combinaciones léxicas en rama semántica viene forzada por la frecuencia
de uso y su recategorización se resiente en la comparación con otras ramas
menos arbitrarias, como la I, por ejemplo.
I. En acepciones relacionadas con la comida y bebida.
Por otro lado, su relación con la rama semántica V, donde la idea general de ‘preparar’ se divide en acepciones constituidas por combinaciones
léxicas particulares, es tan cercana que parece difícil justificar con firmeza
la separación de ambas.
IV. En acepciones relacionadas con la comida y bebida.
[…]
17. Preparar o disponer comida. Ú. t. c. intr. […]
18. tr. Guisar, preparar los manjares, sometiéndolos a la acción del
fuego.
Etc.
V. Con idea general de preparar, disponer.
[…]
21. Preparar, disponer cosas materiales en general. Ú. t. c. abs.
Etc.
104
Límites y horizontes en un diccionario histórico
2. Hacia una nueva definición
El DH es, sin duda, un producto lexicográfico fundamental de la historia de nuestra lengua que responde perfectamente a la época en la que
le tocó nacer. Por las razones que hemos señalado anteriormente, sin embargo, no se pudo establecer con comodidad relaciones entre las palabras.
Fijémonos lo que supondría relacionar un grupo de ellas para trazar una
línea histórica en la que se ponga de manifiesto cómo las unas se rozan
con las otras. Parece evidente que un artículo como aderezar, tal y como
aparece definido, no puede dar cuenta de por qué hoy decimos, por ejemplo, aderezar la ensalada y no aderezar una habitación, ni qué relaciones se
establecen entre ese antiguo aderezar y los actuales preparar, arreglar, etc.,
que en tantos contextos han sustituido a aquel. La historia de las palabras
es la historia del cambio semántico, es decir, la evolución de los significados
por encima de la fijación de los usos lingüísticos accidentales de una época
determinada. En ese sentido, la definición y organización de las acepciones
debe concebirse de otra manera.
2.1.Las ramas semánticas
El concepto de rama semántica, entendida como sentido genérico
orientador de las acepciones concretas o “conceptos alusivos a la realidad”
—variantes de uso, definidas, a su vez, desde un punto de vista puramente
técnico— puede resultar de gran interés y, en consecuencia, conservarlas
en el DH es beneficioso. Evidentemente, deben responder a una idea general y, en ningún caso, confundirse con las acepciones o las subacepciones
propiamente dichas. Las ramas semánticas no tienen que multiplicarse,
porque aportan rasgos esenciales del significado. No dependen de contextos determinados, sino que constituyen abstracciones agrupadoras de
conceptos relacionados.
Si estudiamos con detenimiento los ejemplos recogidos en la definición de la entrada aderezar, nos percataremos de que el número de ramas
semánticas puede reducirse notablemente, con lo que la descripción lingüística no sale perjudicada, sino que gana en coherencia.
105
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Tales ramas semánticas pueden limitarse a dos que, curiosamente,
tienen su origen en la etimología latina del vocablo. Sin entrar en detalles
acerca de la precedencia cronológica de una u otra, aderezar procede del antiguo derezar, evolución fonética del latín vulgar *derectiare, con el sentido
de ‘dirigir’ o ‘poner derecho’ (DECH, s.v. aderezar). Derectiare es, a su vez,
un derivado de directus, participio de pasado de dirigere (verbo derivado
de regere, ‘conducir, guiar’). La forma aderezar es posterior a enderezar,
pero ambas son variantes de la primitiva derezar cuyo sentido conservan.
El significado global de la palabra sería algo así como ‘colocar rectamente,
cambiar la situación o estado (con vistas a un objetivo)’. No es de extrañar
que una primera gran línea semántica pueda definirse como ‘dirigir’ y la
otra como ‘disponer adecuadamente’.
Con relación a las ramas semánticas del actual DH, esta propuesta
conserva, a grandes rasgos, la primera y funde, en cambio, la segunda,
tercera, cuarta y quinta. La sexta, por lo que se ha señalado más arriba,
desaparece para dejar paso a un apartado especial dedicado a la fraseología.
Tendremos ocasión de ampliar la explicación sobre las líneas semánticas al
presentar la propuesta del nuevo artículo aderezar.
2.2.Las acepciones y subacepciones
Con las acepciones y subacepciones tocamos uno de los campos más
delicados de la definición en un diccionario histórico. Si la acepción se
define como cada uno de los sentidos de una palabra establecidos por el
uso59, la delimitación de tales sentidos no puede llevarse a cabo sin contar
con la parcelación conceptual del mundo que realizan los hablantes de una
lengua en un momento histórico. Las acepciones son la representación de
los conceptos. El hecho de que un vocablo determinado se utilice para
designar varios elementos diferentes de la realidad es causa de su polisemia
y, en ocasiones, de su ambigüedad en el discurso; aunque se trata de un
59 Las acepciones se corresponderían con la definición de los diversos sentidos de
una palabra, entendiendo por sentido: We shall take antagonism between readings as a defining
criterion for the ambiguity of a linguistic expression. Where the ambiguous expression is a word, like
bank or light, we shall say that it has more than one sense (Cruse 2004: 106).
106
Límites y horizontes en un diccionario histórico
hecho natural que, en todo caso, debe encargarse de resolver el diccionario, mostrando al usuario la relación entre la forma lingüística y el objeto
conceptual al que se aplica, así como las relaciones con el resto de unidades
del sistema60. Las subacepciones, por su parte, dependen estrechamente de
las acepciones y solo con relación a ellas pueden explicarse; son variantes
contextuales relevantes que especifican o restringen los conceptos.
La separación de acepciones y subacepciones en el DH, como se ha
señalado, sigue criterios de combinatoria léxica que no siempre tienen
repercusiones conceptuales. En consecuencia, se puede considerar que su
número se ha multiplicado innecesariamente por motivos de organización
de datos sin claros criterios semánticos.
Para que podamos hablar de acepciones y, por tanto, de sentidos diferentes es necesario que la palabra se presente como ambigua en algún
contexto y admita dos o más interpretaciones antagónicas (Cruse, 2004:
105 y ss.). Si tomamos de nuevo el ejemplo de aderezar del DH, comprobaremos que muchas de sus acepciones no se oponen entre sí. Ya hemos
señalado el problema de la separación entre los complementos de objeto
en casos como II.7 y II.8. Es evidente que, semánticamente, nos hallamos
ante el mismo sentido:
7. tr. Adornar, decorar, amueblar un aposento, una casa, una calle o
un lugar en general. Ú. t. c. prnl. y en sent. fig.
Aderezaron muy bien la dicha yglesia. […]
8. tr. Adornar, decorar un objeto.
[…] e le llevantaron de ahí el asiento real, el cual estaba muit
aderezado.
60 Los conceptos abarcados por las formas lingüísticas no son los mismos en todas
las lenguas. En islandés, por ejemplo, encontramos palabras diferentes que designan realidades representadas siempre de modo aislado en otras lenguas; existen vocablos para designar
conjuntamente al padre y al hijo (o hijos varones), al padre y la hija (o hijas), frente a la
madre y la hija (o hijas) y la madre y el hijo (o hijos varones): así, padre se dice faðir; padre e
hijo (o hijos), feðgar; padre e hija (o hijas), feðgin; etc. Esta idea, de clara raíz estructuralista,
es aceptada hoy día por un gran número de semantistas. Cruse también menciona, a este
respecto, los casos de hand (en inglés) y xeri (en griego): mientras hand sirve para denominar
la mano hasta la muñeca, xeri incluye la muñeca y llega hasta el codo (Cruse 2004: 182).
107
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
La prueba es que en un contexto de zeugma como el siguiente:
Aderezaron el palacio, el asiento real y el cetro.
no se plantean dos o más lecturas antagónicas que entren en conflicto
semántico y la oración habría sido, en la Edad Media, y salvando las distancias fonéticas, perfectamente posible61. Esta clasificación del DH carece,
por tanto, de relevancia lexicográfica y es aplicable, por las mismas razones
al caso de las subacepciones. La acepción número 12 se reduciría notablemente si prescindiéramos de los grupos de sustantivos que se combinan
con aderezar con el sentido único de ‘reparar’. Se podría decir, por el
contrario, que los sustantivos con los que frecuentemente se combina son
armas, embarcaciones, puentes…
Un diccionario histórico necesita una economía en la clasificación para
poder establecer una relación entre las palabras y los conceptos, y superar
la pura presentación ordenada de las ocurrencias de un corpus, por grande
y completo que sea.
3. Intento de definición de aderezar en el DH
Sin pretensión de dar una única solución al problema, nos despreocuparemos un tanto de la minuciosidad filológica al definir el vocablo
aderezar, optando por ganar en coherencia desde el punto de vista de
la semántica. Nos permitiremos, también, hacer algunas correcciones
en la interpretación y presentación de los ejemplos cuando nos parece
significativo e intuimos con una cierta claridad que no corresponden a la
definición dada por el DH. Claro está que, con esto, las propuestas han de
quedar abiertas a la discusión.
La entrada, como ya se ha señalado más arriba, podría dividirse en dos
ramas muy precisas que se desprenden del propio origen etimológico:
61 Criterio tomado de Cruse (2004: 106), para quien resulta fundamental. Porto
Dapena (2002: 214-215), basándose en Mel’ĉuk, lo denomina “criterio de coocurrencia compatible”.
108
Límites y horizontes en un diccionario histórico
I. Idea general de dirigir, conducir.
II. Idea general de disponer adecuadamente.
La primera de las ramas semánticas ha sido especialmente productiva,
tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna y genera acepciones
relacionadas con la idea física o metafórica de camino (conducir o llevar
por el buen camino). Gracias a la sintaxis, descubrimos un sentido de desplazamiento físico, un equivalente del verbo “dirigirse [a un lugar]” que se
caracteriza por su intransitividad y por su preferencia por complementos
locativos. Los ejemplos nos muestran que se utiliza la preposición a o en,
e incluso ninguna, si estimamos que el ejemplo de 1250 recogido en la
acepción número 1 del DH cabría incluirlo en este grupo62.
1. Dirigirse, encaminarse [a un lugar determinado] [por un sitio
determinado].
Aparece muy temprano la idea de guiar o conducir. Metafóricamente
primero, referido a personas (guiar moralmente) o a estados (poner en
orden, gobernar). Se trata, esta vez, de estructuras transitivas:
2. Dirigir, guiar moralmente, aconsejar.
3. Dirigir, ordenar, administrar, gobernar.
Con el sentido transitivo de ‘dirigir, conducir” físicamente aparece
más tarde. Naturalmente, lo que para el DH actual es una subacepción del
punto 4, debería considerarse una acepción. Los ejemplos pertenecientes
a la definición “dirigir el camino o marcha” (número 4 en el DH) plantean
problemas particulares que trataremos más adelante.
4. Dirigir, conducir [a una persona, cosa] [a un lugar determinado].
La subacepción c) del punto 4 no es más que una nueva acepción
destacada también por la sintaxis:
62 “E adelanta con que adereces el otro mundo, e aderesçarse ha el fecho de este
mundo”. Vemos difícil aquí interpretar el verbo como “dirigir moralmente”. Este ejemplo
plantea problemas que habría que tratar filológicamente.
109
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
5. Dirigir, apuntar [algo] [hacia un lugar] [en una dirección].
La acepción recogida como punto 5 por el DH constituye, verdaderamente, una acepción aislada que se refleja, no solo en su significado,
sino también en su estructura sintáctica (aderezar [algo] a [alguien] [algún
lugar]). Se trata de un sentido extraño — ‘enviar’, ‘dirigir’—, emparentado
con otros romances como adresser (fr.) o adresar (cat.). El nuevo sentido
se introduce en el siglo XV y se agota, en principio, muy pronto, pues no
tenemos más ejemplos a partir de 1463. Sin entrar ahora en la discusión de
si se trata de un prestamo efímero, parece evidente que habría que situarla
a continuación, independientemente:
6. tr. Dirigir, enviar, dedicar (palabras, cartas, escritos, etc.).
La segunda de las líneas semánticas resulta mucho más compleja porque incluye las restantes ramas del DH. Hay un sentido genérico de ‘disponer adecuadamente’, ‘rectamente’, si se prefiere; es decir, la intención de
intervenir para lograr que algo se adapte a una determinada regla. No es
de extrañar que todas las acepciones se caractericen por su transitividad.
Estas acepciones serían las siguientes:
7. Componer, asear, adornar [a alguien] [algo] [de, con algo].
Esta incluiría las antiguas 6, 7, 8, 9 y 10, y 11 aunque tal vez admitiría
una división en tres subacepciones:
7. Componer, asear, adornar [a alguien] [algo].
7.a) Componerse, asearse, embellecerse [de, con algo].
7.b) Componer, asear, embellecer [a alguien] [algo] [de, con algo].
7.c) Acompañar, completar [una acción, una obra, etc.] [con algo].
Una octava acepción tendría en cuenta el sentido de ‘reparar’ e incluiría la duodécima y decimosexta acepciones del actual DH, simplificadas
desde el punto de vista de las subacepciones:
8. Reparar [algo].
110
Límites y horizontes en un diccionario histórico
8.a) Arreglar [una cosa, preferentemente armas, embarcaciones y
casas].
8.b) Arreglar, recomponer [un texto, relato, etc.].
Las acepciones 13, 14, y 15 quedarían también como acepciones independientes.
9. Enmendar, corregir moralmente.
10. Enderezar poner derecha [una cosa].
11. Curar los trastornos y dolencias.
Otra de las grandes acepciones, que reagrupa varias de las antiguas
(17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 26 y 27) haría referencia a los conceptos de
‘preparar’ o ‘disponer’:
12. Preparar, disponer [todo tipo de cosas; aparecen principalmente
en el corpus: comida, bebida, objetos (armas, mesa, carros, cama,
tejidos, etc.), lugares y cosas abstractas y acciones] [animales]
[personas] [para algo, raramente de algo].
Precisamente, el hecho de que aparezca este gran sentido de ‘preparar’ pone de manifiesto un aspecto importantísimo del verbo aderezar en
relación con la situación lingüística actual. Resulta curioso comprobar que
una palabra de tanto uso hoy en día como preparar se haya introducido
tardíamente en español —concretamente en el XVII, o finales del XVI como
muy temprano— y haya ido ganando terreno poco a poco hasta apoderarse de esta acepción, hoy desaparecida casi por completo. Y decimos
“casi por completo” porque, a pesar de todo, nos quedan algunos restos,
curiosamente en ámbitos especialmente conservadores, como la cocina.
Hoy solo decimos aderezar la ensalada o aderezar la carne (cada vez menos),
y ello en convivencia con la más neutra preparar la ensalada o preparar la
carne (condimentarla). Es más, preparar alterna con otro verbo mucho más
tardío: arreglar (siglo XVIII), que también ha invadido el área conceptual
reservada a aderezar.
Haciendo un pequeño estudio analógico para el resto de las acepciones, nos daremos cuenta de que aderezar aparecía como el vocablo no
111
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
marcado para referirse a algunos conceptos de gran importancia: la orientación en el espacio, concepto que fue tomando el verbo dirigir a partir del
siglo XV, momento en que se rastrea por primera vez; el aseo personal, para
el que con carácter arcaizante pueden aún encontrarse ejemplos con aderezar, pero que ha sido abandonado, precisamente, en favor de preparar(se),
arreglar(se), etc.; el sentido de ‘reparar’, también perdido frente a arreglar;
y el caso ya señalado de preparar. Los verbos que ahora usamos con tanta
naturalidad irrumpían en el sistema lingüístico con la fuerza del neologismo desestabilizador. Parece evidente que los cambios experimentados por
aderezar no pueden entenderse al margen de la potenciación de los verbos
que fagocitaron su esfera conceptual. Por eso es fundamental llevar a cabo
una descripción de las entradas desde un punto de vista relacional. Del mismo modo que se ha definido este vocablo habría que definir los vocablos
que entran en contacto con él y provocan la reestructuración del sistema.
Más que una clasificación minuciosa de todas las ocurrencias ofrecidas por
el corpus, el establecimiento adecuado de las grandes acepciones nos da
una perspectiva más clara de los grandes cambios semánticos.
Para terminar, hay que señalar que tras esta duodécima acepción,
aparecerían aún tres independientes, dos de las cuales son tardías:
13. Presentarse [a alguien] [una contingencia].
14. Colocar, acomodar, adaptar [algo] [a algo].
15. Cubrir [el macho] [a la hembra] (dialectal).
Por supuesto, no se podría olvidar un apartado dedicado a la fraseología y otro dedicado a los ejemplos problemáticos del corpus que merecería
un tratamiento especial. Dichos apartados no serían ni ramas semánticas
ni acepciones o subacepciones. En el apartado de fraseología aparecería la
rama VI del DH y entre las cuestiones problemáticas habría que citar las
planteadas por la actual acepción 4, cuyos ejemplos, a nuestro entender,
parecen orientarse más hacia la lexicalización.
112
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Apéndice 1
Esquema de una posible organización del artículo aderezar en un Diccionario
histórico.
aderezar.
I. Con idea de dirigir, llevar a algún sitio, conducir.
1.
intr. Dirigirse, encaminarse [(a o en) un lugar determinado] [por un sitio
determinado].
Los primeros ejemplos se sitúan cronológicamente a mediados del siglo XIII.
La acepción desaparece muy pronto (siglo XVI) sin dejar huella en la lengua
actual.
2.
tr. Dirigir, guiar moralmente.
Esta acepción tiene también un origen temprano. Su apogeo se sitúa entre los
siglos XIII y XV; a partir del XVI desparece sin dejar rastro.
3.
tr. Dirigir, ordenar, administrar, gobernar.
Como las anteriores, se mantiene en vigor hasta el siglo XVI, aunque es posible
encontrar ejemplos de regusto arcaizante hasta la primera mitad del siglo XX.
4.
tr. Dirigir, conducir [a una persona, cosa] [a un lugar determinado].
Siglos XIII-XVI. A partir de esta fecha no vuelve a presentarse en los textos.
5.
tr. Dirigir [algo] [hacia un lugar] [en una dirección], apuntar.
Siglos XIII-XVI. No vuelven a encontrarse ejemplos a partir de esta fecha.
6.
tr. Dirigir, enviar, dedicar (palabras, cartas, escritos, etc.) Ú.t.c. prnl.
Acepción de origen incierto (probablemente francés o catalán), atestiguada por
primera vez en el siglo XV y desaparecida poco después sin dejar rastro.
II. Con idea de disponer adecuadamente.
7.
Componer, asear, adornar [a alguien] [algo].
Aderezar, en esta acepción, aunque no ha desaparecido por completo, ha sido sustituido progresivamente por otros verbos, como arreglar(se) o preparar(se).
7.a) Componerse, asearse, embellecerse [de, con algo].
Este sentido aparece ya en textos del siglo XIII y se mantiene hasta la actualidad,
aunque, hoy en día, su uso contiene un cierto gusto arcaizante.
7.b) Componer, asear, embellecer [a alguien] [algo] [de, con algo].
Con complemento humano, por analogía con 7.a) sigue usándose en la lengua
actual. Con objetos ha desaparecido completamente o aparece, con muy poca
frecuencia, como arcaísmo evidente en textos literarios.
7.c) Acompañar, completar [una acción, una obra, etc.] [con algo].
Atestiguado desde el siglo XVII, se conserva hasta la actualidad, aunque hoy solo
se utiliza con el sentido más restringido de ‘hacer más amena una exposición
añadiendo observaciones graciosas’.
113
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
8.
Reparar [algo].
8.a) Arreglar [una cosa, preferentemente armas, embarcaciones y casas].
Su origen se remonta al siglo XIII y puede considerarse desaparecido del sistema
lingüístico a partir entre los siglos XVI-XVII. Todavía podía encontrarse como
arcaísmo en los siglos XVIII-XIX.
8.b) Arreglar, recomponer [un texto, relato, etc.].
Este sentido se fecha por primera vez en el siglo XVII y produce ejemplos, aunque no muy numerosos, hasta principios del XX.
9.
Enmendar, corregir moralmente.
Se extiende desde el siglo XIV al XVI, momento en que desaparece definitivamente.
10. Enderezar poner derecha [una cosa].
Originado también en el siglo XIV se mantiene vigente, al menos, hasta el siglo
XVIII, momento en que empieza a ser considerado un arcaísmo evidente.
11. Curar [trastornos y dolencias].
Siglos XV-XVII, fecha en que desaparece definitivamente.
12. Preparar, disponer [todo tipo de cosas; aparecen principalmente en el
corpus: comida, bebida, objetos (armas, mesa, carros, cama, tejidos, etc.),
lugares y cosas abstractas y acciones] [animales] [personas] [para algo,
raramente de algo].
Los primeros ejemplos aparecen en el siglo XIII. Su uso empieza a decaer a
partir del siglo XVII y desaparecen definitivamente a finales del XIX o principios
del XX, cuando todavía podía usarse como arcaísmo. Se han conservado en la
lengua actual, fosilizadas, algunas combinaciones en el ámbito de la cocina con
el sentido particular de condimentar (aderezar la ensalada y aderezar la carne),
si bien compite con otros verbos que han ido desplazando a aderezar en el significado general de ‘preparar, disponer’, como ‘arreglar’ o el mismo ‘preparar’.
13. Presentarse [a alguien] [una contingencia].
Siglos XIII-XVII.
14. Colocar, acomodar, adaptar [algo] [a algo].
Significado atestiguado en el siglo XV y desaparecido entre los siglos XVIII y
XIX.
15. Cubrir [el macho] [a la hembra] (dialectal).
Significado creado a mediados del siglo XX con carácter dialectal. Se usa preferentemente en Álava y Navarra.
Fraseología.
Problemas del corpus.
114
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Apéndice 2
Presentación en forma de gráfico del artículo aderezar del diccionario histórico.
I. Dirigir, conducir.
S. XII
S. XIII
S. XIV
S. XV
S. XVI
S. XVII
S. XVIII
S. XIX
S. XX
Uso vivo de las acepciones 1, 2, 3, 4 y 5 de aderezar
Prolongación como arcaísmo de la acepción 3 de aderezar
Acepción 6 de aderezar como excepción semántica y sintáctica
Verbos dirigir (en su forma pronominal y transitiva) y conducir
115
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
II. Disponer adecuadamente.
116
6
SOBRE EL ESTABLECIMIENTO
DE LAS ACEPCIONES
1. Introducción
Sin duda alguna, el establecimiento de las acepciones en un diccionario es una de las tareas más complicadas a las que debe enfrentarse el
lexicógrafo. La dificultad procede, en principio, de la interpretación que
demos al propio término acepción que resulta bastante controvertido. En las
discusiones sobre su definición parecen mezclarse otras cuestiones teóricas
(semánticas e incluso filosóficas) más amplias, como su relación con la idea
general de significado, o incluso de sentido, lo que dificulta notablemente
la posibilidad de llegar a un planteamiento comúnmente aceptado63. Convencionalmente, suele partirse de la idea de que las palabras, contando
con un significado básico relativamente estable, participan de la polisemia,
así como de determinadas restricciones en su combinación, tal y como lo
plantea Vygotsky (1987: 188-189):
El significado se mantiene estable a través de los cambios de
sentido. El significado de diccionario de una palabra no es más que
63 Para los problemas terminológicos que se han venido planteando entre acepción,
significado y sentido, vid. A. Medina Guerra (2003: 129-132). La autora, termina ofreciendo
en estas mismas páginas una definición precisa y distinta de cada uno de esos vocablos. Su
concepto de la acepción —“Sentido consolidado por el uso y aceptado por una comunidad
de hablantes”— no parece ser compartido por Porto Dapena (2002: 199). Esto nos muestra
hasta qué punto resulta difícil partir de una idea común.
117
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
una piedra en el edificio del sentido, nada más que una potencialidad
que encuentra su realización en el lenguaje. […] Un vocablo en un
contexto significa más y menos que la misma palabra aislada: más
porque adquiere un nuevo contenido; menos, porque su significado
se ve limitado y disminuido por el contexto.
Por otro lado, la propia práctica lexicográfica no facilita la tarea de
establecer acepciones, pues se ha conformado con servir de mera técnica
orientada a segmentar exhaustivamente los sentidos contextuales de una
palabra –a ello nos hemos referido en el capítulo anterior—, más que a
agrupar estos buscando sus significados básicos, y no es de extrañar que
se basara en la intuición y la experiencia de los lexicógrafos, transmitida
de generación en generación. Se pensaba que no era necesario realizar
una reflexión teórica previa, porque el conocimiento de la lengua y, sobre
todo, del léxico permitía, por sí solo, extraer conclusiones relevantes. Eso
no significa que las operaciones que llevaba a cabo el experto lexicógrafo no tuvieran distintos grados de dificultad; entre las más delicadas se
encontraba, precisamente, la separación de acepciones. Contaba para ello
con una vaga idea, también bastante intuitiva, según la cual acepción se
identificaba con el sentido especial que una unidad léxica había adquirido
en el uso. Se consideraba normal que los diversos diccionarios presentaran
soluciones diferentes, ya que, según afirmaba Julio Casares, el establecimiento de las acepciones no sigue directrices únicas, sino que “depende en
gran medida del material con que se trabaja y de la concepción personal
de los redactores”64. Este poder decisorio que se otorga a los lexicógrafos,
confiando en su sutileza y casi, nos atreveríamos a decir, en la fuerza de su
inspiración, les obliga a tomar como base de su trabajo el sentido común.
En palabras, ya citadas, de Julio Casares (1992: 59):
Desde luego, hay que convenir en que la bifurcación en
ramas, ramos y ramitos, llevada hasta el último extremo, perjudica
notablemente la perspectiva de conjunto, aunque contribuya, por
64 J. Casares (1992: 58-59). L. F. Lara (1998-1999) parece haberse resignado a la
imposibilidad de que podamos ampararnos en algún criterio para la segmentación previa de
estos sentidos, pues, según dice explícitamente: “la distinción y definición precisa de acepciones es un producto lexicográfico; es decir, es una construcción de sentido derivada del
esfuerzo interpretativo del lexicógrafo”.
118
Límites y horizontes en un diccionario histórico
otra parte, a explicar la genealogía de cada una de las acepciones. La
excesiva condensación, en cambio, tiene el inconveniente, sobre todo
para un diccionario con citas, de que obliga a prescindir de muchas
de ellas, a veces preciosas, so pena de juntarlas promiscuamente con
mengua de su eficacia ilustrativa, a más que no permite observar la
fase en que se halla el proceso de especialización de las acepciones
recientes. No es hacedero, pues, establecer una regla aplicable a las
múltiples contingencias previsibles, por lo cual nos habremos de dar
por satisfechos si encontramos algunas fórmulas empíricas.
Observaciones como las anteriores sirven solo para animarnos a los
lexicógrafos a actuar con prudencia, de forma que esta virtud se convierte
en el elemento orientador de los miles de decisiones ad hoc que hemos de
tomar, válidas para cada caso concreto, y muy posiblemente distintas de las
que tomarían otros en situaciones similares —no solo en otras obras, sino
incluso en otras partes de un mismo diccionario—. La solución a que se
llegaría así para organizar las acepciones consistiría en tratar de que los
lexicógrafos se situaran en su trabajo en el término medio entre la tendencia
a fragmentar excesivamente el significado o a condensarlo en exceso.
No es esta obviamente una solución para un diccionario histórico,
para el que sería esencial contar con una manera un poco más objetiva de
organizar los materiales léxicos en acepciones: no solo para que los numerosos colaboradores que han de participar en una obra de este tipo tomen
las mismas decisiones al segmentar los significados de una voz, sino para
mostrar también cómo esa segmentación cambia a lo largo de la historia.
Vamos, pues, a hacer una primera aproximación a este problema, no sin
muchas dudas, mostrando, en primer lugar, las distintas soluciones que ha
adoptado la Lexicografía tradicional para la separación de las acepciones
y señalando las dificultades que plantea su aplicación a un diccionario
histórico. Trataremos después de aportar, partiendo de algunos conceptos
bien establecidos en el ámbito de la Semántica, una primera idea de algunos
criterios prácticos que puedan servir de orientación para mejorar la distinción de acepciones en el campo de la Lexicografía Histórica. No pensamos
resolver de ese modo este gran problema, pero creemos que merece la pena
tratar de empezar dando, al menos, con alguna solución parcial que sirva
para facilitar la realización de nuestro trabajo.
119
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
2. La separación de acepciones en la lexicografía
tradicional
Como hemos señalado, el establecimiento de acepciones en los diccionarios tiene mucho que ver, aún hoy, con la intuición de quienes se
encargan de elaborarlos, y eso implica, a su vez, que se considere normal
que las soluciones dadas en este terreno puedan variar notablemente de
una obra a otra. En cualquier caso, existen unos criterios técnicos, implícitos, manejados por los lexicógrafos para fragmentar los sentidos de las
palabras que trataremos de valorar en este apartado65. Vamos a ver algunos
de ellos:
2.1.Sinonimia y colocaciones
Fijémonos en las definiciones de la entrada construir que presentan el
Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (en adelante
DRAE) y el Diccionario Salamanca (en adelante DSal).
construir (DRAE)
construir (DSal)
1 Hacer <una persona> una cosa con los
elementos necesarios y siguiendo un plan:
Mi madre construyó una bicicleta con piezas
que había ido recogiendo. Construiremos la
maqueta siguiendo las instrucciones.
3 Crear <una persona> una cosa
mentalmente: Construyó una historia
sorprendente a medida que iba hablando.
65 Dejamos de lado aquí la utilización por parte de los diccionarios de criterios compartidos por la mayoría de las obras y aceptados en general por la metalexicografía, como la
separación casi automática de acepciones en el caso de los homónimos, o la distinción según
categorías gramaticales o ámbitos de especialidad. Los problemas se plantean, generalmente,
en los posibles significados de una unidad léxica polisémica, actualizada con la misma categoría gramatical en el contextos diatópicos y diastráticos similares.
120
Límites y horizontes en un diccionario histórico
1. tr. Fabricar, edificar, hacer de nueva
planta una obra de arquitectura o
ingeniería, un monumento o en general
cualquier obra pública.
2 Hacer <una persona> una obra de
albañilería: Quiso que le construyeran
una casa en la playa. Había construido ya
el almacén cuando se incendió la tienda.
Sinónimo: Edificar.
3. Gram. Ordenar las palabras o unirlas
entre sí con arreglo a las leyes de la
construcción gramatical.
4 Unir y ordenar <una persona> las
palabras [de una oración] según las reglas
gramaticales: Para construir una oración es
necesario tener en cuenta las concordancias.
2. En las antiguas escuelas de gramática,
disponer las palabras latinas o griegas
según el orden normal en español a fin
de facilitar la traducción.
A simple vista, la existencia de un número diferente de acepciones
—tres en el primero y cuatro en el segundo— y la distinta forma como
se organizan muestran que la parcelación del contenido semántico de la
unidad léxica no es el mismo. Si nos fijamos atentamente, veremos que
la separación obedece a razones distintas en cada caso. Prescindiremos
de la segunda acepción del DRAE, que hace referencia a un significado
que tuvo la voz en el pasado: no se trata de un arcaísmo o de una palabra
anticuada o desusada, sino de una especie de tecnicismo histórico al que,
por ejemplo, puede acudir un historiador de la gramática o de la cultura,
en general. Por esta condición podría justificarse su inclusión en el diccionario académico y su desaparición, en cambio, en un diccionario más
centrado en los usos no marcados de la actualidad. Pero vayamos al resto
de las acepciones. La primera del DRAE se corresponde con la segunda
del DSal; pero aquel repertorio ha omitido una parte importante de los
usos lingüísticos del español: un sentido más general, que se refleja en las
combinaciones con sustantivos inanimados que no se incluirían, desde un
punto de vista estricto, en las llamadas “obras de ingeniería”. Las referencias que encontramos en el CREA son suficientes para atestiguar la amplia
frecuencia de estos usos, de lo que se induce que la decisión del DSal de
tenerlas en cuenta es acertada:
… bicicleta que Pinarello le construyó para el récord de la hora
(1995).
… será la exhibición de una mesa armable, construida por módulos
(1997).
121
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Cuando vi que le habían construido una horrenda silla de madera
(1981).
… se hizo construir una mesa de 57 metros, en forma de … (2001).
… se dedicó a construir una mesa de veinte patas. (2001).
… construyó una mesa en la que comimos mucho tiempo. (1986).
… elevó parte del pavimento para construir una mesa y transformó
… (2000).
… no hay un carpintero indio capaz de construir una silla y si no
puede construir una silla … (1996).
Ahora bien, si es evidente que, para determinar los significados de
las palabras, es necesario contar con todas las combinaciones y no fiarse
únicamente de nuestra competencia como hablantes privilegiados de la
lengua, esto, por sí solo no permite llegar a determinar el número de acepciones reales. Tras esta comparación, hecha por encima, entre las dos obras
lexicográficas, sin mediar una reflexión más profunda, pensaremos que el
DSal ha tomado la decisión adecuada y que, efectivamente, nos hallamos
ante dos acepciones distintas, referidas a dos realidades también diferentes.
Hilando un poco más fino, veremos que las cosas no son así de simples y
que una aplicación superficial de criterios como la sinonimia o las colocaciones en que puede aparecer una palabra —aplicadas, preferentemente,
por un proceso implícito de conmutación— puede resultar engañoso.
Da la impresión de que la distribución de las acepciones en el DSal se
ha hecho de una manera menos intuitiva y arbitraria —consecuencia de
una reflexión más meditada y documentada— que en el DRAE, al separar
construir1 (construir una bicicleta) y construir2 (construir una casa). Sin embargo, si nos fijamos bien en la paráfrasis definitoria de cada acepción, se están
oponiendo dos tipos de realidades materiales que condicionan la combinación con determinados sustantivos: por un lado, las obras de albañilería o
de arquitectura (con sustantivos como casa o edificio); por otro, el resto de
los objetos (con sustantivos como bicicleta o mesa). El DSal, al margen de la
metalengua de la definición, muestra que en su segunda acepción construir
tendría edificar como sinónimo, de forma que la sustitución de uno por
otro sería posible en todos los contextos (construir una casa = edificar una
casa). Esta regla, por supuesto, no se puede aplicar a la primera acepción
(construir una silla = *edificar una silla).
122
Límites y horizontes en un diccionario histórico
La cuestión es saber si nos hallamos ante una realidad bien encauzada
en el dominio de la Semántica. La respuesta es negativa, pues nos movemos, en realidad, en el ámbito de lo que vamos a llamar “colocaciones
prestadas”. El hecho de que edificar seleccione como complemento directo
un grupo restringido de sustantivos (referentes a la realidad de las obras
de ingeniería o albañilería) no implica necesariamente que el resto de los
verbos con que podemos conmutarlo deba definirse teniendo en cuenta
las mismas restricciones combinatorias. La propia paráfrasis definitoria de
la 3ª acepción de construir en el DSal se ha hecho partiendo de la posibilidad de sustitución por edificar, con la restricción consiguiente en la
selección de sus complementos. Ese enfoque lleva a una contradicción
con la primera acepción, en la que, al no partir de ese sinónimo para la
definición, se actúa de otro modo: se toma en consideración la necesidad
de contar con ciertos elementos y de seguir un plan, que son rasgos que
hubieran debido entrar igualmente en la definición de la segunda acepción.
Y, sin embargo, lo fundamental es que, en lo sustancial, el significado de
las dos acepciones es idéntico: en ambos casos se trata de producir una
nueva realidad utilizando determinados materiales.
Con la intención de evitar la impresión de que estamos cayendo en el
mismo error de recurrir a la mera intuición, que criticamos, nos adelantaremos a algunas ideas que se expondrán en la sección posterior y trataremos
de probar, sirviéndonos de uno de los criterios puramente semánticos a los
que nos referiremos más adelante, que en el caso de construir nos hallamos
ante una sola acepción y no dos. La prueba se basa en el postulado de
Cruse (1986 y 2004) de que la existencia de dos significados diferentes
de una misma unidad léxica implica un antagonismo y, en consecuencia,
la imposibilidad de coordinación. Así, el verbo inglés to expire, por ejemplo, tendría dos acepciones distintas, porque la coordinación de esos dos
supuestos sentidos provoca un zeugma:
¿?John and his driving licence expired last Thursday.
No es el caso de las dos primeras acepciones de construir:
Juan construye casas y mesas.
123
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Fijémonos, sin embargo, que la combinación entre otras acepciones
del DSal tendrían la misma situación que el ejemplo de Cruse, pues verdaderamente dan origen a un zeugma:
¿? Juan construyó una casa y una oración gramatical.
¿? Juan construyó una historia sorprendente y una oración
gramatical.
Si se acepta esta prueba, la sustitución por el verbo edificar resulta
anecdótica y no afecta al significado básico de construir. De hecho, la acepción que se define como Hacer una persona una obra de albañilería solo sirve
para destacar una selección muy concreta de sustantivos entre todas las
posibles, por lo que uno está tentado de preguntarse por qué no establecer, para mantener la coherencia, otras muchas acepciones que tuvieran
en cuenta las sustituciones por verbos como manufacturar (*manufacturar
una maqueta / manufacturar transistores) elaborar, (*elaborar una bicicleta
/ elaborar el vino), etc66.
66 La objeción que podría hacerse de que existiría un posible uso de construir como
verbo intransitivo, del que se derivaría los sustantivos construcción o constructor, frente al uso
puramente transitivo de construir (una bicicleta, una mesa, etc.) no parece aceptable en este
caso, pues no se trata de realidades independientes. Con la prueba que recogemos a continuación —basada también en Cruse (2004)—, pretendemos mostrar la diferencia entre beber
o pintar, por ejemplo, que sí presentan dos significados, uno intransitivo y otro transitivo
independientes, y el que hemos analizado de construir, para el que la lectura específica como
intransitivo no goza, creemos, de la suficiente independencia sintáctico-semántica:
1.
a) ¿Qué estás bebiendo?
b) Pedro está tomando un zumo porque no bebe.
c) ¿Qué estás pintando?
d) Oh, no, Juan no es médico; pinta.
2.
a) ¿Qué estás construyendo?
b) *Pedro no hace mesas, porque construye. // *Pedro no hace mesas; construye.
c) ¿?Pedro prefiere hacer mesas a construir.
d) *Pedro no es médico; construye.
En el caso de construir, frente a lo que sucede con beber o pintar, existen ciertos contextos en los que el complemento directo se reinterpreta con mayor facilidad como “obra de
ingeniería”, generalmente debido a la situación o a los conocimientos previos de los hablantes:
Están construyendo mucho en Madrid; La empresa YL ha construido en todas partes, etc., pero no
ha adquirido –creemos— un significado verdaderamente diferente en su uso intransitivo.
124
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Desde el punto de vista histórico, la idea de la sinonimia y las colocaciones se complica con otro fenómeno: la interpretación contextual y la
“traducción” en términos de la lengua actual de las unidades léxicas del
pasado. El DH, por ejemplo, en la definición de aderezar distingue dos
acepciones dentro de la rama II que corresponderían, en realidad, a un
solo significado, como ya se ha visto en el capítulo anterior:
7. tr. Adornar, decorar, amueblar un aposento, una casa, una calle
o un lugar en general. Ú. t. c. prnl. y en sent. fig.: “Aderezaron muy
bien la dicha yglesia […]”.
8. tr. Adornar, decorar un objeto: “[…] e le llevantaron de ahí el
asiento real, el cual estaba muit aderezado”.
En este caso, la posibilidad de que un grupo muy concreto de sustantivos de lugar (los edificios, principalmente) puedan seleccionarse en
la actualidad por el verbo amueblar con un sentido contextual de ‘adornar’
ha llevado al lexicógrafo a excederse innecesariamente en la separación de
significados en una entrada de tan amplio espectro semántico.
2.2.Sentido recto y sentido figurado
Como acabamos de ejemplificar con la definición de construir, para
esta tarea de segmentación de los sentidos de una palabra en los diccionarios tradicionales se ha contado con algunos criterios implícitos, como
el recurso a la sinonimia y a las colocaciones. A ese criterio se añade otro,
implícito también, basado en la distinción entre el “sentido recto” o primero
y el “sentido figurado” o secundario, visto este último como una derivación metafórica, metonímica o una extensión analógica del primero. No
entramos aquí en la dificultad de aplicación de estos criterios, según se ha
puesto de manifiesto en algunos trabajos teóricos: baste con señalar que
no resulta fácil determinar cuándo queda establecido en el uso el sentido
metafórico o cuándo se trata de un fenómeno ocasional67. El hecho es que,
aun siendo extremadamente cuidadosos en el estudio de los contextos y
67 Un resumen del problema de las metáforas lexicalizadas frente a las ocasionales, de
las metáforas vivas frente a las muertas y, especialmente, del uso metafórico frente al contexto
metafórico, se puede leer en Porto Dapena (2002: 205-209).
125
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
aun teniendo claro que un determinado sentido metafórico está aceptado
en el uso, no siempre existe el mismo grado de alejamiento respecto al
sentido recto o primero, lo que hace imposible intentar una separación
sistemática de acepciones según este criterio. Un ejemplo claro lo tenemos
en el verbo aguijar, que el DRAE define del siguiente modo:
aguijar.
1. tr. Picar con la aguijada u otra cosa a los bueyes, mulas, caballos,
etc., para que anden aprisa.
2. fig. Avivarlos con la voz o de otro modo.
3. fig. estimular, incitar.
4. intr. Acelerar el paso.
Las acepciones 1 y 2 podrían, en realidad, englobarse en una sola68,
pues su significado no está lo suficientemente alejado como para que podamos interpretarlas como antagónicas o excluyentes, aspecto fundamental
para poder confirmar que se trata de significados distintos. Los intentos de
establecer una oposición entre ambas resultan infructuosos69:
¿Ha aguijado Mario a la caballería?
- *No, la ha picado con la aguijada.
- Sí, la ha avivado con la voz.
¿Ha aguijado Mario a la caballería?
- Sí, la ha picado con la aguijada.
- ¿?No, la ha avivado con la voz.
¿?No quiero aguijar a la caballería, sino avivarla de otro modo.
*No quiero aguijar a la caballería, sino pincharla con la aguijada.
La combinación de aguijar con el sustantivo aguijada y la coordinación
de este con otros nombres en su función de complemento circunstancial
de modo pone claramente de manifiesto que nos hallamos ante un mismo
significado:
Mario aguijó a la caballería con la aguijada y con la voz.
68 La tercera presenta una definición tan ambigua que requiere determinar primero en
qué sentido se están utilizando aquí los sinónimos estimular e incitar, ya que podrían encajar
perfectamente en las acepciones anteriores.
69 Nos basamos en algunos de las pruebas correspondientes a los “criterios directos”
para la distinción de significados planteadas por Cruse (1984: 58-62).
126
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Si a veces resultan complicadas estas pruebas en el léxico actual, cuánto más en el léxico histórico, donde el análisis minucioso de los contextos
y el deseo de clasificar filológicamente todos los usos de un vocablo puede
llevarnos a tomar por un significado diferente lo que no es más que una
variante puramente contextual. El DH, aunque no ha llegado a marcarlos
como acepciones, sino como subacepciones, parece haber confundido con
frecuencia los sentidos figurados en que se presentan los sustantivos con el
verbo que los selecciona. Así se aprecia en algunos ejemplos de la entrada
aderezar, como el siguiente, que hemos citado en el capítulo anterior, en
que se crea una subacepción, por tratarse de un uso metafórico del sustantivo regido por el verbo, pero no una variante de significado de aderezar.
1861 Campoamor Polémicas (1901) 431: Yo no extraño que algunos
economistas me critiquen por mis opiniones […]. Los señores
marmitones de la casa del Estado me lo perdonarán, pero […] por
más bien que aderecen sus compotas, siempre serán unos señores
marmitones.
En el caso del verbo aguijar, el DH plantea la misma distinción de
acepciones que el DRAE actual, aunque algunos ejemplos del corpus demuestran que el verbo se combina con diferentes complementos sin que
cambie por ello el significado básico:
…vio vn Enano pequeño E gordo E muy feo E lleuaba en su mano vna
correa con que aguijaba vn rroçin que lleuaba ala carreta… (s. XV).
Aun devedes saber que antes de la muerte de aqueste noble prinçipe
açerca de Roma avia un labrador que labrava con sus bueyes e
aguijava sus bueyes con un aguijón que acostunbran los que aran las
tierras… (siglo XV).
En esta situación se encuentran algunas acepciones construidas como
un sentido connotado diferente al de otra acepción, cuando se trata sencillamente de un sentido contextual. Así, cuando leemos en el DRAE que
acondicionar significa en su 2ª acepción: “Disponer o preparar algo de manera adecuada a determinado fin, o al contrario. Acondicionar bien, o mal,
las calzadas”, es evidente que esa posibilidad de realizar para un fin o para
el contrario la acción se justifica solo por el ejemplo y que tal alternativa
resulta innecesaria para la definición.
127
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
2.3.Estructura gramatical
El criterio de la estructura gramatical, según el cual a representaciones
sintácticas diferentes les corresponderían significados distintos, también se
ha utilizado a menudo por los diccionarios. Se trata, sin duda, de un criterio importante, que ha dado buenos frutos en muchas ocasiones, incluso
desde el punto de vista de la lexicografía histórica. Así, como veíamos en el
capítulo anterior, el DH, por ejemplo, distingue acertadamente en aderezar,
dentro de una rama semántica general parafraseada como “idea general
guiar, dirigir, encaminar”, una acepción intransitiva de otra transitiva.
2. tr. Ordenar, administrar, gobernar.
3. intr. Dirigirse, encaminarse a un sitio determinado. Ú. t. c. prnl.
Tal criterio no sirve, sin embargo, en todos los casos, especialmente en
los más complicados y problemáticos, donde una misma estructura sintáctica superficial esconde varios significados. Es lo que ocurre, por ejemplo,
con dar a continuación, pues en el primer caso se comporta como un mero
verbo de apoyo mientras en el segundo tiene carácter de verbo pleno:
María le dio una bofetada a Luis.
Maria le dio un cuaderno a Luis.
Otro ejemplo puede ser el verbo comprar. Su mera transitividad no
parece criterio suficiente para fijar una acepción, pues la selección de diferentes tipos de objeto directo puede discriminar significados:
Mario compró una casa.
Mario compró al juez.
A su vez, una primera separación intuitiva entre objeto directo de cosa
frente a objeto directo de persona, a la vista de los ejemplos anteriores,
podría también resultar engañosa:
Mario compró a Lucas (en el mercado de esclavos).
Mario compró a Lucas (Lucas es juez).
128
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Parece claro, por tanto, que este criterio funcionaría, básicamente,
como un simple método de corroboración, siempre que las diferentes acepciones presenten una estructura sintáctica especialmente visible.
2.4.Derivación
La técnica lexicográfica tradicional no ha formulado explícitamente
un modo de distinguir acepciones por medio de la comparación entre los
primitivos y sus derivados, pero se percibe con claridad en la práctica del
trabajo la utilización de este criterio, en el que distintos procesos derivativos pueden servir de marco para establecer los sentidos del primitivo.
Mel’ĉuk ha afrontado explícitamente esta posibilidad, por medio de lo que
denomina “derivación diferencial”, que enfoca precisamente el establecimiento de acepciones siguiendo la formación de distintos derivados, ya
que hay bastantes casos en que los miembros de una familia se reparten
distintos sentidos del denominado “líder” del grupo. De ahí que, aunque
no podamos controlar todas las acepciones de un primitivo, contando
con sus derivados, estos pueden darnos alguna seguridad con respecto a
algunas de ellas.
El verbo beneficiar tiene, por ejemplo, dos sentidos básicos, a los que
corresponde un comportamiento sintáctico diferente: se trata de beneficiar
a ‘proporcionarle beneficio’ o beneficiarse de ‘obtener beneficio’. Este doble
sentido, que llevaría a dividir esta palabra, al menos en dos acepciones,
en paralelo con las razones sintácticas, está neutralizado en el caso del
sustantivo beneficio —que es precisamente la cabeza etimológica del
grupo— por razones semánticas razonables. Sin embargo los dos sentidos de beneficiar se los reparten los adjetivos beneficioso y benéfico. El
primero de los cuales continúa el sentido de beneficiarse: “una inversión beneficiosa”, mientras que el segundo continúa el de beneficiar: “una inversión
benéfica”. El problema es que una distinción como esta no tiene por qué
ser definitiva y puede cambiar en el decurso histórico; lo cual significa que
en un determinado momento uno de los dos derivados o los dos pueden
neutralizar sus diferencias y adquirir la situación de beneficio; el hecho no es
una mera suposición, cuando un ejemplo como el siguiente muestra que la
distinción que hacemos los autores de este libro puede neutralizarse en un
129
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
ejemplo como el siguiente de Jorge Ibargüengoitia (1979: 134): “el negocio
que venía a ofrecer podía ser benéfico para Ramón”. Si este no fuera un
uso particular de un novelista y, en consecuencia, se demostrara que se ha
extendido en la lengua general, habría que contar con tal distinción.
El problema se presenta en aquellos casos en que se ha desarrollado un
nuevo significado en un derivado, y no puede tomarse como continuación
de ninguno del primitivo. Es el caso de costumbre. Mientras nosotros nos
atreveríamos a decir que “leer por las noches produce costumbre”, aunque
prefiramos emplear hábito, no nos atreveríamos a dar un paso más y decir
que “una característica de esta sustancia es que no produce costumbre”:
aquí es obligatorio hábito o, mejor, adicción. Ello se debe a que costumbre,
está bloqueada para acciones que no tienen en principio una connotación
negativa, salvo la que pueda derivarse del contexto. Pero no hubiera sido
imposible que los hablantes, sin salirse de la familia de costumbre se hubieran decidido a cubrir con un nuevo derivado ese sentido negativo: ahí
tenemos, por ejemplo, acostumbramiento, que no aparece en el diccionario,
por medio del cual podríamos decir que: “Otra característica de esta sustancia es que no produce acostumbramiento”. No es una elección que se
nos haya ocurrido a nosotros, sino que volvemos a encontrarla en la misma
novela que hemos citado antes de Jorge Ibargüengoitia (1979: 161). En un
diccionario histórico, este ejemplo entraría en la familia de costumbre con
un valor ajeno al resto de los parientes, relacionado, en cambio, con el de
hábito y, sobre todo, adicción.
Los dos ejemplos anteriores nos muestran que la comparación entre
las acepciones de los miembros de una familia puede resultar de alguna
utilidad para establecer acepciones, pero no es una prueba unívoca, pues
no siempre se mantiene la “herencia” en la derivación léxica y, además, hay
cambios en los derivados que los diferencian del resto de los parientes.
Pero con todas estas precauciones, la derivación puede ser una prueba
importante para evitar las confusiones producidas por la metalengua de
definición que, como vimos en 2.1., puede resultar muy peligrosa. Así,
en el caso de aderezar, para el que el DH crea una falsa acepción (nº 10)
influido por las colocaciones actuales del verbo enjaezar —lo que irremediablemente le lleva, además, a integrarla únicamente en la rama semántica
130
Límites y horizontes en un diccionario histórico
de ‘adornar’70— el sustantivo aderezo nos ayuda a restablecer la relación
con “preparar o disponer para un uso determinado”, como se desprende
de los ejemplos siguientes71:
…o por el grande trabajo o por tener mal adereço de yugo y melenas
[el buey].
Los adreços y cubiertas de la silla son tres, como es mochila,
caparaçón, coraza.
Vi que unos gitanos estauan vendiendo un macho, muy hechas
las crines, con su enjalma y demás adereços.
3. El imprescindible marco de la Semántica
Para tratar convenientemente el problema que plantea el establecimiento de acepciones, especialmente en un diccionario histórico, es
necesario partir de la definición de los sentidos de una palabra tal como
ha sido elaborada por la Semántica. A este respecto, se ha señalado
a menudo —y nosotros mismos hemos recurrido a este criterio (vid.
capítulo 5 : 107)— que la existencia de varios sentidos implica la ambigüedad de la unidad léxica y, en consecuencia, un “antagonismo” o una
oposición de sus distintas lecturas. Es imprescindible también que esos
supuestos sentidos que constituyen la fuente de la ambigüedad estén establecidos en el uso72. No vamos a entrar aquí en los intentos de aplicación a
la lexicografía sincrónica que, aunque no han sido numerosos, han tenido
una cierta relevancia desde el punto de vista teórico73. Más interés tiene
70 Vid. la nota 77 de este trabajo.
71 Ejemplos que el DH se ve obligado a incorporar a la acepción 8, “instrumentos
necesarios para un uso” y de la que, incoherentemente, nos reenvía a la número 10 de aderezar, que formaba parte, como hemos visto, de la rama semántica de ‘adornar’.
72 We shall take antagonism between readings as a defining criterion for the ambiguity of a
linguistic expression. Where the ambigous expression is a word, like bank or light, we shall say that it
has more than one sense. Cruse (2004: 106) Por sentido establecido se entendería the meanings
which would come to mind in the absence of any contextual information. Ibidem.
73 En I. Mel’ĉuk, A. Clas y A. Polguière (1995: 60-69) se propugna una distinción
entre la ambigüedad y la vaguedad para la distinción de sentidos léxicos y se enumeran cinco criterios de enorme interés desde el punto de vista práctico que habrán de ayudarnos en
131
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
su posible utilización para la separación de las acepciones en el dominio
de la lexicografía histórica, donde, por el momento, no existen estudios
que planteen los problemas de la delimitación del significado léxico en el
pasado de una lengua.
Los vocablos empleados en el pasado, como ocurre en la lengua actual, podían ser ambiguos en sentido estricto o, simplemente, presentar
diferencias de significado contextuales que no estuvieran necesariamente
establecidas en el uso. En ese sentido, la operación de separación de acepciones debe consistir en distinguir los casos de ambigüedad real de las
meras variantes contextuales. Ahora bien, frente a la facilidad con que un
lingüista puede hacer pruebas con la lengua actual, gracias a la ayuda que le
presta su propia competencia, apoyada además en la de otros hablantes, la
lengua histórica no nos resulta accesible con esa misma naturalidad. Plantea los mismos problemas que cualquier idioma extranjero, con la complicación añadida de que ni siquiera contamos con todos los datos; sino con
un número limitado de usos contextuales (dependiendo del corpus que
hayamos constituido), no siempre relevantes para nuestros objetivos o no
siempre igualmente valiosos. Es evidente que, de los ejemplos ofrecidos
por los textos, solo algunos reflejan sentidos verdaderamente establecidos
en la realidad lingüística de un período histórico determinado.
El primer problema es determinar, a grandes rasgos, la extensión
semántica de las palabras. Como entendemos que ocurre con cualquier
idioma extranjero, la realidad designada en el pasado no se corresponde
forzosamente con la de nuestros equivalentes actuales. En ese sentido,
es fundamental no dar nada por sentado y acercarse a los vocablos con
humildad, pero también con enorme curiosidad. No creemos errar si proponemos, como primer paso, acudir a la sintaxis y elaborar una lista con
todas las palabras que el vocablo en cuestión selecciona o aquellas por las
que es seleccionado. De ese modo, nos haremos ya una primera idea de
su orientación semántica. Se trata de un proceder que se justifica por razones no solo prácticas, sino incluso de tipo lingüístico, pues, tal y como
este trabajo. Se trata de los criterios de la interpretación múltiple, de la diferencia semántica
local frente a la diferencia semántica global, de la coocurrencia compatible, de la coocurrencia diferencial y de la derivación diferencial. Porto Dapena (2002: 203-224), al tratar de las
acepciones, ha recogido también estos criterios, si bien combinados con los más tradicionales
e incluso con algún otro procedente del marco del estructuralismo.
132
Límites y horizontes en un diccionario histórico
explicaba Aitchison (1989: 335), al hablar se empieza por la elección de la
palabra clave, luego se construye el marco sintáctico para la inserción de
dicha palabra y finalmente se añaden las palabras restantes de los espacios
que quedan libres.
Vamos a verlo, centrándonos, por motivos prácticos, en un grupo
específico de palabras, especialmente interesantes por su número y su complejidad: los verbos. Tomaremos como ejemplo fraguar, que por tratarse de
un verbo pleno, transitivo, hemos de averiguar qué sustantivos selecciona
como argumentos principales, es decir, como sujeto (humano) y complemento directo, de los que damos la lista, hasta el siglo XVI:
altar
ara
bastión
casa
castillo
cerca
ciudad
cimiento
edificio
encastilladura
estatua
exido
fragua
guirnalda
Jerusalén
molino
morada
muros
palacio
pared
prueba
reino
rueda
silogismos
templo
término
torre
vallados
villa
En principio, estos sustantivos pueden parecer bastante heterogéneos,
pero se puede establecer entre ellos una primera separación con ayuda de
la gramática. Aparecen dos grandes grupos con posible relevancia para el
significado: sustantivos predicativos y argumentales.
argumentales
altar
ara
bastión
casa
castillo
cerca
ciudad
cimiento
edificio
encastilladura
estatua
exido
fragua
guirnalda
Jerusalén
molino
morada
muros
palacio
pared
reino
rueda
templo
término
torre
vallados
villa
predicativos
prueba
silogismo
133
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
Dentro de los sustantivos argumentales, es posible distinguir entre los
inanimados concretos y los locativos. En este caso, nos estamos refiriendo
a lo que llamaremos el “rasgo intrínseco dominante”, es decir, la interpretación por defecto74.
inanimados
concretos
altar
ara
bastión
casa
castillo
cerca
ciudad
cimiento
edificio
encastilladura
estatua
fragua
guirnalda
Jerusalén
molino
morada
muros
palacio
pared
rueda
templo
torre
vallados
villa
locativos
exido
reino
término
En lo que respecta a los inanimados concretos, la división parece satisfactoria. Tal y como vimos en la sección anterior, tratar de subdividir este
grupo utilizando sinónimos contemporáneos, que presentan colocaciones
particulares, no contribuye en absoluto a la descripción del significado
del verbo fraguar. Estaríamos falseando su realidad semántica si estableciéramos dos o más acepciones diferentes teniendo en cuenta una posible
definición según los parámetros actuales en que fraguar conmutara con
edificar (edificar una casa, un palacio etc., frente a *edificar una rueda, una
cerca, un vallado…) o con erigir, o con tantos otros que podrían traerse a
colación. Esto solo nos conduciría a multiplicar innecesariamente el número de acepciones y a ocultar la estructura semántica real de fraguar.
De hecho, los inanimados concretos, en este caso, parecen combinarse
perfectamente entre sí como dependientes del núcleo verbal. Puesto que
74 No olvidemos que muchos sustantivos pueden interpretarse contextualmente.
Algunos de los inanimados concretos son, en cierta medida, ambivalentes, pues son interpretables también, sin muchas dificultades, como locativos (ciudad, por ejemplo, e incluso
castillo, frente a otros para los que esta interpretación sería forzada: vallado, rueda, etc.). Para
su consideración preferente como inanimados concretos ayuda enormemente la misma prueba
de la coordinación que exponemos más adelante. En todo caso, todas las operaciones deben
llevarse a cabo tras un estudio exhaustivo de todas las ocurrencias del corpus.
134
Límites y horizontes en un diccionario histórico
se trata de un estudio histórico y nuestra competencia como hablantes
es poco fiable, es difícil aplicar sin más las pruebas de coordinación a las
que alude la Semántica75. No obstante, cabe acudir al corpus y comprobar
qué restos nos han dejado los hablantes de la época. Ejemplos como los
siguientes, que tomamos del CORDE proporcionan una pista muy clara de
que el verbo fraguar seleccionaba, con un sentido unitario, los inanimados
concretos con los que aparece en los diversos ejemplos76:
…todo esto es la tu grant cobdiçia que fazes fraguar fraguas fuertes castillos
e torres…
E fraguaron los fijos de Gad a Dibon, e a Atarod, e a Aroer; E a
Atrod Sofam, e a Yahzer, e Yogbaha; E a Bet mintra, e a Bet Haran,
villas fuertes e corrales para ganados.
Se induce de todo esto una idea importante que debería ayudarnos a
movernos por esta selva intrincada del léxico histórico: un verbo no puede
analizarse aisladamente, ni pueden aislarse sus combinaciones con cada
uno de los sustantivos que selecciona. Si los sustantivos y el verbo se hallan
vinculados estrechamente, es muy posible que algunos sustantivos también
estén relacionados entre sí. La prueba de la coordinación se ha revelado
75 Llamadas por Mel’ĉuk de “coocurrencia compatible”. A ella nos hemos referido
ya; para este autor es una de las fundamentales, hasta tal punto que actuaría como prueba
irrefutable capaz de confirmar las restantes.
76 También presenta un sentido unitario el verbo aderezar con la idea de ‘preparar o
disponer’. El DH, con sus excesos clasificatorios separa como acepciones independientes los
complementos formados por sustantivos que designan cosas materiales, personas, etc. Así,
hay una acepción 21 que se define como “Preparar, disponer, cosas materiales en general” y
una acepción 22, por contraposición a esta, definida como “Preparar, disponer personas”. Se
trata de una oposición semántica inexistente, como demuestra el siguiente ejemplo en el que
aparecen perfectamente coordinados los dos tipos de complemento: “E despues que el rey
tuuo bien adereçada su gente e su flota: esto fue enel .vij. año del su reynado salio de su tierra
mediado el mes de otubre”. También en el caso de aderezar y para el significado de “preparar
o disponer” el grupo de los caballos no aparece, pues se ha incluido exclusivamente en una
acepción muy diferente (enjaezar), perteneciente a otra rama semántica (adornar). Un ejemplo
como el siguiente, que es el único que puede rastrearse en el corpus, demuestra de nuevo que
el sentido de disponer era unitario y que se aplicaba a sustantivos muy variados sin que ello
diera lugar a ninguna oposición semántica: “…ni su poder, ahunque grande es, no es nada
con el mío; y no me fabléis más en esto, mas adereçad armas y cavallos para me servir”.
135
José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
fundamental para determinar si nos hallamos ante lecturas antagónicas o
unitarias de una misma unidad.
Volviendo al caso que nos ocupa, podemos establecer, por tanto, una
primera acepción cuyo significado intuimos, pero que todavía no conocemos exactamente. Para determinar en qué sentido se orienta (es decir,
si fraguar indica una idea de ‘hacer una cosa con ciertos materiales’, o
más bien ‘reparar’, por ejemplo) tenemos que volver al corpus y aplicar
algunos criterios particulares que, hasta el momento, no se han tenido suficientemente en cuenta en los trabajos sobre la historia del léxico. Uno de
ellos es el que llamaremos la sinonimia histórica. Consiste en estudiar los
contextos en que un verbo se combina con otros de la época, dotados del
mismo sentido, para reforzar el contenido del mensaje. Es lo que sucede en
los siguientes ejemplos, donde fraguar es una simple variante sinonímica
de hacer, verbo de carácter más general que presentaba ya una acepción
similar, parafraseable, a grandes rasgos, como ‘producir una nueva realidad
utilizando materiales existentes’:
…e desque toviéredes fecho e fraguado las dichas casas como dicho
es que dende en adelante para siempre jamás seades tenido de las
adobar, e reparar e sostener a vuestra costa e misión en el estado que
fueren desque las ovierdes fecho e fraguado como dicho es.
…obligo a mis bienes, muebles e raízes, avidos e por aver, e entro
deudor e fiador con ellos para pagar el dicho tributo e encenso en
cada año al dicho plazo como dicho es, e para fazer e fraguar las
dichas casas de nuevo, e para tener, e guardar, e estar, e quedar, e
complir, e pagar e aver por firme e valedero todo quanto sobredicho
es e en esta carta se contiene e por vós es recontado.
Esta acepción la recuperan, a su vez, algunos de los derivados de fraguar, lo que constituye una prueba evidente de su carácter independiente.
El sustantivo fraguamiento, por ejemplo, procedente de la idea de resultado
del verbo, pasa a significar algo así como una ‘estructura material’, tras un
proceso de fabricación o construcción.
Toda sancta Iglesia aquí ovo comienço,
d’ aquende ovo forma e tod’ ordenamiento,
mas fue tu fijo, Madre, piedra de fundamiento,
sobr’ Él fue levantado todo el fraguamiento.
136
Límites y horizontes en un diccionario histórico
Esta búsqueda de las soluciones adoptadas por los derivados, a lo que
nos hemos referido más arriba, en el apartado 2.4., constituye un criterio
complementario de establecimiento de acepciones, que puede llegar a resultar extremadamente útil.
Con respecto a los sustantivos inanimados concretos que selecciona el
verbo fraguar a partir del siglo XVI, se han introducido algunas novedades
dignas de interés, basándonos también en el CORDE. En primer lugar, encontramos sustantivos que designan metales y objetos de metal (oro, hierro,
armas, batidas…); aparecen, en segundo lugar sustantivos que se refieren
a materiales relacionados con el mundo de la construcción, como barro,
cemento, yeso… La separación entre ambos grupos no es arbitraria, pues a
las diferencias semánticas entre ellos se le añaden otras sintácticas: mientras
los elementos del primero desempeñan la función de complemento directo,
los del segundo actúan siempre como sujeto. Esto aleja definitivamente a
los dos grupos y hace más patente la doble interpretación semántica del
verbo. Desde el punto de vista lexicográfico, se justifica una separación de
acepciones:
…y la venera que produze el hierro
de que se fraguan las batidas, yunques
donde descarga Dios su saña eterna
…cuando haya fraguado el cemento, se corre la forma y se repiten las
operaciones hasta terminar el caño en toda su longitud.
Si la separación de estos dos grupos no resulta problemática, la incorporación de sustantivos designadores de metales en general u objetos de
metal en particular sí nos plantea dificultades para establecer las acepciones
del verbo fraguar. A ese respecto podemos hacernos dos preguntas:
a) ¿Conforman los nuevos sustantivos un grupo homogéneo?
b) ¿Qué relación guardan con la acepción a la que nos hemos referido
hasta el momento?
Para contestarlas, no podemos utilizar únicamente los ejemplos de
las combinaciones entre estos sustantivos y el verbo fraguar ofrecidas por
el corpus, pues estos, por sí solos, no son ni bastante numerosos ni suficientemente claros. Así, nos vemos obligados a buscar relaciones más allá
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José Antonio Pascual Rodríguez-Rafael García Pérez
de la propia unidad léxica con la que estamos trabajando. Se trata de un
criterio que podríamos denominar “criterio de las acepciones prestadas”
y que tiene en cuenta la posible influencia semántica de otros vocablos
directamente vinculados con ella.
En el caso que nos ocupa, es fácil darse cuenta de que fraguar guarda
una estrecha relación con un verbo relativamente reciente en castellano:
forjar. Se trata de un prestamo probable del francés forger (siglo XV) que
conservó desde el principio su misma selección léxica (metales y objetos
de metal). Resulta curioso comprobar que, mientras el galicismo forjar se
extendió con gran fuerza en el español general y dejó abundantes ejemplos
de estas combinaciones, el término patrimonial fraguar seleccionó los nuevos sustantivos con bastante menor profusión y que, con el tiempo, terminó
dejándolos un tanto relegados, hasta el punto de quedar convertido en una
variante sinonímica menor. El hecho de que los primeros ejemplos de la
selección de este grupo de sustantivos por el verbo fraguar sea posterior al
siglo XV, teniendo además en cuenta la frecuencia con que se había combinado anteriormente con otras palabras que designaban objetos materiales,
nos lleva a proponer la hipótesis de que la incorporación de forjar debió de
provocar, como consecuencia de un cierto proceso de mimesis –máxime
cuando ambos tienen el mismo étimo: fabricari—, una ampliación semántica del verbo castellano. En ese sentido, fraguar tomó prestadas nuevas
selecciones léxicas. Veamos hasta qué punto se trata de nuevas acepciones.
Forjar, combinado con sustantivos designadores de metales u objetos
de metal, se ha conservado sin apenas cambios hasta nuestros días. Los
siguientes ejemplos muestran el paralelismo entre las estructuras de finales
de la Edad Media y las actuales:
a) 1. Sus llamas violentas, pues bastantes
fueron para forjar hierro tan duro. (siglo XVII).
2. La corriente de las aguas accionaba unas ruedas que, mediante
ingeniosos sistemas de engranaje, transmitían la energía hasta las
máquinas destinadas a cortar troncos de árbol, moler el grano,
forjar el hierro, elevar agua, etc. (1993).
b) 1. Señalada la orden de forjar las armas, en qué tierras y nombre se ha
de tener mucha cuenta en que sean fuertes de su hechura y pulidas
de su talle. (siglo XVI).
2. Poseen la sabiduría oculta y sagrada que les permite forjar armas
mágicas para los héroes y objetos muy poderosos para los Dioses.
(1995).
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Límites y horizontes en un diccionario histórico
A partir de forjar, por tanto, podríamos tratar de responder a la primera pregunta que nos hacíamos más arriba. ¿Estamos ante 
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