Defensa dels mèrits del Dr. Carlos Fuentes feta per la Dra. Maria Payeras Bon vespre. La Universitat de les Illes Balears honra hoy el recuerdo del escritor Carlos Fuentes. Su inesperado fallecimiento el 15 de mayo de 2012, tan solo un día después de que nuestra universidad acordara su nombramiento como Doctor Honoris Causa, transformó en dolorosa conmoción lo que se había proyectado como festejo y nos privó de una de las mentes más inquisitivas y lúcidas que han atravesado el panorama literario del siglo XX. Hoy, cuando es su obra la que preserva su memoria entre nosotros, se superpone a su perfil humano la imagen de un creador vocacional, de vasta erudición y dicción exigente, cuya multiplicidad de intereses impide encerrar su imagen en una confortable foto fija, pero que, ante todo, tuvo una fe infinita en el valor y el poder de la palabra. En su credo personal hay un renglón definitivo: “Hoy más que nunca, un escritor, un libro y una biblioteca nombran al mundo y le dan voz al ser humano”. Es la afirmación de quien, después de un largo recorrido en el oficio, después de experimentar sin descanso, de diversificar su obra en ramales que se bifurcan entre lo cotidiano y lo insólito, es fiel, ante todo, a un concepto trascendental de su cometido La trayectoria personal de Carlos Fuentes se inició en Panamá en noviembre de 1928, en el seno de una familia ilustrada. Hijo de diplomático, residió sucesivamente en países como Ecuador, Uruguay, Brasil, Chile, Estados Unidos y Argentina, antes de instalarse en México, su país, siendo ya un adolescente. En esa itinerancia hay que buscar las raíces de su profundo conocimiento del continente americano, que, con el tiempo, sería una de sus obsesiones intelectuales y el epicentro de su escritura más esencial. Su formación como estudiante universitario se desarrolló en los campos del Derecho y de la Economía. El primero tuvo lugar en la Universidad Nacional Autónoma de México, hacia algunos de cuyos profesores, muchos años después, conservaría un afecto agradecido, especialmente a aquellos que, con afán humanista, le permitieron superar la aridez de las materias derivándolas hacia la lectura de los clásicos. El estímulo intelectual de los mentores hallados en su juventud le acompañaría hasta el final de sus días y hallaría reflejo y homenaje en su obra escrita. Arrancando la década de los 50, un joven Carlos Fuentes se trasladó a Suiza para desarrollar estudios económicos en la Universidad de Ginebra y en el Instituto de Altos Estudios Internacionales. De su estancia en ese país recuerda, no sin ironía, algunos episodios propios de la juventud, pero también alguna experiencia irrepetible, como su inesperado encuentro con Thomas Mann. La preparación universitaria adquirida conduciría sus primeros pasos profesionales al ámbito de la administración pública. Así, en los años 50 trabajaría primero como subdirector de prensa de la Secretaría de Relaciones Exteriores y, posteriormente, como jefe del Departamento de Información para el Extranjero. Años más tarde, en 1974, sería miembro del Woodrow Wilson International Center for Scholars en Washington, y entre 1975 y 1977, siguiendo la estela familiar, ocuparía la Embajada de México en Francia. Posteriormente, y habiendo renunciado a la carrera diplomática por razones de coherencia ideológica, orientó su dedicación laboral hacia otros campos, entre los que cabe señalar su ejercicio como profesor en las universidades de Columbia, Harvard, Princeton, Brown, Pennsylvania y Cambridge. Durante el período de su estancia formativa en Suiza –alrededor de dos años-, viajó por diversos países de Europa, dando inicio a una estrecha y continuada relación con este continente. Se iba consolidando así como acto volitivo el nomadismo que se impuso a su infancia, poco a poco adoptado como marca identitaria y elevado, finalmente, a categórico interés por lo humano universal, esencial, desde una posición que hermanaría la fidelidad a sus raíces con la convicción de que es preciso difuminar hasta su definitiva desaparición todas las fronteras artificiales que dividen y enfrentan a la humanidad. Su temprana inmersión en temas políticos, su privilegiado contacto con mandatarios, su sabiduría vinculada a diversas tradiciones culturales, así como su experiencia vital acerca de las profundas transformaciones experimentadas por el mundo occidental, hicieron de él un conocedor muy informado de la realidad política y social de nuestro tiempo. Fiel a sus raíces, siguió con atención especial la política mexicana manteniendo en todo momento un activo compromiso que formó parte destacada de su perfil intelectual. Desde muy joven se convirtió en un agitador cultural. Fue colaborador en revistas como Medio siglo y Siempre. De la primera de estas publicaciones, Medio siglo, afirmaría que “nombró, situó y proyectó a nuestra generación”, una generación que se forjó en la iconoclastia y en el deseo de superación. Otra de sus empresas juveniles consistió en la fundación, junto con Emmanuel Carballo, de la Revista mexicana de literatura, que contó con el impulso de Octavio Paz y fue un importante revulsivo para forzar la renovación de la literatura nacional. En la encrucijada de los países latinoamericanos hacia su modernidad literaria, a algunos, entre los que Carlos Fuentes se cuenta, les cupo el cometido de forzar el paso hacia adelante para superar lo que él mismo describiría como “provincianismo de fondo y anacronismo de forma”. En esta empresa le acompañaron los que ahora reconocemos como grandes narradores de la época, de entre los cuales, un destacado núcleo integraría el fenómeno conocido como “boom” de la literatura hispanoamericana que, en la década de los sesenta, experimentó una difusión hasta entonces desconocida. No es difícil rastrear en la obra de Fuentes las trazas de una amistad sostenida con muchos de quienes integraron ese grupo, pero, sobre todo, se encuentra en sus reflexiones la convicción personal de que, cada uno en su país y a su modo, estaban escribiendo un capítulo distinto de “la misma novela latinoamericana”. Esa unidad de intención venía asociada a un decidido compromiso ideológico y a una intensa renovación de las formas narrativas. A las características de ese empeño innovador, que lideró en su país, dedicó Carlos Fuentes su ensayo sobre La nueva novela hispanoamericana, un libro donde constata, a través de la lectura de Borges, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, etc., el impulso de una narrativa plural y diversa. A esta nueva narrativa se le exigía tanto rigor lingüísitico como innovación en la estructura y se esperaba de ella un estímulo reflexivo de carácter antidogmático, rupturista y dinámico. Todo ello cuando el debate acerca de la crisis de la novela se encontraba en pleno auge y cuando se abría ante los escritores la dicotomía entre ética y estética, que Fuentes denunciaría como falsa al afirmar: “Todo acto de lenguaje verdadero es, en sí mismo, revolucionario”. Muy significativa fue la inclusión de Juan Goytisolo entre los autores estudiados en La nueva novela hispanoamericana, una decisión naturalmente derivada de concebir de manera unitaria la literatura creada en una misma lengua, sobre todo cuando a los escritores de uno y otro lado del Atlántico les anima análoga intención. El gesto subvierte, por otro lado, el eurocentrismo propio de los estudios tradicionales, abriendo una perspectiva rupturista que ordena la mirada en torno al que denomina Valiente mundo nuevo. Dicho examen invita igualmente a la reflexión en torno a la continuidad cultural del mundo hispánico, tema central en su obra El espejo enterrado, que persigue el mutuo reflejo entre las tradiciones del Viejo y el Nuevo Mundo. Estas reflexiones encaminan al autor hacia la representación de una Geografía de la novela que reivindica el carácter universal de la literatura, entendiendo que la palabra escrita tiene el poder de abolir todo tipo de fronteras. La pasión de Carlos Fuentes por las letras forjó una vida entregada a la creación literaria. Entre todas las artes eligió la que consideraba “más desafiante porque su materia es la más corriente de todas: el lenguaje, que es de todos o no es de nadie”. Exigente y disciplinado, fue un escritor caudal y poligráfico que abarcó la novela, el relato breve, el ensayo, el guión cinematográfico, la colaboración periodística y el teatro, llegando a ser considerado, junto al otro gran maestro que fue Juan Rulfo, uno de los principales fundadores de la narrativa mexicana moderna, título que compite, en su obra, con el de estudioso de la literatura. Los análisis de Fuentes sobre la obra de otros muchos narradores se nutre de su propia reflexión en torno a la naturaleza del hecho literario, la misma que sostiene la trama conjunta de su obra creativa, y lo consolida como una autoridad. Se trata de un largo proceso meditativo que irremediablemente inicia cuando, en la hora de su debut como narrador, debe hacer frente a la creciente convicción de aquella época sobre la inminente desaparición del género novelesco, lo que no podía dejar de promover en una mente inquieta como la suya un conjunto de proposiciones en torno al sentido y el futuro de la novela, que se fueron afianzando a medida que su propia creación personal crecía refutando en sí misma la situación agónica del género. Desde 1958, cuando publicó La región más transparente, se mantuvo apegado a la creación novelesca, destacando en ella obras como Las buenas conciencias (1959), Aura (1962), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967), Terra Nostra (1975), Una familia lejana (1980), Gringo viejo (1985), Los años de Laura Díaz (1999), o La silla del águila (2003) novelas que, a lo largo de los años describen una ruta que solo se cerraría en 2012, el año mismo de su muerte, con Federico en su balcón. Si hubo un diapasón que contribuyó a afinar su escritura fue su vasta y plural erudición que tuvo como elementos cohesivos la infinita curiosidad por la realidad americana y el conocimiento de la literatura como medio de expresión artística e intelectual. Y si hubo una temática que eligió canalizar en su narrativa fue la vinculada a la identidad mexicana. A ello está indisolublemente unida su huella como escritor y, por ello, desde primera hora, la reflexión histórica, la épica del país, su mitología, sus tradiciones, sus conflictos heredados y actuales se afianzan en la voz de Carlos Fuentes y se aglutinan en un proyecto extraordinario que involucra todas sus potencias como creador para recoger la trayectoria y las paradojas de una nación en su lucha por pasar a limpio un contrato definitivo con la modernidad. Es así, desde lo propio, desde lo más cercano, como el autor aborda la comprensión de este mundo globalizado. Atento observador de la actualidad, fue un espectador privilegiado de la política mundial. Pero, de igual modo que en su obra lo regional no desmiente lo universal, tampoco las cuestiones colectivas deslucen el sostenido sondeo en lo más profundo de la naturaleza humana. Por otra parte, es necesario añadir que, si bien la realidad inmediata y sus larvadas razones ocupan un poderoso plano de conjunto en la obra de Carlos Fuentes, éste no olvida que lo tangible no es más que una parte de lo real, y que la obligación del artista no es ofrecer copias del natural sino, ante todo, aportar algo nuevo a través de la palabra. La caligrafía de Fuentes crea por ello espacios donde lo real y lo fantástico funden sus lindes y desafían al lector impulsándolo a tantear con él en lo desconocido. Lo natural y lo sobrenatural, la vertiente más brutal o sórdida de la realidad cotidiana y la sensualidad epicúrea que también la habita, son solo algunos contrastes de los que forman el abigarrado y extraordinario conjunto de una narrativa que no se impone límites, que experimenta con todas las nuevas formas de la escritura para decir lo que no se ha dicho, para alcanzar a narrar una más de las infinitas historias que nunca se contaron o encontrar ángulos insólitos desde donde decirlas, asomándose, algunas veces, al borde del misterio. El pensamiento literario de Carlos Fuentes sitúa la narrativa en un punto equidistante entre la memoria y la imaginación, siempre otorgando al lector la función de creador adjunto. Entre ambos, narrador y lector, la palabra construye la realidad, la enriquece y la multiplica. Por todo ello, ha sido reconocido como un creador de talla internacional. Y ese era ya su estatuto cuando se aproximó por primera vez a Mallorca, un lugar en el que afirmó sentirse como en casa. Y fue este reducto de Formentor donde hoy le recordamos el que hizo más suyo y el que quiso vincular expresamente a su legado personal. En 1959, desde Papeles de Son Armadans, Josep Mª Llompart (en su “Carta de Formentor”) recordaba la raigambre literaria de este lugar. Costa i Llobera introdujo Formentor en la historia literaria. Adam Diehl le dio forma. Pero fueron Cela y Barral quienes oficializaron el estatuto del enclave como espacio de encuentro y diálogo literario. En mayo de 1959 tuvieron lugar aquí las “Conversaciones Poéticas de Formentor,” convocadas y dirigidas por Camilo José Cela, quien, en sus prolegómenos, anunciaba: “Las Conversaciones Poéticas de Formentor persiguen un bien posible: el mantenido diálogo, la comunicación inmediata de los poetas españoles sobre el tema eterno de la poesía”. Inmediatamente después, del 26 al 28 de mayo, tuvo lugar, por iniciativa de Carlos Barral, el “I Coloquio internacional de Novela” , destinado a divulgar la más reciente novelística europea. Estas iniciativas, que darían paso, posteriormente, a la fundación del Prix International dés Éditeurs y el Premio Formentor, constituyen una tradición vinculada a este espacio geográfico. Carlos Fuentes recogió esa tradición y le dio un nuevo impulso. El seu alè i el seu prestigi fóren decisius per unir voluntats i fer realitat les Converses literàries i el nou Premi Formentor. L’escriptor s’enamorà d’aquest lloc. Tornà any rere any a trobar-se amb aquest mirador que, com el pi de Costa i Llobera “domina les muntanyes i aguaita l’infinit”. Des d’aquí, profundament agraïts, volem retre homenatge a la seva memòria.