Dejando de lado a los fundamentalistas de unos u otros bandos, me parece que si afirmo que el proceso electoral que hemos estado viviendo es oscuro, deprimente y desalentador, obtendría algo muy parecido a un consenso. Mi lector observará que, de los tres calificativos que acabo de usar, dos reenvían directamente a estados afectivos y uno lo hace indirectamente, porque la oscuridad, para nuestra especie, está atávicamente asociada al temor. Sobre los distintos aspectos que conforman la actual coyuntura, todo ha sido dicho, creo, desde el punto de vista de la racionalidad política. Queda entonces, al final de cada día, esa experiencia de incomodidad, ese sentimiento de malestar, esa sensación de que, una vez más, el mecanismo fundamental de la democracia republicana no está funcionando entre nosotros como debería. Tal vez no sea políticamente correcto decirlo el día mismo de las elecciones primarias y resulte sin duda una actitud destituyente para algunos de cuyo nombre no quiero acordarme. Esos estados de ánimo tienen, sin embargo, mucha importancia. Son el síntoma que apunta al peor aspecto del kirchnerismo, aspecto que, como es inmaterial, resulta difícil de discernir con claridad: la destrucción sistemática, despiadada e inescrupulosa de lo poco de cultura política que habíamos empezado a reconstruir a partir de 1983. ¿Es grave, doctor? Sí, es lo más grave de todo. Porque en última instancia produce, en lo que se suele llamar “sociedad civil” (como ocurre hoy en día en algunos países europeos), un crecimiento sensible de la indiferencia hacia el sistema político, lo cual implica una desmotivación generalizada que vuelve tanto más improbable la emergencia de procesos de cambio. La metodología autoritaria de Cristina no va a detenerse, sean cuales fueren los resultados de la elección. Si éstos son globalmente favorables o relativamente ambiguos, se los explotará al máximo, y si son claramente desfavorables se los cubrirá-ignorará con un discurso que al mismo tiempo buscará exacerbar los enfrentamientos. De aquí a 2015, las dificultades para el ejercicio autoritario del poder ejecutivo podrán aumentar, pero nada indica que las características de la coyuntura actual vayan a cambiar: desprecio por parte de la Presidenta de las reglas del juego político republicano, y total ausencia de creatividad y de iniciativa por parte de un equipo de gobierno cuyo único hábito definitivamente arraigado es la obediencia. En cuanto a los representantes de la oposición –que en todos estos años de kirchnerismo no supieron construir estrategias de comunicación con la ciudadanía– en situación de campaña electoral, sólo parecen dispuestos a solicitar a algún publicitario amigo que les produzca unos cuantos spots. El reducido espacio de la comunicación política queda entonces enteramente ocupado por un marketing de último momento. Lo único que los ciudadanos podemos eventualmente hacer es discutir si algún video es más o menos original, banal o gracioso, y comentar la mayor o menor calidad audiovisual de unos u otros: viendo esta campaña electoral, sobre política no hay nada que decir. Con excepción, tal vez, de Francisco de Narváez, ninguna otra figura de la oposición parece haber realizado una reflexión estratégica sobre el mediano o el largo plazo. El marketing político es una dimensión ineludible de los procesos electorales republicanos en el mundo desde hace unos treinta o cuarenta años, pero en una situación “normal” permite reforzar, estabilizar, visibilizar, los aspectos fundamentales de un vínculo comunicacional construido trabajosamente a lo largo del tiempo. Sobre el fondo del vacío político generado por el populismo, el marketing dibuja unos pocos gestos sin contenido. Finalmente, el tema de la corrupción se ha instalado en la agenda pública, pero no como resultado de un esfuerzo particular de la clase política (durante mucho tiempo, las encuestas de opinión indicaban que la corrupción no parecía un tema movilizador), sino por obra exclusiva de los medios no oficialistas. Y el periodismo profesional tuvo su merecida fiesta el otro día, en ocasión de la entrega de los Martín Fierro: en el contexto de un proceso electoral particularmente siniestro, al menos una buena noticia. *Profesor emérito de la Universidad de San Andrés.