INSTITUTO DE ESTUDIOS ESTRATÉGICOS DE BUENOS AIRES UNIVERSIDAD NACIONAL DE ROSARIO FACULTAD DE CIENCIA POLÍTICA Y RELACIONES INTERNACIONALES POLÍTICA INTERNACIONAL ARGENTINA Ensayo sobre el nivel decreciente de Argentina en el mundo “ARGENTINA CUESTA ABAJO” Profesor: Roberto Miranda Alumna: Laura García Albesa EL NIVEL DECRECIENTE DE ARGENTINA EN EL MUNDO Consideraciones Preliminares Hoy en día ya nadie discute que la Argentina es un país en crisis. Ahora bien, las implicancias de dicho fenómeno sí son objeto de acalorados debates, que sin duda rebasan el ámbito académico propiamente dicho, para insertarse en las diferentes esferas de nuestra vida cotidiana. Si queremos analizar lo que tal noción implica para nuestro país como pieza de un tablero de juego internacional, resulta inevitable sentirse protagonistas de un proceso de declinación que, en palabras de Paradiso, ha desplazado a la Argentina desde los primeros escalones de la jerarquía internacional, para lanzarla a los suburbios del Tercer Mundo1. Dicho acontecer, que puede casi ser visualizado, cuando no sentido en lo más profundo, ha tenido lugar en un lapso quizá demasiado largo para nuestro entender, a menudo cortoplacista, pero sin duda demasiado corto para quienes escriben nuestra historia. Este proceso, cuyo punto de partida podríamos situar a principios del siglo que apenas finaliza, muestra a la Argentina como un país próspero y en franca ascendencia, como el tan mentado “granero del mundo”, es tan sólo el inicio de una trayectoria que hoy, lejos de terminar, sitúa a este mismo país en una situación de marginalidad y descrédito, con su futuro seriamente comprometido y sin un derrotero cierto adonde encaminarse. Cómo hemos arribado a esta situación es una discusión que plantea variados matices y múltiples respuestas. Este ensayo pretende centrarse en el área específica de la política exterior, para describir sus orientaciones durante un período determinado y, a posteriori, a modo de conclusión, determinar el grado de responsabilidad que pudo haber tenido en la profundización de esa crisis en la que se entrelazan, sin duda, factores económicos, históricos, políticos, culturales, sociales e institucionales. 1 Paradiso,J. Debates y trayectorias de la política exterior argentina, Introducción, GEL, Bs. As., 1993; pag.13. El período a abarcar por el presente trabajo se inicia con la reinstauración democrática en 1983 y comprende los tres primeros gobiernos constitucionales: la administración del Doctor Alfonsín y los dos gobiernos consecutivos bajo la administración del Doctor Menem. Se intentará analizar las políticas exteriores instrumentadas por ambos, sus continuidades y discontinuidades y el modo en que dichos lineamientos y su correlato a nivel interno (variable indudablemente preponderante en el análisis) resultaron o no propicios al proceso de decadencia de la posición relativa de Argentina en el sistema internacional. Este análisis, que no pretende ser exhaustivo, se centrará en algunos hechos o factores de relevancia, como por ejemplo el patrón de relacionamiento con los Estados Unidos, en tanto potencia hegemónica a nivel mundial, sin desmerecer otros tantos elementos de no menor importancia que en esta oportunidad serán dejados de lado. En principio se hace menester intentar una definición del concepto de política exterior, siguiendo los lineamientos a tal fin pergeñados por Fígari. Dicho autor plantea que una nación, inserta en un contexto internacional determinado y dentro de los límites impuestos por tal, tiene la necesidad de realizarse junto con otras naciones. Esa necesidad de exteriorizar sus objetivos y aspiraciones, sus ideas y sus intereses en relación con el mundo, es lo que denominamos política exterior. La política exterior sería entonces visualizada como el reflejo de la vida interna de una nación2. Es en virtud de tal definición, creo posible afirmar que la política exterior de nuestra nación ha carecido de un eje estructurante que la dotara de consistencia, se ha visto absolutamente condicionada por la falta de un proyecto de crecimiento interno que priorizara en forma constante y, fundamentalmente a largo plazo, los intereses nacionales. Ello no implica, ni mucho menos, acusar de erraticidad o incoherencia a la política exterior en sí misma, ya que si bien presenta síntomas de “incongruencia epidérmica”, en palabras de Puig, este mismo autor ha identificado a partir de un análisis más sistematizado de los problemas constantes en la articulación de la política exterior argentina. También puede citarse como ejemplo en este sentido, la perspectiva estructural, que considera a la realidad como una totalidad, es decir según una visión globalizadora y trata de discernir todas las variables, tanto aceleradoras como reductoras que derivan del régimen internacional imperante. Según dicha perspectiva, conforme Dallanegra Pedraza, en la Argentina los “impactos” provenientes del contexto internacional, en el siglo XIX, promovieron un modelo de país (el proyecto nacional decimonónico) que significaba el acoplamiento a la estructura imperial basada en el librecambio y la división internacional del trabajo. En conexión con este modelo, surgieron las grandes tendencias de nuestra política exterior. Hoy, se troca Gran Bretaña por Estados Unidos, pero las “tendencias profundas” de la política exterior se mantienen constantes. Administración del Doctor Alfonsín. Desafíos y Primera Etapa. De los objetivos grandilocuentes a la inviabilidad factual. Si, como afirmara en el acápite anterior, la política exterior de la Argentina se constituye ineludiblemente en la proyección de su política interna en el mundo, esto implica de algún modo que en el período inmediatamente anterior al gobierno radical, nuestro país (el que 2 Fígari, G. M. Pasado, presente y futuro de la política exterior argentina, Parte I La percepción teórica de la política exterior, Cap. I “Los fundamentos epistemológicos: La Nación y el mundo”, Edit. Biblos, Bs. As., 1993, pags. 43,44. contaba con una sociedad fracturada, con gran exclusión social y política, donde un sector , el sector anti-peronista y militar, en el caso bajo estudio, detentaba el monopolio de la fuerza), no era cualitativamente diferente al resto de los países subdesarrollados de América Latina, Asia y África. Dicha situación, inmersa en un contexto de Guerra Fría, nos condujo al aislamiento. El gobierno argentino de la época percibió al mundo externo como una amenaza. Todo lo que venía de afuera en materia política, era peligroso. Una clara expresión de ello lo constituyó la campaña que se hacía para recomponer la imagen argentina en el exterior. Como si hubiese alguna posibilidad de reconstruir la imagen sin reconstruir la realidad3. Esto condujo al período de la más grande inestabilidad política en nuestra historia, lo que entrañó subsecuentemente la pérdida de predictibilidad de la política externa e interna del país. Tras dicha situación, suficientemente compleja, existe una definición primordial que asume el gobierno entrante y que constituye nada menos que la construcción de la democracia y la potencialización de la misma hacia una futura consolidación. Dicha definición implica un plan correlativo a nivel de política externa. Al tiempo que esta conceptualización de inserción internacional que la administración radical tenía en mente al asumir el poder, no era novedoso. Por el contrario, encontraba fuertes puntos de contacto con el que había sido el discurso de su partido en materia externa durante los años setenta y era compartido, en sus lineamientos más amplios, por el conjunto de la sociedad en 1983. Habiendo definido de este modo el objetivo fundamental (y tanto más general cuanto más amplio su cometido) aplicable a ambos planos, interno y externo de la realidad política, es posible reafirmar que ello se plasmó en el nivel de la política externa. Es decir, la administración radical partió del reconocimiento de ser un país independiente, consciente de las debilidades heredadas, pero con un deseo tangible de construir su propia fortaleza, su autonomía y su capacidad de decisión libre en el concierto mundial. Dicho corte encuentra su justificación en un hecho profundamente sustancial: el poder político logró concentrar y sobre todo controlar la producción y administración de la política externa; dejó de compartir con otras fuerzas o actores la responsabilidad de decidir los diseños y las opciones internacionales del país4. Este, si se quiere enorme desafío, se expresó en tres objetivos concretamente delimitados: 1. El incremento de la independencia política y económica del país, lo cual a su vez implica promover el desarrollo, involucrando asimismo el tema de la deuda externa y la crisis económica. 2. La búsqueda permanente de la paz y el resguardo de los derechos fundamentales, no sólo porque se trata de bienes absolutamente deseables para la humanidad, sino más bien porque países como el nuestro que deben concentrar sus energías en el desarrollo, exigen y precisan la paz para poder crecer y el respeto a la persona humana para poder crecer libres. UBA, Disertación del Canciller Dante Caputo, “Treinta meses de política exterior argentina en democracia”, Bs. As., 4 de junio de 1986. 4 Miranda, R., “Los bordes del pragmatismo: la política exterior de Menem”, en Revista de Relaciones Internacionales, Nº7, 1994. 3 3. Impulsar la integración latinoamericana fortaleciendo de este modo la capacidad regional, política y económica. En cuanto al orden externo, los factores a destacar son los siguientes: la última fase de la agudización del conflicto Este-Oeste, la crisis de la deuda latinoamericana, la crítica situación en América Central y la existencia de dictaduras, en distinto grado de apertura en los países del Cono Sur. Respecto al orden interno, plano sobre el que retornaré luego, basta mencionar en principio la fragilidad e inseguridades propias de una democracia incipiente, agravadas ambas características por serios problemas económicos y por una fuerte demanda social en pro de las libertades públicas y los Derechos Humanos. Es en esta coyuntura de creciente complejidad que llegan al Palacio San Martín los encargados de conducir la política exterior argentina, lo cual en dicho período no implicó nada menos que reinsertar a la Argentina en la comunidad internacional y en base a lo cual se elaboraron los objetivos expuestos ut supra. Estos objetivos respondieron, sin embargo, al siguiente esquema conceptual en palabras del entonces Canciller Dante Caputo: “Hemos encarado la política exterior de nuestro país a partir de una concepción de lo que somos nosotros mismos y para hacer una definición muy breve, pero que creo, sintetiza nuestras ideas... Argentina es un país occidental, no alineado y en vías de desarrollo. Estos son los tres elementos básicos de nuestra realidad nacional a partir de lo cual construimos nuestra vinculación con el mundo”5. Mediante tal definición lo que se buscaba era priorizar la desconexión entre el contexto interno y el contexto internacional, considerado éste altamente pernicioso para los intereses de nuestro país; a partir de lo cual, poder encontrar soluciones en uno y otro plano. Ello implicó, como condición sine qua non, articular una política exterior coherente, racional, previsible y redefinir las orientaciones de la política económica, apartándose de modelos impuestos por la fuerza y de resultados tan comprometedores6. En cuanto a los fundamentos y objetivos, se hace preciso volver a los enunciados anteriormente mencionados para agregar que es en virtud de los mismos que se plantea la política de apertura denominada de los “veinte frentes”. Dicha política implicaba que el Presidente Raúl Alfonsín, al igual que su Ministro de Relaciones Exteriores, se encontraba convencido de que sólo con hechos y predicando con el ejemplo, se podría revertir la mala imagen de Argentina en el mundo, que se había formado durante la época del gobierno militar. Esta política no suponía nada menos que adoptar un alto perfil, dirigiéndose a los actores y países considerados afines a nuestro país, en términos de similitud de situaciones o por comunidad de valores. Tal política, en primer lugar, cabe destacar se puso en práctica de dos maneras diferentes aunque complementarias7. Por un lado, se priorizó la creación de entrelazamientos internos-externos que actuasen como disuasores frente a los sectores antidemocráticos internos y por otro lado, como contrapartida de lo anterior, la política externa procuró una posición defensiva que neutralizara o atemperara las consecuencias negativas de factores políticos y económicos externos sobre el proceso de transición y restauración de la democracia. 5 Caputo, D.,op. cit. Paradiso, J., op. cit., cap.VII “Los debates durante la etapa democrática”, pag, 183. 7 Russell, R. , Los ejes estructurante de la política exterior argentina, en América Latina Internacional, otoñoinvierno 1994, vol.1, N°2. 6 Cuando en referencia a distintas acciones llevadas a cabo por la política alfonsinista en cualquiera de sus planos se habla de un posicionamiento ideológico o “principista”, es evidente que dicha faceta existe y que fue de hecho uno de los factores a tener en cuenta en la elaboración de la política externa llevada a cabo por la presidencia radical. Dichos lineamientos, también denominados “ecos kraussistas” (en alusión a Krause, filósofo de quien adopta algunas pautas de índole ética el ideario radical), permitieron satisfacer distintas premisas. Por un lado, suponen un factor de continuidad con la política exterior tradicional sostenida a través de los distintos gobiernos radicales y, vinculándose especialmente con la tradición yrigoyenista, conllevó una concepción ética de la política que se plasmó especialmente en el plano de las relaciones internacionales. En el caso del gobierno del Dr. Alfonsin, ello contribuyó a conformar la imagen de una dirigencia racional y prudente. Esto coadyuvó a su prestigio exterior, otorgándole credibilidad a su intención de encarar en forma pacífica la controversia de Malvinas, e iniciativas paralelas, como las vinculadas al desarme y a la integración latinoamericana. Por otro lado, es innegable que el principismo no dejó de resultar un enfoque oportuno para enmendar algunas huellas internas y externas de la experiencia militar, minimizando los riesgos de eventuales críticas que pudieran ser capitalizadas por la oposición, a la vez que se constituyó en una muestra de la vocación democrática y participativa con que encaró este gobierno la restauración de la vida constitucional. Algunos analistas de la política exterior de este período sostienen, sin embargo, una opinión diametralmente opuesta a la expuesta recientemente. Para Escudé, la administración alfonsinista optó por un “moralismo confrontacionista” que, según dicho autor, no habría reportado beneficios para nuestro país, ya que estuvo centrado en cuestiones en las cuales los intereses materiales vitales para la Nación no estaban en juego y en donde, además, no se tenía el poder suficiente y necesario para influir. Agrega Escudé que, posicionarse como una potencia moral o escudada en principios, no es una posibilidad clara, debido a que esta categoría es desconocida en la ciencia política y en la diplomacia8. Dallanegra Pedraza, en cambio, aceptando la existencia de una “ética como moral", diferencia a la misma de la “ética política” . En el primer caso, las conductas de los gobiernos deben ajustarse a determinadas pautas de moral. Por supuesto, estima el autor, "todos" los gobiernos deberían ajustarse a estas pautas sino, algunos de ellos que cumplen caerían en ingenuidad. En el segundo caso, las acciones deben llevarse a cabo teniendo en consideración fundamentalmente las "consecuencias" positivas o negativas que pueden producir. Aclara el autor que adoptar este tipo de lineamientos no debe, en modo alguno implicar caer en el extremo de la "imprudencia" política, que también trae perjuicios a la Nación, esta vez no por desinterés, sino por incapacidad de alcanzar objetivos que son irreales9. Por lo que respecta al patrón de relacionamiento adoptado por este gobierno vis a vis los Estados Unidos, cabe destacar que desde el mismo inicio de su mandato la política pergeñada por el Dr. Alfonsín se propuso alcanzar y desarrollar con este país una “relación madura”, que consistió fundamentalmente en una diferenciación de niveles: un nivel donde predominaron las “convergencias esenciales”, en el cual se situaba los aspectos que hacían al vínculo de las relaciones bilaterales y que implicaba las visiones coincidentes, los principios y los valores compartidos: la democracia, el pluralismo, la dignidad del hombre , 8 9 Miranda, R., op., cit., pag. 104 y ss. Dallanegra Pedraza, L., Política exterior argentina, “Debates”, vol. III, N°7, Abril/2002. los derechos humanos y la libertad y, un segundo nivel, donde primaban los “disensos metodológicos”, que daban sustento teórico a una política de apertura de un espacio legítimo para las discrepancias políticas y económicas entre los dos países10. Mediante este esquema conceptual el gobierno radical enfatizó, por un lado, la división existente entre los intereses y valores del mundo occidental y los que conformaban la identidad nacional de los Estados Unidos mientras que, por otro lado, le permitió reafirmar la idea de institucionalizar una cierta autonomía. Rasgos de ambas premisas conllevan iniciativas tales como el protagonismo en No Alineados, la participación en el Consenso de Cartagena, la Iniciativa sobre Desarme, la Integración Latinoamericana, el Apoyo a Contadora, etc, que si bien manifestaron distintos niveles de importancia , no produjeron mas que una tensión constante, evidenciada en los distintos acápites que conformaban la agenda política bilateral. Esto no implica que Washington haya mirado con agrado o aprobado de alguna manera esta tendencia autonomista que asumía la política exterior argentina, sino justamente todo lo contrario. Se inició como consecuencia de ello una fuerte ofensiva que, bajo el título sugestivo de “realpolitik”, se orientó a recomponer y fortalecer la dominación norteamericana en la región, considerando a su vez que Argentina debía tomar nota de realidades básicas de la política de poder y del orden mundial, actuando consecuentemente con dicha apreciación. Segunda Etapa. El Giro Realista. Una confrontación entre la agenda proyectada y las alternativas posibles. Quizá en parte como respuesta a dicha inferencia, esgrimida por el actor sin duda con mayor relevancia en el sistema, quizá en virtud de fuertes condicionantes internos (fundamentalmente de índole económica) e indudablemente por no haber arribado a los resultados esperados las políticas autonómicas implementadas por el gobierno radical es que, entre mediados de 1984 y mediados de 1985 se gestó un proceso de cambio, que se reflejó sobre la inserción externa del Estado. Tal proceso adoptó la denominación de “giro realista”, asumida por la misma Cancillería. Como hechos paradigmáticos pueden señalarse: los viajes del presidente a los Estados Unidos en septiembre de 1984 y marzo de 1985 y en el plano interno la renuncia del ministro Grinspun y su reemplazo por Juan Sourrouille, al frente del Ministerio de Economía, en febrero de 1985. Luego de este giro se hizo evidente, inclusive a partir de declaraciones del propio Canciller Dante Caputo, que las tendencias a la hora de priorizar patrones de relacionamiento habían variado y el cambio indicaba que Estados Unidos había ganado posiciones, en perjuicio de América Latina y Europa Occidental. Entre otras acciones, el Presidente Alfonsín abandona la distinción entre deuda externa legítima e ilegítima y produce un giro en su discurso al asegurar que era propósito de su Gobierno “trabajar, producir, exportar y pagar lo que debemos”11, mostrándose asimismo proclive a buscar una instancia de diálogo y no de confrontación entre los países industrializados y América Latina para resolver los problemas financieros de la región (cabe reconocer el fracaso de las iniciativas de tratamiento multilateral de la problemática de la deuda). En el orden interno, la prioridad también adopta un tinte económico; 10 11 Russell, R.,s op. cit.,pag. 9 y ss. Fígari, G. M., De Alfonsín a Menem. Política Exterior y Globalización., cap.III, pag. 146. estableciéndose como objetivos la expansión de las exportaciones, la lucha antiinflacionaria, el impulso a la actividad privada y la reducción del déficit fiscal. El giro realista marcó un punto de inflexión en la agenda externa del país, ya que desde entonces Argentina se comportó como un miembro responsable de la comunidad occidental, alineándose con Estados Unidos en los grandes temas. Como contraparte, Estados Unidos se convirtió en apoyo financiero para la Argentina ante los organismos internacionales de crédito, erigiéndose también en una especie de ancla estabilizadora del sistema en los momentos de fragilidad institucional. En lo interno y en el ámbito económico, implicó la aceptación de que no había alternativa al ajuste interno y al comportamiento externo ortodoxo. Administración del Dr. Menem. Mentalidad dependiente y pragmatismo absoluto. Cuando el Dr. Carlos Menem asumió la presidencia de la Nación en julio de 1989, mediante una traumática transmisión del mando, la coyuntura no se presentaba demasiado favorable para nuestro país. Por un lado, una situación interna caótica, con una grave crisis económica y la presencia acuciante de la hiperinflación, que colocaba al país al borde del estallido social. A ello se sumaba la histórica desconfianza de los Estados Unidos hacia los gobiernos peronistas, lo que hizo renacer la imagen internacional de una Argentina poco confiable o al menos imprevisible12.En este marco no debe sorprender que el gobierno menemista, precedido por mensajes contradictorios y ambiguos sobre la orientación que impondría a su política exterior, priorizara una visión economicista de la política exterior, buscando condiciones favorables de negociación mediante la utilización de una lógica de costo-beneficio. La premisa para la administración incipiente era indudablemente reconectar al país con el mundo. En consonancia con dicha perspectiva, el Canciller designado fue Domingo Cavallo, hombre claramente ligado al ámbito económico y sin ninguna experiencia en el ámbito diplomático, constituyendo éste un claro indicio del nuevo perfil. El giro que el gobierno menemista imprimió a la política exterior argentina va a caracterizar a la misma por un mayor acercamiento con los Estados Unidos, una alineación a ultranza casi podría decirse. Para algunos autores, esto constituyó una profundización del giro realista ensayado por la administración precedente. Sin embargo, y a diferencia de lo que en esta segunda etapa se buscaba, el gobierno peronista intentó en la medida de lo posible anular todo disenso entre Bs. As y Washington, siendo el objetivo principal evitar cualquier situación de enfrentamiento. Esta búsqueda de concurrencia casi total con la potencia hegemónica se llevó a cabo en diferentes áreas provocando consecuentemente una subordinación política a los intereses norteamericanos que implicó para la Argentina la disminución, cuando no eliminación total de los márgenes de autonomía que tan celosamente había intentado preservar la administración anterior. Dicho alineamiento va a retomar algunas premisas del realismo periférico, teoría pergeñada por Escudé, quien fuera señalado por algunos como el teórico del menemismo. Esta teoría opta por evitar la confrontación en los temas políticos, reservando la posibilidad 12 Busso, A., A ocho años del alineamiento: un análisis de la política exterior argentina hacia los EE.UU., Documentos C.E.R.I.R., Rosario, diciembre de 1997, Pag. 9. de disenso para los temas de agenda económica, es decir desjerarquiza las cuestiones político-estratégicas en pro del bienestar económico de la población13. La nueva gestión diplomática continuó visualizando a la Argentina como un país occidental, en consonancia con lo planteado por la anterior administración radical mas, lejos de constituirse en elemento de continuidad, el “occidentalismo” adquirió nuevas y profundas connotaciones políticas y económicas. Es decir, se transformó en basamento del estrecho alineamiento practicado vis a vis los Estados Unidos. Esta inserción, a todas luces dependiente, derivó prontamente en el anuncio por parte del Canciller Di Tella (sucesor de Cavallo), del establecimiento de las tan mentadas “relaciones carnales” con dicha potencia. Todo ello redundó en diversas acciones, en las que es posible vislumbrar claramente la discontinuidad respecto de la administración anterior. Ejemplo de ello resulta la política de relativa indiferencia del gobierno del Dr. Menem respecto de Europa y Asia, particularmente Japón; el aislamiento e inclusive surgimiento de divergencias en relación con la región latinoamericana y el Tercer Mundo, ya que la vinculación latinoamericana de la administración menemista está dada con Chile, más bien por el tema del conflicto en Hielos Continentales y con Brasil, por el MERCOSUR, pensando más en un área de negocios que en una alianza para mejorar la inserción del país y de la región en el mundo. Otros hechos relevantes y definitorios de la visión que alentó la política exterior del gobierno peronista, fueron: el apoyo a la Iniciativa para las Américas; el desmantelamiento del Misil Cóndor II; el envío de naves al Golfo sin previa autorización del Congreso; la condena al Régimen Castrista de Cuba; la participación activa en la intervención a Haití y el abandono del Movimiento de No Alineados, entre otros. Es quizá al enumerar estos hechos donde resulta evidente la mutación en los parámetros ordenadores a partir de los cuales se diseñaron las políticas exteriores de las administraciones bajo estudio, lo que me permite afirmar la existencia preponderante de factores de discontinuidad frente a los elementos de continuidad. A lo expuesto recientemente cabe agregar algunos aspectos positivos, como es sin duda el reinicio de negociaciones con Gran Bretaña por el tema de Malvinas o la importancia que asumió en esta etapa el proceso del MERCOSUR, de la mano del establecimiento de una relación triangular (que en su momento implicó una consolidación de vínculos con Brasil). Más, es menester afirmar que dichos fenómenos pierden relevancia en el proceso de asimilación dependiente que en mi opinión se gestó durante la década del ´90. Consideraciones finales Un derrotero incierto para la política exterior argentina Una inserción a nivel internacional que aspire a ser exitosa, conlleva sin duda la necesidad de plantear una política de Estado a largo plazo, a la vez que dotada de coherencia, atributos estos que no se han evidenciado en el transcurrir de las presidencias analizadas. Este factor, que podríamos denominar “Discontinuidad”, se hace presente no 13 Busso, A., op. cit., pag. 10. sólo al estudiar las distintas administraciones, sino que al interior de un período abarcado por un mismo gobierno, es posible constatar cambios de direccionalidad en los ejes estructurantes de la política exterior. En mi opinión, resulta factible dividir responsabilidades o atribuirlas de modo diferenciado. En el caso concreto del Gobierno del Doctor Alfonsín creo que se manifestó claramente la intención de establecer una política externa a largo plazo, priorizando la racionalidad y la madurez en los diferentes frentes estipulados en la agenda. Estimo importante hacer hincapié en la firme voluntad de autonomía que primó en los lineamientos claves. Asimismo es preciso reconocer que los objetivos planteados, cargados de connotaciones de índole idealista, en escasa consonancia con la realidad, resultaron demasiado optimistas para un contexto sumamente complejo que permitía márgenes de maniobra bastante acotados. Esto se tradujo en la inviabilidad de ejecutar las políticas diseñadas. Esta situación se fue tornando más evidente a medida que el ambiente interno se complicaba con situaciones de crisis institucionales y, fundamentalmente, con una situación económica cada vez más caótica que culminó en la redefinición de la agenda externa, echando por tierra las premisas esgrimidas desde un principio. Pese a considerar que fueron los condicionantes preponderantemente internos, sin descartar los externos, los que inviabilizaron el proyecto de política exterior pergeñado por la administración radical, es indudable que ello influyó en la participación argentina en el sistema internacional. Al carecer de continuidad y sobre todo de previsibilidad, las conclusiones a extraer por el país será la imposibilidad de minimizar las influencias externas negativas (outputs), como asimismo potenciar las oportunidades de inserción genuina; máxime en un contexto, tanto interno como externo, que no es precisamente el más favorable. Dicha situación resultó además altamente perjudicial para la imagen de nuestro país en un momento en el cual pretendía justamente recomponer su prestigio, ya puesto en duda en el pasado reciente. En lo que respecta a la administración del Doctor Menem, encuentro que la misma realizó un análisis equivocado al ponderar en forma incorrecta variables que, lejos de priorizar la valoración de los “intereses nacionales”, mostraron la tendencia contraria. En este sentido, el papel del Estado se redujo paulatinamente acorde a un proceso de desnacionalización que, intuyo, resultó muy poco beneficioso a la Argentina. Ambos procesos, la Reforma Estructural del Estado y la Política de Privatizaciones, aunados a un endeudamiento externo cada vez mayor, provocaron un recorte de autonomía (ya en si misma limitada) que terminó generando, como correlato a nivel político interno, una cultura dependiente ampliamente difundida. Siguiendo este razonamiento, no son pocos los que creyeron en la inevitabilidad del alineamiento a ultranza con los Estados Unidos, así como de la política de cesión absoluta que emprendió la administración justicialista. No sólo es posible observar las discontinuidades mencionadas en la relación vis a vis la potencia hegemónica sino, como mencionara en el acápite anterior, el relacionamiento con los países de la región también varió sustancialmente, sumiéndose la Argentina en un proceso de distanciamiento o inclusive aislamiento, que rompió con patrones básicos para la administración anterior. Y en relación a ello creo que se pueden resaltar dos casos interesantes: Argentina votó en Naciones Unidas contra Cuba en Derechos Humanos a partir de marzo de 1991, cambiando su posición tradicional, alineándose con Estados Unidos, frente a la postura de la mayoría de los países latinoamericanos que se abstuvieron o votaron en contra y el otro caso, lo constituye la relación con Brasil, relación que se presentaba como una oportunidad promisoria para nuestro país, que pudo haber extraído enormes ventajas de dicho vínculo más, lejos de ello, ni siquiera priorizó en forma adecuada el proceso de integración que tiene como protagonistas a ambos países. Hoy, este “descuido” ha convertido a Brasil en una amenaza potencial de no mediar en un futuro la coordinación de políticas macroeconómicas. Durante toda la década del ´90 Argentina ha ejercido una política de prestigio ficticia, expresada a menudo en un exceso de protagonismo que supo traducirse en no pocas oportunidades en una política concesiva, ejemplos de la cual fueron los ya mencionados acontecimientos acaecidos durante la presidencia menemista (en referencia al retiro de No Alineados, envío de tropas al Golfo, participación en la crisis haitiana, etc). Ello es consecuencia de la ausencia de un proyecto nacional e internacional genuino, ya que un país con tal carencia, se halla en el trance de aceptar que actores más poderosos le impongan pautas ajenas. En el caso de nuestro país, es posible observar efectos concretos de la aplicación de este tipo de políticas: Argentina, el “socio confiable” de los Estados Unidos, se encuentra lejos de ser considerado como tal por dicha potencia, siendo más probablemente visualizado como un país exportador neto de capitales (en los últimos veinte años, 1 de cada $3 fueron destinados al pago de la deuda externa), lo que implica la imposibilidad de volcar la mayor parte de los recursos generados en el país al sector productivo provocando, en una especie de círculo vicioso, un recorte cada vez mayor en la autonomía. Por último, es preciso aclarar que estas son algunas de las variables incidentales en un proceso de larga data, en el que culminó el nivel decreciente de nuestro país en el sistema internacional, constituyendo un factor preponderante de tal declinación la esterilidad de los improvisados proyectos pergeñados por los distintos gobiernos, en la segunda mitad del siglo XX. Laura García Albesa Bibliografía Consultada Busso, A., A ocho años del alineamiento: un análisis de la política exterior argentina hacia los Estados Unidos., C.E.R.I.R., Serie Doc. De trabajo N° 10, Rosario, 1997. Dallanegra Pedraza, L., Política exterior argentina, en “Debates”, Vol. III, N° 7, Abril/2002. Fígari, G.M., De Alfonsín a Menem. Política exterior y Globalización. Fígari, G.M., Pasado, presente y futuro de la política exterior argentina., Ed. Biblos, Bs.As., 1993. Miranda, R., Los bordes del pragmatismo: la política exterior de Menem., en Revista de Relaciones Internacionales, N° 7, 1994. Paradiso, J., Debates y trayectoria de la política exterior argentina., GEL, Bs.As., 1993. Russell, R., Los ejes estructurantes de la política exterior argentina., en América Latina Internacional, Otoño-Invierno 1994, Vol. 1, N° 2.