Jueves 13 de Noviembre del 2008 - R E F OR M A OP INIÓN editorial@reforma.com Meyer Bárcena Estados Unidos se ha movido a la izquierda, o por lo menos al centro. Esta vez los cambios en aquel país pueden ser una influencia positiva para México. Ningún país estará inmune a la crisis, pero la redefinición del nuevo orden financiero es una nueva oportunidad. La responsabilidad recae en 20 países. 15 agenda ciudadana El nuevo ‘nuevo trato’ y nosotros Lorenzo Meyer Cuando un centro imperial experimenta cambios, las reverberaciones afectan a toda la periferia. Esta vez puede ser para bien. h La influencia indirecta La transformación que acaba de tener lugar en la casa vecina del norte –la “Casa Grande” para nosotros– es una de fondo y que abarca no sólo lo político sino también lo económico, social y cultural. En principio, la elección presidencial norteamericana es un asunto interno de esa nación, pero todo proceso de cambio sustantivo en una gran potencia tiene efectos más allá de sus fronteras. En lo inmediato, la relación bilateral México-Estados Unidos ya está muy determinada por una gran red de arreglos formales –entre los que destaca el Acuerdo de Libre Comercio de la América del Norte–, de inercias y de intereses creados. Modificar formas y contenidos de la relación México-Estados Unidos siempre ha sido algo muy complicado y que, en todo caso, requiere la existencia de un interés político de parte de la dirigencia norteamericana. Ahora bien, intentar generar ese interés en este momento sería un empeño infructuoso por, al menos, dos razones. En primer lugar, porque las prioridades de la agenda del presidente electo Barack Obama las encabezan asuntos en los que poco tienen que ver México o América Latina, como son la gran crisis económica mundial, las intervenciones norteamericanas en Iraq y Afganistán, el casi intratable problema del Medio Oriente, el resurgimiento de Rusia como potencia dispuesta a reimponer sus intereses en su entorno geográfico inmediato o el calentamiento global, entre otros. En segundo lugar, porque si bien a México como país le interesa discutir con los norteamericanos temas significativos –migración, narcotráfico, seguri- dad–, el gobierno mexicano actual carece de un proyecto nacional real que le permita tener una agenda clara y el apoyo interno adecuado para sostenerla. Así pues, por ahora, México no tiene la capacidad para aparecer entre los temas importantes de la política norteamericana. En otras circunstancias, ese bajo perfil mexicano allende el Bravo sería una oportunidad para ampliar nuestros espacios internos de maniobra. Sin embargo, el mero cambio de rumbo en que se van a empeñar el gobierno y la sociedad estadounidenses puede generar procesos y desatar energías que lleguen a influir de manera indirecta pero importante en la forma como nosotros vamos a conducir nuestros asuntos internos en los años por venir. Y, dadas las circunstancias, esta vez esa influencia puede ser positiva. h La naturaleza del cambio Hoy, cuando ya Moscú ni ninguna otra capital es el “Vaticano Rojo” y cuando ya se acabaron las ortodoxias dentro de la izquierda, cada sociedad define en sus propios términos lo que es izquierda y derecha. Dentro del actual esquema político norteamericano, el triunfo del Partido Demócrata y de la plataforma electoral de Barack Obama significa que Estados Unidos ha dado un giro de la derecha dura a la izquierda moderada o, si se prefiere, al centro-izquierda. Y ese giro tiene el potencial para redefinir en México y en muchos otros países cuál es el mejor rumbo a seguir. Cuando allá por los 1980 se impuso en Estados Unidos el conservadurismo de Ronald Reagan, el proceso terminó por lanzar al resto del mundo por el camino del neoliberalismo en lo económico y de la aceptación de la agresiva agenda norteamericana en el sistema internacional. Para México, eso significó ver cómo naufragaba en Centroamérica lo poco que quedaba del principio interamericano de la no intervención y ver cómo Carlos Salinas y su proyecto económico neoliberal eran presentados como ejemplo a seguir en el mundo periférico, sin importar para nada el origen fraudulento de su victoria electoral. Hoy, el gran viraje que ha experimentado y va a seguir experimentando Estados Unidos ha dejado de coincidir con la orientación política, económica y cultural que domina en México (herencia directa del salinismo a la que no afectó el cambio del PRI al PAN en el control de la Presidencia). A la larga, ese cambio de rumbo en el país al que México está íntimamente ligado por una relación de poder asimétrica en extremo, puede abrir aquí posibilidades a las fuerzas que reclaman un cambio en la ruta de navegación. Virar en México de la derecha a la izquierda, o incluso al centro, puede ser en el futuro menos difícil de lo que fue antes del 4 de noviembre. h El ‘nuevo trato’ original En 1933, tomó posesión como el 32° presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, en medio de los estragos causados por la Gran Depresión iniciada cuatro años antes. Su plataforma política “El Nuevo Trato” (The New Deal), apenas si estaba esbozada aunque su espíritu era claro: reanudar y llevar más lejos la “Nueva Libertad” que el anterior Presidente demócrata, Woodrow Wilson, había definido desde 1912 como el apartar al gobierno norteamericano de los grandes intereses creados para ponerlo al servicio del ciudadano común y corriente. Roosevelt tardó en encontrar los instrumentos y la ruta adecuados, pero finalmente logró su objetivo que no era sólo sacar a su país de la crisis económica con la poderosa ayuda del gasto público, sino redistribuir cargas y beneficios por la vía fiscal y hacer al Estado responsable de servicios sociales que terminarían por dar a Estados Unidos el perfil de una sociedad menos injusta, menos desigual. Pese a sus errores, Roosevelt cumplió en lo sustancial con su promesa. h El nuevo ‘Nuevo Trato’ En medio del estallido de otra gran crisis económica que si no se le controla con toda la fuerza del Estado puede transformarse en una tan dañina como la de 1929, Obama tiene la posibilidad y obligación de convertirse en el Roosevelt del siglo XXI. De materializarse, el Nuevo “Nuevo Trato” tendrá como sustento moral y cultural el hecho de que lo encabeza un afroamericano apoyado por una gran coalición multirracial. Pero eso no es todo. A diferencia de Roosevelt, quien va a ser el 44° presidente de Estados Unidos no proviene de los estratos privilegiados de la sociedad norteamericana, sino de un hogar de clase media y donde a falta de padre el futuro Presidente fue criado por sus abuelos maternos. En fin, que Obama y su esposa son resultado de su propio esfuerzo y de las oportunidades de movilidad social que aún existen en su país. La esencia del proyecto de Obama y del ala progresista del Partido Demócrata no consiste en volver al Estado rooseveltiano de mediados del siglo pasado pero sí en construir una versión moderna del mismo. Esa variante tiene como premisa algo obvio pero que la derecha se niega a aceptar: que el ciudadano común –el de la clase media y, sobre todo, el que vive debajo de los niveles de pobreza– no puede, por propio esfuerzo, controlar los factores adversos de un mercado que, por su naturaleza, tiende a dar más al que más tiene, menos al que menos tiene y nada al que nada tiene. Por lo pronto, Obama se ha comprometido a dar forma a una política estatal donde las fuerzas del capitalismo no vuelvan a desbocarse en detrimento de la mayoría, una que evite que el tesoro público se use para rescatar a pudientes en detrimento de los intereses mayoritarios. Además, el Presidente electo se ha comprometido a seguir políticas que detengan la galopante degradación del medio ambiente, que aseguren la calidad de los alimentos en el mercado, que establezcan los incentivos adecuados para lograr un aumento de las fuentes de energía no contaminantes, que garanticen servicios médicos adecuados para todos, independientemente de su clase social y que, de la misma manera, ofrezcan una educación de calidad a todos los niños y jóvenes. De hacerse realidad en un grado significativo esa oferta de protección a los que menos pueden protegerse por sí mismos, el tema de la migración indocumentada también tendrá que ser abordado con el mismo espíritu. Todo lo anterior, y a querer que no, hará más difícil que proyectos como el de la derecha mexicana mantengan la legitimidad o al menos la tolerancia que hoy encuentran en una parte de la ciudadanía. En materia internacional, el compromiso de Obama no sólo con poner fin al intervencionismo unilateral norteamericano sino con cerrar el campo de concentración de Guantánamo y respetar los derechos humanos incluso de los enemigos más acerbos, también puede tener un efecto indirecto pero benéfico en la preservación de la soberanía mexicana –justo como ocurrió con el “Nuevo Trato” original– y en un ambiente propicio para la observación de los derechos humanos en nuestro país. En fin, tras decenios en que los vientos del norte empujaron las velas de quienes llevaron a México a navegar por la derecha, se abre hoy la posibilidad –sólo la posibilidad– de que esos vientos sean propicios para los que quieren ir por la izquierda o, al menos, por el centro. Ojalá. Colaborador invitado ¿Época de cambios o cambio de época? Alicia Bárcena N o hay que equivocarse, ésta no es una época de cambios sino un cambio de época. Se han puesto en riesgo dos bienes públicos globales vitales para la supervivencia del mundo como lo conocemos: la estabilidad financiera y la seguridad climática. Hoy me referiré a la crisis financiera. La actual crisis financiera internacional es la más profunda y severa desde la gran depresión de los años treinta. La combinación de sobreendeudamiento, excesiva exposición al riesgo en el mercado inmobiliario de Estados Unidos, aunado a la falta de transparencia, regulación y supervisión en los mercados financieros, se convirtieron en la fórmula ideal de una “tormenta perfecta” que se desencadenó en Estados Unidos y de ahí en Europa, Japón para alcanzar sin piedad a las econo- mías emergentes y en desarrollo. De alcances insospechados, sus efectos apuntan a una recesión global sin precedentes con impacto en la economía real con un crecimiento mundial de hasta 3 por ciento en 2009. A pesar de los anuncios de rescate con cifras de 3 a 4 billones de dólares, la realidad es que prevalece la incertidumbre, el temor y la desconfianza. Colapsó una ingeniería financiera compleja e inexplicable para muchos ciudadanos que no logran asimilar la dimensión y distribución de costos de esta crisis. El impacto en América Latina y el Caribe será heterogéneo de acuerdo con la solidez de cada economía relacionada con la prudencia y disciplina fiscal de los últimos años, la acumulación de reservas internacionales, la menor y mejor deuda externa. Pero ningún país estará inmune a la crisis. La crisis tiene cuatro canales de transmisión: el contagio financiero, el precio de los productos básicos, las remesas de emigrantes y la caída de la demanda externa. El primero se traduce en mayores costos de financiamiento con gran escasez de crédito y falta de liquidez. Los precios de los productos básicos, que crecieron fuertemente hasta el tercer trimestre, empezaron a bajar debido a la liquidación de instrumentos especulativos basados en estos precios, a la menor demanda y la apreciación del dólar. El aumento de estos precios benefició a países exportadores de alimentos y energía y ahora son los que se verán más afectados. Las remesas de trabajadores han caído por la contracción de la construcción en países desarrollados. Estos factores afectarán más a México y Centroamérica, que dependen más de la eco- nomía de Estados Unidos, destino principal de sus trabajadores. Los efectos de la crisis tendrán fuertes implicaciones para el ciudadano común pues amenazan su empleo, sus pensiones, su acceso al crédito, especialmente a los jóvenes y a los más pobres. De allí la importancia de recolocar el desarrollo de otra manera, con amplitud de miras, a paso y medida que se reconstruye el orden económico internacional abordar la agenda futura con una profunda identidad latinoamericana y caribeña que fortalezca su potencial endógeno. h Iniciativas adoptadas para enfrentar la crisis A la par de los paquetes de rescate en Estados Unidos y Europa se plantea la inminente reingeniería de la arquitectura financiera in- ternacional. El Banco Mundial llamó a la urgente incorporación de las principales economías emergentes del Grupo de los 5 además del tradicional G-8: esto es, Brasil, China, India, México y Sudáfrica. Posteriormente se consideró más apropiado re-constituir el G-20, considerando que en conjunto estos países representan el 60 por ciento y 85 por ciento de la población y la economía mundial, respectivamente. El futuro de la economía global depende de 20 países. Éstos tienen la alta responsabilidad de reformar o reinventar el nuevo orden financiero y económico que reconozca los nuevos equilibrios de poder entre las economías desarrolladas, las emergentes y las menos desarrolladas. Qué les podemos decir desde esta tribuna. Evítese la sobre-regulación de los mercados financieros, las posiciones proteccionistas en el comercio y protéjase el gasto social a todos niveles. Inviértase en infraestructura para generar empleo. Las naciones emergentes pueden dinamizar la demanda interna para apoyar a las economías desarrolladas pero toca a estas naciones el compromiso ético de solidarizarse con las poblaciones más vulnerables. Naciones Unidas como el foro multilateral más democrático y representativo, y como garante universal del desarrollo sostenible con equidad vía los Objetivos de Desarrollo del Milenio, tiene la tarea de fortalecer la inversión social en el sistema multilateral, debe proveer bienes públicos globales: paz, desarrollo, equidad. La autoridad moral de la ONU está en juego y por ello tiene un papel central en la resolución de problemas sistémicos globales. Será posible que en este milenio se elimine la pobreza extrema y la desigualdad de la faz de la tierra. La redefinición del sistema financiero internacional ofrece la oportunidad y por ello representa el inicio del cambio de época. El título de este artículo proviene de una conversación con el doctor Osvaldo Sunkel, presidente de la Revista CEPAL. La autora es secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe.