Asimétrico comercio renovables internacional de recursos no Por Freddy Cante (*) Los mercados internacionales de órganos humanos y los de minerales consisten en compra y venta de recursos no renovables. Presentan algunas semejanzas y desemejanzas que se tratan aquí. Seguramente la principal semejanza entre los órganos de un cuerpo humano (corazón, riñones, pulmones, hígado, páncreas, córneas, etc.) y los recursos minerales (oro, diamantes, esmeraldas, carbón, petróleo, coltan, hierro, uranio, etc.) es que, en relación con su aprovechamiento o uso económico, ambos tipos de productos naturales están sujetos a un inexorable deterioro, esto es, a unos inclementes rendimientos decrecientes hasta que desaparezcan por siempre. Los compradores de órganos humanos deben ser medianamente prósperos para poder comprar el órgano que demanden. Un riñón puede costar apenas US$2.000 en Filipinas, pero su precio se incrementa 1000% en Ucrania. Un corazón puede valer US$290.000 en Sudáfrica. En Colombia se pueden conseguir corazones a US$90.000; hígados a US$100.000 y riñones a US$80.000. Estas cotizaciones, a los ojos del vendedor dirían algunos podrían ser atractivas gangas para cualquier obrero raso colombiano que por estos días gana un salario mínimo mensual equivalente a US$302. Los compradores de minerales deben ser abrumadoramente opulentos para poder competir con cuantioso poder adquisitivo en el comercio internacional. Uno de los diamantes más raros (singular por su color y corte) puede ascender a ocho millones de dólares. Una esmeralda colombiana de un quilate se puede vender en US$5.000. Un kilo de oro tiene un precio de unos US$60.000. El barril de petróleo puede ascender a US$80. Tan atractivas cotizaciones atraen vendedores y, en el caso de Colombia, encuentran su expresión en palabras popularizadas por la administración Santos y los medios de información como “bonanza” o “locomotora” de la minería. Grandes segmentos del comercio de órganos humanos y de minerales son mercados negros. Además, en ambos mercados (sean estos legales o ilegales), por lo general, quien vende es el más pobre. El individuo que vende sus órganos se encuentra en una situación desesperada. La secuencia de su dramática decisión pudo haber sido la siguiente: primero perdió el empleo, es decir, la venta de un trabajo simplista o más complejo (llamado capital humano) con rendimientos crecientes (pues la práctica hace al maestro, y más dedicación laboral mejora los servicios laborales); luego pudo haberse visto en la obligación de vender algún activo fijo (su casa o su finca), hasta haber agotado el dinero recibido por tal venta; posteriormente pudo haberse visto en la necesidad de vender o empeñar activos menores (electrodomésticos, muebles, utensilios caseros, ropa, etc.) y haber extinguido la suma monetaria de tan pobre venta; después, en un grado de más desesperación, y en el “afortunado” caso de tener algún atractivo físico o alguna habilidad en la variada gama de servicios sexuales, pudo haber caído en la prostitución hasta llegar al punto de la máxima fatiga corporal y moral; por último, en una decisión de vida o muerte, decide aplazar la hora de su deceso con la venta de algún órgano útil de su cuerpo vivo. Con la venta (pérdida irreparable) de su órgano tendrá una misérrima fortuna para “vivir” una breve temporada más en el resto de su cuerpo privado de alguna pieza vital. El país que vende sus recursos minerales no necesariamente puede estar en una situación desesperada, aunque posiblemente puede ser presa de grupos buscadores de rápidas y colosales ganancias, los cuales pueden ser de origen nacional o foráneo. Seguramente por razones objetivas o, en el peor de los casos, por intereses creados y falsos argumentos, ha encontrado que su ventaja comparativa radica en la venta de minerales agotables, y que no hay perspectivas alentadoras para vender recursos con rendimientos crecientes (capital humano), o bienes y servicios de origen agrícola o industrial que, aunque se agoten, se pueden renovar o sustituir por productos más innovadores. No obstante, pese a los cuantiosos recursos provenientes de la venta de recursos minerales no renovables, el país vendedor queda anclado en una economía extractiva y la inclemente explotación de tales recursos puede arrasar con otras riquezas naturales (agua potable, aire respirable, suelo para usos agrícolas, fauna, flora, etc.). Suede ocurrir lo que el literato latinoamericano Eduardo Galeano ha denominado como la pobreza económica que nace de la riqueza mineral del suelo. A esto se agrega la pérdida adicional del recurso humano (fuerza de trabajo, capital humano) pues existe el riesgo enorme de que la población, desde sus estratos más pobres hasta los más opulentos, viva de la mal llamada renta del suelo que, en verdad, es el ingreso de los oportunistas que venden los recursos no renovables que da la tierra. En un mundo globalizado y en una sociedad abierta, son grandes las distancias sociales y geográficas entre compradores y vendedores de órganos del cuerpo humano y de minerales no renovables. Pululan intermediarios que se llevan gran parte de las ganancias. Los compradores finales de algún órgano del cuerpo humano son consumidores en situación desesperada, quizás de vida o muerte. En aras de mejorar su calidad de vida, están dispuestos a pagar un precio razonablemente alto por un órgano vital para su cuerpo. Los usuarios finales de diversos recursos minerales son más bien ávidos consumidores que buscan con ansia el confort y aún el lujo más envidiable. Los usuarios del transporte público y privado son demandantes indirectos de petróleo. Quienes ostentan lujosa joyería, o guardan sus cuantiosos ahorros en forma de lingotes de oro, son demandantes indirectos de minerales preciosos. (*) Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor Asociado de la Facultad de Ciencia Política y Gobierno de la Universidad del Rosario.