Descartes y la idea de Dios Andrés Felipe Vallejo, Estudiante tercer semestre de Licenciatura en Filosofía, UPB. Descartes, en el libro de las Meditaciones acerca de la Filosofía Primera defiende que el hombre no puede negar la existencia de Dios y que se puede acceder al conocimiento del mismo a través de la razón, colocando en consonancia la dualidad razón y fe como formas o vías para acceder a Dios. Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cómo afirma Descartes la existencia de Dios? Y ¿existe una dualidad entre razón y fe en Descartes? A estas preguntas se puede responder que Descartes, partiendo de las Meditaciones acerca de la Filosofía Primera en su tercera meditación, probará que un ser finito no puede ser el autor de una idea del infinito y, por tanto, “si tengo en mí la idea de infinito, esto no puede ser más que por la razón de Dios mismo, que habrá puesto en mí la idea de infinito” (Grondin 196). Ahora bien, este Dios, cuya existencia prueba Descartes desde la razón, no es para él una simple idea del cogito, sino que es una prueba de que la razón, “en su intento de dar cuenta de sí misma, no… [puede] prescindir de dicho “fundamento místico” que, en cuanto infinitud, deslumbra en la forma de Dios” (Karmy Bolton 3). He aquí que para Descartes la razón y la fe no tienen contradicción, sino que entre estas dos verdades existe una armonía y estas dos coexisten en el hombre sin afectarse, sino todo lo contrario, para crecer como hombre puesto que para este es “imposible prescindir de Dios” (Ibíd.) Para poder afirmar lo anterior, abordaré esta hipótesis primero resumiendo grosso modo la postura de Descartes con respecto al cogito (segunda meditación) y las pruebas que da Descartes de la existencia de Dios (meditaciones tercera y quinta) y luego haré una relación entre la razón y la fe basándome en las meditaciones segunda y tercera. Pienso luego existo, primer certeza cartesiana La segunda meditación arranca después de que Descartes pusiera todo lo que conocía en duda, sin embargo, esta duda no se trata de un escepticismo radical como en Kierkegaard y Nietzsche sino que es una duda que busca certeza, que tiene la esperanza de encontrar piso firme: “me voy a esforzar y a intentar de nuevo el mismo camino por el que entré ayer, removiendo todo aquello que admite la más mínima duda… voy a seguir avanzando hasta que conozca algo cierto o, si no hay más, hasta que conozca al menos eso mismo de manera cierta, que no hay nada cierto” (Descartes 81). En esa búsqueda de un punto arquidémico se pregunta por el ser, en palabras de Descartes “¿qué he considerado que soy?” (Id. 83) y, a pesar de que hasta un genio maligno, un dios engañador lo pueda estar timando, descubre una primera certeza: “Hay sin embargo un engañador, no sé quién, sumamente poderoso y astuto que con habilidad me engaña siempre. Por lo tanto, no hay duda de que yo también soy si me engaña; y que engañe cuanto pueda, que sin embargo nunca hará que yo sea nada mientras estoy pensando algo. De tal manera que, muy bien ponderadas todas las cosas, hay que llegar a establecer este pronunciamiento, Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadero cuantas veces es expresado por mí, o concebido por la mente.” (Ibíd.) Ahora bien, esta certeza de existir solo se puede dar cuando se piensa en ello, de tal manera que solo existo cuando pienso (pienso, luego existo) y que mi naturaleza, puesto que en todo lo demás puedo ser engañado, es pensante. De esta manera la primera certeza es la famosa sentencia cogito, ergo sum, la cual le permite a Descartes a autorreconocerse, es decir poder deducir que es una cosa que piensa y porque piensa “que duda, que entiende que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que imagina también y que siente” (Id. 89); y además de autorreconocerse a conocer todo aquello que le rodea. La existencia de Dios, ¿el segundo eslabón de la cadena cartesiana? Luego de probar la existencia de sí, Descartes se refiere en la tercera y en la quinta meditación a Dios y llega a él porque además del cogito no puede tener más certeza sobre el resto de las cosas y es ahí donde Dios entra en escena puesto que es él quien le permitirá conocer: “apenas se presente la ocasión deberé examinar si existe Dios y, si existe, si puede ser engañador; porque ignorado esto, no me parece que pueda estar completamente cierto de ninguna otra cosa” (Descartes 103) Planteado este reto, él prueba la existencia de Dios demostrándolo de dos formas: En la primera, Descartes parte de la razón, usando el esquema causa-efecto, y concibe a Dios como “cierta sustancia infinita, independiente, supremamente inteligente, supremamente poderosa, por quien tanto yo como todo lo demás existe” (Id. 117). Esta idea de la infinitud de Dios no pudo ser creada por mí, ser finito y limitado, sino que fue puesta por Dios mismo en mí, ya que yo, hombre finito, no pude haber sido el causante de dicha idea. De tal manera que como solo Dios pudo haber sido el causante de ello, Dios existe. La siguiente prueba, llamada por Kant ontológica, parte de la existencia de Dios, en donde “la existencia necesaria de Dios se sigue de la sola inspección de la idea” (Moreno Romo 95). Ahora bien, aquí Descartes coloca a Dios como causa sui de todo cuanto existe, incluyéndolo a él, esto permite hablar “de una “segunda forma de hablar de ser en cuanto ser” que interpreta el ser ya no como cogitatum, sino como causatum.” (Marion ctd en Grondin 197), siendo así que en Descartes existen dos metafísicas, las cuales ha comparado Marion proponiendo el esquema siguiente (Marion ctd en Grondin 198): Metafísica de la cogitatio El ser en cuanto ser, Ser-pensado Metafísica de la causa Ser-causado entendido como Ens ut cogitatum Ens ut causatum El principio del ser Ego cogito Deus (pensado como causa sui) Siguiendo la lógica del Cogitare (pensar) Causare (causar) En este cuadro podemos observar que Descartes maneja un dualismo entre el cogito y Dios, en donde parte de estos dos principios metafísicos para explicarse a sí mismo y para explicar el mundo que le rodea. Esta dualidad no es una contradicción puesto que estas dos verdades cohabitan y su concepción está orientada a la unidad, a “la armonía entre razón y fe” (Küng 46), sin embargo lo que si cambia es la forma de mirar la relación hombre-Dios, puesto que, contrario a la edad media, la certeza de sí mismo es la certeza de Dios y no al revés. Esta armonía se puede observar a lo largo de la vida de Descartes, para quien “la fe constituye la excepción a la regla universal de la evidencia. La fe señala la máxima certeza, aun cuando no diga relación, como la filosofía o la ciencia natural, a un contenido evidente, sino oscuro, que supera a la razón” (Id. 45). Él vivió con esta convicción y la llevo a tal punto que, para él, una ciencia atea era impensable. Otro punto importante en el pensamiento de Descartes es que la razón, como se puede ver en las meditaciones segunda y tercera, no puede explicarse por sí misma, puesto que el hombre que piensa solo puede reconocerse a través de Dios. A manera de conclusión, se puede decir que en Descartes hay una necesidad de demostrar la existencia de Dios, dicha existencia es demostrada desde la razón, desde el sujeto, y a su vez, el sujeto está ligado a Dios puesto que sin él no podría reconocerse ni existir. De tal manera que en Descartes existe una dualidad entre la razón y la fe, el cogito y Dios, donde el hombre no podría explicarse sin alguno de estos dos elementos. Bibliografía Descartes, Rene. Meditaciones acerca de la Filosofía Primera. Seguidas de las objeciones y respuestas. Trad. Jorge Aurelio Díaz. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009. Grondin, Jean. Introducción a la metafísica. Barcelona: Herder, 2006. Karmy Bolton, Rodrigo. Introducción al problema de Dios en las Meditaciones Metafísicas. Santiago, Mayo de 2006. Küng, Hans. ¿Existe Dios? Madrid: Cristiandad, 1979. Moreno Romo, Juan Carlos. Vindicación del cartesianismo radical. Rubí: Anthropos, 2010.