Ambientalismo y ecologismo. Diferentes posiciones. AGOGLIA, Ofelia; PÉREZ SOSA Martín Facultad de Ciencias Agrarias, IRNR. Introducción Si analizamos los diversos planteamientos que intentan dar respuesta a la crisis ambiental nos encontramos con una diversidad de propuestas teóricas, las cuales más allá de la simplificación que supone abordarlas desde una lectura dicotómica, pueden ser identificadas en dos grandes patrones de racionalización teórica: la posición ambientalista y la ecologista. Si bien ambos modelos tienen un sustrato común, en el sentido que para ambas posiciones, la crisis ecológica es percibida como una amenaza real ante la cual es necesario articular respuestas que eviten el deterioro de sistemas básicos para la vida, discrepan en dos cuestiones fundamentales. Por una lado, en el análisis de las causas de la crisis ambiental y en consecuencia de las medidas que habría que tomar para hacerle frente, y por el otro, en la profundidad y naturaleza de los cambios (socioeconómicos, políticos, culturales, etc.) que sería preciso emprender para superarla (Caride y Meira, 2001). Las diferencias entre ambas posiciones se observan con mayor claridad al analizar comparativamente el capítulo 36 de la Agenda 21, sobre la promoción de la educación, la conciencia pública y la formación, aprobado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1992, en Río de Janeiro y el Tratado sobre Educación Ambiental para una sociedad sustentable y para la responsabilidad global, aprobado en el Foro Internacional de ONGs celebrado en Río simultáneamente a la Conferencia gubernamental señalada. En este sentido Dobson (1997: 22) ofrece una síntesis que puede servir como punto de partida: el ambientalismo “aboga por una aproximación administrativa a los problemas medioambientales, convencido de que pueden ser resueltos sin cambios fundamentales en los actuales valores o modelos de 1 producción y consumo, mientras que el ecologismo mantiene que una existencia sustentable y satisfactoria presupone cambios radicales en nuestra relación con el mundo natural no humano y en nuestra forma de vida social y política”. Acorde con ello, el ambientalismo se diferencia del ecologismo en la medida en que no contempla las transformaciones sociales, políticas y económicas que se integran en la perspectiva ecologista (Caride y Meira, 2001). La posición ambientalista El descubrimiento del efecto invernadero y la degradación de la capa de ozono, entre otras agresiones objetivables del deterioro ambiental, ha alineado en una misma corriente de opinión a diferentes actores e instituciones del quehacer político mundial bajo un espectro ideológico que abarca desde las tesis neoliberales más intransigentes hasta las posturas socialdemócratas menos ortodoxas, reconociendo la existencia de amenazas ambientales reales derivadas del éxito de la empresa civilizadora de occidente. Al igual que en crisis precedentes, los teóricos del mercado, entienden que el problema se puede resolver dentro de los márgenes de la lógica del mercado y de la racionalidad económica actual. Así, no sería preciso adoptar intervenciones correctoras para superar la crisis ya que a medida que los problemas ambientales agraven e influyan sobre las actividades económicas, los mecanismos que rigen el funcionamiento del mercado tenderán a evitarlos de modo que el problema se corregirá por sí mismo (Caride y Meira, 2001). Bajo esta concepción, la naturaleza, lo verde y lo ecológico, pueden e incluso deben, ser objeto de un nuevo mercado favorecedor de factores nacientes de producción o de regeneración de estrategias empresariales, poniendo de relieve la convergencia entre las posibilidades de la ecoproducción y las limitaciones impuestas por una ecología de consumo (Lipovetsky, 1994). Por ende, la superación de la crisis ambiental, no supone que se produzca un cambio radical en las estructuras económicas o políticas del sistema, sino “una gestión medioambiental basada en el diálogo constructivo y en la negociación 2 constante entre fuerzas sociales, tal y como se presentan actualmente en el tablero mundial” (Prades, 1997: 24-25). No son los objetivos y los fundamentos de la economía de mercado los que se ponen en cuestión, sino los procedimientos e instrumentos a los que se recurre para solucionar los problemas, de ahí que el análisis se centre en conseguir integrar los desajustes ecológicos en los márgenes de la racionalidad técnica que sustenta y legitima al propio mercado (Caride y Meira, 2001). Para afrontar los riesgos ambientales, en cualquiera de sus manifestaciones, desde la concepción ambientalista, se deposita la confianza en el conocimiento científico y en las capacidades tecnológicas para crear sustitutos a medida que sean necesarios, esto es incrementando la eficiencia en los procesos de producción a partir del diseño de tecnologías a través de las cuales se utilice la menor cantidad de energía y de recursos materiales para producir bienes y brindar servicios. El problema se centra en la contaminación y su impacto sobre la atmósfera (capa de ozono, efecto invernadero) y sobre elementos básicos para la vida como el agua, el aire y el suelo. En este sentido los instrumentos y las estrategias de gestión que se ponen en juego tienen como principal objetivo cuantificar e integrar, los costos ambientales presentes y futuros, en el lenguaje de la economía positiva, es decir asignándoles valor de mercado. De este modo, siguiendo el modelo de la oferta y la demanda, el mercado tenderá a penalizar las actividades económicas más nocivas para el ambiente aumentando su costo de producción. En cuanto a la relación de la crisis ambiental y problemática demográfica, si bien también se considera como un elemento importante, se espera contrarrestar el incremento exponencial de la población a través de programas de control de la natalidad dirigidos casi exclusivamente a los países periféricos. Por otra parte en lo que respecta al reparto más justo e igualitario de la riqueza, éste se dará como resultado automático del crecimiento económico y de la racionalidad global del mercado tal como lo señalan las posiciones más dogmáticas de la teoría económica. 3 Dentro de esta posición destacamos la opinión de Cairncross (1993) como uno de los teóricos más influyentes en el campo de la economía ambiental, para el cual las medidas más importantes a adoptar a fin de superar la crisis ambiental pueden resumirse en las siguientes: El estímulo económico a la investigación científica y al desarrollo de nuevas tecnologías que permitan una producción más eficiente, menos exigente en insumos de energía y materiales y que generen menos efectos residuales. El desarrollo de un cúmulo de incentivos económicos positivos (subvenciones, exenciones fiscales, créditos blandos, etc.) y negativos (tasas por contaminar, multas, cánones para gravar el precio de productos contaminantes, etc.) para estimular el comportamiento pro ambiental de los agentes económicos. El control e intervención estatal en dos líneas de acción: el establecimiento de normativas ambientales y la vigilancia de su cumplimiento, y el desarrollo de incentivos económicos para estimular la actuación consciente de las empresas. Asignación de precio a los recursos más vulnerables, principalmente a los denominados bienes libres, como el agua, el aire, el suelo, el subsuelo y el paisaje. Según su posición este principio es totalmente compatible con la democracia y el mercado libre, de acuerdo a ello, “las bases económicas y políticas ya están establecidas por lo tanto la tarea mundial para restablecer la salud ecológica ha de responder a cinco directivas estratégicas: La necesidad de estabilizar la población humana. La creación de tecnologías ecológicas más idóneas. La necesidad de generar un cambio en las normas económicas por las cuales se mide el impacto de las decisiones que afectan sobre el medio ambiente (asignación de precios a los bienes ambientales, etc.). El desarrollo de una nueva generación de acuerdos internacionales y la potenciación del papel de las Naciones Unidas e la gobernación mundial. 4 El diseño de un plan cooperativo de educación ambiental mundial para tutelar nuevas pautas de pensamiento acerca de las relaciones entre civilización y medio ambiente” (Al Gore, 1993). Desde esta mirada la intervención del Estado se entiende fundamentalmente como una acción instrumental destinada a facilitar que el mercado internalice y asigne precio a los cotos ambientales y no como una forma de trasladar la cuestión ambiental a la esfera política. De acuerdo a ello, la administración pública pasa a ser un simple aparato o recurso técnico puesto al servicio de la conducción racional de la economía y del medio ambiente (Caride y Meira, 2001). Si bien este enfoque se concentra en la aplicación de instrumentos económicos y normativos para regular el mercado y en el estímulo de la innovación tecnológica para mejorar su eficiencia, también considera importante, la concienciación y la formación de los ciudadanos como una estrategia complementaria de intervención para superar la crisis ambiental. Fundamentalmente aquella concienciación que permitirá a los sujetos comportarse como productores y/o consumidores conscientes y respetuosos del ambiente. De acuerdo con ello se desplaza hacia el ciudadano la responsabilidad de no actuar correctamente, de no comprar los productos ecológicamente más inocuos, de no seleccionar correctamente los residuos domésticos, de no hacer un consumo eficiente de energía, etc. Al respecto Enrique Leff, uno de los máximos representantes del pensamiento ecologista latinoamericano contemporáneo, denuncia que las formaciones ideológicas que cubren el terreno ambiental generan prácticas discursivas, cuya función es neutralizar en la conciencia de los sujetos el conflicto de los diversos intereses de poder que entran en juego en la problemática ambiental (Leff 1998). En opinión de Leff (1998: 22 –26), las opciones descriptas, se concretan en un neoliberalismo ambiental que pretende delimitar las resistencias de la cultura y la naturaleza para subsumirlas dentro de la lógica del capital con el 5 propósito de legitimar la usurpación de los recursos naturales y culturales de las poblaciones dentro de la lógica del capital. La posición ecologista Frente a la posición ambientalista, las opciones ecologistas ponen de manifiesto el hecho de que el modelo neoliberal de mercado, lejos de configurarse como un escenario idóneo para superar la crisis ambiental, mantiene las condiciones para la capitalización de la naturaleza y la reducción del ambiente a la razón económica. Señala Bermejo (1994) que el sistema socioeconómico actual se encuentra agotado entre otros aspectos porque: no es capaz de satisfacer las necesidades básicas de la población. provoca rupturas y desestabiliza los equilibrios demográficos. amenaza y daña la salud deteriorando irreversiblemente el medio ambiente. destruye y agota los recursos renovables y no renovables. genera situaciones de violencia e inseguridad. En este contexto, las medidas que se adoptan en el marco del actual sistema económico, con frecuencia de carácter técnico o limitadas a aspectos subsidiarios, resultan insuficientes o insolventes para afrontar los problemas ambientales. Por el contrario, los procesos de degradación ecológica y social aceleran su ritmo de destrucción en la medida que se imponen y generalizan las tesis del neoliberalismo, que se desregulan las actividades económicas del mercado global y que los Estados pierden progresivamente su capacidad de control. Murray Bookchin (1978:21) señala que el capitalismo es por naturaleza antiecológico en el sentido que bajo la lógica del mercado todas las cosas tienen su precio, de acuerdo a ello, la naturaleza recibe el trato que corresponde a un mero recurso digno de ser explotado y saqueado. Desde esta perspectiva la ruptura ambiental es resultado de la acción de un mercado que operando de acuerdo a criterios presuntamente racionales, según la racionalidad económica positiva, ignora los impactos negativos que provoca 6 o los reduce a disfunciones que se resuelven con meros ajustes normativos y tecnológicos, lo cual conduce a poner énfasis en cuatro principios básicos: es imposible un crecimiento económico indefinido en el marco de una biosfera físicamente acotada, la Tierra tiene una limitada capacidad de carga. el crecimiento económico y el desarrollo tecnológico no garantizan ni la resolución de la problemática ambiental, ni contribuyen a alcanzar un desarrollo humano más justo y equitativo. No hay una relación directa entre mayor riqueza y /o mejor producción y mejor ambiente y más bienestar. no se puede responder a la crisis ecológica en los términos actuales de mercado, los problemas ambientales se agravan y se amplía la brecha entre países. la complejidad de la problemática ambiental requiere cambios que vayan más allá de la esfera meramente económica y tecnológica. Cualquier alternativa viable deberá replantear profundamente los supuestos éticos, económicos, sociales, culturales, tecnológicos y políticos en los cuales se sustenta el sistema actual, cambios todos ellos, que suponen cuestionar y abandonar la racionalidad económica e instrumental dominante y bregar por la construcción de una racionalidad ecológica-ambiental emergente. Si bien ambas posiciones teóricas coinciden en algunos aspectos en cuanto al control y la estabilización de la demografía mundial, el desarrollo de nuevas tecnologías, la concienciación para el cambio hacia valores y comportamientos pro ambientales, y asumen que los países en vías de desarrollo deben incrementar su producción para llegar a satisfacer las necesidades básicas de su población, ésta es sólo una coincidencia aparente ya que ambos modelos plantean opciones estratégicas diferentes. La iniciativa ecologista pone el acento en el injusto reparto per cápita de los recursos naturales y de la riqueza e insiste en el hecho de que las tecnologías además de eficientes y no agresivas con el medio deben ser accesibles y fáciles de transferir a los países del Tercer Mundo, al mismo tiempo que deben posibilitar formas de producción descentralizadas (González Gaudiano, 1999). 7 El crecimiento de los países periféricos, debe ir acompañado de una reducción significativa de la producción y el consumo per cápita de los países desarrollados, como única forma viable de repartir los costos y beneficios ambientales. No sólo la pobreza produce degradación ambiental, sino que fundamentalmente la riqueza es la que está minando las bases ecológicas de la vida (Caride y Meira, 2001). Desde el punto de vista ecologista es necesario restablecer la vinculación estrecha que existe entre sistema económico y sistema natural. De acuerdo a ello, los economistas que plantean un sistema alternativo al de la economía de mercado señalan la imposibilidad de otorgar una valor objetivo a los bienes naturales, ya que no existe un instrumento económico, ecológico o tecnológico de evaluación con el cual se pueda calcular las repercusiones que pueden tener para la vida de las generaciones futuras la contaminación, el agotamiento de un recurso o la desaparición de un ecosistema (Leff, 1996). En este sentido, Redclift (1987) señala que: La problemática ambiental no se puede contemplar desgajada de la historia colonial y postcolonial de explotación y dominación económica y política que la ha determinado. Es necesario aclarar las relaciones entre el problema ambiental en el Tercer Mundo y el rol de los países desarrollados en su creación. El impacto del capitalismo en las sociedades periféricas provoca desajustes que limitan su acceso a los recursos y al poder, altera los mercados de trabajo locales, impone medidas de economías extractivas de corto plazo, induce procesos de deslocalización, estimula la corrupción, etc. En cuanto a aquellos enfoques destinados a fomentar un estilo de consumo ecológicamente responsable, la perspectiva ecológica sostiene que, el hecho de que los sujetos sean conscientes de la problemática ecológica no garantiza que quieran o que puedan actuar siempre con criterios de racionalidad ambiental, más aún cuando el sistema está diseñado para que esto no ocurra. Esta advertencia, señala Dobson (1997), cuestiona los planteamientos ecofilosóficos que confían en una mutación de la sociedad por la conversión de las personas. 8 La alternativa ecológica propone desvelar las contradicciones del sistema económico fomentando una lectura crítica de la realidad ambiental a partir de la cual: se clarifiquen los componentes éticos e ideológicos que están implícitos en la crisis ecológica, se establezcan las conexiones entre ambiente y estilos de vida, y se estimulen prácticas políticas democráticas mediante las cuales se habilite la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos que atañen y hacen a la resolución de la problemática ambiental. Bajo esta concepción, la cuestión ambiental sólo podrá resolverse si se acompaña de una mayor equidad y justicia social. Por ello, la pronta adopción de pautas de desarrollo alternativas resulta imperante. La realidad de la crisis ambiental es compleja y requiere para su solución de programas científicos de tipo interdisciplinar, ni las ciencias sociales ni las ciencias naturales podrán resolver por sí solas esta crisis, puesto que la misma es resultado de factores sociales y físicos que no pueden ser analizados en forma aislada ni bajo la perspectiva lineal de una sola disciplina (Kapp, 1995). Las soluciones por las que se opte deben considerar que estamos ante una problemática de índole social y que como tal implica un posicionamiento respecto de opciones éticas, políticas e ideológicas que respondan a distintos intereses y modelos de sociedad (Caride y Meira, 2001). La crisis ecológica no puede interpretarse al margen del contexto económico en el cual se encuentra inmersa, en consecuencia, no podrá resolverse bajo las pautas actuales de producción y distribución de la riqueza. Paralelamente, resulta necesario implementar una organización económica descentralizada que permita reducir la cantidad de energía utilizada, reciclar y recuperar los materiales de desecho para introducirlos nuevamente en el circuito de producción y consumo y que apunte a sustituir los combustibles fósiles por sustitutos de energía alternativa. Estos cambios deberán ir acompañados del desarrollo de un nuevo marco de valores y de una cultura democrática cimentada en la solidaridad y la sustentabilidad a partir de la cual, primen las dimensiones cualitativas del desarrollo, la promoción del bienestar individual y colectivo, la formación de 9 una cultura política más participativa y sensible a las cuestiones ambientales y al desarrollo humano. Un despliegue progresivo de estos elementos supone una transformación radical de la situación actual, de acuerdo a ello Leff plantea que, frente a la racionalidad económica dominante se trata de instaurar una nueva racionalidad ambiental a partir de la cual se introducen nuevos principios valorativos y fuerzas materiales para orientar el proceso de desarrollo (Leff, 1994). Esta racionalidad ambiental si bien hace referencia a procesos tecnológicos o instrumentales no se reduce a ellos, sino que por el contrario, pone el énfasis en las pociones morales, políticas, culturales e ideológicas que definen los fines y los modelos de sociedad a los que se aspira. Bibliografía ALIMONDA, H. (2002). Ecología Política. Naturaleza, Sociedad y Utopía. Buenos Aires, CLACSO. BERMEJO, R. (1994). Manual para una economía ecológica. Madrid, La Catarata. BOOCKCHIN, M (1978). Por una sociedad ecológica. Gili, Barcelona, CARIDE y MEIRA, (1995). 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