Antropología Pierre Clastres HORROR A LA SERVIDUMBRE O EL Por Claudio Véliz (Director) P ierre Clastres (1934-1977) fue un etnólogo francés que provocó un enorme revuelo en el ámbito de la antropología y la filosofía políticas. Incisivo, heterodoxo, crítico, supo renegar de todos los “ismos”, abjurar de todas las etiquetas e internarse en “el campo” para convivir con algunos pueblos primitivos de Sudamérica. Tal como nos cuenta Miguel Abensur en la presentación del libro que aquí comentamos, Clastres residió con los indígenas durante más de diez años (1963-1974). Primero se relacionó con las tribus guayaki, guaraní y chulupi del Paraguay; luego viajó a Venezuela para conocer a los y a n o m a m i; y más tarde llegó a San Pablo (Brasil) para visitar a los guaraníes que habitaban aquellas regiones. Por entonces, el estructuralismo y el marxismo habían configurado y delimitado el “campo de la problemática” de los estudios antropológicos, y precisamente por ello, Clastres se sintió obligado a batallar tanto contra los imperdonables “olvidos” de un análisis centrado en las estructuras míticas y parentales (inaugurado por Lévi-Strauss), como contra el evolucionismo y el determinismo económico de la antropología marxista (siempre proclive a sustentar una “teoría general de la historia” en la que diluir la singularidad de todas las sociedades del planeta). En el extenso prólogo con que se inicia esta compilación, Eduardo 8 - UTN - La tela de la araña Grüner procura –sin que esto signifique ceder a la tentación de las “etiquetas”– definir, de algún modo, la pasión clastresiana. Aun si consintiéramos en catalogar el pensamiento de Clastres como una suerte de “anarquismo filosófico”, no podríamos dejar de explicitar, inmediatamente, ciertos reparos. Este obsesivo escudriñador del alma primitiva –dice Grüner– “ e s u n a n a r quista que guarda el máximo de los respetos por el marxismo de M a r x , aunque tiene los epítetos más hirientemente irónicos que esgrimir contra los ‘marxistas’ dogmáticos y, por supuesto, no deja de hacer uso de su libertad de criticar al propio Marx cuando corresponde. Es un anarquista que mantiene la más grande consideración hacia su maestro LéviStrauss, aunque no se priva de demoler pacientemente su teoría del intercambio, de las relaciones de parentesco, de la estructura de los mitos. Es un anarquista que, aunque muy certeramente (...) pueda ser llamado el anti-Hobbes, no tiene inconveniente en saludar a Hobbes como el más importante filósofo político de la modernidad, aunque el propio Clastrers (...) le responda desde La Boétie y Montaigne. Es un anarquista que con total autonomía y soltura lee y utiliza al ‘fascista’ Heidegger para impugnar virulentamente el etnocidio colonialista de los ‘salvajes’. Es un anarquista que registra con amargura y nada lacrimógena compasión la desaparición, incluso el exterminio, de esas ‘culturas contra el Estado’, pero al que jamás se verá caer en el lamento melancólico ni en el golpe bajo sentimental. Es un anarquista que reivindica inequívocamente la lógica de las ‘culturas primitivas’, pero que muestra sin concesiones también sus formas de violencia, incluso de horror. Es un anarquista que, en su valoración de esas mismas lógicas sociales, elegirá la de la guerra permanente antes que la del Estado” (págs. 10 y 11). Si hemos decidido citar un párrafo tan extenso es porque, creemos, resume de un modo brillante las tensiones de un pensamiento salvajemente crítico y riguroso. A continuación, Grüner se dispone a resumir algunas de las más contundentes aseveraciones de Clastres respecto de las tribus con las que eligió convivir, poniendo en evidencia las omisiones, absurdos y malentendidos de no pocos académicos occidentales. En primer lugar, Antropología subraya la idea de que las sociedades primitivas no son sociedades de e s c a s e z (como entendieron quienes las observaran desde la lógica productivista y mercantil del excedente) sino de superabundancia, donde los hombres y mujeres son la única finalidad de un proceso productivo indisociable de su cosmovisión integral, mientras que la producción constituye únicamente un medio para su conservación y reproducción. En segundo lugar, destaca que dichas sociedades no son sociedades sin Estado sino contra el Estado. No se trata de que allí no existan el poder o la política sino de que éstos son utilizados por toda la sociedad para evitar la emergencia de un Estado-Uno, es decir, de una instancia totalitaria que ejerza un poder separado de la sociedad y contra ella. El horror a la servidumbre y la necesidad de conservar la igualdad allanan el terreno de lo político, contrario al Estado (y que Grüner entiende como “el ámbito de las decisiones originarias sobre la forma que se le va a dar a la comunidad...., la asamblea humana en su totalidad”, para distinguirlo de la política que se ejerce contra la sociedad). Por último, este magistral prologuista se despacha con una constatación que Clastres se ocupó de sopesar y que intentaron disimular los “bienpensantes” apologistas de “la vida salvaje”: la sociedad primitiva no es una sociedad del intercambio pacífico sino de la guerra constitutiva. En ella, la guerra lanzada contra el enemigo externo es un mecanismo de defensa de la propia identidad y de conservación de la igualdad, una decisión política asumida por la comunidad de iguales. Para decirlo de otro modo: la guerra contra el Estado requería de una defensa contra cualquier agresión extranjera que amenazara acabar con la igualdad constitutiva del ser social primitivo. Hasta aquí, apenas nos hemos referido a un Prólogo al que suceden varios artículos –igualmente esclarecedores– que nos permiten aproximarnos a una obra que, aunque breve, no cesa de plantearnos interrogantes y de agitar las aguas de las ciencias sociales, a pesar de los gestos desesperados de académicos “políticamente correctos”. Además de los artículos de Grüner y Abensur, se destacan las exquisitas intervenciones de Nicole Loraux, Claude Lefort, Alfred Adler, Gilbert Vaudey, Charles Malamoud, Luc Heusch, Ivonne Verdier y Michel Deguy. No vamos a extendernos aquí para adelantarles algunas de sus impresiones, en parte porque no disponemos de más espacio, y en parte porque queremos recomendar, calurosamente, su lectura. Sólo quisiéramos concluir esta presentación recuperando estas –siempre “imprudentes”– reflexiones de Clastres: “... en lugar de una debilidad congénita de las civilizaciones primitivas por la cual se explicaría El espíritu de las leyes salvajes. Pierre Clastres o una nueva a n t r o p o l o g í a p o l í t i c a , Miguel Abensour (comp.), Edic. del Sol, Bs. As., 2007. su decadencia tan rápida, lo que la historia de su advenimiento deja traslucir aquí es una fragilidad esencial de la civilización de Occidente: la necesaria intolerancia en la cual el humanismo de la Razón halla a la vez su origen y su límite, el medio de su gloria y la razón de su fracaso. ¿Acaso no lo es esta incapacidad de hecho, ligada a una posibilidad estructural, para iniciar un diálogo con culturas diferentes?” (Entre silencio y diálogo, 1968). La tela de la araña - UTN - 9