La evaluación de la satisfacción de las necesidades

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«LA EVALUACIÓN DE LA SATISFACCIÓN DE LAS NECESIDADES: EN
TORNO A LOS INDICADORES DEL BIENESTAR»
ÁREA TEMÁTICA: 4
SANTIAGO ÁLVAREZ CANTALAPIEDRA
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales. Universidad de Valladolid.
Doctorando en «Economía internacional y desarrollo». Dpto. Economía Aplicada
I. Universidad Complutense de Madrid.
RESUMEN:
Habiéndose constatado la inconveniencia para la evaluación del bienestar
social de los indicadores más usuales de la economía convencional, se ha
procedido -ya desde hace más de tres décadas- a la formulación de otros
alternativos. En la presente comunicación se resaltan aquellos indicadores
sintéticos que han tenido una mayor aceptación, a saber: por un lado, los
propuestos por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo; por otro,
el «Indicador de Bienestar Económico Sostenible» elaborado por Daly y Cobb.
Después de repasar sus bondades y limitaciones, se propone como más
apropiado un «cuaderno de guía» para evaluar todos los aspectos concernidos en
la formulación y satisfacción de las necesidades humanas. Se sostiene que para
que este proceder sea fructífero debe subyacer un planteamiento sobre las
necesidades básicas. Que se consiga una formulación clara y explícita del enfoque
elegido no resuelve los problemas prácticos de la medición y evaluación de las
distintas dimensiones de la necesidad, pero sí evita al menos la función
mixtificadora que en este tema realiza buena parte del pensamiento económico.
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de la satisfacción...
LA EVALUACIÓN DE LA SATISFACCIÓN DE LAS NECESIDADES:
EN TORNO A LOS INDICADORES DEL BIENESTAR.
«Si el valor de las tareas familiares ejecutadas fuera del mercado es en efecto pequeño
en comparación con otras satisfacciones no económicas, pero no mucho menor que el
valor asignado a las satisfacciones económicas derivadas de los bienes y servicios del
mercado, el valor del producto económico deberá ser menor en comparación con las
)
satisfacciones no económicas del hombre tomadas en conjunto» (
El crecimiento económico y el bienestar.
Es evidente que en muchos ámbitos de la necesidad humana -en particular
para aquellas que se han definido como necesidades materiales-, los niveles de
satisfacción están relacionados con el nivel de renta media. Sin embargo, el
vínculo entre prosperidad económica y desarrollo humano no es tan evidente ni
automático cuando contemplamos las necesidades humanas en todas sus
dimensiones. Desde un punto de vista empírico, y al menos hasta un cierto
umbral, parece sostenerse la asociación del crecimiento económico con la mejora
del bienestar objetivo. Ahora bien, las asociaciones observadas son susceptibles
de ser explicadas según distintas direcciones de causalidad. Así por ejemplo, se
puede afirmar que la elevación de la esperanza de vida útil, la reducción de
enfermedades, la mejora de la nutrición o de la educación inciden en el aumento
y mejora de las potencialidades productivas de los individuos (CEPAL, 1991).
Nada garantiza de entrada que el crecimiento económico -según se mide
tradicionalmente- realce la satisfacción de necesidades. El crecimiento de la
producción total de una economía puede traer una abundancia de valores de
cambio sin correspondencia con valores de uso, o puede ocurrir que los
satisfactores no estén distribuidos entre aquellos que los necesitan. La falta de
habilidades para el consumo u otras barreras sociales pueden llevar a entorpecer
la transformación de más bienes económicos en una mayor satisfacción de
necesidades. Las condiciones de trabajo aplicadas para la obtención del producto
social pueden mermar los niveles de satisfacción obtenidos mediante el consumo
y el crecimiento puede expresarse a costa de futuros recursos y satisfactores de
necesidades. Un incremento de los valores imputados en la contabilidad nacional
puede ser únicamente el reflejo de un reacomodo entre las esferas no monetarias
y monetarias de la economía, sin repercusión aparente en el bienestar.
Hay que tener presente que el sistema económico consigue bienes que
pueden servir para el objetivo de satisfacer las necesidades humanas, pero en el
proceso -producción, circulación, consumo- se dan dos tipos de males económicos
que tienden a obstruir el bienestar: los daños ecológicos y los enormes costes
humanos. Esto ha llevado a Max Neff (1995) a defender la hipótesis de la
existencia de un umbral en la relación entre el crecimiento del producto total y el
bienestar humano, de forma que superado aquel un incremento del PIB no se
traduce en un incremento del bienestar. H.E.Daly y J.B.Cobb en el apéndice de su
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libro Para el bien común (1989), definen el Índice de Bienestar Económico Sostenible
(mediante correcciones en la medida convencional de los gastos de consumo
personal, considerando una variedad de factores ambientales y sociales) y a partir
de la aplicación empírica al caso de los EEUU muestran la discrepancia entre la
evolución del PIB y la del bienestar que sirve a Neff para formular su hipótesis.
Otros autores han obtenido resultados similares estudiando diferentes países
desarrollados (T.Jackson y N.Marks, 1996).
Problemas con el PIB-PNB
De todo lo anterior es fácil concluir lo inapropiado que puede resultar
utilizar un indicador como el PIB para evaluar el nivel y variación del bienestar
de una sociedad. A estas alturas, nos dice Riechmann, "sólo los productivistas
más cerriles pondrán en duda que el PNB no es ningún indicador del bienestar
humano" (1996; p.323). Pero sólo ellos son muchos y suelen usar el PNB como el
criterio valorativo para evaluar la marcha de la economía (M.Jacobs, 1991), por lo
que no está de más recordar lo que ya todo el mundo debería saber.
Hay que decir, en descargo del PIB, que no fue ideado para evaluar el
bienestar. La confusión proviene de un ámbito previo: el de las visiones de la
economía. Lo que mide esencialmente (para lo que fue diseñado) son
transacciones mercantiles. La medida de la producción del PIB se obtiene de la
adición de valores añadidos (que resultan de restar del valor en venta de un
producto los gastos empleados en su obtención) de todos los sectores. Sin
embargo, como medida del producto total de una economía muestra importantes
limitaciones. Al desconsiderar el proceso físico subyacente (ignora las secuelas de
contaminación y el deterioro ambiental de los procesos) y al no contabilizar,
además, los valores añadidos fruto de la actividad económica ordinaria que no
pasa por el mercado, este indicador refleja una imagen distorsionada e
incompleta de la actividad económica, de tal forma que no son pocos los que
piensan que el PIB debería significar, en realidad, Producto Ilusorio Bruto1. Por
otra parte, como medida del ingreso, los ingresos medidos por el PIB se basan en
el ingreso total derivado de la producción y desatiende las operaciones
financieras cuando es hoy la economía financiera -desvinculada parcialmente de
la economía real- una pieza clave en el reparto del poder de compra (J.M.Naredo,
1998a). Tampoco incluye pagos por pensiones u otras prestaciones sociales.
Pero donde fracasa estrepitosamente es en el intento de evaluar el
bienestar (su nivel y variación), debido a que:
- no tiene en cuenta la composición de la producción; no discrimina, por ejemplo,
1
Los intentos de valoración monetaria de estos aspectos ha dado lugar a una interesante controversia
teórica y metodológica. En lo relativo a la valoración monetaria del medio ambiente, una interesante síntesis
se encuentra en Óscar Carpintero (1999): Entre la economía y la naturaleza, (Los libros de la catarata). Referencias
a la valoración monetaria del trabajo no remunerado se pueden encontrar en el número 19 de la revista Política
y Sociedad (UCM; 1995).
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entre mercancías con valores de uso y mercancías de destrucción de valores de
uso (por ejemplo, el armamento);
- no refleja los cambios en la calidad de los bienes de mercado;
- no tiene en cuenta la distribución de los bienes de mercado entre grupos y
familias;
- no tiene en cuenta los productos procedentes de otras esferas implicadas en los
procesos de satisfacción, al excluirse del indicador los bienes no mercantilizados;
- encubre las sustituciones entre mercancías y bienes y servicios de la economía
no monetaria, dado que desde la perspectiva del bienestar el aumento medido en
el producto nacional puede verse contrarrestado por el cambio contrario no
medido del volumen de bienes y servicios que quedan fuera del mercado,
- no tiene en cuenta los costes de la producción en el medio social y ecológico;
- refleja de forma paradójica (como crecimiento de la renta) los gastos defensivos
realizados para paliar o reparar el deterioro ambiental o la calidad de vida.
- no refleja las satisfacciones o las desutilidades del trabajo que se empleó para
obtener el producto social.
Indicadores sintéticos del bienestar.
A partir de la década de los sesenta, y de la mano de la crítica de la
inconveniencia del PIB como medida del bienestar, se inicia la búsqueda de
indicadores alternativos.
Asociado al concepto de «nivel de vida» que lanzó el Instituto para el
Desarrollo Social de las Naciones Unidas, se ha propuesto el Índice de Calidad
Física de Vida (Physical Quality of Life Index: PQLI), que es una media simple no
ponderada de índices representativos de la mortalidad infantil, la esperanza de
vida a la edad de un año y la alfabetización básica.
Mayor éxito han conseguido los indicadores propuestos desde el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Desde que se
publicó por primera vez el Informe sobre Desarrollo Humano en 1990, el PNUD ha
preparado varios índices compuestos para medir diferentes aspectos del
desarrollo humano. El desarrollo humano se define como un proceso de
ampliación de las opciones de la gente, que se logra cuando se aumentan las
capacidades y los funcionamientos valiosos de las personas en la vida (PNUD,
1998; p.14). Es deudor, en consecuencia, de la aportación intelectual del premio
Nobel Amartya Sen con su enfoque de las capacidades/libertades. El PNUD
resalta como esenciales para el desarrollo humano tres capacidades: 1) la
capacidad de la gente para tener una larga vida útil; 2) la capacidad de poseer
conocimientos; 3) la capacidad de acceso a los recursos necesarios para tener un
nivel de vida decente. En consonancia con estas tres dimensiones básicas se
identifican tres variables: 1) la longevidad; 2) el logro educacional, 3) el ingreso
ajustado.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH) -preparado todos los años desde 1990 y
sometido a un continuo perfeccionamiento metodológico y basándose en nuevas
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y mejores series de datos- es un índice compuesto simple y único de otros
indicadores: 1) la esperanza de vida de los recién nacidos; 2) alfabetización en la
población adulta y promedio de años de escolarización (matriculación primaria,
secundaria y terciaria combinadas); 3) el PIB por persona ajustado en función de
las capacidades adquisitivas relativas a las diferentes monedas de cada país. El
IDH es de una utilidad indiscutible, tanto por su simplicidad como por permitir
comparaciones entre los países. No obstante, esos mismos atributos marcan sus
limitaciones -de las que son conscientes los propios autores-, habiendo cosechado
un gran número de buenas críticas (B.Sutcliffe, 1993).
La principal limitación del IDH es que dice poco sobre las desigualdades.
Los indicadores a partir de los que se construye son promedios nacionales. Sólo la
esperanza de vida al nacer y el nivel educativo reflejan de forma indirecta e
imperfecta la desigual distribución de las capacidades. Las diferencias entre
regiones, clases sociales, grupos étnicos, sexos, quedan oscurecidas. Por ello el
PNUD ha ido aportando nuevos índices. En el informe de 1995 fueron
introducidos el Índice de Desarrollo relativo al Género (IDG) y el Índice de Potenciación
de Género (IPG), como mediciones compuestas que reflejan las desigualdades de
género. En tanto el IDG capta la desigualdad entre los sexos en lo tocante a las
capacidades y oportunidades humanas, el IPG mide las desigualdades en cuanto
a las oportunidades económicas y políticas. Asimismo, el informe de 1997 aportó
un nuevo índices para resaltar las sombras que reflejaban los logros que mostraba
el IDH. El Índice de Pobreza Humana-1 (IPH-1) trata de medir las privaciones en las
mismas tres dimensiones utilizadas por el IDH (longevidad, conocimientos y
nivel decente de vida) para los países en desarrollo. En 1998, y con el IPH-2, se
persiguió lo mismo para los países industrializados. El cuadro que sintetiza lo
anterior aparece en los sucesivos informes de los años 1998 y 1999:
IDH, IDG, IPH-1, IPH-2: Mismas dimensiones, diferentes medidas.
Índice
Longevidad
Conocimientos
Nivel decente de vida
IDH
Esperanza de vida al
nacer
1. Tasa de alfabetización
de adultos
2. Tasa de matriculación
combinada
Ingreso per cápita ajustado en PPA en
dólares
IDG
Esperanza de vida
masculina y femenina
al nacer
1. Tasa de alfabetiz. de
adultos, hombres y
mujeres.
2. Tasa de matriculación
combinada, hombres y
mujeres
Participación femenina y masculina
en el ingreso percibido
IPH-1
Porcentaje de la
población que se
estima que no
sobrevivirá hasta los
40 años de edad
Tasa de analfabetismo
Privación en aprovisionamiento
económico, medido por:
1. Porcentaje de la población sin
acceso a servicios de agua y salud
2. Porcentaje de niños menores de 5
años con peso insuficiente
IPH-2
Porcentaje de la
Tasa de analfabetismo
Porcentaje de la población que vive
Participación
Exclusión
Tasa de
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población que se
estima que no
sobrevivirá hasta los
60 años de edad
funcional
por debajo del límite de la pobreza de
ingreso (50% de la mediana del
ingreso disponible)
desempleo de
largo plazo
(12 meses o
más)
Daly y Cobb (1989) han propuesto el Índice de Bienestar Económico
Sostenible (ISEW, en las siglas inglesas). Partiendo de la experiencia de otros
intentos de construcción de índices sintéticos monetarios que incluían diversos
aspectos del bienestar, estos autores aportan uno en el que su base es el
consumo personal debidamente ponderado por la desigualdad distributiva. A
partir de ahí proceden a hacer adiciones y sustracciones con las que reflejar una
variedad de factores ambientales y sociales.
El ISEW es más completo que el IDH en algunos aspectos del bienestar, y
no tanto en otros. Es más adecuado en un cierto sentido por las siguientes
razones:
1. Porque la base de los gastos de consumo personal es una medida del
bienestar más apropiada que la producción.
2. Porque, a diferencia del IDH, tiene presente de forma directa la desigualdad
distributiva.
3. Porque incluye una serie bastante completa de indicadores medioambientales
que hacen que el ISEW tenga en cuenta la capacidad de sustentabilidad del
bienestar.
El punto de partida en la construcción del ISEW son los gastos
personales en consumo mercantil. La suposición de que un incremento de
ingresos adicionales incrementa el bienestar de una familia pobre en mayor
medida que el de una familia rica -supuesto lo suficientemente herético como
para ser descalificado de entrada el ISEW por la ortodoxia económica-, lleva a
ponderar mediante la distribución del ingreso la contribución del consumo al
bienestar. La manera en que se pondera consiste en dividir los gastos de
consumo por el índice de la desigualdad distributiva (la razón de que se divida
es que los numeros más altos del índice reflejan una desigualdad mayor). Al
consumo personal ponderado se le suma a continuación las cifras monetarias
correspondientes a una serie de aspectos determinantes del bienestar (valor del
trabajo no remunerado en el hogar, determinados servicios públicos, etc), y se
restan valoraciones de otros que le afectan negativamente (gastos de consumos
defensivos, gastos en la publicidad de ámbito nacional, agotamiento de los
recursos no renovables, deterioro de la base natural en forma de deterioro de
tierras, costes de la urbanización, costes de los accidentes automovilísticos, de la
contaminación acústica, etc.). El resultado es un índice con gran capacidad
discriminatoria entre lo que contribuye y lo que no al bienestar de forma
sostenible.
Un punto de interés que merece la pena comentar es la presencia de los
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gastos defensivos en la confección del indicador. Una distinción oportuna para
percatarse de los vínculos entre consumo y bienestar es la debida a Tibor
Scitovsky (1976) a partir de una propuesta anterior de Sir Ralph Hawtrey2. Se
trataría de diferenciar entre gastos de consumo defensivos y creativos. Los
primeros están destinados a impedir perturbaciones o restañar daños. Los
últimos, destinados a proveer alguna satisfacción positiva. Es decir, mientras los
gastos de consumo defensivo consiguen mantener o restaurar el bienestar
inicial mediante la eliminación de una amenaza o daño generador de malestar,
los gastos de consumo creativo conseguirán incrementar el bienestar debido a
su carácter fundamentalmente estimulante.
Lo característico del consumo defensivo es -a diferencia del consumo
creativo- que no genera bienestar adicional, no contribuye a incrementar el
bienestar. Un ejemplo extremo, pero no inusual, de lo que se viene diciendo
sería el aumento del consumo de mascarillas para protegerse en los días de
máxima contaminación en las ciudades. El uso de la mascarilla en ningún caso
incrementa el bienestar del consumidor, en el mejor de los casos atenúa los
efectos del entorno sobre su salud. No es difícil de imaginar la enorme variedad
de formas de consumo defensivo que se exige en las modernas sociedades
industriales y urbanas como garantía de un adecuado funcionamiento de la
vida de las personas y como manera de evitar la exclusión social u otros
perjuicios. Se trata, pues, de un consumo obligado para que el individuo pueda
seguir manteniendo su situación. Además, en la medida en que los individuos
se ven forzados a realizar este tipo de consumo adaptativo o defensivo
disminuye la libertad de su elección (F.Esteve, 1991).
En el ISEW sólo se contemplan algunos de ellos. Con toda probabilidad,
una buena porción de los gastos de consumo personal en una sociedad tan
altamente industrializada y urbanizada como la de los Estados Unidos son de
esta naturaleza. Los autores, sin embargo, sólo restan del conjunto los gastos
privados en salud y educación y dejan sin computar la mitad de los públicos en
esas mismas materias. Así lo explican para el caso de la educación:
El valor de la educación formal no reside en la impartición de habilidades sino en
la colocación del individuo en un lugar más adelantado de la cola de solicitantes
de empleo: "En efecto, la educación se convierte en un gasto defensivo necesario
para la protección de nuestra «porción de mercado»" (...) En otras palabras, la
gente asiste la escuela porque otros ya están en ella y si no se asiste se retrasará
en la competencia por los diplomas o los grados que confieren mayores ingresos a
sus tenedores (pp. 371, 372 y 394).
No obstante las reservas posibles y las limitaciones del índice -de las que
son perfectamente conscientes Daly y Cobb: por ejemplo, no se neutraliza el
2
Presente en la obra de Hawtrey, The Economic Problem, publicada en 1925.
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reflejo en el consumo de la dinámica por los bienes posicionales; no se excluyen,
igualmente, los gastos de la comida con escasas propiedades nutritivas, el
consumo de tabaco, etc.-, su aplicación ha resultado fructífera para evaluar la
evolución del bienestar en las llamadas sociedades desarrolladas. Para los
EEUU muestra como el bienestar por persona así medido aumentó entre 1950 y
1976, disminuyendo constantemente desde entonces a pesar de no haber dejado
de crecer en el mismo período el PNB por persona. Otros investigadores han
obtenido resultados similares para otros países en donde se ha utilizado
(Alemania, Austria, Gran Bretaña, Holanda y Suecia).
Cuaderno de a bordo.
El uso de un indicador -cualquiera que sea- debe estar presidido por la
cautela y la modestia. No se puede colmar con ellos el deseo de captar un
fenómeno multidimensional como el bienestar. Menos aún con un único índice
cuantitativo. Es prácticamente inevitable eludir la controversia sobre la
significación de la variable (o variables) elegida, dado que es común acudir a lo
que parezca fácil de medir con independencia de su idoneidad. Se corre el
riesgo, además, de considerar un aporte de satisfactores como sustituto de un
resultado de satisfacción de necesidades (por ejemplo, número de años cursados
en la enseñanza reglada sin atención a criterios de calidad, sin consideración del
"fracaso escolar", etc.). Surgirán problemas en el tratamiento y desglose de los
datos, etc. En el caso particular de los indicadores sintéticos, al proceder
generalmente de medias (ponderadas o no) de varios indicadores simples
relativos a diferentes necesidades, el problema emana de la inconveniencia de
hacer sustituciones entre necesidades: el logro en la realización de una de ellas
puede encubrir (compensar) la privación de la satisfacción de otras. Las
distintas necesidades no son intercambiables recíprocamente; es en el ámbito de
los satisfactores de una necesidad, por las características de contingencia
histórico-social, donde se puede hablar de compensaciones y sustituciones.
Ante las limitaciones de los indicadores sintéticos, I.Sachs defiende la
utilización de un conjunto de indicadores como mapa del perfil del bienestar
objetivo de un país:
Más que agregar diferentes indicadores en un indicador sintético, yo prefiero el
acercamiento llamado de perfil a un país, un verdadero cuaderno de a bordo
comprendiendo nuevos indicadores no agregados. Además, la búsqueda de
indicadores cuantitativos no debe hacerse en detrimento de la evaluación
cualitativa, pues se podrían crear apariencias de una objetividad superficial y
falaz (1998; p.3).
Siguiendo la sugerencia de I.Sachs podemos dar por buena la intención
de Doyal y Gough (1992) de recopilar un conjunto de indicadores a modo de
cuaderno de a bordo en el que se refleje el examen racional de los perfiles del
bienestar. Inspirados en el pensamiento de Amartya Sen, estos autores han
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propuesto que en la evaluación de las necesidades se tengan en cuenta los
siguientes aspectos: en primer lugar, la afluencia de bienes y servicios; en
segundo lugar, la adecuación de los mismos en cuanto a los objetivos de
satisfacción de las necesidades, lo cual exigiría atender a las «características de
satisfactores» presentes en las características totales de los bienes y servicios en
liza; en tercer lugar, las habilidades y capacidades de que dispongan los
individuos para lograr el máximo provecho de las características satisfactorias
de los bienes y servicios; por último, dada la normatividad presente en toda
lectura de las necesidades hecha por individuos y grupos sociales, las creencias
de las personas sobre los estados de satisfacción.
En el cuaderno de bitácora de Doyal y Gough, aparecen indicadores para
la medida de la satisfacción de lo que definen como necesidades básicas (salud
y autonomía) e intermedias (alimentación y agua, alojamiento, ambiente laboral
adecuado, medio físico saludable, relaciones primarias significativas, seguridad
de la infancia, seguridad física, seguridad económica, sanidad, educación,
control y salud en la reproducción biológica), así como de las condiciones
materiales (producción de satisfactores, distribución de satisfactores, eficacia
del consumo, reproducción material) y procedimentales (Estado de derecho y
democrático) previas a aquellas.
Existen lagunas e importantes limitaciones en la evaluación de
significativos componentes de la satisfacción, pero con todo es posible destacar
de entre los indicadores disponibles los que permiten hacer comparaciones
interespaciales e intertemporales:
Para las necesidades básicas:
* «supervivencia/salud»
- esperanza de vida al nacer
- tasa de mortalidad infantil por mil nacimientos
- porcentaje de niños con un peso al nacer inferior a 2500 gramos.
* «autonomía»
- tasa de alfabetización
- tasa de desempleo
- índices indirectos de incapacidad por enfermedad
Para las necesidades intermedias:
* «nutrición/agua»
- porcentaje de la población con acceso al agua potable
- consumo de calorías por persona
* «vivienda»
- hacinamiento (porcentaje de la población con más de dos personas por
habitación)
* «servicios sanitarios»
- volumen de población por médico/enfermero/cama de hospital
- porcentaje de la población con acceso a los servicios sanitarios
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* «educación»
- porcentaje de la población sin educación primaria
- porcentaje de la población sin educación secundaria
- años de estudios formales por encima de un nivel dado
* «seguridad física»
- tasas de homicidios
- víctimas de guerra
* «seguridad económica»
- porcentaje que sufre pobreza absoluta
* «reproducción biológica»
- porcentaje de la población sin acceso a medios anticonceptivos y
contraceptivos
- tasa de mortalidad materna
Para las condiciones materiales previas a la satisfacción de las necesidades:
* «producción»
- PIB
- PIB a paridad de poder adquisitivo (PPA)
* «distribución»
- renta del 20 por ciento de la población más pobre
* «sostenibilidad»
- consumo energético por persona
- emisiones dióxido de carbono por persona
Para las condiciones procedimentales:
- índice de respeto de los derechos reconocidos por la ONU
- índice de democracia representativa
De este intento resulta un conjunto heterogéneo de indicadores. Algunos
de ellos son medias de grupos, otros se concentran en las carencias de los más
desfavorecidos. Unos muestran los logros conseguidos, mientras que la mayor
parte indican carencias que quedan por cubrir. Se corre el riesgo con muchos de
ellos de contemplar sin más un aporte de satisfactores como un resultado de
satisfacción. Naturalmente, la preferencia por la medición de la satisfacción
final es lo deseable, pero en la práctica lo posible lleva a evaluar resultados
instrumentales. La cautela a la que nos referíamos antes debe acentuar un
tratamiento desglosado de los datos para percibir las diferencias en la
satisfacción entre grupos por motivos socioeconómicos, culturales o étnicos. Es
sabido, por ejemplo, que la esperanza de vida al nacer en los EEUU encubre que
las posibilidades de sobrevivir de un niño negro residente en un gueto es
similar a las de la población de países de renta baja, aunque como es obvio por
razones diferentes. En este mismo sentido, es indispensable reflejar las
diferencias de género en la satisfacción de las necesidades añadiendo otros
indicadores al respecto, en concreto, las cifras de los diversos apartados (salud,
educación, oportunidades de empleo, etc) para las mujeres en relación a los
varones. Igualmente, se hace imprescindible mejorar las formas de transmisión
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y colaboración entre los expertos de los distintos saberes clasificados: así, por
ejemplo, las causas y niveles de morbilidad, los indicadores de insania mental,
de incapacidad física y otros indicadores médicos se muestran enormemente
relevantes para evaluar los conceptos de salud y autonomía formulados por
Doyal y Gough.
Refiriéndonos al bienestar económico es importante el perfeccionamiento
de indicadores sobre las oportunidades para la adquisición de habilidades
socialmente relevantes, en especial las relacionadas con el consumo, y, sobre
todo, aquellos que reflejen la eficiencia del proceso de transformación previo al
consumo. Ello exigirá relacionar informaciones de la encuesta de presupuestos
familiares con estudios de asignación del tiempo. Atender a la eficacia del
consumo seguramente lleva a comparar las evoluciones de los gastos de
consumo personal con las de los indicadores relevantes de las necesidades
identificadas. Algo que en cierto modo, y para otros propósitos como el de la
sostenibilidad, ha sido ensayado por Jakson y Marks (1996) al evaluar las
formas
de
realizar
necesidades
inmateriales
con
satisfactores
predominantemente material-intensivos.
Es en el ámbito de la economía ecológica donde se está procediendo a
mayores refinamientos a la hora de contabilizar los resultados del proceso
económico, al tiempo que ciertos indicadores más tradicionales -como el
«consumo de energía- van adquiriendo creciente relevancia informativa. Éste
último ha sido señalado como indicador ecológico global. "Es sabido que el
consumo de energía es uno de los indicadores predilectos de quienes trabajan
en torno a los problemas ecológicos. Existen buenas razones para esta
preferencia. En primer lugar, el consumo de energía es un indicador sintético,
esto es, resume en sí mismo una gran variedad de efectos ambientales, algunos
de ellos muy graves. No sólo está directamente asociado a la emisión de CO2 y
la consiguiente alteración del clima, sino también al desarrollo del transporte con sus múltiples secuelas territoriales y de contaminación-, al incremento de
los procesos industriales, a la artificialización de la agricultura y a los procesos
de urbanización. Por otra parte, es un indicador globalmente benigno o prudente.
Los efectos ambientales negativos de un incremento del consumo de energía se
amplifican cuando la energía se utiliza en la mayoría de las aplicaciones. Si se
duplica el consumo de energía en transporte, los restantes efectos ambientales
(ocupación de suelo, contaminación, ruido, fragmentación de ecosistemas por
las infraestructuras, etc.) se ven mucho más que duplicados. En algunos
sectores esta relación es exponencial. De modo que si se usa el consumo de
energía como un indicador genérico del deterioro ecológico se estarán
obteniendo valoraciones muy inclinadas del lado de la prudencia" (A.Estevan,
1998; pp. 49-50).
Conclusiones
En la formulación de indicadores de bienestar humano subyace la idea -
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cuando no una teoría- de las necesidades básicas. Ahora bien, si éstas se
predican como objetivas y universales -aún cuando cambien y se enriquezcan
nuestros conceptos sobre las mismas-, ¿cómo evaluar su grado de satisfacción si
el punto de partida de su definición exige un elevado nivel de abstracción?. Si
además los satisfactores tienen una naturaleza contingente en el espacio y el
tiempo, ¿cómo solventar los problemas que surgen de esta duplicidad entre la
universalidad y la particularidad en los asuntos relacionados con el bienestar?.
No es extraño, pues, que se reflejen en la tarea de la medición del bienestar a
través de las necesidades preguntas y problemas presentes en la discusión y
esclarecimiento de la propia noción de «necesidad».
Parece claro que para la evaluación de la satisfacción de las necesidades
no es suficiente la medida de la afluencia de bienes y servicios. Más cuando los
procedimientos al uso suelen ignorar todo aquello que no pasa por el mercado.
Por eso quienes trabajan en el estudio del bienestar humano tienen bien
presente la apreciación de Scitovsky que abre este escrito. Es preciso atender
también a las características de satisfactores de los bienes económicos y a las
capacidades de que disponen los individuos para maximizar el provecho de su
consumo. Asimismo, junto con todo lo anterior, anidan las creencias de las
personas sobre sus estados de satisfacción.
Como hemos visto las estimaciones del bienestar se han realizado
considerando sólo algunos de los aspectos citados. La práctica más habitual ha
sido referirse a indicadores de riqueza material, en concreto, la afluencia de
bienes y servicios de mercado durante un ejercicio, independientemente de sus
características de satisfactores y del conjunto de
habilidades de
los
adquirientes. Por otro lado, tampoco han faltado los intentos de evaluación del
bienestar a partir del concepto de utilidad como estado de ánimo subjetivo. Sin
embargo, el examen oportuno del bienestar humano requerirá de todos los
aspectos antes mencionados. Pero siendo el bienestar una realidad
multifacética, ¿es posible sintetizarlo todo en un indicador único?. Si no todos
los aspectos son fáciles de medir, ¿se subsanará esta limitación con la
combinación de lo cuantitativo con una mirada cualitativa?.
Los satisfactores son bienes (monetarios o no), actividades (económicas o
de otro tipo) y relaciones (mercantiles o de otra naturaleza) referidos a nuestras
necesidades. Todos dependen del trabajo -en sus diversas modalidades- y de la
naturaleza. La eficacia de los usos que se les pueda dar dependerá de las
características de satisfactores de los bienes y servicios, de las habilidades de las
personas y de las circunstancias sociales (capacidades colectivas,
infraestructuras de bienes y servicios esenciales, uso del tiempo, las normas y
relaciones sociales, etc). La idoneidad de los indicadores versará sobre la
capacidad que tengan de recoger estos aspectos. Parece poco menos que
imposible construir uno que refleje de algún modo y en alguna medida gran
parte de todo lo que en los procesos de satisfacción está involucrado.
Afortunadamente, pues esta dificultad revela que la vida humana es demasiado
¡Error!Marcador
no definido.
SANTIAGO ÁLVAREZ CANTALAPIEDRA. La evaluación
de la satisfacción...
rica y que decir algo sobre algún aspecto de ella exige, además de algunas
medidas que se recogan en el cuaderno de a bordo, muchos argumentos. De lo
contrario, como advierte Mills (1971), se corre el riesgo de caer en un empirismo
abstracto, sin brújula, que hace perder el sentido del viaje.
REFERENCIAS BIBILIÓGRAFICAS
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Medio Ambiente, CEPAL, Santiago de Chile.
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