Paulo Coelho Sobre la Justicia Humana Las leyes fundamentales Un grupo de sabios judíos se reunió para intentar crear la menor Constitución del mundo. Si alguno de ellos era capaz de definir, en el espacio de tiempo que necesita un hombre para mantenerse en equilibrio con un solo pìé, las leyes que deben regir el comportamiento humano, sería considerado el más sabio de todos los sabios. - Dios castiga a los criminales – dijo uno. Los otros argumentaron que esto no era una ley, sino una amenaza, y la frase no fue aceptada. - Dios es amor – comentó otro. Nuevamente los sabios no aceptaron la frase, diciendo que no aclaraba bien los deberes de la Humanidad. En aquel momento se aproximó el rabino Hillel y, sosteniéndose en un solo pìé, dijo: - No hagas a tu próximo lo que detestarías que te hicieran a ti. Esta es la Ley. Todo el resto es comentario jurídico. Y el rabino Hillel fue considerado el mayor sabio de su tiempo. Del arrepentimiento sincero El monje Chu Lai era agredido por un profesor, que no creía nada de lo que él decía. Sin embargo, la mujer del profesor era seguidora de Chu Lai y exigió a su marido que fuera a pedir disculpas al sabio. De mala gana, pero sin valor para contrariar a su mujer, el hombre fue hasta el templo y murmuró algunas palabras de arrepentimiento. “Yo no te perdono” dijo Chu Lai. “Vuelve a tu trabajo”. La mujer se quedó horrorizada: “¡Mi marido se humilló, y usted, que se considera sabio, no ha sido generoso!” Respondió Chu Lai: “Dentro de mi alma no existe ningún rencor. Pero si él no está arrepentido, es mejor reconocer que me tiene rabia. Si yo hubiera aceptado su pedido de perdón, habríamos creado una falsa situación de armonía, y esto aumentaría más la rabia de su marido.” Paulo Coelho Cambiando de actitud Un joven que quería seguir el camino espiritual pidió consejo a un abad del monasterio de Esceta - Durante un año, paga una moneda a quien te agreda – le dijo el abad. Durante doce meses, el muchacho estuvo pagando una moneda cada vez que era agredido. Al finalizar el año, volvió a encontrar al abad para saber cuál era el próximo paso. - Vete hasta la ciudad a comprar comida para mí. En cuanto el joven salió, el abad se disfrazó de mendigo y, tomando un atajo que conocía, llegó a la puerta de la ciudad. Cuando el muchacho se aproximó comenzó a insultarlo. - ¡Qué suerte tengo! – comentó él muchacho al falso mendigo – ¡durante un año entero tuve que pagar a todos los que me agredían y ahora puedo ser agredido gratis, sin gastar nada! Al oir esto, el abad se sacó el disfraz. - Aquel que es capaz de no importarle lo que los otros dicen es un hombre que está en el camino hacia la sabiduría. Tú ya no te tomas los insultos en serio, y por lo tanto estás preparado para el próximo paso.