LA MUJER Y EL PODER PUNITIVO* Por EUGENIO RAÚL ZAFFARONI 1. LA OMISIÓN DISCURSIVA Siempre que un aspecto del poder punitivo se omite en el discurso criminológico y jurídico-penal, la omisión es sospechosa. Ello obedece a que hoy sabemos que el poder punitvo es perverso, porque se curva, se enrosca, nos envuelve y nos atrapa e inmoviliza. La experiencia nos enseña que la omisión en el discurso que lo explica, por regla, oculta una de las facetas de su perversión. Por supuesto que es muy sospechosa la omisión que abarca a la mitad de la humanidad. La criminología etiológica nos acostumbró a pensar en "causas" del delito, considerado este como fenómeno individual, cuyo laboratorio era la prisión. Lo social entró como un polvo de "causas" que matizaban las afirmaciones biologistas (generalmente debido a que los mismos datos biológicos se daban también en los controladores), pero nunca se consideró al conjunto de agencias de criminalización como una "causa" y menos aun como "la" causa del delito. Se trataba, en este caso, de un aparato cuyo funcionamiento no se analizaba y que, por ende, quedaba preservado de cualquier escudriñamiento acerca de las consecuencias que origina. Si alguna vez una mirada indiscreta descubría su "causalidad", esto no pasaba de ser un aspecto parcial que se neutralizaba incorporándolo como dato anecdótico o coyuntural. Dentro de este planteamiento, la mujer ocupaba un lugar totalmente secundario, porque un poder punitivo que se revela sólo como poder de criminalización y de excarcelación, tiende a minimizar a un género que representa sólo el tres o cuatro por ciento de la población penal. Desde esta perspectiva —aparentemente ingenua—, la mujer aparece como vitrtualmente excluida del poder punitivo, centrado casi únicamente sobre los hombres. Tal comprobación permitió al discurso criminológico afirmar, con generosidad y caballerosidad, que la mujer delinque menos. El razonamiento simplista era que "si hay menos mujeres encarceladas, es porque cometen menos delitos". Esto, por cierto, no era visto como un signo de superioridad, sino como veremos luego, de su natural inferioridad o tontería: los niños también delinquen menos. En este marco, los análisis de la criminalidad de la mujer se limitaban a lo que podríamos llamar "delitos de género", como el infanticidio, el aborto y los homicidios pasionales. La mujer criminalizada por otros delitos era mostrada como virilizada o demostrativa de una patología degenerativa, porque la mujer más o menos "normal" no podía cometer delitos violentos. Es muy frecuente topar con la afirmación del carácter de género del envenenamiento. Incluso en los hombres envenenadores se descrubrían * Artículo publicado en Lima 1992. "CLADEM". El autor no ha actualizado este trabajo, y está trabajando sobre este tema en un desarrollo mucho más abarcativo de los diversos problemas que el tema plantea. signos de homosexualidad, por lo menos "latente". El envenenamiento pasó a ser delito de mujeres y afeminados. No es necesario poseer una gran perspicacia para caer en la cuenta de que estas perspectivas no hacen más que recoger el conjunto de falsedades ordinarias que en forma de prejuicios de género pretenden legitimar el rol subordinado de la mujer. A esos mismos prejuicios debe atribuirse que incluso hoy la comunicación masiva siga presentando a la mujer criminalizada por un hecho violento, bien como la más fría y despiadada ("estereotipo psicopático"), bien como una pura herramienta del poder viril de su partícipe ("estereotipo oligofrénico"). 2. LA ARBITRARIEDAD EPISTEMOLOGICA El saber criminológico positivista y neo-kantiano cortó arbitrariamente el horizonte de proyección de la criminología, excluyendo de su discurso el ejercicio de poder de las agencias de criminalización del sistema penal, sobre todo de criminalización secundaria. Con ello, se eliminó discursivamente la nota más saliente del poder punitivo: su selectividad. De esta forma, el discurso distorsionó completamente la realidad del poder punitivo, pues esa omisión de lo que podríamos llamar -sin perjuicio de una mejor denominación- su "extensión", mantuvo la falsa impresión de igualdad o, al menos, relegó la desigualdad al plano de una mera nota anecdotica, carente de todo sentido estructural. Pero aun puesta de manifiesto la selectividad e incorporada al discurso, incluso como carácter estructural, la mujer sigue sin llevar la peor parte, dado su bajo porcentaje relativo de criminalización secundaria. Creo que este ha sido uno de los factores que más frecuentemente ocultó la dimensión discriminante a los ojos de la criminología de la reacción social, e incluso de la criminología crítica y aun radical de los años setenta. En última instancia, lo que podía afirmarse era que la preferencia selectiva de género era masculina. En verdad, la inclusión de la selectividad dentro de este contexto era insuficiente, porque no develaba al poder selectivo en toda su extensión, y menos aun en toda su intensidad. A. En cuanto a su extensión, no se reparaba suficientemente en que la selección criminalizante era de personas que en la gran mayoría de los casos protagonizaban conflictos reales, y que el poder punitivo, aunque no resuelva ninguno, dejaba fuera de su selección un número mucho mayor de conflictos que también eran reales en cuanto tales, lo que importaba no fijar su atención sobre una cantidad de personas muy superior a las que consideraba como afectadas por conflictos. Personas éstas, a quienes sólo se les proporciona una satisfacción simbólica a través de una minúscula selección de "chivos expiatorios" que encuadran dentro de estereotipos previamente construidos, y conforme a los cuales se les elige. Ello significa que no sólo hay una selección criminalizante, sino también una selección victimizante, que abarca dos niveles: a. Por un lado, la mayor parte de las víctimas (casi todas, podríamos decir) quedan sin que se les preste la menor atención a su conflicto. b. Por otro lado, es mucho mayor aun el número de personas a las que ni siquiera se les asigna el "status" de víctimas, porque no se las percibe como tales (sus conflictos forman parte de la "normalidad", están "normalizados"). Pues bien: este recorte extensivo del discurso que explica el poder punitivo, oculta perversamente que en la "cuestión criminal" la mujer está altamente implicada, sea reconocido o no su "status" de víctima, es decir, que la mujer ocupa un papel más destacado que el hombre en la inmensa legión de personas que cotidianamente sufren los efectos de los conflictos que quedan sin solución, en tanto que el discurso del poder punitivo "normaliza" la situación vendiendo la imagen de su potencial capacidad para resolver cualquier clase de conflicto, a costa de la criminalización de unos pocos, que suelen ser los ladrones más torpes de cada sociedad. B. En cuanto a su intensidad, no era menos aberrante la ocultación de la dimensión del poder punitivo que produce este recorte. Con la afirmación de que el poder punitivo es de baja intensidad sobre la mujer porque la criminaliza menos que al hombre, se está despreciando la mayor parte -y la más importante- del poder punitivo, que es el poder de vigilancia. En efecto: hoy se percibe como ridícula la pretensión de justificar la existencia de las agencias de criminalización sólo para criminalizar a un ínfimo grupo de personas, seleccionadas entre los ladrones más torpes y conforme a estereotipos a los que se ajustan las personas con menos poder. Este poder selectivo de criminalización es, en verdad, muy poco poder, y no explica de ninguna manera todo el aparato de control punitivo de un sistema penal. Sería poco menos que un delirio colectivo el sostenimiento de un mecanismo tan complejo y costoso sólo para ejercer un poder enteramente arbitrario sobre unos pocos hombres carentes de mayor relieve social y protagonistas de conflictos menores. Efectivamente, no hay tal delirio. La potestad de criminalizar a los ladrones más torpes de cada sociedad no es más que el pretexto para que el poder punitivo ejerza su verdadero atributo, que es el poder de vigilancia. La criminalización no es más que el precio para la vigilancia. La vigilancia es un poder formidable y con perspectivas cercanas terriblemente inquietantes. En esencia, es el poder verticalizante del modelo corporativo de sociedad, regido conforme a vínculos de autoridad y, consiguientemente, con progresiva exclusión de vínculos horizontales o de simpatía, propios del modelo comunitario de sociedad. El avance del poder de vigilancia implica la reducción de los espacios sociales, de las posibilidades de diálogo, de coalición, de resistencia, etc. El poder de vigilancia pulveriza la sociedad; su ideal es que cada brizna polvorosa se vincule únicamente con su "superior", que no haya trama sino jerarquía social. Este poder de vigilancia, que puede llamarse sin duda"el poder del sistema penal", ya no puede ser considerado inofensivo o "menor" para la mujer. Su misma jerarquía es de género masculino, su concepción es "señorial" y el control punitivo positivo o vigilantista sobre la mujer es mayor que sobre el hombre, particularmente si lo percibimos como poder apuntalador de las formas de control social más o menos informales. 3. LA CARACTERISTICA PERVERSA En la medida en que la llamada "opinión pública" (medios masivos de comunicación) solicita mayor poder punitivo, está reclamando mayor vigilancia punitiva. El mecanismo para gestar estos reclamos es bastante sencillo. Se trata de proyectar un peligro que no existe o que no existe en la medida proclamada, o bien de generarlo para proyectarlo. En cierta forma, casi siempre se combinan los métodos, pues el reclamo contra la impunidad de la "delincuencia común", por ejemplo, siempre es también una incitación a la comisión de delitos comunes. Se trata de mensajes que son únicos, pero que tienen múltiples y variados destinatarios: la mayoría se alarma y unos pocos se sienten tentados. Profundizando un poco más la cuestión, podría decirse que es la incitación la que promueve la alarma, porque inconscientemente es percibido por todos, aunque es rechazada por la mayoría, lo que hace que sólo unos pocos la adviertan a nivel consciente. El repudio mayoritario sería lo que se traduce en reclamo represivo. La conflictividad social provoca una selección victimizante, especialmente cuando concentra la acción preventiva callejera en las zonas de mayor rentabilidad. El que es socialmente más vulnerable no sólo es criminalizado, sino también victimizado. En esa selección victimizante las mujeres cargan con una parte importante, que el discurso etiológico oculta. La perversión del poder punitivo exige y consigue que sus controlados demanden mayor control y que, cuanto más discriminatorio, arbitrario y brutal sea el poder que sufren, más poder sea el que reclamen. Esto se explica porque el complejo aparato de publicidad del sistema penal proyecta la utopía (en el sentido negativo de lo imposible) de un poder punitivo igualitario, no selectivo, no discriminante. La perversión es posible porque el aparato publicitario del poder punitivo disfraza como coyuntural lo que es realmente estructural (la táctica de la "imagen de coyunturalidad"). 4. LA GESTACION DEL PODER PUNITIVO Interrumpiré aquí por ahora el análisis horizontal o transversal del poder punitivo, para ocuparme brevísimamente de su análisis longitudinal, es decir, de su gestación. No se trata de una mera afición al pasado, sino que existen muchas razones que me convencen de la necesidad de esta referencia, y de manera decisiva las dos siguientes: de un lado, no es posible comprender cercanamente ningún ejercicio de poder prescindiendo de su gestación, porque todos son resultado de un proceso largo y complejo; de otro lado, en el caso específico de la mujer, su relación con el poder punitivo se pone de manifiesto en la gestación de éste con particular claridad, porque a su luz no puede menos que admitirse su abierto carácter de poder de género. Mi tesis, como se podrá entrever de lo expuesto hasta aquí, es que el poder punitivo no es susceptible de ser usado indistintamente por el hombre o la mujer, según su particular situación social, sino que está estructuralmente vinculado a la dominación y subordinación de la mujer, y sólo con su reducción y contención la mujer logrará superar su posición de subordinada de poder. Esta tesis se confirma con un análisis gestatorio, que elimina las dudas que podía dejar un puro análisis transversal. Como es lógico, no me resulta posible hacer aquí un análisis muy completo de la gestación del poder punitivo en relación a la mujer, por lo que me limitaré a señalar los dos momentos que considero más representativos, el del asentamiento o consagración del poder punitivo en la Edad Media, en forma plena e ilimitada; y el de su resurgimiento en la misma forma, desde mediados del siglo pasado y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Lejos de lo que pretenden afirmar algunos, el poder punitivo, en la forma que hoy lo conocemos, no existió siempre, sino que es producto de sociedades en que, por razones discutidas, el poder se concentra y verticaliza (modelo corporativo). El modelo corporativo, por su parte, tampoco apareció de una vez y se instaló para siempre, sino que tuvo largas marchas y contramarchas hasta que, finalmente, sufrió su última derrota seria con la caída de Roma. Por ello, no se consolidó a lo largo de casi toda la Edad Media, reapareciendo a fines de la misma (siglos XI y XII) e instalándose entonces en forma hasta hoy irreversible, coincidiendo en esta instalación última con los cambios sociales que fueron condición necesaria de la revolución mercantil y del colonialismo. Hasta antes de la aparición del modelo corporativo, como lo sintetizó claramente Foucault, el paradigma de solución de conflictos era el de la lucha o de la composición, pero no un acto de autoridad vertical que excluía a la víctima. La exclusión de ésta (denominada generalmente "expropiación" y que prefiero llamar, con más propiedad, "confiscación") se produjo con la introducción de la "investigación" o "inquisición", que los autores tradicionales consideran un avance o progreso. De este modo, se admite como progreso la omisión total de la víctima (y la peor brutalidad estatal). La víctima desapareció hasta hoy del modelo penal. Como máximo es un objeto, pero no un sujeto dentro de este modelo, porque no es compatible con él, que por definición es confiscatorio del derecho lesionado por el conflicto. El conflicto se somete a la autoridad del Estado no porque lesione los derechos de la víctima, sino porque lesiona el orden impuesto por el Estado. La intervención del Estado como único ofendido, invocando el bien común o la defensa social o cualquier otra vaguedad parecida, elimina la solución del conflicto: éste ya no podrá resolverse, porque falta una de sus partes: la víctima. Como es lógico, tal poder sólo podía alimentarse del fomento de la venganza y de su explotación mediante exaltación y desplazamiento. El acto de autoridad sólo puede satisfacer cierto impulso vindicativo de la víctima, y en el caso de la casi totalidad de las víctimas sin atención, el desplazamiento de ese impulso sobre el ínfimo grupo de criminalizados. 5. LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO PUNITIVO El modelo punitivo se consolidó con la inquisición. La experiencia inquisitorial, por suerte, la tenemos recopilada y ordenada discursivamente. Eso tuvo lugar tardíamente, en un manual para inquisidores, que es de inapreciable valor, porque recoge justamente la experiencia de los anteriores siglos de práctica inquisitorial y le proporciona un discurso legitimante de increíble elaboración. Se trata de la obra de Heinrich Kramer y James Sprenger, el famoso Malleus Maleficarum ("el martillo de brujas") de 1484, consagrada oficialmente por el Papado. No es sólo una obra inquisitorial, sino que es la primera vez que el poder punitivo ofrece un discurso completo e integrado de Criminología, Derecho Penal y Derecho Procesal Penal. Es, sin duda, la obra fundacional del modelo integrado de estas disciplinas, o sea, la primera en que se armonizan en una obra jurídica, en forma que unas se sostienen con las otras. Es también la primera obra orgánica en que junto a ellas aparece integrada la criminalística. Es explicable que este mérito no se le haya reconocido, porque se trata de una obra muy poco mostrable como fundacional por parte de un discurso que procura legitimar al poder punitivo. Si bien es cierto que la posición subordinada de la mujer no surge con el poder punitivo, también es cierto que éste no emerge de una vez para siempre. Sería discutible ir más atrás, pero por lo menos lo claro es que la posición subordinada de la mujer se acentuó y consolidó con el modelo corporativo de sociedad, y el instrumento de éste fue el poder punitivo (con sus marchas y contra-marchas) hasta los siglos XI yXII, con la inquisición o investigación criminal, cuya experiencia sintetizan Kramer y Sprenger al final del siglo XV. Es incuestionable, dadas las evidencias a que me referiré, que el poder punitivo se consolidó en la forma en que aún perdura, de modo principalmente orientado contra la mujer, esto es, que se consolidó como poder de género. Existen muchas opiniones al respecto. Se señalan factores que sin duda son importantes, pero cuya acentuación podría ocultar su carácter de poder de género y, con ello, deformar una vez más la percepción del fenómeno. Entre estos factores se suele indicar que la mujer ocupaba un espacio social relativamente amplio en la alta Edad Media, como consecuencia de la ausencia o falta de hombres, y que el poder punitivo se consolidó para cerrar ese espacio. Por mi parte, creo que no poca debe haber sido la importancia asignada a la erradicación de la religiosidad popular medieval, con sus supervivencias paganas, romanas y germánicas, y consiguientemente, con la permanencia de una cultura fuertemente comunitaria. Ello debió llevar a primer plano la necesidad de controlar y subordinar a la mujer, como obstáculo a la verticalización social, pues por definición es la transmisora de una cultura que debía interrumpirse. El orden corporativo no podía establecerse sin eliminar las culturas comunitarias. De este modo se asentó, por medio del poder punitivo, la civilización de los "señores", verticalista, corporativa o de "dominio" (dominus), que conllevaría el poder de vigilancia necesario al orden jerarquizado de una sociedad mercantilista y colonizadora. Con el asentamiento del poder punitivo dio comienzo la conquista, y el modelo verticalista europeo se volvió planetario. Y ese modelo se asentó con un discurso discriminatorio, peyorativo y represivo para la mujer, que sólo es comparable al que se elaboró para justificar su renacimiento pleno, después de un breve período de limitación más discursiva que real. Si alguna duda cabe, nos basta con revisar la obra cumbre mencionada. Reservo para otro momento un análisis más detallado de la misma, que bien lo merece, limitándome ahora a su uso acreditante de lo que acabo de expresar. Cabe observar, ante todo, que la obra se refiere a las "brujas" desde su mismo título, en tanto que los brujos son excepcionales (quizá homosexuales). Su insistencia en la mujer la explica de la manera más vulgar, mediante una supuesta inferioridad genética de la misma. Me basta citar a la letra de algunas de las vulgaridades con que pretende fundar su tesis: "No hay veneno peor que el de las serpientes; no hay cólera superior a la de la mujer. Es preferible vivir con un león y un dragón, que habitar con una mujer mala"; "toda malicia es leve comparada con la de una mujer"; "poseedoras de lengua traicionera, no se abstienen de contar a sus amigas todo lo que aprenden a través de las artes del mal"; "por ser más débiles en la mente y en el cuerpo, no sorprende que se entreguen con mayor frecuencia a los actos de brujería" (Primera parte, cuestión 6º). La idea dominante es que la mujer es más débil, no sólo en el cuerpo sino también en inteligencia. por lo que no llega a filosofar y es más "carnal" que el hombre. Todo eso se atribuye a una falla genética: "La razón natural está en que la mujer es más carnal que el hombre, lo que se evidencia por sus muchas abominaciones carnales. Y conviene afirmar que hubo una falla en la formación de la primera mujer, por haber sido ella creada a partir de una costilla curva, o sea, una costilla del pecho cuya curvatura es, por así decir, contraria a la rectitud del hombre. Y como, en virtud de esa falla la mujer es animal imperfecto, siempre decepciona y miente" (ibídem). Por esta falla genética se explicaba que las mujeres sean "intelectualmente como niños", o "un anillo de oro en el hocico de un cerdo, tal es la mujer hermosa e insensata" (ibídem). De allí los autores deducen una curiosa e inaudita etimología de femina: "de la palabra que les designa el sexo, pues femina proviene de fe y minus, por ser la mujer más débil en mantener y preservar su fe" (ibídem). Creo que no se necesitan más citas para explicar cómo y contra quién se asentó el poder punitivo en la forma en que aún hoy perdura: a) falla genética de la mujer; b) mayor inclinación al mal por su menor resistencia a la tentación; c) predominante carnalidad y menor espiritualidad; d) consiguientemente necesidad de tutela por su infantilismo constitucional. La ideología de la tutela hizo su entrada con el discurso inquisitorial y también permanece hasta hoy. En los siglos siguientes se extendió a los cristianos nuevos, a los indios, a los negros, a los mestizos, a las prostitutas, a los enfermos mentales, a los alcohólicos, a los niños y adolescentes, a los viejos, a los usuarios de tóxicos, a todas las personas criminalizadas y a todos los "diferentes" por cualquier causa, en todos los casos con consecuencias más o menos terroríficas. La tutela es el paradigma de la colonización: la tutela de las "razas inferiores" es tan necesaria como la de los "inferiores" de la propia "raza". Pero ésta es ya otra historia a la que paso a referirme. 6. LA LUCHA POR EL PODER PUNITIVO Con la transformación industrial, se produjo la consiguiente lucha por la hegemonía social entre la clase industrial emergente y la nobleza establecida. En esta lucha, la mujer recobró cierto espacio. Pero, a poco andar, la nueva clase obtuvo decididamente la disputada hegemonía, y la limitación al poder punitivo, que había reclamado como instrumento en su lucha por la conquista del poder, ya le resultaba disfuncional, pues tenía el ejercicio de ese poder. De esta manera, el nuevo orden da lugar a un claro discurso de demolición del anteriormente elaborado por aquella misma clase desde el llano. Fue así como surgieron el positivismo y las ideologías que le son tributarias o sustitutivas hasta la actualidad, como ideologías policiales, de sustento del Estado de policía y de justificación del vigilante social. El nuevo discurso "científico" del positivismo rechazó frontalmente la igual dignidad humana de los contratantes, para insistir en "humanos" superiores e inferiores, genéticamente diferentes y de inferioridad o superioridad "científicamente" verificable, con lo que legitima toda la verticalización jerarquizante de la nueva sociedad corporativa. Este fue el claro discurso neocolonialista del siglo pasado y del actual: el colonizado es inferior (biológicamente, pero si había alguna objeción, se "culturizaba" un poco la expresión sustancialmente racista), siendo inferior porque no sabe, no puede o no quiere hacer lo mismo que el colonizador, por lo cual necesita la tutela de éste. De este modo, la mayoría de la especie humana pasó a ser inferior, por no decir casi toda. Fueron inferiores los colonizados, los hombres y mujeres de piel oscura, todas las mujeres, todos los niños, todos los adolescentes, casi todos los viejos, es decir todos, salvo un reducido grupo de hombres blancos en plenitud de su potencia, casados, con hijos, con mujer dócil, heterosexuales y que no se apartasen de las ideas y valores de su propio entorno. Este fue el nuevo cuerpo de inquisidores que se fundó en una "ciencia" tan o más falsa que la teología del antiguo grupo. No tiene caso que repita aquí las insensateces de Augusto Comte y de Cesare Lombroso sobre la mujer, pero es claro que tanto ellos como sus seguidores no hicieron más que reiterar los esquemas ya bien estructurados por Sprenger-Kramer: a. la mujer tiene un defecto genético (menor peso cerebral, menor cociente, menor cualquier otra cosa); b. su debilidad la hace más vulnerable al delito (si no son más criminalizadas es porque se desplazan hacia un equivalente del delito, que es la prostitución); c. el predominio de la "carnalidad" está implícito en la anterior afirmación; d. la tutela no es más que su corolario lógico. La discriminación de la mujer, como todas las demás, es poco menos que un acto piadoso y de cortesía o caballerosidad. Esta fue la ciencia de los hombres que comprendía bondadosamente la religiosidad de la mujer, como consecuencia de su incapacidad para acceder a la ciencia. La pareja ideal de la clase hegemónica entre 1860 y 1930 aproximadamente, fue la del marido materialista, ateo, "librepensador", y la mujer católica de comunión diaria, quienes se llevaban muy bien, porque en lo cotidiano la "ciencia" prohibía por razones higiénicas lo que la religión por pecaminoso. No extraña que este esquema positivista desemboque en el nazismo. Esto explica también que desde el final de la Segunda Guerra el poder punitivo se valga de discursos incoherentes, inconexos, parciales y vulgares, o sea, de retazos de discursos mal armados, porque no puede usar el discurso legitimante integrado del viejo positivismo, menos aun el inquisitorial, y no halla otro de reemplazo. En los últimos cuarenta años se han realizado esfuerzos titánicos para encontrar un modelo de discurso integrado que sustituya al del positivismo, lo que ha resultado imposible. La realidad no cambia mucho, pero falta un discurso de igual jerarquía; la desesperación crece porque el poder se debilita, dado que el discurso también es poder. 7. ¿POR QUE NO SE DEBILITA MAS ACELERADAMENTE EL PODER PUNITIVO? Esta sería una buena pregunta, si hubiese tiempo para responderla aquí. Pero aunque no lo haya, creo que requiere una breve explicación, particularmente tratándose del tema que involucra a la mujer. El discurso casi ha desaparecido; se mantiene apenas a un nivel tecnológico y a un nivel rastrero de comunicación masiva. Sin embargo, el poder se sostiene. ¿Qué pasa? Brevemente dicho, creo que ello obedece a que la inquisición es la forma de conocimiento del dominus, del señor, del colonizador; es el famoso "saber para poder" de Bacon. Se trata del saber de una civilización colonialista que avanza linealmente hacia el constante progreso. Su conocimiento es para dominar, su idea del tiempo es lineal. El resultado de esto me parece cada día más claro; la tecnología que crea se vuelve incontrolable y su idea de progreso lineal (que supone la de tiempo lineal) la lleva a un reforzamiento de la venganza. Sus mecanismos de "señores" resultan terribles: preguntan a las cosas lo que les interesa saber de las cosas para dominarlas; las cosas responden del único modo en que pueden, como cosas, con toda su realidad, y, como aquellos no están preparados para recibir la respuesta, son aplastados por las cosas. No saben cómo superar esto, necesitan justificar su impotencia frente a las cosas desatadas, y allí está la venganza, contra el tiempo lineal, contra lo que pasó, contra la impotencia que lesiona su narcisismo, contra la imposibilidad de hacer que lo que pasó no haya pasado. Esto está en la médula de la civilización planetario colonizadora, al menos hasta hoy, en que está dominada por una minoría que margina al resto: a las mujeres, a los colonizados, a los viejos, a los jóvenes, a los que piensan diferente, a cualquiera que puedan considerar "inferior" y a ellos mismos, que se estigmatizan recíprocamente como "inferiores" en su constante competencia por ocupar un mejor camarote en el "Titanic". 8. ¿Y LA MUJER VICTIMIZADA QUÉ HACE? Esta es la pregunta que creo que late en el fondo de la cuestión, cuando se muestra desde esta perspectiva. Y creo tambien que es la pregunta más peligrosa para la mujer y para cualquier discriminado. A través de la respuesta que reciba puede filtrarse una vez más la perversidad del poder punitivo. La pregunta clave parece ser en casi todos los casos, si las personas discriminadas pueden usar del poder punitivo, o bien, qué cosa pueden hacer frente a la flagrante victimización. La respuesta no puede ser ni jurídica ni ética, sino simplemente táctica. Sin duda que nada impide que hagan aquel uso, y en ello no radica el problema, sino en que ese uso no significa más que un recurso táctico coyuntural, o sea, en que no se convierta en un fortalecimiento del mismo poder que las discrimina y somete. No hay respecto de ello respuesta válida para todos los casos, sino que cualquier táctica debe definirse frente a cada supuesto concreto. Lo único cierto es que nadie puede creer seriamente que su discriminación será resuelta por el mismo poder que la sostiene, o que un mayor ejercicio del poder discriminante resolverá los problemas que la discriminación ha creado. Su ocasional instrumentación debe ser evaluada teniendo en cuenta el riesgo de su uso táctico: que no se vuelva en contra. Nadie puede reprochar al lesionado que use una táctica oriental muy antigua, es decir, la de valerse del propio poder del lesionante para defenderse, pero siempre que tenga en cuenta que ese poder, sea cual fuere el uso que de él se haga, en último análisis no pierde su carácter estructural de poder selectivo.