Violencia basada en género y derechos humanos: Aproximaciones para trascender el enfoque psicologista de los programas de atención a las víctimas María Cecilia Claramunt Introducción De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, la violencia basada en género es toda acción que resulte o pueda resultar en un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, incluyendo, las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública o privada. Este concepto tiene un uso reciente y ha sido elegido para resaltar la direccionalidad de la violencia; es decir, visualiza los actos de violencia que las mujeres experimentan en razón de su pertenencia al género femenino. Afecta por lo tanto, a mujeres de todas las edades y culturas. Sus manifestaciones pueden variar de occidente a oriente, de países desarrollados a subdesarrollados, o bien, de la infancia a la edad adulta; sin embargo, independientemente de la región, cultura, edad u otra condición, la violencia basada en género, siempre es señalada como una de las principales violaciones de derechos humanos en la sociedad actual. Con el uso del término “basada en género”, también se pretende recalcar el origen social de la violencia, pues una de sus principales características es la legitimidad cultural con que ella se presenta. Esto significa, que dadas las relaciones asimétricas de poder entre hombres y mujeres, se ha llegado a considerar natural y muchas veces hasta apropiado, el maltrato contra una mujer. Por ejemplo, lapidar a quien ha mantenido relaciones sexuales sin haber contraído previamente el matrimonio o el asesinato de la esposa, bajo la excusa de su infidelidad. Las legitimaciones sociales pueden variar de una manifestación a otra, pero casi siempre suponen la culpa o colusión de la mujer en torno a la violencia recibida y con ello, constituyen un importante elemento para perpetuarla. En América Latina, la violencia basada en género suele expresarse según lo señalan diversos estudios, en manifestaciones bastante similares aunque con algunas diferencias de acuerdo con la edad. Así, para las adultas, la violencia se presenta principalmente en la forma de abuso físico, sexual, patrimonial y psicológico perpetrado por el esposo o compañero; el hostigamiento sexual en el trabajo y en la calle; la violación sexual tanto por hombres conocidos como por desconocidos; la prostitución forzada y el tráfico con carácter sexual. En los periodos caracterizados por guerras civiles y conflictos 1 armados, la violación de las mujeres ha sido en nuestra región –igual que en otras partes del mundo en distintos periodos históricos- una poderosa arma de guerra. En el caso de las niñas y las adolescentes, la violencia se ha caracterizado por una alta prevalencia de abuso sexual e incesto. Adicionalmente, en los últimos años, se ha llamado la atención sobre la existencia de dos formas modernas de esclavitud: la primera es la denominada explotación sexual comercial , que incluye el uso de personas menores de edad o sus imágenes en pornografía (impresos, videos e internet), los espectáculos sexuales privados y públicos, las relaciones sexuales remuneradas, la servidumbre sexual y el tráfico con carácter sexual tanto al interior del país como al nivel internacional. La segunda, es la esclavitud para el trabajo doméstico fuera y dentro de la familia. Existen muchas otras formas de expresión, y tal y como señalamos en el párrafo anterior, todas tienen su correspondiente legitimidad o tolerancia social, pues se supone la existencia de la responsabilidad de la víctima en la ocurrencia del problema. Y en este sentido, nuestra hipótesis es mientras no revisemos las formas antiguas y modernas dadas al concepto de dicha responsabilidad, nuestra región continuará tolerando la violación de los derechos humanos de las mujeres. El reconocimiento del problema de la violencia basada en género es bastante reciente y podemos dar crédito del mismo, tanto al creciente movimiento de mujeres que puso el tema en la agenda pública internacional, como a los grupos activistas por los derechos humanos, gestados principalmente después de la segunda guerra mundial. La unión de estos movimientos tiene como punto crucial histórico, la Conferencia Mundial de Derechos Humanos, celebrada en Viena en el año 1993. De esta forma, la focalización del tema de la violencia contra las mujeres en dicha Conferencia queda resaltada en el texto de la Declaración de Viena y su Programa de Acción. Los derechos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales. La plena participación en condiciones de igualdad, de la mujer en la vida política, civil, económica, social y cultural en los planos nacional, regional e internacional y la erradicación de todas las formas de discriminación basados en el sexo, son objetivos prioritarios de la comunidad internacional. La violencia y todas las formas de acoso y explotación sexuales, inclusive las derivadas de prejuicios culturales y del comercio internacional de personas son incompatibles con la dignidad y la valía de la persona humana y deben ser eliminadas. Esto puede lograrse con medidas legislativas y con actividades nacionales y cooperación internacional en esferas tales como el desarrollo económico y social, la educación, la atención a la maternidad y la salud y el apoyo social. Los derechos humanos de la mujer deben formar parte integrante de las actividades de derechos humanos de las Naciones Unidas, incluida la promoción de todos los instrumentos de derechos humanos relacionados con la mujer. La Conferencia Mundial insta a los gobiernos, las instituciones intergubernamentales y las organizaciones no gubernamentales a que intensifiquen sus esfuerzos a favor de la protección y promoción de los derechos humanos de la mujer y de la niña. Conferencia Mundial de Derechos Humanos, Viena, 1993 2 Los compromisos anteriores se recalcan dos años después en la Declaración de Beijing y su respectivo Plan de Acción, gestados en la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en el año 1995. Los siguientes extractos lo evidencian: La violencia contra la mujer impide el logro de los objetivos de igualdad, desarrollo y paz. La violencia contra la mujer viola y menoscaba o impide su disfrute de los derechos humanos y las libertades fundamentales. La inveterada incapacidad para proteger y promover esos derechos y libertades en los caos de violencia contra la mujer es un problema que incumbe a todos los Estados y exige que se adopten medidas al respecto. Objetivo Estratégico D.!. Adoptar medidas integradas para prevenir y eliminar la violencia contra la mujer. 124. Medidas que han de adoptar los gobiernos: a. Condenar la violencia contra la mujer y abstenerse de invocar ninguna costumbre, tradición o consideración de carácter religiosos para eludir las obligaciones con respecto a su eliminación que figuran en la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la mujer; c. Introducir sanciones penales, civiles, laborales y administrativas en las legislaciones nacionales, o reforzar las vigentes, con el fin de castigar y reparar los daños causados a las mujeres y las niñas víctimas de cualquier tipo de violencia, ya sea en el hogar, el lugar de trabajo, la comunidad o la sociedad; j. Formular y aplicar, a todos los niveles apropiados, planes de acción para erradicar la violencia contra la mujer. k. Instaurar, mejorar o promover, según resulte apropiado, así como financiar la formación de personal judicial, letrado, médico, social, pedagógico y de policía e inmigración para evitar los abusos de poder que dan pie a la violencia contra la mujer, y sensibilizar a esas personas en cuanto a la naturaleza de los actos y la amenazas de violencia basados en la diferenciación de género, para conseguir que las mujeres víctimas reciban un trato justo; Declaración de Beijing, Plan de Acción, 1995 La comunidad internacional ha generado otros instrumentos que también ponen de relieve el problema de la violencia basada en género e instan a su eliminación. Dentro de ellos, existen dos que a nuestro propósito es importante señalar. El primero y el cual constituye único en su género en el mundo, es el esfuerzo regional plasmado en la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (Organización de Estados Americanos, Brasil, 1994), conocida también como la Convención Belem Do Pará, por el lugar en que la misma se llevó a cabo. En ella, los Estados parte se comprometen a realizar acciones en materia de prevención, atención y sanción. El segundo, es la Resolución de la 49ª Asamblea Mundial de la Salud (Organización Mundial de la Salud, 1999), donde se DECLARA la violencia como un problema de salud pública, se INSTA a los Estados miembros a que evalúen el problema, comuniquen la información y su enfoque respectivo a la OMS y se PIDE al Director General, emprender actividades de salud pública en torno a dicha problemática. 3 A partir de estos dos compromisos, la región se ve comprometida a atender el problema como una prioridad y específicamente, el sector salud se considera ente clave en la lucha por su erradicación. Adicionalmente y a pesar de que en el año 1956 se aprobó la Declaración de los Derechos del Niño, no es sino hasta 1989, cuando la Organización de las Naciones Unidas aprueba la Convención respectiva, - un solo país en el mundo no la ha ratificado-. En este instrumento resulta significativo, el capítulo dirigido hacia el maltrato de personas menores de edad y como parte del mismo problema, se especifica la explotación sexual comercial como una violación de los derechos humanos de las niñas, niños y adolescentes; del cual sabemos, quienes pertenecen al género femenino constituyen las principales víctimas. En relación con esta problemática, la Organización Internacional del Trabajo reconoce la utilización de personas menores de edad en el comercio sexual como un asunto prioritario de atención y en el año 1999, la Conferencia General, tomando en cuenta la Convención de los Derechos de los Niño y la Convención Suplementaria de las Naciones Unidas sobre la Abolición de la Esclavitud-, adopta el Convenio 182, con el objeto de prohibir las peores formas de trabajo infantil y dentro de ellas, la explotación sexual comercial. Los esfuerzos internacionales también han tenido eco en el interior de nuestros países, no solo en la formulación de nuevas leyes, reformas legales y códigos específicos, sino también en la creación y ejecución de programas de asistencia para las víctimas de violencia. En nuestra región, sobresale la iniciativa ejercida por las organizaciones de mujeres en la implementación de los mismos y dentro del sector público, el de salud, por ejemplo, ha sido uno de los que más ha trabajado en la formulación de políticas y estrategias de atención. La sanción, sin embargo, constituye el reto más grande en nuestros países, debido a los altos niveles de impunidad que aún se mantienen. Podemos señalar como punto vértice de todos los esfuerzos internacionales y nacionales en torno a la violencia basada en género, la trascendencia del enfoque privado e individualista a un paradigma público y social, basado en la Doctrina de los Derechos Humanos. Sin embargo, los cambios normativos son aún insuficientes. Las actuales representaciones sociales en torno a la violencia basada en el género, muchas veces continúan arrastrando el enfoque anterior. De esta forma, se sigue ubicando las causas del problema y el encargo de detenerlo dentro del mundo privado; es decir, las víctimas continúan siendo las depositarias tanto de las causas como de la eliminación de la violencia. De esta forma, el enfoque privado que la comunidad internacional ha pretendido abolir mediante instrumentos que recalcan el derecho universal de toda mujer, niña o adolescente a vivir sin violencia, - y que la mayoría de nuestros países ha ratificado-; constituye aún el paradigma común no solo de la población general, sino particularmente, de muchos quienes prestan servicios atencionales para víctimas o de quienes están encargados de la administración de la justicia. Sabemos que los cambios culturales requieren más tiempo para llevarse a cabo; sin embargo, podemos citar algunas barreras que dificultan a prestadores y prestadoras de 4 servicios para trabajar el enfoque de derechos humanos y la perspectiva genérica1 y generacional2 en su trabajo. 1. Barreras para la incorporación del enfoque de derechos humanos en los servicios de atención a víctimas de violencia Dentro de las principales barreras podemos citar el desconocimiento o la comprensión reducida del enfoque de derechos y sus implicaciones en el trabajo cotidiano. Por ejemplo, dentro de los principios de éste, se encuentra el de integralidad de todos los derechos humanos, -uno de ellos no puede sustituirse por otro- y sin embargo, en la práctica hemos observado que con la buena intención de ofrecer protección integral frente al abuso sexual infantil, se viola el derecho a la convivencia familiar, pues la protección y la institucionalización son interpretadas como sinónimo. Este paralelismo es fruto de la doctrina conocida como “situación irregular”, predominante en el periodo previo a la Convención de los Derechos del Niño. En la década de los años 60, en un esfuerzo por eliminar las tendencias biologistas que atribuían los problemas sociales a las características biológicas de los seres humanos, se generó la Doctrina de la situación irregular. Aunque inicialmente se trabajó desde la disciplina del derecho, la misma tuvo enorme influencia en otras ciencias sociales. El campo de acción privilegiado fue la materia relacionada con los problemas de la niñez y la adolescencia. Sin embargo, aunque la norma legal exige la sustitución de este enfoque por la Doctrina de los Derechos Humanos, las prácticas derivadas del paradigma anterior aún persisten. Por ejemplo, revisemos algunos principios orientadores de la Doctrina de la Situación Irregular. El primero es la creencia de que los problemas sociales son irregularidades del entorno social y responden no a un problema social sino a una desviación personal o familiar a la normas establecidas. El segundo se deriva del primero, dado que el problema está en los individuos y no en la dinámica social, la respuesta se concentra en quienes manifiestan la irregularidad o desviación, considerándolos personas esencialmente distintas. La acción privilegiada resultante de este enfoque, en caso de las personas menores de edad, es la institucionalización. Así, con el propósito de protegerles de las situaciones irregulares en que viven, se les aísla de sus familias y comunidades. Y si revisamos las características de los niños y niñas institucionalizados, observamos dentro de las mismas bastantes similitudes: provienen de familias en condiciones de pobreza extrema, o bien, y por lo general, como un agregado, la victimización por incesto y otras formas de violencia intrafamiliar. De esta forma, la pobreza extrema y el abuso infantil son 1 Enfoque que reconoce las diferencias genéricas entre hombres y mujeres como una construcción social y por tanto susceptibles de trasformación. Permite visualizar en contextos concretos las diferentes manifestaciones con que se expresan las relaciones de jerarquía y poder entre hombres y mujeres y por ende, orienta la toma de decisiones para implementar acciones dirigidas hacia la equidad genérica. 2 Enfoque que reconoce las particularidades de los seres humanos de acuerdo con su edad o ciclo de vida y por tanto, plantea estrategias diferenciadas de atención y protección de los derechos humanos según las mismas. 5 consideradas situaciones irregulares. La dinámica social que contribuye con la magnitud de la pobreza en nuestra región o la alta tasa de prevalencia de abuso infantil no es cuestionada y por lo tanto, no se constituye en un problema que requiere de políticas sociales y estrategias integrales de atención que permitan a las personas menores de edad ejercer todos sus derechos. De manera similar, el abuso contra la mujer en el seno de la pareja, también es considerada una situación irregular, ya sea por suponer la existencia de una desviación en la mujer o en el hombre maltratador. Ello genera muchas veces, respuestas tales como quitarle los hijos a dichas mujeres -por juzgarlas inapropiadas para la crianza-, o calificar de enfermos mentales a los hombres agresores, por considerarlos distintos a la norma social. Y con ello se oculta la prevalencia de mujeres maltratadas que en nuestra sociedad alcanza entre un 30 y un 50% (Buvinic M., Morrison, A., Shifter,M., 1999). Otra barrera para la incorporación del enfoque de los derechos humanos en el trabajo con víctimas de violencia es la poca o ninguna experiencia para el trabajo articulado entre diversas instituciones en aras de cumplir con su principio de integralidad. Es decir, el ejercicio del derecho a vivir sin violencia debe ser trabajado paralelamente al ejercicio de todos los derechos. Ello quiere decir, que el cese de la violencia no puede ser negociado, ni buscado a partir de la violación de otros derechos, tal como por ejemplo, exigirle a una mujer maltratada la renuncia del pago para la manutención de los hijos con el propósito de lograr la salida del hogar del agresor. También podemos citar, muy común dentro de nuestra región, la poca experiencia o cultura de rendición de cuentas en torno al impacto de los programas. Por lo general, los informes se refieren más a procesos metodológicos –número de capacitaciones, número de personas atendidas-, que al éxito de los mismos según criterios verificables. Por ejemplo, el haber ofrecido atención a determinado numero de mujeres maltratadas no indica el impacto de dichos servicios en el maltrato mismo. Esta barrera contribuye con el mantenimiento del status quo, ya que no se evidencia la necesidad de establecer cambios conceptuales y metodológicos en los procesos de intervención sobre las distintas problemáticas. La tendencia psicologista, tal y como lo indica el título del presente artículo, constituye también una de las más importantes barreras para incorporar el enfoque de los derechos humanos, específicamente en los programas de atención a las víctimas. El psicologismo podemos entenderlo como la tendencia a interpretar los problemas sociales como resultado de la dinámica psicológica individual o interpersonal. Esta tendencia se deriva del sistema o corriente filosófica denominada individualismo, que considera al individuo particular como unidad o centro de análisis y por tanto, como fundamento y fin del conocimiento. De esta manera podemos argumentar que si buscamos explicaciones para los problemas sociales, debemos concentrar nuestros esfuerzos en el estudio de nuestra unidad privilegiada de análisis: los individuos particulares. Dicho de otro modo, los problemas sociales son entonces comprendidos como una derivación de determinadas “patologías” personales. La suma de las mismas nos da el problema social. A su vez, el individualismo puede enfocarse, en la dimensión biológica o psicológica de dicha unidad de análisis y con ello, se da lugar a la tendencia biologista o psicologista. 6 El familismo es una tendencia similar y consiste en asumir no a los individuos, sino a las familias como la unidad de análisis más pequeña. No es una superación del individualismo, sino más bien, cuando se acredita a la familia de propiedades que son el resultado de la suma de las características de los individuos que la componen (Eichler, 1988). Es también la tendencia a atribuir las acciones o experiencias individuales a una propiedad de la familia. El familismo parte del supuesto de que existen responsabilidades y beneficios equitativos entre los miembros de la familia. Por ejemplo, los conceptos de familia incestuosa o maltratadora son derivados de esta tendencia pues suponen la responsabilidad compartida entre víctimas y victimarios y se ignora con ello, la especificidad de la experiencia de victimización. A la vez, cuando hablamos de violencia basada en género, la tendencia familista suele verse acompañada por el androcentrismo3 y el sexismo4 de las teorías y sus correspondientes prácticas profesionales, los cuales derivan en conceptos tales como lo sexualmente apropiado, y la dicotomía sexual. El primero se refiere al supuesto de que existen patrones de conducta o rasgos de personalidad que son más apropiados para un género y por lo tanto, el no responder a dichos patrones, es considerado como una desviación, una enfermedad, o como mínimo, un problema. Por ejemplo, la conciliación, la templanza, la capacidad para perdonar y la negociación son conductas o actitudes propias de las mujeres; por tanto, en situaciones de violencia conyugal o incesto, si una esposa o madre se enoja abiertamente, pierde la templanza y renuncia a la negociación, dichas reacciones pueden interpretarse como conductas impropias, “poco naturales”, problemáticas. La dicotomía sexual, es un concepto que se refiere a la forma extrema de lo sexualmente apropiado y consiste en asumir como excluyentes las conductas de hombres y mujeres. Así, cuando una mujer adopta conductas consideradas socialmente como masculinas o viceversa, se interpreta como un desorden de personalidad. Por ejemplo, en una revista prestigiosa de los Estados Unidos se publicó en la década de los 80, un estudio para identificar varones con conflictos de identidad de género - con pruebas psicométricas que aún se utilizan-. En la investigación se consideraron conductas indicativas del problema, las respuestas afirmativas a variables tales como: me gusta leer historias de amor, me gusta cocinar, me gustaba la rayuela, si fuera reportero me gustaría mucho hacer noticias de teatro o bien, me gusta coleccionar flores o cultivar plantas domésticas. En oposición, era indicador de salud mental, el que los varones respondieran afirmativamente a: me gustan las revistas de mecánica, me gusta la pesca, prefiero las historias de aventuras que las historias románticas (Eichler, 1988). En resumen, estas tendencias constituyen barreras significativas para la incorporación del enfoque de los derechos humanos en prestadores de servicios que han sido formados en corrientes teóricas sustentadas en las mismas. Y aunque se ha pretendido suplantarlas, la sustitución no siempre ha tenido éxito. En este mismo sentido, el psicologismo se ha revestido con otros trajes, pero puede estar presente aún en quienes dicen practicar modelos distintos y acordes con los compromisos internacionales. 3 Corriente de pensamiento que designa al hombre y a las características atribuidas al género masculino como el prototipo o modelo de ser humano. 4 El sexismo es la creencia de que existe una superioridad natural de un sexo sobre otro. 7 2. Particularidades de la tendencia psicologista en la comprensión de la violencia basada en género Si recordamos que el psicologismo es la tendencia para ubicar la fuente de los problemas sociales en la psicología particular de quienes los experimentan; entonces, en la aplicación de la tendencia al problema de la violencia se suponen tres fundamentos básicos: la conducta violenta es causada por problemas derivados de la psicología particular de quien la ejerce, las víctimas llegan a serlo porque tienen problemas psicológicos (problemas de adicción a las relaciones violentas, pobre autoestima, entre otros) y/o la violencia conyugal o intrafamiliar es un problema derivado de la dinámica existente entre sus miembros (problemas de comunicación, relación disfuncional, por ejemplo). Estos tres fundamentos ocultan la direccionalidad genérica y generacional y por ende, la violación sistemática de derechos humanos contra determinados grupos sociales, Vg. las mujeres y las personas menores de edad; pues coloca el problema no solo en la dimensión individual sino que supone también la responsabilidad compartida entre víctima y victimario. Es obvio por lo tanto, que la respuesta al problema desde el tendencia psicologista, se focaliza en los aspectos psicológicos de las víctimas o de quienes ejercen la violencia, con la firme creencia de que si se “reparan” los problemas psicológicos, la violencia desaparecerá. El psicologismo podemos verlo expresado en los siguientes ejemplos. Uno de ellos, se relaciona con el problema recientemente reconocido de la explotación sexual comercial contra niñas, niños y personas adolescentes. En este sentido, diversos estudios regionales han demostrado la existencia de redes nacionales e internacionales que comercian sexualmente a personas menores de edad, ya sea para su utilización en espectáculos de tipo sexual, pornografía y prostitución (OIT/IPEC, 2003,a). Las víctimas son atrapadas por medio del dinero u otros beneficios materiales y el ofrecimiento de una vida mejor. También, se ha observado el cómo los comerciantes del sexo inician a niñas y adolescentes en la drogadicción como una estrategia para mantenerlas dependientes o cautivas de los proxenetas y otro tipo de intermediarios. Las víctimas son personas menores de edad vulnerables al atrapamiento por las condiciones particulares en que han vivido desde su nacimiento: pobreza, abandono, deambulación, deserción/expulsión escolar, trabajo infantil en calle, mendicidad y un continuo de experiencias de violencia -que van desde el abuso sexual y el incesto hasta el maltrato físico y la degradación-. Estas condiciones, una vez que son atrapadas en el comercio sexual, permanecen y se agravan con embarazos tempranos, infecciones de trasmisión sexual y por la violencia ejercida por los explotadores sexuales (Claramunt, 2002). De acuerdo con estudios realizados por el Programa para la Erradicación de las Peores Formas de Trabajo Infantil de la Organización Internacional del Trabajo (OIT/IPEC, 2003, b), se ha señalado que en muchos programas de nuestra región, persiste la tendencia psicologista en la atención de las víctimas de la explotación sexual comercial. Ella se manifiesta en el tipo de actividades o proyectos realizados, tales como terapia, talleres de autoestima y fortalecimiento personal, revisión de valores y educación sexual. Se supone que a partir de una mayor fortaleza, información y autoestima, las niñas, los niños y las personas adolescentes “tomarán conciencia” de su problema y 8 “abandonarán” la explotación. No queremos decir que ellas no tienen problemas psicológicos, sino más bien, evidenciar el papel que se da a los mismos en el origen de la victimización. Como resultado y al carecer de estrategias integrales para erradicar esta forma de comercio sexual en nuestra región, las personas menores de edad participantes de dichos programas, puede que hayan logrado “tomar conciencia”, tener mayor autoestima, pero sabemos, ellas continúan siendo esclavizadas por los comerciantes del sexo. Ello evidencia la poca efectividad de dichos programas en la protección del derecho a vivir sin violencia. En esta problemática específica, se hace evidente la dificultad para reconocer a las niñas y las adolescentes prostituidas como víctimas de un crimen, ya que se supone su participación y consentimiento para la actividad sexual, aunque la Convención de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia y otros instrumentos internacionales califiquen la situación como una forma severa de violación de derechos humanos. En esta forma de expresión de psicologsimo subyace un concepto, que aunque no se coloque abiertamente en el marco referencial de dichos programas, es clave para comprender la dificultad para el reconocimiento de la victimización. Este concepto es el de masoquismo. Término ideado para explicar la complacencia o adicción a verse maltratado o humillado ya sea en la vida sexual o en otras esferas o actividades humanas (Caplan, 1987). Y dado que en el comercio sexual, son las mujeres las que ocupan preferiblemente el papel de objetos de intercambio, estaríamos frente a una expresión de la supuesta existencia de masoquismo femenino. Quienes orientan su practica profesional en el campo de la explotación sexual comercial por medio de la tendencia psicologista y utilicen o no abiertamente el concepto de masoquismo, interpretan que hay problemas psicológicos que llevan a “escoger” la humillación, objetivación y violencia como parte del proyecto de vida, aunque las víctimas tengan cinco, diez o quince años. Otro ejemplo de psicologismo puede observarse en las estrategias atencionales para mujeres maltratadas por su pareja. Al igual que en el caso anterior, la tendencia supone que las mujeres son víctimas de abuso por parte del compañero, por una supuesta adicción a relaciones de maltrato, por provenir de hogares disfuncionales o por tener baja autoestima. En este sentido, la respuesta privilegiada, es ofrecerles terapia, pues según los fundamentos de la tendencia, por medio del recurso terapéutico, las mujeres se autovalorarán y no “permitirán” al hombre con quien viven, el que abuse de ellas. Se supone así, la violencia, desaparecerá. Por tanto, desde este paradigma, no se hace necesario, revisar las condiciones sociales y estructurales que son el cultivo para la violencia sistemática contra las mujeres en las relaciones de pareja. De manera paralela, con el mismo enfoque, se intenta revisar las causas psicológicas individuales que pueden llevar a un hombre a maltratar a su compañera y visualizándolo como una persona “irregular” o distinta a la mayoría de los hombres, se buscará encontrar en su psicología particular los aspectos disfuncionales que deberán ser tratados. Una vez logrado, se supone, la violencia desaparecerá. La tendencia psicologista, en resumen, propone la respuesta terapéutica como medio fundamental para erradicar las distintas formas de expresión de la violencia basada en género. 9 Dado que la psicología es una ciencia social, existen distintos modelos o interpretaciones teóricas en torno al concepto de ser humano y por lo tanto, para explicar el origen del comportamiento, la explicación de los problemas psicológicos y el tipo de respuesta terapéutica para los mismos. Sin embargo, podemos agregar, cualquiera de ellos puede ser absorbido por la tendencia psicologista. Revisemos brevemente algunos ejemplos de la aplicación de la tendencia según la corriente de pensamiento psicológico: en el modelo intrapsíquico se observará su uso cuando la respuesta al problema de la violencia basada en género se encuentra en la búsqueda y tratamiento de factores inconscientes que provocan la violencia o la victimización. En el modelo conductual, nos enfrentaríamos a la búsqueda y tratamiento de factores de aprendizaje que provocan la violencia o la victimización y en el modelo sistémico, dicha búsqueda y tratamiento se focalizarían en los factores disfuncionales existentes en la dinámica de pareja o familiar. La tendencia psicologista en los programas dirigidos a combatir la violencia contra las mujeres se expresa por lo tanto, en la elección privilegiada de la terapia individual, de pareja o familiar y de las técnicas de mediación o reconciliación. Ello trae como consecuencias evidentes, la invisibilización de la violencia basada en género; la minimización del crimen; la violación sostenida de los derechos humanos de las mujeres,las niñas y las adolescentes; el menosprecio de la denuncia y de la búsqueda de respuestas concretas a las necesidades de protección frente al crimen. Conclusión Tal y como señalamos adelante, es preciso recalcar que no decimos que las víctimas o los agresores no tienen problemas psicológicos, sino más bien, evidenciar el papel dado a los mismos en el origen de la violencia. Al depositar la causa de la violencia basada en género en la psicología particular de víctimas u ofensores, ocultamos los aspectos culturales, sociales y económicos subyacentes a las relaciones desiguales de poder entre hombres y mujeres y que son el verdadero cultivo de la violencia basada en género. Al respecto, debemos recordar que la violencia funciona, es decir, cumple su cometido, y por ello es utilizada constantemente en nuestra sociedad. Ya sea que se utilicen motivos religiosos, económicos, raciales o genéricos, los sectores sociales que la utilizan, consiguen la subordinación, el sometimiento, la esclavitud o la muerte de sus víctimas y con ello, el poder. Es preciso por lo tanto, reconocer las verdaderas semillas de la violencia sistemática basada en el género y abandonar los enfoques que la mantienen y refuerzan. Es urgente trascender el paradigma psicologista y las otras barreras enunciadas, con el propósito de garantizar para todas las mujeres, el ejercicio de sus derechos humanos. La violencia basada en género es un crimen y por lo tanto, una violación a los mismos. En este sentido, es preciso que los programas atencionales para víctimas, articulen sus esfuerzos con el sistema de justicia y con una plataforma de servicios institucionales; propicien la creación y el desarrollo de políticas públicas en la materia; el cambio de la legislación y las trasformaciones culturales que hacen tolerable la violencia y otras violaciones a los derechos de las mujeres, las niñas y las adolescentes. 10 Finalmente, quisiéramos concluir con el reconocimiento de que las mujeres que experimentan distintas manifestaciones de violencia basada en género no son enfermas mentales, ellas son víctimas de un crimen y como tales, no son responsables de su propia victimización y tampoco, por lo tanto, se las puede responsabilizar de su detención. Ellas requieren justicia, apoyo, orientación y respuestas inmediatas a sus necesidades concretas. Todos los y las proveedoras de servicios de salud, debido a la oportunidad estratégica de poder detectar violaciones a los derechos humanos de las mujeres, debemos por lo tanto, incluir como parte del trabajo cotidiano, la detección sistemática y la atención requerida a quienes son víctimas de violencia basada en género; de lo contrario, seríamos cómplices silenciosos del crimen. Referencias Bibliográficas Buvinic M., Morrison, A., Shifter,M. (1999) La violencia en América Latina y el Caribe. Un marco de referencia par la acción. Washington, DC.: Banco Interamericano de Desarrollo Caplan, P. (1987) The myth of women´s masochism. New York: New American Library Claramunt, M.C. (2002) Explotación sexual comercial. Costa Rica. San José, Costa Rica: OIT/IPEC Eichler, M. (1988) Non sexist research methods. A practical guide. Massachussets: Allen and Unwin, Inc. OIT/IPEC (2003,a) Explotación sexual comercial. Síntesis Regional San José, Costa Rica OIT/IPEC (2003,b) Explotación sexual comercial. Documentos de trabajo. Reflexiones sobre programas de atención a víctimas. San José, Costa Rica Organización Internacional del Trabajo (1989). Convenio 182 sobre la prohibición de las peores formas de trabajo infantil y la acción inmediata para su eliminación. Organización de Estados Americanos (1994) Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer. Belem Do Pará, Brasil. Organización de las Naciones Unidas (1989) Convención de los Derechos del Niño Organización de las Naciones Unidas (1993) Conferencia Mundial de Derechos Humanos. Organización Mundial de la Salud (1999) Resolución de la 49ª Asamblea Mundial de la Salud 11 12