CATOLICOS, CRISTIANOS, ORTODOXOS, COPTOS…… Breves apuntes sobre estas iglesias en el mundo actual por Luis Antequera http://www.religionenlibertad.com La fiesta de Navidad de los cristianos Celebramos hoy los cristianos la Navidad, vale decir, el nacimiento del fundador de la religión que profesamos. Pero la pregunta es: ¿se ha celebrado siempre dicha Navidad de la misma manera en que lo hacemos actualmente? Lo cierto es que en los primeros tiempos del cristianismo, no sólo es que no se hiciera como ahora, es que ni siquiera hay constancia de que se celebrara. No existe alusión a la navidad ni en ninguno de los textos canónicos en los que podría haberse hecho (Hechos de los Apóstoles, Cartas de Pablo), ni en Justino, el que identificó la gruta en la que nació Jesús, ni en San Ireneo, ni en Tertuliano, ni en Orígenes, ni en San Agustín, por poner sólo unos ejemplos bien significativos. De hecho, el Papa León I (m.451), incluso desaconseja su celebración, por considerar que la celebración de los natalitia era una ceremonia pagana. No por casualidad, en el caso de los mártires se le llama dies natalis (día del nacimiento, literalmente), no al día en el que nacieron, sino a aquél en el que entregaban su vida por la causa, "naciendo" a una nueva vida. Cuando finalmente los cristianos se animan a conmemorar la natividad de su fundador, se abren dos vías diferentes hacia la celebración. La primera conduce al 6 de enero, y es por la que transitan, en general, las iglesias orientales, existiendo aún hoy iglesias como la armenia -ojo, la armenia apostólica; no, en cambio, la armenio-católica, en comunión con Roma- que lo continúan haciendo. La fecha estaría relacionada con una fiesta de la luz celebrada desde muy antiguo (consta haberse hecho en 239 a.C.) y también en Alejandría durante el reinado de Tiberio, es decir, en tiempos contemporáneos a de Jesús. Hacia finales del s. IV, un papiro egipcio coloca el relato de Lucas sobre el nacimiento como liturgia del día. La segunda vía que se abre conduce al 25 de diciembre, y es por la que, en general, se opta en las iglesias occidentales. Parece que el testimonio más antiguo de haber celebrado la Navidad un 25 de diciembre proviene de una Depositio martiryum del año 354. Un sermón de San Gregorio de Nisa confirma que para 380 se continúa haciendo. Todo habría empezado con la proclamación del culto al sol durante el reinado del Emperador filósofo, Marco Aurelio, concretamente en 274. En dicho culto, el 25 de diciembre era el día del Sol Invictus o del nacimiento del sol. La explicación es muy fácil de entender, ya que por tratarse del solsticio de invierno, es el día en el que el sol es más pequeñito, y de ahí en más no hace otra cosa que crecer. Nada más fácil para el cristianismo, que llevar a al práctica una nueva manifestación de ese recurso tan profusamente utilizado en la evangelización que es el sincretismo, o cristianización de objetos, lugares y fechas que eran sagrados ya en la religiosidad pagana previa. Aunque, como hemos visto, hasta 354 no tenemos constancia de que la comunidad cristiana celebrara la Navidad, es muy posible que ya se estuviera haciendo en tiempos del Emperador Constantino, el mismo que convirtiera el día del Sol en el dies dominicus, día del señor, domingo. Por lo que cabe inferir que de parecida manera, podría haber convertido la fiesta del nacimiento del dios-sol en la fiesta del nacimiento del Dios-niño. Como quiera que sea, hoy es para los cristianos un día muy especial. Así que no quiero despedirles sin expresarles mis mejores deseos de felicidad en esta nueva Navidad y que sigámonos viendo todos por este rincón y por otros. La Navidad de los ortodoxos Hoy 7 de enero, algunos cristianos del mundo, y no precisamente pocos, estarán celebrando la Navidad, del mismo modo en el que la gran mayoría lo hizo el 25 de diciembre y que la Iglesia armenia, según vimos ya, lo hizo el 6 de enero. La razón por la que estas iglesias de las que hablamos celebran la Navidad el 7 de enero tiene poco de teológica, como podríamos, por el contrario, afirmar de la Iglesia armenia cuando lo hace el 6 de enero, y está más relacionada con una cuestión mucho más prosaica y mundana, que es de la que vamos a hablar hoy. Todo empieza con el gran emperador romano Julio César, una de cuyas principales aportaciones a la Humanidad será precisamente la de su calendario, conocido en su honor como “juliano” e instaurado el año 46 a.C.. El calendario juliano, “inventado” por el alejandrino Sosígenes, parte de la premisa de que el año, definido como el período de tiempo que tarda la tierra en darle la vuelta al sol, dura 365,25 días, esto es, 365 días y la cuarta parte de otro. Por lo que ya en el calendario juliano, era preciso realizar un año bisiesto por cada cuatro para ajustar el año solar. Dieciséis siglos más tarde, los astrónomos del Papa Gregorio XIII, y notablemente el calabrés Aloysius Lilius (n.1510-m.1576) y el bávaro Cristóbal Clavius (n.1538-m.1612), jesuítas los dos, afinan mejor la duración del período y establecen que, en realidad, el año dura 365,242189 días. No hablamos, como se ve, ni de una cienmilesima de diferencia con lo establecido por Sosígenes, una cienmilésima que, sin embargo, había producido en los dieciséis siglos que había estado en vigor el calendario juliano, un adelanto del año en nada menos que diez días. Identificado el error, se procede a subsanarlo. El día 4 de octubre de 1582 lo hacen los primeros reinos cristianos, entre los cuales España, todos los de Italia y Portugal, -sometidos a la corona española-, y Polonia. De modo y manera que a dicho 4 de octubre no seguirá, como habría sido de esperar, el 5, sino el 15. En otras palabras, en los países indicados, el 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13 y 14 de octubre de 1582 no existieron, nada sucedió en ellos. Las iglesias ortodoxas, aunque no puedan negar que el nuevo calendario sea mucho más preciso, rechazan una vez más plegarse a Roma, y se aferran al calendario juliano. Sólo en pleno s. XX, los gobiernos de los países pertenecientes al bloque ortodoxo sienten la necesidad de ir adaptando sus calendarios a los criterios gregorianos, cosa que se lleva a efecto el 31 de marzo de 1916 en Bulgaria, el 14 de febrero de 1918 en Rusia y Estonia, el 31 de marzo de 1919 en Rumania, y el 15 de febrero de 1923 en Grecia. En todos los casos, será necesario saltar catorce días, tres más que en el caso de España, la primera en adoptar el calendario gregoriano, pues el desfase había seguido creciendo a razón de tres días cada cuatro siglos. La adaptación de la vida política y civil al nuevo calendario gregoriano no representará siempre, sin embargo, la acomodación también de la vida religiosa. De hecho, la Iglesia ortodoxa rusa, aunque sí lo haga el Gobierno de la nación, nunca aceptará el nuevo calendario, por lo que a efectos de festividades religiosas, la Navidad rusa continuará celebrándose el 25 de diciembre juliano, equivalente, hoy, al 7 de enero gregoriano. Pero la posición rusa no será la común de todas las iglesias ortodoxas, unas iglesias con un nivel de desconocimiento mutuo y de autonomía muy superior a aquélla de la que gozan las iglesias católicas. Y así, mientras la iglesia rusa no aceptaba el cambio producido en el ámbito civil, las iglesias ortodoxas búlgara, griega o rumana sí lo hacían, unificando la fecha de la Navidad a la fecha civil, y por esta vía indirecta, también a aquélla en la que la celebran las iglesias católicas. Lo que en estos países ocurrirá entonces será un profundo movimiento de contestación, culminado con verdaderas escisiones de lo que se darán en llamar iglesias veterocalendaristas (de vetero=viejo, y calendario) que, aunque minoritarias, eso sí, preferían y prefieren seguir celebrando las festividades religiosas de acuerdo con el calendario juliano. Como quiera que sea, son varios cientos de millones de cristianos los que celebrarán hoy la Navidad, una Navidad que hasta 1582 celebraban en comunión con las iglesias occidentales, pero que a partir de dicha fecha, y por razones en modo alguno religiosas, dejaron de hacerlo. Lo que no es óbice para que desde esta página, y como ya hicimos el 25 de diciembre, les deseemos también a estos cristianos “diferentes”, una muy feliz Navidad 2010. La Semana Santa de católicos y ortodoxos Aunque tanto católicos como ortodoxos (y por descontado, protestantes, que observan en esto idénticos criterios a los católicos) aceptemos la misma regla a la hora de determinar las fechas pascuales de cada año, no siempre, sin embargo, celebramos juntos unos y otros la Pascua. ¿Por qué pues, algo más de la mitad de las pascuas las celebramos católicos y ortodoxos en fecha diferente, y sólo algo menos de la mitad en la misma fecha? Pues bien, ello tiene que ver con la reforma gregoriana del calendario, un tema que ya hemos tenido ocasión de tratar en esta columna. Todo empieza cuando los astrónomos del Papa Gregorio XIII, y notablemente el calabrés Aloysius Lilius (n.1510-m.1576) y el bávaro Cristóbal Clavius (n.1538-m.1612), jesuítas los dos, se percatan de que el año no dura 365,25 días como habían determinado con bastante pero no con absoluta precisión los astrónomos de Julio César que había creado el calendario juliano en 46 a.C. sino que dura en realidad 365,242189 días. Una pequeña cienmilesima de diferencia que en los dieciséis siglos que había estado en vigor el calendario juliano hasta que el Papa Gregorio se planteara su ajuste, había producido un retraso del año en nada menos que diez días. El error se subsanó haciendo desaparecer diez días del calendario, a saber, los diez que siguieron al 4 de octubre de 1582 los cuales, a efectos históricos, no ocurrieron. En otras palabras, no encontrarán Vds. ningún evento ocurrido en esas fechas. Un cambio que fue inmediatamente asumido en los países católicos –España por cierto, el primero del mundo en hacerlo-, pero no, en cambio, en los ortodoxos, que no lo adaptarán hasta bien entrado el s. XX. Así, el 31 de marzo de 1916, lo hace Bulgaria; el 14 de febrero de 1918, Rusia y Estonia; el 31 de marzo de 1919, Rumania; y el 15 de febrero de 1923, Grecia. En todos los casos, será necesario saltar catorce días, cuatro más que en el caso de España, pues el desfase había seguido creciendo desde que en 1582 los países pioneros dieran el salto al calendario gregoriano. Pero eso no es todo: es que el cambio producido en estos países ortodoxos sólo lo será a efectos civiles, no religiosos, algo que ya tuvimos ocasión de analizar cuando hablamos de la Navidad que celebran nuestros hermanos ortodoxos, lo que hace que, aunque el calendario civil de estos países sea gregoriano, las fiestas religiosas se sigan determinando de acuerdo con el calendario juliano. La reforma gregoriana quiebra, pues, una vez más la unidad de celebración del mundo cristiano, y en el mundo católico y en el mundo ortodoxo, empieza a determinarse el día en el que se celebra el Domingo de Resurrección de manera separada, coincidiendo dicha determinación sólo cuando concurre una circunstancia muy concreta, a saber: la luna llena de primavera, o lo que es lo mismo, la primera luna llena después del equinoccio de primavera, está separada de dicho equinoccio en más de catorce días, dando tiempo a que, por medio, ocurra el 21 de marzo juliano (equinoccio teórico, que no real por el desfase que lleva el calendario juliano), catorce días después, con lo que la luna llena posterior coincide. En cualquier otro caso, “la luna llena ortodoxa”, por así decir, es posterior a “la católica”, lo que tiene una consecuencia muy clara: la Semana Santa ortodoxa puede ser posterior a la católica, cosa que como hemos dicho, ocurre con frecuencia, pero nunca anterior. Pues bien, esa coincidencia de lunas es, precisamente, lo que ha ocurrido este año. Año en el que se da, además, otra circunstancia singular: y es que es de las pocas ocasiones en el que la coincidencia se repite respecto del año anterior, pues el pasado año 2010, católicos y ortodoxos ya celebramos juntos la Semana Santa. No volveremos a hacerlo hasta 2014, y luego otra vez, de nuevo, en 2017. Así pues, “¡Kalo Pasxa!”, “¡Feliz Pascua!”, a nuestros hermanos ortodoxos también, como ya el martes se lo deseamos a los hermanos judíos. La Semana Santa de los ortodoxos Sí señor, así es. Hoy lunes (ayer para Vds. que lo leen) da comienzo la Semana Santa de nuestros hermanos ortodoxos. Y la pregunta es: ¿a qué es debida esta discrepancia de fechas en la celebración de un evento sobre el que existen pocas o ninguna discrepancia entre una iglesia, la católica, y otras, las ortodoxas? Lo primero que se ha de decir es que esto no ocurre todos los años, pero sí bastantes, aproximadamente cinco de cada seis según parece, y que este año toca, pero el año pasado, como tuvimos ocasión de conocer en su momento, no, y católicos y ortodoxos celebramos la Pascua en idénticas fechas. El hecho se halla íntima (pero no únicamente) relacionado con el calendario gregoriano que entró en vigor en 1582, y que aunque hoy día rige ya en toda Europa incluídos los países ortodoxos que se adhirieron a él a principios del s. XX (Grecia, Bulgaria, Rusia), sólo lo hace en esos países a efectos civiles, y no a efectos festivo-religiosos. Lo ocurrido en las iglesias orientales ortodoxas es muy curioso: se mantiene el 21 de marzo como la fecha del equinoccio primaveral, pero se desatiende al equinoccio astronómico, y como dicho 21 de marzo juliano se corresponde con el 4 de abril gregoriano, el equinoccio calendárico tiene lugar el 4 de abril. Ahora bien, como Vd., ávido lector de esta columna no ignora, la luna llena que marcó la Semana Santa católica se produjo el 6 de abril, por lo que dicha divergencia no debería haber tenido ninguna consecuencia en tal año como éste, pues el 6 de abril habría sido la primera luna llena tanto después del equinoccio católico-astronómico del 20 de marzo, como después del equinoccio ortodoxo-calendárico del 4 de abril. ¿Qué es lo que ha pasado? Pues ha pasado que a los efectos que aquí nos ocupan, se ha de tomar aún en consideración un segundo efecto (un nuevo error astronómico, en realidad): el desfase de 4-5 días en la fijación de la luna llena a los efectos por los ortodoxos. En otras palabras: esa luna llena “astronómica” del 6 de abril a efectos festivo-religiosos no se produjo el día 6, sino que se producirá mañana día 10 (fecha en la que astronómicamente hablando, nos hallaremos ya en menguante). Por lo que el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera en las iglesias ortodoxas -por lo demás la misma regla que rige en las iglesias de adscripción romana, lo que es importante remarcar, pues constata que la discrepancia es calendárica, no litúrgica- será el del próximo 15 de abril, Domingo de Resurrección 2012 en dichas iglesias. Por si todo esto fuera poco, resulta que el calendario juliano sólo rige en según qué iglesias orientales y en según qué fiestas. Y así, tuvimos ocasión de conocer cómo para la determinación de la Navidad, -en la que debería existir un desfase de trece días, como trece son los días de diferencia entre el calendario juliano y el gregoriano-, determinadas iglesias ortodoxas que sí utilizan el calendario juliano para determinar la Semana Santa, utilizan, sin embargo, el gregoriano para determinar la Navidad, que celebran, por así decir, “en comunión” con Roma: caso de Bulgaria, Grecia o Rumanía, no en cambio, Rusia. Lo que va a ocurrir en los países que así lo hacen será un profundo malestar, culminado con verdaderas escisiones de lo que se darán en llamar las iglesias veterocalendaristas (de vetero=viejo, y calendario), que aunque minoritarias, preferirán seguir celebrando todas las festividades religiosas, -la Navidad también-, de acuerdo con el calendario juliano. Un poquito complicado, lo reconozco, pero como decía aquella canción archifamosa, “El jardín prohibido” del italiano Sandro Giacobbe que también y tan bien interpretó nuestro Sergio Dalma, “la vida es así, no la he inventado yo”, humilde juntaletras que se limita a explicárselo como se lo han contado, y en la manera menos complicada de hacerlo que ha encontrado. Mucho me gustaría saber que lo he logrado. La Semana Santa de los ortodoxos griegos Ahora que, conforme vimos ayer, por cuestiones más relacionadas con el calendario que por verdaderas diferencias dogmáticas o litúrgicas, nuestros hermanos ortodoxos se hallan celebrando los mismos eventos que nosotros hemos celebrado hace una semana, es momento de realizar un somero repaso de lo que son las más llamativas tradiciones pascuales en algunos de los más importantes países ortodoxos. Y ya que así lo hacemos, parece lo propio comenzar por el que constituye la cuna de la Iglesia ortodoxa, Grecia, país en el que un 97% de su población de 11 millones de habitantes profesa la ortodoxia (y en el que los católicos son tan pocos que son menos que, por ejemplo, los musulmanes, no alcanzando ni el 1%). Curiosamente, la página web de una agencia de viajes, Viajes Iberia, nos ofrece maravillosa información al respecto, tan de agradecer que me parece de justicia hacer expresa cita de ella. Pues bien, en Grecia, durante el Jueves Santo se consume el llamado tsoureki, un pan dulce, cocido y aderezado con huevos teñidos de rojo que evoca de alguna manera nuestro roscón de Reyes. Los huevos que lo adornan son símbolo ancestral de renovación de la vida: su color rojo simboliza el triunfo de la vida y la sangre de Cristo. Antiguamente, se colocaba el primer huevo en el iconario de la casa, y se pintaba de rojo la cabeza y espalda de los corderitos para protegerlos del mal. En las iglesias por su parte, se representa la crucifixión, y las mujeres pasan la noche en vigilia, prendiendo velas y cantando en los templos. Durante el Viernes Santo (agárrense al sillón), las banderas permanecen a media asta y las iglesias tocan a difunto. Mujeres y niños cubren las iglesias de flores y los cristos son sacados en procesión a los cementerios locales. La comida tradicional consiste en sopas y platos sencillos cocinados con agua y nada de aceite. Y eso el que no realiza un ayuno, una práctica que es bastante común. El momento álgido de la Semana Santa griega se produce el Sábado Santo. Vuelvan a agarrarse al sillón: tras escoltar el Ejército mismo (aquí en España, al día de hoy, el Ejército tiene prohibido rendir honores militares al Santísimo o participar en eventos religiosos) la conocida como “llama eterna nacional” a un centro de distribución de donde sacerdotes de todo el país la recogen para llevarla a sus comunidades (si se dan cuenta Vds., al modo en el que se recoge y distribuye el fuego olímpico), poco antes de las doce de la noche las luces de las iglesias se apagan y sólo la llama eterna resplandece en el altar. Al llegar la medianoche, el sacerdote proclama: “Christos anesti!” [¡Cristo ha resucitado!] y la llama es distribuída entonces entre todos los presentes y el templo se ilumina con las velas de todos ellos. Durante el Domingo de Resurrección, y una vez que los más devotos han completado la larga liturgia de la madrugada, las campanas repican, los barcos hacen sonar sus sirenas y encienden sus luces, petardos y fuegos artificiales inundan la noche, mientras cientos de lucecitas, las que portan los fieles con la llama eterna, iluminan las calles. Al llegar a casa, con el humo de la vela y al modo en que hicieran los judíos en Egipto con la sangre de los corderos degollados, marcan una cruz en la puerta. Una vez dentro, prenden las velas de los iconos domésticos y de la mesa antes de tomar la cena de Pascua con toda la familia. El día queda marcado por el aroma a cordero y cabrito asados, ouzo y todo tipo de caldos vertidos con generosidad. El Lunes Santo o Lunes de Pascua es también fiesta y se toma con calma, presumiblemente para pasar la resaca del Domingo de Resurrección, celebrado como se ve con toda alegría. La Semana Santa de los ortodoxos rumanos O Rumania, así sin acento, como se decía, -al menos en España, no sé si también en otros países hispanoparlantes-, hace ya unos añitos, cuando yo era un niño. Un término mucho más parecido, por otro lado, al modo en el que los propios rumanos pronuncian el nombre de su país (/ro.mɨ´ni.a/), y además, coherente con el modo en que los propios españoles pronunciamos otros países con similar estructura fonética (Estonia y no Estonía, Lituania y no Lituanía). La población rumana es eminentemente ortodoxa: un 86% de sus habitantes lo son, frente a un 5% de católicos, un 6% de protestantes de diferente adscripción y un 0,3% de musulmanes. La inmensa mayoría de los rumanos se halla por lo tanto, en fechas tales como éstas, en plena Semana Santa, una Semana Santa que celebran con ritos muy particulares que les voy a relatar a partir de lo que a mí me cuenta una buena especialista en el tema: mi gran amiga rumana Valen. Las fechas vacacionales para empezar, poco o nada tienen que ver con las que seguimos en España. En Rumanía se trabaja el Jueves Santo y el Viernes Santo, pero son festivos el lunes y el martes que siguen al Domingo de Resurrección. El viernes debe de ser un día particularmente duro para los rumanos, porque al trabajo se ha de añadir un ayuno completo que alcanza hasta la ingesta de agua, unido por supuesto a otros ayunos no meramente culinarios: no se fuma (hábito muy extendido en Rumanía), no se usan perfumes, etc., etc., etc.. Hablando de prácticas alimentarias, durante la Cuaresma se practica una abstinencia severísima, que no es sólo de carne, como entre los católicos, sino que incluye el pescado, los huevos, la leche, o toda otra fuente de proteínas, y que sólo permite ingerir frutas y verduras… (Para que luego se crean los vegetarianos que han inventado algo). Abstinencias, por cierto, que también se practican antes de Navidad y entorno al 15 de agosto. El Jueves Santo es tradición en las casas preparar lo que se da en llamar el cozonac, un finísimo bizcocho con un aroma parecido a otro que ha alcanzado entre nosotros mayor conocimiento como es el panettone italiano, el cual se consume durante todos los días de la Semana Santa menos el Viernes, en que se está de ayuno. Ese mismo día jueves se procede a esa práctica tan ortodoxa (vigente, aunque quizás con menos intensidad, en todas las confesiones cristianas) de pintar los huevos, en este caso, en rojo, si bien últimamente la costumbre transige hoy con otros diseños menos estrictos. Un rojo que, como ya señalamos cuando de Grecia hablábamos, simboliza la sangre de Cristo. A la medianoche que va del sábado al domingo, se produce la gran vigilia que puede durar la entera madrugada, con el encendido de velas a partir de una llama inicial, y el continuo procesionar saliendo y reentrando en las iglesias. En la iglesia se bendicen trozos de pan (no se trata de la eucaristía, es una práctica diferente, comparable en todo caso a la costumbre católica de bendecir el agua) que la gente se lleva a casa junto con la vela encendida y va consumiendo hasta que termina. Y el domingo es la gran fiesta. En ella, la que la comida tradicional es el cordero, así como numerosos dulces entre los cuales una tarta de queso llamada pasca. Los rumanos se felicitan por la calle diciendo “Hristos a inviat!” (“¡Cristo ha resucitado!”), a lo que el aludido responde “Adevărat a înviat!” (“¡En verdad ha resucitado!”). Así pues, por mi parte, nada más que desear Paşte feriçit! (feliz Pascua) a todos los rumanos de buena voluntad que conviven con nosotros, y también a los que no lo hacen, y que tal día como hoy y mañana, se hallan en los momentos estelares de su Semana Santa. ¿Son ortodoxos los Coptos? Es curioso que tanto en la mayoría de los medios que se han hecho eco de la muerte del Patriarca de los Coptos Shenouda III, como incluso entre personas muy versadas en la fe cristiana y en las diferencias existentes entre las distintas confesiones del cristianismo, me he encontrado a muchos que creen que los coptos son ortodoxos, es decir en comunión con las iglesias orientales europeas producto del cisma de Miguel Cerulario de 1054. ¿Razón del craso error? No me cabe duda: el nombre por el que se identifican a sí mismos los coptos como cristianos ortodoxos coptos, en árabe al-Kinisa al-Qubtiyya al-Urthudhuksiyya. Yo mismo he tenido ocasión de hablar con coptos que hablan de sí mismos como ortodoxos, induciendo a la confusión. Una confusión que viene renovada estos días en los que estamos empezando a conocerles un poco mejor con la triste ocasión de la muerte de su patriarca, Shenouda III, y antes con los eventos que están ocurriendo en Egipto, los cuales nos hacen temer seriamente por la suerte de la importante comunidad cristiana presente en el país del Nilo. Pues bien, para terminar de una vez por todas con el equívoco, permítanme empezar este artículo informando a Vds. de que siendo ambos grupos (coptos egipcios y ortodoxos europeos), cristianos, y haciéndose llamar ambos "ortodoxos", los coptos egipcios tienen tanto que ver con los ortodoxos europeos u orientales como con los propios católicos: es decir nada. Nada más allá de la idéntica intención que anima a unos y a otros cuando se autoatribuyen denominación tan exigente, "ortodoxos", que no es otra que la de hacer ver que son ellos son los que interpretan correctamente el dogma. La ruptura de la Iglesia copta frente al resto de la Iglesia procede del Concilio de Calcedonia del año 451, en el que se condena la herejía monofisita, una herejía en la que los coptos perseverarán, pero no así las iglesias europeas: ni las orientales que luego constituirán las iglesias ortodoxas, ni las occidentales, a la que luego se conocerá como Iglesia Católica, que por lo que a la naturaleza de Jesús y por lo que a la condena del monofisismo se refiere, se hallan en perfecta comunión, y en abierta contradicción, en cambio, con los monofisitas coptos. Lo cual no quita para que se produzcan una serie de intentos continuados de comunión entre católicos y coptos, por un lado, y entre ortodoxos y coptos por otro, aunque ninguno de ellos excesivamente engalanado con el premio del éxito. Por lo que al campo católico se refiere, el primer intento se produce en el Concilio de Florencia, con la firma del documento Cantate domino (1442) que, sin embargo, no será ratificado en Egipto y, en consecuencia, no entrará en vigor. Un segundo intento tendrá lugar en 1595, pero su vigencia será tan corta como siete años, pues en 1602 se produce el nuevo cisma. Entretanto, los franciscanos de Tierra Santa, los capuchinos franceses desde 1630, y los jesuitas desde 1675, van misionando en tierras coptas, consiguiendo un lento goteo de conversiones, entre las cuales una de especial importancia, la del obispo Amba Athanasius en 1741, que se une a Roma junto con una pequeña comunidad de unos dos mil fieles. Y aunque Athanasius retornará a la Iglesia copta, la sucesión católica continúa en su persona. Tras un intento frustrado en 1824, en 1895 León XIII crea finalmente el Patriarcado para los católicos coptos y nombra un patriarca en la persona de Cirilo II, si bien cuando éste, apenas diez años después, presenta su dimisión, el patriarcado vuelve a quedar vacante. No es hasta 1947 que se elige un nuevo Patriarca, Marcos II, cuya sucesión continúa ininterrumpidamente hasta nuestros días, en que es titular del Patriarcado Antonio Naguib desde 2006. La Iglesia Copto-católica es, no obstante, una iglesia muy pequeña, formada por apenas doscientos mil fieles, la mayoría de ellos en Egipto. Por lo que se refiere a la ortodoxia europea (llamémosla así para diferenciarla de la egipcia), junto a la Iglesia Copto-católica existe también una Iglesia Copto-ortodoxa, que debe su existencia al patriarcado establecido en el s. V por el Emperador Justiniano, la cual cuenta actualmente con algún centenar de miles de fieles, (probablemente menos que los copto-católicos), un centenar de sacerdotes y un patriarca, Teodoro II. Todo lo cual convierte a Alejandría, fíjense Vds., en la ciudad de los tres patriarcas, el copto, el católico y el ortodoxo, sin ninguna relación entre ellos, -es más, en algunos momentos de la historia que no parecen ser los actuales, en una relación que dejaba no poco que desear-, y cuyos patriarcas, los tres, derivan su legitimidad del que fuera el primer obispo de la ciudad y fundador de la iglesia alejandrina, el Evangelista Marcos. Por existir, existe incluso una cuarta comunidad más reducida si cabe, la Copto-protestante, producto de las misiones que en Egipto introduce en su momento Inglaterra. En cuanto a la Iglesia Ortodoxa Copta (insistimos, no confundir con la Iglesia Copto-ortodoxa) de la que era patriarca –papa copto, podemos decir a los efectos- el recién fallecido Shenouda III, abarca unos 60 millones de fieles, y se extiende sobre todo por Etiopía (unos 51 millones de fieles), y Egipto (unos 7 millones de fieles), así como por Eritrea (unos 2 millones de adeptos) y Sudán (otros 500.000); a las que añadir las iglesias coptas en la diáspora, de la que la más importante la norteamericana (unos 200.000 seguidores). En España apenas abarca un par de centenares de fieles, concentrados en Cervera, en Lérida, con un portavoz que es Samir Farouk, al que tuve el placer de entrevistar en el programa de Radio María Iglesia perseguida. En cuanto a su organización jerárquica, se constituye en tres grandes patriarcados, el de Alejandría, del que era titular Shenouda III; el de Etiopía cuyo titular es desde 1992 el Patriarca Pablo; y el de Eritrea, cuyo titular es desde 2003 el Patriarca Dióscoro