LA LENGUA DE LAS MARIPOSAS (TEXTO COMPLETO) 5 10 15 20 25 30 35 40 "¿Qué hay, Gorrión? Espero que este año podamos ver por fin la lengua de las mariposas". El maestro aguardaba1 desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de como se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de poderosas lentes. "La lengua de la mariposa es una trompa enroscada2 como un resorte de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz3 para chupar. Cando lleváis el dedo humedecido a un tarro 4 de azúcar ¿a que sienten ya el dulce en la boca como si la yema5 fuera la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa".Y entonces todos teníamos envidia de las mariposas. Que maravilla. Ir por el mundo volando, con esos trajes de fiesta, y parar en flores como tabernas con barriles llenos de almíbar6. Yo quería mucho a aquel maestro. Al principio, mis padres no podían creerlo. Quiero decir que no podían entender como yo quería a mi maestro. Cuando era un "picarito 7", la escuela era una amenaza terrible. Una palabra que cimbraba 8 en el aire como una vara de mimbre9. "¡Ya verás cuando vayas a la escuela!" Dos de mis tíos, como muchos otros mozos, emigraron a América por no ir de quintos10 a la guerra de Marruecos. Pues bien, yo también soñaba con ir a América sólo por no ir a la escuela. De hecho, había historias de niños que huían al monte para evitar aquel suplicio. Aparecían a los dos o tres días, ateridos11 y sin habla, como desertores del Barranco del Lobo12. Yo iba para seis años y me llamaban todos Gorrión13. Otros niños de mi edad ya trabajaban. Pero mi padre era sastre 14 y no tenía tierras ni ganado. Prefería verme lejos y no enredando en el pequeño taller de costura. Así pasaba gran parte del día correteando por la Alameda15, y fue Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, el que me puso el apodo. "Pareces un gorrión". Creo que nunca corrí tanto como aquel verano anterior al ingreso en la escuela. Corría como un loco y a veces sobrepasaba el límite de la Alameda y seguía lejos, con la mirada puesta en la cima del monte Sinaí, con la ilusión de que algún día me saldrían alas y podría llegar a Buenos Aires. Pero jamás sobrepasé aquella montaña mágica. "¡Ya verás cuando vayas a la escuela!" Mi padre contaba como un tormento, como si le arrancara las amígdalas con la mano, la manera en que el maestro les arrancaba la jeada16 del habla para que no dijeran ajua ni jato ni jracias. "Todas las mañanas teníamos que decir la frase 'Los pájaros de Guadalajara tienen la garganta llena de trigo'. ¡Muchos palos llevábamos 17 por culpa de Juadalagara!" Si de verdad quería meterme miedo, lo consiguió. La noche de la víspera18 no dormí. Encogido en la cama, escuchaba el reloj de la pared en la sala con la angustia de un condenado. El día llegó con una claridad de mandil19 de carnicero. No mentiría si les hubiese dicho a mis padres que estaba enfermo. 1 esperaba enroulée 3 calice : enveloppe extérieure à la base des fleurs en forme de vase 4 pot 5 bourgeon 6 sirop 7 un pícaro : un gosse, un coquin, un malin 8 cimbrar : cingler 9 une baguette en osier 10 ir de quintos : être appelé sous les drapeaux 11 transis de froid 12 en Marruecos, sitio donde los españoles sufrieron una emboscada desastrosa durante la guerra del Rif en 1909 13 un gorrión : un moineau 14 tailleur, couturier 15 promenade, avenue 16 el hecho de sustituir la ge por la jota propio del habla gallego 17 llevar palos : sufrir daños, perjuicios 18 la veille 19 tablier 2 45 50 55 60 65 70 75 80 El miedo, como un ratón, me roía20 por dentro. Y me meé21. No me meé en la cama sino en la escuela. Lo recuerdo muy bien. Pasaron tantos años y todavía siento una humedad cálida y vergonzosa escurriendo22 por las piernas. Estaba sentado en el último pupitre, medio escondido con la esperanza de que nadie se percatara23 de mi existencia, hasta poder salir y echar a volar por la Alameda. "A ver, usted, ¡póngase de pie!" El destino siempre avisa. Levanté los ojos y vi con espanto que la orden iba para mi. Aquel maestro feo como un bicho me señalaba con la regla. Era pequeña, de madera, pero a mi me pareció la lanza de Abd el-Krim24. "¿Cuál es su nombre?" "Gorrión". Todos los niños rieron a carcajadas. Sentí como si me batieran con latas25 en las orejas. "¿Gorrión?" No recordaba nada. Ni mi nombre. Todo lo que yo había sido hasta entonces había desaparecido de mi cabeza. Mis padres eran dos figuras borrosas que se desvanecían en la memoria. Miré cara al ventanal, buscando con angustia los árboles de la alameda. Y fue entonces cuando me meé. Cuando se dieron cuenta los otros rapaces 26, las carcajadas aumentaron y resonaban como trallazos27. Huí. Eché a correr como un loquito con alas. Corría, corría como solo se corre en sueños y viene tras de uno el Sacaúnto28. Yo estaba convencido de que eso era lo que hacía el maestro. Venir tras de mi. Podía sentir su aliento en el cuello y el de todos los niños, como jauría 29 de perros a la caza de un zorro. Pero cuando llegué a la altura del palco de la música30 y miré cara atrás, vi que nadie me había seguido, que estaba solo con mi miedo, empapado de sudor y de meos. El palco estaba vacío. Nadie parecía reparar en mi, pero yo tenía la sensación de que toda la villa estaba disimulando, que docenas de ojos censuradores acechaban 31 en las ventanas, y que las lenguas murmuradoras no tardarían en llevarle la noticia a mis padres. Las piernas decidieron por mi. Caminaron hacia al Sinaí con una determinación desconocida hasta entonces. Esta vez llegaría hasta A Coruña y embarcaría de polisón32 en uno de esos navíos que llevan a Buenos Aires. Desde la cima del Sinaí no se veía el mar sino otro monte más grande todavía, con peñascos recortados como torres de una fortaleza inaccesible. Ahora recuerdo con una mezcla de asombro y nostalgia lo que tuve que hacer aquel día. Yo sólo, en la cima, sentado en silla de piedra, bajo las estrellas, mientras en el valle se movían como luciérnagas 33 los que con candil34 andaban en mi búsqueda. Mi nombre cruzaba la noche cabalgando sobre los aullidos de los perros. No estaba sorprendido. Era como si atravesara la línea del miedo. Por eso no lloré ni me resistí cuando llegó donde apareció junto a mí la sombra regia35 de Cordeiro. Me envolvió con su chaquetón y me abrazó en su pecho. "Tranquilo Gorrión, ya pasó todo". Dormí como un santo aquella noche, pegadito a mamá. Nadie me reprendió. Mi padre se había quedado en la cocina, fumando en silencio, con los codos sobre el mantel de hule 36, las 20 21 roer : ronger mearse : faire sur soi 22 escurrir : couler 23 = se diera cuenta 24 protagonista de la descolonización de Marruecos durante la guerra del Rif 25 lata : boîte de conserve 26 los otros chavales, niños 27 coups de corde 28 = el hombre del saco : personaje de leyenda que tenía la fama de llevarse a los niños traviesos en un saco 29 une meute 30 kiosque à musique 31 acechar : guetter 32 passager clandestin 33 vers luisant 34 lampe 35 propia de un rey 36 toile cirée 85 90 95 colillas37 amontonadas en el cenicero de concha de vieira, tal como pasara cuando había muerto la abuela. Tenía la sensación de que mi madre no me había soltado de la mano en toda la noche. Así me llevó, agarrado como quien lleva un serón38 en mi vuelta a la escuela. Y en esta ocasión, con corazón sereno, pude fijarme por vez primera en el maestro. Tenía la cara de un sapo39. El sapo sonreía. Me pellizcó40 la mejilla con cariño. "¡Me gusta ese nombre, Gorrión!". Y aquel pellizco me hirió como un dulce de café. Pero lo más increíble fue cuando, en el medio de un silencio absoluto, me llevó de la mano cara a su mesa y me sentó en su silla. Y permaneció de pie, agarró un libro y dijo: "Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso". Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. "Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quien le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta". A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas. Una tarde parda y fría... 100 105 110 115 120 125 "Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?" "Una poesía, señor". "¿Y como se titula?" "Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado". "Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación.". El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas 41 como niño que era de Altamira, carraspeó42 como un viejo fumador de picadura43 y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano44 de Montevideo. Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase. En un cartel se representa a Caín fugitivo, y muerto Abel, junto a una marcha carmín... "Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?", preguntó el maestro. "Que llueve después de llover, don Gregorio". "¿Rezaste?", preguntó mamá, mientras pasaba la plancha 45 por la ropa que papá había cocido durante el día. En la cocina, la olla46 de la cena despedía un aroma amargo de nabiza47. "Pues si", dije yo no muy seguro. "Una cosa que hablaba de Caín y Abel". "Eso está bien", dijo mamá. "No se por que dicen que ese nuevo maestro es un ateo". "¿Qué es un ateo?" "Alguien que dice que Dios no existe". Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón. 37 les mégots une couffe (panier de pêcheur) 39 un crapaud 40 pellizcar : pincer 41 pommes de pin 42 se racler la gorge 43 = tabaco 44 dicho de una persona: que vuelve rica de América 45 le fer à repasser 46 la marmite 47 feuille de navet 38 130 135 140 145 150 155 160 165 170 "¿Papá es un ateo?" Mamá posó la plancha y me miró fijo. "¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada 48?" Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían49 en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios. Decían dos cosas: Cajo50 en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios. "¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?" "¡Por supuesto!" El hervor51 hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza52. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada53 como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras 54. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido55. "El Demonio era un ángel, pero se hizo malo". La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras. "El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?" "Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?" "Mucho. Y no pega. El maestro no pega". No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, " parecéis carneros56", y hacía que se dieran la mano. Luego, los sentaba en el mismo pupitre. Así fue como hice mi mejor amigo, Dombodán, grande, bondadoso y torpe57. Había otro rapaz, Eladio, que tenía un lunar58 en la mejilla, al que le hubiera zurrado59 con gusto, pero nunca lo hice por miedo a que el maestro me mandara darle la mano y que me cambiara junto a Dombodán. El modo que tenía don Gregorio de mostrar un gran enfado era el silencio. "Si ustedes no se callan, tendré que callar yo". Y iba cara al ventanal, con la mirada ausente, perdida en el Sinaí. Era un silencio prolongado, desasosegante60, como si nos dejara abandonados en un extraño país. Sentí pronto que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que tocaba era un cuento fascinante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y el sístole y diástole del corazón61. Todo se enhebraba62, todo tenía sentido. La hierba, la oveja, la lana, mi frío. Cuando el maestro se dirigía al mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminara la pantalla del cine Rex. Sentíamos el miedo de los indios cuando escucharon por vez primera el relincho de los caballos y el estampido del arcabuz63. Íbamos a lomo de los elefantes de Aníbal de Cartago por las nieves de los Alpes, 48 = tontería escupir : cracher 50 otro caso de « jeada » Cf. nota 15 51 l’ébullition 52 brocolis 53 renfrognée, maussade 54 jambes 55 un handicapé 56 des agneaux 57 maladroit 58 un grain de beauté 59 zurrar = dar golpes 60 inquiétant, angoissant 61 systole et diastole : contractions du coeur 62 enhebrarse : prendre forme (fig.) 63 le coup de feu de l’arquebuse 49 175 180 185 190 195 200 205 camino de Roma. Luchamos con palos y piedras en Ponte Sampaio 64 contra las tropas de Napoleón. Pero no todo eran guerras. Hacíamos hoces y rejas de arado 65 en las herrerías66 del Inicio. Escribimos cancioneros de amor en Provenza y en el mar de Vigo. Construimos el Pórtico da Gloria67. Plantamos las patatas que vinieron de América. Y a América emigramos cuando vino la peste de la patata. "Las patatas vinieron de América", le dije a mi madre en el almuerzo, cuando dejó el plato delante mío. "¡Que iban a venir de América! Siempre hubo patatas", sentenció ella. "No. Antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz". Era la primera vez que tenía clara la sensación de que, gracias al maestro, sabía cosas importantes de nuestro mundo que ellos, los padres, desconocían. Pero los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Las arañas de agua inventaban el submarino. Las hormigas cuidaban de un ganado que daba leche con azúcar y cultivaban hongos68. Había un pájaro en Australia que pintaba de colores su nido con una especie de óleo que fabricaba con pigmentos vegetales. Nunca me olvidaré. Se llamaba tilonorrinco. El macho ponía una orquídea en el nuevo nido para atraer a la hembra69. Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y feriados que pasaba por mi casa y íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del rió, las gándaras70, el bosque, y subíamos al monte Sinaí. Cada viaje de esos era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Una mantis. Un caballito del diablo71. Un escornabois72. Y una mariposa distinta cada vez, aunque yo solo recuerde el nombre de una es la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima posada en el barro o en el estiércol73. De regreso, cantábamos por los caminos como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía: "Y ahora vamos a hablar de los bichos de Gorrión". Para mis padres, esas atenciones del maestro eran una honra. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos. "No hacía falta, señora, yo ya voy comido", insistía don Gregorio. Pero a la vuelta, decía: "Gracias, señora, exquisita la merienda". "Estoy segura de que pasa necesidades", decía mi madre por la noche. "Los maestros no ganan lo que tienen que ganar", sentenciaba, con sentida solemnidad, mi padre. "Ellos son las luces de la República". "¡La República, la República! ¡Ya veremos donde va a parar la República!" Mi padre era republicano. Mi madre, no. Quiero decir que mi madre era de misa diaria y los republicanos aparecían como enemigos de la Iglesia. Procuraban no discutir cuando yo estaba delante, pero muchas veces los sorprendía. "¿Qué tienes tu contra Azaña74? Esa es cosa del cura, que te anda calentando la cabeza". 210 215 "Yo a misa voy a rezar", decía mi madre. "Tú, si, pero el cura no". Un día que don Gregorio vino a recogerme para ir a buscar mariposas, mi padre le dijo que, si no tenía inconveniente, le gustaría "tomarle las medidas para un traje". El maestro miró alrededor con desconcierto. "Es mi oficio", dijo mi padre con una sonrisa. "Respeto muchos los oficios", dijo por fin el maestro. 64 famoso puente gallego donde las tropas invasoras de Napoleón encabezadas por el mariscal Ney fueron derrotadas en 1809 por los gallegos 65 des houes et des socs de charrue 66 les forges 67 entrada monumental de la catedral de Santiago de Compostela de estilo románico 68 champignons 69 la femelle 70 petits lacs 71 = libélula 72 = Un ciervo volante : un scarabée volant (lucane) 73 le fumier 74 Segundo y último presidente efectivo de la Segunda República Española. Socialista. 220 225 230 235 240 245 250 255 260 265 Don Gregorio llevó puesto aquel traje durante un año y lo llevaba también aquel día de julio de 1936 cuando se cruzó conmigo en la alameda, camino del ayuntamiento. "¿Qué hay, Gorrión? A ver si este año podemos verles por fin la lengua a las mariposas". Algo extraño estaba por suceder. Todo el mundo parecía tener prisa, pero no se movía. Los que miraban para la derecha, viraban cara a la izquierda. Cordeiro, el recolector de basura y hojas secas, estaba sentado en un banco, cerca del palco de la música. Yo nunca había visto sentado en un banco a Cordeiro. Miró cara para arriba, con la mano de visera. Cuando Cordeiro miraba así y callaban los pájaros era que venía una tormenta. Sentí el estruendo de una moto solitaria. Era un guarda con una bandera sujeta en el asiento de atrás. Pasó delante del ayuntamiento y miró cara a los hombres que conversaban inquietos en el porche. Gritó: "¡Arriba España!" Y arrancó de nuevo la moto dejando atrás una estela de estallidos. Las madres comenzaron a llamar por los niños. En la casa, parecía haber muerto otra vez la abuela. Mi padre amontonaba colillas en el cenicero y mi madre lloraba y hacía cosas sin sentido, como abrir el grifo del agua y lavar los platos limpios y guardar los sucios. Llamaron a la puerta y mis padres miraron el picaporte 75 con desazón76. Era Amelia, la vecina, que trabajaba en la casa de Suárez, el indiano. "¿Saben lo que está pasando? En la Coruña los militares declararon el estado de guerra. Están disparando contra el Gobierno Civil". "¡Santo cielo!", se persignó mi madre. "Y aquí", continuó Amelia en voz baja, como si las paredes oyeran, " Se dice que el alcalde llamó al capitán de carabineros pero que este mandó decir que estaba enfermo", Al día siguiente no me dejaron salir a la calle. Yo miraba por la ventana y todos los que pasaban me parecían sombras encogidas77, como si de pronto cayera el invierno y el viento arrastrara a los gorriones de la Alameda como hojas secas. Llegaron tropas de la capital y ocuparon el ayuntamiento. Mamá salió para ir a la misa y volvió pálida y triste, como si se hiciera vieja en media hora. "Están pasando cosas terribles, Ramón", oí que le decía, entre sollozos, a mi padre. También él había envejecido. Peor todavía. Parecía que había perdido toda voluntad. Se arrellanó78 en un sillón y no se movía. No hablaba. No quería comer. "Hay que quemar las cosas que te comprometan, Ramón. Los periódicos, los libros. Todo" Fue mi madre la que tomó la iniciativa aquellos días. Una mañana hizo que mi padre se arreglara bien y lo llevó con ella a la misa. Cuando volvieron, me dijo: "Ven, Moncho, vas a venir con nosotros a la alameda". Me trajo la ropa de fiesta y, mientras me ayudaba a anudar la corbata, me dijo en voz muy grave:"Recuerda esto, Moncho. Papá no era republicano. Papá no era amigo del alcalde. Papá no hablaba mal de los curas. Y otra cosa muy importante, Moncho. Papá no le regaló un traje al maestro". "Si que lo regaló". "No, Moncho. No lo regaló. ¿Entendiste bien? ¡No lo regalo!" Había mucha gente en la Alameda, toda con ropa de domingo. Bajaran también algunos grupos de las aldeas, mujeres enlutadas79, paisanos viejos de chaleco y sombrero, niños con aire asustado, precedidos por algunos hombres con camisa azul y pistola en el cinto. Dos filas de soldados abrían un corredor desde la escalinata del ayuntamiento hasta unos camiones con remolque entoldado80, como los que se usaban para transportar el ganado81 en la feria grande. Pero en la alameda no había el alboroto de las ferias sino un silencio grave, de Semana Santa. La gente no se saludaba. Ni siquiera parecían reconocerse los unos a los otros. Toda la atención estaba puesta en la fachada del ayuntamiento. l’anneau de la porte désarroi 77 recroquevillées 78 arrellanarse : s’enfoncer 79 vêtue de noir 80 des camions bâchés 81 le bétail, les animaux 75 76 270 275 280 285 290 Un guardia entreabrió la puerta y recorrió el gentío82 con la mirada. Luego abrió del todo e hizo un gesto con el brazo. De la boca oscura del edificio, escoltados por otros guardas, salieron los detenidos, iban atados de manos y pies, en silente cordada. De algunos no sabía el nombre, pero conocía todos aquellos rostros. El alcalde, el de los sindicatos, el bibliotecario del ateneo Resplandor Obrero, Charli, el vocalista de la orquesta Sol y Vida, el cantero quien llamaban Hércules, padre de Dombodán... Y al cabo de la cordada, jorobado83 y feo como un sapo, el maestro. Se escucharon algunas órdenes y gritos aislados que resonaron en la Alameda como petardos. Poco a poco, de la multitud fue saliendo un ruge-ruge84 que acabó imitando aquellos insultos. "¡Traidores! ¡Criminales! ¡Rojos!" "Grita tu también, Ramón, por lo que más quieras, ¡grita!". Mi madre llevaba agarrado del brazo a papá, como si lo sujetara con toda su fuerza para que no desfalleciera. "¡Que vean que gritas, Ramón, que vean que gritas!" Y entonces oí como mi padre decía "¡Traidores" con un hilo de voz. Y luego, cada vez más fuerte, "¡Criminales! ¡Rojos!" Saltó del brazo a mi madre y se acercó más a la fila de los soldados, con la mirada enfurecida cara al maestro. "¡Asesino! ¡Anarquista! ¡Comeniños!" Ahora mamá trataba de retenerlo y le tiró de la chaqueta discretamente. Pero él estaba fuera de sí. "¡Cabrón! ¡Hijo de mala madre¡ Nunca le había escuchado llamar eso a nadie, ni siquiera al árbitro en el campo de fútbol. "Su madre no tiene la culpa, ¿eh, Moncho?, recuerda eso". Pero ahora se volvía cara a mi enloquecido y me empujaba con la mirada, los ojos llenos de lágrimas y sangre. "¡Grítale tú también, Monchiño, grítale tú también!" Cuando los camiones arrancaron cargados de presos, yo fui uno de los niños que corrían detrás tirando piedras. Buscaba con desesperación el rostro del maestro para llamarle traidor y criminal. Pero el convoi era ya una nube de polvo a lo lejos y yo, en el medio de la alameda, con los puños cerrados, sólo fui capaz de murmurar con rabia: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!" Manuel Rivas, ¿Qué me quieres, amor ? 1995 82 = la multitud bossu 84 = un murmullo 83 A/ El marco geográfico e histórico 1. 2. 3. 4. ¿En qué parte de España transcurre esta historia? Sitios mencionados : ¿En qué contexto histórico preciso se desarrolla? Personajes históricos, acontecimientos mencionados B/ Personajes 1. 2. 3. 4. Protagonista : nombre, apodo Familia : composición, ocupación Amigos Otros personajes relevantes 295 C/ Resumen linear de la historia E/ Fragmentos que estudiar más detenidamente Gorrión : 32 – 71 "¡Ya verás cuando vayas a la escuela!" “Buenos Aires” El maestro no pega : 154-182 “No, el maestro don Gregorio no pegaba” “los padres, desconocían” Grítale tú también : 264 final “Pero en la alameda” final D/ Temas que estudiar La fama de la escuela La llegada a la escuela: el primer día El retrato del maestro Las lecciones del maestro La personalidad de Moncho Los vínculos que unen el maestro con Moncho Quietud y riñas familiares La intrusión de la historia Lo patético del desenlace Lo que el título significa