Los problemas del problema mente−cuerpo.

Anuncio
LOS PROBLEMAS DEL PROBLEMA MENTE−CUERPO*
José Luis Díaz**
En los últimos lustros ha tenido lugar una convergencia intensa entre las neurociencias,
las ciencias de la conducta y la filosofía de la mente. A esta zona transdiciplinaria de traslape se
ha denominado "Ciencia Cognitiva", y su fertilidad se ha mostrado en el surgimiento de
verdaderas interdisciplinas como la Neurociencia Cognitiva, que se avoca al estudio de los
fundamentos neurofisiológicos de procesos mentales específicos, y que cuenta con una
publicación periódica (el Joumal of Cognitive Neuroscience) a partir de 1987, o la Etología
Cognitiva (Griffin, 1985), que infiere la capacidad mental de los animales mediante el estudio do la
comunicación social en grupos de animales. El "matrimonio” entre la Psicología cognitiva y la
Psicofisiología es inminente y sus características han sido establecidas (Coles, 1989). Estos
esfuerzos han empezado a llenar el hueco teórico y experimental que se había establecido entre
un acumulamiento profuso de información factual generado por las Neurociencias, y de análisis
filosóficos en el área de la Filosofía de la mente (véase Gardner, 1985; Pribram, 1986). Por
ejemplo, para algún filósofo (Hintikka, 1990), la estrecha relación entre la fenomenología de la
percepción visual −en la que se puede especificar un sistema que ubica el dónde se encuentra un
objeto y otro que lo identifica− y los datos de la neuropsicología con los que es posible trazar los
sistemas cerebrales involucrados en cada uno de los dos sistemas, llena los requisitos para
afirmar la existencia de las “leyes psicofísicas” cuya existencia ha sido largamente anhelada y
debatida por los epistemólogos.
Uno de los problemas nodales que ha congregado a los diversos especialistas es el
llamado “problema mente-cuerpo”, que constituye una de las dificultades metafísicas y
epistemológicas de la filosofía clásica. En efecto, las diversas soluciones al problema que han
establecido los filósofos, como los diversos tipos de monismos y dualismos (véase Bunge, 1980)
se han vuelto paradigmas teóricos de diversos neurocientíficos, y el debate se ha revitalizado
intensamente (véase Popper y Eccles, 1977; Churchland, 1986). Existe, incluso, una publicación
cuatrimestral dedicada a los diversos aspectos contemporáneos del problema, el Journal of Mind
and Behavior. Ahora bien, aunque el problema dista de estar resuelto, contamos hoy con un
importante acervo de proposiciones formales que enriquecen la discusión y proporcionan diversos
paradigmas teóricos, con los que se pueden establecer explicaciones tentativas de los tres
fenómenos que conforman la materia del debate: la relación entre la actividad cerebral, los
procesos mentales y la expresión motora que constituye la conducta.
*
Texto elaborado con auspicio del donativo del a DGAPA al proyecto “Modelos cognitivos de la mente: investigación
interdisciplinaria en ciencia cognitiva”
**
Unidad de Psicobiología y Conducta, Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM e Instituto Mexicano de Psiquiatría.
En los últimos años (Díaz, 1979 y 1989) he hecho un intento por puntualizar las unidades
funcionales que caracterizan estos tres fenómenos y por establecer sus vinculas en una teoría de
procesos pautados que sintetizo a continuación. Desde el punto de vista de las neurociencias ha
existido una evolución notoria sobre la concepción de lo que constituye la unidad
anatomo−funcional de la actividad cerebral, unidad que consistentemente se ha establecido en
referencia a procesos mentales o conductas específicos. En este rubro han entrado las ideas de lo
que constituye el “engrama” o huella cerebral de la memoria, el sistema cerebral que constituye el
sustrato funcional de las sensaciones o la contraparte neuronal de funciones como el sueño, y
síntomas psiquiátricos específicos como la depresión. En este sentido ha existido una evolución
paralela de conceptos estrechamente relacionados con los métodos neurocientíficos en boga.
Las ideas iniciales de niveles de neurotrasmisores específicos, en relación a procesos
mentales, dieron paso a nociones sinápticas de actividad de neurotrasmisores sobre sus
receptores
específicos.
Estas
fueron
englobadas
en
conceptos
más
inclusivos
de
servomecanismos interneuronales que involucran a varios trasmisores y finalmente a la idea más
actual de redes neuronales. Las evidencias empíricas implican que la unidad funcional del cerebro
está constituida por pautas espaciotemporales de actividad sináptica de gran complejidad, y existe
ahora una brecha entre los métodos existentes para estudiar el cerebro y la detección de estas
supuestas pautas especificas. Sin embargo, el advenimiento de técnicas de imágenes cerebrales,
sean metabólicas o electrofisiológicas, en sujetos humanos conscientes ha constituido una
verdadera revolución que ha permitido estudios auténticamente “psicobiológicos”, en el sentido de
que se pueden correlacionar en tiempo real las actividades de diversas zonas corticales con
reportes verbales de sujetos sometidos a tareas cognitivas especiales, lo cual se ha venido
realizando desde los estudios pioneros del grupo sueco (Lassen, lngvar y Skinoj, 1978), hasta las
técnicas actuales que relacionan aspectos mentales muy específicos con la irrigación local de la
corteza (Raichle, 1990).
Por otra parte ha venido madurando también el estudio del comportamiento. De esta
forma los etólogos han propuesto que existen unidades conductuales, o pautas particulares de
expresión motora (Colgan, 1978) y los estudiosos del movimiento muscular han analizado la
conducta en términos de los parámetros mesurables de movimiento. Con todo ello es posible
afirmar que la conducta está constituida por pautas espaciotemporales de actividad muscular las
cuales se pueden analizar por su amplitud, duración, tono, frecuencia, secuencia, ritmo y cualidad
(Díaz, 1985). Finalmente, con referencia a los procesos mentales ha ocurrido también una extensa
exploración de contenidos mentales específicos que habían sido descartados por la psicología
experimental como inaccesibles o puramente subjetivos. Este abordaje se caracteriza por la
obtención de reportes verbales sistemáticos y cuantitativos en sujetos entrenados, con los cuales
es posible establecer análisis cuantitativos y estadísticos, como lo han propuesto algunos filósofos
de la mente (Dennett, 1982). Para referirse a este particular abordaje algunos psicólogos hablan
de “neomentalismo” (Paivio, 1975). De esta manera es posible proponer que la vida mental se
caracteriza por pautas espaciotemporales de actividad consciente. Lo “espacial” de lo mental se
afirma por una serie de características de procesos específicos como la percepción, la memoria o
la voluntad.
Con estas evidencias es posible proponer que los tres fenómenos, aparentemente
dispares, están constituidos por procesos de características generales comunes, por ser pautas
espaciotemporales de actividad y sugieren que constituyen aspectos diversos de un proceso
unitario, es decir, que se trata de constructos multidimensionales. Tales pautas constituyen parte
de los procesos de un ser vivo y pueden ser abordadas desde perspectivas diferentes, sin que por
ello se opte por ningún dualismo metafísico, sino por un monismo ontológico y un pluralismo
epistemológico. Me explico: se supone que existe un proceso vital fundamental único en su
esencia, pero múltiple en sus manifestaciones, de tal manera que aunque se trata de un solo
proceso, éste puede manifestarse y abordarse de maneras distintas. La “naturaleza última” de tal
proceso no es únicamente “material” o “espiritual” y no es posible especificarlo más allá de afirmar
que se trata de un fenómeno neutro en el sentido de que es físico y psíquico simultáneamente,
digamos que es “psicofísico”. Do hecho varios investigadores han producido nociones similares,
como la teoría holográfica del neurofisiólogo Pribram (1986, 1990); la teoría del Orden Implicado
del físico Bohm (1986) o las nociones actuales del doble aspecto, que parten de Spinoza (Globus,
1988; Díaz, 1989). Esta idea se ha aplicado para analizar uno de los fenómenos mentales mejor
estudiados desde sus diversos ángulos constitutivos: la emoción (Díaz, 1990). En efecto, la
emoción tiene aspectos subjetivos de sensación, conductuales de expresión motora −como los
gestos faciales, perceptuales de reconocimiento− y fisiológicos, tanto cerebrales como autónomos
y humorales. La unidad final de estos aspectos ha sido postulada por varios teóricos (Plutchik,
1982; Leventhal, 1984; Averill, 1988). Se han dado esfuerzos similares con referencia a la
memoria (Pribram, 1986), la percepción (Held, 1989) o la cognición (Coles, 1989). De la misma
manera, la Psicobiología ha madurado como una auténtica interdisciplina que ofrece teorías
nuevas e integrativas de orden psicofísico y un paradigma de procesos (O'Connor, 1990).
A pesar de éstos y otros muchos avances de orden teórico y experimental, persisten en el
núcleo de los conceptos una serie de problemas de difícil solución y que requieren de una
teorización filosófica rigurosa. Enumero a continuación los que, en mi concepto, son algunos de
los problemas específicos que han surgido (o resurgido) de la discusión contemporánea del
dilema mente-cuerpo y con los que ha de contender con plausibilidad y coherencia cualquier
hipótesis robusta.
1) Un problema central de la discusión se refiere a la posibilidad de reducir las teorías
psicológicas a las neurofisiológicas. En un extremo los teóricos materialistas eliminativos
aducen que la Psicología será eventualmente explicada, completa y adecuadamente, por
las Neurociencias (Churchland, 1986). Sin embargo, otros pensadores materialistas,
como los funcionalistas mantienen que la Psicología, en tanto disciplina que se avoca a
analizar las funciones de la mente, tiene una metodología y un cuerpo teórico
independiente (Fodor, 1983). En este sentido se argumenta que las funciones cerebrales
que se manifiestan como contenidos mentales pueden surgir de diversos sistemas
neuronales, por lo que no es posible su reducción (Hatfield, 1988). Especificar los
diversos sentidos de la palabra “función” y abordar las críticas al funcionalismo, son
hechos fundamentales para profundizar en esta cuestión. Hay, en esencia, dos
soluciones posibles de este aspecto del problema: o la mente se puede reducir a la
función cerebral, o se puede correlacionar con ella. En el primer caso se favorece la
deglución de la Psicología por las Neurociencias y, en el segundo, la manutención del
estatus de cada una y una interacción creciente.
2) La naturaleza de las “representaciones cognitivas” es otro problema crucial de la
teorización mente−cuerpo. La pregunta se formula en referencia a si las representaciones
mentales constituyen un fenómeno de características analógicas o proposicionales, y de
cual es la relación entre estas y los fenómenos neuro-fisiológicos obtenidos en
condiciones experimentales. La mayoría de los filósofos, a diferencia de los neurocientíficos, argumentan que el lenguaje proposicional que implica intencionalidad no es
traducible al lenguaje fisicalista de la ciencia, una dificultad que aceptan incluso los
filósofos materialistas como Quine (1989). Para Fodor (1983) la mente es un conjunto de
módulos separados que operan en paralelo y que efectúan computaciones particulares.
La especificación de la naturaleza del término “información” es fundamental en este
problema.
3) La naturaleza de las representaciones cognitivas tiene una manifestación concreta y
actual en la posibilidad o no de simularlas in maquina. La “inteligencia artificial”
constituye, desde hace lustros, una aproximación técnica y metadológica concreta en
este sentido, aunque persiste el debate sobre si es posible simular (o incluso producir) al
pensamiento en la computadora o, viceversa, si el cerebro puede ser comprendido como
una computadora húmeda (es decir que su información se maneja mediante
neurotrasmisores y otras moléculas en vez de microcircuitos), o de si la mente puede ser
modelada como un algoritmo. Los teóricos de la inteligencia artificial tienden a responder
afirmativamente
a
estas
preguntas,
los
funcionalistas
también,
aunque
con
especificaciones de excepción (entre las que se cuenta, de acuerdo a Alan Wolfe, la
comprensión de significados y la conciencia), en tanto que varios filósofos de la mente
(como Searle) y matemáticos (como Penrose) dicen que no. El debate se ha vuelto a
encender alrededor del libro The Emperor's new mind de Penrose (1989). En el corazón
de este asunto late la pregunta esencial sobre si las mentes están sujetas o no a las
leyes físicas, es decir sobre la naturaleza de la conciencia.
4) La relación entre “observador” y “objeto” constituye uno de los aspectos del problema en
el que inciden diversas nociones psicofísicas. Clásicamente se da una separación tajante
entre el mundo de los fenómenos físicos y de los fenómenos psicológicos, pero él hecho
de que estos mundos entren en algún tipo de relación a través de la percepción o el
conocimiento evoca la necesidad de teorizar sobre la naturaleza de tal relación. Esta
discusión ha sido uno de los temas filosóficos que han intrigado a los físicos desde la
revolución cuántica y relativista de los años veinte (véase Elitzur, 1989; Goswami, 1990)
pero en la actualidad la discusión interesa también a los neurocientíficos (Pribram, 1990;
Sperry, 1980, 1985) y a los filósofos de la mente. Por ejemplo, para Snyder (1983) y para
Ben-Zeev (1989) existe una relación indivisible entre el observador y el objeto, constituida
por una situación especifica, pero la esencia de tal situación, o sea de la observación,
persiste como un problema particular. Como parte sustancial de este asunto se encuentra
la pregunta sobre la esencia de una persona, sobre el “yo” o el “ser”. Esto constituye una
especie de “teoría del sujeto” en la cual se debe elegir si el “yo” es una esencia
permanente −sustancial o no− una construcción psicológica o neurofisiológica, una
ilusión o una noción de psicología vulgar (véase Díaz, 1989 y Meehl, 1989 para una
discusión más amplia).
5) La relación causal entre la conciencia, la actividad cerebral y la conducta es otro tema de
difícil abordaje. Para algunos neurocientíficos como Sperry (1980), la conciencia surge de
la actividad cerebral pero entre sus propiedades globables considera que tiene efectos
causales sobre la propia actividad cerebral. Para otros neurocientíficos y los proponentes
de la identidad, los estados cerebrales no causan los fenómenos mentales, sino que son
los fenómenos mentales mismos que causan la conducta (Rose, 1980). El lugar que
ocupa la conciencia en la ciencia cognitiva y en la neurociencia −y que constituye el tema
nodal en esta discusión− se ha dejado de lado por las dificultades semánticas, técnicas y
teóricas de su abordaje, aunque hay intentos de llevarlos a efecto (véase, por ejemplo,
Natsoulas, 1983; Crick y Koch, 1990).
6) En relación estrecha con el problema anterior, se ubica el último de los problemas
implícitos en la discusión mente-cuerpo, que no por enlistarlo al final considero sea el
menos importante o el más reciente. Por él contrario, la naturaleza del “libre albedrío”, y
de la voluntad en general, constituye uno de los aspectos más antiguos y espinosos de
este debate. Paul Meehl (1989) ofrece una recapitulación incisiva sobre el estado actual
de este problema. Para múltiples analistas, entre los que ubicaríamos a personajes tan
disímbolos como Freud y Skinner, el monismo implica una cadena de eventos
casualmente determinados, que elimina la posibilidad de actuar libremente. En todo caso
la conciencia de libertad de acción sería un espejismo, una ilusión de los seres humanos
cuya mente y conducta se encuentran fuertemente determinados por su dotación
genética, su funcionamiento neural o su historia. Por el contrario Popper y Eccles (1977),
sobrevivientes destacados de la escuela cartesiana, consideran que la voluntad, una
facultad netamente espiritual, opera sobre ciertos potenciales sinópticos localizados en el
área del lenguaje. Para algunos de nosotros (Díaz, 1979), la voluntad es un fenómeno
real que se puede caracterizar por la actividad de la zona frontal premotora −o de
cualquier otro grupo de “neuronas comando”− que tiene causas y consecuencias, con lo
cual se intenta reconciliar el determinismo y el libre albedrío. Se puede advertir que la
discusión sobre este problema dista de estar cerrada.
En el abordaje contemporáneo de estos problemas la interacción entre la Psicobiología, las
Neurociencias y la Filosofía es necesaria y consistiría en el tratamiento de fenómenos específicos
de la conciencia, con la información actual de estas disciplinas en busca de la definición especifica
de las dificultades y sus posibles soluciones. Sabemos que aun con la información actual no es
posible ratificar ni descartar, en definitiva, ninguna de las soluciones tradicionales al problema
mente−cuerpo, pero también sabemos que esta información presenta para ambas partes nuevas
preguntas, delimita los problemas y constituye una oportunidad sin precedentes para elaborar
nuevas argumentaciones o incluso modelos específicos. En el rápido trazado de los problemas
particulares del problema mente-cuerpo que hice arriba, es notorio que existe un asunto esencial
que se repite en todos ellos: me refiero, desde luego, a la naturaleza de la conciencia, un tema que
hábilmente, y por necesidad impuesta por obvias restricciones teóricas y prácticas, ha sido negado
o tratado de manera colateral o superficial. Me atrevería a afirmar que el abordaje interdisciplinario
directo, sistemático y profundo de la conciencia promete iluminar los espacios aparentemente
separados de estos problemas con una luz unificadora.
Lejos de ser una especulación estéril, la teorización actual sobre el problema mentecuerpo constituye el fundamento para conceptualizar, no sólo las nuevas interdisciplinas sino la
delimitación, definición y campo de acción de disciplinas tradicionales como la Psicología y la
Psiquiatría o incluso algunas que a primera vista no parecerían incidir en el problema como la
teoría musical. En efecto, la ubicación de la Psicología en el campo del saber, sea como una
disciplina biológica, social, cognitiva o humana, depende en esencia de la solución explícita que
se dé al problema mente-cuerpo (Bunge, 1990; McLarty, 1990). La orientación del psiquiatra
como un neurocientífico aplicado, como un psicoterapeuta, como un experto en ciencias de la
conducta patológica, como un “antipsiquiatra” o como un científico social, depende también de
sus creencias sobre la relación entre lo mental, lo fisiológico, lo conductual y lo social (Stevenson,
1977; Sullivan, 1990). La pertenencia, o falta de ella, de la parapsicología al cuerpo de las
ciencias, y la probabilidad de identificar y replicar sus objetos de estudio, se establecen por los
conceptos de la relación entre lo psíquico y lo físico (Alcock, 1987). Los fundamentos de la teoría
musical descansan también sobre la participación (o no) de la mente y el cuerpo, lo objetivo y lo
subjetivo y la relación entre el lenguaje natural y sus referentes materiales o proposicionales
(McLarty, Braun y Benítez, 1990). Es así que para Agmon (1990) la teoría musical es parte de la
ciencia cognitiva. Vemos de esta forma que el abordaje del problema mente-cuerpo continúa
siendo un reto de interés, no sólo para la filosofía, las neurociencias, y la ya no tan nueva
transdisciplina de la ciencia cognitiva, sino que tiene amplias repercusiones de orden práctico sin
que olvidemos que se trata de una cuestión existencial de la mayor relevancia.
Referencias
Agmon, E. (1990), Music Theory as Cognitive Science: Some Conceptual and methodological
issues, Music Perception 7: 285-308.
Alcock, J.E. (1987), Parapsychology: Science of the Anomalous or Search for the Soul? Behavioral
and Brain Sciences 10: 553-643.
Ben-Zeev, A. (1989), Explaining the Subject-Object Relation in Perception, Social Research 56: 118.
Bohm, D.J. (1986), A New Theory of the Relationship of Mind and Matter, The Journal of the
American Society for Psychical Research 80:113-135.
Bunge, M. (1980), The Mind-Body Problem. A Psychobiological Approach, New York, Pergamon.
Bunge, M. (1990), What Kind of Discipline is Psychology: Autonomous or Dependent, Humanistic
or Scientific, Biological or Sociological? New Ideas in Psychology 8: 121-137.
Coles, M.G.H. (1989), Modern Mind-Brain Reading: Psychophysiology, Physiology, and Cognition,
Psychophysiology 26: 251-269.
Colgan, P.W. (1978), Quantitative Ethology, New York, Wiley.
Crick, F., Koch, C. (1990), Towards a Neurobiological Theory of Consciousness, The
Neurosciences 2: 263-275.
Churchland, P.S. (1986), Neurophilosophy: Toward a Unified Science of the Mind/Brain,
Cambridge, The MIT Press.
Dennett, D.C. (1982), How to Study Human Consciousness Empirically, Synthese 53: 159-180.
Díaz, J. L. (1979), Un enfoque sistémico de la relación mente-cerebro: hacia una reconciliación del
determinismo y el libre albedrío, en: La conciencia (Fernández-Guardiola, A., editor),
México: Trillas, pp. 107-120.
Díaz, J. L. (1989), Psicobiología y conducta: rutas de una indagación, México: Fondo de Cultura
Económica.
Díaz, J. L. (1989), La tradición de Spinoza y la neurociencia contemporánea, Ciencia y Desarrollo
15 (88): 51-65.
Díaz, J. L. (1990), La nueva faz de la emoción; aspectos y niveles de la investigación sentimental,
Salud Mental 13 (4): 7-17.
Fodor, J. (1983), Modularity of Mind, Cambridge, MIT Press.
Gardner, H. (1985), The Mind's New Science, New York, Basic Books.
Globus, G. (1988), Existence and the Brain, The Journal of Mind and Behavior 9: 447-455.
Goswami, A. (1990), Consciousness in Quantum Physics and the Mind-Body Problem, The
Journal of Mind and Behavior 11: 75-96.
Griffin, D.R. (1985), Animal Consciousness, Neuroscience Biobehavioral Reviews 9: 615-622.
Hatfieid, G. (1988), Neuro-Philosophy Meets Psychology: Reduction, Autonomy, and Psychological
Constrains. Cognitive Neuropsychology 5: 723- 746.
Held, R. (1989), Perception and its Neuronal Mechanisms, Cognition 33: 139-154.
Hintikka, J. (1990), The Cartesian Coqito, Epistemic Logic and Neuroscience: Some Surprising
Interrelations, Synthese 83: 133-157.
McLarty, M.H. (1990), An Examination of Modern Psychology Through Two Philosophies of
Knowledge, The Psychological Record 40: 273-288.
McLarty, M.H., Braun, W.H., Benitez, V.P. (1990), The Foundation of a Scientific Theory of Music,
The Psychological Record 40: 491-504.
Meehl, P. (1989), Psychological Determinism or Chance: Configural Cerebral Autoselection and
the Tertium Quid, en: Science, Mind and Psychology (Maxwell, M.L., Savage, C.W., eds.),
Lanham/Nueva York: University Press of America, pp. 211-257.
Mishkin, M., Appenzeller, T. (1987), The Anatomy of Memory, Scientific American 256: 80-89.
Natsoulas, T. (1983), Concepts of Consciousness, The Journal of Mind and Behavior 4: 13-59.
O'Connor, K. (1990), Towards a Process Paradigm in Psychophysiology, International Journal of
Psychophysiology 9: 209-223.
Paivio, S. (1975), Neomentalism. Canadian Journal of Psychology 29: 263-291.
Penrose, R. (1990), Precis of The Emperor's New Mind. Concerning Computers, Minds, and the
Laws of Physics, Behavorial and Brain Sciences 13: 643-705.
Popper, K.R., Eccles, J.C. (1977), The Self and its Brain, New York: Springer.
Pribram, K.H. (1986), The Cognitive Revolution and Mind/Brain Issues, American Psychologist 41:
507- 520.
Pribram, K.H. (1990), Prolegomenon for a Holonomic Brain Theory, Springer Series in Synergetics
45: 150-184.
Quine, W.V. (1989), Mind, Brain, and Behavior, an: Progress in Behavioral Studies (A. J.
Brownstein, ed.) pp. 1-6. Hillsdale, Lawrence Erlbaum.
Raichle, M.E. (1990), Exploring the Mind with Dynamic lmaging, The Neurosciences 2: 307-315.
Rose, S.P.R. (1980), Can the Neurosciences Explain the Mind? Trends in Neurosciences 3: i-iv.
Snyder, D. M. (1983), On the Nature of Relationships Involving the Observer and the Observerd
Phenomenon in Psychology and Physics, The Journal of Mind and Behavior 4: 389-400.
Sperry, R.W. (1980), Mind-Matter Interaction: Mentalism, Yes, Dualism, No, Neurosciance 5:195206.
Sperry, R.W. (1985), Changed Concepts of Brain and Consciousness: Some Value Implications,
Zygon, Primavera, pp. 21−32.
Stevenson, L. (1977), Mind, Brain and Mental IIlness, Philosophy 52: 27−43.
Sullivan, M. D. (1990), Organic or Functional? Why Psychiatry Needs a Philosophy of Mind,
Psychiatric Annals 20: 271−277.
Wolfe, A. (1991), Mind, Self, and Computer: Artificial Intelligence and the Sociology of Mind,
American Journal of Sociology 96: 1073−1096.
Descargar