EL REQUIEM DE MOZART Y DE OTROS MAS

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EL REQUIEM DE MOZART Y DE OTROS MÁS
Hace poco, en una frase del director Simon Rattle sobre el movimiento final de la Novena
Sinfonía de Bruckner, recién terminado por varios musicólogos, me llenó de inquietud:
“Hay más Bruckner en este movimiento, que lo que hay de Mozart en el Requiem de
Mozart”. Y recordé, por ejemplo, la reticencia de los grandes directores mahlerianos en
dirigir y grabar alguna de las terminaciones y orquestaciones de la Décima Sinfonía de ese
compositor; sin embargo, esa actitud nunca ha sido evidente, en esos mismos directores,
respecto a la inconclusa Turandot, de Puccini o al propio Requiem de Mozart.
Además de la truculenta historia que ha rodeado siempre esta obra final de Mozart, sobre
un desconocido de negro, con ciertos tintes diabólicos, encargándole su composición y de
Mozart escribiéndola casi a las puertas de la muerte y afirmando que “componía su propio
Requiem”, hay otros episodios, más o menos reales pero casi siempre destinados a
provocar el sentimentalismo. Uno de ellos es la conmovedora escena de Mozart en su
lecho de enfermo mortal, rodeado de sus amigos cercanos y todos cantando partes del
Requiem, obviamente el Lacrimosa, el movimiento más hermoso e inspirado de la obra. Es
cierto que cuando se revisa la realidad con la frialdad del investigador, aquella aporta
datos de manera más realistas. Sin embargo, hay varios testimonios de cómo tuvo lugar
esa emotiva interpretación casera, su esposa Constanze haciendo la parte de soprano,
Mozart mismo la voz contralto y dirigiendo desde la cama y su cuñado y dos amigos
cantantes, las voces restantes del coro. Pero por otra parte, en testimonios y memorias de
alguno de éstos, no hay mención a que dicha interpretación hubiera tenido lugar de la
manera descrita.
De todos modos, un aspecto más documental del hecho es que si Mozart no pudo
terminar el Requiem en los últimos meses de su vida, fue por su característico desinterés
en componer una obra semejante que no había estado en sus planes hasta recibir el
encargo – que por lo demás hoy está plenamente documentado quién fue el patrocinador
del mismo y las causas de dicho encargo.
A pesar de contar con obras sacras maravillosas (Ave Verum Corpus, la Gran Misa en do
menor, por ejemplo) Mozart no sentía mayor interés por el género sacro. Y en esa etapa
final, le resultaba prioritaria la composición de su Concierto para clarinete (dedicado a su
amigo y colega de la masonería, el clarinetista Anton Stadler, inventor del clarinete di
basseto para el que Mozart compuso esa obra), de la Pequeña Cantata Masónica y la
terminación de La flauta mágica y de La clemencia de Tito, que pronto serían estrenadas.
Mozart habría comenzado apenas a componer su Requiem en septiembre (1791), después
del estreno de la primera de éstas operas y durante los preparativos para el estreno de la
segunda, ambos en Praga.
Al morir Mozart, su viuda Constanze le pidió inicialmente a Franz J. Freystadtler,
joven alumno de Mozart, que trabajara en el manuscrito, solamente en los dos primeros
movimientos, preparándolos para su interpretación en la ceremonia luctuosa que se
celebró unos días después del fallecimiento del compositor. Joseph Eybler, amigo de
Mozart, más que su alumno, fue el siguiente destinatario del encargo de Constanze, pero
no pudo llevarlo a buen término, posiblemente por respeto hacia su mentor.
Maximilian Stadler, amigo de la familia, recibió también el encargo de completar la
obra, comisión que sólo cumplió parcialmente, hasta que Constanze decidió que Franz
Xaver Sussmayer, alumno y asistente más cercano al compositor, fuera quien intentara
completar la obra. Su trabajo fue el más completo y desde entonces y, salvo las reservas
de la musicología actual, se convirtió en la edición más aceptada de la obra. Aunque,
debido a las tendencias historicistas actuales y su intención de
recuperar las versiones originales de las obras, los problemas que presentaba la versión de
Sussmayer fueron más evidentes.
Para quienes tengan curiosidad por saber, exactamente qué partes de la obra fueron
realmente compuestas por Mozart, veamos el siguiente esquema:
1. REQUIEM El único movimiento de la obra que fue totalmente compuesto por
Mozart, incluyendo toda la orquestación y partes corales, lo cual sirvió de modelo para la
terminación del resto de la obra.
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2. KYRIE Fue escrito totalmente por Mozart, excepto el acompañamiento que fue
elaborado por Freystadtler.
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3.
SECUENCIA:
DIES IRAE, TUBA MIRUM, REX TREMENDAE,
RECORDARE, CONFUTATIS. De todas estas secciones de la Secuencia, que
constituyen un alto porcentaje de la obra, Mozart terminó las partes corales a 4 voces
(sopranos, contraltos, tenores, bajos), incluyendo las de los 4 solistas; el llamado “bajo
figurado”, es decir, el esquema temático del acompañamiento, sin especificar la
instrumentación y los temas del acompañamiento instrumental. La orquestación de estas
secciones fue realizada por Eybler y ligeramente cambiada por Sussmayer cuando hizo su
propia revisión.
SECUENCIA: LACRIMOSA. Mozart compuso hasta el octavo compás, de los
30 compases de esta sección. Fue lo último que pudo escribir de la obra. El resto habría
sido compuesto por Sussmayer, quien también hizo la orquestación de la parte inicial que
escribió Mozart. Eybler había orquestado apenas dos compases, a partir de donde Mozart
se detuvo.
4. OFERTORIO. (Domine Jesu, Domine Hostias) Como en la Secuencia, Mozart
compuso la parte vocal de todo el movimiento, así como el bajo figurado del
acompañamiento, pero sin la instrumentación. Stadler había orquestado parcialmente el
movimiento y Sussmayer lo terminó haciéndole cambios a dicha orquestación.
5-6. SANCTUS, BENEDICTUS. Fueron compuestos por Sussmayer.
7. AGNUS DEI.
dejados por Mozart.
Compuesto por Sussmayer, pero utilizando algunos bosquejos
8. COMUNIÓN (Lux aeterna). Preparado por Sussmayer, quien utilizó los compases
23 a 52 del primer movimiento, Requiem, compuesto por Mozart, con mínima adaptación
al texto diferente.
COMUNIÓN (Cum Sanctis tuis). Preparado por Sussmayer, quien utilizó los
compases 1 a 52 del segundo movimiento, Kyrie, compuesto por Mozart, con mínima
adaptación al texto diferente.
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En tiempos modernos, varios musicólogos especializados en Mozart han realizado
nuevamente intentos de terminación de la obra o, al menos, de revisar con un criterio
más crítico e historicista, el trabajo hecho por Sussmayer, pues desde el siglo XIX hubo
reservas y dudas al respecto. Si bien éste era amigo de Mozart y trabajó con él en sus
últimos tiempos y conocía sus costumbres creativas y su caligrafía como nadie, una de las
dudas surgen porque de todo el catálogo compuesto por este músico, no hay un solo
pasaje musical suyo que se acerque en calidad a la obra de Mozart o a lo que Sussmayer
agregó como suyo al Requiem. Si bien, esto hablaría muy bien del incómodo amanuense, al
mismo tiempo pone en dudas la autenticidad de la terminación de la obra. Hay pasajes,
como la fuga del Osanna in excelsis, que hoy muchos consideran “indigna” de la obra misma
y hay pasajes donde el trabajo de armonización y de orquestación pedía una elaboración
más meritoria.
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Uno de los primeros musicólogos que intentó una restauración más fiel de la obra fue
Franz Beyer, quien trató de respetar absolutamente la creación de Mozart, corrigiendo
varios de los detalles mencionados arriba. Richard Maunder, por el contrario, aun sin
traicionar a Mozart, toma decisiones más drásticas, como utilizar los temas de los dos
primeros movimientos para terminar el Lacrimosa, con lo que el conocido pasaje pierde su
tradicional carácter.
La edición más confiable y perfecta de los tiempos modernos tal vez sea la reciente del
gran pianista y musicólogo Robert Levin, quien de hecho, también remplaza muchos
pasajes compuestos por Sussmayer utilizando música de bosquejos inéditos del propio
Mozart, que por sus características pudieron estar destinados al propio Requiem; los
resultados son más congruentes y por ello, más aceptados. Una vez más, una de las partes
más polémica, es una Fuga sobre el Amén, indudablemente autentica, que en esta edición
concluye el Lacrimosa, ahora más mozartiano que nunca, aunque sorprenda por la falta de
costumbre.
No es para inquietar a nadie, pero las preguntas son inevitables: ¿cómo hubiera
desarrollado y terminado Mozart el sublime Lacrimosa? ¿Cómo habrían sido los últimos
cuatro movimientos de la obra?
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Pero, la música que Mozart concibió para el Requiem es suficiente para apreciar la
grandeza del creador y su “canto del cisne”; sin lo que Mozart escribió, nadie hubiera
podido hacer un trabajo de reconstrucción a esos niveles de grandeza, incluso sin olvidar
que mucho de lo terminado por Sussmayer y por otros fue tomado de temas y apuntes del
propio Mozart. Por lo demás, esa obra que conocemos como “el réquiem de Mozart” es
música sublime bajo cualquier firma y bajo cualquier nombre.
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