¿Quién soy yo? Unidad IV Antropología 2 Antropología filosófica A modo de introducción Después de haber respondido a la pregunta que indaga por el ser, por la verdadera realidad, y después de haber investigado la naturaleza y alcance de nuestros conocimientos, estamos en condiciones de abordar aquella gran pregunta que nos dirigiera I. Kant: ¿Qué es el ser humano? Esta, entendemos, es la cuestión central y el motivo de todos los desvelos de los filósofos. Tratar de responder a esta pregunta fundamental es tarea permanente e indelegable de todo ser humano auténtico. I. ¿Qué es la antropología filosófica? Etimológicamente, la palabra antropología se deriva de la raíz griega anthropos (hombre) y de la terminación nominal logía (ciencia). Su significado literal es, por tanto, “ciencia del hombre”. A partir de Sócrates, gran filósofo griego, el hombre se convierte en un problema filosófico dando inicio así a una línea de investigación que hasta hoy sigue abierta, a saber ¿qué es el hombre? Como se puede apreciar el problema del hombre ha estado ligado al desarrollo del pensamiento humano. La pregunta por el hombre es una constante universal. Todo hombre, toda mujer, se pregunta sobre sí mismo, busca saber lo que es o, mejor dicho, quién es, y responder a las preguntas fundamentales sobre la existencia: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo, hacia dónde voy?, ¿qué ocurre al morir? Estas preguntas forman parte de la vida misma porque las personas no podemos vivir sin dar una respuesta más o menos explícita a esas cuestiones. No hacerlo supondría vivir en el absurdo, en la ignorancia o en la irracionalidad, algo evidentemente inhumano. Existe, sin embargo, un tipo de respuesta especial a estas interrogantes: la filosófica. Una serie de hombres a lo largo de la historia se han planteado ir más allá de la respuesta individual, y elaboraron un saber que respondiera con profundidad, con precisión, sin improvisaciones y con radicalidad. Este saber, focalizado en el estudio de la persona, es la antropología filosófica. La antropología filosófica pone como centro de su reflexión al ser humano. Busca comprender al hombre como un ser que vive y sabe que vive. El es el único ser que necesita comprenderse para saber quién es, quién quiere ser y qué puede realizar. El hombre percibe su vida como una posibilidad única en la que ganarse o perderse depende de sí mismo. Este impulso brota de la conciencia de su propia finitud, de saber que necesita diseñar su vida. 3 Las preguntas ¿quién soy?, ¿quién quiero ser? son propias del modo de existir del hombre. Por eso, cuando preguntamos quién es el hombre preguntamos por alguien y este alguien es un sujeto haciéndose, una posibilidad que busca concretarse. ¿De dónde nace la pregunta del hombre por su esencia? Algunos autores sostienen que esta pregunta no es el resultado de la curiosidad científica, sino que viene dada por la vida misma. En algunos casos surge de la admiración del hombre hacia la naturaleza que le rodea, en circunstancias límites como la muerte y en el vacío que prevalece en un mundo materialista y rutinario que no tiene un cimiento espiritual. Pero estas no son las únicas circunstancias en las que el hombre se pregunta por su esencia. Otros autores plantean que el origen de esta interrogante es la comparación del hombre con el animal y con la divinidad... La antropología filosófica, aunque se remonta a los orígenes de la misma filosofía, apareció, como disciplina propiamente dicha, en la época moderna, ya que a partir del siglo XXVII se empezó a considerar al hombre independientemente de la teología. Se considera a Max Scheler (1875-1928) como el iniciador de una antropología filosófica que tiene plenamente en cuenta el fenómeno de la cultura y de la historia. Para él, la antropología filosófica debe tratar al hombre como totalidad. De ahí que su misión consiste en explicar todas las funciones y obras específicamente humanas: lenguaje, técnica, religión, arte, ciencia, etc. Scheler otorga al hombre un lugar especial en el cosmos, por su intencionalidad, su apertura al mundo, su libertad y por la capacidad de poder trascender lo inmediato. Considera que en el aspecto biológico no hay diferencias esenciales entre el hombre y los animales. Insiste en la existencia en el ser humano de una dimensión del espíritu que lo separa de la mera animalidad. Por esa razón, el hombre es el ser capaz de “decir no”, capaz de desligarse de sus instintos y de adaptar el medio ambiente a sus necesidades en lugar de adaptarse él al medio ambiente como hacen los animales. Finalmente, ¿qué es la antropología filosófica? Algunos autores la definen como “todo intento de elaborar filosóficamente la problemática específica del ser humano”. Otros la consideran como la parte de la filosofía que estudia el sujeto humano en cuanto sujeto, que se plantea la pregunta clave ¿qué es el hombre? Como se puede ver, la antropología filosófica es una respuesta racional del ser humano sobre sí mismo, que a diferencia de las demás disciplinas estudia al individuo como sujeto personal en su globalidad. Su intención última es comprender al ser humano en su relación con la naturaleza, con su yo, con los demás y con lo trascendente. 4 II. El objeto de estudio de la antropología filosófica: el ser humano. Dos grandes perspectivas Como ha quedado establecido en el acápite anterior, la antropología filosófica procura “elaborar filosóficamente la problemática específica del ser humano”. Esta elaboración filosófica no puede hacer caso omiso a las experiencias compartidas por todos los seres humanos. Una experiencia universalmente compartida es la de la condición corpórea. Los seres humanos, aún aquellos que han asumido el espiritualismo más exacerbado, preservan la convicción de que tienen un cuerpo, aunque lo experimente como un obstáculo a su proyecto de vida; ellos no dejan de reconocer que son seres corporales. Otra experiencia originaria y universal es la de la “no identificación con el cuerpo”. Los seres humanos perciben que son algo más que su dimensión orgánica, que poseen un “plus” de ser que los hace concebirse como “personas”. Estas dos experiencias se han conceptualizado de diferente manera a lo largo del tiempo y en las diversas culturas; en la tradición occidental, en la que nos hayamos insertos, hay dos términos que gozan de una larga tradición, me refiero a los conceptos: cuerpo y alma. La dimensión corpórea y el plus de ser al que hacíamos referencia anteriormente, han sido denominados cuerpo y alma respectivamente en la tradición occidental. Sin embargo, la manera en que se entienda y se valore cada uno de estos términos ha dado lugar a diversas perspectivas en el tratamiento del problema antropológico. A continuación, presentaremos brevemente cada una de estas perspectivas. a. La visión dualista del ser humano: el alma y el cuerpo “El dualismo es aquella doctrina filosófica que reduce la realidad a dos principios opuestos”1. En el ámbito de la antropología sostiene que el ser humano es un compuesto de dos substancias distintas y separables: alma y cuerpo. Platón, en sus primero escritos, sostiene que el cuerpo es como una cárcel para el alma, por lo que ésta debe tratar de huir de aquella a través del cultivo de las facultades del espíritu o alma intelectiva. Más tarde va a suavizar esta rígida oposición y sostendrá que el cuerpo es como una barca y que el alma es como un barquero, de manera que el barquero no podría llegar a su destino sin el concurso de la barca; de este modo, tampoco el ser humano podría alcanzar la realización de sus más altas facultades, digamos la intelectiva, sin el concurso de las facultades del cuerpo como son las facultades sensitivas. El dualismo sigue siendo una postura actual; muchas personas 1 Domínguez, Juan Bartolo, “Metafísica”, PUCMM, p.5 5 piensan que el cuerpo es algo insignificante y pasajero, por lo cual los seres humanos tenemos que concentrarnos en guardar y salvar nuestras almas, porque éstas y sólo estas sobrevivirán a la muerte orgánica del cuerpo. Esta visión del ser humano presenta serias dificultades, por lo que a lo largo del tiempo se le han enrostrado varias objeciones, como por ejemplo: • ¿Por qué razón se ha unido el alma al cuerpo? • ¿Cómo se relacionan ambas substancia en el ser único que es la persona humana? • ¿Qué valor propiamente humano, y no sólo orgánico, tiene el cuerpo? • ¿Qué valor humano y moral tienen las actividades que dependen fundamentalmente del cuerpo? Estas, entre otras, son preguntas a las cuales el dualismo, en ninguna época, ha podido responder satisfactoriamente. Frente a las limitaciones del dualismo se levanta otra perspectiva que busca dar cuenta de este “complicado” y “maravilloso” ser que es el ser humano. b. La visión integral del ser humano: la persona. Ya desde la antigüedad ha habido pensadores que han tratado de explicar el fenómeno humano como una “unidad” y no como una unión de cosas distintas y separables. Tomemos el ejemplo de Aristóteles, discípulo de Platón. Después de percibir que el dualismo planteaba más dificultades que soluciones, Aristóteles intentó explicar al ser humano como una “unidad substancial” del cuerpo con ese “plus” de ser del que hablábamos anteriormente y que en la cultura greco-latina se ha denominado “alma”. La unión entre cuerpo y alma es paralela a la unión entre materia y forma en los entes materiales individuales, tal como lo estudiamos en el tema II o “Metafísica” (recordemos la teoría hilemórfica de Aristóteles). Materia y forma son principios que componen el entre concreto individual, pero ninguno de ellos “substa” ni puede “subsistir” independientemente del otro como lo consideraba Platón. La materia es siempre materia determinada por una forma, y la forma es siempre forma de una materia. Así el alma es siempre alma de un cuerpo, y el cuerpo humano es siempre cuerpo animado (“anima = alma). Ni el alma sin su cuerpo ni el cuerpo sin su alma son alma o cuerpo humanos. Será espectro, será cadáver, pero desde luego en ninguno de los casos se trata de un ser humano. Pero, ¿qué constituye la unidad substancial de este cuerpo y de esta alma que es el ser humano? El personalismo, que intenta explicar al ser humano como una unidad espiritual y subsistente que llamamos “persona”, tratará de responder a esta 6 pregunta. En el abordaje del presente tema hemos asumido una perspectiva “personalista” a fin de intentar dar cuenta de este complejísimo ser que es el “ser humano”. III. La Persona humana A. Concepto y características de la persona. ¿Qué decimos cuando afirmamos que cada uno de nosotros, que todo ser humano en general, es persona? Ante todo queremos decir que es un ser por sobre todo valioso. Al decir que todo ser humano es persona, estamos indudablemente haciendo una valoración: estamos afirmando que nos encontramos ante un ser que tiene un valor absoluto y que, por ese mismo motivo, no puede ser instrumentalizado bajo ninguna circunstancia. Afirma Emmanuel Mounier: “digamos inmediatamente que (…) el personalismo añade una afirmación de valor, un acto de fe: la afirmación del valor absoluto de la persona humana” y aclara a continuación: “nosotros no decimos que la persona del hombre sea el Absoluto (aunque para un creyente el Absoluto sea persona …) Queremos decir que, tal como la designamos, la persona es un absoluto respecto de cualquier otra realidad material o social y de cualquier otra persona humana”(“Manifiesto al Servicio del Personalismo”). ¿En qué nos fundamentamos al afirmar que todo ser humano es un valor absoluto? ¿Hay algo en el ser humano que nos permita tal valoración o es esto sólo un delirio de grandeza de nuestra especie? La realidad es que no sólo valoramos “como” persona, es decir, “de manera absoluta” a todo ser humano, sino que lo hacemos porque entendemos que todo ser humano “es” persona. Esto es, entendemos que todo ser humano es de naturaleza espiritual. Y un ser de naturaleza espiritual no se comporta como los demás seres de la naturaleza: como individuos intercambiables dentro de su especie. Cada ser humano, en cierto sentido, es único en su especie. Quizás sea esto el fondo de aquella afirmación popular de que “cada cabeza es un mundo”. Con esta intuición común se señala una profunda realidad: somos seres únicos por nuestra naturaleza espiritual, por nuestra condición personal. 7 En el pasado ha habido intentos de definir la noción de persona2, pero en la actualidad muchos pensadores han abandonado estos propósitos. Ellos entienden que es imposible encerrar en unas cuantas nociones la enorme complejidad y virtualidades de seres espirituales como son las personas. En estas circunstancias, una definición resultaría inútil porque, en primer lugar, dejaría una multitud de aspectos esenciales sin ser recogidos y, en segundo lugar, porque lo esencial de las personas que es su unicidad no quedaría expresado. Así que por lo que han optado algunos autores, como es el caso de Juan Manuel Burgos3, ha sido por describir las principales notas que caracterizan a la persona sin pretensión de ser exhaustivos ni de dar una definición completa. A continuación veamos las características que él resalta, a fin de que nos hagamos una idea de lo que implica la afirmación de que todo ser humano es “persona”. a. La persona es una substancia que subsiste: “Con esta nota de raigambre aristotélico-tomista –afirma- se quiere indicar que la persona es un ser con una dimensión existencial tan fuerte que permanece en sí misma a través de los cambios. La persona es siempre la misma, aunque cambie el mundo a su alrededor y ella misma cambie” (p.44). Y esta subsistencia parece orientarse a una permanencia personal eterna. b. La persona vive en una intimidad interior que le convierte en sujeto: La persona no es “algo”, sino “alguien” con una profunda “riqueza interior”, la cual crece en el encuentro con el mundo y, particularmente, en el encuentro con los otros, en la conciencia, en los sentimientos, en afecto, en fin, en todos los actos específicamente humanos. Esta riqueza interior se manifiesta parcialmente al exterior, pero en gran medida queda “incomunicable”. Elemento esencial de esta riqueza interior es la libertad, por la que las personas asumen con autonomía la construcción de su propio yo, del sujeto. De ahí que pueda decirse con Juan Pablo II que la persona es quien “se posee a sí mismo” (p.45). 2 Es famosa la definición de persona que ofreció Accio Manlio Torcuato Severino, conocido como Boecio (480-525): “sustancia individual de naturaleza racional” 3 Burgos, J. M.: Antropología: Una Guía para la Existencia”, Palabra, Madrid, 2003, pp.44-47. 8 c. La persona es un sujeto “único”: Todos los seres individuales de la naturaleza pertenecen a una especie. El conocimiento de la especie nos brinda valiosas informaciones sobre cada uno de ellos. No ocurre exactamente así en el caso del ser humano. Estos también pertenecen a una especie, la especie homo, pero la riqueza de vida interior de cada uno de los individuos humanos, hace imposible que aferremos su individualidad personal a partir de las nociones genéricas. Las personas se conocen sólo a través del encuentro intersubjetivo y sólo en esta comunión interpersonal se percibe la inconmensurable e inaferrable unicidad de cada persona humana. Cada persona es “única en su género”, como afirma Pareyson, “en el hombre, todo individuo es, por decirlo de algún modo, único en su especie”4. d. La persona es un ser corporal, espacial y temporal: La persona humana es sujeto encarnado en un cuerpo, lo que la sitúa en un espacio y en un tiempo determinados. Sobre la dimensión corporal se hablará más adelante. Por el momento bástenos decir que si bien el espacio físico, geográfico y humano son unos condicionamientos inevitables del ser espiritual que es la persona, también es una condición necesaria para el encuentro con los otros y, en este sentido, una condición para el enriquecimiento y realización de la vida interior y subjetiva. En cuanto a la condición temporal, vale decir que la persona es un ser dinámico, que se realiza en el tiempo mediante decisiones sucesivas, y que es un ser proyectivo, que procura disponer de su futuro como una forma de alcanzar niveles superiores de “autonomía” y de “autoposesión de sí mismo”. e. La persona es un ser que se define en el tiempo a la vez que permanece abierto: La persona sólo hace cada vez más “plena” su vida interior en el encuentro con los otros y, en especial, con aquel Gran Otro que es Dios. Así que es una característica esencial de la persona humana el estar abierta, aún más, el trascenderse continuamente. Cuando el ser humano se “trasciende” a si mismo y se hace “don” (“entrega”) para los otros, sobre todo en el afecto y en el amor, es cuando realmente 4 Citado por Juan M. Burgos, Op Cit, p.51 9 se pone en camino hacia la “plenitud de su persona”. Todas las relaciones que las personas establecen, en especial las relaciones con los otros y con Dios, se dan en una doble dirección: una de recepción y otra de influencia. A la vez que influenciamos la realización de los otros, recibimos influencias de parte de ellos, y así nos vamos definiendo en una apertura constante y siempre mayor. f. No existe la persona en abstracto, sino este hombre y esta mujer: Esta estructura bisexual del ser humano apunta a una característica esencial de la persona: a la diversidad y a la complementariedad. “La corporalidad, la sensibilidad, la psicología, la inteligencia y la afectividad recorren caminos distintos en el hombre y en la mujer y enriquecen así de modo inagotable el mundo del ser personal” (p.47). En el hombre y en la mujer la naturaleza personal de los seres humanos se expresa como un apelo a la diversidad y a la complementariedad. B. Concepto de dignidad de la persona humana Cuando decimos que toda persona es digna (dignitas) queremos significar que a su ser le corresponde una excelencia superior a cualquier otra criatura en este mundo. Por su condición espiritual, la persona posee una preeminencia ontológica por sobre todos los demás seres de la naturaleza. Esta grandiosidad la hace “preferible” frente a cualquier creación natural o frente a cualquier creación humana. De ahí que, en al ámbito axiológico, la “persona” sea el valor fundamental y, de este modo, el fundamento de todos los valores que históricamente podamos reconocer. Juan Manuel Burgos hace un elenco de las principales consecuencias que se derivan del reconocimiento de la persona como el “valor fundamental” del fenómeno humano. La presentamos a continuación: a. La dignidad de la persona es una perfección intrínseca y constitutiva del ser humano: todo ser humano es digno porque es persona, porque es un ser espiritual, independientemente de que se encuentre en uso o no de las facultades que les corresponden por su condición espiritual. b. La dignidad de la persona hace que sea un valor en sí misma y que no pueda ser instrumentalizada: tratar a un ser humano como a un medio para la obtención de algún fin es dar más valor a ese fin que a la persona y esto es un gravísimo atentado no sólo contra la “dignidad” de esa sola persona, sino contra la “dignidad humana” 10 que esté en ella realizada de manera concreta. Por esta razón toda actividad que instrumentalice al ser humano es absolutamente inaceptable. c. El valor de la persona es absoluto: en nuestro mundo hay multitud de cosas valiosas y estas cosas valiosas pueden intercambiarse unas por otras precisamente por el valor que representen. El concepto de “dignidad”, sin embargo, deja claramente establecido que la persona no puede ser “intercambiada” por ningún otro bien en el mundo, precisamente por la “excelencia” y la “preeminencia” de su ser. Por poseer un valor sin igual en nuestro mundo, decimos que la persona es un valor “absoluto” en nuestro ámbito. Esto, evidentemente, no incluye a Dios, quien está en otro ámbito. d. La dignidad de la persona es el fundamento de los derechos humanos: reconocida la persona como valor absoluto que no debe ser instrumentalizado, corresponde a todos y a cada uno de los seres humanos, a las instituciones y sobre todo a los Estados, el compromiso por crear las condiciones sociales y jurídicas que permitan a toda persona la realización plena de su ser corporal y espiritual. De ahí que las diversas declaraciones de los derechos humanos deba ir acompañada de una acción comprometida de todos nosotros para que estos derechos sean efectivamente respetados. e. La dignidad de la persona hace que cada ser humano sea insustituible: como dijimos anteriormente, cada ser humano es único, irrepetible y, por lo tanto, “insustituible”. Esto se nos hace evidente cuando amamos a alguien: cada acto de amor es único, porque es única la persona amada, de nada vale buscar sustitutos. Las personas no se sustituyen, porque, como afirmó Pareyson, “en el hombre, todo individuo es, por decirlo de algún modo, único en su especie”. Por eso afirma Juan Pablo II que el amor es la actitud adecuada para la relación entre personas. f. Por último, al hablar de “dignidad” humana hay que ser consciente de que su reconocimiento está históricamente ligada al cristianismo: es en el ámbito de la cultura cristiana donde se reconoce que la persona es “valor absoluto” porque la divinidad decidió “morar” en ella: “¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios” (1Cor 6,19). Por eso, la actitud adecuada ante las otras personas es la de respeto y cuidado solidario: “todo lo que hagan a uno de mis hermanos más pequeños, a mi me lo hacen” (Mt. 25,40). Sin embargo, esto no es lo que generalmente ocurre. Son precisamente las personas vulnerables (“los más 11 pequeños”) las principales víctimas del irrespeto a la dignidad humana y quienes padecen los diversos tipos de insolidaridades. Hoy, lo mismo que ayer, los cristianos estamos convocados a defender la dignidad humana en cualquier situación, en especial en donde es más vulnerable. C. Dimensiones y relaciones de la persona humana En este acápite presentaremos las dimensiones que constituyen al ser humano y las relaciones que la persona humana establece con los otros y con el Otro. Algunos filósofos identifican estos términos, pues entienden las “dimensiones” precisamente como “relaciones”. “Pues bien –afirma Xavier Zubiri-, la manera precisa y formal como el Yo está afectado por el modo de ser de los demás es justamente lo que yo llamo dimensiones”5. Por nuestra parte, llamaremos “dimensiones” a los diversos ámbitos en que debe realizarse la persona humana. Cierto que el ser humano sólo se realiza en el “encuentro” (relaciones) con los otros en todos estos ámbitos que llamamos “dimensiones”, pero hemos optado por tratarlos por separado, porque, en medio de una sociedad que promueve un individualismo desproporcionado, consideramos pertinente resaltar todos los nudos de relaciones que en definitiva constituyen al “ser humano”. C.1. Las dimensiones del ser humano: En el presente trabajo hemos seleccionado sólo tres dimensiones de las muchas que componen al ser humano. Son estas: la dimensión corpórea, la psíquica y la espiritual. Pretendemos esclarecer algunas ideas al respecto y someter a juicio crítico otras. C.1.1. La dimensión corpórea. En primer lugar afirmamos que el ser humano es cuerpo; el cuerpo es “la primera manifestación de la persona”6. Es lo primero que vemos al encontrarnos con los otros. “El hombre –afirma Enmanuel Mounier-, así como es espíritu, es también un cuerpo. Totalmente “cuerpo” y totalmente “espíritu”7. De hecho, el cuerpo, nuestro cuerpo, es la experiencia originaria: “la experiencia originaria que el ser humano hace de sí mismo no es la del cogito cartesiano, la de una conciencia pensante; es la 5 Zubiri, Xavier. “Tres dimensiones del Ser Humano: individual, social e histórica”; Alianza Editorial, Madrid, 2006, p.16. Y añade: “Tratar de las dimensiones del ser humano es pura y simplemente tratar de la refluencia que las demás personas, que los otros, tienen esquemáticamente sobre mi propia realidad”. 6 Burgos, Juan Manuel, “Antropología: Una Guía para la Existencia”, Palabra, 2003, p.67. 7 Mounier, Emmanuel, “El Personalismo”, Udeba, Buenos Aires, 1962, p.12. 12 experiencia de un yo encarnado”8. De ahí que las ideas dualistas, las que consideran al ser humano como la unión de dos substancias diversas y separables (cuerpo y alma), “no encuentran un fundamento suficiente en la experiencia”9; aunque, a causa de una secular y pobre interpretación de la fe cristiana, hayan mantenido una amplia preponderancia en la civilización occidental. En la experiencia, sobre todo en la común y ordinaria de nuestra “vida vivida”, los seres humanos experimentan al menos dos certezas: la primera, la experiencia profunda e indudable de la unidad de nuestro yo interior (espíritu) con nuestro cuerpo10 y, la segunda, la convicción igualmente profunda de que nuestro cuerpo no agota definitivamente nuestro yo interior: “la no-identificación, en contra de lo que afirma el dualismo y el maniqueísmo, no significa antagonismo con el cuerpo (aunque se presenten algunos aspectos de tensión), sino excedencia permanente respecto de todas las virtualidades del cuerpo orgánico”11. A esta altura cabe hacernos una pregunta fundamental, ¿cuál es el sentido humano del cuerpo? “El significado humano del cuerpo –responde J. Gevaert- procede del hecho de que es el cuerpo de una persona humana y está por tanto asumido y unido a la persona, que comparte su suerte con la del propio organismo (…) Sólo a la luz de la totalidad de la persona es posible comprender y valorar el significado humano del cuerpo y de las acciones corporales”12. A continuación, el autor presenta algunas de estas acciones corporales que expresan de modo particular el sentido humano, personal, del cuerpo. Veamos: • “respecto a la persona concreta que tiene que vivir su propia existencia en el cuerpo y a través del cuerpo, el significado fundamental del cuerpo es el de ser el campo expresivo del hombre, el lugar primero en que el hombre tiene que realizar su propia existencia • respecto a los demás hombre, hacia los que la persona está constitutivamente orientada, el cuerpo tiene como significado fundamental el ser para los demás. Y esto desde un triple punto de vista: el cuerpo es fundamentalmente presencia en el mundo, es el lugar de comunicación con el otro y es medio de reconocimiento del otro; 8 Ruiz de la Peña, Juan Luís, “Creación, Gracia y Salvación”, Salterrae, Santander, 1993, p.51. Gevaert, Joseph, “El Problema del Hombre”, Sígueme, Salamanca, 1993, p.83. 10 “El hombre que crece, come y camina… es también el hombre que piensa y reflexiona”, Santo Tomás de Aquino, S. Th, q.76, a.1. 11 Ibídem. P.88. “Precisamente en virtud de esta excedencia es como el cuerpo queda revestido de expresión humana y simbólica”. 12 Ibídem. P. 92. 9 13 • respecto al mundo material y humano, al que pertenece toda persona, el cuerpo es fundamentalmente la fuente de la intervención humanizante en el mundo, el origen de la instrumentalidad y la cultura”13. El cuerpo es el fundamento de toda comunicación, a través del lenguaje, y de todo poder, a través de la instrumentalidad, sin embargo está condicionado por determinados límites. Nunca logramos la perfecta transparencia al expresar nuestras ideas y nuestras intenciones, de ahí que los encuentros con otros a través del lenguaje estén siempre amenazados por el error y el equívoco. Por otro lado, el cuerpo es frágil, y como fuente de instrumentalidad puede decaer e incluso quebrarse (enfermedades físicas y mentales). Por último, el cuerpo está condenado el envejecimiento y la muerte. Ante estas evidentes debilidades y limitaciones de la corporeidad, los seres humanos, en procura de evadir esta angustiosa situación, han asumido diversas posturas, las cuales van desde actitudes “espiritualistas desencarnadas” (Ruiz de la Peña, 1993, p.92) hasta posturas de un materialismo hedonista y vulgar. En ninguno de estos extremos se respeta debidamente la dignidad propia del cuerpo humano. Los espiritualismos desencarnados, preponderante en épocas anteriores, desconocen la condición “mundana” y “temporal” del cuerpo. El ser humano no puede si no realizar todas sus potencialidades en este mundo14, y debe hacerlo en un proceso sucesivo, es decir, temporal. La condición histórica es parte constitutiva de este ser personal que es el hombre. Al otro extremo están los que asumen una actitud de un materialismo hedonista y vulgar. Es la actitud más común al presente. Puede hablarse, como lo hace Ruiz de la Peña, de una “resacralización neopagana” (Ib. P.92) del cuerpo. El problema de hoy no es que se “desvalorice” el cuerpo, como antaño hicieron nuestros abuelos en medio de una compresión dualista y espiritualista de la fe cristiana; el problema de hoy es que el cuerpo ha sido “recuperado”, “revalorizado”, pero desde una perspectiva parcial y reduccionista: “A decir verdad –afirma Ruiz de la Peña-, esta pretendida recuperación del cuero se convierte pronto en una lectura selectiva de la corporeidad: no es el cuerpo en cuento tal lo que se valora, sino los cuerpos bellos, jóvenes y sanos de la beautyful people (la llamada “gente guapa”). Dicha selectividad implica, por extraño que parezca, un idealismo subrepticio que pugna por obtener la imagen arquetípica del cuerpo no respetando la totalidad de sus aspectos, sino reteniendo unos y desechando otros. No se acepta el cuerpo en sus límites; se le finge atemporal, aséptico, atlético, ilimitadamente joven, inmarcesiblemente bello, invulnerablemente sano” (Ib. P.53). 13 14 Ibídem. P.93. Somos seres “arrojados al mundo”, sostienen los filósofos existencialistas. 14 Una vez descrita la situación del cuerpo en nuestra sociedad, Ruiz de la Peña hace inmediatamente un acertado diagnóstico: “si bien se mira, lo que late en el fondo de estas campañas de rehabilitación del cuerpo (apoyadas en la poderosa influencia de los medios audiovisuales) es la patética indigencia de las antropologías para las que el hombre es sólo cuerpo y que, por consiguiente, sólo pueden confiar en el aeróbic, la cosmética y los progresos de la cirugía plástica cuando se interrogan acerca del futuro que les aguarda” (pp.53-54). Y a continuación, ofrece la verdadera solución a este drama: “la fe en la resurrección, y no el culto pagano e idealista del cuerpo, es la más alta forma de fidelidad a éste y el antídoto más efectivo contra su devaluación” (Ib. P.54). C.1.2 Dimensión psíquica El ser humano es una realidad en la que, según X. Zubiri, sobresalen tres notas que le son características: el entendimiento, los sentimientos y la voluntad. “Son unas notas en virtud de las cuales –afirma- el hombre es una realidad esencial y formalmente psico-orgánica”15. Con el término psique, la filosofía clásica se refería al “alma” como “el principio formal substancial de los procesos vitales”16. A cada reino de la vida correspondía un tipo de psique o alma. Aristóteles, quien por primera vez sistematiza los conocimientos acerca del alma, distingue tres tipos de alma: la vegetativa, la sensitivo-animal y la intelectual. El alma es entendida como un principio de actividad (facultades) y, en aquellos primeros momentos, se priorizan las facultades de orden cognoscitivo. Hoy día, sobre todo después de Kant, se integran otro tipo de actividades como son los afectos o sentimientos17. Antes de considerar las facultades del alma y su vinculación con la persona, me ocuparé de una cuestión que ha ocupado a los filósofos desde mediados del siglo XIX. Me refiero a la cuestión del origen del alma. Frente a este problema hay varias posturas: en primer lugar está la tesis del dualismo que sostiene que tanto el cuerpo (material) como el alma son substancias originarias y separables, que están unidas circunstancialmente y cuya comunicación es problemática. Entre los pensadores que han asumido esta postura tenemos a Platón y a Descartes, y las dificultades que implica son también conocidas. Existen también posturas monistas como la de de B. Spinoza, quien afirma que “cuerpo y alma son dos aspectos de una realidad 15 Zubiri, X. Op. Cit. P.7. Willwol, “Psicología”. En “Diccionario de Filosofía” de Walter Brugger; Herder, Barcelona, 1975. 17 “Parece que el momento de Transición en que la afectividad comienza a tener una autonomía propia debe atribuirse a “kant, quien influido por Nicolás Tetens, intervino decididamente con su autoridad intelectual en la legitimación de una nueva taxonomía que agregaba a los clásicos procesos cognoscitivos y apetitivos, otros que designaba con el nombre de sentimientos (gefuhle). Según el nuevo punto de vista, los sentimientos no podían definirse por referencia al conocimiento o a la acción” (J. L. Pinillos “Principios de Psicología”. Citado por J. M. Burgos Op. Cit. P.103) 16 15 fundamental”18; a esta postura se le conoce como panpsiquismo y tiene muy poca incidencia hoy día. Otra postura monista, y de mayor incidencia en la actualidad, es la materialista. Los pensadores materialistas sostienen que la psique o alma procede por evolución de una substancia primigenia que es la materia. Hay dos corrientes distintas dentro de la postura materialista: los fisicalistas, que reducen todas las manifestaciones de la materia (lo química, lo biología, lo psíquico, etc.) a solo aspectos del mundo físico; los emergentistas, por su parte, sostienen que de lo físico a emergido lo químico, de éste lo biológico y de éste último lo psíquico constituyéndose cada uno de ellos “en niveles de ser cualitativamente distintos (…). Cada uno de estos niveles supone los anteriores pero los supera antológicamente y es irreductible a ellos”19. Gustuelo a formulado la siguiente objeción a esta tesis: “¿Cómo puede emerger algo no prefigurado sin ser creado?”20. Por último, podemos mencionar la tesis del creacionismo que se ha expresado mediante las ideas hilemórficas de Aristóteles. Sostiene que Dios crea las almas humanas como una substancia incompleta que sólo puede hacer activas sus facultades mediante el concurso del cuerpo humano, el cual comparte la misma característica de substancia incompleta del alma o psique: “el hombre, y sólo el hombre, es una substancia completa. El alma es una substancia incompleta. El cuerpo no es una substancia, es cuerpo en razón del alma”21. Creo que la visión emergentista, salvando algunos escollos, puede muy bien ser recuperada desde una perspectiva de fe. Esta postura se aviene bien a la visión dinámica que hoy tenemos de los procesos de la realidad y, en especial, de la realidad humana. Luís Farré, en su libro “El Hombre y sus Problemas. Antropología Filosófica” concibe la evolución, siguiendo en esto a T de Chardin, en términos de liberación22. Dios empuja la evolución hacia los términos de mayor libertad, y por esta vía va constituyendo seres de un orden distinto y especial, esto es, seres espirituales. No hay espacio para tratar en detalle las facultades que se le atribuyen al alma, por esta razón nos limitamos a citar la enumeración que hace R. Verneaux en el capítulo segundo de su libro “Filosofía del Hombre”23, antes de iniciar el desarrollo en detalle de estas facultades. Como el profesor Verneaux se ciñe a la tradición aristotélica, añadiré al final un párrafo relativo a otras facultes del alma que hoy se ventilan. “Habrá –dice- cuatro funciones psicológicas principales: Primero, el conocimiento sensible, que comprende todos los actos del conocimiento de un objeto concreto: sensación, imaginación, memoria, al que se le une la conciencia 18 Donceel, J. F: “Antropología Filosófica”, Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1969, 433. Ruiz de la Peña, J. L. Op. Cit. 26. 20 Ibídem. P.27. 21 Donceel, J. F. Op. Cit. P.438. 22 Farré, Luis: “El Hombre y sus Problemas. Antropología Filosófica”, Guadarrama-Labor, Madrid, 1974, p.71ss 23 Verneaux, R. “Filosofía del Hombre”, Herder, Barcelona, 1985, p. 36. 19 16 sensible. Segundo, el conocimiento intelectual, que comprende todos los actos que versen sobre un objeto abstracto: la idea, el juicio, el razonamiento, al que se une la conciencia intelectual que es reflexiva. Tercero, el apetito sensible, que es la tendencia hacia un bien concreto, de donde derivan el placer y el dolor, así como las emociones. Cuarto, el apetito intelectual, que es la tendencia hacia un objeto concebido por la inteligencia y que se llama voluntad. De la tendencia resulta la actividad. Por la actividad física se forman las costumbres; por la actividad intelectual, los hábitos” (Verneaux, p. 36). Por último, tenemos el universo de los sentimientos y de la afectividad que, como habíamos hecho notar fueron integrados a las facultades del alma por iniciativa de Inmanuel Kant. De los sentimientos y la afectividad, “lo primero que hay que afirmar es que se trata de una dimensión esencial. No podemos concebir a una persona sin afectividad, sin sentimientos, le faltaría algo fundamental que la haría inhumana en un sentido muy profundo”, afirma J. M. Burgos24. La reflexión filosófica no prestó adecuada atención a la afectividad y a los sentimientos, quizás porque desde el inicio, en el contexto del ideal racionalista griego, a estas facultades se le identificó con la dimensión irracional del ser humano (pathos). Von Hildebrand lo deja claramente establecido: “la tesis abstracta y sistemática que tradicionalmente ha sido considerada como la postura aristotélica sobre la esfera afectiva da testimonio inequívoco del menosprecio del corazón. Según Aristóteles, el entendimiento y la voluntad pertenecen a la parte racional del hombre, mientras que la esfera afectiva, y con ella el corazón, pertenecen a la parte irracional del hombre, esto es, al área de la experiencia que el hombre comparte supuestamente con los animales”25. Es Descartes quien primero vincula los sentimientos y los afectos con la subjetividad y la disocia del entendimiento y de la voluntad: “la afectividad no podía considerarse un mero producto derivado de las tendencias o de la voluntad, no era ni querer ni desear, sino una dimensión originaria no reductible a otras: la experiencia de sentir, de emocionarse, de vivir la afectividad”26. Los sentimientos y la afectividad componen un amplio espectro que va desde las sensaciones corporales (frío y calor, relajado o tenso, etc); pasando por las acciones psíquicas como el miedo, la ira, tristeza, decepción, alegría y esperanza, entre otras, hasta llegar a las afectividad del corazón que es de carácter espiritual, como el amor y la felicidad. Pero, y con esto me hago eco de una cuestionante planteada por J. L. Ruiz de la Peña, ¿cómo afirmar unos principios formales de las funciones vitales y de las facultades superiores sin sostener un substrato ontológico de estas funciones y facultades?27. “El alma del hombre es más que una simple forma substancial, es 24 Burgos, J. M. Op. Cit. P.109. Citado por J. M. Burgos, ibídem. P.112. 26 Ibídem. P.113. 27 “Sin embargo -afirma Ruiz de la Peña- esta concepción axiológica o relacional del alma está reclamando, a mi juicio, una ulterior fundamentación ontológica, sin la cual el propio concepto se revelaría inconsistente a la larga. El plus de valor y de capacidad dialógica y operativa demanda un plus de ser”, Op. Cit. P.56. 25 17 también un espíritu. Es un espíritu que actúa como forma substancial en la materia”28. Con este párrafo introductorio dejamos ya señalada la orientación de la presente reflexión acerca de la tercera dimensión del ser humano: la dimensión espiritual. C.1.1 La dimensión espiritual El término espíritu ha sido profusamente utilizado en la reflexión filosófica con un campo variadísimo de significados. Se ha utilizado en un espectro que va desde soplo e impulso dinámico de la vida hasta la objetivación de toda la creación cultural de los seres humanos, pasando por el individualista espíritu subjetivo. Por esta razón algunos pensadores recelan del uso de este término, y en su lugar colocan otros tales como “alma”, “conciencia”, “mente”; cualquiera sea el término elegido, los problemas a enfrentar serán los mismos, por esta razón y por su arraigo en la tradición mantendremos el uso del término “espíritu” en la presente reflexión. A. Willwoll define el vocablo espíritu en los siguientes términos: “ser inmaterial simple y substancial, capaz de poseerse a si mismo mediante la autoconciencia y libre autodeterminación, así como también de comprender y realizar valores suprasensibles”29. Como vemos, la primera nota en resaltar es la de inmaterialidad. Con esto se pretende expresar que “en último análisis, el hombre individual no puede reducirse a la materia ni puede ser considerado como expresión de la materia evolutiva, a la que sin embargo pertenece”30. Con esta nota se quiere dejar establecido que la realidad espiritual tiene características distintas a las realidades materiales, cuyas características principales son el espacio y el tiempo. Esto, como vemos, no aclara mucho, nos dice qué no es el espíritu, pero lo que se pretende es saber qué es. Además esta caracterización tiene otra dificultad, que al enfocarse en la contraposición entre una y otra dimensión del ser humano, abre el espacio a una visión dualista. Además de la inmaterialidad, la definición de A. Willwoll considera al espíritu como ser “simple y substancial, capaz de poseerse a si mismo mediante la autoconciencia y libre autodeterminación, así como también de comprender y realizar valores suprasensibles”. Pero, ¿quién es capaz de disponer de sí y reconocer y acoger los valores? Son estos atributos propios de la persona. Así que la segunda característica a que apunta la definición es al carácter personal del espíritu. La idea de espíritu nos indica que “cada uno existe como sujeto, como persona, como “alguien”, como un “Yo” frente a un Tú. El ser alguien (persona, sujeto único e 28 Doncel p.348 Brugger, W. Op. Cit. 196. 30 Gevaert, Joseph, “El Problema del Hombre”, Siguema, Salamanca 1993, p.138. 29 18 inconfundible) no es una cualidad (impersonal y neutra), sino algo que no entra ya en el reino de las cualidades y de las propiedades”31. Las facultades y funciones psicológicas de las que hablamos en el acápite anterior no existen por cuenta propia, son sólo abstracciones, “lo que existe es una persona concreta e inconfundible que piensa, quiere, ama, etc. Pensar, amar, querer… son modos de ser del sujeto personal. Por eso mismo el problema del espíritu no se refiere en primer lugar a la inmaterialidad de las facultades intelectivas y volitivas, sino a la alteridad y a la unicidad de las personas”32. Son las relaciones intersubjetivas el espacio privilegiado para descubrir la dimensión espiritual del ser humano, puesto que en el encuentro con otro descubro un ser que es irreductible a otra realidad, inconfundible y único. No se trata de una cualidad o de una función, sino propiamente de un “ser”, de “alguien”. Se trata de un ser que trasciende cualquier intento de reducirlo a pensamiento o materia. El espíritu personal es una realidad “singular” y “única”, que tira por el suelo cualquier interpretación monista de la realidad. “La esencia del espíritu –afirma Gevaert- que se revela en la intersubjetividad es por consiguiente irreductibilidad ontológica con los demás en el mundo”33. Se trata de “sujetos irreductibles”, afirma. Este ser “ontológicamente irreductible” que es el ser espiritual, nos presenta varias caras. La primera y más inmediata es la del “yo personal”. Con el “yo”34 nos referimos a “lo más profundo de mi ser, a mi raíz ontológica y a mi identidad personal (…) el núcleo central y último de la persona”35. Puedo decir propiamente “yo soy corporal”, “yo soy inteligente”, “yo soy amoroso”, en fin, puedo tomar una cierta distancia de todas las funciones que atribuimos anteriormente al alma (psique), pero no puedo tomar distancia de mi “yo”, es como la cara más íntima de la persona espiritual. El “yo” nos revela una segunda cara del ser espiritual: la conciencia. Podríamos figurarnos la conciencia como una luz interior que hace evidente y transparente mi “yo”. La conciencia es, en palabras de J. M. Burgos, “el lugar del yo y de la subjetividad (…) el espacio interior en el que vivimos y habitamos”36, de ahí que podemos experimentar como “intimidad” nuestra propia subjetividad. La conciencia tiene entonces dos dimensiones: “una por la que podemos darnos cuenta de nuestros actos y la otra, la más fundamental, por la que vivimos interiormente”37. La tercera cara es la de “poseerse a sí mismo”, la de “disponer de si”, esto es, la autodeterminación o libertad. Por último, un ser 31 Ibídem. P.142. Ibídem. P.142 33 Ibídem. P.144. 34 Conviene aquí recordar las funciones del yo en el conjunto de la actividad personal: es fuente de actividad; base de la unidad; fundamento de la permanencia en el tiempo (subsistencia); actuar de sujeto; ser el soporte de la personalidad y de la identidad (Burgos, p.210-211) 35 Burgos, J. M. Op. Cit. P.197. 36 Ibídem. P. 201. 37 Ibídem. P. 201. 32 19 espiritual que es “yo”, que es “conciente” y “libre” es, desde luego, un ser “personal”, esto es, un ser único e irreductible, por tanto “singular” e “insustituible”, y por consiguiente “absoluto”. Una última cuestión, ¿puede considerarse al ser humano como el término de un proceso que va desde lo orgánico a lo psíquico hasta alcanzar lo espiritual? ¿Podemos validar la teoría emergentita? Creo, a diferencia de Ruiz de la Peña, que desde una visión cristiana se puede aceptar la tesis emergentista, siempre que se vea en estos saltos no un acaso del azar, sino un plan del entendimiento divino y una intervención suya directa que nos constituye a cada uno en “persona”. Desde esta postura, se nos hace más clara la comprensión de la “unidad” de la persona en sus dimensiones corpórea, psíquica y espiritual. C. 2. Las Relaciones de la persona humana (los otros, Dios y la naturaleza). Equilibrio y madurez. Desde la misma creación, Dios hizo a la persona hombre y mujer, para que el hombre no estuviera solo. La dimensión relacional de la persona humana es intrínseca a su creación. Somos animales de razón, sentimiento, afectividad, sexualidad,… de necesidades y deseos, que por ser creados a imagen y semejanza de Dios, tendemos a trascender, estamos llamados a ser Trascendentes. Solamente trascendemos si, conscientes de nuestra realidad y naturaleza, nos encaminamos al horizonte que nos constituye como personas trascendentes, que es el reconocer los valores, aptitudes, habilidades,… que poseemos y desarrollarlas, de una manera equilibrada. Al desarrollo equilibrado nos acercamos, cuando las dimensiones, valores, aptitudes,…la vamos expresando en nuestro diario proceder. Es que procedemos desde lo que somos, y desde lo que somos procedemos. Si no hay congruencia entre ambas dimensiones, “algo” falla en nosotros. Y ese fallar puede conducirnos a la des realización nuestra como persona humana. Nos desrealizamos cuando no trascendemos. Y no trascendemos cuando solamente actuamos desde nuestras necesidades, como actúa cualquier animal irracional. Si damos un vistazo a los estímulos que recibimos a través de los anuncios comerciales, veremos que solamente motivan el consumo, es decir, a satisfacer las necesidades, sin motivar el razonar, la vida en familia, la vida en comunidad,… Y es que para lograr esa madurez humana, debemos desarrollar, toda esas dimensiones nuestras con equidad. Es decir, haciendo justicia a cada una de ellas. Desde aquí podemos ir configurándonos como personas humanas pertinentes y prudentes. La persona prudente es la que descubre lo que debe hacer, es decir cómo debe proceder en cada momento. La persona pertinente es la que hace lo que debe hacer en el momento y lugar oportunos y precisos. Aquí radica la madurez de la persona humana. 20 Ahora bien, se afirmó que la persona humana es un ser en relación. Y es que esa madurez solamente se logra siendo y haciendo conciencia de esa dimensión relacional. La relación cualificada de la persona se configura desde esa relación de respeto consigo misma, sabiéndose y reconociéndose la dignidad impresa en uno mismo. Se tiene el “Soplo de Dios”, la vida del Dios Creador, desde el primer momento de la concepción en el vientre de la madre. Y cuando se reconoce esa “grandeza”, se reconoce uno mismo y se respeta como persona. Los demás respetan a cada persona a la altura en que esa persona se respeta a sí misma. Solamente desde la calidad de esa relación respetuosa consigo misma, cada persona puede salir de sí para relacionarse con el Trascendente, con las demás personas y con la naturaleza. En esas cuatro “instancias” nos realizamos o desrealizamos. Y la madurez o realización de cada persona depende de la calidad de la relación consigo misma, con el Trascendente, con los demás y con la naturaleza. Es imprescindible la comunicación con lo Trascendente. Esa relación nos habla de nuestra capacidad de superarnos cada día, de la llamada a desarrollarnos como personas conscientes, inteligentes y libres. Cuando se hace conciencia de la inteligencia y de la libertad, se comienza a caminar por los senderos que conducen a la planificación o realización personal. Y es que cada momento de nuestra existencia nos ofrece la oportunidad de desarrollar nuestras dimensiones humanas. En ese desarrollo cada quien se destila como lo que se es: PERSONA HUMAMA. Es decir, la relación con el Trascendente es expresión del deseo de vivir, consciente y responsablemente. En esta conciencia responsable radica la libertad de toda persona humana. Y la libertad se define y expresa, en la responsabilidad de cada acción. Desde aquí, la relación con el Trascendente, nos conduce a la realización más allá de nosotros mismos. Ahora bien, esa relación consigo misma y con el Trascendente se manifiesta en la relación con las demás personas. Por eso, la altura o bajeza de esa relación con los demás, nos habla de la altura o bajeza de la relación de la persona humana consigo misma y con el Trascendente. Por eso, la definición que cada persona tiene de la otra persona, está en la misma dimensión de la definición que se tiene de sí misma y del Trascendente. Desde aquí, nos realizamos en un medio ambiente, en un habitab. Ese habitab es la misma naturaleza. Naturaleza que nos acoge y nos (ofrece los) elementos fundamentales para crecer, para vivir, para… por eso es necesaria la relación armoniosa y respetuosa con la madre naturaleza. Una realización de seguirla cocreando para establecer espacios que sigan dando vida y en abundancia. Todas las personas somos responsables de mantener, sostenidamente, el espacio donde vivimos, nos movemos, existimos, nos relacionamos y nos realizamos. Por estas razones, cada persona, desde esa relación consciente y respetuosa consigo misma, se sale de su propio querer, amor e interés, para convivir, respetuosamente, con el Trascendente, con las demás personas y con la naturaleza. 21 D. Los obstáculos a la persona: La deshumanización y sus modos: La antropología prehistórica –como señala Edgar Morin- nos muestra cómo la hominización es una aventura de millones de años, tanto discontinua (… aparición y desaparición de especies, de lenguajes y culturas), como continua, en el sentido en que se prosigue un proceso de bipedación, de manualización, erección del cuerpo, cerebración (cráneo del australopiteco = 508cm3, del homo habilis = 680 cm3, homo erectus = 800-1100 cm3 y hombre moderno =1200-1500 cm3)38 y de complejización psicológica y social. La humanidad ha hecho este largo recorrido, podemos decir, sin habérselo propuesto. Alguien podría decir que ha sido resultado exclusivo de las leyes de la evolución como son la adaptación y la selección natural. Otro podría ver en este proceso la presencia de un entendimiento ordenador y de una voluntad provisora. Otro más podría ver ambas cosas. En cualquiera de los casos se trata de un proceso del cual los seres humanos no han tenido control, al menos un control consciente y planificado. Sin embargo, la hominización no es el culmen de los procesos humanos, como bien señala Morín: “la hominización desemboca en un nuevo comienzo. El homínido se humaniza. Desde allí, el concepto de hombre tiene un doble principio: un principio biofísico y uno psico-socio-cultural, ambos se remiten el uno al otro”39. El despliegue de este proceso psico-socio-cultural de humanización recae sobre la responsabilidad del propio ser humano. El ser humano es el responsable de realizarse o de desrealizarse en los individual (psiqué) y en los social, como se ha mostrado en el acápite anterior. Y en la medida en que decide realizarse en todas sus dimensiones y relaciones se humaniza, lo mismo que cuando rechaza este proyecto, se deshumaniza. En este acápite nos corresponde señalar algunas situaciones psicosocio-culturales que conducen a la deshumanización del ser humano. Dos son las situaciones más frecuentes de deshumanización del ser humano contemporáneo: la masificación y la cosificación. Pasamos a considerarlas a continuación. E La masificación: El próximo 24 de octubre se cumplirán los 80 años del inicio de la publicación, en el diario madrileño el Sol, de los artículos de Don José Ortega y Gasset que luego serán recogidos en el libro “La Rebelión de las Masas”. En este primer artículo, el gran ensayista señala y distingue el concepto de masa: “la sociedad es siempre una unidad dinámica de dos factores: minorías y masas. Las minorías son individuos o grupos de individuos especialmente cualificados. La masa es el conjunto de personas 38 Morin, Edgar: “Los Siete Saberes Necesarios para la Educación del Futuro”, Ministerio de Educación Nacional de Colombia, Bogotá, 2000. p.37. 39 E. Morin, Op. Cit. P.38. 22 no especialmente cualificadas”40. No se entienda que Ortega califica como masa a alguien sólo por pertenecer a una determinada clase social, pues No. “Masa –aclaraes todo aquel que no se valora a sí mismo –en bien o en mal- por razones especiales, sino que se siente “como todo el mundo” y, sin embargo, no se angustia, se siente a sabor al sentirse idéntico a los demás. Imagínese un hombre humilde que al intentar valorarse por razones especiales –al preguntarse si tiene talento para esto o lo otro, si sobresale en algún orden-, advierte que no posee ninguna cualidad excelente. Este hombre se sentirá mediocre y vulgar, mal dotado; pero no se sentirá masa. (…) Cuando se habla de “minorías selectas”, la habitual bellaquería suele tergiversar el sentido de esta expresión, fingiendo ignorar que el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores (…) La división de la sociedad en masas y minorías excelentes no es, por lo tanto, una división en clases sociales”41. Como vemos, el hombre masa es el que no se exige lo debido para alcanzar la excelencia de su ser, el que se pliega al rebaño y evita así “disponer” de si mismo. Es masa quien declina su llamado a la “autenticidad” y se somete a la actual cultura “estandarizada”. Quien así hace se “desrealiza”, se “despersonaliza”. E.2 La cosificación: Al tiempo que Ortega hacía las reflexiones que citamos anteriormente, un filósofo austriaco de origen israelí, Martín Buber, reflexionaba acerca de las relaciones entre los seres humanos e hizo importantes hallazgos. Veamos un resumen de sus reflexiones elaborado por J. Gevaert: “En su conocida obra Ich und Du (1922) se rechaza radicalmente la reducción del hombre a una sola dimensión, esto es, a la relación con las cosas (Ich-Es) y se afirma la presencia de otra relación, esto es, con el otro (Ich-Du). Estas dos relaciones se caracterizan respectivamente como experiencia (Erfahrung) y encuentro (Begegnung), o bien como saber o diálogo. La tesis fundamental de Buber es que la relación con el tú no es solamente una relación entre las demás, sino la relación por excelencia, el primun cognitum, el hecho primario de toda antropología y de toda filosofía (…). La relación con el mundo material (Ich-Es) se desarrolla, pues, como una relación dueño-esclavo (en la terminología de Hegel); está dominada especialmente por la práctica y por la voluntad de dominar el mundo 40 41 Ortega y Gasset, José,”La Rebelión de las Masas”, Espasa-Calpe, Madrid, 1976, p. 67. Ibídem. P.68-69. 23 (…) Profundamente diversa es la relación con el té. Antes de toda relación con el mundo e independientemente de ella, cada uno (el yo) tiene una relación con el otro (el tú). La relación con el otro se caracteriza por la inmediatez: el otro está inmediatamente presente, sin conceptos, sin fantasía, etc. En otras palabras, no hay intermediarios en el encuentro (razonamientos, analogías, etc.) el tú, a diferencia de la cosa, no aparece jamás como sometido al yo o dependiente del yo, y por tanto está sustraído fundamentalmente al modelo dueño-esclavo”42. Cuando en las relaciones “intersubjetivas” (entre un tú y un yo: dos sujetos) uno aparece dominado, entonces se produce la “cosificación”, porque se está tratando a un “sujeto” como “cosa” y esto deshumaniza tanto al sujeto sometido como al sujeto dominante, puesto que a ambos se les niega la posibilidad del “encuentro interpersonal” que es el espacio adecuado para la realización del proceso de “humanización”. En la sociedad actual encontramos muchas situaciones en que los seres humanos son cosificados, estar atentos a esto, descubrirlo y combatirlo es el camino para la realización de nuestra propia “humanidad”. Pero esto sólo nos será posible en la medida en que poseamos una concepción del la persona humana que esté a la altura de nuestro tiempo. IV. Un acercamiento a las cuestiones últimas Como han podido observar a lo largo del tema que nos ha ocupado, la persona es una de las nociones más importantes para la vida humana. Explicitar dicha noción para cada uno/a de nosotros/as es de vital importancia, ya que es a partir de ella que podremos ir tomando las decisiones que nos permitan desarrollarnos como verdaderos seres humanos. Sin embargo antes de terminar el tema debemos referirnos a ciertas cuestiones que, a veces, a primera vista para los/as jóvenes parecieran ser cuestiones de poco interés. Sin embargo, pedimos de ustedes la benevolencia de su paciencia para poder plantearlas y luego entenderán porque. 42 Gevaert, Joseph, “El Problema del Hombre”, Síguema, Salamanca, 1993, p. 41. 24 A. El sufrimiento y la muerte Desde que los seres humanos asumen su autoconciencia como uno de los elementos diferenciadores respecto a la vida humana, descubren dos aspectos importantes que caracterizan su vida: el sufrimiento y la muerte. A.1. El sufrimiento “Vivir es -dice Ortega y Gasset-, lo que hacemos y lo que nos pasa, es siempre un ahora es pura actualidad, es un punto-el presente- que contiene todo nuestro pasado y todo nuestro porvenir. Todo vivir es ocuparse con lo otro que no es uno mismo, todo vivir es convivir, hallarse en medio de una circunstancia.”[Unas lecciones de metafísica]. Y en este vivir donde hacemos o no hacemos algo, nos pasa que nos encontramos con el sufrimiento. Sufrimiento que puede ser de orden físico, moral o psicológico y religioso, ya que como veíamos somos seres integrales. ¿Por qué tenemos que sufrir? ¿Por que esto me sucede a mí? Veamos qué respuesta puede darnos la filosofía. Estas preguntas, muy frecuentes a nosotros los seres humanos, ha sido un tema permanente de reflexión para los filósofos/as y la filosofía. ¿Que nos propone la filosofía? Lo primero que debemos hacer es reflexionar sobre nuestro modo propio de ser, ¿qué características tenemos que a diferencia de los demás seres vivos nos permiten no solo sentir sino además pensar en el sufrimiento? Recordemos aquí lo que señalábamos al inicio del tema: “En cuanto a la condición temporal, vale decir que la persona es un ser dinámico, que se realiza en el tiempo mediante decisiones sucesivas, y que es un ser proyectivo, que procura disponer de su futuro como una forma de alcanzar niveles superiores de “autonomía” y de “autoposesión de sí mismo” Es decir, somos los únicos seres que sabemos que estamos vivos, que tenemos conciencia de que estamos vivos, y cuando nos damos cuenta de esto, advertimos que esta vida nuestra, la de cada uno, es un hecho, es una realidad, sólo que si indagamos un poco nos encontramos frente al hecho de que no hay ninguna causa necesaria para ello, nuestra vida es un don, es un regalo, y es además un regalo, estamos aquí gracias a la generosidad de Dios creador y de aquel padre y aquella madre que nos permitieron nacer. Pero además podemos advertir que este regalo que es la vida, nos abre un sinnúmero de posibilidades. No nacemos totalmente hechos, debemos ir construyéndonos, realizándonos a nosotros mismos como personas, como seres humanos que es lo que Ortega y Gasset nos señala. Debemos realizarnos en una familia determinada, en una sociedad determinada, en una cultura determinada, en fin, en una serie de situaciones concretas que van a posibilitarnos ser lo que deseamos ser. 25 Este hecho, factum, - que el ser humano tiene que realizarse a sí mismo junto con los demás y lo demás en el mundo- choca continuamente con otro hecho no menos evidente: la experiencia de la frustración, del sufrimiento, del fracaso, del mal. Tanto para cada una de las personas como para la historia humana en general, la existencia es un sendero en donde las victorias parciales están diseminadas en medio de un número incalculable de intentos frustrados o fracasados. El hambre, el sufrimiento, la incomprensión, la guerra, los derechos pisoteados, las injusticias contra los inocentes, la carrera desbocada tras ideales inalcanzables, la fatiga ingrata, las enfermedades... van trazando profundos surcos en nuestra época lo mismo que en las anteriores. El fracaso y el mal forman indudablemente parte de la existencia humana. En el vivir cotidiano, descubrimos que nuestra vida no es ni perfecta ni absoluta, es una vida que se enfrenta a múltiples posibilidades, algunas positivas y otras negativas. A.2. La muerte Esta situación del sufrimiento, nos enfrenta a otra cuestión más radical aun, recordemos que Karl Jaspers43 ya nos plantea que la muerte es una de las situaciones límites que nos posibilita las preguntas filosóficas. Si bien la muerte es un acontecimiento que afecta necesariamente a todo ser vivo, la noción de la muerte es específicamente humana, en cuanto que sólo el ser humano tiene conciencia plena de su inexorabilidad y se plantea (desde perspectivas religiosas) la posibilidad de una «vida» después de la muerte. La antropología filosófica a través de muchos filósofos, considera a la muerte como una categoría de lo vivido que, aunque nunca es plenamente presente como muerte propia, aparece como negación de la vida y engendra angustia y temor. Desde los inicios mismos del proceso de hominización, la especie humana ha elaborado complejas creencias y mitos religiosos relativos a la muerte, acompañados de ritos funerarios, destinados tanto a asegurar el descanso de los difuntos, como a evitar su retorno entre el mundo de los vivos (fantasmas). Además, en la medida en que los seres humanos somos plenamente consciente de la inevitabilidad de la muerte, y que ésta es el polo opuesto y necesario a la vida, se considera que la muerte forma parte del sentido general de existencia humana, y aparece como su horizonte inevitable. Por ello, algunos filósofos como Platón, Cicerón, Montaigne o Schopenhauer, consideran la filosofía como una preparación para la muerte o, al menos, como una meditación de la muerte. 43 Karl Jaspers, La filosofía desde el punto de vista de la existencia, FCE, México 1986. 26 Desde algunas posiciones del existencialismo contemporáneo44 se ha puesto énfasis en el absurdo de la vida que ha de acabar necesariamente con la muerte. Esto está en la base de la angustia existencial, que se acentúa al considerar que la muerte no sólo es un hecho, sino como un proceso: desde que nacemos estamos condenados a muerte. En este sentido, el tema de la muerte (el hombre es un «ser para la muerte», decía Heidegger, que consideraba la muerte como el fundamento constitutivo de la existencia en su finitud) ha alimentado las preocupaciones de los filósofos de dicha corriente. Martín Heidegger: "El hombre es un ser para la muerte". Todos los niños que nacen están ya en camino hacia la muerte. La existencia humana puede definirse esencialmente como ser-para-la muerte, estar tendida a la muerte. En la sociedad moderna, materialista, utilitarista y cada vez más superficial, se intenta reducir la muerte a un hecho cotidiano y neutro; el gran hecho de la muerte como dimensión de la existencia queda banalizado. La autenticidad se realiza únicamente cuando el ser humano se enfrenta fría y realísticamente con la irreversible necesidad de la muerte, esto es, de la propia muerte. El individuo se convierte en un ser humano libre y auténtico. Es la muerte una experiencia intransferible: nadir puede morir en lugar de otro. Heidegger rechaza explícitamente el suicidio; hay que esperar la muerte y comprender a la luz de esta muerte la posibilidad del momento. La espera de la muerte es más bien ausencia de esperanza, pues todas las posibilidades, todos los proyectos concretos, todos los trabajos parciales... quedan revestidos de un velo de nulidad y de vanidad. Jean Paul Sartre45: En contra de lo que había afirmado Heidegger, Sartre niega que la muerte pueda conferir alguna especie de autenticidad a la existencia humana. Al contrario, la muerte revela el carácter absurdo fundamental que marca a la existencia humana, ya que rompe y desgarra violentamente todo proyecto, toda libertad personal, todo significado de la existencia. En fin, la muerte constituye la alienación fundamental contra la cual no cabe ninguna esperanza. La vida como proyecto necesario de la libertad es realmente una pasión inútil. ¿Habrá que suicidarse entonces? También el suicidio es absurdo, mejor es vivir el presente. 44 En sentido amplio, el concepto de existencialismo es confuso y oscuro. No hay una definición teórica clara y unánime. Sin embargo, la concepción más compartida apunta hacia un movimiento filosófico, cuyo postulado fundamental es que son los seres humanos, en forma individual, los que crean el significado y la esencia de sus vidas. 45 Jean-Paul Charles Aymard Sartre (París, 21 de junio de 1905 – ídem, 15 de abril de 1980), filosofo francés. 27 B. El sentido de la vida Paradójicamente, el acontecimiento que más nos interpela a reflexionar sobre el sentido de la vida es sin duda la muerte. En la muerte de una persona significativa para nosotros experimentamos por anticipado la experiencia de nuestra propia muerte, lo cual a su vez rompe con la rutina de lo cotidiano, lo superficial, y nos sitúa en la reflexión sobre el sentido de nuestra propia existencia. ¿Cómo podríamos vivir de verdad donde faltase la posibilidad de morir? Miguel de Unamuno 46sostiene en El sentimiento trágico de la vida, que sabernos mortales como especie pero no querer morirnos como personas, es precisamente lo que nos individualiza a cada uno de nosotros. Pensar el sufrimiento, la muerte, nos exige convertirnos en pensadores, pero en realidad nos convierte en pensadores de la vida, de mi vida, de la vida humana en general. “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”.47 Tomar conciencia del hecho de que somos seres temporales y caminando irreductiblemente a la muerte, nos permite situarnos frente a la vida desde otra perspectiva, la del sentido de nuestra propia vida. Si mi vida es finita, es decir tiene un término, ¿cómo voy a vivirla? Hay por supuesto muchas respuestas a esta pregunta, es por eso que decimos que al tomar conciencia de nuestro modo de ser, debemos –como exigencia misma de nuestra inteligenciadefinir nuestro modo de proceder, ya que en ello nos va nuestra vida misma. C. La trascendencia y esperanza La inteligencia humana, a pesar de la evidente limitación y precariedad frente al misterio de la muerte, tiene de todas formas algunos puntos firmes que sostienen la esperanza y la perspectiva de un futuro absoluto: 46 Ninguna experiencia, ni siquiera la de la muerte, puede destruir radicalmente la certeza de que en la vida hay algo con sentido; esa experiencia rechazará siempre el carácter absoluto de la muerte. El misterio de la persona humana no puede comprenderse en último análisis como expresión de la materia evolutiva e histórica; por tanto, la persona tiene otro fundamento y un destino metahistórico; existe en virtud de un "don". Miguel de Unamuno y Jugo nació en Bilbao en 1864, muere en Salamanca, el día 31 de diciembre de 1936.Filosofo, escritor, fue un hombre de una personalidad original y desbordante, muy polémica y, a veces, contradictoria, tanto en su pensamiento como en su actividad política. No es un pensador sistemático: sus ideas están esparcidas en ensayos, poemas, novelas y dramas. 47 Baruch Spinoza, Ética, parte IV, propo. LXVII. 28 Por tanto, la muerte no puede ser interpretada como la última palabra de la existencia personal, ya que esto significaría caer en el materialismo más vulgar y negar la evidencia de que hay algo en la existencia con sentido. La superación de la muerte tiene que concebirse como existencia personal sin término, ya que los valores humanos que dan sentido a la vida no existen sin las personas. La existencia humana, aun cuando no sea consciente de ello, está constitutivamente orientada hacia la inmortalidad personal. No se trata de un deseo psicológico, sino de la realidad misma del hombre, esto es, de su esencia más propia: el hombre es tensión y orientación hacia una existencia personal eterna. La esperanza es el sentimiento de optimismo fundado en la fe o en la creencia firme de que un suceso puede ocurrir. La esperanza es la virtud por la cual el hombre pasa de devenir a ser. Siguiendo a Santo Tomás de Aquino, ha sido definida como "virtud infusa que capacita al hombre para tener confianza y plena certeza de conseguir la vida eterna y los medios, tanto sobrenaturales como naturales, necesarios para alcanzarla, apoyado en el auxilio omnipotente de Dios".1 A la esperanza se oponen, por defecto, la desesperación y, por exceso, la presunción.Por la esperanza el cristiano se ordena y se subordina a Dios, no subordina él a Dios. El descubrimiento del Dios creador y de la orientación constitutiva de la existencia humana hacia ese misterio, ¿implica por consiguiente una promesa y una garantía de inmortalidad? Si Dios quiere a cada una de las personas como persona, entonces no la quiere como función o como eslabón en el desarrollo de un conjunto o de un todo. Quererla solamente durante un tiempo significaría siempre y necesariamente quererla como función, para abandonarla luego, una vez que se hubiera cumplido esa función. Querer a alguien como persona es quererlo para siempre. Además, el amor del Dios creador que "pone" a la persona está esencialmente en disposición de garantizar la eternidad del don personal de la existencia. Concebir la inmortalidad dentro de la línea de una relación interpersonal con Dios es una manera de responder al problema del sentido de la vida que domina a la empresa antropológica. El sentido último del hombre no es una cosa al lado de la relación con Dios, sino que es la misma relación interpersonal con Dios. La inquietud espiritual es en el fondo el deseo de ser alguien en la presencia de Dios, de vivir una relación dialogal permanente, dentro de la fidelidad y del amor. La certeza que la filosofía logra alcanzar en este terreno es suficiente para justificar la razonabilidad del abandono radical del hombre en manos de su creador. Por otra parte, la conciencia de la muerte es la condición más concreta y real que nos invita a reconocer la total dependencia de la existencia respecto al creador, y al mismo tiempo el impulso existencial más poderoso para poner nuestra propia existencia y su cumplimento en manos de Dios. 29 Todo lo que la filosofía pueda afirmar y aclarar en este terreno no podrá dispensar al hombre de hacer este acto fundamental de entrega al misterio de su propia existencia. Reconocerse criatura, no ya con un acto puramente intelectual, sino con un acto existencial y religioso que es abandono: fe y esperanza. Bibliografía consultada: • Arnoldo Mora Rodríguez, Perspectivas filosóficas del hombre, EUNED, Costa Rica 1992. • Arnold Gehlen, Antropología filosófica, Paidós, Barcelona 1993. • Josef Pieper: Las virtudes fundamentales. Ed. 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