Humildad y simplicidad La humildad es un reconocimiento de todo aquello que no somos. Es la constatación de los límites humanos, aquello que nos salva de la arrogancia que siempre amenaza con aparecer en las relaciones de poder. La humildad permite que todas las demás virtudes sean discretas y no nos hagan enorgullecer en exceso de nuestros valores y de nuestra fuerza (virtud). Es, por tanto, un valor en constante relación con las demás. Volviendo a Aristóteles que nos ayuda a pensar siempre en el término medio entre dos vicios: la humildad está entre la vanidad y la bajeza. Cuando nos falta humildad somos vanidosos y arrogantes, y cuando nos sobra, somos "menos", torpes, siempre creyendo que no somos dignos, y que no tenemos el debido valor. En este último caso nos sometemos a humillaciones situándonos más bajo de dónde realmente estamos. Pero las humillaciones sólo sirven como arma a los orgullosos, arrogantes, vanidosos y perversos, y nada tiene que ver con la humildad. Ser humilde no significa dejarse humillar. Humillar al otro, no reconocer su dignidad, no es ayudarlo a ser humilde. Humillar al otro es dar refuerzo a nuestra vanidad y nuestro orgullo. La filósofa española María Zambrano dice una frase preciosa: 'La poesía vence sin humillar'. Cuando tratamos la humildad como un valor a ser desarrollado con niños estamos hablando de crear personas capaces de "vencer sin humillar". La simplicidad es lo contrario del narcisismo y de la pretensión, es el antídoto para el exceso de amor propio, es el equilibrio para la autoestima. Muchos confunden simplicidad con simplismo y superficialidad. Pero curiosamente ser simple no es una tarea fácil. La simplicidad es la capacidad de ver la vida en su forma originaria, y como la vida es compleja, ser simple es profundizar naturalmente, sin esfuerzos, en esa complejidad. Es como el retorno del buzo con su perla en la mano, después del salto al fondo del mar.