Hablar ante un Tribunal y ganar la plaza. Cómo dar una clase

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Hablar ante un Tribunal y ganar la plaza.
Cómo dar una clase magistral.
Joaquín Gomis Galipienso
Título: Hablar ante un Tribunal y ganar la plaza
Autor: © Joaquín Gómis Galipienso
ISBN: 978–84–8454–612–2
Depósito legal: A–831–2007
Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
www.ecu.fm
Printed in Spain
Imprime: Imprenta Gamma Telf.: 965 67 19 87
C/. Cottolengo, 25 – San Vicente (Alicante)
www.gamma.fm
gamma@gamma.fm
Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o
transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación
magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso
previo y por escrito de los titulares del Copyright.
Índice
1) Introducción ......................................................................................... 5
2) La necesidad de dominar el aula.......................................................... 9
2.1) Superar el miedo a hablar en público ........................................ 12
2.2) Actuar con naturalidad .............................................................. 16
3) Establecer los objetivos didácticos de la exposición ......................... 21
4) Cómo construir un discurso ............................................................... 23
5) Elaboración y empleo de un guión..................................................... 37
6) Las habilidades para hablar bien en público. Los recursos verbales .... 41
6.1) La mecánica del habla ............................................................... 41
6.2) Una pronunciación correcta ...................................................... 44
6.3) El rostro y la voz ....................................................................... 46
6.4) Evitar el “ahogarse” .................................................................. 46
6.5) Tono y volumen de voz............................................................. 48
7) Participación del cuerpo y la mirada en la comunicación.................. 53
7.1) Hábitos de comportamiento corporal ........................................ 54
7.1.1) Vestimenta ........................................................................ 54
7.1.2) La utilización de las manos .............................................. 56
7.1.3) Los gestos automáticos..................................................... 59
7.2) Los recursos no verbales ........................................................... 60
7.2.1) Las posturas corporales y el estilo no-verbal.................... 60
7.2.2) La expresión de rostro y cabeza ....................................... 60
7.2.3) La mirada.......................................................................... 61
7.2.4) Técnicas de la mirada ....................................................... 63
8) Posturas físicas................................................................................... 67
8.1) Hablar de pie ............................................................................. 67
8.1.1) Forma de estar y actuar antes de hablar; expresión del
torso, rostro y cabeza .................................................................. 69
8.1.2) Las manos ......................................................................... 69
8.2) Hablar sentado:.......................................................................... 70
8.2.1) Forma de sentarse y actuar antes de hablar; expresión
del torso, rostro y cabeza ............................................................ 71
8.2.2) Las manos ......................................................................... 72
8.3) Caminando ................................................................................ 73
8.3.1) Actuación óptima caminando, expresión del torso y
la necesaria distensión corporal .................................................. 73
8.3.2) Las manos ......................................................................... 75
9) Utilización de medios técnicos .......................................................... 77
9.1) Materiales impresos................................................................... 81
9.2) Micrófono.................................................................................. 83
9.3) Pizarra y rotafolios .................................................................... 84
9.4) Transparencias........................................................................... 86
9.5) PowerPoint ................................................................................ 89
10) Conquistar al auditorio..................................................................... 93
10.1) La técnica de las presentaciones.............................................. 94
10.2) Cómo iniciar la exposición...................................................... 96
10.3) Cómo atraer la atención y dominar las pausas ........................ 99
10.4) Responder a las preguntas ..................................................... 102
10.5) Tipos de alumnos .................................................................. 105
10.6) Cómo tratar las interrupciones y las faltas de respeto........... 108
10.7) Cómo terminar la clase.......................................................... 109
11) Y ahora nos auto-examinamos....................................................... 113
12) A modo de despedida..................................................................... 117
1) Introducción
El tener que hablar en público, sea cual sea la circunstancia, se vuelve
un momento angustioso para muchas personas. Hablar en el aula de la clase
dando una lección magistral; dar una conferencia; una charla ante los propios
compañeros de trabajo; presentar públicamente una investigación; y, cómo
no, hablar ante un tribunal en una oposición para un trabajo: con todo lo que
me juego en ese momento. Y tantas otras ocasiones.
Siempre que hablamos en público sentimos que somos juzgados. Siempre
estamos ante un Tribunal. Y queremos ganar.
La habilidad para hablar en público se vuelve cada vez más imprescindible
para el éxito profesional. En el fondo no se trata nada más que de utilizar de
forma ordenada y sincronizada la mente y la lengua, al mismo tiempo que
mantenemos una determinada postura corporal a la vista de otras personas. Y,
poco a poco, con técnicas adecuadas, lograremos pensar mientras hablamos.
En muchas ocasiones no nos sentimos preparados y admiramos a aquellos
que tienen ese “don” de la palabra: a los grandes oradores (y aunque sean
pequeños, también). De nuestra época de estudiantes todos recordaremos con
aprecio a los buenos profesores, y, sobre todo, cómo valorábamos su ausencia
cuando los que teníamos no explicaban bien. Esos buenos profesores en los
que encontrábamos en sus charlas elocuencia, persuasión, profundidad,
elegancia... Y en los que, además, personificábamos una cualidad importante:
sabían escuchar. Esos buenos oradores cada vez escasean más puesto que el
sistema educativo se ha centrado en los aspectos profesionales dejando de
lado la formación en el uso de la palabra.
Conocí un dicho, cuyo autor negaba serlo, que decía algo así como que:
“al terminar mis estudios había aprendido muchas cosas menos cuatro: no
sabía escuchar; no sabía leer; no sabía escribir; y, lo que es mucho peor, ni
tan siquiera sabía hablar.”
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Joaquín Gomis Galipienso
Qué no daríamos para tener al menos esa sola capacidad pues es una
realidad el que, cuando realizamos una exposición, sentimos que no sólo se
están valorando nuestros conocimientos sobre una materia, sino algo más, en
gran medida a nosotros mismos como personas, a nuestra profesionalidad, a
nuestras capacidades globales.
En realidad se trata de una inquietud razonable pues los profesionales de la
pedagogía han demostrado la íntima relación que existe entre el éxito o fracaso
de los alumnos en un aula y el comportamiento de su profesor. Y esa conclusión
la podemos extender a cualquier otro ámbito en el que intervenga un orador: su
actitud y comportamiento inciden sobre la aceptación de su discurso.
Pero, en principio, tampoco vale la pena preocuparse en demasía. Al fin
y al cabo descubrirá que hablar en público es como saludar a un montón
de amigos: la tranquilidad en el rostro demostrará que estamos a gusto de
encontrarnos allí; nuestra sonrisa transmitirá que mantenemos esa corriente de
amistad y respeto, de compromiso y de complicidad que el afecto conlleva.
Si bien es muy cierto que la personalidad y el carisma es lo que hacen
un buen orador (hay grandes comunicadores natos), también es cierto que
existen “técnicas”, métodos y sistemas que facilitan la realización de una gran
exposición por parte de cualquier persona y que, con el tiempo y la experiencia,
se va adquiriendo seguridad en uno mismo y en sus capacidades, con lo que, el
uso de dichas técnicas se vuelve más eficiente, transmite mejor el mensaje que
quiere comunicar. En realidad nadie nace siendo un buen orador. Tendremos
más o menos cualidades, pero, al final, el orador se hace. Lo que hace falta
es que nos atrevamos y busquemos orientación. Y ya estamos por el buen
camino, desde el momento en que Usted está leyendo, o al menos hojeando,
este texto, ya ha iniciado el proceso que le llevará a disfrutar del placer de
hablar en público.
Dos son los grandes trucos para realizar un buen discurso: el primero de
esos trucos consiste tan sólo en un elemento: nunca, jamás improvisar. Ni
siquiera los que tienen facilidad de palabra tienen garantizado el éxito en sus
intervenciones. Pero no improvisar en nada, absolutamente en nada. No sólo
en nuestro nivel de conocimiento del tema que vamos a exponer: por mucho
que conozcamos de él, de poco nos servirá (y ni servirá a los que nos escuchan)
si no somos capaces de presentarnos y expresarnos de una forma adecuada.
Por lo tanto, tampoco hay que improvisar la “forma” de la exposición.
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Hablar ante un Tribunal y ganar la plaza
No se puede realizar una exposición sin haberla preparado suficientemente,
sin haber estudiado y dominado los conocimientos que se quieren transmitir;
sin haber dedicado un tiempo a la reflexión sobre el momento personal y
profesional en que uno se encuentra, con el objetivo de identificar los puntos
fuertes y débiles y tratar de mostrar y destacar en la exposición los primeros,
así como de ocultar o diluir los segundos; sin haber preparado los medios
técnicos y materiales que vamos a utilizar; sin haber escenificado, material o,
al menos, mentalmente, la exposición, ritmo, puntos de inflexión, momento
en que se presentan las ideas principales, elementos que vamos a utilizar para
que destaquen, etc.
Nuestra confianza aumentará con el saber y el trabajo de repetición, lo que
se transformará en una actitud más abierta y positiva, menos crispada, lo que
redundará en una capacidad de comunicación mayor: facilidad de palabra.
Hasta nos parecerá que las palabras vienen por ellas mismas para ayudarnos
a aportar claridad en la exposición de las ideas, a transmitir a los oyentes con
un aplomo y seguridad en lo que decimos y hacemos que hará que el mensaje
sea recibido sin ser cuestionado, y, lógicamente, influirá de forma más directa
en los oyentes, etc.
Y además seremos más útiles a nuestros oyentes. Hoy en día todos
aceptamos como un hecho el que vivimos en la sociedad del conocimiento.
Permítaseme discrepar, creo que vivimos en la sociedad de la información,
basada precisamente en la búsqueda, acumulación y selección de la
información, y que, precisamente, esa tarea de transformación de la
información en conocimiento es nuestro objetivo, y no se vería adecuadamente
realizado sin una eficiente transmisión de la información a los demás.
Pero, además, resulta imprescindible hacerlo con “emoción”. Ni la
presencia más refinada, ni la técnica más depurada sirven si la charla la damos
hablando sin emoción, sin poner sentimiento en cada idea que presentamos,
sin demostrar que estamos convencidos de lo que decimos. Nuestros alumnos
o los miembros del tribunal no saldrán convencidos, sólo informados. Ello
redundará, evidentemente, en una disminución en la valoración que nos
asignan (también el tribunal, no lo olvidemos).
Siempre sería bueno releer a los clásicos. Aristóteles (384-322 a. C.)
persuadía mediante tres medios: la razón, la probidad y la benevolencia. Por
su parte Quintiliano (35-95 d. C.), más cercano a nosotros en el tiempo y
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en el espacio, enumeraba las cuatro cualidades que todo orador debe reunir:
probidad, benevolencia, modestia y prudencia como ponentes. Y, en términos
generales, la vieja oratoria pretende que el orador exprese con belleza sus
ideas y sentimientos.
Pero habíamos dicho que los trucos eran dos. El segundo gran truco del
buen discurso: Ser uno mismo. No intentar dar una imagen falsa de nosotros
mismos. El auditorio, antes o después, lo detectará. Quién no conoce el dicho
de que se podrá engañar siempre a una persona; muchas veces a muchas
personas; pero es imposible que podamos engañar siempre a todos. Hay que
ser honrados con nuestro auditorio y con nosotros mismos. Y afrontar la
charla con disponibilidad e interés comunicativo exclusivo hacia el oyente,
escuchando y atendiendo con todos nuestros conocimientos e ignorancias.
“Santidad, ¿cuál es el secreto para ser un buen sacerdote?”, le preguntó un
joven sacerdote al Papa Pablo VI (1897-1978), “hay que darle al prójimo, sea
quien sea, la certeza de la unidad de la persona” fue su respuesta, contundente
y clarificadora. Y con humildad, sin pedantería, respetando siempre y en todo
momento al oyente, hablándoles en un plano de igualdad, sin utilizar jergas
profesionales, terminología compleja o palabras extranjeras innecesarias
(nuestro idioma es lo suficientemente completo, y a la vez hermoso, para
desarrollar cualquier tema), y si nos equivocamos, cometemos un error o
bien ofendemos a alguien sin querer, pidiendo disculpas inmediatamente. Si
conseguimos esa actitud, nuestra charla será un éxito.
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2) La necesidad de dominar el aula
Es evidente que el orador es quien dirige la actividad mientras dure la charla,
pero ni que decir tiene que la actitud de los oyentes deviene en fundamental
para que el resultado global pueda ser considerado como un éxito.
Básicamente son tres las formas en que se consiguen la atención y el interés
por parte de los oyentes. Por un lado, se suele conseguir esa atención en base a
la “autoridad” que el profesor tiene dentro del aula mediante la cual, y bajo la
amenaza de las consecuencias negativas que pueden devenir para el alumno, o
bien de la recompensa en forma de nota final, se consigue captar su atención.
La segunda forma se basa en la coincidencia entre lo que expone el profesor y
las ideas o convicciones que el oyente ya tenía previamente, que, por lo tanto,
coinciden, por lo que la sala se siente identificada con el ponente. Y en tercer
lugar, mediante la interiorización que de la exposición hace el alumno cuando
no sólo acepta la opinión que se expone sino que al mismo tiempo la hace
suya.
Por supuesto que, si además de hacer un planteamiento claro en nuestra
exposición, conseguimos atraer la simpatía hacia nuestra persona y nuestro tema,
el éxito estará garantizado. Esa corriente de simpatía le prestará un gran apoyo
emocional y facilitará su exposición y la benevolencia con que es recibida. En
este sentido resulta muy positivo plantear la clase de una forma abierta, dando
posibilidad de participación al alumno. Siempre se está más dispuesto a aceptar
las ideas que se reciben cuando se sabe que se puede intervenir y opinar, aunque
finalmente no se haga, puesto que el no tener esa opción de participación hace
que el mensaje se reciba, en cierta medida, como una imposición.
Así pues, el oyente es un agente activo en el éxito o fracaso de toda
exposición. Algunos elementos van a incidir en que ese oyente acepte en
mayor o menor medida nuestros argumentos: el nivel de coincidencia entre
nuestras opiniones; de nuestros conocimientos sobre la materia; de nuestro
propio prestigio personal; de la forma en que desarrollemos nuestra exposición;
del “calor humano” que demostremos; de la seguridad que transmitamos; de
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la importancia que nuestros oyentes conceden al tema que exponemos y del
esfuerzo que supone su asimilación; etc.
Por lo tanto, habrá que hacer un esfuerzo en potenciar aquellos elementos
que, desde el punto de vista del oyente, hacen agradable una exposición, así
como evitar o eliminar aquellos que transforman la charla en desagradable.
Debemos potenciar aspectos tales como el tiempo, la duración de la
charla. Es mejor ser concretos e incluso terminar antes de hora. Si mientras
hablamos introducimos en el discurso todo aquello que en ese momento se nos
ocurre que cabría en el mismo, no terminaríamos nunca, al mismo tiempo que
confundiríamos al oyente, pues sería difícil llegar a distinguir los conceptos
accesorios de las ideas principales. Por lo tanto, resulta imprescindible evitar
toda dilación. Pero es que, además, tenemos que ponernos en el lugar de los
oyentes, plantearnos qué provecho sacan ellos de nuestro discurso, qué es lo
que esperan de nuestra exposición, para incidir, obviamente, más en lo que les
interesa y atrae. Hablar por lo tanto siempre con un objetivo. Y no olvidemos
que el oyente tampoco valora mucho la perfección absoluta, no tenemos que
saberlo y explicarlo todo, en realidad, todos preferimos ver y escuchar a una
persona. Y si además son alumnos que tendrán posteriormente, o han tenido
previamente, otras clases, sea consciente de que usted va a terminar su charla
pero sus oyentes van a tener que estar ese día muchas más horas atentos y en la
misma posición física. El cerebro no puede asimilar lo que el cuerpo no puede
aguantar.
Debemos también cuidar el lenguaje. Una charla no es un escrito. El
vocabulario, el ritmo, la construcción de las frases son totalmente diferentes.
Incluso cuando hemos memorizado un discurso escrito, al exponerlo, muy
pocas veces conseguiremos esa corriente de simpatía y complicidad que
buscamos con nuestros oyentes. Debemos cuidar ese “calor humano”. En
ocasiones resulta más importante cómo se dice que lo que se dice. El humor
es una gran arma. No se trata de contar chistes, sino de introducir elementos
simpáticos que muestren el lado humano del ponente y que al mismo tiempo
sirven para relajar la tensión en el aula.
Debemos emplear además un lenguaje adecuado. No utilizar nunca términos
extranjeros o técnicos si no son absolutamente necesarios (nuestro idioma es lo
suficientemente rico y hermoso como para poder expresar cualquier concepto,
insisto en ello). Si empleamos siglas poco conocidas, inmediatamente a
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continuación explicaremos su significado. Si como oradores empleamos un
léxico muy culto o especializado, o simplemente una sintaxis complicada,
nuestro mensaje no será comprendido. Utilizar en algún momento el “nosotros”
para crear una comunidad con los oyentes puesto que conseguiremos así dar
una sensación de colectividad que facilita la comunicación, y también superar la
barrera que aparece cuando se habla desde esa posición dominante y autoritaria
que comporta el utilizar la primera persona. También puede resultar muy útil
el emplear el recurso de las preguntas retóricas, interrogantes de los cuales se
conoce la respuesta de antemano y que permiten al ponente crear la sensación
de que todos sabemos la respuesta, formamos un mismo equipo. Y, sobre todo,
el lenguaje utilizado tiene que ser vivo y expresivo. Utilizar preferentemente
los verbos antes que los sustantivos. Utilizar ejemplos concretos para explicar
modelos abstractos. Y si los ejemplos han sido extraídos de nuestra propia
experiencia, mucho mejor. Es preferible contar, narrar antes que ofrecer un
cúmulo de datos.
Y por el contrario, algunos elementos que debemos evitar: ser, o parecer,
de aquellos oradores que quieren vencer al público, que los adoctrinamos;
de los que siempre queremos llevar la razón y para ello incluso ejercemos
presión, amenazando, utilizamos nuestro “poder”; el tener un comportamiento
desagradable, arrogante, con faltas de respeto hacia el oyente, prepotente,
egocéntrico; y, por supuesto, nunca aburrir al oyente; o destruir sus sistemas
de valores sin plantear las alternativas adecuadas, lo que provocará inseguridad
ellos y automáticamente rechazo hacia el ponente; y también se rechaza,
como no, a los profesores que no asumen sus planteamientos anteriores, que
no mantienen su palabra, que se niegan a reconocer hechos irrefutables si no
han sido planteados por ellos mismos; pero también son rechazados aquellos
oradores que continuamente se están disculpando y achicando. Y, por supuesto,
a los aburridos: el oyente jamás le perdonará y se llevará de usted un recuerdo
duradero negativo.
Y para que el orador sea el protagonista deberá cuidar también un aspecto
importante: la personalización de la charla atendiendo a los intereses y
necesidades de los oyentes. Desde hace bastantes años, en la universidad
donde enseño, organizo unas jornadas sobre salidas profesionales para los
nuevos licenciados. En ellas recibimos a directivos de empresas y a antiguos
alumnos que vienen a explicarnos tanto las características de la propia empresa
y sus políticas de selección de personal, las primeras de ellas, y la experiencia
personal del proceso de selección y de los primeros tiempos de trabajo en la
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