Correspondencia Síndrome radiológico aislado: dilema clínico y terapéutico Daniel A. García-Estévez Unidad de Neurología. Hospital Comarcal de Monforte de Lemos. Monforte de Lemos, Lugo, España. Correspondencia: Dr. Daniel Apolinar García Estévez. Unidad de Neurología. Hospital Comarcal de Monforte de Lemos. Corredoira, s/n. E-27400 Monforte de Lemos (Lugo). E-mail: daniel.apolinar.garcia.estevez@sergas.es Aceptado tras revisión externa: 07.05.12. Cómo citar este artículo: García-Estévez DA. Síndrome radiológico aislado: dilema clínico y terapéutico. Rev Neurol 2012; 55: 61-2. © 2012 Revista de Neurología El síndrome radiológico aislado (SRA) consiste en la visualización en estudios de resonancia magnética (RM) encefálica o medular de lesiones-hiperseñales en T2 con o sin captación de gadolinio, morfológicamente compatibles con una enfermedad desmielinizante, pero con ausencia de clínica sugestiva de dicha enfermedad y con la RM hecha ante situaciones clínicas muy diversas; por lo tanto, los hallazgos son casuales, insospechados y, a veces, hasta sorprendentes para el clínico [1]. Lo importante del SRA es que puede evolucionar a síndrome clínico aislado (SCA) [1-5] y, sobre todo, con los nuevos criterios de McDonald [6], a esclerosis múltiple clínicamente definida (EMCD). Queremos ilustrar esta evolución con un caso clínico. Mujer que consultó a los 22 años por presentar episodios sincopales y a la que se practicó un estudio de RM encefálica que mostró dos lesiones hiperintensas en T2 adyacentes al asta frontal izquierda. A los 28 años, se visita en nuestro servicio de neurología para estudiar las crisis epilépticas tónicas y tonicoclónicas generalizadas. Se le practica una nueva RM encefálica que muestra atrofia corticosubcortical y múltiples hiperseñales supratentoriales que cumplen tres criterios de Barkhof-Tintoré. Además, los potenciales evocados visuales (PEV) mostraban datos de desmielinización bilateral y el líquido cefalorraquídeo (LCR) presentaba múltiples bandas oligoclonales (BOC) de IgG. El interrogatorio dirigido es negativo para una clínica típica de EM. A los dos años, se lleva a cabo un nuevo control de RM que muestra la presencia de lesiones nuevas, pero permanece sin brotes clínicos. Du- www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (1) rante estos dos años, se informa a la paciente de la alta probabilidad de presentar una enfermedad desmielinizante del tipo esclerosis múltiple, pero ante la falta de clínica, no se considera indicado el tratamiento con interferón. Dos años más tarde, presenta un episodio de hemiparesia derecha de predominio crural y se inicia el tratamiento con interferón β. A semejanza de lo que ocurrió con el SCA [7], se han llevado a cabo estudios prospectivos/retrospectivos para valorar la conversión del SRA en SCA o en EMCD [1-5]. De estos estudios se infiere que el 30-47% de los pacientes con SRA evolucionan a SCA o EMCD, pero llegan al 59% los que presentan progresión en los estudios secuenciales de neuroimagen (nuevas lesiones en T2 o lesiones captantes). Además, y también de forma similar a lo que aconteció con el SCA, se ha intentado valorar la influencia de la presencia de BOC en el LCR y de la alteración de los PEV en el riesgo de conversión del SRA en SCA/ EMCD. De la lectura crítica de estos estudios se aprecia la heterogeneidad en los resultados, de forma que, para unos, la presencia de lesiones captantes de gadolinio [1,2], de alteración de los PEV [2] o de lesiones de perfil desmielinizante en la médula cervical [5,8] está implicada en el riesgo de conversión. Ahora bien, hay conceptos que deben aclararse y cuestiones que no se han respondido adecuadamente en el momento actual y que condicionan nuestra práctica clínica. En primer lugar, ¿existe verdaderamente el SRA como entidad nosológica? No podemos olvidar que, cuando hablamos de SRA, no estamos sólo realizando una descripción de los hallazgos de una RM sino que estamos ante un paciente con una RM anormal, y por lo tanto patológica, y que posiblemente reconozca una etiología inflamatoria-desmielinizante. En consecuencia, procedemos a determinar la presencia de BOC en el LCR y a ejecutar los PEV, llevamos a cabo un diagnóstico diferencial exhaustivo para descartar enfermedades que simulen radiológicamente la EM e iniciamos un seguimiento de neuroimagen para detectar la actividad del proceso subyacente (progresión). De lo aquí expuesto deducimos lo siguiente: el SRA no es sólo una imagen de RM, sino que se trata de un paciente con una probabilidad indeterminada de desarrollar una EM –alta probabilidad con los nuevos criterios diagnósticos de McDonald–, en otras palabras, en el 30-47% de casos se trata de una verdadera EM prodrómica con lesiones situadas en áreas encefálicas silentes. La EM es una enfermedad grave que puede llegar a ser muy discapacitante, pero para la que actualmente disponemos de eficaces fármacos modificadores del curso de la enfermedad y que debemos instaurar en la fase inflamatoria con el objeto de evitar el daño axonal irreversible y responsable de la discapacidad [9]. Sin embargo, ante datos que nos indican que estamos enfrentándonos al inicio de una EM, y a pesar de disponer de esos fármacos modificadores, decidimos ser conservadores (o nihilistas) y esperar a que un brote clínico, cuya gravedad desconocemos (pero seguro que acontecerá), defina la conversión en SCA/EM e iniciar a posteriori el tratamiento con fármacos modificadores del curso de la enfermedad. Tomar la decisión de tratar el SRA no es una cuestión sencilla, sino que conlleva implicaciones éticas y emocionales. Por un lado, estamos adelantando un diagnóstico de una enfermedad grave e incurable, con todo lo que implica en el plano emocional, y estaríamos tratando sin haber presentado todavía clínica (para muchos neurólogos expertos en enfermedades desmielinizantes, tratar en esta etapa de SRA equivaldría a estar tratando exclusivamente una resonancia y eso sería una aberración parecida a lo que ocurre en el mundo de la epilepsia al intentar tratar un electroencefalograma y no las crisis epilépticas en sí). Sin embargo, en el momento en el que tenga un brote clínico, por leve que sea, cumplirá los criterios 2010 de McDonald para EM y entonces iniciaremos el tratamiento con aplomo y transmitiendo al paciente los abrumadores datos de la experiencia clínica e investigadora sobre lo indicado de estar bajo la influencia de estos fármacos modificadores del curso evolutivo y, como sabemos que se trata de una enfermedad grave, no podemos retrasar el tratamiento en función de si será una forma benigna de la enfermedad o si tardará muchos años en tener un segundo brote. Lo que intentamos reflexionar es por qué estando ante una EM prodrómica no hacemos uso del tratamiento modificador de la evolución de la enfermedad en esta fase evolutiva e intentamos que no se produzcan brotes clínicos ni aumente la carga lesional en la RM ni se desarrolle deterioro cognitivo [10,11]. Si se hubiera tomado la decisión de tratar a la paciente del caso clínico relatado, ¿tendría una mejor calidad de vida en un futuro próximo, so- 61 Correspondencia bre todo considerando la alta carga lesional y la atrofia corticosubcortical que se aprecia en la RM? Es evidente que nuestra práctica clínica diaria sería menos compleja si dispusiéramos de datos que permitiesen definir subgrupos de alto riesgo de conversión dentro de los pacientes con SRA. Combinando los estudios sobre SRA [1-5] podemos aproximar que el paciente cuya RM cumpla, al menos, tres criterios de Barkhof-Tintoré, con alteración de la barrera hematoencefálica, con presencia de BOC, con alteración en los PEV y con lesiones de perfil desmielinizante en la médula cervical convertirá a EM en menos de cinco años. Por lo tanto, creemos que este perfil de paciente es candidato a iniciar un tratamiento con fármacos modificadores del curso de la enfermedad. Con seguridad, si todos los pacientes con SRA se valoraran rutinariamente de su función cognitiva, se detectaría un deterioro similar al que se encuentra en la EM, al menos, en un 30% [12,13] y, en consecuencia, deberíamos considerar el diagnostico de EM clínicamente definida en lugar de EM prodrómica e iniciar el tratamiento con interferón β o acetato de glatiramero, fármacos que modifican la historia natural de la enfermedad. Bibliografía 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 62 Okuda DT, Mowry EM, Beheshtian A, Waubant E, Baranzini SE, Goodin DS, et al. Incidental MRI anomalies suggestive of multiple sclerosis. The radiologically isolated syndrome. Neurology 2009; 72: 800-5. Lebrun C, Bensa C, Debouverie M, Wiertlevski S, Brassat D, De Seze J, et al. Association between clinical conversion to multiple sclerosis in radiologically isolated syndrome and magnetic resonance imaging, cerebrospinal fluid, and visual evoked potential. Follow-up of 70 patients. Arch Neurol 2009; 66: 841-6. 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Otosífilis como causa de desviación en skew y vértigo posicional paroxístico benigno. Rev Neurol 2012; 55: 62-4. © 2012 Revista de Neurología La desviación en skew es una desalineación ocular en el plano vertical que habitualmente se debe a lesiones troncoencefálicas por daño en las vías que conectan los núcleos vestibulares con los oculomotores. En ocasiones, también puede deberse a lesiones cerebelosas o vestibulares periféricas. El vértigo posicional paroxístico benigno (VPPB) constituye la causa más frecuente de vértigo. Se produce por el desprendimiento de las otoconias utriculares y su posterior depósito en los canales semicirculares. Generalmente, es idiopático pero también puede ser secundario a un traumatismo, a cirugía del oído o a una laberintitis vírica. Presentamos el caso de un paciente ingresado en nuestro centro con desviación en skew y VPPB, secundarios a otosífilis. No hemos encontrado en la bibliografía casos de desviación en skew y VPPB en relación con infección luética. Varón de 68 años de edad, sin antecedentes neurológicos de interés, que acudió a urgencias por una diplopía binocular de 15 días de evolución sin una clara relación con las direcciones de la mirada. Refería hipoacusia bilateral desde hacía tres meses. Desde el inicio del cuadro, presentó episodios de sensación de objetos que giraban, inestabilidad y cortejo vegetativo relacionados con los cambios posturales. El paciente negó tener fiebre, alteraciones motoras o sensitivas, erupciones cutáneas, dolor articular u otra sintomatología. En la exploración presentó unas constantes vitales dentro de la normalidad. Se observó una desviación en skew en la posición primaria de la mirada con hipertropía del ojo izquierdo, con diplopía vertical en varias direcciones de la mirada. Además, presentaba hipoacusia neurosensorial en ambos oídos, más marcada en el derecho. Se llevó a cabo la maniobra de DixHallpike, que fue positiva en la derecha, y apareció un nistagmo geotropo en supino con las características típicas del VPPB, que se corrigió con la maniobra de Epley. No se encontró ninguna anormalidad en la exploración, excepto en la marcha, que era levemente inestable sin una clara lateralización. El hemograma y la coagulación fueron normales. La bioquímica no mostró ningún hallazgo relevante, incluido hormonas tiroideas, vitamina B12 y fólico, velocidad de sedimentación globular o proteína C reactiva. El paciente aportó una tomografía computarizada de peñascos previa al ingreso que no mostraba alteraciones significativas, al igual que la resonancia magnética cerebral realizada durante el ingreso hospitalario. Se llevó a cabo una punción lumbar en la que el líquido cefalorraquídeo extraído contenía 190 células, con un 90% de mononucleares, 103 proteínas y glucorraquia de 54. www.neurologia.com Rev Neurol 2012; 55 (1)