San Isidoro el Agricultor Cuerpo incorrupto Feria – 15 de mayo Isidoro nació en el año 1070 en Madrid, España, de una familia pobre pero muy Católica y muy devota, quienes trabajaban como obreros para dueños de tierras ricos. Todavía de niño, sus padres lo enviaron a vivir con uno de sus propietarios, Juan de Vergas, ya que ellos no podían mantener ni cuidar a su hijo. El fue un joven bueno y callado, criado en una gran fe en la providencia de Dios. Isidoro permaneció con la familia de Vergas por el resto de su vida. Durante la vida de este callado obrero, se reportaron muchos Milagros. El mayor, quizás sea el que hoy día es un modelo para nosotros que vivimos en un mundo muy ocupado, donde la productividad se valora más que la identidad. La vida de Isidoro brilla como un ejemplo de lo que podría suceder si nosotros viviéramos realmente las palabras de Jesús. “No anden tan preocupados ni digan: ¿tendremos alimentos?, o ¿qué beberemos?, o ¿tendremos ropas para vestirnos? Los que no conocen a Dios se afanan por esas cosas, pero el Padre del Cielo, Padre de ustedes, sabe que necesitan todo eso. Por lo tanto, busquen primero su reino y su justicia, y se les darán también todas esas cosas. (Mateo 6, 31 -33) Isidoro asistía a Misa todas las mañanas, pero un obrero compañero se quejó que siempre llegaba tarde al trabajo en el campo. De Vergas decidió investigar la situación y un día se enteró que mientras Isidoro asistía a Misa, otro hacía su trabajo en el campo por él. Nadie, incluyendo a Isidoro, sabía quién podía haber sido y el obrero desaparecía cuando Isidoro llegaba al campo a trabajar. Ocurrió otro incidente en que de Vergas encontró a Isidoro trabajando en el campo pero tenía dos ángeles a cada lado, arando el terreno y por eso siempre podía producir el trabajo de otros tres veces. No tenemos que decir que desde entonces que el propietario nunca más revisó en trabajo de Isidoro. De hecho, se maravilló de lo que había atestiguado. Un día la pequeña hija de de-Vergas falleció de repente. Casi loco de desesperación, llamó a Isidoro, quien oró muy fervorosamente y la niña volvió a la vida. En otra ocasión, durante el tiempo de la sequía, de Vergas necesitó agua para él y su familia. De nuevo, fue a buscar a Isidoro y de nuevo Isidoro oró. Un pequeño manantial salió de la tierra y la familia y los trabajadores pudieron soportar esta sequía. Al llegar a adulto, Isidoro conoció y se casó con María Torribia, quien fue también canonizada como Isidoro. Tuvieron un hijo que cayó en un pozo de niño. Las historias de este evento relatan que la pareja oró y que el agua del pozo subió trayendo al niño a la superficie donde lo pudieron agarrar. Cuando el niño murió, años después todavía siendo niño, Isidoro y María oraron de nuevo, pero a través de esta oración ambos sintieron que el Señor les pedía que ofrecieran este sacrificio a El – permitir que su pequeño volara a los brazos de Dios Padre. Podemos imaginarnos sus voces, unidas al Salvador, “«Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» (Lucas 22, 42) Desde ese momento se consagraron al Señor y decidieron vivir como célibes. Y aunque se amaban mucho se mudaron a residencies separadas – por la causa del Reino de Dios. Isidoro se llegó a conocer por su amor al pobre y aunque pobres ellos mismos, él y María nunca le rehusaron nada a nadie, de los que le pedían albergue, comida o ropa. Como Jesús, su Salvador, Isidoro no hizo nada sin primero buscar al Señor y darle gracias por todas las circunstancias. Hubo un incidente como la multiplicación de panes en el Evangelio. Es fácil imaginar a Isidoro, reclinando su cabeza y dándole gracias al Señor antes de compartir su escasa comida con un grupo de pordioseros hambrientos, que se encontró en el campo. Todos comieron hasta abastecerse y hubo comida de sobra. Isidoro también amaba a los animales. Una vez, cuando le daba de comer a unos pájaros con hambre, la semilla que caía para ellos en el suelo, no se acabó hasta que todos los pájaros hubieron comido y recobrado suficiente fuerza para seguir volando. A Isidoro se le conoce como el patrón de los agricultores. Estas historias se regaron por todo Madrid, y llegaron a mirar a Isidoro y a su piadosa esposa con gran respeto y reverencia. El 15 de mayo del 1120, a la edad de 60 años, Isidoro murió. En el 1622, junto a San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila, San Francisco Javier y Felipe Neri, Isidoro fue proclamado santo. Su cuerpo permanece incorrupto. San Isidoro, ¡ora por nosotros!