Actualización para la misión. Tema 13. EL BAUTISMO INMERSIÓN EN LA MISERICORDIA Bautismo deriva del griego «baptisma, baptismos», que a su vez viene de «bapto», bañar, y «baptizo», sumergir en agua. Su sentido original es, por tanto, baño, ablución externa, aunque entendiéndolo en su sentido de purificación y nueva vida. También puede orientarse en otras direcciones simbólicas, como cuando Mc 10, 38-39 se apunta a la inmersión en la muerte, o cuando se habla del bautismo de deseo o de sangre. Cada año, el domingo siguiente a la fiesta de la Epifanía, celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, en el marco de su manifestación navideña, porque aquí inició su actuación mesiánica para el pueblo. Fue el mismo Juan que bautizó a Jesús, que quiso así solidarizarse con los que se convertían y se incorporaban a la salvación mesiánica. La comunidad apostólica eligió el baño en agua como signo sacramental de la incorporación a la Iglesia y entrada en la esfera salvadora de Cristo, recibiendo la nueva vida por el agua y el Espíritu (Jn 3, 5; Rm 6). En los Hechos de los Apóstoles se suceden los episodios en que aparece el Bautismo en la dinámica de la iniciación cristiana: a la predicación y a la conversión de fe sigue el Bautismo, por el que la persona queda agregada a la comunidad del Resucitado. A veces se le llama «bautismo en el nombre del Señor» (Hch 10, 48; 19, 5), y otras «bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19), fórmulas que apuntan a la misma realidad, porque la salvación es a la vez trinitaria y cristocéntrica. El Bautismo es el sacramento de la fe con que los hombres se incorporan a la Iglesia, pueblo sacerdotal del Resucitado, reciben el perdón de los pecados, nacen a una nueva vida por obra del Espíritu y son hechos partícipes de la vida pascual de Cristo Jesús e hijos de Dios. El signo original y pleno del bautismo es la inmersión triple en agua. La inmersión en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con Él. (cf Rm 6, 3-4; Col 2, 12) como nueva creatura. También se puede hacer con una triple infusión de agua. Mientras se realiza el gesto simbólico, el ministro pronuncia las palabras sacramentales: «N., yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». ¿Cómo nuestro Bautismo nos hizo nacer a la Vida de la Misericordia de Dios? Para respondernos esta pregunta necesitamos recordar estos dos puntos: 1. Que la narración de la creación del Hombre en el Génesis, no hay que entenderla de una manera literal, porque Dios jamás se cansa de crearnos, como dice ahí, y que por eso se fue a descansar el séptimo día: Gn 2, 2-3. Eso es para enseñar al pueblo judío que deben descansar el sábado porque es día sagrado; se reunirán a estudiar la Palabra Dios, a orar y a descansar. La realidad es que Dios está creándonos siempre, por eso Jesús nos dice en Juan 5,17: Mi padre trabaja y yo también; luego los textos evangélicos que nos hablan de la resurrección de Jesucristo, lo hacen refiriéndose a la creación del principio, para hacernos comprender que se trata de una nueva creación: el primer día de la semana: Jn. 20,1; creación que repite Efesios 4, 4. No olvidemos esto. 2. Pero esta acción creadora de Dios desde el interior del corazón del ser humano: Rom. 8,9, se ve bloqueada por otra fuerza, la del Pecado que también habita nuestro corazón. Esto lo sabemos por Rom 7,14, y quedamos extrañados: Sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal y estoy vendido al Pecado. Lo que realizó no lo entiendo, porque no hago lo que quiero, sino que hago lo que detesto... Ahora bien, si hago lo que detesto, ya no soy yo quien hace eso sino el Pecado que habita en mí. Triste y dolorosa experiencia, ¿no es cierto? Todos nosotros hemos actuado obedeciendo a esa fuerza oscura de muerte, y ese es el acto pecaminoso que bloquea la acción de Dios creador. Entendido esto, comprenderemos que ninguno de nosotros es justo, es decir, sin Pecado. Entonces Dios, para seguir creándonos, decide hacerlo por su amor-misericordia que nos comparte en toda la Vida Sacramental. De ahí que Jesús diga en Mt. 9,13: No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Lo triste es que, nacidos de Dios en el Bautismo, seguimos, torcidos, con ese conflicto interior de estar escogiendo entre obedecer las inspiraciones de Dios creador o seguir las propuestas mortales de esa fuerza del Pecado. Y fallamos repetidamente... Ahora bien, como el Bautismo no se puede repetir, el Señor nos ha dejado lo que en la Iglesia antigua se llamó un segundo Bautismo: el sacramento de la Conversión o Reconciliación o Confesión que, si lo preparáramos bien, resolvería el impedimento para la nueva creación que Dio hace por su amor-misericordia. Toda la vida estamos llevando esta lucha, y si el Señor no nos da la mano con su gracia, estamos condenados a seguir cometiendo actos pecaminosos que sí nos condenan: esa es nuestra miseria; y nadie puede levantar la mano para decir: ¡Yo no! Nos lo recuerda Jesús: El que esté sin Pecado que tire la primera piedra... Esta es nuestra miseria, todos, absolutamente todos somos así, y no para andar culpabilizándonos, sino para ser realistas. Por eso, como misericordia viene de dos raíces: miseria y corazón, por eso el Bautismo nos hace nacer a la vida de la misericordia de Dios, que podemos acoger, como verdaderos discípulos de Jesús que somos, preparándonos seriamente al Sacramento de la Reconciliación.