“¿Quién es este hombre?” Jesús antes del cristianismo. Albert Nolan Sal Terrae. Santander, 1981. Reseña bibliográfica Esther Navarro Pendón. Médica pediatra I. SÍNTESIS DE LA OBRA El objetivo que se plantea el autor es, como dice el titulo de la obra, presentarnos a Jesús tal como fue antes del cristianismo. Este objetivo surge de una preocupación, el sufrimiento de la gente, y de un interrogante, ¿qué es lo que se puede hacer? Este libro es un intento de acercarnos a Jesús libres de presupuestos. El punto de partida que se utiliza es el de leer la historia a partir de los acontecimientos del presente. Estamos amenazados actualmente por problemas que son cuestión de vida o muerte. Los hechos nos confirman que el sistema económico-político construido por el hombre se ha alzado contra el propio hombre como una máquina devastadora. Jesús de Nazaret afrontó en su tiempo, aunque en menor escala, el mismo problema: vivió preocupado por la inminencia del desastre y por la creencia del fin del mundo Y en esta situación “vio la salida hacia la liberación y la realización total de la humanidad”. Necesitamos pues, saber lo que puede significar Jesús para nuestra situación histórica actual. Lo que realmente necesitamos es descubrir “las intenciones de Jesús”.Para ello es útil analizar el por qué Jesús eligió una cosa y no otra en un momento dado. Al principio de su vida pública Jesús elige ser bautizado por Juan Bautista. Esta elección significa “alinearse” junto a Juan frente a los otros grupos de la época. Mientras algunos esperaban el triunfo de Israel sobre sus enemigos, el mensaje profético de Juan es distinto: vendrá la ruina y la destrucción si Israel no se arrepiente. Todos tienen que cambiar, y este cambio es una conversión del corazón. Juan propone “una moral social”: compartir con el que no tiene, no exigir más de lo debido, no enriquecerse a costa de los otros. Jesús aceptaba, básicamente, la profecía de Juan; estaba convencido que se avecinaba un desastre, la destrucción de Jerusalén, y que algo habría que hacer al respecto, ¿el qué? ¿Qué hace Jesús? La práctica de Jesús se centra en la liberación de los pobres y oprimidos mediante la curación, el perdón y el anuncio del Reino. Los pobres y los oprimidos Jesús opta por los pobres por compasión. Habría que entender la compasión como una profunda emoción interna que pone en juego a la persona, que la mueve hacia el otro, “la compasión es una respuesta al sufrimiento”. Jesús sentía compasión del sufrimiento de la gente de su tiempo y compasión por el sufrimiento que sabe vendría después con la catástrofe de Jerusalén. Sintió que su misión era liberar a la gente del sufrimiento, pero “¿cómo lo hizo?”. Para los enfermos la curación Jesús curaba movido por la compasión y por el poder de la fe. Es un hecho histórico que Jesús hiciera milagros. El único motivo de Jesús para hacer milagros era la compasión que sentía por la gente y en ningún momento fue el demostrar su fuerza, poder o autoridad. “El poder de la fe es el poder del bien y la verdad, que es el poder de Dios.” El perdón para los pecadores La relación de Jesús con los pecadores fue un auténtico escándalo para la sociedad. Jesús no sólo se acercaba a ellos, sino que se mezclaba con ellos, los sentaba a su mesa y los agasajaba. Esto significaba ponerse de su parte, aceptarlos sin condiciones, brindarles su amistad. En los pecadores esta actitud de Jesús obraba un milagro, se sentían seguros, libres, perdonados más allá de las palabras, amados y dignificados, y por tanto, liberados. En los demás, el escándalo estaba servido. La buena noticia para todos La transmisión de la buena noticia para Jesús no es más que decir que trae la liberación, el perdón. Jesús promete el Reino de Dios a los pobres y oprimidos de este mundo, un Reino que se instaurará en la tierra. Ahora bien, su Reino no es de este mundo porque no es el reino del mal, sino que prevalecerá Dios y el bien, será eliminado todo sufrimiento. Jesús tiene firme esperanza en que el Reino de Dios triunfará y que este triunfo será en la tierra. Cuáles eran para Jesús los valores del Reino, y como entendía la estructura del mal en la sociedad: El Reino y el dinero: La preocupación de Jesús era que nadie pasara necesidad. Piensa en una sociedad en la que no haya pobres ni ricos. Para esto es necesario que los ricos se desprendan de cuánto poseen para compartir con los que no tienen. El Reino y el prestigio. En el Reino de Dios no habrá superiores ni inferiores, todos iguales. El Reino no es sólo para los pobres y oprimidos, para los de una determinada clase social, ahora bien, para pertenecer a él hay que renunciar al prestigio así como a las posesiones. El Reino y la solidaridad. La solidaridad del Reino de Dios, es una solidaridad universal, con toda la humanidad, que salta las barreras del propio grupo. No se anula la solidaridad familiar o de grupo, sino que adquiere un nuevo sentido, se ama a todos por el solo hecho de ser personas. El fundamento de esta solidaridad universal es la compasión. El Reino y el poder. Jesús entiende el poder de Dios como un poder de servicio, de libertad, de amor. La ley no puede ser utilizada contra el hombre, sino que debe estar al servicio de las necesidades de los hombres. El futuro Reino de Dios ya estaba presente mediante la propia acción liberadora de Jesús. Jesús lee en su propia acción liberadora los signos de los tiempos, anunciando que Dios se compadece del que sufre y que desea vivir con los hombres. No tiene conciencia de estar ofreciendo una imagen distinta de Dios, sino que constataba como Dios había cambiado, se había compadecido de los hombres y decidido a hacer algo nuevo. “Ahora se ha revelado Dios como el Dios de la compasión. Su poder es el poder de la compasión. Y la compasión del hombre por el hombre libera el poder de Dios en el mundo, el único poder capaz de realizar el milagro del reino.” El Reino en el que creía y pensaba Jesús es un reino imposible de construir para el hombre, pero no para Dios. Para Jesús el poder capaz de realizarlo todo está en la fe. La fe no es posible sin compasión, sin amor. Jesús aprovecha la crisis social para fomentar los valores del Reino, es la oportunidad de cambiar, de elegir entre el Reino y la catástrofe. Hay urgencia en la misión porque Israel se está encaminando a su propia autodestrucción, y la única forma de impedirlo era que se produjera una transformación del corazón tan profunda y radical que hicieran posible la venida del Reino. Jesús fue un hombre de su tiempo y su mensaje era para aquel tiempo, pero revelaba una verdad tan fundamental acerca del hombre y de Dios que podía ser trasladado a otros tiempos. Los evangelios adaptaron el mensaje “apocaliptizándolo” a cualquier otra situación futura, adquiriendo un carácter moralizante e individual más que social y universal como lo proponía Jesús. La confrontación Jesús deseaba liberar a Israel de Roma pero creyó que la única forma de liberar a Israel de la opresión era el propio cambio de Israel, la transformación del corazón. Para El la causa de la opresión es la falta de compasión y amor del hombre con el hombre. Israel podría ser liberada del romano opresor, pero si no se daba un cambio del corazón dentro del mismo Israel, podría seguir perpetuándose la dominación y la opresión con otras formas dentro del mismo pueblo. Así, cuestiona la estructura socioeconómica, política y religiosa del pueblo de Israel confrontándola con el deseo de Dios y evidenciando lo lejos que se hallaba de la compasión y el amor de Dios. Fue tajante en la denuncia a la religión y a los religiosos opresores de la época, la religión que tiraniza y oprime por ser carente de compasión. Curiosamente, “Jesús predicaba un reino religioso-político del que serían excluidos los hombres religiosos”. Su revolución consistió en afirmar que eran los pecadores los que participarían del Reino. Poco después del incidente del templo, ocurrido durante una de las primeras visitas a Jerusalén, Jesús se convierte en un personaje “buscado” por las autoridades. Consciente de que puede morir, vive como un fugitivo y dedica sus esfuerzos a la preparación íntima de los apóstoles. Es en esta etapa donde tiene la tentación del poder, la tentación de autoproclamarse Mesías, pero la rechaza considerándola contraria al Reino. Llega un momento en su vida en el que tiene que decidir si seguir viviendo oculta y clandestinamente o salir y exponerse a la muerte. Elige esta segunda opción ya que oculto no puede continuar anunciando el reino, y la muerte en cambio sería una forma de hablar al mundo. Por todo lo visto ya, está claro que Jesús está decidido a combatir por compasión cualquier tipo de sufrimiento del hombre. Para que el hombre no sufra el camino es renunciar a los valores del mundo y vivir los valores del Reino. Esta renuncia conlleva sufrimiento. Paradójicamente, sólo sufriendo se puede liberar al mundo del sufrimiento. Sólo hermanándose con el pobre por compasión y compartiendo su dolor se le puede liberar de éste. En cuanto a la muerte, está en la misma línea de la renuncia por los demás. El sentimiento de compasión por los demás le lleva a estar dispuesto a dar la misma vida, si no, es un sentimiento mentiroso. Jesús estaba dispuesto a morir, pero no por una causa, sino por la misma gente. “¿Quién es este hombre?”. La fe en Jesús Nos encontramos ante un hombre excepcional. Jesús es un hombre libre, totalmente independiente de la opinión de los demás, un hombre cuya fuerza proviene de la profundidad y certeza de sus propias convicciones. Está seguro de la verdad que posee y vive conforme a ella sin importarle absolutamente nada más. La única autoridad que poseía era la del poder de sus propias convicciones. Jesús desea que los demás descubran lo que El vive, lo que siente, la verdad que le mueve. Esta verdad parece proceder de una profunda e íntima relación con “Abba”, Dios. Una experiencia sin igual del amor y compasión de Dios de tal forma que él mismo estaba inundado de este sentimiento divino, sentimiento que fue el eje de toda su vida. A la muerte de Jesús no quedó configurado ningún movimiento. No había normas, ni reglamento organizado, ni doctrinas. Se trataba simplemente de creer en Él. Los primeros cristianos experimentaron la presencia, la fuerza, el poder, el empuje de Jesús en medio de ellos. Sentían como era el mismo Jesús el que les seguía guiando y esto no podía ser por otro motivo sino porque Jesús también seguía viviendo y lo hacía a través de su Espíritu. No esperaban a nadie más, todo estaba dicho, las escrituras cumplidas, todo era explicado por Jesús, él era la última palabra. De esta forma, Jesús lo era todo, y lo que “él significaba era exactamente lo mismo que significaba Dios”. Hoy día creer en Jesús significa lo mismo, es creer en su divinidad de tal modo que la vida entera gira en torno a El, aceptando y defendiendo los valores que El defendió, sin medias tintas, sin otros valores o principios como fuerza suprema de nuestra vida. Afirmar que Jesús es Dios significa también no buscar otra fuente de información acerca de Dios que no sea el mismo Jesús y aquél a quién El le llamaba Padre, Abbá. Es afirmar que “Dios no desea ser servido por nosotros, sino servirnos él a nosotros”, nuestro Dios no quiere ser obedecido, ni poseer privilegios. Nuestro Dios es el dios que se compadece del sufrimiento de la humanidad de tal manera que asume como compromiso la liberación de los pobres y oprimidos. La fe en Jesús parte de encontrarse con El sin ideas preconcebidas, de constatar personalmente que su propia fe es la única verdad, entonces seremos contagiados por su fe, creeremos en su divinidad, suscitará la fe en nosotros. Una fe que no es doctrina ni tesis ni teoría, una fe que es una práctica de vida, una forma de vivir. Creer en Jesús significa entonces vivir lo que él vivió, “tratar de leer los signos de nuestros tiempos como Jesús leyó los de los suyos”. Tendría que ser la compasión el motor de nuestra vida, igual que lo fue de la vida de Jesús. Es creer como él creyó, que el bien triunfa siempre sobre el mal, y hacer de nuestra vida una lucha para la conquista de este bien para todos los hombres, para la liberación de la humanidad, porque ése es el propósito de Dios compadecido de los hombres. II. RESONANCIAS DE LA LECTURA EN MI VIDA ¿Qué eco queda en mí tras la lectura de este libro? La compasión de Jesús. Podemos decir que la opción fundamental de su vida es la de creer en un Dios que se compadece del hombre, una compasión descubierta en el mismo Jesús al contemplar a su papaíto bueno. Y ésta, que es la única verdad para El, se transparenta en todo su ser y en todas sus acciones como el eje de su vida. Por compasión Jesús se hermana con todos los hombres, se hace uno con ellos, comparte sus sufrimientos, por compasión sana y cura, por compasión se amiga con los pecadores, por compasión los libera de sus pecados, por compasión le urge la misión de anunciar el reino ante el inminente desastre que se avecina. Decir compasión es lo mismo que decir amor, considero una estrategia del autor haber utilizado el término compasión. La palabra amar de tantas veces utilizada tiende a perder su significado, y a que nos quedemos anclados en el sentimiento, un sentimiento que no se traduce en actitud de vida. La compasión también puede quedarse en mero sentimiento, pero por ser palabra menos utilizada permite no estancarse en la compresión de que éste se transforma automáticamente en vida para Jesús. Contemplar a Jesús compasivo es creer en un Dios compasivo, y por lo tanto una invitación a vivir la fe de la misma forma. Una fe que no tiene como motor primero la compasión no es fe, una fe cuyo programa de vida no parte de la compasión no es fe. Esta afirmación me llena de gozo y alegría, es una reducción y ampliación simultánea de la espiritualidad, ya sabida, pero de nuevo contemplada con otros ojos. Todo se reduce a amar, ¿reducir o magnificar? Nuestra fe, cimentada en Jesús, nada tiene de espiritualidad “particular” y cerrada, todo lo contrario. El contacto y unión de Jesús con su papaíto bueno se transforma automáticamente en un vertiginoso programa de vida, cuya base es la inmensa compasión por todos los hombres. Lo que importa acá no es la “perfección” individual, lo que importa es el sufrimiento y el dolor de la humanidad y la creencia ciega de que Dios está de parte del hombre, de que comparte sus sufrimientos y de que la compasión del hombre por el hombre puede salvar y liberar a la humanidad. ¿Por qué nos cuesta tanto hoy día ser compasivos, hablar de compasión y ejercer la compasión. Quizás contemplando a Jesús esté claro, es en la práctica dónde nuestros cerebros programados por una cultura individualista se posicionan automáticamente eliminando todos los signos que puedan indicar compasión y llevándonos a actuar al fin sin ella, guiados por otros principios más centrados en el bienestar personal que en otra cosa. ¿Cuántas veces sentimos compasión pero no se convierte en acción porque es frenada por un sinfín de razonamientos? Sí, estamos frenados, estoy frenada. Quizás es la fe aún débil, demasiado débil, se deja manipular por otros valores. No hay libertad porque aún estamos atados al dinero, al poder y al prestigio en sus más sutiles presentaciones. Sólo un corazón libre de estas ataduras es capaz de padecer-con. Me pregunto si nuestros programas pastorales tienen esto bien claro o hay que revisarlos. Deberían llevar a los niños y a los jóvenes al contacto con el dolor de los hombres, partiendo por supuesto del descubrimiento del amor de Dios que no hay que olvidar que es lo que estaba en las profundidades del ser de Jesús. Pero, ¿no nos entretenemos a veces demasiado en doctrina y teoría? Hay que mover el corazón desde el conocimiento de un Dios solo amor, compasión y misericordia y la visión de un mundo, que es el nuestro, lleno de dolor y sufrimiento. Y, de nuevo, moverlo no desde la teoría sino desde el convencimiento profundo hecho vida de los que nos llamamos apóstoles. Por lo que a mí respecta me hago las mismas reflexiones y creo que cada vez me alejo más de esa conquista de la perfección individual, que creo me importa ya casi nada. Eso me estorba, me aprisiona. Por el contrario siento gran liberación y paz al contemplar al Jesús compasivo y constatar que me invita a un programa de vida dónde lo que prima es el sufrimiento del hombre. Si bien el autor no nos dice nada explícitamente, el talante general que ofrece sobre la personalidad de Jesús sí deja entrever algo sobre lo que podría ser Jesús en el acompañamiento de sus discípulos. Me alegra que esta práctica de la Iglesia ya no se llame dirección sino acompañamiento, pues nada más lejos de la personalidad de Jesús que la directividad. Sin ser exegeta me atrevo a decir que en ningún momento veo a Jesús hablando a cada uno sobre lo que es la voluntad de Dios para ellos, ni siquiera teniendo claridad al respecto, y mucho menos erigiéndose en maestro. El hace el camino con sus discípulos, les acompaña. Tiene Jesús fe y confianza en las decisiones del hombre si éstas parten del conocimiento de la verdad: el descubrimiento del corazón compasivo de Dios. Tras la lectura de Nolan podemos decir que Jesús fue un político en el sentido que buscaba el bien de la humanidad desde un cambio de las estructuras de poder, estructuras en su tiempo, y en el nuestro, que no hacían sino perpetuar unas instancias de poder dominador y opresor, donde unos se enriquecían y otros eran aplastados. Pero el cambio al que apelaba no era el de buscar un poder mejor que el que existía, sino una sociedad en la que realmente no existiera el poder como tal, sino que éste fuera sustituido por el “poder del servicio” entre todos, por el poder del amor. Una sociedad en la que no hiciera falta el poder como lo entendemos. Ese es el Reino de Dios, el que podemos empezar ya a construir en nuestras pequeñas comunidades si tenemos fe, el que vendrá a nosotros si logramos haya fe en la tierra. Es posible y deseable, entonces, que los cristianos trabajemos en política aunque Jesús no lo hiciera. Pero qué difícil trabajar en política desde ésta perspectiva evangélica, tendría que ser desde unos lineamientos que apuntaran a la solidaridad con toda la humanidad. Sería mentiroso por otro lado, trabajar en política sin “tocar pobre”, sin “toma de tierra” desde el trabajo con los pobres.