EXPOSICIONES DE LOS INTEGRANTES DE LA TERNA PROPUESTA POR EL EJECUTIVO FEDERAL, PARA SUSTITUIR AL MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN, JUAN NEPOMUCENO SILVA MEZA El Presidente Senador Roberto Gil Zuarth: Pasamos al desahogo de las exposiciones de los integrantes de la segunda terna. Es el turno de la exposición del señor Álvaro Castro Estrada, integrante de la terna para sustituir al Ministro Juan Nepomuceno Silva Meza. Ruego a asistencia parlamentaria conduzca al señor Castro Estrada ante este Pleno. (Se cumple) Como en las exposiciones anteriores, cada uno de los candidatos tendrá un tiempo máximo de 20 minutos para su exposición y no habrá lugar a mociones, preguntas o interpelaciones por parte de los Senadores. Solicito al señor Álvaro Castro Estrada, haga uso de la voz para presentar su candidatura, hasta por 20 minutos, en términos de lo que dispone el artículo 96 constitucional, y el cuarto punto del acuerdo aprobado por este Pleno. El C. Álvaro Castro Estrada: Saludo, con respeto y aprecio, al Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República, Senador Roberto Gil Zuarth, así como a las y los Senadores presentes en este importante recinto parlamentario, que me honra profundamente y lo cual hago en cumplimiento a lo dispuesto por el artículo 96 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Me encuentro hoy aquí, ante esta soberanía para acreditar, mediante breves palabras por qué aspiro como abogado y servidor público, por más de 35 años, a ser Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y regresarle a través de esta alta y noble responsabilidad a México lo mucho que este maravilloso país me ha dado en oportunidades y experiencias. Formar parte de una terna en tan relevante proceso, es per se, un gran privilegio. Una vez conformada mi vocación por el derecho y resuelta la determinación de estudiar en la Escuela Libre de Derecho, apenas iniciados los cursos recibí la primera sacudida intelectual relacionada con la justicia en mi país, por parte de un ilustre mexicano, don Antonio Carrillo Flores, que en una memorable conferencia en el año de 1976 afirmó: “Que para efectos operativos, y a pesar de algunas disposiciones legales al respecto, el Estado mexicano irá irresponsable por los daños que en ejercicio de sus funciones causaron los particulares, administrados o gobernados”. No necesitaba estar en cursos más avanzados de mis estudios de derecho para que tal situación provocará en mí una viva inconformidad, ya que el más elemental sentido de justicia ordenaba que el Estado fuere tan responsable, o incluso más de como los particulares lo somos o debemos ser por los daños que se causen. El propio don Antonio sentenció, cito: “No toda la culpa ha sido de la ley de 1941 sobre depuración de créditos fiscales, mucha la han tenido los abogados que no han luchado con suficiente vigor por su reforma. Y Ihering, hace ya más de un siglo enseñó: “Que sin lucha, el derecho no avanza. Alentar a las nuevas generaciones a que sigan luchando, fue el principal motivo que me hizo venir a esta ilustre escuela”. Cierro la cita. Esta inconformidad que asumí como desafío fue creciendo en mí, y cuando inicié mis estudios de postgrado en la Universidad Nacional Autónoma de México, tomé la decisión de escribir mi tesis doctoral sobre el tema de la responsabilidad patrimonial del Estado con el propósito de modificar aquel Estado injusto de cosas, y porque sabía que este tema, conjuntamente con el principio de legalidad, son los pilares fundamentales del derecho administrativo. Y no sólo eso, sino que representa un elemento constitutivo de un verdadero Estado de Derecho, porque un Estado responsable es un Estado que merece confianza. Como resultado del estudio doctrinal exhaustivo del tema en el derecho mexicano y comparado, porque entonces nada o muy poco había escrito en nuestra literatura jurídica, propuse una reforma constitucional para introducir una nueva garantía a fin de salvaguardar el derecho a la integridad patrimonial de los particulares, la responsabilidad patrimonial del Estado, de carácter objetiva y directa. Como consecuencia de un incesante esfuerzo académico y doctrinal, de impulso y gestiones interminables en muy diversos foros y ante legisladores y servidores públicos de todos los rangos, le cumplí a Carrillo Flores, a mí mismo, y lo más importante, le cumplí a México. Lo que inició como una inquietud de inconformidad en el aula, se transformó con el tiempo en una propuesta concreta, la cual fue retomada en 2004 por el poder reformador de la constitución, y así fue incorporado en el segundo párrafo del artículo 113 de la Carta Magna, hoy artículo 109, último párrafo, la institución de la responsabilidad patrimonial del Estado, cuya finalidad es elevar la calidad de los servicios públicos en lugar de destinar los dineros de los mexicanos al pago de indemnizaciones. Igualmente, poco tiempo después, fue propuesto un anteproyecto de ley reglamentaria de la nueva disposición constitucional, misma que prosperó en el Poder Legislativo Federal hasta expedirse la Ley Federal de Responsabilidad Patrimonial del Estado, vigente desde 2005. Tan arduo y apasionante esfuerzo lo compartí con muchos, toda vez que este logro en favor de los gobernados de ninguna manera fue unipersonal, además, debo decir, el tema no está agotado. Esta experiencia de lucha por el derecho me da oportunidad de expresar, sin extenderme, que he podido seguir contribuyendo al mejoramiento del orden jurídico nacional, participando en grupos de trabajo en los que fueron elaborados, entre muchos otros instrumentos, proyectos como el Reglamento de la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, la Ley Federal del Trabajo, y un anteproyecto a la Ley Federal de los Trabajadores al Servicio del Estado. Durante 18 años impartí clases en la división de estudios de postgrado de la Facultad de Derecho de la UNAM, y no me cansaré de predicar que el derecho está vinculado con la cultura, la historia, la economía, la planeación y los valores. En efecto, el derecho es un instrumento privilegiado y dinámico de transformación social, y la Constitución la más alta instancia de naturaleza normativa y conformadora de la realidad que trasciende el proyecto de nación que sintetiza. Estoy convencido del imprescindible papel que los valores tienen en el derecho y en la organización y funcionamiento del Estado y la sociedad. Como bien dijera el doctor Sergio García Ramírez: “el derecho es una definición y una medición de valores”. En este sentido, toma los acontecimientos y quiere enderezarlo hasta ciertos ideales. También debe tenerse presente lo que Durkheim llama la anomia del derecho, que deviene de un debilitamiento del respeto de la norma y la incapacidad de controles sociales para hacerla cumplir, particularmente respecto de los denominados derechos difusos y las normas programáticas de la Constitución. Para combatir dicho fenómeno se requiere igualmente sistemas coactivos y de responsabilidad más efectivos, pero más importante aún, mayor y mejor respuesta de los valores sociales de la comunidad, y, por consiguientes, mayores grados de legitimidad que permitan alcanzar crecientes niveles de eficacia legal. Esta es nuestra tarea jurídica al presente y el futuro próximo. En estos tiempos de cambios acelerados, es particularmente importante entender que el valor tiene una función legitimadora de la propia norma jurídica, al grado que idealmente debe llevar al cumplimiento voluntario de las mismas, porque en tales casos existe una adecuada correspondencia entre los que se condena como prescripción obligatoria de aquello que se considera digno de acatar, en tanto que favorece la pacífica convivencia social. En esto consiste la auténtica cultura de la legalidad de importancia mayúscula para nuestra sociedad contemporánea. Esta concepción del derecho, en general, desde luego encuentra expresión en el derecho constitucional, ya que como sabemos, toda Constitución contiene un entramado de valores o consensos básicos de una comunidad nacional que sirven tanto de guía indispensable en la interpretación e integración de las normas fundamentales, como de límite a la misma. ¡Qué duda cabe! Esta es un de las más importantes funciones del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Los jueces constitucionales deben ser especialmente sensibles para ser capaces de descubrir, en las disposiciones constitucionales, que son más generales y abstractas que las normas secundarias, los valores aceptados por una comunidad política que condensa su contenido. Además, dicha interpretación, como enseña el doctor Héctor Fix Zamudio, debe tener un carácter progresivo y no simplemente conservador, ya que los cambios de la realidad social que se regula suceden con gran rapidez y se corre el frecuente riesgo que la aplicación de las normas se tenga que hacer en una realidad diversa al del tiempo de su creación. Más allá de doctrinas, escuelas de pensamiento, ideologías o creencias, soy un abogado que reconoce como premisa fundamental de su ser y hacer la importancia de la persona humana, como ser pensante y libre que cuenta en sí mismo con un potencial que al lado de sus congéneres le permite desarrollarse íntegramente en un mundo con significado y con sentido de pertenencia. En efecto, la individualidad como triunfo del espíritu nace y se recrea en un mundo socializado en el que los individuos coexisten retroalimentando en función de su particular virtuosismo a su comunidad y abrevando de ella igualmente a través del efectivo vehículo del conocimiento y la cultura objetivada. Animo la convicción de que una sociedad organizada debe estar condicionado a un orden ético, pues no basta con la existencia de normas jurídicas y reglas sociales que le dan certeza a la convivencia, sino que éstas deben responder a principios filosóficos y morales a fin de darle sustento al valor de la justicia. Por lo anterior, pienso que el periplo de la noción de Estado puede y debe dirigirse en los hechos hacia un Estado social y democrático de derecho. Un Estado con sustrato ético donde seamos solidariamente corresponsables de su edificación, consolidación y evolución. En congruencia con esta forma de pensar, como integrante de un órgano federal de impartición de justicia, soy yo el puntual observador del Código de Ética del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa e incluso en su momento impulsé en el Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje la adopción de los principios de independencia y parcialidad, objetividad, profesionalismo y excelencia, de ahí que comparto plenamente los postulados que enuncia el Código de Ética del Poder Judicial de la Federación. Quiero reconocer aquí que esta enseñanza como tantas otras se la debo a mi admirado maestro, el ministro en retiro Mariano Azuela Güitrón, quien después de toda una vida consagrada a la función jurisdiccional continúa impulsando el comportamiento ético de los juzgadores mexicanos. A este respecto debo agregar que las decisiones si se toman en los órganos colegiados jurisdiccionales profundizan el mencionado principio de objetividad, porque las decisiones acaban construyendo, a través del debate y la discusión respetuosa y razonada. Como Magistrado Presidente del Tribunal Federal de Conciliación y Arbitraje experimenté especialmente este proceso frente a 24 magistrados en sus sesiones de pleno. De manera que, finalmente, lo que debe prosperar en la decisión mayoritaria de sus integrantes, siempre anteponiendo el derecho a las ideas o creencias personales que todo juzgador tiene en lo individual. Consecuencia lógica de la concepción del derecho como lucha, como vida objetivada, y, por lo tanto, parte de la cultura y como expresión de valores individuales y sociales que fundamentan el deber jurídico es fácil arribar al tema de los derechos humanos, tanto los reconocidos expresamente en nuestra ley fundamental como aquellos también comprendidos como internos de fuente internacional. Bienvenido el bloque de constitucionalidad referido a los derechos humanos en nuestro orden jurídico en México. Una conquista laudable y una verdadera hazaña de la libertad que ha venido a permear para bien todo nuestro sistema jurídico, porque pone al ser humano en el centro de nuestra vida social. Se trata de una verdadera revolución para nuestras instituciones y la forma de resolver las controversias sometidas al conocimiento de todos los órganos jurisdiccionales y autoridades en general, y así, nunca más pasar por alto el principio pro homine o pro persona. El just disere tendrá cada vez que hablar más claro y fuerte en clave de derechos humanos. Se trata sin duda de una ingente tarea que no excluye a nadie en la que se deberán observar siempre la conflictividad social para buscar las mejores fórmulas de convivencia social pacífica y civilizada en favor de bien común que evidentemente tiene como expresiones elocuentes la libertad y la justicia social, particularmente de un país que padece carencias enormes y desigualdad lacerantes. El juez constitucional no puede, no debe permanecer ajeno a esta realidad. Más que describir aquí las improntas legales de este formidable reto que se ha incorporado a nuestro ADN constitucional destaco que es pertinente vigilar con prudencia que esa eclosión de derechos y libertades no exceda el deseable humanismo que lleva consigo nociones fundamentales de ponderación y armonía entre valores para evitar colisiones entre principios morales y jurídicos que pudieran comprometer mucho de lo logrado, a golpes de avances plausibles como el conjunto de reformas transformadoras que han venido a enriquecer el amplio catálogo de nuestras disposiciones en materia de derechos humanos. Sin duda, la nueva Ley de Amparo viene a complementar estos empeños con disposiciones actualizadas que recogen conceptos y criterios que se encuentran más cercanos a la realidad después de un análisis y discusión de altura por más de una década. Este instrumento de control constitucional por antonomasia viene a complementarse con los procedimientos propios de la justicia constitucional como las controversias constitucionales, las acciones de inconstitucionalidad y el procedimiento investigatorio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, entre otros. Especial atención tendrán que tener la doctrina, el legislador y el intérprete constitucional y ordinario respecto de las irrefrenables influencias de lineamientos y ordenamientos internacionales, que en muchos casos, fuera de nuestra tradición hispano-romano de canónica perecieron para incorporar figuras jurídicas conforme a otras tradiciones que será necesario compatibilizar y definir sus alcances para no romper instituciones legales sin un preámbulo crítico y optativo previo. Por ello y por la multiplicidad de disposiciones legales internas, la jurisprudencia constitucional deberá realizar un esfuerzo de unificación coherente y con base a los principios generales del Derecho. Entre las reformas constitucionales recientes, especial mención merece la relativa al Sistema Nacional Anticorrupción, a la que califico de encomiable e indispensable para hacer frente a un fenómeno de dimensiones y nocividad notorias. En mucho la estabilidad del Estado está comprometido a ese fin. Poner un valladar cultural y legal a la corrupción es imprescindible. No puede haber un verdadero Estado de Derecho bajo amenaza constante en que la población padece sus consecuencias. El Derecho que está para resolver, con técnicas eficaces y valores reconocidos, problemas de la realidad histórica, tiene que mirar más alto y seguir proponiendo fórmulas idóneas y concatenadas que impidan el avance del cáncer de la inseguridad y la incertidumbre. Ante este indignante problema me declaro firme combatiente de la corrupción bajo los instrumentos legales secundarios que se encuentran en estudio sistemático y que buscarán alcanzar la indispensable congruencia interna entre las muy diversas leyes secundarias que la reglamentarán, de acuerdo a la prioridad nacional que representan. Estoy cierto que el Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa, al cual se le han encomendado las sanciones de las faltas graves a los servidores públicos y los particulares asociados, cumplirá profesionalmente esta tarea tan delicada como necesaria. Hasta aquí les he referido brevemente aquellos aspectos que considero muestran cómo pienso, así como algunos retos que con entusiasmo y perseverancia he enfrentado con resultados a partir de mi indeclinable vocación de servicio que me impulsa a seguir trabajando incansablemente en favor del Derecho y por ende de nuestro querido México. Bajo protesta de decir verdad, declaro ante ustedes, señoras y señores Senadores, en esta alta tribuna, que no tengo ningún conflicto de interés. Mi compromiso, si esta soberanía determina aprobar mi candidatura a tan insigne Cuerpo Colegiado, es actuar en todo momento con probidad, análisis crítico, apego a la ley, imparcialidad, responsable y sensible a realidades y problemas de nuestra sociedad, y atento al dinamismo del Derecho, con el propósito de adoptar las mejores decisiones en favor de una justicia verdadera y cercana a la persona humana. Garantizar la seguridad jurídica y salvaguardar nuestro régimen de libertades bajo los principios de equidad e igualdad, es premisa fundamental que guía mi ejercicio como juzgador, y en el caso particular tendré presentes los valores y obligaciones consustanciales a la actividad jurisdiccional independiente que deseo cumplir en mi máxima capacidad, a la altura de un tribunal constitucional mexicano. Por su atención, muchas gracias. (Aplausos) El Presidente Senador Roberto Gil Zuarth: Gracias, don Álvaro Castro Estrada por su intervención. Solicito a asistencia parlamentaria conduzca al licenciado Castro Estrada, al salón contiguo, e invite y acompañe a pasar al ciudadano Alejandro Jaime Gómez Sánchez, integrante igualmente de la terna para sustituir al Ministro Silva Meza. (Se cumple) Sea usted bienvenido, señor Alejandro Jaime Gómez Sánchez, acude usted ante este Pleno en cumplimiento de lo que dispone el artículo 96 constitucional y el punto resolutivo cuarto del acuerdo que norma el procedimiento para la elección de ministros. En tal virtud tiene usted el uso de la palabra hasta por 20 minutos, para presentar su candidatura. Proceda, por favor, abogado Gómez Sánchez. El C. Alejandro Jaime Gómez Sánchez: Gracias, señor Presidente. Distinguidas Senadoras, distinguidos Senadores. Señoras y señores: Es un honor para mí comparecer ante el Senado de la República en términos del artículo 96 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con motivo de la distinción que me otorgó el Ejecutivo Federal al incluirme en una terna a efecto de que esta soberanía pueda considerarme como aspirante a Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, máximo tribunal de nuestro país. Hoy con todo respeto someto a la consideración de este Honorable Cuerpo Legislativo, las características y razones por las que estimo que mi perfil es el idóneo para ocupar la alta investidura de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Ante ello también considero necesario hacer un planteamiento sobre los retos y perspectivas de la justicia constitucional en México. Parto de la premisa fundamental de que al Poder Judicial de la Federación le corresponde esencialmente la función de impartir justicia, pero además es el encargado de mantener el equilibrio constitucional de los demás Poderes y de los órganos autónomos. En ese sentido es responsable de que las instituciones del Estado funcionen conforme al orden constitucional y al mismo tiempo garantice los derechos fundamentales de las personas. Esta es la visión que quiero aportar a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la armonización entre los derechos fundamentales de las personas y la funcionalidad de las instituciones del Estado conforme al orden constitucional. La propia Suprema Corte ha señalado que el principio de división de poderes no es rígido, sino que la división funcional de atribuciones opera de manera flexible ya que el reparto de funciones encomendadas a cada uno de los poderes no constituye una separación absoluta y determinante, sino por el contrario entre ellos se debe presentar una coordinación o colaboración para lograr un equilibrio de fuerzas y un control recíproco que garantice la unidad política del Estado. El principio de división de poderes está atemperado, ejemplos claro de ello son las facultades de la Suprema Corte para dictar acuerdos generales para una mejor impartición de justicia, las cuales son materialmente legislativas. Asimismo el juicio político cuya resolución corresponde a este Senado de la República, erigido en jurado de sentencia, la cual es una función judicial, y en cuanto al Ejecutivo la facultar reglamentaria, que es una función esencialmente legislativa, por citar algunos. Estas atemperaciones, antes señaladas, no rompen el principio de división de poderes, primero, por esta previstas directamente en el texto constitucional, y segundo porque es la fórmula para sostener el equilibrio entre los mismos poderes bajo el sistema de pesos y contrapesos que garantiza el balance constitucional. Bajo este contexto, las resoluciones del Poder Judicial de la Federación: 1.- Dirime las controversias que se suscitan en el ámbito de competencia federal. 2.- Se erigen como valladar respecto de autos de autoridad que pretenden afectar los derechos fundamentales de las personas, ya sean reconocidos en las Constitución o en los tratados internacionales. Y 3.- Restablecen el orden cuando las autoridades han actuado al margen de la Constitución, o en invasión de las funciones de otro poder u órgano, estas últimas emitidas de manera exclusiva por la Suprema Corte al resolver controversias constitucionales y acciones de inconstitucionalidad. Las decisiones de los órganos jurisdiccionales desde luego tienen impacto respecto de las partes en la contienda, pues en todo caso conceden o niegan la pretensión demandada, este es el sentido estricto de la impartición de justicia por la cual se resuelve sobre las acciones promovidas por el actor y las excepciones del demandado de conformidad con el orden jurídico. En cambio las resoluciones de la Suprema Corte de Justicia de la Nación tienen impacto en todo el sistema normativo y, por ende, en el orden social, económico y político, afectan, consecuentemente el ejercicio de las funciones legislativas y administrativas y de los órganos constitucionales autónomos, en suma, afectan de alguna manera a toda la población. La Suprema Corte al tiempo de garantizar la funcionalidad de los órganos del Estado deben impartir justicia en el sentido estricto, esto es, el concepto básico acuñado en el Derecho Romano, dar a cada quien lo suyo, concepto del que respetuosamente considero que ningún órgano jurisdiccional se puede apartar. Es aquí donde debo hacer un profundo reconocimiento a nuestra Suprema Corte, y a cada uno de sus integrantes, especialmente a la señora ministra Olga Sánchez Cordero, y al señor ministro Juan Silva Mesa, pues han tenido un claro razonamiento en la aplicación de la ley en un sentido progresista en la promoción y protección de los derechos humanos y siempre han abanderado la función básica de un juzgador, consistente en impartir justicia. La prudencia en las determinaciones de la Corte debe ir en el sentido de armonizar la funcionalidad de los órganos del Estado, pues estos han sido creados por el Legislativo precisamente para el cumplimiento de funciones específicas, con los derechos de las personas, los cuales se ven afectados por la actuación de dichos órganos. En el funcionamiento de las instituciones es imprescindible respetar, promover, proteger y garantizar los derechos fundamentales de las personas, así como el interés general, esta es la armonización que permite el desarrollo del Estado en su conjunto y de cada uno de sus integrantes a partir de la base esencial de la justicia. En este sentido las sentencias al amparo de del fortalecimiento de la visión de los derechos humanos deben prever sus efectos y alcances en cuanto a todo el sistema normativo, de tal suerte que la decisión judicial debe restituir a la víctima y reparar el orden quebrantado, sin que ello implique anulación de la función estatal. Esto es lo que veo como jurisprudencia, la decisión judicial prudente que cumpla con el objetivo de impartir justicia y garantizar la protección de los derechos humanos, así como mantener el orden público y la aplicación del sistema normativo. En tal virtud es necesario que Corte ejerza con prudencia su función, pues sin duda alguna le corresponde definir los parámetro de constitucionalidad de las políticas públicas contenidas en el sistema normativo, pero no puede establecer dichas políticas por sí mismas, de esta manera la Suprema Corte garantiza la constitucionalidad de los órganos e instituciones del Estado democrático en el cumplimiento de sus funciones, en armonía con el respeto, promoción y protección de los derechos humanos, pero sin arrogarse las facultades de tales órganos o instituciones. En todo este esquema es de la mayor importancia la reforma constitucional en materia de derechos humanos y los avances significativos de la Suprema Corte. Sin duda, la incorporación de los derechos humanos reconocidos en los Tratados Internacionales en nuestro orden constitucional y la obligatoriedad de la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Sólo por citar algunos aspectos, han marcado desde el 2011, una nueva ruta en el quehacer jurisdiccional en la cual ya estamos inmersos. Entre tales, se encuentra una nueva concepción de los derechos humanos en materia penal, la cual exige igualmente, una nueva visión armónica entre los derechos del imputado y los derechos de las víctimas del delito. Si bien es imprescindible, atender las reglas del debido proceso para la obtención de una sentencia condenatoria. También es cierto que no se pueden soslayar los derechos de las víctimas, las cuales cada vez son más activas en su intervención en los procedimientos, máxime en el Sistema de Justicia Penal Acusatorio. Estos derechos están tutelados en la Constitución y se desarrollan en la Ley General de Víctimas que impone obligaciones específicas al Estado, tendientes a la reparación integral y la recomposición del orden público y tejido social. Pero en los hechos, aún nos falta un largo camino por andar. A este respecto, quiero referirme de manera especial al avance en la promoción y protección de los derechos humanos de las mujeres, a partir de decisiones trascendentales de la Suprema Corte de Justicia, algunas de ellas derivadas igualmente de resoluciones, de tribunales internacionales, como el caso conocido como: “Campo algodonero” de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Gracias a estas resoluciones, el Estado ha podido avanzar en la construcción de los instrumentos normativos y las políticas necesarias para identificar, prevenir, combatir, sancionar y erradicar la violencia de género. La violencia de género, parte de una base cultural sostenido en estereotipos de comportamiento, entre hombres y mujeres basados en su rol sexual. Estos estereotipos son preconcepciones que cuando implican la subordinación de la mujer o su discriminación se traducen en violencia en razón de género, precisamente cuando su comportamiento se aparta del estereotipo socialmente generalizado. Podremos erradicar la violencia de género cuando entendamos todos que las mujeres tienen un rol igual al de los hombres en la evolución del entramado social. Esta comprensión es la que nos han dado las sentencias de los órganos jurisdiccionales, al contribuir al rompimiento de estereotipos y, consecuentemente, el punto de cambio en el orden normativo y en las políticas del Estado. Hacer efectivos los derechos de las mujeres a una vida libre de violencia es principio fundamental para una verdadera igualdad, tanto ante la ley, como en la realidad cotidiana, y la jurisprudencia debe ser punta de lanza para ello. En el ejercicio de diversos cargos en el servicio público, particularmente en las instituciones de procuración de justicia, he podido constatar personalmente, la gran diferencia que existe entre las disposiciones jurídicas y la realidad práctica. Esto acontece de forma muy clara en la discriminación y violencia a mujeres, niñas y adolescentes. Por lo anterior, ha sido mi convicción, emprender estrategias y acciones para hacer efectivos los derechos de las mujeres. La Procuraduría General de Justicia del Estado de México, es de las pocas instituciones que cuenta con una Subprocuraduría para la Atención de Delitos Vinculados a la Violencia de Género que atiende, entre otros, los casos de feminicidio, trata de personas; y de personas desaparecidas, ausentes o extraviadas. Asimismo, he impulsado el establecimiento de Centros Integrales de Justicia para las Mujeres y la implementación del Protocolo Alba para la búsqueda y localización de mujeres desaparecidas. Acorde con las resoluciones judiciales, he contribuido, desde mi posición actual como Procurador, a la expedición del protocolo de investigación de feminicidios, y normas de actuación interna para que toda muerte violenta de mujer, sea investigada, desde los primeros momentos, bajo la perspectiva de género. En cuanto a mi perfil para asumir el cargo de Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, respetuosamente me permito señalar a este Honorable Senado de la República, que cuento con alrededor de 25 años en el servicio público, en diversas dependencias e instituciones de los gobiernos federal, del Distrito Federal y del Estado de México. Durante todo este tiempo, me he desempeñado con legalidad, eficiencia, profesionalismo, honradez, lealtad y respeto a los derechos humanos. He sido servidor público con un gran compromiso con mi país en cinco administraciones federales distintas, en la Consejería Jurídica del Ejecutivo Federal con cuatro titulares, tuve oportunidad de participar en el proceso de diversas reformas constitucionales y legales que hoy forman parte del orden jurídico que nos rige. He colaborado con cuatro procuradores generales de la República y dos de entidades federativas. Esas experiencias me han permitido vivir la evolución del Sistema de Justicia, pasando por las reformas constitucionales de 96 y 99, que cambiaron la concepción de elementos del tipo penal por la de cuerpo del delito, para la emisión de orden de aprehensión y auto de formal prisión, y que incorporan la inviolabilidad de las comunicaciones privadas y la regulación en materia de delincuencia organizada, así como múltiples reformas legales en materia penal y procesal hasta llegar al sistema de justicia penal acusatorio, que se encuentra actualmente en implementación a nivel federal y en varias entidades, el cual he podido conocer, desde la concepción de todo el marco normativo y en su aplicación práctica. Gracias a esta experiencia, he visto la operación del sistema penal en el fuero federal, pero también y, no menos importante, en el fuero común. Ello me ha permitido conocer las prácticas en una agencia del ministerio público, tanto a lo que hace al móvil del comportamiento delictivo como a la desesperación de las víctimas, en muchas ocasiones ni la ley, ni la jurisprudencia atienden estos aspectos. He tenido la satisfacción de recibir el agradecimiento de una víctima de secuestro por haber logrado la condena del probable responsable, pero también he tenido la frustración de la impunidad, derivada de una mala actuación del Ministerio Público o de una resolución superficial de la autoridad judicial. No obstante, también es un hecho que mi posición actual como Procurador General de Justicia del Estado de México, me obliga a dar respuesta a interrogantes sobre casos complejos que han sido del conocimiento público a nivel nacional. Uno de ellos, se refiere a la intervención de la Procuraduría, con motivo de los hechos en que perdieran la vida 22 personas en el municipio de Tlatlaya, Estado de México, el 30 de junio de 2014. Al respecto, la Procuraduría General del Estado de México, atendió el comunicado que hicieron elementos militares, con motivo de hechos constitutivos de delitos federales, en apoyo y auxilio del Ministerio Público de la Federación y ante la urgencia del caso, practicó las primeras diligencias. En ese sentido, cabe destacar lo siguiente: 1.- Se procesó el lugar de los hechos en los términos en que éste fue hallado. 2.- Se tomaron entrevistas de los elementos militares, quienes denunciaron un enfrentamiento con un grupo armado. 3.- Se recabaron las primeras entrevistas de las mujeres que se encontraron en el lugar de los hechos, a quienes el Ministerio Público dio la condición de víctimas y otorgó medidas de protección. 4.- Se practicaron las diligencias periciales inmediatas. 5.- Tres días después de los hechos, la carpeta de investigación fue entregada a la Procuraduría General de la República para la continuación de las investigaciones por tratarse de hechos, materia de su competencia. 6.- De conformidad con la recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, presumiblemente, elementos del Ejército habrían alterado la escena de los hechos, no así personal de la procuraduría mexiquense, lo cual, a pesar de ello, ya es materia de investigación y proceso penal por las autoridades federales. 7.- El procesamiento del lugar de los hechos que hizo la Procuraduría estatal fue oportuno y sirvió para que la autoridad federal profundizara en las investigaciones. 8.- Las posibles omisiones, deficiencias, insuficiencias del personal de la procuraduría local, sobre el procesamiento del lugar de los hechos, derivaron de la complejidad del caso, las circunstancias del lugar y el riesgo de un nuevo enfrentamiento, lo cual ya es materia de los procesos de responsabilidad administrativa por las autoridades competentes en los términos de la propia recomendación. 9.- Sobre las imputaciones de tortura y malos tratos, el Ministerio Público ejercitó acción penal en contra de los probables responsables, quienes se encuentran vinculados a proceso penal. 10.- La recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos está en vías de cumplimiento, y estamos atendiendo todos y cada uno de sus puntos resolutivos. He puesto a disposición de las autoridades judiciales y administrativas competentes los hechos, las evidencias y al personal actuante y, en todo caso, seré respetuoso de las decisiones de los tribunales. Desde luego, estoy a las órdenes de las Senadoras y Senadores para ampliar información sobre el caso, siempre que ello no comprometa el curso de las investigaciones en términos de ley. Distinguidas Senadoras, distinguidos Senadores: En el ejercicio de mis funciones, he cumplido con los principios establecidos en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Como titular del Ministerio Público de la entidad más poblada y una de las más complejas del país, he procurado su modernización, el apego a la ley, el respeto a los derechos de todas las personas, la presentación de argumentaciones novedosas ante los tribunales para así propiciar la evolución del orden jurídico, y también he respetado a cabalidad el principio de lealtad y buena fe en el proceso. De suerte tal, que no he titubeado en decisiones que implican el desistimiento de la acción penal o el fincamiento de responsabilidades en los casos procedentes. Procurar justicia significa un claro compromiso de imparcialidad y objetividad, así como de independencia, ya sea frente al poder público o frente a los intereses del sector privado. Yo he asumido ese compromiso, mi lealtad está con la ciudadanía, con la ley y con las instituciones de la República, con nadie más. Mi más profundo reconocimiento a esta Cámara de Senadores y a todos y a cada uno de sus integrantes por su labor republicana y forjadora de las instituciones del Estado. Reconozco muy respetuosamente a los doctores Javier Laynez Potisek y Álvaro Castro Estrada, con quienes comparto la distinción de participar en la terna para ser considerado como Ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. De ser designado como tal, sumaré mis capacidades y esfuerzos al trabajo constructivo de los ministros. Tengo un profundo compromiso con mi patria y seguiré sirviendo a México desde cualquier trinchera. Muchas gracias. El Presidente Senador Roberto Gil Zuarth: Agradecemos su exposición, licenciado Gómez El personal de asistencia lo acompañará al salón contiguo. (Se cumple) Y ruego se invite a pasar ante este pleno al señor Javier Laynez Potisek, quien es integrante de la terna para cubrir la vacante que dejará el Ministro Juan Silva Meza. Sea usted bienvenido ciudadano Javier Laynez Potisek. Acude usted ante este Pleno en cumplimiento a lo dispuesto por el artículo 96 de la Constitución y el punto resolutivo cuarto del acuerdo parlamentario que regula el procedimiento para la elección de ministros de la Corte. En dicho acuerdo se prevé que dispone usted de hasta 20 minutos para presentar su candidatura. Proceda por favor, doctor Laynez. El C. Javier Laynez Potisek: Señor Presidente. Señoras Senadoras, señores Senadores. En esta breve presentación me gustaría en primer lugar dar a conocer cuál fue el camino que me llevó a ser abogado y servidor público. Acto seguido, quisiera compartir con ustedes cuáles son los factores que en mi opinión a partir de la reforma constitucional de 1994-95 han convertido a la Suprema Corte de Justicia en uno de los pilares del Estado mexicano. Concluiré con algunas reflexiones sobre la idoneidad de la candidatura. Originalmente yo quería ser diplomático de carrera, representar a México en el extranjero. Sin embargo, a finales de los setenta, la oferta educativa en Torreón era limitada, mi familia no pudo asumir el costo que implicaba estudiar y vivir en la Ciudad de México. Es así que en Monterrey inicié mis estudios de Derecho gracias a una beca que me otorgó la Universidad Regiomontana, mientras trabajaba de medio tiempo en la biblioteca. Durante la carrera, el Derecho Constitucional y el Derecho Administrativo captaron de inmediato mi interés. Estoy seguro que en ese momento lo que más me atrajo fue el impacto que produce la acción gubernamental en cualquiera de sus funciones, ejecutiva, legislativa o judicial. El acto administrativo, el acto de gobierno, la expedición, la reforma de una ley, las resoluciones judiciales, todas estas manifestaciones del Estado modifican la expectativa de miles de ciudadanos y transforman profundamente afirmativa o negativamente comunidades enteras e incluso a la totalidad del país. Mi primer trabajo de investigación, es decir, mi tesis profesional de licenciatura llevó como título “La Reforma Administrativa en México y sus Etapas de Implementación”. En 1983 ingresé por concurso en el nivel más bajo de la jerarquía, a la Procuraduría Fiscal de la Federación, paradójicamente, muchos años después llegaría a ser titular de la misma. Así, inicié mi carrera que ahora suma más de 25 años al servicio del Estado. Dos años después, también mediante concurso, obtuve una beca del gobierno francés y cursé mí doctorado en Derecho Público en la Universidad de París, con la tesis denominada “El Nuevo Rol del Estado Mexicano Frente al Sector Público Productivo”. Mi vocación por lo público maduró y se enriqueció. Al regresar a México enfrenté una nueva encrucijada, servir al país desde una de las instituciones académicas públicas más prestigiadas, el Colegio de México, quien me hizo una oferta para integrarme a su claustro de investigadores de tiempo completo, o bien volver al servicio público en activo. Circunstancias afortunadas me permitieron compaginar ambas actividades. Reingresé como funcionario a la entonces Secretaría de Programación y Presupuesto, pero pude mantener ininterrumpidamente desde entonces, mis actividades de enseñanza a nivel de licenciatura y maestría en instituciones públicas, como el Colmex y el CIDE. En el servicio público he tenido el privilegio de participar activamente en las más importantes reformas constitucionales y legales que han modificado el derecho mexicano, como la propia reforma al Poder Judicial, la reforma en materia de derechos de los pueblos y comunidades indígenas, el Código Civil en Materia de Violencia Intrafamiliar, la primera Ley de Transparencia, la adopción del Sistema Penal Acusatorio, la primera Ley de Telecomunicaciones, hasta la Iniciativa Constitucional para crear el Sistema Nacional Anticorrupción. A lo largo de este tiempo también adquirí una vasta experiencia en el litigio constitucional. Hoy quiero referirme, en específico, a la reforma al Poder Judicial, en la que participé, junto con otros distinguidos juristas, desde su concepción hasta la redacción de las iniciativas de reforma constitucional, Ley Orgánica del artículo 105 y de la Ley Orgánica del Poder Judicial. La creación del Tribunal Constitucional marcó un hito en la historia del país y transformó profundamente el ejercicio del poder y la relación de éste con los ciudadanos. Esta reforma es, sin duda, uno de los cimientos de construcción del Estado Democrático de Derecho que con tanto esfuerzo estamos consolidando. Ciertamente la reforma se ubicó en un contexto de una sociedad mexicana mucho más alerta e informada, una sociedad que demandaba un cambio en el ejercicio del poder y dispuesta a defender y hacer efectivos sus derechos. Por ello tuvo 2 ejes fundamentales: por un lado, el equilibrio de poderes, mientras que la regularidad electoral implicaría, de manera casi inmediata, el surgimiento de un Poder Legislativo fuerte, el Poder Judicial, y señaladamente la Suprema Corte requerían de una amplia reforma, desde la parte orgánica, hasta la consolidación del tribunal constitucional. Sólo así asumiría su rol como un auténtico poder del Estado que hiciera contrapeso al Ejecutivo y al Legislativo, y permitiera ordenar el proceso federalista, que por aquellos años cobraba vigor. Por otro, se buscó garantizar la supremacía de la Constitución en un país donde el único medio efectivo, pero limitado de control constitucional, había sido el juicio de amparo, a ello obedeció la introducción de la acción de inconstitucionalidad y la ampliación de los supuestos y regulación de la controversia constitucional. Por estas razones la selección de los ministros ha sido, desde entonces, una de las decisiones políticas de mayor trascendencia. Implica la acción razonada de 2 poderes constituidos que deben garantizar la integración del único poder del Estado que no está sujeto al control democrático directo, pero que al mismo tiempo, el ser guardián último de los valores democráticos y republicanos que consagra la Constitución. La renovación de 2 ministros que hoy nos convoca concluye una larga etapa de reforma institucional iniciada hace 20 años, frente a ella se abren los nuevos retos que plantean las reformas constitucionales acumuladas a lo largo de los últimos años, en los cuales la Suprema Corte tendrá un papel particularmente relevante. Veamos por qué. Primero.- Porque la acción de inconstitucionalidad dejó de ser exclusivamente un mecanismo de control de la ley por parte de la minoría parlamentaria contra la decisión de la mayoría. Hoy también tienen legitimación activa los partidos políticos, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, así como el Ejecutivo Federal y la tendrá el Fiscal General. Segundo.- Porque en las controversias constitucionales se han agregado, además de los Poderes Federal, Estatales y Municipales, a todas las autonomías constitucionales creadas recientemente: Ifetel, Cofece, INAI, entre otros. Tercero, y quizás el más importante.- Porque las reformas de derechos humanos y de amparo, de 2011, modificaron el paradigma de la actuación y control de los órganos del Estado mexicano. El reposicionamiento del ciudadano, individual o colectivamente, ha obedecido a un proceso político que decidió la apertura del orden jurídico nacional y su interrelación, hoy irreversible con el derecho internacional. El Constituyente Permanente fue sumando gradualmente a nuestro país en una agenda progresista de corte internacional. La Constitución y la interpretación de nuestro máximo Tribunal ha sentado las bases para la construcción de una nueva institucionalidad, no sólo superaron nomenclaturas arraigadas y redefinieron el concepto de jerarquía de la norma, sino que también perfeccionaron los mecanismos para hacer efectivos el ejercicio de los derechos humanos. El interés legítimo que amplíe el acceso a colectivos sociales que anteriormente impulsaban sus agendas por vías distintas a las jurisdiccionales. El control de convencionalidad y el principio pro homine. La posibilidad de declaratoria de inconstitucionalidad con efectos generales y el control difuso que permiten, en el primer caso, la expulsión, y, en el segundo, dejar de aplicar una norma aprobada por la mayoría del órgano de representación democrática. Si el papel de nuestro máximo Tribunal se pensó originalmente para atender las cuestiones de gobernabilidad inmediatas, ejercicio ordenado del poder, fortalecimiento del municipio, justicia pronta y expedita, debido proceso, hoy en día lo colocan como el garante directo, o a través de su jurisprudencia y criterios interpretativos, de la obligación de todas las autoridades de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos, pero de todos los derechos humanos, ya no sólo de los derechos civiles y los políticos, sino los derechos económicos, sociales, culturales y de medio ambiente. Estos últimos, por cierto, además con una connotación jurídica concreta en que dejamos aquella añeja concepción de considerarlos como simples anhelos o expectativas. Adicionalmente los medios de control constitucional habrán de llevar a la Suprema Corte a revisar la regularidad constitucional de políticas públicas que son pilares para el desarrollo y crecimiento del país, tales como: telecomunicaciones, competencia económica y salud pública. Todo lo anterior, como dije, forma parte de una nueva etapa para la Suprema Corte y pone de relieve el perfil de los ministros, pero también abre el debate entre creatividad judicial, por un lado, y la deferencia o auto restricción del máximo Tribunal, por el otro. Este debate debe abordarse sin temores, pero también sin injustificados encasillamientos. Estoy convencido del poder de adaptabilidad del derecho a la cambiante realidad social, esto es fundamental e inevitable cuando se interpreta un texto como la Constitución, primero, por ser esta la norma general por antonomasia, es decir, no puede ser exhaustiva, y, segundo, por el complejo sistema que para su modificación previó el Constituyente de 1917. Así, el intérprete constitucional debe ser receptivo a las nuevas propuestas de interpretación y de alguna manera aprender a desaprender lo que por años asimilamos, aplicamos, y, en mi caso, enseñamos. La justicia constitucional no tiene como objetivo el crear consensos o mayorías, sino proteger derechos, así sea para una sola persona o una minoría, pero también hay que reconocer que este nuevo paradigma constitucional conlleva a aspectos políticos, económicos, sociales e incluso financieros que trascienden el ámbito estrictamente jurídico. Por ello, no es superfluo recordar que el respeto irrestricto a los derechos humanos y la convivencia armónica de la sociedad es responsabilidad de todos los poderes del Estado. El Tribunal, como órgano límite, Suprema Corte, tiene una responsabilidad mayor, ciertamente, pues le corresponde asegurar el máximo ejercicio de las libertades y los derechos en cumplimiento estricto al mandato del artículo primero. Pero el juez constitucional debe buscar producir cambio con estabilidad, mantener la coherencia del sistema jurídico, tomar en cuenta las limitaciones institucionales y proteger la democracia, reconociendo el poder de la mayoría al mismo tiempo que reconoce los límites de ese poder determinado por la supremacía de los principios y de los derechos humanos. Señoras Senadoras, señores Senadores. Soy un mexicano afortunado de colaborar en la transformación constitucional reciente del país, que ha sido partícipe activo en la trinchera de la acción gubernamental y que he tenido una enriquecedora experiencia en el litigio constitucional, que ha complementado el estudio y la actualización del conocimiento del derecho con una labor académica ininterrumpida como profesor universitario. Les pido ahora me permitan aprovechar el uso de esta alta tribuna para puntualizar un aspecto que para mí es fundamental. Podría existir la percepción de que el paso de tantos años al servicio de uno de los poderes del Estado inhabilita o descalifica per se para ocupar un alto cargo en la judicatura. Esta percepción está basada en la premisa de que el ingreso al servicio del Estado significa la pérdida automática de autonomía e independencia, comprometiendo, cuando no vendiendo la libertad de pensamiento, las convicciones y valores al servicio de un grupo o causa política. Esta premisa es falsa, y respetuosamente quien no lo entiende, no entiende que México sí ha cambiado. El buen abogado al servicio del Estado usa el derecho como herramienta para encauzar o reencauzar los actos estatales con la obligación de que la acción de gobierno circule estrictamente por la vía de la legalidad. Yo no hice ni me toca hacer las leyes, a mí me ha tocado interpretarlas y aplicarlas. Por eso pido, muy respetuosamente al Senado de la República, y por su conducto, a quienes están allá afuera, que al ser evaluado, además de considerar los conocimientos, la experiencia, la visión de Estado, se verifique la conformidad de mi conducta con el estricto código que rige el ejercicio de la abogacía. Pido se analice si cada uno de mis actos en el servicio público se ajustó o no a la ley; si en alguno de mis actos como funcionario público cometí alguna injusticia en contra del propio servicio o de un particular; si tergiversé la interpretación jurídica para favorecer a un grupo determinado público o privado, en lugar de centrarnos si laboré bajo tal o cual presidente o bajo tal o cual secretario. Yo estoy seguro que en las comparecencias y los trabajos en las comisiones nos permitirán profundizar en estos aspectos. La función jurisdiccional también es una función ejecutiva que consiste en la interpretación y aplicación de la norma en caso concreto. En mi caso, como magistrado del Tribunal de Justicia Fiscal y Administrativa, además de confirmar mi convicción y compromiso con el servicio público en una nueva dimensión, he juzgado con plena imparcialidad, he dispensado un trato equitativo a las partes, y he aprendido de las virtudes de la colegiación, aportando y escuchando a mis pares, respetando posiciones contrarias a las mías a fin de construir decisiones congruentes, justas y con apego estricto a la ley. Finalmente, ratifico frente a todas y todos ustedes mi firme compromiso de continuar comportándome con responsabilidad, con trasparencia y con integridad profesional y moral dentro y fuera de la función pública. Les agradezco mucho. (Aplausos) El Presidente Senador Roberto Gil Zuarth: Muchas gracias señor Laynez Potisek. Ruego a asistencia parlamentaria acompañe al doctor Laynez al recinto contiguo. (Se cumple) Hemos concluido la fase de exposición de los candidatos de las dos ternas propuestas por el Titular del Poder Ejecutivo Federal.