SEMINARIO Panel: Papel de la mujer como transmisora de valores en los procesos de socialización y acceso a bienes de comunicación y cultura Agradezco la oportunidad y me siento muy honrada por la invitación a integrar este panel. Quiero destacar que estas reflexiones están focalizadas desde una perspectiva feminista y que sólo son un punteo para un debate que considero necesario. En este seminario de Alianza de Civilizaciones es importante señalar que el feminismo tiene una historia de luchas por el respeto a la diversidad y la diferencia, incluida la diversidad cultural que, hoy en día, rescatamos desde un marco conceptual que llamamos interculturalidad. En las últimas décadas las ideas feministas han logrado un cambio de mentalidad sin precedentes. Para muchos ha sido la revolución pacífica más importante de la última centuria. Sin duda sus ideas influyeron decididamente en los procesos de cambio de roles hacia una sociedad más equitativa e igualitaria. Las mujeres creamos y modificamos leyes, produjimos nuevos conocimientos e introdujimos nuevas categorías de análisis. Los estudios de género han visibilizado las relaciones jerárquicas entre los sexos, así como también las diferencias entre las mujeres y entre los géneros. Entre muchas otras, las consecuencias de la división sexual del trabajo y del currículum oculto vigente en los diferentes niveles de la educación. Las mujeres creamos espacios específicos en organismos internacionales, en el Estado, universidades y sindicatos; impulsamos ONGs, promovimos múltiples redes, incorporamos nuestros temas en las agendas nacionales e internacionales, participamos en las decisiones políticas y algunas mujeres ejercen los más altos cargos. Por primera vez en Argentina y Chile dos jefas de Estado fueron elegidas por el voto popular. El proceso de estas luchas ha contribuido a la democratización de nuestras sociedades y nuestras familias. Sin embargo, a pesar de estos avances queda mucho por modificar. Un tema insoslayable es la deuda en materia de derechos reproductivos. En especial en cuanto a la despenalización del aborto, que constituye una herramienta legal básica para equiparar derechos y evitar miles de muertes por año de las mujeres más pobres. Observamos también que a la par de los avances en materia legal, en nuestras sociedades prevalecen la violencia, la discriminación, el sexismo y el racismo, producto -entre otras causas- de una cultura patriarcal. Mujeres, niñas y niños padecen algún tipo de violencia en casi el cincuenta por ciento de los hogares en Argentina. La violencia es creciente en la escuela, lo que constituye quizás el peor indicador en cualquier proyecto de civilización, y la trata de mujeres y niñ@s se ha convertido en una nueva forma de esclavitud. Las mujeres tampoco podemos permanecer indiferentes a la explotación sin límites de la naturaleza y de los recursos esenciales para la vida, con el consiguiente desastre ambiental. A menudo, en nuestro accionar las feministas nos insertamos en la dinámica propia de la sociedad patriarcal, y adoptamos y reproducimos actitudes, formas y metodologías que criticamos. Baste señalar el ejemplo cotidiano más visible: el lenguaje de los medios de comunicación, que hemos internalizado de tal modo que no advertimos ya su sesgo sexista. En ese sentido, el lenguaje sexista en nuestra cultura es tan abrumador que quienes fuimos y seguimos siendo activistas, le otorgamos una valoración positiva a palabras como lucha o militante, sin tener en cuenta su origen autoritario. Ya que, históricamente, cuando las mujeres encararon posiciones de responsabilidad o una actitud de enfrentamiento contra los poderes establecidos, fueron criticadas de locas o histéricas. Valga como ejemplo las a veces ensañadas críticas a nuestra presidenta, no por sus ideas, sino por ser mujer. El paradigma más emblemático lo encontramos en nuestras madres y abuelas de Plaza de Mayo, que se han constituido ya como un ejemplo internacional de revolución pacífica. Para revertir esta situación necesitamos un compromiso activo pero también un profundo cambio de conciencia. Nuevos horizontes de pensamiento y una práctica colectiva que permitan tener relaciones más armoniosas entre los seres humanos y la naturaleza. Debemos evitar la trampa de la dicotomía “Mujer sumisa victimizada vs. Mujer omnipotente”. Es preciso advertir que los seres humanos no somos sólo razón. En ocasiones, las mujeres que intentamos salir de las imposiciones culturales del patriarcado, acentuamos una racionalidad sesgada, que desdeña el poder transformador de los sentimientos compartidos. Formadas en una cultura que enaltece los valores masculinos hemos necesitado “demostrar” en cada momento que somos eficientes, capaces, racionales. Esperar el reconocimiento del Otro, más que el de nuestras compañeras. Sin embargo, las mujeres hemos rendido ya todos los exámenes y no necesitamos demostrar nuestra capacidad. Lo importante es recuperar el reconocimiento interno y unir la sensibilidad e inteligencia que nos pertenece en tanto mujeres. Lo cual significa sin más, internalizar la vieja consigna del feminismo de la diferencia, “Ser mujer es hermoso”. En un mundo signado por altos niveles de violencia, autoritarismo y misoginia, propios de una cultura patriarcal, el aporte que podemos hacer las mujeres es rescatar valores como la solidaridad, la sororidad y la ética del cuidado; resignificar y valorar la sensibilidad, la comprensión, la humildad, la ternura, el amor. Virtudes que muchas veces las feministas negamos porque las vinculamos a la “debilidad” o a una idea de femineidad impuesta o a una cultura kitsch. Es necesario resignificarnos, reencontrarnos, socializarnos. No queremos tener la exclusividad de estas virtudes, queremos que los varones también se apropien de ellas. Para ser libres necesitamos eliminar los estereotipos sexuales, desarrollar prácticas de negociación, instalar nuevas formas de ejercer la autoridad (la autoridad femenina que aludían las feministas italianas) promover la autonomía y explorar nuevos modelos de aprendizaje. Potenciar nuestra creatividad para buscar nuevas formas de poder personal y colectivo, el poder como potencia, tal como señala Hannah Arendt. Es preciso integrar distintos paradigmas, enfoques y marcos teóricos: unir a la perspectiva feminista institucional los aportes del ecofeminismo y del feminismo de la diferencia. Las mujeres conocemos muy bien la interrelación e intercomunicación entre el espacio público y privado. Es necesario que aportemos a la práctica social un modelo de integración entre la vida personal y política, y promover en los varones esta actitud. Propiciar la sororidad (como lo desarrolla y señala Marcela Lagarde) implica una conciencia crítica sobre la misoginia y exige un esfuerzo personal y colectivo de deconstrucción en nuestra subjetividad, en las mentalidades y la cultura. Implica la necesidad de una fuerte alianza de género, y la valoración de las mujeres en nuestra igualdad y diversidad a la luz de los derechos humanos. Para ello es preciso que eliminemos la autocomplacencia, la victimización y la opresión, y el enfrentamiento y la competencia entre mujeres, que son producto de la misoginia y la reproducción de mecanismos patriarcales. Es necesario que adquiramos una perspectiva crítica sobre la cultura política, estética y social de mujeres y varones. Que las mujeres promovamos la pluralidad y la creatividad: el acogimiento, la disposición a la escucha y el respeto a la discrepancia. Por otro lado es preciso destacar que el “buen trato” no quita lo audaz y transgresor de nuestras metas. En una palabra, hacer de nuestra conciencia una forma de empoderamiento y socializar estas formas de sororidad con los varones para contribuir a la eliminación de toda forma de violencia. El feminismo siempre advirtió el mundo mestizo de la cultura en que nos insertamos. La ausencia de culturas estáticas y cerradas nos obliga a adquirir una mirada intercultural. Una perspectiva que recorra la complejidad de nuestros vínculos y nuestros modos de identificación, sin pretender un eje asimilador como subrepticiamente propone el multiculturalismo liberal, ocultando los mecanismos de injusticia y postergación. La “interculturalidad” expresa una actitud de diálogo constante e irrestricto. En esta relación dialogante se excluye la violencia y se afirma una búsqueda paciente y perseverante de la justicia. La interculturalidad nos muestra el dinamismo y la complejidad de nuestra historia y de nuestras identidades culturales, tan persistentemente escamoteadas por filósofos e historiadores. Nos permite un reconocimiento abierto de la diversidad que nos constituye. Y una política que no puede contentarse con la tolerancia sino que nos invita a la solidaridad con un otro que no es tan distinto como se nos lo ha retratado, y que nos interpela en su especificidad cultural. El diálogo intercultural debe desembocar tarde o temprano en el análisis y discusión de aquellas posiciones que imposibilitan tal reconocimiento. En este sentido el diálogo no puede desvincularse del diálogo político en el sentido más profundo de la palabra. Un diálogo en el que toda la ciudadanía esté implicada, en advertir su complejidad cultural que yace bajo las universalizaciones convencionales. “Desde esta perspectiva no se puede ni se debe disociar interculturalidad de ciudadanía” (F. Tubino) 1. Lo cual implica interrogarnos sobre nuestros modelos de educación. Las mujeres podemos hoy en día promover estos enfoques como nunca antes. De este modo contribuiremos a un mundo no sólo más justo e inclusivo, sino un mundo donde recuperemos el placer y la alegría de vivir. 1 F. Tubino, “La interculturalidad crítica como proyecto ético-político”, Conferencia pronunciada en Lima, febrero 2005