EL PAÍS, martes 18 de enero de 2000 CATALUÑA / 3 Ciudadanía, asociacionismo y política JOAN SUBIRATS Estamos de nuevo en plena campaña electoral, y de nuevo oiremos hablar de la necesidad de mejorar la relación entre política y ciudadania, oiremos hablar de mejorar nuestra calidad democrática gravemente deteriorada. Si, como es previsible, las cifras de participación no aumentan, los lamentos (¿farisaicos?) del día después abundarán. Como muchos afirman, ¿puede extrañar a alguien que un país cuya historia contemporánea ha conocido una decena de textos constitucionales distintos, un país en el que los periodos de libertades han sido excepciones cortísimas siempre acabadas por violentos golpes de estado, y donde por contraste los periodos de dictadura han sido la regla, no cuente con tradiciones sólidas de participación y debate público sobre los asuntos colectivos? Esta pesada herencia de autoritarismo planea sobre el propio concepto de lo público. El país no tiene, en general, una concepción de la cosa pública entendida como un espacio de responsabilidad colectiva. Los espacios públicos, los problemas colectivos, eso que algunos denominan esfera civil, tiende a percibirse casi siempre como un terreno que, o bien está ocupado por las administraciones públicas o el mercado, o bien es un terreno de nadie. Pero, en cambio, cada vez está más claro que precisamente las sociedades más estructuradas internamente, con más solidez y tradición asociativa, son aquellas sociedades que parecen estar más preparadas para poder hacer frente a los retos que los frenéticos cambios económicos y tecnológicos están planteando a escala global. Eso que denominamos “tercer sector” expresa normalmente un compromiso cívico de gente que ha decidido intervenir en un espacio colectivo específico. Gente que ha decidido convertir su yo particular en un nosotros que expresa muchas veces una forma de asunción de responsabilidades sobre los problemas colectivos. Cuanto más fuerte sea ese sector más autónoma será la sociedad, menos dependencia sufrirá de los poderes públicos o mercantiles. No se trata de impedir que cada uno ejerza sus funciones, pero sí de evitar que se dominen y clientelicen las relaciones sociales generando las dependencias que tantos problemas han provocado en nuestra historia reciente. Cataluña presume de tener una larga tradición asociativa. Una larga tradición de compromiso colectivo sobre los problemas públicos. Todos recordamos los esfuerzos de la sociedad catalana para salvaguardar sus rasgos identitarios en épocas dificiles; las iniciativas para mantener viva una tradición pedagógica que nos enorgullecía; la fuerza histórica de las mutualidades o entidades populares o municipales en sanidad, y tantos otros ejempios en tantos otros campos. Muchos opinan que la normalización democrática significó, al mismo tiempo, una culminación y una delegación de esa asunción colectiva de responsabilidades comunes. Hoy, veinte años después, algunos signos demuestran que viejas y nuevas espadas siguen en alto. La Fundació Bofill ha cumplido veinticinco años de existencia, y sin ella no se entenderían muchas cosas en la investigación en ciencias sociales en Cataluña. Con un pasado como Fundación mucho más limitado, pero con una larga tradición en el mundo del tiempo libre educativo, la Fundació Catalana de l’Esplai cumple ahora tres años de existencia, compartiendo con otras instituciones una labor esencial para la conformación de los valores de confianza, reciprocidad y solidaridad que son indispensables en un mundo que cada vez tiende más a individualizar, a tratar a la gente o como consumidores dignos de toda elección entre bienes de consumo alternativos, o como parásitos objetos de compasión y control. Como aún me felicitan el año, pienso que todavía puedo expresar buenos deseos en este primer lote de hojas del calendario. ¿Podemos esperar que la campaña electoral nos ofrezca una forma de entender la relación entre política y ciudadanía un poco más modesta y respetuosa por parte de los politicos sobre aquello que la sociedad hace y asume? ¿Ante la brutal hegemonía del mercado, podemos mantener y cuidar los espacios que aún existen, en que la ciudadanía se movilza y actúa con criterios distintos a los estrictamente lucrativos? La sociedad civil es el reino de la fragmentación, de la diversidad, de la voluntariedad. Esa es su fuerza y su debilidad. Si la política entiende cada vez más la necesidad de convenirse en más modesta, en más capaz de aliarse con las fuerzas sociales ya movilizadas frente al torbellino mercantilizador, puede lograr que esa activación social expresada en decenas de entidades y asociaciones sea, al mismo tiempo, garantía no sólo de libertad y diversidad, sino también de solidaridad. La solidaridad es hoy la condición necesaria y la contribución colectivo esencial a la vitalidad de la libertad y de la diferencia. No faltan adalides de la libertad y de la diferencia. El mercado nos brinda y crea cada día nuevos mensajes en los que se nos invita a ser libres y diferentes, para usar tal o cual producto. Menos entusiamos encontramos para divulgar las ventajas de la solidaridad. Pero sin solidaridad, como dice Bauman, no hay libertad segura. Los individuos aislados, sin pautas y tramas sociales, sin compromisos ni valores cívicos y solidarios, son pasto del “hágase usted mismo”, de una biografía sin atributos sociales. No nos quejemos tanto de la falta aparente de valores de nuestra sociedad, de nuestros jóvenes. No nos quejemos de que la gente vaya por el mundo como si fuera siempre de rebajas, con una mentalidad oportunista y estrictamente individual, ya que eso es lo que las empresas y muchos politicos en busca de voto difunden cada día. En ese contexto, creemos que es importante generar mecanismos que desarrollen rutinas y espacios de colaboración entre los sectores público y asociativo en muchos ámbitos de actuación, sin que ello implique difuminación de responsabilidades, sino delimitación de las mismas. Y para ello es importante apuntalar y reforzar la realidad asociativa catalana, desde una forma de entender -política y el ejercicio de responsabilidade públicas que debería ser más capaz de integrar y canalizar que de protagonizar, controlar y manipular.