EL MANTO AZUL AL QUE LLAMAMOS MAR “No se sabe cuánto tiempo puede durar un sueño, una esperanza, una ilusión. Es incalculable.” Recuerdo cuando Nerea me dijo que había leído la frase de un filósofo anónimo. Al principio no la entendía. Ahora, sí. Eran las seis de la mañana, el sueño no volvía así que decidí levantarme. Miré por la ventana. El paisaje era típico. Una playa. Pero, a mí, cada vez que lo miraba, me parecía más fascinante. El agua era azul aunque en algunas zonas se volvía esmeralda. La arena era de un marrón pálido que indicaba que había pasada mucho tiempo desde el invierno. El sol se asomaba por el horizonte iluminando, así, el cielo turquesa. Me quedé absorta mirando un barco en la lejanía y pensé que algún día llegaría a tierra, o no, como el “Titanic”, que decían que estaba preparado para todo y le venció un iceberg. Quien sabe, la gente se puede ir antes de lo esperado de la manera más insospechada. Sobre las siete, decidí que era hora de desayunar. Me preparé unas tostadas con un vaso de leche y me lo llevé en una bandeja a la terraza que queda debajo de mi habitación, para seguir observando el paisaje. Las gaviotas sobrevolaban el mar y le dedicaban sonidos, el viento, el mar, las gaviotas formaban parte de la melodía. Era como una gran orquesta. Cerré los ojos y me dejé llevar. Cuando terminé el desayuno dejé la bandeja en la encimera y el vaso y el plato en el fregadero. Me puse unos pantalones cortos, una camiseta de tirantes y unas chanclas. Eran apenas las ocho menos diez. Salí a dar un paseo por la arena, llena de huellas. Las olas eran rompedoras pero al llegar a la orilla se calmaban, como el llanto de un recién nacido, fuerte pero luego cesaba, poco a poco, de más a menos. Me abracé a mi misma sintiendo frío, a pesar de estar en pleno verano. Era una sensación agradable, reconfortante. Me agaché y cogí una concha. Pequeña, insignificante comparada con las millones que escondía el manto de agua. La tiré al mar. La concha cayó con fuerza, casi sentí que le dolía, me recorrió remordimiento a pesar de que las conchas no podían sentir nada, que el dolor era fruto de mi imaginación. Seguí caminando, está vez por la orilla. Mis pies se humedecían cada cinco segundos. Era una sensación plácida, de libertad. Empecé a dar saltitos y a chapotear, riéndome. Llegué a unas rocas. Caminé por ellas hasta entrar en el mar. Había algo parecido a un acantilado. Era más pequeño. Las olas rompían contra las rocas y el agua me salpicaba. Abrí los brazos imitando la escena del rey del mundo y pensé “Esto sí que es vida”. Cerré para luego abrir los ojos y contemplé el paisaje. Todo era agua cristalina, daba la impresión de que veías peces y corales, pero era pura ilusión ya que esos seres vivos estaban a más profundidad. Pensé hasta donde alcanzaría este paisaje. “¿Lo estaría viendo otra persona? Si fuera así, ¿Cómo se sentiría?” Un gran pitido me hizo abrir los ojos, esta vez, de verdad. He vuelto a tener ese sueño. No sé porque soñaba constantemente con él, la cuestión es que no quería que eso cambiara. - ¡Venga! ¡Arriba! –gritan los soldados. Ellos son los que mandan en este sitio al que me había tocado ir cuando alguien dijo que mi raza era mortal, que había que eliminarla. Obedezco. Añoro ese sueño, “¿Por qué tenía que ser tan corto?” A pesar de que no era real, a mí me parecía de lo más existente. Las olas, la melodía… Nos guían por un pasillo. Ahora sé a que se refería ese filósofo. He tenido un sueño, una ilusión, no sabía cuando la acabaría, es incalculable. Entramos a una habitación, nos hacen quitarnos las ropas. Un olor desagradable y una neblina me invaden y me impiden respirar. Cierro los ojos, pienso en el sonido del mar que cada vez se hace más lejano: las olas, las gaviotas, el viento… Las olas, las gaviotas… Las olas… Las… PROYECTO PILOD CARLA BURCHES 2º ESO A