«Pearl Harbor» (N.Gringrich y W.Forstchen) ucronía prometedora y fallida / Pedro A. García Bilbao Referencia para cita externa: García Bilbao, Pedro A., «Pearl Harbor» (N.Gringrich y W.Forstchen) ucronía prometedora y fallida, en Sociología crítica. Articulos y textos para debate y análisis de la realidad social, http://wp.me/pF2pW-Zz, consultada el día [situar día de consulta] Reseña y crítica de la obra: Pearl Harbour, de N.Gringrich y W.Forstchen, ISBN: 978-8408-07840-1, pp. 432. Publicada el 27/03/2008 Pearl Harbor, una ucronía prometedora y fallida En la línea más pura de las especulaciones contractuales (los famosos «¿Y si…?»), «Pearl Harbor» se nos anuncia como la novela en la que se describe lo que hubiera pasado si el plan original japonés de ataque en diciembre de 1941 se hubiera llevado a cabo con éxito completo. Un buen reto en un tema clásico, que exigiría un cuidada puesta en escena, muy buena documentación a la par que audacia y rigor al asumir la especulación resultante. Lamentablemente los autores de esta obra tan prometedora rehuyen la ucronía que tenían entre manos, renuncian a desarrollarla en los términos que dan a entender. En otras palabras: es un fraude al lector. No busquen ucronía aquí. Los japoneses atacan Pearl Harbor, hacen mucho daño, los estadounidenses se enfadan notablemente y el almirante japonés anuncia tras el ataque que han despertado un gigante al que no se va a poder vencer y que ya sólo toca luchar hasta el final. Ni mas ni menos que lo que pasó históricamente.En «Pearl Harbor» se describe con cierto detalle y una buena ambientación el entorno histórico previo al ataque en Hawai, aunque, eso sí, con un exceso de carga 1 ideológica contemporánea, hasta rayar con el panfleto incluso, algo previsible si tenemos en cuenta que uno de los coautores, Newt Gringrich, es un importante político republicano jubilado. Gringrich escoge este tema tan sensible en la historia norteamericana para hacer un estudio de intoxicación y propaganda; realiza una transposición del 11 S al 8 D, el día de la infamia, el 8 de diciembre de 1941, cuando cobardemente, esto es, sin avisar, Japón atacó a la escuadra norteamericana en el Pacífico. Toda la obra se ve aplastada por los sermones de Gringrich explicando a cada paso lo decadentes que son los británicos, lo envidiosos del poder americano que son los nazis, lo inferiores y abyectos que son los soviéticos y lo valientes pero descerebrados que son los japoneses. Ante todos estos pueblos, la joven y vibrante América (saluden a las barras y estrellas, gracias) surge como la gran esperanza que sacará al mundo del abismo. El detonante que despertará al gigante bonachón y le convertirá en el salvador justiciero de la libertad es Pearl Harbor, una cuchillada cobarde por la espalda, como el 11 de septiembre.La ucronía que justifica la publicidad de la novela consiste en que merced a la presencia de un oficial japonés que no estuvo presente en la historia real, pero sí en la contractual, como miembro del núcleo de mando de la Flota de Ataque ante las Hawai, el almirante ordena un tercer asalto a la base. Esta tercera oleada, que nunca existió, termina por hundir los acorazados, liquida algunos destructores y submarinos y volatiliza los grandes depósitos de combustible, todo ello a costa de grandes bajas. La escritura es correcta y la trama emocionante, los detalles nos permiten meternos en la piel de aviadores y marinos y la acción está bien descrita, pero… ¿Y la ucronía? Una tercera oleada de ataque en Pearl Harbor no es un ucronía propiamente dicha. No llega a la categoría de Punto de Cambio (o 2 Punto Jumbar), el momento en el que la bisagra de la historia es de doble dirección y puede llevarnos a un lado o a otro. Y es que, sencillamente, mayores destrozos de los ocurridos en los dos ataques reales en Pearl Harbor y la destrucción de la reserva del combustible hubieran sido un contratiempo de cierta importancia pero ¿hubieran alterado la historia de forma apreciable? Los EE.UU. no se hubieran alterado más por un tercer ataque, el «enfado» con los dos primeros ya era todo lo grande que podía ser. En esta situación hipotética de la novela (Pearl Harbor, 7 de diciembre de 1941), el punto de cambio histórico no está aquí, en el supuesto «tercer ataque». Admitimos que la destrucción de las infraestructuras navales (astilleros, diques de reparación) y las reservas de combustible — como se nos describe en a novela— ciertamente hubieran significado un serio retraso en el contraataque norteamericano; unos meses tal vez, pero siendo duro el golpe, era «encajable». Los autores no lo ponen demasiado difícil, no imaginan un supuesto «complicado», lo suyo no es más que una excusa para mostrar lo fantásticos que son ellos y lo decadentes que son los demás. Puede decirse que la novela no altera las cosas, reducida a un sucinto resumen el resultado final, ucrónico y el histórico coinciden. Ataque por sorpresa, grandes daños, enfado del gigante, reacción justiciera, triunfo total. Vamos, lo mismo que ocurrió en la realidad. La verdadera ucronía sobre Pearl Harbor está por escribir. Gringrich la elude, no acepta el reto, como decimos. ¿Qué hubiera pasado si en el transcurso del ataque a las Hawai los portaaviones norteamericanos hubiesen sido descubiertos y hundidos? Eso sí hubiera puesto el liston ucrónico en un buen nivel. Eluden incluso los efectos de un retraso de varios meses en la respuesta ofensiva norteamericana. Guadalcanal hubiera encontrado a los marines y a la US. Navy con los japoneses sólidamente instalados y no en precario. Y Guadalcanal no era un atolón minúsculo, sino una isla importante y estratégica… No busquen este análisis en la obra. No está. 3 Pero el contrafactual clave en Pearl Harbour es otro, la suerte de los portaaviones. Sabemos que el escuadrón de portaaviones norteamericano abandonó Pearl Harbor muy poco antes del ataque. Incluso se ha especulado con la posibilidad de que el peligro de ataque fuese conocido previamente y no se tomasen medidas para así favorecer la entrada en guerra, algo a lo que se oponía el tradicional aislacionismo norteamericano; sobre esto se ha escrito mucho pero en la novela no se tiene en cuenta apenas. Imaginemos, no obstante que una vez destruida la flotilla de acorazados en el puerto de las Hawai, un avión de reconocimiento japonés hubiera avistado a los portaaviones estadounidenses y que se hubiera ordenado el tercer ataque contra ellos. O que les encuentran en el puerto; buques aniquilados y la flor y nata de los pilotos navales norteamericanos muerta al primer golpe. ¿No les gustan a ustedes los contrafactuales? Pues asuman este a ver que pasa. No lo hacen. Si la suerte de las armas en estas acciones hubiera favorecido a los japoneses la situación estratégica hubiera sido diferente, al menos a corto y medio plazo. ¿Fue posible? Tal vez. Estamos ante una obra literaria: es ficción, no se olvide, y lo más que se le pide al autor es que proporcione un supuesto y luego especule con rigor a los límites autoimpuestos en conexión con lo que fue la propia realidad. La ucronía correcta, nace de la relación entre ambos aspectos y del rigor en el desarrollo especulativo; no esta ucronía, todas las ucronías. En esa hipótesis, Pearl Harbour destruida, acorazados y portaaviones hundidos, el núcleo de pilotos navales muertos, el almirante japonés hubiera podido ordenar a sus buques pesados un bombardeo costero que hubiera acabado por aniquilar la base y a las unidades ligeras supervivientes, además de a la aviación. Un ataque naval masivo a una Hawai desarbolada hubiera aplastado la posición estratégica central norteamericana en el Pacífico; las comunicaciones entre Ohau y California hubieran quedado amenazadas y se hubieran tenido que cavar trincheras en Santa Mónica por lo que pudiera 4 pasar, el choque psicológico hubiera sido brutal, peor incluso que el causado por un ataque sorpresa, pues el terror desatado por el bombardeo naval hubiera sido mayor, al transmitir la sensación de absoluta vulnerabilidad frente a un enemigo todopoderoso.. Y las cosas, así puestas, no hubieran acabado ahí. Ya de retirada, la Flota de ataque nipona hubiera podido tomar Midway y establecer allí una base y un aeródromo de enorme importancia estratégica. Toda esto hubiera supuesto un retroceso de la línea de defensa norteamericana muy importante, La línea del frente se hubiera retrasado un par de miles de kilómetros, con Hawai de acosada avanzadilla. Y con los portaaviones destruidos, la respuesta norteamericana hubiera tenido serios retrasos. En la novela de Gringrich, el discurso que realiza el almirante japonés tras recibir la noticia del éxito de la tercera oleada, tomaría otro sentido si esos hubieran sido los hechos. Señala Yamamoto en la ficción —y no sólo, pues era eso mismo lo que pensaba el brillante almirante japonés—, que pese a los éxitos logrados con su audaz acción, el desnivel industrial con los EE.UU. era muy fuerte y que tras el ataque, esta nación sólo se detendría con la derrota implacable de sus enemigos y que él, como soldado del Imperio, tendría como cometido retrasar lo mas posible el inevitable final. Yamamoto sabía que el éxito en su misión no lograría la victoria final, sino que abriría una larga y dura guerra casi imposible de ganar si el coloso se ponía en pie dispuesto a vengar la afrenta. Yamamoto era muy prudente: no tenía órdenes de invasión de las Hawai; su cometido era atacar, destruir los barcos y portaaviones y retirarse. Pero si lo hubiera logrado y tomado ademas Midway —no lo hizo por no conocer el paradero de los portaaviones enemigos y no desear exponerse a un nuevo combate de resultado incierto tras una notable victoria y por falta de ordenes—, en ese caso, la Armada japonesa hubiera podido someter a un desgaste importante a los norteamericanos mediante una defensa avanzada en el área Midway5 Hawai, retrasando considerablemente la contraofensiva norteamericana en el Pacífico, pero en ningún caso Japón tenía interés estratégico ni capacidad militar para invadir y sostenerse en las Hawai por no hablar de la costa de California. Pese a una victoria total en la batalla sobre Pearl Harbor, incluso con los portaaviones estadounidenses fuera de combate, Japón hubiera perdido la guerra. Hubiera tardado algo más, quizá la URSS hubiera intervenido en otras circunstancias, el coste humano hubiera sido mayor, pero los EE.UU. no se hubieran detenido hasta la derrota total de su enemigo. Durante el conflicto con Japón, entre 1941 y 1945, los EE.UU. botaron 115 portaaviones de diferentes tipos, Japón ninguno. Si Gringrich deseaba poner las cosas difíciles en la ficción para especular con lo buenos chicos que son los EE.UU. podría haberlo hecho y quizá nos habría regalado con una excelente especulación militar y estratégica. No quiso o no supo hacerlo. Se ha dicho que las buenas historias de ciencia ficción empiezan en ocasiones donde algunas situaciones acaban. Gringrich debería haber empezado su novela justo cuando la termina y metiendo la noticia del telegrama que da cuenta de la destrucción de Pearl Harbor y de la pérdida de los portaaviones. Eso hubiera sido un buen comienzo. Lo despreció, pero nos tememos que su objetivo no era escribir una ucronía sino una autocomplaciente fantasía neoconservadora. Lástima. 6