CASA DI PROCURA GENERALIZIA Viale Aurelio Saffi, 24 – 00152 ROMA Tel. 06 581 38 41 Fax 06 588 09 13 e-mail: fsfroma@tin.it H. Juan Andrés Martos Moro SG Estimados Hermanos: Sed bienvenidos a Roma y en particular a esta casa, sede central, desde el año 1937, de la Curia general y demás servicios de gobierno de los Hermanos de las Escuelas Cristianas. También aquí, en el Santuario central se halla la urna con las reliquias de San Juan Bautista de La Salle, a quien debemos en gran medida la configuración del perfil de la vocación del Hermano educador que tanto ha influido en otras muchas congregaciones. Por este recuerdo, por las infraestructuras de la casa, por sus acogedores jardines y por la disponibilidad de sus responsables, el Grupo coordinador de las ocho congregaciones aquí presentes decidió en su día celebrar en estas dependencias el primer encuentro de formación intercongregacional para las congregaciones de Hermanos. Es nuestro deseo que esta oportunidad refuerce los lazos de colaboración entre nuestras instituciones, favorezca el conocimiento mutuo entre los participantes y fomente la reflexión conjunta en torno a nuestra “vocación de Hermanos en la Iglesia”. En definitiva, como ya se indicaba en la hoja de invitación que durante estos días: “vivamos una experiencia intercongregacional de formación que nos ayude a reflexionar, orar y vivir juntos este momento importante de nuestra historia”. Muchos esfuerzos, reuniones y preocupaciones se han sucedido hasta preparar este evento y ver consolidada esta iniciativa. A sus creadores, animadores y promotores, en especial al Hermano Alberto Gómez Barruso, nuestro sincero reconocimiento porque poner en marcha una iniciativa requiere un gran esfuerzo de convicción para abrir nuevos caminos, para hacer lo que todavía no se hizo o para quererlo hacer mejor. Sumar fuerzas para este proyecto y otros proyectos de futuro ha sido nuestra intención. Por lo tanto, Hermanos, esperamos que este encuentro aliente la fidelidad de nuestra “vocación religiosa de Hermanos” y sea una nueva oportunidad de conversión personal y de apertura intercongregacional. Nuestra experiencia personal nos confirma que la vida humana es un proceso continuo de formación que empieza cuando adoptamos una actitud de apertura hacia nosotros mismos para comprendernos y aceptarnos, de apertura a los demás y de apertura a Dios. Esta es nuestra invitación y el espíritu que nos debe animar a todos durante estas jornadas. Por esto no está de más recordar al iniciar este curso intercongregacional que la vida y la formación del “Hermano” es, sobre todo, una experiencia de fe y de comunión con el Señor. Así pues, es nuestro deseo que este encuentro sea una ocasión favorable para la oración, la escucha, la reflexión, el diálogo y, sobre todo el discernimiento para seguir preguntándonos hacia dónde quiere conducirnos el Espíritu y qué plus de generosidad nos está pidiendo el Señor como “religiosos hermanos” en el itinerario de nuestra identidad. Itinerario al que ya desde ahora invitamos a recorrer pertrechados de los elementos básicos de todo buen caminante: la mochila con nuestras historias personales, la historia de nuestra vocación y los esfuerzos y aspiraciones de nuestras 1 Congregaciones; el bastón para apoyarnos en la persona de Jesús y en la de nuestros Hermanos; y las sandalias para pisar la tierra donde anunciar el Reino desde nuestra condición de hermanos. Así pues, con conciencia de caminantes como lo seremos a lo largo de todo este mes me permitiré a continuación atraer vuestra atención sobre diversos aspectos que el itinerario de la vida del “religioso Hermano” nos evoca y cuyos contenidos se irán poniendo de relieve a lo largo de estos días y nos ayudarán sin duda a recrear la belleza de nuestra vocación. Aunque de forma asistemática y con diferente extensión recordemos algunos de ellos: SER HERMANO: UN ITINERARIO SEMÁNTICO El Sínodo de 1994 y la Exhortación Postsinodal “Vita Consecrata” constituyen la mejor catequesis para enseñamos a todos a utilizar un mismo lenguaje al hablar de la vida consagrada como una expresión de la vitalidad espiritual de la Iglesia. Así pues en el número 60 de dicha Exhortación se lee que: “Según la terminología vigente, los Institutos que, por determinación del fundador o por legítima tradición tienen características y finalidades que no comportan el ejercicio del Orden sagrado, son llamados «Institutos laicales”. En ese Sínodo de 1994 ya se hizo notar que esta terminología no expresa adecuadamente la índole peculiar de la vocación de los miembros de tales Institutos. Pues en efecto,, aunque sus miembros desempeñan muchos servicios comunes también a los fieles laicos, ellos los realizan con su identidad de consagrados, manifestando de este modo el espíritu de entrega total a Cristo y a la Iglesia según su carisma específico. Por este motivo los Padres sinodales, con el fin de evitar cualquier ambigüedad y confusión con la índole secular de los fieles laicos han querido proponer el término de Institutos religiosos de Hermanos. La propuesta es significativa, sobre todo si se tiene en cuenta que el término “hermano” encierra una rica espiritualidad ya que dichos religiosos, « están llamados a ser hermanos de Cristo, (Rm 8, 29); hermanos entre sí y hermanos de todo hombre y mujer, especialmente hacia los más pequeños y necesitado» Viviendo de una manera especial este aspecto de la vida a la vez cristiana y consagrada, los «religiosos hermanos» recuerdan de modo fehaciente a los mismos religiosos sacerdotes la dimensión fundamental de la fraternidad en Cristo, que han de vivir entre ellos y con cada hombre y mujer, proclamando a todos la palabra del Señor: «Y vosotros sois todos hermanos» (Mt 23, 8). Este pasaje nos evoca el texto del Evangelio donde Jesús dice: «Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. El mayor entre vosotros será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado. (Mt 23, 8-12). Por lo tanto, sean cuales sean los matices semánticos y lingüísticos de la expresión “religiosos hermanos”, quienes profesamos esta vocación tenemos la certeza de que ser hermano es un estilo de ser, una mentalidad, una forma de relacionarse, una manera de leer el evangelio, un talante de situarse en la Iglesia y en la sociedad y hasta una manera de leer la Palabra de Dios. SER HERMANO: UN ITINERARIO BÍBLICO El sentido de fraternidad en la Biblia será un camino largo en el que irán entremezclándose diversas precisiones referidas tanto a las personas nacidas de los mismos padres o de la misma tribu como, a quienes comparten la misma fe o las mismas funciones. En cualquier caso ya desde el inicio se nos presenta como una hermandad rota que empieza con el fratricidio de Caín y Abel. Es 2 de apreciar al respecto que el hilo conductor de la Biblia se mueve siempre entre la fuerza de la cohesión y la de la ruptura de la fraternidad. Cohesión y ruptura que aparecen igualmente en la destrucción de la humanidad por el Diluvio y el deseo de formar una sola familia; o en la dispersión de Babel y la pretensión de hacer un solo pueblo; o en el acuerdo de Abrahán y Lot para caminar juntos y su separación posterior; o en el derecho de primogenitura de Esaú y el robo de herencia; o en el intento fratricida de José y la reconciliación sucesiva o en la separación de las tribus de Israel y el proyecto de reunificación. Bastan estos ejemplos para pensar que la pretendida fraternidad en que la sociedad israelita queda bien lejos del ideal de la alianza a causa de la dureza de los corazones y de las estructuras de pecado consolidadas. Los profetas denuncian unas veces dichas rupturas: "Nadie perdona al propio hermano" (Is 9,18) ; “No se puede confiar ni siquiera en el propio hermano” (Jer. 9,3). “Nada más doloroso que ser abandonado por los hermanos” (Prov.19,7) y otras predicen sobre los beneficios de la unidad fraterna: “Un hermano ayudado por su hermano es como una plaza fuerte” (Pro. 18,19) o “Es bueno que los hermanos vivan juntos...” (Sal 133, 1). Como vemos el don de la ley divina no basta para establecer la fraternidad: la ley es santa pero el corazón del hombre es perverso. Por eso los profetas pedirán siempre: ‘un corazón nuevo” Jer. 31, y “un espíritu nuevo” Ez 36.) Pero habrá un día en el que “el Señor reunirá Judá e Israel en uno solo (Jer 31,1) y la fraternidad se extenderá a todos los pueblos” (Is 2, 1-4; 66, 18). SER HERMANO: UN ITINERARIO EVANGÉLICO El sueño profético de una fraternidad universal se hace realidad en Jesucristo, nuevo Adán. Su realización en la Iglesia, incluso en la imperfección, es el signo tangible del cumplimiento final. Nacido en una familia humana y muerto en una cruz, Jesús se ha convertido en "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rom, 8,29); ha reconciliado las dos partes de la humanidad: el pueblo hebreo y los demás pueblos (Ef 2,11-18); Para entrar en esta nueva fraternidad, la condición no es ya ser hijos de Abrahán según la carne, sino de la fe y del cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 12, 46-50). Se trata pues de una fraternidad real y profunda que le permite a Jesús resucitado llamar “hermanos a sus discípulos” (Mt 28, 10; Jn. 20, 17); construida sobre el misterio de Cristo muerto y resucitado en “todo parecido a sus hermanos” ( Heb, 2, 17) y universal, no unida a un pueblo o a una cultura (Jn 17). Una fraternidad que se pone siempre en práctica en el ámbito de una comunidad concreta. Por eso san Pablo invita a “evitar las discusiones” (Gal 5, 15); a “defender el apoyo mutuo” ( Rom, 15, 1); a “proponer la delicadeza en las relaciones” ( 1Co 8, 12) y a “construir la comunidad y la familia” ( Col 3,12-25) . Ahora bien, la comunidad formada por los hermanos en Cristo siempre es limitada e imperfecta. De ella forman parte “hermanos indignos” (1Co 5,11) o “falsos hermanos” (Gal 2, 4) pero a pesar de todas las deficiencias, la esperanza cristiana asegura que un día el acusador de los hermanos será vencido (Ap,12,10) y reinará la perfecta comunión con Dios y entre los hermanos en la gran familia de los hijos de Dios. SER HERMANO: UN ITINERARIO HISTÓRICO Una historia tan rica y variada como la de la vida religiosa ha ido generando a lo largo de todos los tiempos una gran diversidad de religiosos laicos ocupados en los más diversos dominios, desde el mundo manual y agrícola hasta el de escritores y evangelizadores. También el amor al prójimo enfermo y necesitado, movió a San Juan de Dios (1495-1550) y a San Camilo de Lelis 3 (1550-1614) a fundar dos Órdenes hospitalarias. San Camilo pensó inicialmente en su propia Orden como laical, pero tras diversas circunstancias la Orden se convirtió en clerical. En cambio la Orden de San Juan de Dios permaneció, y se mantiene laical, aunque acoge algunos sacerdotes para la pastoral de los sacramentos. Parecidas consideraciones hizo San Juan Bautista de La Salle (1651-1719), el inspirador de la figura del Hermano en época moderna, pensando que sus religiosos profesores podrían cumplir mejor sus funciones docentes y catequísticas permaneciendo laicos, aunque completamente consagrados al Señor. Este tipo de consagración les permitirá hacer de su tarea educativa un verdadero ministerio. El siglo XIX señala el apogeo de la vocación religiosa laical. La secularización intentada por la Revolución Francesa, con sus consecuencias de descristianización e ignorancia religiosa, suscitó tras semejante tempestad un florecimiento de nuevas fundaciones. Francia es la cuna de numerosos Institutos de religiosos hermanos dedicados a la enseñanza, que asumen como propia la delicada tarea del restauración cristiana del país integrando armoniosamente fe, cultura y vida. SER HERMANO: UN ITINERARIO DE LA FRATERNIDAD El capítulo II de la exhortación apostólica Vita Consecrata, subraya, como clave de lectura el ser “signo de fraternidad”, expresión que da título a todo el capítulo II. La necesidad de este signo en la sociedad actual viene exigida por el momento histórico que vivimos como mundo profundamente dividido. A pesar de la gran adquisición de la Declaración Universal de los derechos humanos donde se reconoce que todos los seres humanos somos iguales y debemos comportarnos unos con otros “en espíritu de fraternidad” asistimos, impotentes cada día a las mayores atrocidades de hermanos contra hermanos. Y lo que es peor, a veces matándonos en nombre de Dios. Y es que en numerosas ocasiones el egoísmo personal y estructural supera con creces la conciencia de fraternidad universal y que pone de manifiesto, que la hermandad no se consigue solo mediante la imposición legislativa. Por eso, la novedad que presenta el mensaje evangélico sobre cualquier otra forma de asociacionismo humano -por muy noble que éste sea- es la de dar primacía al amor sobre cualquier otro tipo de relación. En ello la vida religiosa puede contribuir a crear un clima de aceptación recíproca, en el que los diversos sujetos eclesiales confluyan con mayor convencimiento en la comunión eclesial, no como concepto utilitarista sino como “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LGn. 1). La ardiente oración de Jesús en la última cena “que todos sean uno” ha de convertirse para todos y cada uno en un exigente e irrenunciable programa de vida y de acción. En ello la vocación del religioso hermano, por su sencillez, presencia y cercanía debe tener un campo de actuación. SER HERMANO: UN ITINERARIO PEDAGÓGICO Llegar a ser Hermano es una tarea procesual que hay que ir aprendiendo. No llegamos a la vida religiosa porque somos Hermanos, sino para hacernos Hermanos. Por esto la vida fraterna en Comunidad debe ser un tema recurrente de nuestra formación pues solo en la Comunidad nos hacemos Hermanos, un proceso que requiere sentir cada día la mano misericordiosa del Señor ante tantas debilidades propias y ajenas. De no ser así, la vida fraterna en Comunidad resulta un proyecto voluntarista sin futuro. Pienso que compartís conmigo que en ese proceso formativo, la calidad de vida comunitaria juega un papel decisivo en la formación de los Hermanos pues una Comunidad es formadora en la medida que permite a cada uno de sus miembros crecer en fidelidad al Señor. Por el contrario, si se 4 vive una vida comunitaria de baja calidad, se daña la experiencia de Dios en los Hermanos y se debilita la convicción de que Dios nos puede hablar a través de ellos. Por lo tanto, debemos tener la certeza de que nuestra fidelidad al Señor contribuye al bien de los Hermanos y que nuestras infidelidades los perjudica. En este itinerario pedagógico me atrevo a señalar brevemente tres aspectos que considero importantes en la formación permanente del Hermano y que estos días podemos poner de relieve. El primero tiene que ver con la llamada recurrente que nos hace la teología de la vida religiosa a compartir la vida y la fe, una dinámica que estimula la búsqueda de Dios, cualifica la vida fraterna y refuerza el compromiso para la misión. La teología de la vida religiosa insiste mucho en que las Comunidades sean verdaderas escuelas de espiritualidad y por lo tanto de formación. Ello sugiere el intercambio de conocimientos, de ideas, de sentimientos y de bienes materiales y espirituales. Pide también comunicar nuestros éxitos y fracasos, nuestras fortalezas y debilidades e insinúa además compartir la experiencia cotidiana de Dios, la de la propia vocación, las llamadas del carisma y el gusto de estar con Dios. Medios de formación que bien podemos consolidar estos días. Un segundo aspecto a cuidar en nuestra formación y que debemos poner de relieve estos días tiene que ver con el cuidado de nuestra interioridad, es decir, estar atentos a aquello que sucede dentro de nosotros mismos, emociones, pensamientos, modos de actuar, de trabajar y de vivir. Formar nuestra interioridad es ser conscientes de cómo repercuten nuestras experiencias de vida en nuestra relación con Dios y con los demás. Formar nuestra interioridad es también acostumbrarnos al silencio interior que nos abre al don de Dios y a su experiencia. Formar nuestra interioridad nos pide además vivir en la verdad y con la mayor coherencia posible entre aquello que creemos y aquello que vivimos. Las ambigüedades consentidas o las dobles vidas ocultan el rostro de Dios, nos deforman y perjudican a los Hermanos. Los temas de reflexión de este curso y la apertura de mente y de espíritu de cada uno de nosotros durante estos días pueden ser también un excelente escenario para el cuidado de nuestra interioridad. Formarnos en la vida comunitaria es un tercer aspecto que nos pide trabajar sobre nosotros mismos, tarea que habitualmente nos hace más comprensivos y disponibles a los demás. Trabajar sobre uno mismo cuesta mucho esfuerzo, sin embargo es una condición indispensable para llegar a una mayor madurez humana y a una mayor calidad de relaciones. Sabemos por experiencia que las buenas relaciones en el seno de una Comunidad religiosa mejoran desde el momento en que cada Hermano comienza a trabajar sobre sí mismo sin pretender incluso que los otros hagan lo mismo. Trasladado esto también a estos días de convivencia, nos invita a estar atentos sobre la manera de crear los mejores espacios de vida comunitaria. SER HERMANO: UN ITINERARIO DE “PELIGROSO RECUERDO” Hace años, la revista Vida Religiosa publicaba un artículo que hablaba sobre la vocación del Hermano y la situaba “entre la ignorancia y la incomprensión”. Me temo que en muchos ambientes eclesiales y sociales podríamos aplicar hoy día el mismo diagnóstico. Pero a nosotros, Hermanos, que hemos recibido este don, nos corresponde darlo a conocer para paliar este desconocimiento y hacerlo comprensible a nuestros coetáneos. Johann Baptist Metz emplea y aplica la expresión “peligroso recuerdo” al cristianismo frente a la fuerte influencia de nuestra sociedad tecnológica y mercantilista para recordar lo esencial del hombre, su dimensión transcendente y para evocar permanentemente hacia dónde tiene que dirigir sus pasos para encontrar sentido a lo que es y a lo que hace. Este recuerdo crítico y liberador de la fe se convierte en peligroso, dice Metz, porque pone al descubierto las carencias humanas de la civilización, de los grupos, les hace enfrentarse a ellas y les 5 recuerda y actualiza lo esencial y valioso de la persona y de la sociedad. Esta memoria del mensaje liberador de Jesús pone en jaque los falsos valores, las falsas creencias, los pilares de barro sobre los que se sostienen nuestras estructuras sociales, como el poder, el individualismo, el olvido del que sufre, las relaciones mercantilistas entre las personas…, y amenaza, entonces, las formas establecidas de pensamiento y organización que justificamos y en las que nos movemos. De forma paralela, analógicamente hablando y salvando las distancias del planteamiento, creo que la vocación de Hermano, es también hoy día un “recuerdo peligroso” para nuestra Iglesia y para nuestra sociedad. ¿Qué recordamos peligrosamente los Hermanos con nuestra vocación en los ambientes donde trabajamos y para las personas con las que cada día comparten nuestra vida y nuestra misión? Señalemos algunos “recuerdos peligrosos” que hacen aflorar nuestra vocación. … Recordamos la igualdad fundamental entre los bautizados, nacida de ser todos hijos de Dios, y hermanos unos de otros en Cristo. El Hermano, sin ser sacerdote, con el peligro que en ocasiones lleva consigo de poder y de casta, recuerda una y otra vez la palabra de Jesús: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt. 23, 8-9). El Hermano recuerda la identidad fundamental de los bautizados: Hijos de Dios y hermanos de los hombres. Una Iglesia con una espiritualidad de comunión reclama que haya miembros en la Iglesia y en la Vida Religiosa, que por su vocación muestren de forma intensa esa igualdad radical de los hijos de Dios, y la categoría de Iglesia como Pueblo de Dios. … Recordamos el valor del ministerio laical dentro de la Iglesia a las personas que trabajan con nosotros. El religioso Hermano realizando su trabajo, su profesión, desde su consagración religiosa muestra a los laicos el carácter salvífico de su actividad manual e intelectual, cuando el trabajo de muchos laicos en la Iglesia y en la sociedad es entendido todavía hoy como una labor para lograr el propio sustento, o como suplencia y mera colaboración. El Hermano le recuerda al laico que la tarea que lleva a cabo cada día, no es una empresa humana solamente, sino expresión y compromiso de su consagración religiosa. … Recordamos a los hombres el valor de la fraternidad, -para nosotros el don de la fraternidad- requisito necesario para restablecer unas relaciones justas y dignas entre los hombres. Este es uno de los recuerdos más “peligrosos” que hacemos los Hermanos a la sociedad y a la Iglesia y uno de los signos proféticos más fuertes de nuestra consagración como Hermanos. En una sociedad con marcados tintes individualistas, como la que vivimos, con un altísimo nivel de deshumanización, dominada por los más fuertes, económica y culturalmente, insolidaria, guiada por la rivalidad y competencia, regida por relaciones mercantilistas y utilitaristas, que deja a su paso excluidos de todo tipo, los Hermanos, por vocación y por nombre estamos llamados a “exagerar” la fraternidad cristiana. … Recordamos que es posible un estilo de vida más humano. El Hermano tiene un estilo de vida, de relaciones, de forma de ser, basado en la comunión fraterna, que debe impactar en medio de nuestra sociedad dominada por el interés individualista y el provecho personal. Frente al debilitamiento de los tejidos comunitarios que se aprecia hoy a todos los niveles, especialmente en el familiar y social, el religioso Hermano muestra que se pueden crear espacios comunitarios donde se vivan relaciones profundas, auténticas y gratuitas dentro de las diferencias y la diversidad. SER HERMANO UN ITINERARIO CARISMÁTICO Estoy seguro de que cada uno de nuestros Fundadores nos han dejado valiosas intuiciones sobre la figura del Hermano. Permitidme trascribir un sencillo pensamiento que el Fundador de los Hermanos de la Sagrada Familia nos ha dejado escrito en el número 6 de 6 su obra, Nouveau Guide des Frères de la Sainte Famille. Dice así: “ Los nombres de dignidad inspiran y exigen respeto, pero el nombre de “Hermano” solamente comunica sencillez, bondad y caridad. Es el nombre que Jesucristo escogió cuando quiso expresarnos con una sola palabra su inmensa bondad y su amor: Id a decir a mis “hermanos” que vayan a Galilea, allí me verán. ¿ No ha querido pues el Divino Salvador designar con tan amable nombre a aquellos a quienes llama a vivir en comunidad y que en ella quieren seguir los consejos evangélicos? Pues, ¿hay cosa más dulce que el nombre de Hermano? Así pues todos los miembros del Instituto deben apreciar dicho nombre y no permitir jamás que se les llame de otra manera y firmarán con ese nombre en sustitución de su nombre de familia que no usarán sino en los actos que lo requieran civilmente”. (NG. 6 y 7). SER HERMANO UN ITINERARIO ACTUAL Ser Hermanos de Cristo, entre nosotros y de todos los hombres es hoy una llamada y un desafío para que se dé una mayor fraternidad en la Iglesia y en el mundo siguiendo la estela de nuestros Fundadores. Y aunque estemos de acuerdo que se necesita mucha virtud y fortaleza para ser Hermanos en algunos medios clericales, va creciendo lentamente el aprecio y la reafirmación del valor de la vida religiosa en sí misma, sin añadidos ministeriales. De igual manera en la reflexión teológica y en el magisterio eclesial se aprecia un desplazamiento acusado hacia lo sustantivo de la Vida Religiosa, dando preponderancia a lo nuclear del ser sobre el quehacer histórico del religioso. Un autor contemporáneo ha podido escribir un sólido tratado de antropología cristiana titulándolo “Proyecto de hermano”. Para él la condición de criatura e imagen de Dios que tiene el hombre representa la posibilidad de ser hijo y de ser hermano; el pecado es la ruptura de lo filial y la corrupción de lo fraterno; la gracia es entendida como filiación fraternal, es decir, como proyecto de hijo y de hermano ( cf. José L. González Faus, Proyecto de hermano, visión creyente del hombre, Santander 1987). Nuestra condición de religiosos Hermanos, basada en el bautismo y en la consagración religiosa, lleva consigo una acentuación de la dimensión fraterna que todo hombre y todo cristiano lleva en sí. Acoger ese carisma que nos viene del Espíritu Santo por nuestra incorporación a una congregación de Hermanos comporta el gozo y la responsabilidad de vivir intensamente la fraternidad en nuestras comunidades y con los grupos y personas con los que estamos relacionados. La rica espiritualidad que encierra nuestro nombre de “hermanos” nos invita a recuperar la originalidad del amor cristiano y a aportarlo y a vivirlo en medio de nuestro mundo de manera que quienes nos vean puedan decir de nosotros: “mirad cómo se aman” (Cf. Hechos, 4, 32-37), un testimonio que también debemos darnos estos días. El Hermano, profeta con una determinada manera de vivir el misterio pascual, manifiesta la capacidad de vivir el olvido de sí para hacer que otro se convierta en hermano, se convierta en hombre, se convierta en hijo de Dios. A mi modo de ver este itinerario es actual porque lo es a su vez, es también ANROPOLÓGICO porque a través del “otro” en la filosofía cristiana se da el amor y en él se esconde Dios que también se hizo “otro”. En esta función humanizadora de la alteridad todo pasa por el “otro” pues sin el diálogo con el tú no nace el verdadero yo, ni surge el “nosotros” que crea el espacio de la convivencia y de la comunión. Así pues, ambientado muy globalmente el marco de este itinerario intercongregacional deseamos vivamente que este encuentro de reflexión conjunta nos permita discernir, valorar y orar nuestra vocación de Hermanos. Esperamos que a lo largo de estos días construyamos una atmósfera 7 de cordialidad y de amistad, de respeto y de aceptación mutua, de reflexión individual y trabajo participativo, de ocio y de oración, de diálogo abierto y de capacidad de escucha. Todo ello nos permitirá una agradable experiencia de fraternidad. Es nuestro deseo que este encuentro nos aporte un horizonte de familia ampliada e intercongregacional que sepa ahondar en los lazos de la relación, de la apertura, de la acogida, de ayuda y de la humildad, actitudes que tienen que ver con el “espíritu de familia” en donde la hospitalidad es una de las expresiones más bellas. Disfrutemos de la compañía de todos y, a pesar de la dificultad de lengua o cultura, aprendamos a compartir la riqueza de nuestra vocación de “hermanos”.. Gracias por vuestra presencia y gracias muy especiales a la Comisión organizadora y a la Comunidad de la Salle que ha tenido a bien acogernos en su casa. Espero que al terminar este encuentro nos llevemos la grata impresión de conocernos un poco más, eliminar las posibles barreras que nos separan, ahondar en nuestra vocación, compartir nuestras experiencias y sintonizar en ideales. Que mirando a Jesús, María y José, referentes de nuestras espiritualidades, aprendamos el valor de la sencillez y de la acogida, actitudes centrales de nuestra condición de hermanos y que en la oración, en el trabajo y en el amor encontremos la paz para nosotros y para nuestras Comunidades. Que el Señor nos mantenga unidos en el amor y que la presencia de nuestros Fundadores acompañe nuestros trabajos. 8