Introducción a la traducción de la Aesthetica in nuce de Hamann Andreas Kurz J ohann Georg Hamann nació en Königsberg, la ciudad de Immanuel Kant, en 1730. Es seis años menor que el gran filósofo de la ilustración alemana, uno menor que Lessing; le lleva 14 a Herder y 19 años a Goethe. Es decir, pertenece a un periodo de la cultura alemana rico en abstracciones filosóficas, pero pobre en concretizaciones literarias. Hamann vive y escribe antes del romanticismo, con el que la literatura germana encontró su lugar dentro de las letras europeas. Hamann no es poeta, ni filósofo, ni teólogo, se sentó entre varias sillas y, por ende, la crítica académica durante mucho tiempo no supo qué hacer con él. Hamann es autodidacta, estudió lo que en el lenguaje eufemístico de hoy se llamaría ciencias políticas, pero no terminó su carrera. Como todo autodidacta, Hamann se basa en lecturas heterogéneas y muy extensivas. La suya es una formación no clasificable, quizás por ello más fértil que la erudición bien encauzada. Goethe, quien no quiso conocer a Hamann porque éste siempre se mostraba consciente de ser intelectualmente superior, lo describe en sus memorias Poesía y verdad como “hombre profundo y cuidadoso, conocedor del mundo visible y de la literatura quien, no obstante, reservó validez a algo secreto y enigmático, no asequible para la investigación.” Hamann es el mago del norte, él mismo inclasificable, ya que se negó a subordinarse a cualquier sistema filosófico, religioso o político. Renunció al bienestar económico para mantener su independencia intelectual. ¡Qué contraste con Goethe, pocos años después, y la corte de Weimar! Supongo que tratar a Hamann infundió malestar espiritual a muchos… Murió en 1788, un año antes de estallar la revolución francesa que entronizaría la racionalidad científica pura, tan temida por el pensador alemán. Dejó una serie de pequeños escritos sobre literatura, filosofía, teología, mística, etc. Entre ellos destacan las Memorabilia socráticas (1759) y la Aesthetica in nuce (1762) que, a la postre, le dieron la justa fama de ser un precursor del romanticismo alemán. En realidad, la estética de Hamann rebasa el romanticismo, como bien observó Ernst Jünger, en El corazón aventurero, cuando se refirió a él como a un escritor del inconsciente que revela la naturaleza del pensar y lo induce a “llamar el pensar ‘el vestido del CajaNegra alma’ ”, así como Rimbaud “otorga a las vocales una vida secreta que da a las palabras significados inexplicables […] Se trata de un pensar sin pensamientos, la sensación del pensar…” Lo que Jünger describe de manera algo mística, es uno de los grandes enigmas lingüísticos: El pensar no es lenguaje, ¿qué es entonces? ¿Podría ser otro lenguaje desconocido todavía, al que la literatura, en ocasiones raras, se acerca? Esta esperanza sedujo a Rimbaud, a Mallarmé, al austriaco von Hofmannsthal, y les permitió mantener vivo el sueño del Cratilo platónico, contra todos los postulados de Bopp y Saussure, de que el lenguaje sí es mimético. “Hablar es traducir, de un idioma angelical a uno humano, es decir, pensamientos a palabras, objetos a nombres, imágenes a signos”, postula Hamann, y agrega: “Esta manera de traducir (es decir: hablar) concuerda, más que cualquier otra, con el revés de los tapices”: deja ver el material, pero no la habilidad del artesano. Y el artesano del lenguaje es, por supuesto, Dios. Hamann alimenta la gran ilusión poética y exige de sus contemporáneos que no se dejen engañar por las ciencias exactas: siempre habrá un enigma. Exige de ellos la irreverencia, la desobediencia, el no confiar en las autoridades, ni siquiera si éstas se llaman Sócrates, Voltaire o Lessing. Exige una poesía verdaderamente cristiana, que necesariamente es mística y mágica, realizada, alrededor del 1800, por Novalis. Aunque Lessing no le cayera bien, Hamann toma muy en serio el postulado de la igualdad de las religiones que el dramaturgo ilustrado establecerá, en 1779, en la parábola del anillo. Para el autor de la Aesthetica in nuce sólo existe la religión, no las confesiones. Desecha a las autoridades cristianas y elogia a las judías e islámicas. La renovación de la cultura occidental-cristiana se encuentra en el Oriente, en la “magia” hebrea y árabe. Sobra decir que con ello se adelantó unos 40 años a uno de los dogmas más importantes del romanticismo Las notas originales de Hamann se reproducen en negritas, las mías con números superpuestos. Comentarios míos dentro de una nota se marcan con n. d. t. alemán. Pero la magia puede convivir con la ciencia exacta, con la ilustración, no hay contradicción en ello. De nuevo sobra decir que con ello se adelantó varias décadas a la esencia del Fausto goetheano. No es ninguna casualidad que el escritor más citado, aparte de los autores de la Biblia, y más venerado, de la Aesthetica in nuce sea Francis Bacon. En él la ciencia y la religión, la observación directa y la creencia en los enigmas, el experimento físico y la especulación mística armonizan y forman una episteme que -me atrevo a constatarlo- se echa de menos a comienzos del siglo XXI. La presente traducción de la Aesthetica in nuce no trata de aclarar el estilo enigmático de Hamann, la oscuridad consciente que muchas veces es lúdica. Las numerosas citas se ofrecieron en español, pero espero que el lector sea consciente de que se trata de un texto plurilingüe. Hamann cita extensamente en cinco idiomas: hebreo, griego, latín, francés e inglés. El traductor, por su parte, debe ser consciente de que Hamann detestó la traducción como inevitable falsificación del pensar ajeno. El ser políglota fue, para él, una necesidad ontológica a la que sacrificó no sólo un título académico (prefirió estudiar idiomas a memorizar textos jurídicos), sino también la seguridad económica de un puesto administrativo (cualquier discurso autoritario lo habría limitado en demasía). A veces la esencia del texto está en las citas, dispersas en las 64 notas elaboradas por Hamann. Agregué 29 anotaciones mías que, en primer lugar, explican algunos nombres y alusiones o juegos lingüísticos que sólo funcionan en alemán. Necesariamente muchos pasajes permanecen oscuros, aclararlos sería un trabajo que -y no es ningún tropo- rebasaría los límites de esta traducción. Remito para más aclaraciones -y confieso mi deuda con ellaa la traducción inglesa por J.M. Bernstein, publicada en el volumen Classic and Romantic German Aesthetics (Cambridge University Press, 2003).