9. JESÚS Y LA MUERTE: “ En tus manos encomiendo mi espíritu”. (Lc. 23, 46) INTRODUCCIÓN La muerte es un personaje incómodo. Hablar de la muerte es un tema tabú, inoportuno, mal visto, de mal gusto. Sobre todo hablar de la propia muerte. Hoy en los medios de comunicación se habla de la muerte, pero de la muerte de los demás. Todos los grandes pensadores de nuestro tiempo se han enfrentado con el tema de la muerte en sus escritos filosóficos, en sus novelas. Se tiene miedo a la muerte, al morir y al sufrimiento que puede acompañarla; miedo al silencio, a la soledad y al no saber dónde se irá después de la muerte, a qué pasará después de la muerte. Según Freud ninguno de nosotros cree en la muerte; inconscientemente estamos convencidos de la propia inmortalidad. Nuestro inconsciente no acepta la idea de tener que morir. Se trata de sofocar, de acallar la voz de la muerte, de dejarla a un lado. Se trata de eliminar de la vida pública todo lo que “huela” a muerte: prohibido el luto, el contacto con los cadáveres: “que lo hagan los de las funerarias”. Cada día se impone más la incineración, así desaparecen los sepulcros que nos están recordando la muerte. Se procura alejar la muerte de los hogares haciendo que nuestros seres queridos mueran en los hospitales. Ya hemos dicho que en nuestra sociedad es de mal gusto hablar de los enfermos terminales, de la muerte. Para la cultura actual todo lo que indica muerte, vejez, salud quebrantada, es un contravalor. Los valores de nuestra sociedad son: lo joven, la salud, el éxito. Podemos decir que el intento de olvidar la muerte o marginarla es un síntoma de angustia y extravío del hombre moderno. Huye del pensamiento de la muerte porque huye del sentido último de la vida. Humanizar la muerte comporta considerar al enfermo como persona responsable y protagonista de su vida y de su muerte; asistirle en todas sus necesidades y crear en torno suyo un clima de serenidad y de paz. Nadie puede ayudar a humanizar la muerte de los demás si él previamente no ha asumido humanamente su propia muerte. Para nosotros, creyentes en Cristo, humanizar la muerte es vivirla y hacer que se viva con los sentimientos y actitudes y con la fe y esperanza con que Jesús vivió su propia muerte. Jesús ante la muerte de los demás. Cuando el hombre ve acercarse la sombra de la muerte y la siente cercana, en general, le invade el miedo y la angustia. Los evangelios nos presentan dos episodios que nos cuentan cómo viven unos hombres la amenaza inminente de la muerte (Mc. 4, 35-41) (Tempestad calmada por Jesús en el lago) y (Mt. 14, 22-33) (Pedro que se hunde al caminar sobre las aguas). ¿ Qué hace Jesús?. * Jesús les echa en cara su miedo y su angustia y su falta de fe. Jesús lo que enseña es que lo que libera al hombre de la profunda angustia existencial que atenaza a los que ven la muerte cerca, es la fe. * Los evangelios también nos presentan a Jesús ante personas que han perdido seres queridos: Jairo, que ha perdido a su hija (Mc. 5, 22-24ss). La viuda de Naín que se ha quedado sin su hijo único (Lc. 7, 11-17). Las hermanas Lázaro que han perdido a su hermano (Jn. 11, 1-46). * Jesús ante esas personas se solidariza con ellas. Sufre, llora, gime con ellas. Interviene eficazmente. Les invita a tener fe como superación de la angustia y desesperanza que les invade, proponiéndose el mismo como principio de vida y de esperanza. * Jesús, podemos concluir, no vino a librarnos del morir, sino que vino a librar al hombre de la angustia y desesperanza de tener que morir, ofreciendo un sentido a la muerte y garantizando un éxito final victorioso: la resurrección. Jesús ante su propia muerte. Jesús ante su muerte, vislumbrada ya como inminente, se siente aterrorizado y asustado. Exclama: “Me muero de tristeza” (Mc. 14, 33-34). Jesús se siente sólo, sin apoyos, pues todos le han abandonado, incluso, sus discípulos y éso aumenta más su miedo y su angustia. Incluso se siente abandonado de su Padre (Mc. 15, 33-34). Esta circunstancia agrave su situación. Sin embargo, Él se abandona con amor y confianza filial a la voluntad misericordiosa del Padre (Lc 23, 46). Jesús murió violentamente, pero conscientemente, asumiendo la muerte y, además, con plena esperanza. Nos podemos preguntar cómo entendió Jesús su propia muerte. Al ver perfilarse ante Él su destino de muerte violenta, Jesús entendió y aceptó que ésa era la voluntad de su Padre y la acogió confiando plenamente en Él. Además comprendió que su muerte, lo mismo que su vida, era una total entrega de sí por la vida de los demás y, al mismo tiempo, como cumplimiento real de su misión. En ella comprendió que se realizaba el plan del Padre para la salvación de los hombres. Consecuencias pastorales. Como Jesús nos vayamos preparando para aceptar la muerte conscientemente, con esperanza y con plena confianza en el Padre. Tratemos de que estas actitudes de Jesús ante la muerte se vayan encarnando en los enfermos que atendemos y cuidamos, en la cultura de nuestro tiempo. Hemos de convencernos de que la muerte tiene un sentido: camino para nuestro encuentro con Dios, con la vida plena, con la vida resucitada de Jesucristo. Hemos de preparar nuestra propia muerte y ayudar, si es posible, a que los demás, especialmente los enfermos graves, se preparen. ¿Cómo?. Planteándonos con frecuencia cómo nos gustaría morir, en qué lugar, rodeado de quiénes, teniendo dispuestos todos los asuntos; rodeado, por ejemplo, de los hermanos en la fe, auxiliado con los últimos sacramentos y con la oración de la iglesia... Tratemos de preparar a otros a morir conscientemente. Hemos de ir desasiéndonos de las personas y de las cosas. Vivamos honradamente. Vivamos en todo momento cumpliendo la voluntad de Dios. Así lo hizo Jesús. Eso nos dará mucha paz y serenidad a la hora de la muerte. En definitiva nos preparemos a morir con las actitudes y sentimientos de Jesús. Algunas sugerencias para humanizar la muerte de los demás. Acompañar al enfermo grave, moribundo o terminal con una presencia: cálida, cercana, solidaria, respetuosa con sus ideas y creencias; humilde, que hace que nos acerquemos y acompañemos a los enfermos terminales y graves, no como maestros, sino como discípulos. Promovamos grupos de voluntarios, agentes de Pastoral de la Salud, sanitarios que acompañen y cuiden amorosamente a los enfermos terminales o moribundos, especialmente para que acompañen a aquellos enfermos moribundos que no tienen familiares y personas que les acompañen. Apoyar y acompañar a los familiares de estos enfermos. También después de la muerte de los suyos, para que sepan aceptar la pérdida con serenidad, con paz y con esperanza. Pedir y exigir a las autoridades que corresponda que habiliten centros para atender y cuidar a los enfermos terminales en condiciones dignas y humanas. Igualmente que se condicionen nuestros hospitales para que en ellos se pueda morir humanamente. Impulsar la medicina paliativa. Promover experiencias de cuidados paliativos en los mismos hogares. Compromiso. ORACIÓN COMUNITARIA Trabajar para que los sanitarios se formen en estos temas. Estoy cansado, Señor, y cada día me siento más débil. Dame fuerzas, Señor, pues las necesito. En silencio voy recorriendo mi vida. Preparar a los enfermos creyentes cristianos para que reciban conscientemente y esperanzadamente la muerte, auxiliados con la recepción de los sacramentos de la enfermedad y con la oración. Gracias, Señor, por tantas cosas como en ella he recibido. Gracias por las personas que me acompañan y cuidan en este tramo final del camino. Texto evangélico: Juan 19, 25-30. Cuestionario. ¿ Cómo te gustaría morir?. ¿Te parece que hoy se muere, en general, dignamente?. Da tus razones. ¿ Qué hacer para que las actitudes y comportamientos de Jesús se vayan encarnando en nuestra cultura y en la vida de los enfermos terminales, de los sanos, de los sanitarios, de los familiares que han perdido algún ser querido y de los agentes de la Pastoral de la Salud?. ¿Qué te dice el pasaje evangélico leído?. Señor, ayúdame, para que me abra a los demás y me prepare con la oración y la recepción de los sacramentos de la enfermedad a esperar con esperanza y confianza tu última llamada. Quiero, Señor, en todo momento y hasta el último instante, hacer tu voluntad. Amén.