Centro de Asesoría Educativa y Psicológica Av. Sucre 666 Pueblo libre Telef. : 261-8444 caepconsulta@gmail.com BOLETIN Nº 4 - MAYO 2008 LA RELACIÓN DE AYUDA EN EL DUELO El diccionario de la Real Academia de la Lengua lo define como “Dolor, lástima, aflicción o sentimiento. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien”. También se refiere a la reunión de parientes y amigos cuando alguien fallece. El DSM-IV habla del duelo en los siguientes términos: “Esta categoría (diagnóstica) puede usarse cuando el objeto de atención clínica es una reacción a la muerte de una persona querida. (…) La duración y la expresión de un duelo “normal” varía considerablemente entre los diferentes grupos culturales. (…) Como parte de una reacción de pérdida, algunos individuos afligidos presentan síntomas característicos de un episodio de depresión (…)”. Todavía hoy se acepta como válida la distinción que Freud hizo, en 1917, entre duelo y melancolía. El pesar normal, o duelo, no solo es el resultante de la pérdida de un ser querido, sino que puede surgir de otro tipo de pérdidas. Freud caracterizó los rasgos de este duelo normal como un profundo abatimiento, una falta de interés por el mundo exterior, una menor capacidad de amar o interesarse por los demás y una inhibición de la actividad. Sin embargo, la melancolía incluye todos esos rasgos mas uno adicional: una disminución de la autoestima, expresada en auto-reproches… El duelo, por tanto, constituye un impacto que afecta a todas o varias de las dimensiones de la persona: física, emocional, mental, social y espiritual. Hay que puntualizar, no obstante, que existen algunas ideas preconcebidas acerca de lo que las personas deben vivir cuando sufren alguna pérdida irreparable. Dichas ideas preconcebidas se reflejarían en la afirmación de que, para superar con éxito esta dura prueba, la persona a de pasar por un período de intenso sufrimiento (depresión y desesperación), pensando intensamente sobre dicha pérdida, para llegar a una fase – relativamente corta- en la que se “acepta” plenamente la pérdida. Es verdad, según nuestra experiencia, que es relativamente frecuente el bajo estado de ánimo y la tristeza, pero no son ni universales, ni de una gravedad extrema. Por otra parte, es innegable que hay muchas personas que no reaccionan deprimiéndose ni sintiendo ese desgarro o desesperación que algunos estudios presentan como prácticamente necesario para elaborar un duelo sano, lo cual no impide que experimenten algún tipo de dolor. Otra cosa es la ausencia absoluta de sufrimiento ante una pérdida, algo probablemente psicopatológico. Por eso conviene puntualizar qué entendemos por “elaboración del duelo”. La elaboración del duelo consiste en aprender a pensar sin culpa sobre la pérdida, expresar los sentimientos que ésta provoca, compartiéndolos en un clima de respeto y sin obsesiones, analizar las consecuencias que dicha pérdida está suponiendo para el superviviente y poner en práctica conductas tendentes a afrontar la vida en toda su riqueza. Y esto lo hacen muchas personas sin especiales ayudas externas. Pero para aquellas personas que están teniendo dificultades en su ajuste emotivo o práctico la elaboración del duelo constituirá una tarea beneficiosa, sabiendo que no se trata de una experiencia pasiva, sino de un proceso lleno de dinamismo interno, en el que siempre sirven de ayuda la escucha y la comprensión de los demás y el apoyo de personas en la misma situación FINALIZAR EL DUELO ¿Cuándo ha acabado el duelo? Muchas personas acuden a centros especializados buscando que se les ayude a eliminar el inmenso dolor que, como un pesado fardo, lastra sus vidas. Pero no siempre resulta fácil ni rápido. En cierto sentido, el duelo no se acaba nunca; siempre nos quedará la pena, que hará que no volvamos a ser los mismos de antes. Acertaremos a invertir nuestra energía y nuestro afecto en nuevos roles, en nuevas tareas o en otras personas, pero el vacío dejado en nuestra vida por la persona querida fallecida no se llena completamente. Q uizá la siguiente cita de una carta de Freud a un amigo, cuyo hijo había muerto, nos resulte útil. “Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que, después de dicha pérdida, la fase aguda de duelo se calmará, también sabemos que permaneceremos inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa qué es lo que llena el vacío, incluso si lo llena completamente; siempre hay algo mas”. El duelo finaliza cuando la persona es capaz de hablar del fallecido (y con el fallecido) sin el dolor que sacude todo el ser; cuando es capaz de pensar en él sin manifestaciones físicas como llanto inconsolable, alteraciones del sueño u opresión en el pecho; y, finalmente, cuando el superviviente es capaz de invertir sus energías y sus afectos en nuevas relaciones, aceptando los retos que la vida le plantee. Ha recuperado el interés por la vida (y por los demás) y se siente, de nuevo, esperanzado. Superado el duelo, es una tristeza diferente la que ocupa el lugar. Muchas veces, también la persona ha adquirido una visión distinta del mundo y de los demás, y otros valores se erigen en principales para ella. ES EL DUELO UNA ENFERMEDAD Estrictamente hablando, no. Pero hay que tener en cuenta que el duelo es muchas veces una desviación del estado de salud y bienestar. Se necesita un tiempo para volver a un estado de equilibrio emocional. Por otra parte, existen pruebas que nos llevan a afirmar la clara vulnerabilidad de la persona en duelo. Este puede ser un factor en el desarrollo de una amplia gama de trastornos físicos y emocionales. No se afirma que la pérdida y el pesar que conlleva sea la causa del trastorno, sino que “el duelo pone a la persona en un estado de vulnerabilidad física y, por tanto, puede ser considerado una enfermedad, si bien temporal”. Los datos de numerosos estudios demuestran un superior índice de mortalidad en viudas, algún tiempo después de fallecido el marido. La depresión clínica se desencadena en algunas personas como complicaciones del duelo. Asimismo, es frecuente la expresión de reacciones en términos de síntomas somáticos, como ardor de boca, trastornos gástricos, cefaleas, hipertensión, opresión en el pecho y otros, sobre todo en personas de avanzada edad. Por lo tanto, hay que decir que el duelo puede ser considerado como una enfermedad cuando introduce factores de desequilibrio en uno o varios de los elementos de la persona (el somático, el mental, el social, el emotivo o el espiritual). El equilibrio o la armonía perdidos pueden ser recuperados por la persona misma o no. En este último caso, lo más sensato es buscar ayuda. Sin embargo, puede ocurrir que la persona que ha sufrido una separación irreparable, como es la pérdida de un ser querido, busque un tipo de ayuda que, siendo comprensible en su situación, no le ayude a crecer como persona. Trataremos de explicarlo. ¿CONSOLAR O AYUDAR A VIVIR? Toda separación de algo o alguien que apreciamos lleva consigo, como sello identificativo, el sufrimiento. La vida esta jalonada de separaciones, de pérdidas. Nuestra existencia se desarrolla entre la esperanza de vida y la angustia de muerte. Hay que dejar de ser niño para alcanzar la madurez; se da la separación entre padres e hijos; pero también podemos padecer la separación (pérdida) de la salud, o la pérdida de fuerzas y lozanía por el deterioro orgánico en la vejez. En la petición de ayuda puede fácilmente interpretarse como una petición de consuelo más o menos explícita. Desde enfoques humanistas de la relación de ayuda, o desde la religión, se ha caído a veces en este reduccionismo, entendiendo la práctica pastoral como “la agencia que dispensa el consuelo de la religión”, o la actividad terapeútica como un acercamiento que niega la angustia existencial. El encuentro y el acompañamiento deben estar destinados a ayudar a vivir sin negar la realidad de la muerte, ayudar a superar la angustia de la separación. Dicha angustia de separación de la persona querida produce mucho sufrimiento y lleva a muchas personas a aferrarse desesperadamente a los anhelos de recuperación del difunto o a los objetos que le pertenecían. La relación de ayuda de inspiración humanista, precisamente por que no pretenden ignorar la finitud de la existencia, han de ayudar a amar la vida. Con palabras de Víctor Frankl: “Viviendo como vivimos en presencia de la muerte, como el límite infranqueable de nuestro futuro y la inexorable limitación de nuestras posibilidades, nos vemos obligados a aprovechar el limitado tiempo de vida de que disponemos y a no dejar pasar en balde, desperdiciándolas, las ocasiones que solo le brindan una sola vez y cuya suma “finita” compone la vida”. Dicho esto, concluyamos este tema resaltando que la relación de ayuda en el duelo tiene como objetivo lograr una estabilidad emocional aceptable, recuperando la esperanza para seguir viviendo y actuando, y “resituar” al fallecido en la vida del doliente de una manera distinta. EQUIPO CAEP NOTA : Tomado del libro LA RELACIÓN DE AYUDA EN EL DUELO, de Ezequiel Sánchez