¿ Médicos o técnicos del cuerpo humano? J. Hervada* Mientras intentaba en vano buscar algún remedio al espeso y penetrante calor que me perseguía implacablemente -al raso y a cubierto, de día y de noche-, durante mi corta estancia en Manila -corta, bien a mi pesar y pese al clima-, una pregunta repicaba insistentemente en mi cerebro. ¿Eran verdaderamente médicos algunos de aquellos congresistas, cuyas intervenciones oía? No se refería la pregunta a la pericia, sin duda irreprochable (no soy juez en tales lides), de aquellos cuyas palabras ponían en mí la duda; no, no era la pericia lo que levantaba el interrogante, sino aquello a lo que pretendían aplicarla. Me daban la impresión de mercaderes ofreciendo -con una asepsia que ellos llamarían científica y a otros muchos oídos sonaba a brutal- una técnica, la técnica del cuerpo humano, a quien desease sus servicios: al servicio de la vida y de la muerte, al servicio de la fecundidad y de la infecundidad, al servicio del bien y al servicio del vicio. Lo mismo dispuestos a procurar fecundidad a un matrimonio o a alargar la vida de un paciente, que a proporcionar a la mujer liberada la definitiva liberación de los hijos, o una muerte pronta y dulce a quien estuviese decidido a imponer su voluntad sobre el curso de la naturaleza. Si se hubiese tratado de un episodio aislado, probablemente la anécdota no permanecería en mi memoria; la hubiesen borrado con creces, ya entonces, las exóticas y gratas impresiones del viaje y, en todo caso, las múltiples solicitaciones de la vida. Pero después he * Profesor de Derecho Natural. Director del Departamento de Filosofía del Derecho de la Universidad de Navarra. Pamplona. podido comprobar que esa mentalidad se ha extendido de modo llamativo, tan llamativo que la pregunta ha aflorado una y otra vez: ¿qué es un médico? Cuando parece advertirse una cierta enemiga contra el juramento hipocrático, y las simpatías hacia el de Maimónides parecen extenderse, ¿estamos ante una simple curiosidad histórica, o es que hay médicos cuya identidad profesional está cambiando? ¿Por qué esa efervescencia en torno a la deontología médica, observable en Europa y América del Norte? No es una coincidencia que ante una alteración de la identidad profesional se produzca una alteración de la deontología de la profesión; porque la deontología no es un añadido a la profesión, menos todavía en aquellas profesiones que consisten en una técnica. La deontología es la norma de la humanidad de la profesión, la ley de su humanización, la expresión del espíritu humano regulando la técnica, dándole medida y sentido humanos. Por eso, cuando la técnica deja de ser informada por la norma deontológica, se produce inexorablemente la deshumanización tecnológica. Es lógico que el hombre tecnológico esté en peligro de ser reducido a servidumbre por sus criaturas y se deshumanice; el positivismo -que domina nuestra era tecnológica- ha cegado al hombre, le ha dejado sin aquel concepto que da la clave de su actividad. Este concepto, que expresa el supremo sentido de todo el actuar humano, es el de fin. Una verdad elemental, una de las primeras que el hombre descubrió al reflexionar sobre sí mismo, es hoy una verdad olvidada en demasía como puede comprobarse fácilmente. La ya no escasa literatura sobre la conducta animal, por ejemplo, se complace en poner de manifiesto las similitudes y las diferencias, REVISTA DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA 67 más o menos aparentes, entre el comportamiento de los animales y el del hombre; sin embargo, en ningún caso -al menos que yo sepa- se ha puesto de relieve la diferencia fundamental y radical, la que separa dos mundos irreductibles entre sí: el hombre actúa con conocimiento del fin . En su plano más alto se trata de la conciencia del sentido de la vida, de la que carece totalmente el animal. No me refiero ahora a algo que deba ser (sin duda el fin también tiene este importantísimo aspecto, que conforma la moralidad del obrar), sino a algo que es; se trata de un factor constitutivo del hombre, una ley natural impresa en su ser. ¿Quién sino el loco o el alocado hace algo sin tener un porqué o un para qué? Con razón, cuando se ha negado al hombre el obrar por un fin, se ha hablado del absurdo, pues, en efecto, la carencia del fin es el sin sentido, la vida orientada a la nada. El fin es lo que da sentido al obrar del hombre, lo que ilumina su actuar, lo que humaniza la acción. Una ciencia práctica, un arte -como antes se decíase caracteriza por su fin; su finalidad es el factor determinante. Y lo es en un doble sentido: porque determina 68 REVISTA DE MEDICINA DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA el método y los medios (no es lo mismo estudiar el cuerpo humano para sanarlo, para reproducirlo artística- · mente o para vestirlo), y porque la hace actividad pro piamente humana . He aquí la clave de la cuestión: no es la sol a técnica (aunque ésta también intervenga ) lo que caracteriza la profesión o el arte, sino el fin, que es lo que determina al arte y a la profesión. Al propio tiempo, es también el fin lo que da validez al método y a las téc nicas utilizadas. La respuesta fundamental sobre la profesión médica -¿en qué consiste la ciencia de la medicina, la ars medica?- nos la da su fin objetivo: qué busca, a qué se diri ge . No es el método o la técnica que utiliza lo que, pro piamente hablando, hace al médico, sino la finalidad objetiva que busca con esa técnica y ese método . Muy engañado e~taría quien pensase que una medicina es una droga que se ingiere; si así fuese , sería medicin a la dosis de LSD que se toma el aficionado a los sueños psicodélicos . Como no es medicina todo lo que se inyecta, pues, de ser así, medicina sería la inyección de morfina que se pone un drogadicto. De igual modo, no es acto médico el de recetar un veneno, ni lo sería el del cirujano, al servicio de una banda de secuestradores, que cortase con depurada técnica un dedo al secuestrado para enviarlo a la familia de éste con fines intimidatorios, eso sí, causándole el menor daño posible. Es acto médico el del cirujano que amputa un brazo para sanar al paciente, evitando su muerte; pero nadie llamaría acto médico a la misma acción realizada en un sano, con el único objeto de mutilarlo. Tres aspectos tiene el fin de la ars m edica: aliviar el dolor, sanar (es decir, mantener y devolver la salud) y mantener la vida. Más brevemente, el acto médico se dirige a la salud y a la vida. Los actos que no se ordenen a la vida y a la salud no son actos mé dicos; o pertenecen a otra profesión o, si atacan la justicia o la moral, son actos innominados, actos sin nombre propio, que se incluyen en la genérica categoría de actos delictuosos, criminosos, inmorales. ¿Qué importa para el caso la técnica o el método con que se lleven a cabo? ¿Cambia acaso de naturaleza la alcahuetería porque use modernos ordenadores? He aquí, por qué entiendo que conviene distinguir entre médico y técnico del cuerpo humano, aunque ambos usen del mismo nombre. Quien pone su conocimiento del cuerpo humano al servicio de la muerte o del placer hedonista, quien ofrece sus servicios a la sola voluntad del "cliente" (¡tantas veces sus clientes son los gobiernos!) sin importarle el fin -lo mismo si pide ferti lidad que si pide "liberación", igual al que desea proteger la vida que al que desea adelantar la hora de morir-, es sin duda un técnico del cuerpo humano, pero no es un médico. Es lógico que los técnicos del cuerpo humano pidan liberarse del juramento hipocrático, pero no deben extrañarse de que los pacientes deseemos liberarnos de su actuación sobre nosotros. No, no eran médicos aquellos congresistas que oí hablar en la ocasión que he mencionado al principio . Eran, simplemente, técnicos del cuerpo humano. Su aparición es inquietante, mas no deja de ser un alivio que no sean médicos.