Tipo de documento: Introducción Autor: Alberto Prieto Título del libro: Procesos revolucionarios en América Latina Editorial: Ocean Sur Año de publicación: 2009 Páginas: 293-304 Temas: Dictadura, Historia Derrocamiento de los regímenes fascistas en América Latina En el Brasil, desde mediados de la década de 1970, se incrementó el movimiento a favor de una apertura democrática, la amnistía de los presos políticos y convocar una Constituyente. La redemocratización se convirtió en la palabra de orden, sobre todo de la reaparecida Unión Nacional de Estudiantes, que también exigía la derogación de la represiva Ley de Seguridad Nacional y el castigo a las bandas terroristas de ultraderecha. Hasta la Confederación Nacional de Obispos Católicos Brasileños acordó luchar por una reforma agraria y defender los derechos de los indígenas. Pero nada se pudo comparar con el resurgimiento de la lucha proletaria para exigir libertades sindicales y protestar por el deterioro del nivel de vida de los asalariados; el 1ro. de mayo de 1978 los obreros cesaron el trabajo en las fábricas de automóviles de Sao Paulo, lo que de inmediato se extendió a las otras industrias. La enorme huelga de medio millón de trabajadores estaba dirigida por el combativo líder metalúrgico Luis Ignacio da Silva Lula, quien obligó al Gobierno y a los empresarios a conceder aumentos salariales. Después, el régimen tuvo que suprimir el uso de las actas institucionales, restablecer el hábeas corpus, otorgar independencia al poder judicial, suprimir la censura de prensa y autorizar un Primer Congreso Nacional por la Amnistía. Este se inauguró presidido simbólicamente por los nombres de los héroes y mártires del movimiento antidictatorial y se clausuró exigiendo total libertad de manifestación y pensamiento, así como el fin de todas las leyes represivas. El ascenso democratizador coincidía con el estancamiento económico, el auge de la inflación, la caída de las reservas monetarias nacionales, el déficit de la balanza de pagos y una creciente deuda externa que rondaba los 100 mil millones de dólares. La década de 1980 comenzó con la ley que autorizaba la privatización de las industrias estatales, acompañada de otra que decretaba una amplia amnistía, debido a la cual regresaron al país una pléyade de políticos exiliados. Luego, se legalizaron todos los partidos, lo que permitió el resurgimiento de algunos antiguos y la creación de otros nuevos. Entre estos descollaba el Partido Trabalhista (PT), formado por gentes de pensamiento avanzado y líderes sindicales, encabezados por Lula. El PT fue el único que se legalizó mediante movilizaciones populares en los diferentes estados del país, lo cual forzó a su inscripción en los padrones electorales; contaba con el fervoroso respaldo de los sindicatos obreros, trabajadores agrícolas, campesinos sin tierra y hasta de muchas comunidades religiosas de base. Así el trabalhismo pudo participar en la Asamblea Constituyente de 1987, que instituyó un régimen presidencialista y convocó a elecciones generales en noviembre de 1989. En ellas los principales candidatos eran el conservador Fernando Collor de Mello, Leonel Brizola —antiguo político cercano al ex presidente Goulart—5 y Luis Ignacio da Silva. El primero ganó los comicios, gracias a una multimillonaria campaña publicista, y ocupó la primera magistratura el 1ro. de enero de 1990. Fernando Collor de Mello del Partido Reconstrucción Nacional aplicó un drástico programa antiinflacionario que tuvo por consecuencia una profunda recesión. Esta crisis, unida a la corrupción generalizada en su Gobierno, provocó que fuera llevado a juicio ante la Cámara de Diputados, debido a lo cual el mandatario dimitió a fines de 1992. Su vicepresidente, Itamar Franco, al ocupar la primera magistratura, manifestó el propósito de dar un espacio en su gabinete a otras fuerzas políticas. Entonces, el socialdemócrata Fernando Enrique Cardoso ocupó el Ministerio de Hacienda, con la encomienda de reestructurar la enorme deuda externa del Brasil. Su relativo éxito en el empeño incrementó su prestigio, por lo que en 1994 fue electo presidente del quinto Estado más poblado del mundo, al frente de una coalición compuesta, además de por su partido, por el Frente Liberal y por el Movimiento Democrático Brasileño. Luego de reducir la inflación mensual de la nación del 50 al 1,5%, Cardoso fue reelecto al derrotar en los nuevos comicios a Lula y su PT. Ambos candidatos habían prometido reformas económicas y políticas de gran envergadura, así como una mayor justicia social. Esto en el Brasil resultaba trascendente, pues a pesar de ser una de las diez mayores economías del planeta, las desigualdades económicas entre sus habitantes eran abismales: el 1% de los propietarios poseía la mitad de las tierras del país, o más gráfico aún, 27 000 personas tenían 178 000 000 de hectáreas; la mitad de las personas acaparaba el 90% del ingreso nacional; en la Amazonia sobrevivía el trabajo forzado o esclavo; el sector informal contaba con el 58% de los aptos para laborar; en las grandes ciudades el desempleo abarcaba al 20% de los adultos. Fernando Enrique Cardoso no pudo cumplir sus promesas sociales; la crisis financiera, la devaluación de la moneda nacional, la elevada deuda pública, la dependencia del capital extranjero, los bajos salarios y el alto índice de pobreza, lastraron su segundo período gubernamental. Este desolador panorama hizo que sectores empresariales perjudicados por las altas tasas de interés bancario, la transnacionalización de la economía y la privatización de diversas áreas, se inclinaran hacia una alianza con Lula y su PT. La campaña electoral de este se basó entonces en: respetar durante un tiempo la ortodoxia macroeconómica acordada con el FMI por su predecesor, que incluía los pagos de la deuda externa, para después adoptar una política de crecimiento, en la cual otra vez el Estado desempeñara una función esencial; impulsar la reforma agraria reclamada por el poderoso y prestigioso Movimiento de los Sin Tierra, que agrupa a millones de desposeídos en los campos; y desarrollar una fuerte campaña urbana para mejorar los peores aspectos sociales que sufrían los humildes y desposeídos. Para llevar a cabo tales propósitos, Lula contaba: con la prolongada y exitosa historia de Gobierno del PT en múltiples municipios y diferentes estados de la federación, así como por su destacada participación en el Congreso; con su Central Unitaria de Trabajadores, que aglutinaba a más de veintidós millones de asalariados; con la Articulación Nacional de Movimientos Populares y Sindicales, inspirada por él. En síntesis, él representaba una fortísima corriente política basada en grandes exigencias éticas, una elevada competencia administrativa, y una notable sensibilidad social. Con esos valores, Lula y su partido, aliado con otras fuerzas políticas, ganaron las elecciones de octubre gracias al respaldo del 61% de los votos, lo que le permitió ocupar la presidencia del Brasil el 1ro. de enero de 2003.6 De inmediato, el nuevo equipo gubernamental desarrolló con acierto una serie de programas sociales, como el denominado Hambre Cero que a la vez inducía a los necesitados a enviar sus hijos a las escuelas e impulsaba una eficaz lucha contra el analfabetismo, con la ayuda del práctico método cubano de enseñanza conocido como Yo sí puedo (leer y escribir). Al mismo tiempo, se mantuvo la estabilidad financiera, se rechazó renovar el acuerdo con el FMI rubricado por el mandatario predecesor, se disminuyó el desempleo y se acordó con Venezuela una alianza estratégica en los ámbitos comercial, energético y financiero. Avalado con esos éxitos, en los siguientes comicios municipales el Partido de los Trabajadores ganó el doble de los municipios que antes controlara, lo cual le allanó el camino para la lid presidencial del 2006. Con el propósito de acudir a esta, el máximo dirigente trabalhista deshizo su previa alianza electoral para construir otra, la Fuerza del Pueblo, conformada por su partido, el Comunista del Brasil y el Republicano Brasileño. Se pensaba así derrotar en las urnas durante la primera ronda, a Geraldo Alckmin, principal candidato opositor al cargo, quien estaba apoyado por los partidos Social Demócrata Brasileño y Frente Liberal. Pero la división de la izquierda impidió la esperada pronta reelección del presidente, pues su rival Heloísa Helena —con el respaldo del Partido Socialismo y Libertad, así como con el del Socialista de los Trabajadores Unidos y el Comunista Brasileño— logró el 6,85% de los votos, los que le hubieran permitido a Lula arrasar. Por eso, hubo que acudir a una segunda vuelta electoral, en la cual el fundador del trabalhismo obtuvo el respaldo del 60,8% de los ciudadanos para que iniciase otro mandato presidencial. Antes de comenzarlo, Lula anunció que en su siguiente cuatrienio impulsaría reformas en política, previsión social y en los sindicatos, a la vez que fortalecería el aparato estatal, aumentaría el salario mínimo y generaría más empleos mediante la recuperación de producciones abandonadas a causa del neoliberalismo. Asimismo, aseguró que mantendría el desarrollo petrolero, privilegiaría la integración sudamericana, promovería una equitativa tributación fiscal e impulsaría inversiones en la infraestructura, sin olvidar la lucha por la suficiencia alimentaria de los humildes y la reducción de la pobreza, a la vez que mantendría una simultánea atención al Movimiento de los Sin Tierra para proseguir con la reforma agraria. Todo auspiciado por su novedoso Programa de Aceleración del Crecimiento Económico y, en especial de la industria, con el ánimo de convertir al Brasil en un país poderoso y más justo. Esta promesa respaldada por el hecho de que, en solo cuatro años, el poder de compra de los trabajadores se había duplicado en esa nación.7 En Argentina, el binomio de Perón con su tercera esposa, apoyado por múltiples organizaciones populares, arrasó en las urnas. Sin embargo, quien hegemonizara la política de ese país durante tres décadas duró poco, pues el veterano líder murió antes de cumplir un año en el ejecutivo —el 1ro. de julio de 1974—. Entonces, la viuda-vicepresidenta ocupó la primera magistratura en medio de una aguda pugna entre la corrupta derecha justicialista y el peronismo de izquierda. Así, hasta el golpe militar, que de inmediato inmovilizó a los partidos políticos, controló el movimiento obrero, deshizo las asociaciones juveniles, desató una sangrienta represión contra todos los progresistas, nacionales y extranjeros, y asestó golpes mortales a las agrupaciones guerrilleras, en su proceso de establecer en esa República un régimen fascista. El ilegal equipo gubernamental castrense compartía el criterio del imperialismo yanqui, respecto a que un nuevo conflicto mundial estaba ya en curso sobre el eje de fronteras ideológicas, sintetizadas en el lema contraposición Este-Oeste. Dentro de esas concepciones se inscribía también la sucia guerra contra la subversión interna, que originó el asesinato o la desaparición de más de treinta mil personas. Pero el propio pueblo argentino puso en jaque a los sucesivos generales que fueron ocupando la presidencia. Y, a finales de 1981, el país se encontraba sumergido en la mayor crisis socioeconómica y política de su historia. Además, ya ni siquiera la violentísima represión lograba aplastar la creciente movilización popular, que alcanzaba niveles superiores de unitaria combatividad en fábricas, barrios, iglesias, grupos juveniles, universidades e incorporaba, incluso, hasta algunos sectores de la burguesía. En ese contexto, la ilegalizada Confederación General de Trabajadores (CGT) llamó a los asalariados a desfilar bajo la consigna de Paz, Pan y Trabajo, por lo cual, el 7 de noviembre de 1981, se produjo una impresionante marcha de decenas de miles de personas en Buenos Aires que significó el mayor desafío contra las Fuerzas Armadas en los siete años y medio transcurridos desde el golpe militar. La magnitud de la protesta obligó al presidente de turno a entregar el mando a otro general, quien de inmediato anunció el congelamiento de todos los salarios; la entrega a las transnacionales de las riquezas del subsuelo; el traspaso al sector privado de empresas estatales —petróleo, ferrocarriles, telecomunicaciones, agua y energía—, o de organismos públicos tales como la Banca Nacional, la Junta Nacional de Granos y Carnes y el Instituto Nacional de Reaseguros. Con el objetivo de pronunciarse contra el entreguismo gubernamental, al grito de «Se va acabar la dictadura militar», las masas convocadas por la CGT fueron a la huelga y se lanzaron a las calles el 30 de marzo de 1982. En la capital, por ejemplo, los manifestantes se enfrentaron durante cinco horas a las brutales fuerzas represivas, que arrestaron a 2 000 personas e hirieron de gravedad a varios cientos. Se evidenciaba el abismo existente entre pueblo y Gobierno, tal vez ni siquiera salvable por algún suceso que produjese una conmoción nacional. El 2 de abril de 1982, 8 000 infantes de marina argentinos realizaron un precipitado desembarco en el enclave colonial británico formado por las Islas Malvinas y sus dependencias. La maniobra, en realidad, estaba destinada a desviar la atención popular de la crisis interna hacia los asuntos exteriores; se estimaba que si la ocupación se realizaba con un mínimo de violencia y contaba al menos con la neutralidad de Estados Unidos, la arriesgada aventura podría tener éxito y prestigiar al desacreditado régimen, por haber satisfecho un justificado e histórico anhelo del país. Pero desde el principio la posición del imperialismo estadounidense fue de apoyo a Inglaterra. Además, el enfrentamiento bélico fue un desastre para Argentina;8 aunque sus pilotos hundieron unos buques de guerra ingleses y averiaron otros, el Ejército no tenía un plan concreto para la defensa de las islas; los soldados fueron enviados al archipiélago mal equipados y peor entrenados; la infantería solo llevó alimentos para cinco días y sus morteros no tenían proyectiles; la oficialidad se mostró reacia a abandonar sus comodidades y enfrentar los sacrificios propios del combate; el 60% de las bombas de la Aviación no estalló; la Marina de Guerra se retiró del campo de batalla y se refugió en aguas seguras; los tres cuerpos armados se desempeñaron atenidos a concepciones totalmente distintas y sin la menor voluntad de mutua cooperación. El desprestigiado equipo militar gobernante, en junio, tuvo que entregar el mando del ejecutivo al general Reynaldo Benito Bignone, quien de inmediato anunció el retorno a un régimen civil constitucional mediante elecciones en octubre de 1983. En estas venció el candidato de la Unión Cívica Radical (UCR), Raúl Alfonsín, quien había acercado su partido a posiciones socialdemócratas. Tras ocupar el cargo, el nuevo presidente estableció la indiscutible supremacía del poder civil sobre el militar, reorganizó las Fuerzas Armadas, enjuició a los tres jefes de la antigua Junta Militar y ratificó las condenas a cadena perpetua de varios oficiales de alto rango acusados de violación de los derechos humanos. Luego de su sexenio en el ejecutivo, le sucedió el peronista Carlos Saúl Menem quien, al ocupar el cargo en julio de 1989, enfrentó una economía que disminuía, acompañada de una inflación de cuatro dígitos. Hasta que ató la moneda de su país al dólar de Estados Unidos y dispuso que la circulación de aquella estuviese garantizada en un 80% con valores extranjeros, con lo cual cortó la política fiscal de imprimir pesos devaluados para financiar el déficit presupuestario. De inmediato, el plan de convertibilidad que establecía la paridad del billete argentino con el estadounidense recibió un vasto apoyo de los más influyentes sectores financieros internacionales. En concordancia, los capitales foráneos pronto comenzaron a llegar al país y la economía argentina se reanimó.9 Desde 1994, la sobrevalorada moneda austral comenzó a perjudicar la competitividad de las producciones de ese país, lo cual originó un desequilibrio negativo en sus cuentas corrientes, seguido de las consecuencias adversas derivadas del efecto tequila.10 Este desvaneció el arribo de nuevos capitales provenientes del exterior, lo que indujo al Gobierno a emplear sus reservas para sufragar el referido déficit sin aumentar sus emisiones monetarias. Entonces, la economía entró en recesión y la percepción de impuestos disminuyó, tras lo cual Menem decidió eliminar drásticamente más gastos sociales y públicos. A la vez, los caros productos argentinos debían enfrentar en el mercado interno abundantes y baratas mercancías importadas, lo que aumentó el desempleo y provocó quiebras. En estas circunstancias, el gabinete menemista orientó privatizar las empresas estatales para nutrirse de esos fondos. Pero dichas ventas se realizaron a consorcios foráneos que impusieron en los antiguos servicios públicos —agua, electricidad, teléfonos, transporte— altos precios monopolistas, lo cual perjudicó mucho a la población, sobre todo a la de los estratos más humildes. Ello condujo a crecientes fisuras dentro del Partido Peronista, cuyos sectores sindicalistas fueron endureciendo su oposición al menemismo, sobre todo bajo la influencia del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde. Mientras, el vertiginoso ascenso de la deuda gubernamental se tornaba en un gran problema al acercarse su monto a la mitad del PNB, y se volvió explosivo cuando el Brasil dejó flotar su moneda, que perdió casi la mitad de su valor. De golpe, los productos argentinos se hicieron carísimos en el mercado de su principal socio comercial, por lo cual una parte considerable de las inversiones extranjeras abandonaron el país para establecerse en tierras de su gigantesco vecino, sobre todo en áreas como la industria automotriz. Entonces, en la Argentina, se dispararon la recesión, el desempleo y el déficit fiscal. La respuesta de Menem fue anunciar que si la situación continuaba por el mismo rumbo, su Gobierno abandonaría el peso para adoptar el dólar en tanto que moneda nacional. Mientras, el FMI presionaba para que el Gobierno redujera sus gastos en educación pública. En las elecciones de octubre del año 1999, la alianza del Partido Radical con el Frente de un País Solidario (FREPASO) triunfó sobre el desgarrado peronismo; aquella heredó una República en profunda crisis, cuya situación económica tenía que empeorar pues en esos meses se debían pagar 12 300 millones de dólares por concepto de intereses de la deuda externa. Al ocupar el cargo, el presidente Fernando de la Rúa anunció amplias medidas de austeridad, así como alteraciones al Código Laboral en perjuicio de los trabajadores. Luego, debido al rechazo del primer mandatario a enjuiciar a su corrupto predecesor, el vicepresidente, miembro del FREPASO, renunció a su alto cargo, lo cual deshizo la alianza electoral. A la vez, los propios militantes del radicalismo incrementaron sus críticas al ejecutivo por el mantenimiento del mismo esquema socioeconómico del menemismo. Hasta que, a mediados del 2001, se evidenció que el país marchaba hacia un precipicio, pues la fuga de capitales resultaba indetenible. Y en diciembre, ante el rechazo del FMI a una solicitud de ayuda realizada por el gabinete gubernamental, la Argentina anunció que no podía pagar los intereses sobre la deuda externa. Los depositarios se precipitaron entonces hacia los bancos y, en respuesta, el Gobierno estableció un corralito al congelar todos los activos. Además, el desempleo ascendía a casi el 20%, los sectores medios desaparecían, la pobreza se multiplicaba, la gente no aguantó más y, exasperada, se lanzó a las calles. Por ello, De la Rúa renunció a la presidencia. El país vivía la peor crisis de su historia tras haber seguido fielmente los postulados del FMI. ¡El modelo neoliberal había fracasado! En Buenos Aires, al asistir el 28 de mayo de 2003 a la investidura presidencial de Néstor Kirchner, candidato peronista de avanzada que había derrotado en los recientes comicios generales del país a Carlos Saúl Menem —quien pretendía retornar a la primera magistratura con el respaldo de la corrupta derecha justicialista—, Fidel Castro expresó: Vemos en América Latina un movimiento de avance que se produce. Si me preguntara alguien por qué sentí gran satisfacción y júbilo cuando llegaron las noticias del resultado electoral en nuestra queridísima Argentina, fíjense, hay una razón muy grande. Lo peor del capitalismo salvaje —como diría Chávez— lo peor de la globalización neoliberal, es que el símbolo por excelencia […] ha recibido un colosal golpe.11 En muy poco tiempo, el nuevo Gobierno argentino acometió la favorable renegociación de la enorme deuda externa que había heredado e impulsó una asombrosa recuperación de la economía con un crecimiento del 10,7% en el 2004, lo cual estuvo acompañado de importantes acuerdos de complementación energética entre las entidades de su país con Venezuela, como primer eslabón del surgimiento del coloso que se llamaría Petrosur, constituido por PDVSA, Petrobrás y Enarsa, y al cual luego se podrían sumar todas las demás compañías estatales del ramo en el resto del área. A la vez, el presidente permitió el desarrollo del inédito e impactante proceso denominado de Empresas Recuperadas, mediante el cual los propios trabajadores de un centro laboral abandonado por sus dueños o en quiebra y cerrado debido al neoliberalismo, se empeñaban con éxito en hacerlo producir. Además del énfasis hecho en provocar el despegue económico argentino, el gabinete de Kirchner también propuso medidas encaminadas a llevar ante los tribunales a unos mil torturadores antes excluidos de cualquier juicio por sus crímenes durante la dictadura militar, dado que habían estado protegidos por las ahora derogadas leyes de Punto Final y Obediencia Debida, aprobadas respectivamente en 1986 y 1987 en beneficio de los mandos subalternos. El prestigio brindado por dichos triunfos convirtió a Kirchner en el líder indiscutible del Partido Justicialista, en cuyo interior él había creado, al margen de la vieja institucionalidad de esa organización política, una estructura paralela de poder que denominó Frente para la Victoria. Este logró, en los comicios de octubre de 2005, el 70% de los cargos en discusión en el Senado. Con ese respaldo, el presidente argentino hizo nuevo énfasis en la integración latinoamericana, lo cual se expresó en su decidido apoyo junto a Venezuela, Uruguay y Cuba, al surgimiento del canal televisivo continental conocido como Telesur. También se empeñó en que el vigorizado Mercosur no fuese meramente un acuerdo económico, sino una palanca efectiva en promover en la región el poder popular, mediante una alianza de los trabajadores e intelectuales con la llamada clase media que incluyese hasta a los empresarios nacionales.12 En Uruguay, la represión fascista del Ejército empezó a ser puesta en jaque por el reinicio de las movilizaciones populares, en parte impulsadas por el proscrito Frente Amplio (FA). Con el objetivo de brindar una salida política al régimen que se deterioraba, la cúspide militar decidió en 1980 legalizar los tradicionales partidos Blanco y Colorado, a la vez que elaboraba una Constitución nueva. Pero esta fue rechazada en un referéndum, por lo cual hubo que realizar un recambio en la cúpula gobernante. El general Gregorio Álvarez, nuevo ocupante del ejecutivo, convocó a elecciones para el año 1984, en las cuales las Fuerzas Armadas, sin embargo, se reservaban la posibilidad de vetar a los candidatos que no fueran de su agrado. En esas condiciones, en marzo de 1985, el colorado Julio María Sanguinetti ocupó la presidencia y pronto dictó una ley de amnistía para los militares que hubieran atropellado los derechos humanos durante los años de dominio castrense.13 Luego de restablecido el gobierno civil en la República, se celebraron comicios municipales en 1989, en los que un militante del Partido Socialista y líder de la coalición Encuentro Progresista (EP) llamado Tabaré Vázquez, ganó en la importantísima Intendencia de Montevideo. ¡Por vez primera se rompía en dicha ciudad la tradicional hegemonía bipartidista colorado-blanca! Ese trascendental acontecimiento indujo al Frente Amplio encabezado por su fundador y dirigente, el general (retirado) Líber Seregni, a celebrar al poco tiempo un decisivo Congreso. En este se acordó fortalecer la política de alianzas, a partir de criterios antioligárquicos, antiimperialistas e integradores de América Latina, rumbo a un proyecto nacional, popular y democrático. De ese modo, se pudo efectuar la unión de ambas organizaciones, encabezadas a partir de 1996 por Tabaré, dada la jubilación de Seregni. Los éxitos en la conducción de los asuntos públicos de la capital bajo la égida del EP-FA produjeron tal ascenso electoral de la izquierda, que en los comicios generales de 1999 estuvo a punto de imponerse en la lid. Esto se explica porque dicha urbe, que representaba el corazón económico del país y albergaba la mitad de su población, experimentó bajo el nuevo gabinete municipal considerables transformaciones tales como: una efectiva descentralización democrática, la equitativa redistribución de los impuestos y recursos llevada a cabo con verdaderos preceptos de justicia social, una profunda reforma del aparato estatal en el ayuntamiento y el desarrollo de vastas obras de infraestructura citadina. Esos avances contrastaban con el fracaso de la política neoliberal del Gobierno colorado que privilegió la actividad financiera sobre la productiva; abrió el mercado nacional a las importaciones y provocó la ruina de muchos pequeños y medianos propietarios; aumentó el desempleo y devaluó los salarios; vendió a precios irrisorios a grandes inversionistas —nacionales y, sobre todo, extranjeros— buena parte del proverbial y considerable patrimonio estatal, mediante un muy cuestionable proceso de privatizaciones. Además, la debacle económica argentina, principal socio comercial del Uruguay, significó una catástrofe para los orientales, pues incluso, el vital flujo turístico de los vecinos se redujo de manera considerable. Entonces, el Gobierno tomó adicionales disposiciones restrictivas con los sueldos públicos y los subsidios sociales, lo cual agravó la miseria de los humildes y la de muchos de los que hasta entonces habían pertenecido a los estratos medios de la sociedad. En ese deplorable contexto, Tabaré ensanchó aún más su alianza, ahora denominada Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nuevo Espacio, que lanzó un llamado Proyecto de Reconstrucción Nacional sintetizado en el lema de «Un Uruguay Social y Mejor». Este se elaboró en interés de las grandes mayorías dado que un tercio de los habitantes vivía en la pobreza y 100 000, en la indigencia; la mitad de las personas carecía de seguridad social y 300 000 seres humanos no tenían cobertura médica; el salario mínimo era solo la cuarta parte del existente casi cuatro décadas atrás; 35 000 jóvenes emigraban anualmente, a pesar de que la población del país apenas llegaba a tres millones de habitantes. En los comicios nacionales de noviembre del 2004, la referida coalición obtuvo el 50,45% de los votos y Tabaré ganó la presidencia, tras lo cual, en febrero del año siguiente, conformó su gabinete con representantes de las distintas fuerzas de izquierda que integraban su vasto respaldo electoral. Entre sus principales componentes sobresalía el legendario José Mujica, destacado ex dirigente de los Tupamaros y senador electo con una avalancha de votos. Después, el nuevo equipo gubernamental de inmediato puso en marcha un plan de emergencia social a favor de los desvalidos y afectados por el neoliberalismo, restableció plenas relaciones diplomáticas con Cuba —rotas por el colorado Jorge Batlle, presidente anterior—, apoyó multifacéticamente la integración latinoamericana e impulsó el esclarecimiento de los horrendos crímenes cometidos durante la dictadura militar.14 Notas 5. João Goulart, ministro del Trabajo durante la última presidencia de Getulio Vargas, después vicepresidente del país durante el mandato de Janio Quadros, ascendió a la primera magistratura tras la renuncia de aquel a fines de 1961 y a los tres años fue derrocado por un reaccionario golpe militar. 6. Alberto Prieto: Ideología, economía y política en América Latina, siglos xix y xx, ed. cit., pp. 228-229. 7. Alberto Prieto: Mirándose a sí misma. Apuntes para una historia de América Latina, ed. cit., pp. 209-210. 8. Alberto Prieto: Crisis burguesa e imperialista en América Latina, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988, pp. 216 y ss. 9. Alberto Prieto: Ideología, economía y política en América Latina, siglos xix y xx, ed. cit., pp. 205 y ss. 10. Se llama así a las repercusiones de la gigantesca quiebra financiera ocurrida en México durante la presidencia de Ernesto Zedillo Ponce de León, a causa de un déficit de 30 000 millones de dólares en cuenta corriente que el Gobierno de ese país palió gracias al rápido e importante apoyo monetario de Estados Unidos. 11. Fidel Castro, tomado de periódico Granma, Órgano Oficial del PCC, La Habana, 29 de mayo de 2003. 12. Alberto Prieto: Mirándose a sí misma. Apuntes para una historia de América Latina, ed. cit., pp. 212-213. 13. Alberto Prieto: Ideología, economía y política en América Latina, siglos xix y xx, ed. cit., p. 196. 14. Alberto Prieto: Mirándose a sí misma. Apuntes para una historia de América Latina, ed. cit., pp. 213-214.