CLÁSICOS GANADEROS EN LAS VENTAS Un típico castaño de Juan Pedro Domecq, bajo, bien hecho y astifino, en los corrales de la Venta del Batán. Juan Pedro Domecq Díez Juan Pedro Domecq Díez fue uno de los arquitectos claves en la creación del toro bravo contemporáneo, quizás el más decisivo de todos por la enorme difusión posterior de la casta que él creó, hoy hegemónica en el censo ganadero mundial. Hombre sensible y de gran inteligencia, fue el heredero más directo de los postulados de Ramón Mora-Figueroa, que él profundizó, sistematizó y llevo a la práctica de forma magistral. Sus toros, los juampedros, ante todo bravos y de alegre temperamento, fueron concebidos para una lidia larga en duración e intensidad, y por ello sus hechuras también propiciaron la entrega en la embestida. El ganadero, disfrutó en vida de las mieles del éxito en todas las plazas y con todas las figuras, y Madrid no fue una excepción, sino todo lo contrario. Texto: Joaquín López del Ramo Fotos: Martín y Joaquín López del Ramo 24 J uan Pedro Domecq de Villavicencio, bodeguero de origen francés afincado en Jerez, compró en 1930 la legendaria ganadería del duque de Veragua con el doble propósito de prestigiarse social y comercialmente y además satisfacer la gran afición de su familia por el campo bravo. Sus hijos, los hermanos Domecq Díez, se habían contagiado de la fiebre taurina a la vera de su gran amigo y vecino de finca, José Ramón Mora Figueroa, que tenía la ganadería de su madre, la marquesa de Tamarón, en “Las Lomas”, junto a “Jandilla”, solar de los Domecq. En esta escuela excepcional se formaron éstos como aficionados, caballistas y criadores de toros bravos, impregnándose de los consejos, métodos y estilo de Mora Figueroa, quien acabó emparentando con la familia jerezana. UN TORO PROPIO La compra de la vacada de Veragua fue el inicio de una obra de mucha mayor envergadura. Algunos años antes de aquél 1930, ya se estaba viendo en la ganadería del conde de la Corte el nuevo tipo de toro, bravo, pero noble y con duración en la embestida, que Mora Figueroa había creado tras asimilar los cambios radicales introducidos en la tauromaquia por Joselito y Belmonte. Don Ramón había vendido su ganadería al conde de la Corte en 1920 y se convirtió en el principal asesor de los Domecq. Era lógico que pronto se decidieran a sustituir la vieja sangre de los toros veragüeños por tamarones del conde de la Corte. De inmediato adquirieron 27 becerras y los sementales Carabella y Llorón, a los que se añadió en 1931 el toro Chucero, y en 1932 otras 15 novillas y el semental Bodeguero, todos del hierro de don Agustín Mendoza. Supervisando la operación estaba Ramón Mora, quien acababa de formar su segunda ganadería con una parte de la de García Pedrajas, un toro de Belmonte llamado Roedor, más 15 vacas y el semental Chavetero, también del conde de la Corte. Fallecido el fundador en 1937, la ganadería se dividió entre sus hijos Juan Pedro, Álvaro, Salvador y Pedro, quienes mantuvieron unidas sus porciones bajo la dirección del primero de ellos hasta mediados de los 40. Juan Pedro Domecq y Díez agregó en 1939 y 1940 otras 43 vacas del conde de la Corte, y en 1940 terminó por comprar parte de aquella segunda vacada de Ramón Mora Figueroa, cuyo grueso acabó en manos de su primo el marqués de Domecq. De inmediato se procedió a cruzar veraguas y tamarones en diferentes proporciones, hasta que la estirpe de Veragua acabó por ser absorbida, y sólo quedaron pequeños vestigios. Partiendo de estos elementos, creó un toro personal que cristalizó hacia los años 50. La entrega, lo que él llamó “bravura integral” o “condición del toro para luchar hasta la muerte”, es el matiz que mejor Juan Pedro Domecq Díez fue uno de los principales artífices del toro bravo moderno. define el comportamiento clásico del toro juampedro. Hasta principios de los años 70, estos toros se caracterizaban por su nobleza picante eran repetidores y temperamentales. Hoy en día, los toros de este hierro transmiten menos; son más suaves, van y vienen con manejable nobleza, pero han perdido acometividad. El toro ideado por don Juan Pedro Domecq Díez es muy regular, se define muy pronto en la lidia y pocas veces muestra la salida distraída y fría típica de otros toros originarios de Parladé-Tamarón; se emplea más en el caballo que aquellos, y con igual clase y recorrido en la muleta. En suma, aúna el toque de prontitud de los pedrajas y la calidad de los tamarones; además, el que sale malo no suele ser bronco o peligroso. Don Juan Pedro dotó a sus toros de una morfología también particular, que hoy podríamos denominar como ergonómica, es decir, propiciadora de la embestida. Animales de cuello largo, bajos de agujas; más caídos de los cuartos delanteros que de atrás, para beneficiar la humillación; recogidos de cuerna, a fin de que la cuna fuera menos ancha que la muleta y permitiera realizar un toreo ajustado. Bonitos, reunidos, finos, más bien terciados y ligeros de peso. También variados de capa, pues los hay negros, salpicados, cárdenos carboneros, chorreados, colorados, castaños, melocotones y jaboneros, estos últimos reminiscencia de la vieja sangre de Veragua. ABRIENDO PLAZA Los primeros grandes éxitos de la ganadería llegaron a mediados de los años 30, con toros que ya eran hijos de los sementales del conde de la Corte. Algunos de los ejemplares más sobresalientes de esta etapa fueron Mocito y Arrempuja, ambos premiados con la vuelta al ruedo en la feria de Bilbao de 1935; Sentimiento, lidiado en Bayona el año 1937, o Dudoso, jugado en Bilbao el año 1938. El primer toro lidiado en la plaza de Las Ventas se llamó Hortelano, y era un puro veragua de los comprados por Juan Pedro Domecq al duque; fue estoqueado por Fortuna en la corrida inaugural, celebrada el 17 de junio de 1931. 25 CLÁSICOS GANADEROS EN LAS VENTAS Aquél debut del criador jerezano tuvo más de simbólico que otra cosa, ya que se quiso hacer coincidir con el hecho de que la anterior plaza madrileña también fuera estrenada con toros de Veragua. En realidad, el proyecto ganadero de nuestro hombre se encontraba en su fase de gestación, motivo por el cual la primera corrida en Madrid, la que podríamos decir que fue el debut real con toros seleccionados y criados en los campos de “Jandilla”, no se lidió hasta casi una década después, el 13 de junio de 1940. Fue aquél un encierro con nervio e incómodo genio, que despacharon Domingo Ortega, Manolete y Mariano García. Los toros de don Juan Pedro volvieron a Las Ventas el 10 de mayo de 1942 y mostraron un comportamiento desigual; fueron despachados por El Estudiante, Pepe Luis Vázquez y Pedro Barrera. Tuvo mejor nivel de juego la corrida lidiada el 30 de mayo de 1943, aunque sus matadores, Chicuelo, Manolete y Domingo Dominguín, no cortaran trofeos. Sería el mejicano Cañitas quien paseó las primeras orejas de un juampedro en Madrid, el 10 de mayo de 1945, dentro de un encierro que tampoco fue muy brillante. La última comparecencia de la ganadería en nuestra plaza durante esta década tuvo lugar el 15 de mayo de 1946, con seis toros terciados, codiciosos en varas y más bien picantes, a los que se enfrentaron Fermín Rivera, Andaluz y Parrita, quienes perdieron orejas por fallar más de la cuenta con la espada. En los 50 ya apareció claramente definido el prototipo de toro de Juan Pedro, Natural de Juan Silveti al toro Alcalde, el 26 de junio de 1952. Se aprecia la sensacional forma de embestir del animal. fruto de dos décadas de selección aplicando sus personales criterios. Era un animal con menos cara y algo más terciado que sus predecesores, pero su comportamiento bravo, enrazado y noble, adquirió una regularidad asombrosa que se mantendría durante las décadas siguientes. En esta línea estuvo, precisamente, la corrida jugada en Madrid el 22 de junio de 1952, triunfal desde la vuelta al ruedo del primer toro, Cavador, muy bravo e ideal en la muleta de Antonio Velázquez, que le cortó la oreja e invitó al mayoral a saludar. Dentro de una media notable, aquella tarde saltaron otros dos toros formidables: Brujito, que le tocó a Llorente, y el sexto, de nombre Alcalde, a más de bravo extraordinario para la muleta, y al que Juan Silveti le cortó otro trofeo. Bravura, alegría y noble prontitud fueron de nuevo las virtudes de la novillada que la divisa jerezana envió a Madrid el 11 de julio de 1954, y que mostraron de forma particular dos ejemplares: el segundo, Diablito, y el cuarto, llamado Dudoso. Volvió don Juan Pedro a nuestra plaza con una novillada el 10 de abril de 1958 y, según las crónicas del festejo, sus pupilos lucieron un temperamento ardiente, embestidas fogosas y desbordantes, con las que tuvieron problemas para acoplarse los toreros. TRIUNFOS EN SAN ISIDRO Tras algunos años de ausencia, el 20 de junio de 1965 don Juan Pedro lidió otra novillada, que fue continuación de las precedentes, si cabe mejorada por su clase y boyantía. Sobresalieron los dos astados del lote de Tinín: el tercero, un soberbio ejemplar que atendió por Ruiseñor y fue premiado con la vuelta al ruedo después de que el torero le cortara las dos orejas, y el sexto, otro novillo de bandera llamado Dacarito. El toro Jumito, nº97, premiado con la vuelta al ruedo el 21 de mayo de 1968. 26 Con semejantes precedentes, la ganadería jerezana se anunció por fin para debutar en la feria de San Isidro el 23 de mayo de 1966, con un cartel de categoría: Julio Aparicio, Antoñete y Paco Camino; salieron varios juampedros de éxito, y para los toreros fue una tarde de vueltas al ruedo y una sola oreja, que se llevó Chenel, triunfos tibios en aquella época dorada de nuestra plaza, ¡quién lo diría...!. Más intensa y completa fue la corrida de la feria de San Isidro de 1967, una de las mejores que don Juan Pedro lidió en Las Ventas. Paco Camino salió por la puerta grande tras cortar dos orejas al segundo, Ordenanza, y otra al cuarto; José Fuentes hizo una gran faena pinchada al tercero, un ejemplar muy bravo, boyante y codicioso llamado Presidiario, y Paquirri confirmó la alternativa con otro morlaco de clara nobleza que atendió por Alelado. La vuelta al ruedo del toro Jumito, lidiado en primer lugar el 21 de mayo de 1968, fue lo más sonado de un festejo en el que Puerta y Camino cortaron orejas y también saltaron otros dos astados excelentes: Trapero y Zotero. La corrida de San Isidro de 1969 fue sosa, pero el 26 de mayo del año siguiente don Juan Pedro se desquitó con creces; Palomo Linares realizó una gran faena de dos orejas al toro Andrajoso, premiado con la vuelta al ruedo y el trofeo al más bravo de la feria, y tanto Diego Puerta como Paquirri obtuvieron respectivamente un apéndice de Jareño y Cochambroso. De esta misma divisa fue el único al que Paco Camino cortó las dos orejas en la corrida de Beneficencia en la que lidió siete astados el 4 de junio de aquél año 1970. También se lidiaron buenos toros del viejo hierro de Veragua en el San Isidro de 1971, sobre Almacenero y Enojado, y aún más altura tuvo la novillada del 11 de mayo de 1972, con la que debutaron en Madrid Julio Robles y Capea y en la que saltaron tres magníficos toritos, llamados Voltereta, Vicioso y Opulento. Esta etapa de la ganadería de Juan Pedro Domecq en la Monumental se cerró el 21 de mayo de 1973 con la faena de Paco Camino a un gran toro castaño de nombre Cara-alta, lidiado en cuarto lugar dentro de una corrida poco brillante, en la que completaron cartel El Viti y Manzanares. CAMBIOS DE ESCENARIO La década de los 70, que tan bien comenzó en Madrid para esta y otras ganaderías punteras, iba a estar marcada por la involución “torista”, invento falaz y regresivo de ciertos críticos que destruyó el concepto clásico del toro bravo y, de paso, arruinó la brillantez del espectáculo. Dentro de este clima, don Juan Paco Camino logró importantes triunfos en Madrid con los juampedros durante los años 60 y 70. Pedro tuvo la mala fortuna de lidiar una corrida muy floja (el principal problema de su vacada en esa época), y encima televisada, en San Isidro de 1974, lo que se unió al rechazo por parte de los veterinarios de los toros que envió para la feria del año siguiente, de trapío similar a otros años precedentes. Fue la misma operación de linchamiento, calcada en sus métodos y ejecutores, que sufrieron otros ganaderos de primera fila cuyas corridas mataban las figuras: Atanasio, Carlos Núñez, o los Galache, ¡qué casualidad...!. Fallecido el genial don Juan Pedro Domecq Díez en 1975 tras una larga enfermedad, la ganadería pasó a ser dirigida por su hijo Fernando. Tres años más tarde el hierro originario de Veragua fue transferido a su hermano y actual titular, Juan Pedro Domecq Solís, quedando adscritas el grueso las reses al otro hierro familiar de igual nombre que la finca matriz: “Jandilla”. Estas circunstancias, unidas a las antes expuestas, hicieron que los juampedros, aparte de un toro suelto, sólo pisaran el ruedo madrileño una vez más a lo largo de esta década: la novillada del 16 de septiembre de 1979, en la que Andrés Blanco y el entonces niño mimado de los “puristas”, Pepe Luis Vázquez hijo, cortaron una oreja respectivamente a Lancero y Fandango, utreros ambos de gran clase. Durante los años 80 la presencia de la ganadería en Las Ventas fue muy es- casa y discontinua, pues lidió sólo toros aislados y traídos de la mano de toreros “consentidos”. No obstante, cabe destacar a varios de ellos, como por ejemplo el bravo y nobilísimo Montuno, lidiado como sobrero por Roberto Domínguez el 19 de junio de 1982, o un precioso castaño que atendió por Ruiseñor y derrochó clase y alegría en la muleta de Curro Romero la tarde del 15 de septiembre de 1984. El desmadre “torista” sufrido desde la década de los 80 fue la clave que explica la práctica ausencia de los juampedros de Madrid durante más de veinte años. En este intervalo de tiempo sucedieron cosas trascendentales: el “torismo” ya era un mal irreversible y algunos ganaderos decidieron adaptarse a ello, aumentando el tamaño, peso y cornamenta de los toros para volver a las plazas de primera. Al tiempo, como las camadas crecieron enormemente a pesar de las ventas masivas a otras ganaderías, había más animales grandes, que además ya tenían fuerza y vigor gracias a las mejoras implantadas en el manejo y crianza. En el caso de esta vacada, la reaparición en Madrid fue un éxito, marcado sobre todo por el buen juego de tres toros: el jabonero Oportuno, el negro Pitón y el colorado Voraz, lidiados el 10 de junio de 2007. El año pasado también lidió algunos toros manejables, pero más bajos de raza y en la próxima feria de San Isidro volveremos a verlos. 27