27-99 Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia, San Salvador, a las nueve horas del día seis de septiembre de dos mil uno. El presente proceso de inconstitucionalidad ha sido promovido por el ciudadano Guido Miguel Arturo Castro Duarte, estudiante, del domicilio de San Salvador, a fin que este tribunal declare la inconstitucionalidad, por vicio en su forma, del Decreto Ejecutivo n° 34, emitido por el Presidente de la República con fecha 28-IV-1992, publicado en el Diario Oficial n° 78, tomo 311, correspondiente al 30-IV-1992, de Creación del Organismo de Inteligencia del Estado (OIE); por haber sido emitido –a juicio del demandante– en contravención a los arts. 86 inc. 3°, 131 ord. 5° y 168 ord. 18° Cn. Las disposiciones del cuerpo normativo impugnado prescriben: "Art. 1. Créase el Organismo de Inteligencia del Estado, bajo la autoridad directa y dirección funcional del Presidente de la República". "Art. 2. Las funciones del Organismo de Inteligencia del Estado estarán orientadas a facilitar al Presidente de la República el asesoramiento necesario en inteligencia, referida especialmente a los campos político, económico, social y de seguridad para el logro de los objetivos nacionales". "Art. 3. El Presidente de la República en cumplimiento del mandato constitucional organizará, conducirá y mantendrá el Organismo de Inteligencia del Estado, el que estará adscrito al Ministerio de la Presidencia de la República". "Art. 4. El régimen legal, la formación personal, las líneas organizativas, las directrices operativas y, en general, la doctrina del Organismo de Inteligencia del Estado se enmarcarán dentro de los principios democráticos". "Art. 5. El Organismo de Inteligencia del Estado tendrá un Director Ejecutivo nombrado por el Presidente de la República; el resto del personal lo nombrará el Ministro de la Presidencia". "Art. 6. Para ser Director Ejecutivo del Organismo de Inteligencia del Estado se requiere ser mayor de treinta años de edad, salvadoreño por nacimiento, de notoria honradez e instrucción". "Art. 7. El Presidente de la República emitirá los Reglamentos que fueren necesarios para regular el funcionamiento del Organismo de Inteligencia del Estado". "Art. 8. El presente Decreto entrará en vigencia el día de su publicación en el Diario Oficial". Han intervenido en el presente proceso, además del demandante, el Presidente de la República y el Fiscal General de la República. Analizados los argumentos, y considerando: I. 1. El ciudadano Guido Miguel Arturo Castro Duarte, en el libelo de su demanda, expuso que "según lo establecido en la Constitución de la República, en el tercer inciso del art. 86, ‘los funcionarios del Gobierno son delegados del pueblo y no tienen más facultades que las que expresamente les da la ley’; en este sentido, el Presidente de la República debe limitarse estrictamente a las facultades que la Constitución le otorga, especialmente las establecidas en el art. 168 Cn., entre las que el ord. 18° le faculta a ‘organizar, conducir y mantener el Organismo de Inteligencia del Estado’". "En ningún momento la Constitución de la República –siguió– faculta al Presidente de la República a crear el OIE según lo establece el art. 1" del decreto impugnado; "las instituciones del Estado son establecidas por la Constitución de la República y creadas mediante leyes orgánicas [producidas] mediante el proceso de formación de la ley establecido por la Constitución y no directamente por el Presidente de la República, a quien no se le ha concedido la facultad legislativa, exclusiva del Órgano Legislativo según lo establece el ord. 5° del art. 131 Cn. Ejemplo de lo anterior son la Ley Orgánica de la Policía Nacional Civil, la Ley Orgánica de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y la Ley Orgánica de la Fiscalía General de la República (sic)". Entonces –continuó–, "al ser violentadas estas facultades regidas por disposiciones constitucionales nos encontramos frente a una clara violación del orden constitucional que amenaza el principio de separación de poderes u órganos del Gobierno, pilar fundamental del sistema democrático y del Estado de Derecho. Lo anterior nos lleva a afirmar que mediante este acto el Presidente de la República violó el principio de legalidad consagrado en el art. 86 inc. 3° Cn. El Estado de Derecho se caracteriza no solo por un elemento sustantivo –el reconocimiento y la tutela de los derechos públicos subjetivos (sic)– sino también por la forma como este objetivo va a alcanzarse: el sometimiento del Estado y, dentro de él, principalmente, la Administración, a la ley. Este segundo elemento, formal, es lo que se denomina el principio de legalidad". Este último principio, según criterio del demandante, "postula que la Administración se someta en todo momento a lo que la ley establezca, principalmente lo determinado por la Constitución de la República, comprendiendo todas esas normas de carácter obligatorio para gobernantes y gobernados". Como ejemplo del cumplimiento de tal postulado señaló que, en el ord. 17° del art. 168 Cn., se establece que entre las atribuciones y obligaciones del Presidente de la República está "Organizar, conducir y mantener la Policía Nacional Civil para el resguardo de la paz, la tranquilidad, el orden y la seguridad pública, tanto en el ámbito urbano como en el rural, con estricto apego al respeto a los derechos humanos y bajo la dirección de autoridades civiles". Al no facultar la Constitución al Presidente de la República a crear la Policía Nacional Civil –dijo el peticionario–, fue la Asamblea Legislativa mediante D. L. n° 269, de 25-VI-1992, publicado en el D. O. n° 144, tomo 316, de 10-VIII-1992, la que creó la Policía Nacional Civil en uso de sus facultades constitucionales contenidas en el ord. 5° del art. 131 Cn. "De la misma forma al Presidente de la República la Constitución solo lo faculta a organizar, conducir y mantener el OIE y no a crear dicho organismo, por lo que el Presidente de la República se sobrepasó sus facultades constitucionales al crear mediante decreto ejecutivo al OIE". Por lo anteriormente expuesto, el actor pidió "se declare inconstitucional el D. E. n° 34, de 28-IV-1992, publicado en el D. O. n° 78, tomo 311, de fecha 30-IV-1992, que contiene el Decreto de Creación del Organismo de Inteligencia del Estado, por violar lo dispuesto en los arts. 86 inc. 3°, 131 ord. 5° y 168 ord. 18° Cn." 2. Por su parte, el Presidente de la República, Lic. Francisco Guillermo Flores Pérez, al dar cumplimiento a lo ordenado de conformidad con el art. 7 Pr. Cn., dijo que "a fin de llevar un orden lógico de los fundamentos que justifican la constitucionalidad del cuerpo normativo que ahora se impugna, el informe que ahora rindo tendrá el siguiente orden: (1) Noción sobre el principio de la división o separación de poderes; (2) Competencia de los Órganos de Gobierno, específicamente del Ejecutivo; y (3) Reserva administrativa". A. La teoría de la separación de poderes –reseñó–, surgió "como un mecanismo para garantizar a los ciudadanos la libertad y sus derechos fundamentales, pues fue una contraposición al poder totalitario y arbitrario de las monarquías absolutas. La noción fundamental [de tal teoría] estriba en que todo gobernante con poder absoluto tendía a abusar del mismo, por lo tanto, para evitar esa arbitrariedad, la solución fue dividir el poder del gobernante. Hoy en día nuestra Constitución reconoce que el poder del Estado es uno solo y emana del pueblo, pero que lo ejerce a través de los órganos fundamentales del Gobierno que son el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial. Es así como la separación de funciones tiende a hacer a cada categoría de los Órganos del Estado independiente de las otras. Dicha división consiste en la distribución de funciones entre los órganos que componen el Estado. A través de dicha figura la Constitución misma otorga a cada uno de los órganos una competencia para su ejercicio, con sujeción a la misma". "Los órganos del Estado –siguió– se encuentran en el deber inexorable de respetar los siguientes principios que sustentan al de separación de funciones referido: (a) las decisiones que emanan de dichos órganos, deben estar ajustadas a los procedimientos formales que la Constitución prescribe para que éstos puedan ejercer libremente sus competencias; (b) los órganos se encuentran obligados además –por la fuerza normativa de la Constitución– a que el contenido de las decisiones que adopten, deben estar adecuadas y apegadas a la Ley Fundamental; y, finalmente, (c) deben atenerse al plano jerárquico dentro del cual se sitúa la Constitución, con la finalidad de integrar válidamente el sistema unitario del ordenamiento jurídico ordinario". "La división o separación de funciones –concluyó, respecto de este punto– procura el mantenimiento de un clima de independencia necesaria entre los distintos órganos que integran al Estado, con la única finalidad de evitar posibles intromisiones indebidas de cada órgano para que éstos realicen con eficiencia cada una de las atribuciones, funciones o competencias a ellos encomendada por la misma Constitución; en el entendido que, pese a la existencia de la división de funciones, no puede permitirse que ésta sea un escudo para que los órganos de poder actúen libremente a su exclusivo juicio". B. En cuanto a la competencia de los órganos del Gobierno, específicamente del Ejecutivo, sostuvo el Presidente de la República que "cuando se habla de la competencia de los órganos de Gobierno, es decir, de la determinación de las funciones de cada uno de los órganos, no debe perderse de vista que el objetivo de ésta es eminentemente técnico, pues solamente a través del reparto de funciones entre los tres órganos, Legislativo, Ejecutivo y Judicial, es que se encomiendan distintos cometidos a distintos órganos, para lo cual la Constitución los dota directamente de sus correspondientes competencias; lo anterior sobre la base de una búsqueda previa tendiente a determinar las actividades estatales y sus relaciones mutuas, con el objeto de estructurar los organismos o entidades que en definitiva deberán cumplirlas". Ahora bien, referente a la competencia y funciones confiada por mandato constitucional al Órgano Ejecutivo, éstas –a juicio del mandatario– "se constituyen básicamente en las siguientes: conducción política del Estado, control político, conducción administrativa, conducción de las fuerzas armadas y participación en el proceso de formación de ley. Sobre estas competencias bien definidas es que no se encuentra autorizado ninguno de los demás órganos del Estado a invadir, pues ello se convertiría en una transgresión al principio de separación de poderes". C. Establecido lo anterior, mencionó en relación con la "reserva administrativa", que "la Constitución es la única legítimamente encargada del reparto de competencias, entendiendo a éstas como el conjunto de facultades y poderes atribuidos a los tres Órganos del Estado; en otras palabras, es la distribución de los asuntos entre órganos que emanan de la Ley Suprema, ya que de ésta derivan una masa de órdenes, ejecuciones, de prohibiciones o actividades y de habilitaciones y permisiones que, en su conjunto, se proponen desarrollar a la misma Constitución. Se advierte además que cuando la misma Constitución encomienda competencias específicas a uno de los órganos del Estado para desarrollarlas, tales competencias se alojan en la zona de reserva que es propia de ese determinado órgano, volviéndose de esa manera, esa zona, inmune a la interferencia o penetración de otro órgano o de los otros dos órganos; pues si la Constitución exige a cada órgano respetar las zonas o áreas de reserva de los otros y el principio de separación de poderes, absurdo sería pensar que, dependiendo de las intenciones o motivaciones propias de cada uno de éstos, se valide o autorice algún tipo de intromisión". En el presente caso –afirmó–, "es claro que estamos en presencia de una reserva administrativa, denominada así porque está conferida al Órgano Ejecutivo, en tanto ha sido la misma Constitución la que ha confiado de manera expresa al Presidente de la República la organización, conducción y mantenimiento del OIE –art. 168 ord. 18° Cn.–; por lo que esa materia no podrá ser susceptible de regulación por el Órgano Legislativo. A partir que la Constitución misma establece la existencia real del OIE, no puede entenderse otra cosa más que es la misma Ley Fundamental la que crea por mandato constitucional dicha entidad, y el depositar su conducción en el propio Presidente de la República, ello significa que el Órgano Ejecutivo, a través de su máximo representante, posee, en virtud de dicho mandato, una esfera propia y excluyente, en la que ninguno de los otros órganos puede introducir algún tipo de modificación". "Y es que –siguió–, cuando el demandante le atribuye una violación constitucional al Presidente, por haber emitido éste un decreto sin potestades para ello, se olvida que la misma Constitución es la que ha autorizado al Presidente a hacerlo, pues con la simple lectura del art. 168 ord. 18° Cn. está claro que es una obligación que no ofrece posibilidad alguna de no acatarse, y que es el Presidente quien debe asumir tanto la organización, conducción y el mantenimiento del Organismo ya mencionado". En conclusión, el Presidente de la República consideró que "la sola configuración del OIE en el texto o normativa constitucional, es suficiente para determinar y concluir que dicha entidad no necesita de ningún acto de creación propiamente dicho, pues es la misma Constitución la que la ha dotado de existencia propia y la ha situado específicamente dentro del ámbito o esfera de control del Órgano Ejecutivo a través del Presidente de la República, por lo que no es cierto que por el hecho que el Órgano Legislativo no haya ‘emitido un decreto de creación de tal organismo’, ello resulte en una transgresión al ordenamiento constitucional, sino todo lo contrario, debe partirse del hecho que la Constitución ha reservado todo el aparato de inteligencia del Estado al Presidente de la República. El decreto que ahora se impugna, además de reafirmar la creación del OIE, creado por la Constitución, establece los principios fundamentales sobre los cuales deberá descansar el mismo". 3. Al emitir su opinión según lo prescrito en el art. 8 Pr. Cn., el Fiscal General de la República, Lic. Belisario Amadeo Artiga Artiga, opinó que "es una verdad lo que se dice en el art. 86 inc. 3º Cn. En el caso que nos ocupa no es cierto que el señor Presidente de la República se haya excedido de esas facultades al crear el OIE, mediante el D. E. n° 34, de fecha 28-IV-1992; como tampoco se pretende por parte del impetrante decir que con ese decreto ejecutivo se está irrespetando la división de los poderes, tampoco es cierto; lo que sucede es que al hacer el análisis del art. 168 ord. 18° Cn., éste debe ser analizado en forma sistemática y no en forma aislada, ya que si se pone un poco de atención, la creación de dicho organismo es de nacimiento de la misma Constitución; por consiguiente, lo que hizo el señor Presidente de la República, es cumplir con eso que manda la Carta Magna, cuando le dice que organice dicho organismo, es aquí el punto de confusión del impetrante del recurso de inconstitucionalidad (sic), ya que si hacemos un poco de estudio de esa palabra organizar, dentro de las acepciones que tiene dicha palabra, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa también fundar, dicho en otras palabras, lo que la Constitución le manda al Presidente de la República, es fundar ese organismo y luego, que lo conduzca y lo mantenga. En consecuencia creo que hay un enfoque equivocado por parte del demandante". Por otro lado, afirmó que "cuando la Constitución encomienda competencias específicas a uno de los órganos del Estado para desarrollarlos, esto en ningún momento constituye injerencia de un órgano a la función de otro, sino que esa competencia específica es una reserva que se constituye propia de un órgano del Estado y en el caso de la fundación u organización del OIE, es propia del Poder Ejecutivo (sic), por medio de su titular, pues es el Presidente de la República". En consecuencia, el Fiscal General de la República, pidió se declare "improcedente la declaratoria de inconstitucionalidad demandada por el ciudadano Guido Miguel Arturo Castro Duarte". II. Expuestos los argumentos vertidos por el demandante para evidenciar la inconstitucionalidad del cuerpo normativo impugnado, las razones aducidas por el Presidente de la República para justificar su conformidad con la Constitución y la opinión del Presidente de la República, corresponde identificar el motivo de inconstitucionalidad que habrá de decidirse en esta sentencia, así como el iter lógico que llevará la decisión. 1. El demandante, en esencia, pide que se declare inconstitucional el Decreto de Creación del OIE pues, a su entender, el mismo viola los arts. 86 inc. 3°, 131 ord. 5° y 168 ord. 18° Cn., ya que no fue emitido por el órgano competente. En efecto, el ciudadano Castro Duarte asegura que el Presidente de la República –quien emitió el citado decreto– sólo está facultado constitucionalmente para organizar, conducir y mantener el OIE, pero no tiene la facultad para emitir el cuerpo normativo a través del cual se le da existencia. 2. Para efecto de decidir sobre tal motivo, previa explicación de las razones jurídicas para considerar el argumento del demandante como una inconstitucionalidad por vicio de forma (III 1), y para desestimar una ampliación de la pretensión luego de que la autoridad emisora rinda su informe de conformidad al art. 7 Pr. Cn. (III 2); se procederá a hacer una somera consideración sobre la posibilidad que esta Sala emita un pronunciamiento de inconstitucionalidad por conexión (III 3). Posteriormente, se establecerá el porqué no se considera adecuadamente configurado un punto de la pretensión del demandante –lo relativo a la supuesta vulneración del art. 131 ord. 5° Cn.– (IV), para luego analizar los conceptos de reserva de ley (V) e inteligencia de Estado, estableciendo si existe o no reserva de ley para la creación, en nuestro país, del OIE (VI); finalmente, se hará la adecuación de todas estas consideraciones a la pretensión objeto de estudio (VII), lo cual posibilitará dictar el fallo que corresponda constitucionalmente. III. Como se expuso, previo al análisis de la pretensión del actor, se analizará el tipo de argumento de inconstitucionalidad esgrimido por el ciudadano Guido Castro Duarte (1); la ampliación de la pretensión de inconstitucionalidad y la figura conocida como "inconstitucionalidad por conexión" (2). 1. El ciudadano Castro Duarte afirma en su demanda que el Presidente de la República no tenía competencia para haber emitido el decreto de creación del OIE, puesto que es materia reservada a ley en sentido formal, de acuerdo a los arts. 86 inc. 3°, 131 ord. 5° y 168 ord. 18° Cn. Partiendo de ello, es necesario establecer si el actor está solicitando una inconstitucionalidad por vicio de forma o por vicio de contenido, ya que cada una de estas argumentaciones tienen requisitos de procedencia específicos. A. El demandante, como se ha dicho, reclama en esencia la falta de competencia material del Presidente de la República para emitir el estatuto básico de la normatividad del OIE; para poder encajar esta falta de competencia como vicio de forma o de contenido, hay que traer a cuenta que la inconstitucionalidad por vicio de forma se refiere al procedimiento general que la Constitución establece para la promulgación de una disposición jurídica; en otras palabras, el proceso jurídico-constitucional para su validez. B. El concepto validez es un concepto estrictamente formal, de manera que dentro de nuestro sistema jurídico, un "acto" normativo será válido cuando haya sido producido de acuerdo con lo que establezcan las normas sobre producción jurídica. En ese orden de ideas, pueden distinguirse tres clases fundamentales de tales normas: (a) las que atribuyen la competencia de los sujetos habilitados para la producción de disposiciones jurídicas; (b) las que determinan el procedimiento para el ejercicio de esa competencia; y (c) las que determinan, circunscriben o limitan el ámbito en que puede ejercerse la competencia. Entonces, el argumento tendente a evidenciar la falta de competencia del Presidente de la República para emitir el estatuto jurídico básico del OIE, definitivamente que está asociado con una supuesta inconstitucionalidad por vicio en su validez; esto es que, en el fondo, el demandante pretende la declaratoria de inconstitucionalidad del decreto ejecutivo de creación del OIE, por adolecer de un vicio de forma –violación a las normas que atribuyen la competencia–. Entonces, si dicha pretensión resulta estimada en la presente resolución, todo el decreto mencionado será inconstitucional, por adolecer de un defecto tal que provoca su expulsión total del ordenamiento jurídico salvadoreño. 2. El actor, en el petitorio de su demanda, solicitó la declaratoria de inconstitucionalidad del D. E. n° 34, de 28-IV-1992, de creación del OIE; sin embargo, en la prosecución del procedimiento, en específico en su escrito agregado a fs. 16-17, pidió a esta Sala que de estimarse su pretensión también se declare, consecuentemente, la inconstitucionalidad del Reglamento del OIE. Como se aprecia fácilmente, el supuesto anterior está reñido con la figura procesal de la "ampliación de la demanda", aunque relacionado con la denominada "inconstitucionalidad por conexión", por lo que a continuación se pasará al análisis de estos aspectos para determinar, en primer lugar, si procede o no la ampliación de la demanda del ciudadano Castro Duarte y, en segundo lugar, si estamos o no en presencia de una posible inconstitucionalidad por conexión, la cual existirá o no independientemente del resultado positivo o negativo de la primera interrogante. A. La ampliación de la demanda supone una modificación del objeto procesal que puede ocasionar, por su extemporaneidad, indefensión al demandado. En efecto, por ampliación de la demanda puede entenderse la modificación del objeto procesal efectuada fuera del momento de presentación de aquélla. Se entiende que hay modificación si concurre al menos una de las siguientes causas: (a) la adición de un nuevo objeto o pretensión, en cuyo caso se pretende la incorporación de un nuevo thema decidendi, ampliando la petición original; y (b) la mutación o cambio total de la pretensión originaria, por alteración del petitum o de las circunstancias fácticas que le sirven de fundamento a la causa petendi, al introducirse hechos de naturaleza distinta. Ahora bien, hay que aclarar que en la simple aportación de nuevos argumentos fácticos relativos al objeto de la pretensión delimitado in limine litis, o su complementación, no se habrá producido una ampliación de la demanda, puesto que aquél no habrá sufrido ninguna alteración material. Frente a esta posibilidad –la de ampliar la demanda–, los ordenamientos jurídicos procesales optan bien por prohibirla en su totalidad o bien por limitarla en el tiempo, estableciendo las reglas precisas a través de las cuales se pueda legítimamente ampliar la demanda –es decir, sin causar indefensión a la parte contraria–. Para el caso, el Código de Procedimientos Civiles prescribe en su art. 201 que, después de contestada la demanda, esta "no puede variarse ni modificarse bajo concepto alguno"; con lo cual resulta evidente que, si bien dicho código permite la ampliación de la demanda, esta se encuentra limitada en el tiempo, pues se podrá ampliar la demanda en un proceso civil siempre y cuando el demandado no la haya contestado. Ahora bien, como el plazo para contestar la demanda es preclusivo, también habría que entender que no obstante una eventual incomparecencia del demandado, la oportunidad procesal para ampliar una demanda –en este supuesto específico– se cierra al concluir los plazos señalados para que el sujeto pasivo de la pretensión conteste la demanda o manifieste su defensa. En lo que respecta a la L. Pr. Cn., no hay ninguna norma que regule este supuesto; no obstante ello, como en la práctica se plantean casos en los cuales los actores amplían sus demandas en la prosecución de los procesos constitucionales –in persequendi litis–, este tribunal ha construido jurisprudencia al respecto integrando el derecho. Por ejemplo, en la Resolución de Sobreseimiento de 8-X-1998, dictada en el proceso de Amp. 308-97, este tribunal ha aplicado supletoriamente el art. 201 C. Pr. C. en el proceso de amparo; asimismo, es claro que la preclusión de la oportunidad de modificar la demanda está justificada en razón de la determinación del thema decidendum a discutirse en un caso concreto, pues permitir el constante cambio de los fundamentos de una pretensión afectaría tanto la seguridad jurídica como la igualdad de las partes en el proceso; por tanto, la rendición del informe justificativo de la autoridad demandada en el proceso de amparo, o por tratarse de un proceso que se impulsa oficiosamente, el vencimiento de dicho plazo, supone la preclusión de la oportunidad para modificar la demanda. En lo que respecta específicamente al proceso de inconstitucionalidad, es necesario afirmar que la ampliación de la demanda puede darse siempre y cuando no se haya rendido el informe que ordena el art. 7 Pr. Cn. o siempre que no se haya vencido el plazo estipulado en dicha norma, para el caso de que no se haya rendido el informe. A contrario sensu, cualquier variación de la pretensión –ampliación o cambio– concluido el plazo del art. 7 Pr. Cn. o rendido el informe, deberá rechazarse porque causaría indefensión al sujeto pasivo de este proceso de inconstitucionalidad, pues posibilitaría el que se dicte sentencia definitiva sobre puntos no propuestos in limine ni debatidos formalmente en la prosecución del procedimiento. B. En el presente caso, el demandante, a través de escrito agregado a fs. 16-17, pretende introducir una nueva petición a este tribunal, pues solicita que, además de la declaratoria de inconstitucionalidad del decreto de creación del OIE planteada in limine, se declare, por consecuencia, la inconstitucionalidad de su reglamento; sin embargo, dicha ampliación es vertida con posterioridad a la fecha de presentación del informe que ordena rendir el art. 7 Pr. Cn. En virtud de lo anterior, es improcedente considerar legal y formalmente ampliada la demanda del ciudadano Guido Castro Duarte, por su extemporaneidad. C. Ahora bien, este rechazo no veda la posibilidad que, en virtud de una posible estimación de la petición realizada in limine litis –y que le dio origen a este proceso constitucional– pueda, por conexidad, declararse la inconstitucionalidad de algún reglamento vinculado al decreto de creación del OIE. Y es que, se parte de que esta Sala, cuando entra a dictar sentencia definitiva en un proceso de inconstitucionalidad, emite una declaración en los límites de la impugnación. Sobre tal postulado se basa principalmente el principio de congruencia en el proceso de esta naturaleza, según el cual este tribunal debe, por tanto, atenerse en su juicio al thema decidendum y al petitium, tal y como resultan del auto interlocutorio de admisión, y no puede decidir –sobre todo– ultra petita. Así, cuando una o más disposiciones objeto del proceso de inconstitucionalidad se encuentran en contradicción con la Constitución, esta Sala dicta una decisión definitiva de estimación –satisfactiva o estimativa–, tras la cual dichas disposiciones no pueden aplicarse a partir de su publicación en el Diario Oficial. Sin embargo, un tipo particular de decisión estimativa es la que abarca una inconstitucionalidad "derivada" o "conexa", según la cual este tribunal, como excepción al principio de congruencia señalado, cuando llega a la declaración de inconstitucionalidad de una disposición, declara además cuáles son las otras disposiciones o cuerpos normativos cuya inconstitucionalidad se deriva como consecuencia de la decisión estimativa adoptada. Ello con la finalidad de no consentir que una disposición o cuerpo legal quede en vigor cuando otro, que constituye su necesario presupuesto o fundamento, se declara inconstitucional. D. Admitida la posibilidad de emitir un pronunciamiento de "inconstitucionalidad por conexión", hay que examinar si sus postulados pudiesen ser de aplicación en caso de estimar la pretensión del ciudadano Castro Duarte. El demandante solicitó en el libelo de su demanda la inconstitucionalidad del decreto de creación del OIE. Ahora bien, examinando la legislación salvadoreña vigente, se advierte que dicho decreto posee un reglamento que lo desarrolla. En efecto, a través del D. E. n° 60, de 29-VI-1992, publicado en el D. O. n° 120, tomo 316, de fecha 1-VII-1992, se creó el "Reglamento del Organismo de Inteligencia del Estado", con la finalidad –de acuerdo al considerando II del mismo– de "regular, facilitar y asegurar" la aplicación del decreto de creación, ya que el art. 7 de este último prescribe textualmente que "el Presidente de la República emitirá los reglamentos que fueren necesarios para regular el funcionamiento del Organismo de Inteligencia del Estado". Dicho decreto, pues, en esencia, regula el funcionamiento del OIE a partir del establecimiento de su estructura jerárquica y sus competencias; de lo cual resulta evidente que si el decreto de creación se estima inconstitucional –en este caso específico, por el supuesto vicio de forma señalado por el demandante de este proceso–, el Reglamento del OIE perdería su razón de ser, ya que la norma superior que le sirve de fundamento para su origen desaparecería del ordenamiento jurídico por efecto de la eventual sentencia estimativa. Entonces, advertida esta circunstancia, de estimarse la pretensión del ciudadano Castro Duarte, por conexión, este Tribunal también procedería a declarar la inconstitucionalidad de su reglamento, aunque no haya sido considerado oportunamente por el demandante. IV. Solventadas las anteriores cuestiones previas, es necesario, antes de entrar al fondo en el presente caso, hacer algunas consideraciones con relación a la adecuada configuración de la pretensión de inconstitucionalidad en algunos aspectos; para ello, se analizará lo relativo a un vicio que genera imposibilidad absoluta de juzgar el caso: el fundamento jurídico erróneo de una disposición citada como parámetro de control. 1. Lo primero que hay que señalar es que si la pretensión del demandante en un proceso de inconstitucionalidad invoca como parámetro de control una disposición constitucional pero le atribuye un contenido inadecuado o equívoco, este tribunal tendrá defecto absoluto en su facultad de juzgar por no ser el fundamento jurídico señalado el propio de la disposición constitucional propuesta como parámetro; asimismo, que si el demandante no expone la argumentación suficiente o necesaria para evidenciar la inconstitucionalidad alegada, dejando en total indeterminación el fundamento jurídico de su pretensión, tambien habrá defecto absoluto en la facultad de juzgar de esta Sala, debiendo en ambos casos rechazar la demanda en el estado en que se encuentre, a través de la figura de la improcedencia, si el vicio es advertido in limine litis, o a través del sobreseimiento –en aplicación analógica de los arts. 18 y 31 Pr. Cn.–, si es advertido in persequendi litis. 2. Corresponde entonces analizar un punto de la pretensión del actor, para determinar si hay o no defecto absoluto para su juzgamiento en los términos expresados anteriormente. El demandante expone que el decreto de creación del OIE no fue emitido, a su criterio, por el órgano competente, puesto que el Presidente de la República sólo está facultado para organizar, conducir y mantener el OIE, pero no lo está para crearlo, de conformidad a los arts. 86 inc. 3° y 168 ord. 18° Cn.; sin embargo, también señala como parámetro de control el art. 131 ord. 5° Cn., el cual textualmente prescribe: "Corresponde a la Asamblea Legislativa: 5°. Decretar, interpretar auténticamente, reformar y derogar las leyes secundarias". Sobre ello, es pertinente señalar que el art. 131 ord. 5° Cn. no se refiere, como afirma al demandante, a las potestades del Presidente de la República ni a la creación del OIE; más bien, el contenido de tal disposición constitucional –sin ánimos de exquisita exactitud– se refiere a la potestad legislativa encomendada a uno de los Órganos del Gobierno, la Asamblea Legislativa; lo cual nos indica claramente que el sustrato fáctico del demandante no se relaciona, en modo alguno, con las facultades inherentes de tal órgano, puesto que más bien aquél se ha dirigido a evidenciar una supuesta violación a las normas constitucionales que regulan al OIE y que establecen, de un modo genérico, las facultades del Presidente de la República. Desde esta perspectiva, carece de sentido entrar a conocer sobre una posible violación al art. 131 ord. 5° Cn., cuando los argumentos esgrimidos por el demandante no guardan relación directa con el contenido material de dicha disposición, pues el posible exceso en la competencia de un órgano del Gobierno no es argumento suficiente para entrar a revisar una eventual inconstitucionalidad cuyo parámetro de control sea una norma que regula las competencias de otro órgano; por ello, corresponde sobreseer respecto de este punto de la pretensión, por vicio en su fundamento jurídico. V. Depurada la pretensión del ciudadano Castro Duarte, resulta necesario en este estado analizar la figura de la denominada "reserva de ley". En ese sentido, previo análisis del estatuto básico del órgano a cuyo favor se instaura la misma –la Asamblea Legislativa– así como de la finalidad y principios que rigen tal principio (1 y 2), se abordará a continuación el análisis de la problemática de las materias "sometidas" a dicha reserva (3). 1. En contraposición a la época absolutista, en que el poder se concentraba total y absolutamente en la figura del monarca, surge desde los albores del constitucionalismo contemporáneo –o constitucionalismo stricto sensu– la idea de que el poder no debe estar concentrado en una sola mano, y a partir de ahí aparecen las primeras teorías sobre la "división de poderes", o de los "frenos y contrapesos", que básicamente establecen la idea rectora de que el ejercicio dividido –o separado–del poder constituye un mecanismo de control y limitación del mismo, así como de respeto de los derechos de los individuos frente al Estado. Así es como, en la actualidad, la Constitución Salvadoreña reparte las atribuciones y competencias derivadas del poder público, en tres órganos diferentes: la Asamblea Legislativa (arts. 121 y ss. Cn.), el Órgano Ejecutivo (arts. 150 y ss. Cn.) y el Órgano Judicial (arts. 172 y ss. Cn.), siendo concebido el primero de tales órganos –el Legislativo– como la "representación" directa del pueblo, bajo el supuesto de que todos los ciudadanos, mediante el ejercicio del sufragio, le delegan la potestad principal de emitir la normatividad que habrá de vincular a la generalidad. Ahora bien, para evitar que dentro de la Asamblea Legislativa se rompa con aquella idea histórica de surgimiento, y siendo su principal función la producción de leyes, también la configuración constitucional del procedimiento de elaboración de tales fuentes está determinado en gran medida por la consagración de los principios democrático y pluralista (art. 85 Cn.), que no sólo se reflejan en la composición de la Asamblea Legislativa, sino también en su funcionamiento. El primero de tales principios –el democrático– implica la existencia de la igualdad y la libertad, doble carácter que ha llegado a ser, a lo largo de la historia, indivisible. Al interior de la Asamblea Legislativa implica, por un lado, que los procedimientos legislativos deben dotarse de mecanismos efectivos que posibiliten que todas las posiciones políticas puedan expresarse libremente en la discusión de los intereses de la colectividad, pues se asume que la voluntad parlamentaria únicamente puede formarse por medio del libre debate y la contradicción, es decir, que las soluciones, compromisos y leyes que se creen o adopten deben ser producto de la discusión pública de las diferentes opciones políticas; y, por otro, que el procedimiento legislativo actúe como una garantía de que las decisiones se adoptarán por voluntad de la mayoría de los grupos parlamentarios, pero con la participación de las minorías en el debate, pues la democracia –como principio– obliga a mantener abierto el pluralismo mediante el reconocimiento de las libertades individuales y colectivas. Por ello, estrechamente relacionado con el anterior se encuentra el principio de pluralismo, el cual, como ha sostenido este tribunal en anterior jurisprudencia, tiene dos dimensiones básicas: el pluralismo ideológico, el cual en contraposición al totalitarismo o integralismo, implica favorecer la expresión y difusión de una diversidad de opiniones, creencias o concepciones, a partir de la convicción de que ningún individuo o sector social es depositario de la verdad, y que ésta sólo puede ser alcanzada a través de la discusión y del encuentro entre posiciones diversas; y el pluralismo político, el cual, en contraposición al estatismo, implica el reconocimiento y protección a la multiplicidad de grupos e instituciones sociales que se forman natural y espontáneamente entre el individuo y el Estado, las cuales, aunque no forman parte de la estructura gubernamental, sí influyen en la formación de las decisiones políticas. En suma, se deduce la necesidad general que la intervención de los distintos grupos parlamentarios, reflejados en los trabajos de las distintas comisiones y en las discusiones en el pleno, se garantice por medios de los principios democrático y pluralista, los cuales a su vez posibilitan –como se explicó– la contradicción y el libre debate público (art. 135 Cn.). Al ser la Asamblea Legislativa, por excelencia, el órgano de representación del pueblo (art. 125 Cn.), está en la obligación de ser aquel que presente el mayor nivel de divulgación y debate de sus actos, con el propósito de que los administrados conozcan no sólo lo que se está haciendo, sino también cómo se está haciendo, para poder así, eventualmente, avocarse a las comisiones parlamentarias y ser escuchados para exponer su parecer sobre un asunto que se debate o cuando su esfera jurídica –aún bajo el supuesto de que la actividad legislativa se proyecta hacia la comunidad– pueda resultar afectada por una decisión legislativa; ello coadyuvará al imperio de la seguridad jurídica, consagrada como valor constitucional en el art. 1 Cn. Por todo lo dicho, puede sostenerse válidamente que estos principios, que el constituyente reconoció como orientadores de la actividad legislativa, deben garantizarse por medio del procedimiento de formación de leyes; por cuanto, en definitiva, éstos legitiman toda creación legislativa. 2. En el parágrafo anterior se partió de la idea de la "división de poderes" frente al totalitarismo, como una forma de limitación y control del poder público, en beneficio de los derechos de los individuos. Ahora bien, para una adecuada armonía entre los órganos entre los que se "reparte" el poder (el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial), se crea lo que se puede denominar las respectivas zonas de reserva. La zona de reserva de cada órgano compone un margen de competencias propias y exclusivas que no pueden ser interferidas por otro órgano; hay, así, una zona de reserva de ley (o de la Asamblea Legislativa); una zona de reserva de la administración (o del Ejecutivo); y una zona de reserva judicial. Para el caso, interesa examinar –para así poder darle contenido, aunque sea ilustrativo– a la zona de reserva de ley, teniendo en cuenta los postulados y los principios que rigen al órgano depositario de la misma. El concepto reserva de ley surge en el siglo XIX en Alemania y perdura hasta nuestros días, aunque no opera de la misma forma en los distintos ordenamientos jurídicos. Sin embargo, se puede afirmar que la reserva de ley es la garantía de que un determinado ámbito vital de la realidad, dependa exclusivamente de la voluntad de los representantes de aquellos involucrados necesariamente en dicho ámbito: los ciudadanos. Ahora bien, interpretando integralmente nuestra Constitución y tomando en consideración anterior jurisprudencia emitida por este tribunal en esta misma clase de procesos, podríamos afirmar que en el modelo salvadoreño, tal reserva es un medio para distribuir la facultad de producir disposiciones jurídicas entre los órganos y entes públicos con potestad para ello, otorgándole preferencia a la Asamblea Legislativa en relación con ciertos ámbitos de especial interés para los ciudadanos; preferencia que surge precisamente de los principios que rigen al Órgano Legislativo, esbozados en el parágrafo anterior. En efecto, únicamente la Asamblea Legislativa puede garantizarle a los ciudadanos conocer las distintas propuestas y posiciones sustentadas por los diferentes grupos políticos que los representan –los mayoritarios y los minoritarios–. Este debate no implica, obvio es decirlo, que la mayoría, al interior de la Asamblea, deba ceder en sus planteamientos, pero sí permite definir al Órgano Legislativo, de acuerdo a los principios que la rigen, como una institución política formal representativa del pluralismo político y, en su sentido más amplio, del principio democrático. El pluralismo, la democracia, el libre debate, la publicidad, entre otras cosas, justifican una institución como la "reserva de ley" a favor de la Asamblea Legislativa, para la producción de disposiciones que rigen determinados ámbitos de la vida; dicha reserva supone una garantía para que la regulación normativa de determinadas materias se efectúe por el Órgano Legislativo, como modo de asegurar, por otro lado, que su adopción venga acompañada necesariamente de un debate público en el que puedan concurrir libremente los distintos representantes del pueblo. Forma de trabajo que dista mucho –por la misma conformación y principios rectores distintos que los rigen– de la labor del Órgano Ejecutivo, en donde no se sabe con detalle qué hace un presidente, así como tampoco se sabe qué hace un ministro en una reunión privada; mientras que la Asamblea, por los principios señalados –y básicamente la representación popular–, debe y tiene que ser lo más abierta y pública posible. En resumen, la preferencia hacia la ley en sentido formal para ser el instrumento normativo de ciertas materias, proviene del plus de legitimación que posee la Asamblea Legislativa por sobre el resto de órganos estatales y entes públicos con potestad normativa, por recoger y representar la voluntad general. 3. El siguiente problema fundamental es, entonces, determinar en un ordenamiento jurídicoconstitucional como el nuestro –en donde hay varios sujetos con potestades normativas, como ha reconocido este tribunal en su jurisprudencia–, cuáles materias se entienden incluidas en la zona de reserva de ley. Ello obliga a señalar, sin animo exhaustivo y sí de indicación general, los criterios que permitan prever razonablemente qué ámbitos de la realidad normada están sometidos a la reserva de ley. A pesar que la construcción de las materias que se entienden reservadas, así como del alcance de estas reservas, es un ejercicio interno dentro de cada Estado a cargo específicamente de la jurisdicción constitucional, el cual depende muchas veces de lo expreso o tácito que haya sido el constituyente sobre el particular, se ha coincide por la doctrina en ciertas materias, a partir de las cuales se pueden establecer las ideas rectoras de la reserva de ley. El punto de partida es la idea que la reserva de ley no está constituida sobre un único objeto, sino que se mueve en diferentes ámbitos formando un conjunto heterogéneo, alcanzando aspectos relacionados básicamente –según el modelo liberal, de aplicación todavía actual– con el patrimonio, la libertad, la seguridad y la defensa. Con relación al primero, están reservados a ser establecidos por ley, v. gr., los impuestos y la expropiación forzosa, pues, en efecto, no se concibe que los impuestos puedan ser establecidos por el Ejecutivo, si dicho órgano es el que va a hacer uso de esos fondos, permitiendo la reserva de ley el ejercicio de cierto control de un órgano sobre otro. Con relación a la libertad –y en parte con el patrimonio–, también está reservada a la ley la elaboración del catálogo de los delitos y las penas, como supuestos que habilitan al Estado a privar de la libertad, vía pena de prisión, o a afectar el patrimonio, vía pena de multa; y es que, desde Beccaria la teoría del delito ha establecido que las conductas delictivas deben estar previamente tipificadas por una ley formal, de manera que no se puedan crear por medio de un decreto ejecutivo, sino que debe concurrir la voluntad del pueblo, a través de sus representantes, señalando el tipo de conductas que se quiere sean sancionadas para el resguardo de la paz social, sea con pena de prisión, con inhabilitación, con una medida de seguridad, o bien con una multa pecuniaria. Finalmente, vinculados a la seguridad y defensa, se pueden entender reservadas a la ley la limitación a los derechos fundamentales, la configuración esencial del proceso jurisdiccional y el mantenimiento tanto de la paz social como de la seguridad –material y jurídica– de la generalidad. VI. Por lo dicho, previo a entrar al examen de la pretensión del demandante, se tiene que analizar, por su estrecha relación con aquélla, el tema de la inteligencia de Estado de forma abstracta, para poder luego –con estos elementos y con los establecidos en el Considerando anterior– interpretar la norma constitucional que le da soporte en nuestro sistema jurídico constitucional, con el fin de determinar si dicha materia está o no dentro de la zona de reserva de ley. 1. Se debe advertir de inicio que no existe una definición previa que sea aceptada universalmente acerca de los conceptos de inteligencia en general, o de inteligencia estratégica en particular; por ello, se ha optado por ofrecer aproximaciones más bien operacionales y generales a la inteligencia del Estado, antes de indagar sobre el significado preciso, pues este dependerá de la particular incidencia que la estructura estatal, constitucional y legal produzca sobre ella. En una primera aproximación al concepto de inteligencia del Estado, la misma tiene que ver con la obtención de conocimiento anticipado, pues los objetivos nacionales se formulan y se busca alcanzarlos en virtud de un conocimiento previo relativamente claro y cierto. Desde esta perspectiva, la "inteligencia interior" del Estado –que no debe confundirse con la información que reúnen agencias específicas que satisfacen necesidades de información, con límites en sus ámbitos de actuación– implica la recopilación de información con significado, técnica, oportuna y pertinente para el proceso de decisión estatal, pues anticipa y disminuye la incertidumbre en todos los aspectos –o, al menos, los más importantes y relevantes– de la realidad normada. En ese mismo orden de ideas, la inteligencia se refiere a la información y conocimiento que todo Estado debe tener por anticipado para ser capaz de propender a la satisfacción de sus intereses –que no son sino los de la comunidad política que gobierna–, recurriendo para ello a la organización, a la tecnología y a la especialización de un personal calificado. Es decir, la inteligencia corresponde un proceso de acumulación y procesamiento de la información, con el fin de utilizarla en los diversos niveles de toma de decisiones. Para tal fin, la inteligencia implica, inter alia, los siguientes aspectos básicos: conocimiento, en la medida que los requerimientos del Estado para el proceso de toma de decisiones importan la acumulación de antecedentes, su análisis, estudio y permanente actualización; organización, en cuanto que la tarea de inteligencia no se puede improvisar, sino que requiere contar con personal altamente profesionalizado, capacitado y sometido a un permanente perfeccionamiento; actividad, en la medida que la búsqueda de antecedentes requiere la movilización de diversos recursos humanos y materiales en diferentes situaciones y niveles de la sociedad; y conducción, en la medida que en su ámbito se manejan diferentes variables de poder y decisión capaces de afectar a otros niveles de la sociedad. 2. La importancia de la inteligencia radica, principalmente, en el hecho que ningún Estado contemporáneo puede adoptar decisiones adecuadas si no las basa en conocimientos de escenarios; es decir, que en la actualidad todo Estado necesita saber para hacer, y la complejidad de gobernar y administrar aumenta en forma vertiginosa dicha necesidad. En ese orden, cualquier decisión estatal que no esté respaldada por un adecuado proceso de análisis de la información pertinente, hace aumentar peligrosamente el grado de incertidumbre en el éxito o fracaso de la misma; por ello, las coyunturas nacionales requieren conocer la actualidad para decidir, y el conocer los escenarios de corto, mediano y largo plazo hacen que el núcleo de la labor de la inteligencia sea primordialmente estratégico. Lo lógico, en efecto, es que el Estado, a través del Gobierno en todos sus ámbitos, desarrolle una planificación preventiva, la cual requiere de un sistema oportuno de información que le señale indicios de los problemas emergentes, y muestren cuando ciertas variables críticas se salen del marco de control y entran en una zona de peligro que anuncia mayores problemas. Quienes dirigen un país, por tanto, no pueden menos que tener ciertas precisiones de las posibles fortalezas en el contexto, así como de las amenazas o dificultades previsibles. Por otro lado, también a mayor presencia regional y mundial –por lo mismo que ello implica–, existen mayores exigencias de inteligere, de mirar adentro. Pero también, a mayor debilidad coyuntural e interna, el Estado afectado también debe disponer de información estratégica que le procure vinculaciones estratégicas en dicho ámbito. Por tanto, el sistema nacional de inteligencia es directamente proporcional con el nivel de seguridad y desarrollo que cada Estado desea. En suma, la inteligencia estatal tiene como finalidad disminuir los grados de incertidumbre que existan en un momento dado, para adoptar determinada decisión estratégica, abriendo alternativas viables que aseguren una mayor probabilidad de éxito en la obtención del o los objetivos previamente definidos. Y es que, un sistema de inteligencia se encuentra indisolublemente unido a una política de Estado, que compromete a los órganos del Gobierno en un esfuerzo integrador con las diversas instituciones que pueden cooperar a sus fines; consecuentemente, un sistema de inteligencia que no sea asumido dentro de la integralidad de los objetivos del Estado, tiene el riesgo de convertirse en un ente autónomo y poderoso que, lejos de cooperar a la consecución de los objetivos del Estado, privilegiará la obtención de sus propios fines. Lo anterior resulta fundamental para que exista una real coordinación entre los medios y fines; para que no se haga uso político partidarista o sectorial del sistema de inteligencia; para asegurar una transparencia básica en su estructuración y fines; y, finalmente, para asegurar el respeto de los derechos de las personas. 3. Los componentes o factores en que se desdoblará la búsqueda de la información estratégica, es otro de los puntos a tratar dentro del tema de la inteligencia del Estado. Dichos componentes variarán dependiendo de las distintas realidades, pues es claro que no serán los mismos objetivos de inteligencia los que tenga, v. gr., un país industrializado, a los que tenga un país subdesarrollado. No obstante lo anterior, no parece ofrecer duda el hecho que la existencia de un sistema nacional de inteligencia comprende la obtención de información acerca de una gran variedad de aspectos de la vida nacional y de su relación con otros Estados. Así, se puede afirmar que temas como los de seguridad y defensa implican, aunque no se publiciten socialmente ni se expliciten legalmente, un apartado importante destinado a la inteligencia, independientemente del Estado de que se trate, puesto que lo único que varía es el nivel perseguido: a mayor dimensión del Estado y sus roles regionales e internacionales, mayores compromisos hay de seguridad y defensa. En efecto, los gobiernos democráticos requieren, entre otras cosas, contar con una capacidad instalada de inteligencia no sólo para defender su soberanía, sino también para orientar sus fines a la consecución de las condiciones de seguridad que la sociedad requiere para su desarrollo; es decir, todo Estado democrático necesita apoyar eficientemente el proceso integral de desarrollo social. Los objetivos específicamente relacionados con la seguridad pueden ir desde el establecer si una reunión presidencial no representa la oportunidad de un magnicidio, hasta la preocupación por saber si una subida de intereses en el ámbito financiero, que termine en un alud de quiebras de pequeñas y medianas empresas, no agravará la desocupación y la pobreza, pasando por saber si una marcha o manifestación social no será usada para provocar daños humanos o materiales en bienes públicos o privados. Todos, pues, serán aspectos de trascendencia dentro de los objetivos de inteligencia, pues se relacionan con distintos ámbitos de la realidad. VII. Con base en las anteriores premisas, corresponde ahora pasar a interpretar el art. 168 ord. 18° Cn., en relación con el art. 86 Cn., para determinar si existe o no reserva de ley para la creación del OIE. 1. El inc. final del art. 86 Cn. prescribe que "los funcionarios del gobierno son delegados del pueblo y no tienen más facultades que las que expresamente les da la ley". Por su lado, el art. 168 ord. 18°, confiere entre las atribuciones y obligaciones del Presidente de la República, la de "organizar, conducir y mantener el Organismo de Inteligencia del Estado". Frente a ello, es evidente que la Constitución no señala expresamente si el Presidente de la República tiene, dentro de la competencia que le confiere el último artículo constitucional citado, el emitir la fuente jurídica a través de la cual se cree el OIE y se determine su estatuto jurídico básico, o si sólo debe organizarlo, conducirlo y mantenerlo una vez dictada la norma de creación de aquél por el ente correspondiente –es decir, si sobre el tema existe reserva de ley–. Y es que, en general, y como ya se ha señalado en la jurisprudencia de este tribunal, en la Sentencia de 23-III-2001, pronunciada en el proceso de Inc. 8-79, Considerando VIII 2, en la Constitución Salvadoreña la exigencia de que una materia sea regulada por ley "no es explícita; por ello, y teniendo en cuenta que la Ley Suprema utiliza [el término] en innumerables disposiciones y no siempre en el mismo sentido, no puede concluirse que cada vez que utiliza el vocablo ‘ley’ se está refiriendo a los decretos de contenido general emanados de la Asamblea Legislativa. En consecuencia, la determinación de en qué casos existe reserva de ley debe hacerse caso por caso, verificando la existencia de los supuestos que priorizan a la Asamblea Legislativa sobre los otros órganos y entes investidos de potestades normativas". Ante la apertura de la Constitución, entonces, le corresponde a esta Sala de lo Constitucional determinar si existe o no reserva de ley para la creación formal del OIE, una vez avalado constitucionalmente la existencia del mismo. Para tal labor, es imprescindible tener en cuenta lo esbozado en relación a estos temas de reserva de ley e inteligencia de Estado. 2. La reserva de ley se ha conceptuado en esta decisión como un medio para distribuir la facultad de producir normas entre los órganos estatales con potestad para ello, otorgándole preferencia a la Asamblea Legislativa en relación con determinados ámbitos de especial interés para los individuos; preferencia que surge precisamente por la naturaleza y los principios que rigen al Órgano Legislativo. Se ha establecido también que la Asamblea Legislativa ostenta la representación directa del pueblo, bajo el supuesto de que todos los ciudadanos, mediante el sufragio, le delegan a dicho órgano la capacidad de emitir la legislación que vincule a la generalidad. Y que, para evitar que dentro de dicho órgano se rompa con la idea histórica de surgimiento de la reserva de ley, y siendo la principal función de la Asamblea la producción de leyes, la configuración constitucional del procedimiento de elaboración de aquéllas está determinado en gran medida por la consagración de los principios democrático, pluralista (art. 85 Cn.), libre debate y publicidad, los cuales no sólo se reflejan en la composición de la Asamblea Legislativa, sino también en su funcionamiento. Finalmente, se ha dicho que el pluralismo, la democracia, el libre debate y la publicidad, principalmente, justifican una institución como la reserva de ley a favor de la Asamblea Legislativa, para la producción de normas que rigen los ámbitos de la vida de interés general. 3. Para completar el análisis –es decir, determinar qué ámbitos están sometido a la reserva–, se partió de la idea de que la reserva de ley no está constituida sobre un único objeto, sino que se mueve en diferentes ámbitos formando un conjunto heterogéneo, alcanzando los aspectos básicos relacionados con la esfera jurídica de los individuos y de interés de la colectividad, como el patrimonio, la libertad, la seguridad y la defensa. Con este último ámbito –la seguridad, que de ser seguridad individual, material y jurídica, trasciende a ser seguridad colectiva–, se ha relacionado el tema de la inteligencia del Estado, y se ha dicho que tal concepto se refiere a la información y conocimiento que todo Estado debe tener por anticipado para ser capaz de propender a la satisfacción de los intereses generales, los cuales corresponden a un proceso de acumulación y procesamiento de la información, con el fin de utilizarla en los más diversos niveles del proceso de toma de decisiones, radicando su importancia, fundamentalmente, en el hecho que el Estado requiere basar sus decisiones en conocimiento de escenarios, es decir, que el Estado necesita saber para hacer. Finalmente, en cuanto a sus componentes, se subrayó que, si bien variarán dependiendo de las distintas realidades, la existencia de un sistema nacional de inteligencia comprende la obtención de información acerca de una gran variedad de aspectos de la vida nacional y de su relación con otros Estados, entre los que sobresalen el tema de la seguridad y defensa, puesto que la capacidad de inteligencia no sólo coadyuva para defender la soberanía del Estado, sino también para orientar sus fines a la consecución de las condiciones de seguridad que la sociedad requiere para su desarrollo, pues todo Estado democrático necesita apoyar eficientemente el proceso integral de desarrollo social. 4. Aplicando la teorización anteriormente relacionada al caso concreto, se puede perfectamente pasar a interpretar el art. 168 ord. 18° Cn., en relación con el art. 86 inc. final. La Ley Suprema, cuando establece la figura del OIE, no está haciendo otra cosa que dándole un respaldo constitucional a la materia referida a la inteligencia del Estado, la cual, es evidente, será canalizada y ejecutada por el organismo señalado ab initio. Ahora bien, si el punto anterior no tiene mayor discusión, tampoco lo tiene el hecho de que la misma Constitución establece quien organizará, conducirá y mantendrá al OIE una vez creado formalmente; sin embargo, no establece la competencia normativa para su creación. Por tanto, para solventar este problema forzosamente habrá que partir de la materia relacionada: siendo la inteligencia del Estado un aspecto vinculado estrechamente a los conceptos de seguridad y defensa de la sociedad, y estando éstos dentro de los ámbitos sometidos a la reserva de ley por poseer una trascendencia tal que obligan a cumplir con los principios democráticos, pluralista, libre debate y publicidad para su formulación normativa, es indudable que, para el caso salvadoreño, la inteligencia del Estado es una materia sometida a la reserva del Órgano Legislativo, pues es el depositario por excelencia de aquellos principios. Lo anterior significa que, al igual que en supuestos análogos como lo es el tema de la seguridad pública y la Policía Nacional Civil como institución responsable de la misma, la creación infraconstitucional y estructuración básica del estatuto jurídico del órgano encargado de la inteligencia del Estado, el OIE, debe necesariamente estar en manos de la Asamblea Legislativa, puesto que los objetivos y finalidades de la inteligencia deben responder exclusivamente a los intereses comunes de la población gobernada, especialmente en lo relativo a su seguridad y defensa colectiva, no pudiendo surgir de un órgano que no comparte los principios rectores del que ostenta en su máxima expresión la representación popular. En efecto, no es lógico, por la naturaleza de la materia, que únicamente sea, por ejemplo, el Ejecutivo del momento el que determine los objetivos, fines y ámbitos de la realidad sobre los cuales recaerá la actividad del OIE, pues la labor de ésta será permanente y debe ser matizada por el órgano que formalmente sí representa al pueblo entero. También, a título conclusivo, no puede ser que el Ejecutivo establezca unilateralmente la norma infraconstitucional marco del OIE, si será aquél el que hará uso de este organismo, pues constitucionalmente posee la facultad de organizarlo y dirigirlo. VIII. Concretando todo lo expuesto hasta este momento, y en especial lo señalado en los últimos tres Considerandos de la presente decisión, se pasará al examen de fondo de la pretensión del ciudadano Castro Duarte, la cual se fundamenta en el hecho que, a su criterio, el Presidente de la República se sobrepasó en sus facultades al dictar la norma infraconstitucional que regula al OIE, con lo cual violaría los arts. 86 inc. 3° y 168 ord. 18° Cn. 1. Al respecto, esta Sala advierte que el decreto de creación del Organismo de Inteligencia del Estado, fue emitido por el Órgano Ejecutivo, a través del D. E. n° 34, de 28-IV-1992, publicado en el D. O. n° 78, tomo 311, correspondiente al 30-IV-1992. Por tanto, y habiéndose establecido –vía interpretación como concreción– que la materia relativa a la inteligencia del Estado, en nuestro país, está sometida a la zona de reserva del Legislativo, resulta evidente que el D. E. n° 34/1992 es inconstitucional por vicio de forma, pues el órgano emisor carece de la competencia material para ello, circunscribiéndose la misma – en este aspecto y por lo establecido en el art. 86 inc. 3° Cn.– a lo prescrito en el art. 168 ord. 18° Cn. 2. Ahora bien, y sin que ello implique una violación al principio de congruencia por ultra petita, resulta que, por conexidad, al declararse la inconstitucionalidad total del Decreto Ejecutivo de creación del OIE, también deben expulsarse del ordenamiento jurídico la normativa reglamentaria vinculada a dicho decreto, emitida en cumplimiento de su art. 7. Al respecto, se tiene que el mismo Órgano Ejecutivo, a través del D. E. n° 60, de 29-VI1992, publicado en el D. O. n° 120, tomo 316, de fecha 1-VI-1992, emitió el Reglamento del Organismo de Inteligencia del Estado, para facilitar, regular y asegurar la aplicación del decreto de creación del OIE. Entonces, existiendo un reglamento para el desarrollo del decreto ejecutivo objeto de la pretensión del presente proceso, también debe declararse la inconstitucionalidad de éste, vía conexidad, ya que la norma base de su creación ha violentado la regularidad jurídica que la vincula con la Ley Suprema. Por tanto, con base en las razones expuestas en los Considerandos anteriores, disposiciones constitucionales citadas y arts. 9, 10 y 11 de la Ley de Procedimientos Constitucionales, en nombre de la República de El Salvador, esta Sala Falla: 1. Sobreséese en este proceso respecto del motivo consistente en la supuesta violación que el Decreto de Creación del Organismo de Inteligencia del Estado produce al art. 131 ord. 5° Cn., puesto que los argumentos esgrimidos por el demandante en este punto no guardan relación directa con el contenido material de dicha disposición, ya que el posible exceso en la competencia de un Órgano del Estado no es sustrato fáctico para entrar a revisar una eventual inconstitucionalidad de una norma que regula las competencias de otro órgano. 2. Declárase que el mencionado Decreto de Creación del Organismo de Inteligencia del Estado es inconstitucional por adolecer de un vicio de forma, puesto que dentro de las competencias que el art. 168 ord. 18° Cn. le otorga al Presidente de la República no se encuentra la potestad normativa para emitir un decreto que regule la materia de la inteligencia del Estado; por lo que hay una extralimitación de conformidad al inc. final del art. 86 Cn.; en consecuencia, tal vicio acarrea la inconstitucionalidad, por conexidad, del Reglamento del Organismo de Inteligencia del Estado, emitido por medio de D. E. n° 60, de 29-VI-1992, publicado en el D. O. n° 120, tomo 316, de fecha 1-VI-1992. 3. Publíquese esta sentencia en el Diario Oficial dentro de los quince días siguientes a este fecha, debiendo remitirse copia de la misma al Director de dicho órgano oficial. 4. Notifíquese la presente resolución a todos los intervinientes en el presente proceso constitucional.--------A. G. CALDERON------J. E. TENORIO---MARIO SOLANO---J. ENRIQUE ACOSTA-----------PRONUNCIADO POR LOS SEÑORES MAGISTRADOS QUE LO SUSCRIBEN---------------S. RIVAS DE AVENDAÑO-----------------RUBRICADAS------- Nota: La sentencia citada en el romano VII con Inc. 8-79, no es la correcta, siéndolo la 8-79.-