Efecto Pigmalión ¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que tienen los demás sobre nosotros? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros tiene nuestro entorno de afectos y amistades pueden llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O, por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal, movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza o por su invitación a la resignación y al abandono? Hoy me gustaría hablarles sobre el Efecto Pigmalion. Es una teoría muy interesante, de la que me parece importante informar a todos mis compañeros ya que puede ser un recurso necesario para ser competentes psicopedagogos en un futuro espero no muy lejano. Para poder adentrarnos bien en este efecto, creo necesario relatar la historia del porqué el nombre “Efecto Pigmalion”. Cuenta la leyenda que Pigmalión, rey de Chipre y escultor, no encontraba a la mujer que se acercara a su ideal de perfección femenina. Cansado de buscar, esculpió en marfil a Galatea, su ideal de mujer. Su estatua era tan bella y perfecta que Pigmalión se enamoró de ella tanto que la besaba y la vestía con preciosas telas. Pigmalión suplicó a Venus, la diosa del amor, que su estatua cobrara vida para ser correspondido. Cuando volvió a casa, observó que la piel de la estatua era suave. Besó a Galatea y ésta se despertó y cobró vida, convirtiéndose en la deseada amada de Pigmalión. Hoy en día, se utiliza la expresión “efecto Pigmalión” para describir el siguiente fenómeno psicológico: “El efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera en su conducta que la segunda tiende a confirmarlas. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, ni que sea contagiada por un tercero, puede darnos alas” Aplicamos el efecto Pigmalión constantemente en nuestras vidas, algunas veces para bien (confiando) y otras para mal (desconfiando). Los docentes no escapamos de este efecto y creamos expectativas sobre los alumnos que determinan en gran parte su rendimiento final. Los docentes deberíamos aplicar el efecto Pigmalión positivo y formular expectativas positivas sobre todos nuestros alumnos, aunque veamos indicios de que no son tan buenos, les cuesta más, parecen más vagos, etc. Las respuestas de los estudiantes mejorarán sensiblemente con este planteamiento. Pienso que ser docentes, no es sólo enseñar unas teorías o procedimientos a los alumnos, sino que creo importarte ayudarles como personas para que den lo mejor de sí en el futuro y la forma más clara es ayudarles interiormente a sentirse mejor y fomentarles su autoestima. ¿Cuánto cambiaría una persona si les apoyamos y creemos en ellos? Seguramente la mitad de las personas que estamos hoy en este mundo, habría hecho mucho más en su vida si se hubiera confiado en ellos. Como futuros asesores también creo que debo utilizar este efecto, para ayudar a nuestros asesorados en sus elecciones, de manera que se motiven a elegir según sus verdaderas posibilidades y no por medio del miedo. He encontrado este video que relata una historia real. Se titula “expectativas del profesorado” y es un ejemplo claro de cómo profesores usan el efecto Pigmalión en alumnos problemáticos de secundaria, consiguiendo de esta forma ayudarlos y motivarlos. http://www.youtube.com/watch?v=qIQJwZnSUp0 ¿Qué les ha parecido? ¿No creen necesario que esta forma de actuar traspase a todos los institutos e instituciones de nuestro país? Para terminar, lean atentamente esta aplicación tan curiosa que he encontrado sobre el efecto Pigmalión. Les animo a probarlo. Trate de hacerse cosquillas a sí mismo; no se hará reír ni a tiros. No podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos porque sabemos previamente dónde vamos a hacernos cosquillas. Sin factor sorpresa ni deseo, nuestro cerebro anticipa y anula. Se muere definitivamente el efecto Pigmalión. Sin embargo, si alguien a quien usted desea le dice que le hará cosquillas pero no le dice dónde, sólo con pensarlo le cogerá la risa tonta y hasta podrá darle un pasmo de la alegría. Y es que finalmente, como la bella Galatea, no somos de piedra.