P. M. QUAY FENOMENOLOGÍA DEL AMOR CONYUGAL CRISTIANO El uso de anticonceptivos no es sólo un atentado contra la vida, sino también contra el amor conyugal, Los anticonceptivos destruyen el amor entre los esposos y con ello su felicidad. Contraception and Conjugal Love, Theological Studies, 22 (1961), 18-401 . Muchas veces no se capta toda la fuerza del argumento de ley natural contra el anticoncepcionismo. Y sin embargo, la Iglesia condena con firmeza la unión onanistica, basándose, sobre todo, en argumentos de razón y ley natural, más que de Escritura y Tradición. Por esto intentaremos exponer aquí los aspectos más persuasivos de ese argumento de ley natural. Intento que nos llevará a una fenomenología íntegra del amor conyugal. La Ley natural ¿Qué es propiamente la ley natural? Todos los seres creados necesitan complementarse, tanto más cuanto más altos están en la escala del ser. Perfeccionamiento que alcanzan por la actividad, que desarrolla lo que sólo poseían en germen. El hombre mismo ha sido creado por Dios de modo que acabe de crearse a si mismo. La libertad humana significa que el hombre debe realizarse plenamente, so pena de frustración eterna. Esta obligación de perfeccionarse en sus actos es la ley propiamente natural. Ley que radica en la misma naturaleza libre del hombre. El. hombre, por tanto, no puede sustraerse a ella. Por esto peca al impedir que sus actos, en cualquier nivel de su personalidad, le lleven a la total ple nitud. que le es propia. Con ese presupuesto, podemos centrar nuestro estudio en el orden de lo sexual. Niveles sexuales humanos Hay tres estratos en la sexualidad. El primer nivel cataloga la sexualidad humana como puramente fisiológica e individual. Por tanto no considera la naturaleza del sexo, ni ve nada más detrás de él. El único sentido del sexo es el placer individual. En ese estrato tan brutal, no se puede hallar diferencia entre cópula matrimonial, fornicación o adulterio. Desde este punto de vista, es idéntica la masturbación, la unión natural y la bestialidad. Un segundo nivel, más digno, considera el sexo como algo fisiológico, pero social. La división de la especie en macho y hembra, tiene como finalidad el engendrar la prole, a través, del deseo y launión. El sexo se dirige esencialmente hacia otra persona. No tiene P. M. QUAY sentidopara elindividuo, sinopara la reproducción de la especie. El sexo carece de significado fuera de esta finalidad. Este punto de vista fisiológico nos puede dar un sentido moral del sexo. Pero no olvidemos que en esto no se diferencia el hombre de muchas especies de brutos. Por esto la base fisiológica no basta para una solución adecuada de los problemas morales del sexo. Por desgracia, muchos argumentos católicos contra el ona nismo parecen detenerse en este nivel. Los niveles más altos, a lo más, aparecen implícitos. La moral cristiana al tratar de la fornicación y adulterio, no puede omitir una referencia explícita a la naturaleza social y sicológica de la actividad sexual. Sobre todo, no olvidando que la maduración sexual, en el hombre, no es un fenómeno sólo fisiológico, sino que depende de la maduración sicológica. Veamos pues el tercer nivel qué considera la sexualidad humana no sólo como algo fisiológico y natural. Se trata de sexualidad humana, elevada por la racionalidad y por emociones humanas. La riqueza de este punto de vista es inagotable. Procuraremos abordar los principales problemas que presenta. Paradojas de la sexualidad humana La sexualidad humana parece contradictoria. Reúne elementos opuestos. Presentaremos algunas de sus aporías, de hecho muy enlazadas entre sí. Por una parte todos los niveles conscientes y subconscientes de la sexualidad tienden, por instinto, hacia la especie; pero por otra, el ser humano es una persona. Como tal, tiene un valor independiente e incomunicable que trasciende la especie. Y ni siquiera necesita de unión conyugal ni de la procreación para su perfeccionamiento. Otra paradoja. El amor, basado en el sexo, es lo que de hecho empuja hacia el matrimonio, aunque ciertamente no se excluyen los hijos. El motivo sicológico es el dominante. Se presenta como necesidad de mutua complementación sexual y afectiva Pero no obstante el fenómeno del sexo es biológico y no tiene sentido más que en orden a la reproducción. Una nueva contradicción la hallamos en el conflicto entre dos amores: El amor al cónyuge como a un objeto de placer que se usa en provecho propio; y el amor al compañero como a una persona que se reverencia, sirviéndola por su intrínseco valor y dignidad. Por fin, un último hecho difícil de explicar. Nada hay más individual y egoísta que el placer sensible. Y no hay placer corporal más absorbente que el coito. Pero simultáneamente, este placer es una fuente de altruismo, el signo y la consumación del amor espiritual. Estudiemos, en detalle, la problemática que nos ofrecen estas aportas que, por lo demás, se implican mutuamente. P. M. QUAY Persona y especie El sexo empapa todo el ser humano. Las células del cuerpo humano son todas masculinas o femeninas. Además de las diferencias sexuales más aparentes, el sexo afecta la composición química del cuerpo, el peso, la altura, la estructura muscular y ósea, la composición de la sangre y el ritmo cardiaco, la edad biológica y el metabolismo, resistencia a las enfermedades, capacidad de recuperación, longevidad, delicadeza y perceptibilidad de la sensación, etcétera. También toda la sicología es masculina o femenina: intereses, aptitudes, grado de reacción sicológica, objetividad y vigor mental, respeto a la ley. Aun la religiosidad y las relaciones con Dios van coloreadas por el diverso sexo. Y el sexo ni siquiera está restringido al tiempo. El trato sexual cesará con la muerte, pero la diversidad de sexos se mantendrá en la eternidad. Los cuerpos gloriosos de Cristo y de la Virgen nos lo indican. La virilidad del hombre está ordenada a la paternidad dentro de una familia; lo femenino en la mujer tiende a la maternidad.Así pues, si todo es viril en el hombre y en la mujer todo es femenino, todos los estratos de la persona tienden a la generación. Pero, hay otros hechos que debemos tener en cuenta. La persona trasciende la especie, como trasciende , la sociedad civil. En un sentido fundamental, la especie y la sociedad sólo existen para el bien de la persona. La persona incomunicable es, en cierto sentido, absoluta. Pero la personó obra al través de su naturaleza. Su máxima perfección consiste en obedecer libremente a su naturaleza. La persona trasciende la especie solamente en su trabajo racional por, el bien de la especie. Pero el bien apetecido debe ser el último bien de la especie, de lo contrario pierde su conexión con el bien de la persona. El último fin de la sexualidad no es el placer carnal, ni el afecto, ni el matrimonio, ni los hijos, ni, la familia, ni la sociedad; aunque incluye en cierto sentido todo esto. Pero nada de esto es perfectivo de la persona como tal. El último fin de la sexualidad es levantar la persona y, a través de ella, a otras personas, al más puro amor de Dios. Si esto se puede conseguir sin la actuación de la sexualidad, la actividad sexual es innecesaria para una persona. Así podemos entender el celibato y la virginidad. Cierto que de ordinario la sexualidad es una de las ayudas más enérgicas para levantarse al amor de Dios. Porque el placer sexual, aun como placer, es altruista. La plenitud de la actividad, conyugal empuja a amar a otro y a través de este otro, a los hijos. El amor se dirige a los esposos, después a los hijos y, por fin, a toda la sociedad humana. Esta apertura progresiva aparta más y más, los obstáculos que el amor egocéntrico presenta al amor de Dios. P. M. QUAY Entrega y procreación La copula es un acto cargado de simbolismo natural. Un análisis del mismo acto nos revela su significado natural y objetivo, que no se debe violar. La inmoralidad conyugal destruye este simbolismo. A primera vista aparece el simbolismo natural de la unión tomó una comunicación personal profunda y misteriosa. La esposa se entrega al marido en completa receptibilidad y sumisión; es un despliegue perfecto de sí misma a su único esposo. El marido también se da a través del éxtasis con ella, al hallar su satisfacción sólo en ella. Desea proteger su fragilidad. La penetra y fecunda con su propia sustancia: Olvida todas sus actividades, dominio y preocupaciones para concentrarse exclusivamente en su esposa. El acto conyugal, pues, es el símbolo de la unión interna y el amor mutuo de los esposos. Además la cópula es el acto fisiológico de la procreación. Es la condición que hace posible la fusión del principio masculino con el femenino. Así se realiza aquel ser dos en una carne: la carne de su hijo, que será mezcla de la sustancia de ambos y alrededor del cuál se centrará su futura actividad. La entrega de los cuerpos es, pues, el símbolo natural de su voluntad de ser padre y madre, de hacer al compañero padre o madre. Es signo del amor que desea para su compañero la madurez física, mental y espiritual, que se consigue por la generación. La esposa, por, medio de sus hijos, adquiere la gran riqueza y ternura de la maternidad; y el marido la responsabilidad honda, la sobriedad, paciencia y nobleza de la paternidad. La cópula no es sólo una condición sino un símbolo del acto creador de Dios; refleja intencionadamente su creatividad y su providencia sobre cada ser que ha creado. El amor mutuo, pues, es el motivo más natural del matrimonio. Pero la prole solamente se requiere en la medida en que los cónyuges, capaces de tenerla, contribuyen al fin último del sexo y del matrimonio. De aquí se sigue la posibilidad de la virginidad en- el matrimonio. Contra esto surge una dificultad; Parece que nos hemos apartado del sentir de la Iglesia que recalca que el fin. primario del matrimonio es la procreación de los hijos; y el secundario, el amor mutuo. El sentido de los términos "fin primario" y "fin secundario" del matrimonio se entiende claramente cuando volvemos a la lúcida terminología de Santo Tomás. Según él, el fin esencial es la procreación y educación de los hijos; y en cambio él mutuo amor es el fin excelente. En está misma línea es interesante notar que en el ritual del matrimonio se insiste mucho más en el mutuo amor y comunidad de vida conyugal que en la procreación de los hijos. En resumen, al fin más esencial del matrimonio, pero también el menos excelente, se le llama fin primario, porque es la meta natural de las relaciones conyugales. Pero debe ser sublimado. Persona y cosa Una verdadera vida conyugal no es un balanceo entre dos amores antitéticos: amor al esposo como a una cosa, o como a una persona. El primero de estos dos amores es P. M. QUAY pecaminoso, por reducir la dignidignidad de la persona ser simple cosa y objeto de placer. El amor sexual; aun en sus comienzos, debe esforzarse por desear el bien personal del otro. La mujer desea al esposo para darle satisfacción física, para mostrarle su amor, para entregarse a su intimidad darle hijos y hacerle padre. El marido sirve a la mujer subordinando su placer al de ella, deseándola para fecundarla, correspondiendo a su amor. La mima y protege durante su embarazo y lactancia, y perfecciona su personalidad al hacerla madre. A pesar de todo lo dicho, queda intacto el problema de la irreductibilidad entre el brutal egoísmo del placer sexual y el amor al compañero, a la humanidad y a Dios. La raíz de la solución está en que el placer sexual, a diferencia de otros placeres, requiere para su perfección, una comparte, una persona, no una cosa. La unión para ser humana ha de ser interpersonal. Ambas personas deben reverenciar a la otra persona. que les produce el placer.. La cópula es una comunicación directa entre dos personas. Pero sobre todo, es el más íntimo lenguaje: el signo sensible y el símbolo natural del amor. Pero el don de sí mismo nunca puede ser total, porque ninguna persona creada es enteramente accesible a :otra. El verdadero amor se para reverente ante el misterio que permanece propiedad exclusiva del otro y de Dios. Nadie se puede entregar enteramente a un ser creado; y correlativamente, todo intento de poseer la totalidad de otra persona, es querer poseerla como un objeto. Esta radical incomunicabilidad de la persona; se manifiesta en los mismos limites, físicos de la unión: los dos cuerpos no pueden interpenetrarse enteramente. Todo conato de traspasar este límite convierte la incompleción en agonía. Más todavía, aun en la más íntima amistad humana queda la soledad existencial y la precariedad de la persona que recibe el amor; Cuanto más profundo es el amor, más claramente desea una absoluta trascendencia de sí mismo y de su amado. Esta trascendencia, se consigue, en parte, en los hijos y en la sociedad; pero nunca se logra plenamente sino en la trascendencia de Dios, que es Amor. Este llamamiento a la trascendencia también está simbolizado en el acto marital. Éste es una mera condición para la concepción, por la incapacidad de tener hijos sin la intervención de Dios. Porque el hombre procrea; sólo Dios crea. Carne y espíritu El simbolismo del trato sexual es inmediato y natural. Es un signo que significa, quiéranlo o no los que lo ejecutan. Por ser natural, no está en su poder cambiarlo. En general, cuanto menos claro esté el concepto de persona en una cultura, menos inteligible será el lenguaje del sexo. Pero el acto mismo sigue transmitiendo su mensaje, aunque no se le comprenda. Se volverá inteligible en el: momento en que aquella cultura descubra a la persona humana. Los seres racionales están llamados a querer. ser más plenamente sí mismos. No se pueden contentar con que su actividad sexual sea un símbolo involuntario, sino que ha P. M. QUAY de ser un lenguaje pretendido. Deben elevarse espiritualmente hasta poder, hablar con más perfección la palabra plena del mutuo amor. El matrimonio es el consentimiento deliberado al sentido completo, pero todavía no realizado, de la cópula. El pacto matrimonial es indisoluble. Porque ¿qué defecto en el amor puede invalidar un contrato establecido para vencer todos los posibles defectos del amor? El matrimonio es monógamo, porque la persona es indivisible y no puede entregarse plenamente a varias. Es decir, el pacto matrimonial es una promesa mutua de ofrecer, de continúo al otro, todas las acciones corporales y actitudes de corazón y mente por las cuales se puede obtener el sentido de la cópula. Estos frutos y significados se pueden resumir en el amor familiar. Pues el lazo marital es el derecho mutuo, y eldeber,de hacer con amor todo lo que atañe a la fundación y progreso, de la familia. Así pues; los bienes del matrimonio se alcanzan plenamente sólo en el grado en que los cónyuges pretenden completamente en cada acto, sobre todo en la unión corporal, todo el amor y la entrega, que dichos actos significan. Porque en la naturaleza caída es intensa la tendencia al amor propio, a redecir a las otras personas a puros medios para mí, a cosificar a las personas. Esta tendencia es más salvaje al tratarse del placer sexual: Por esto el matrimonio es un pacto, hasta la muerte, de vida ascética no sólo del entendimientoy del afecto sino también del cuerpo, porque es un contrato en contra del egoísmo. El matrimonio otorga un licito y santo desahogo a la concupiscencia sexual. Pero no está permitido todo dentro del matrimonio. Por el contrario, postula un progresivo control de la unión corporal, una mayor conciencia de quién es el cónyuge y qué es lo que se pretende expresar por el signo carnal del amor. Esta progresiva profundización de las relaciones entre los esposos, puede progresar hasta estar elevados en la plegaria en el mismo momento del mutuo orgasmo, alegrándose del don de unión que Dios les ha concedido, entre ellos y con Él. Así, desde el principio de la vida matrimonial, debe moderar a la joven pareja el doble esfuerzo de la mutua reverencia, y la conciencia de la presencia creativa de Dios. Bellamente lo expresa la narración de la noche de bodas del joven Tobías: Levántate, Sara, y oremos a Dios, hoy, mañana y pasado mañana; porque en estas tres noches nos unimos a Dios. Y pasada la tercera noche viviremos en matrimonio. Porque somos hijos de santos y no podemos juntarnos como los gentiles, que desconocen a Dios (Tob 8, 4-9). Además, la misma continencia puede ser una expresión más tierna del amor marital, que la misma unión carnal. Puede denotar una suprema espiritualización del amor. Hasta aquí hemos hablado sobre hemos hablado sobre todo del nivel natural del hombre. Pero Dios ha recreado al hombre haciéndole partícipe de su vida tripersonal. El hombre, pues, ha adquirido una sobre- naturaleza con tendencia y exigencias nuevas. Se dirige a una meta de plenitud divina. Destinado a la gloria suprema de la visión de la divinidad. La Sagrada Escritura nos enseña que todos los niveles del amor han ido levantados a un fin espiritual: la construcción del Cuerpo de Cristo. El amor conyugal, simbolizado por la cópula, ahora es el símbolo del amor de Cristo y su Iglesia (Ef 5,23-32), de las nupcias del Cordero (Ap 19, 7-9). Y trascendiendo todo amor creado, el amor misterioso y fecundo de las tres Personas se refleja ahora en la unión conyugal. P. M. QUAY La perversión del onanismo Anteriormente hemos recalcado que las leyes de la sicología humana son parte esencial de la ley natural. De aquí hemos deducido principios morales. Ahora aplicaremos estos principios a la pecaminosidad del onanismo. El pecado objetivamente es una violación voluntaria de la naturaleza, una trasgresión de la ley existencial de Dios. Subjetivamente, el pecado es por esencia soberbia. Y la soberbia es una falsedad por no conformarse la persona con lo real. Por esto Satanás es el espíritu inmundo y mentiroso desde el principio. Toda la moral sexual se puede resumir en este principio: no se ha de mentir ni falsificar la palabra del amor. En concreto quien simula por la unión corporal que se entrega al amado, pero ya es de otro, miente y es una adúltera. Si por las circunstancias no se puede entregar plenamente a su compañera, miente y es un fornicario. Las perversiones aún son peores. No sólo son una falsedad, por desacuerdo entre el corazón y el símbolo, sino que llegan a falsificar el mismo símbolo. Son un símbolo burlesco de la pura belleza del amor interpersonal. Son un símbolo verdadero de la corrupción del amor. La masturbación es el símbolo más hiriente del aislamiento de la realidad, de una soledad egoísta y morbosa, y de la esterilidad de uno mismo amado por sí mismo. La sodomía es el símbolo brutal de la superficialidad de carácter, de perpetúa ambivalencia pueril y de desprecio del propio sexo y de todo sexo. Con todo a estas monstruosidades algunos las llaman amor. Cuando el acto físico de la cópula es modificado por el uso de anticonceptivos, qué, cambio introduce en el contenido objetivo del símbolo del amor? La mujer que usa un anticonceptivo se cierra a su marido. Acepta su afectó, pero no su substancia, o a lo menos, impide que actúe sobre su cuerpo. Todo método de esterilización contradice el señorío del marido. Le tolera sólo en la medida en que ella puede sujetarlo a su propia voluntad. El símbolo de la sumisión de la esposa y de la autoridad masculina queda suprimido. Otras veces es el marido quien impide la inseminación por idénticas razones. Con frecuencia por puro egoísmo masculino. En todo caso ya no es la cabeza de su mujer, como persona. No permite que su actividad la penetre: El símbolo de su amor hacia ella ya no significa su responsabilidad por ella. La quiere con el cuerpo, pero no lo suficiente para compartir su sustancia. Tales cónyuges practican un aparente acto de amor, cuando en realidad no es más que una ficción. Se mienten en sus cuerpos, y no se sabe hasta cuándo no mentirán en sus corazones. Han cambiado el signo de la perfecta unión por el signo del mero placer. P. M. QUAY Falsificación de la entrega personal Algunos objetan: porque nos amamos, practicamos el onanismo. Usamos anticonceptivos sólo en las circunstancias en que la misma Iglesia permite limitar el número de los hijos. No dudamos que los que usan anticonceptivos para controlar el número de hijos, lo hacen porque creen que se aman. También los homosexuales lo creen. Estas dos falsificaciones del amor son parecidas en su superficialidad, aunque desigual. Es falso el postulado de que la única expresión del amor sea sexual. Así se subordinaría el amor al sexo. El amor profundo preferirá morir que ser una sola vez infiel. El don debe ser íntegro; una única retractación, por breve que sea, destruye la integridad del don. Quien no ve esto, no sabe qué es amor. Lo mismo sucede en el onanismo. Por un solo acto, se pone una barrera en su más íntima intercomunicación. Basta un solo acto para sacrificar la integridad de su afecto, al placer. Porque si quisieran sacrificar su placer, el acto de amor lo dejarían puro e ideal, para el día en que puedan realizarlo plenamente. El acto onanista expresa que no sé ama suficientemente, para retrasar el placer hasta. que pueda expresar con más plenitud el amor conyugal. Estos amantes no buscan lo mejor para sus amados, se contentan con cualquier cosa. La insensibilidad por esta pérdida sólo prueba la escasez de su amor. Violación del simbolismo religioso Pero el acto conyugal no significa un amor cerrado entre dos personas. Es un amor abierto, que trasciende la dualidad para llegar a su perfección, al recibir el acto creador de Dios en los hijos. La unión corporal es un acto religioso, al someter a Dios los planes y deseos del hombre. Los anticonceptivos destruyen la ordenación del acto hacia la procreación. Se rechaza la intervención de Dios. Los esposos se quedan solitarios, y rehúsan trascenderse. Su placer está radicalmente corrompido. Freud y sus discípulos han sido los primeros en mostrar que la sexualidad empapa toda la persona. No es ninguna sorpresa, pues, ver que el onanismo desgárrala personalidad humana, hasta sus mismas raíces. Los onanistas no se pueden aferrar a la vieja falacia de que ellos son dueños de sí mismos. La razón humana muestra al hombre lo que Dios quiere que él sea. La razón no es un diosecillo particular, que crea al hombre a su capricho. La razón conserva el poder de hacer lo que se le antoje, pero al precio de destruir al hombre. La intrínseca malicia del onanismo se revela aún más si la consideramos como una violación. del símbolo sacramental. Destruye el simbolismo sobrenatural de la unión de Cristo y de su esposa la Iglesia. La actividad engendradora de Cristo está en su gracia, P. M. QUAY que no es estéril. Es criminal tomar la gracia sólo para rechazarla deliberadamente y privarla de la posib ilidad de fecundar un alma. Reciba la Eucaristía en pecado mortal consciente es un sacrilegio. El sacrilegio es la anticoncepción espiritual. Su símbolo es el onanismo. La unión anticonceptiva es un desprecio o al menos, desconfianza, de la eficacia de la, gracia sacramental del Matrimonio. Dios y la Iglesia prohíben el onanismo y dan la gracia suficiente para regular, el número de los hijos por: la continencia. En resumen, cada cópula es un signo natural del amor pleno, mutuo y fecundo de los esposos. La unión marital es símbolo del matrimonio natural y sobrenatural que a su vez simboliza la unión de Cristo con su Iglesia. El onanismo falsifica el signo; por esto es pecado. La anticoncepción es un símbolo falso del amor. Suplanta lo que significa entrega íntima, por lo que simboliza el egoísmo mutuo. Notas: 1 El artículo original ha sido ampliado por el P. M. Quay, con varias aclaraciones y desarrollos, en vistas a una nueva edición. En efecto, el Family Life Bureau, N.C. W.C., lo difundirá ampliamente por Estados Unidos. La presente condensación; al ser remitida al autor para su comprobación, se ha beneficiado de dichas ampliaciones. Tradujo y condensó: LUIS ESPINAL