— 293 — (Matth., V I , 12-15).—2.° Nuestro propio provecho, pues podemos obtener fácilmente el perdón de Dios, perdonando nosotros al prójimo.—3.° L a nobleza y dignidad del perdón, por el cual nos hacemos superiores a las bestias, ya que éstas no son capaces de moderar el ímpetu de la ira.—4.° Se evitan con el perdón infinitas complicaciones dolorosas, que frecuentemente sobrevienen de la venganza. ¿Con qué amor hemos de amar a nuestros enemigos?—Con el amor ordinario que se debe a la clase de personas a que pertenezca el enemigo, pero no con aquel amor especial con que amamos a los amigos. De esto se infiere que hay signos de amistad ordinarios, los cuales se usan con cierta clase de personas, y otros signos especiales de este mismo amor. ¿Qué es odio?—El odio, propiamente, consista en desear mal al prójimo. Por consiguiente, está tan prohibido como el mismo acto de causarle algún daño. Pero no hay que confundir el odio, o el deseo de venganza, con la amargura o aversión engendrada en nosotros a causa del daño recibido. De su naturaleza, esta aversión o amargura no es pecado, a no ser que se extralimite. Nota.—No es venganza defender la propia vida en el acto de ser acometidos, con tal de que la defensa no cause mayor daño al ofensor de lo que exija la necesidad de la defensa. XII Humildad y paciencia Dos males principales de la presente vida.—Dos son los males principales de la presente vida, de los cuales nadie se ve exento, y que, en mayor o menor proporción, nos acompañan hasta la muerte: son éstos el desprecio. que aflige al alma, y los padecimientos, que afligen prin- — 294 - cipalmente al cuerpo. L a conducta que debe observar el cristiano al verse afligido por alguno de estos dos males, inevitables en la presente vida, la tiene compendiada en la práctica de dos virtudes principales: la humildad y la paciencia. Humildad.—La humildad es el abatimiento de nuestro espíritu ante Dios y por Dios. Se ejercita de dos maneras. L a primera y principal consiste en sobrellevar con resignación los desprecios: por ejemplo, el ser tenidos en poco, el ser colocados en el último lugar, el ser reprendidos aunque sea injustamente, el ser calumniados o poco atendidos, etc. L a segunda consiste en no estimarnos superiores a nuestros méritos, vanagloriándonos, envaneciéndonos y despreciando a los demás. Obligación de la humildad.—La razón principal por que estamos obligados a ejercitar la humildad, es la expresa voluntad de Dios, manifestada por Jesucristo de palabra y con el ejemplo: Aprended de m í que soy manso y humilde de corazón (Matth., X I , 29). Léase también la parábola del fariseo y del publicano ( L u c , XVIII, 9-17) y otras exhortaciones a la humildad, tan frecuentes en los labios de nuestro Maestro y Salvador Jesucristo ( L u c , X I V , 7-11). Bienes que nos procura la humildad.—1.° Nos acarrea grandes méritos delante de Dios, que ama a los humildes y rechaza a los soberbios y orgullosos.—2 ° Proporciona paz al alma (Matth., V , 4) y otros muchos y preciosos beneficios. Medios y motivos.—Considerar los desprecios con la mira puesta en Dios, el cual nos manda soportarlos, sin fijarnos en aquel que nos desprecia; pues en Dios, que nos lo manda, hallamos razón suficiente para humillarnos; pero no en aquel que nos desprecia. Para esto nos ayudarán también las consideraciones de los santos, a saber: que delante de Dios no somos nada, que no merecemos nada a causa de nuestros pecados, etc. A estas — 295 — consideraciones podríamos llamarlas humildad instrumental. Falsos conceptos acerca de la humildad y de la soberbia.—I.0 Es humildad falsa omitir las obras de obligación por temor a las alabanzas; el llamarse ignorante, con detrimento y molestia para los demás; el cometer necedades con el fin de ser despreciado (cuando a ello no se ve uno impulsado con especial moción del Espíritu Santo); el negar que se sabe una cosa, cuando en realidad se sepa, etc.—2.° No es soberbia defenderse de las acusaciones; desear ser tenido en la estima correspondiente al cargo que uno ocupa; gozarse moderadamente y con buen fin en las alabanzas que se le tributan a uno: por ejemplo, para animarse más y más a ser bueno. Así como no es gula saborear con templanza los buenos manjares, así tampoco es soberbia experimentar la natural satisfacción que nos causa la alabanza, si se hace con la debida moderación. 3.° La pusilanimidad y el encogimiento (que el mundo confunde, a veces, con la humildad) se distingue de ésta: a) por el motivo, puesto que la pusilanimidad procede de poquedad de ánimo, de timidez y de otros motivos semejantes; b) por la cosa en s í misma, que las más de las veces consiste en la omisión de las propias obligaciones. Grados de humildad.—Podrían considerarse como tales: 1.0 Sobrellevar la humillación sin vengarse con injurias, imprecaciones, etc. 2.° Abstenerse de la justa defensa, si por algún motivo no está uno obligado a ello. 3.° Alegrarse en las injurias, para imitar a Jesucristo, o por otros motivos religiosos. El primer grado es obligatorio; los otros dos son grados de perfección y constituyen la virtud heroica. Paciencia.—Co/zs/s/e en soportar el dolor con resignación.—En la presente vida abunda más el dolor que el placer: cosa natural, puesto que, según las enseñanzas cristianas, este mundo es como la palestra en la cual debemos ejercitar la virtud, no el lugar de descanso en el cual hayamos de gozar de la felicidad. E l reino de Jesucristo, del cual formamos parte, es el reino de la virtud. Medios y motivos.—1.0 La manifiesta voluntad de Dios revelada por Jesucristo con sus palabras y ejemplos. Más aún, las lecciones relativas al sufrimiento y al dolor, fue- — 296 — ron las más elocuentes que Jesucristo dió al mundo; y tanto es ello así, que la cruz ha llegado a convertirse en símbolo del cristianismo ( M a r c , V I H , 34; G a l . , V , 22; J a c , I, 4; Rom., V , 3; X V , 4; I, Tim., V I , 11: Hebr., XII, 1-11; C o r . , V I , 4; Eph., IV, 2; T i t . , II, 2). 2.° En esta vida nos hallamos como si moráramos en casa ajena. Hemos, pues, de resignarnos a lo que el dueño de la casa disponga, con sus leyes físicas y cósmicas, y a las consecuencias que de éstas se derivan, so pena de desagradar a dicho dueño y de violar con nuestra conducta las leyes de la hospitalidad. En efecto, nuestras murmuraciones y quejas irían, en último resultado, contra Dios. 3.° Dios premia a quien sobrelleva con resignación los padecimientos; más aún: Dios está ai iado de ios que tienen el corazón atribulado, como dice el real Profeta David (Salm. X X X I I I , 19). 4.° Los padecimientos se convierten en fuente de méritos cuando se sobrellevan con resignación; son, además, penitencia y medicina muy eficaz para curar nuestra naturaleza corrompida por el pecado, contribuyen a desprender nuestro corazón de las cosas de la tierra y nos aproximan a Dios. 5.° E l sufrir con resignación denota fortaleza de ánimo; por el contrario, es indicio de ánimo apocado el substraerse a los padecimientos. Aun" de los romanos dijo Tito Livio: Agere et pati fortia romanum est; y Horacio: Dulce et decorum est pro patria morí. ¿Cuánto más dulce y honroso será, pues, padecer para alcanzar merecimientos que han de ser recompensados con la gloria eterna? XIII Lhn ostia E l precepto de Dios.—La limosna está preceptuada en varios pasajes de la Sagrada Escritura, especialmente — 297 — en el Nuevo Testamento: Dad limosna de lo que os sobra, decía Jesucristo ( L u c , X I , 41. Véase además Matth., X X V , 34-46; V , 2-4; L u c , X V I , 19 22; A c t . A p . , X , 1-7). ¿Cuándo obliga este precepto?—Cuando el prójimo se halla en necesidad y nosotros tenemos algo que nos sobra para aliviársela. Estos dos elementos, a saber: necesidad del prójimo y abundancia de los bienes propios, gradúan la mayor o menor culpa que puede haber en negarnos a dar limosna. Ventajas.—1.° L a limosna es uno de los actos principales d é l a caridad, y como quiera que Jesucristo considera la limosna hecha al prójimo cual si la hicieran a Él mismo (Matth., X X V ) , se comprende fácilmente que esta virtud ha de tener suma eficacia para obtenernos de Dios toda clase de bienes y gracias. 2.° Además, Dios ha ordenado que hubiera en el mundo diferentes clases sociales; ha querido que haya ricos y pobres. A éstos, empero, no los deja desamparados, sino que ha dispuesto que sean ayudados por los ricos. Por consiguiente, los que no cumplen con este precepto, en cuanto está de su parte, hacen odioso al Señor y le deshonran; en cambio, los que lo cumplen, justifican a Dios ante los pobres. 3.° Durante su vida, Jesucristo quiso pertenecer a la clase de los pobres; tuvo a éstos especial afecto, y declaró que la pobreza era estado más idóneo para conseguir el paraíso que las riquezas ( J a c , II). ¿De cuántas especies son las obras de misericordia?—De dos: corporales y espirituales.—Las primeras son: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos, dar posada al peregrino, redimir al cautivo, sepultar a los muertos. Las espirituales son: enseñar, aconsejar, soportar a las personas molestas (lo cual ocurre a cada paso), rogar por los vivos y difuntos. — 298 — XIV Escándalo Definición.—El escándalo es un dicho o un hecho que da al prójimo ocasión de pecar. Sería escándalo, por ejemplo, proferir blasfemias, imprecaciones y palabras deshonestas delante de los niños o niñas; gesticular descompuesta e indecentemente; ejecutar ciertos actos lícitos, pero que no deben hacerse en público; dar a leer libros malos; hablar mal de personas o cosas sagradas; exponer a la vista del público imágenes obscenas, etc. División.—El escándalo es directo cuando el que lo da intenta inducir al prójimo a pecado; 6 indirecto, cuando la acción es tal que induce a cometer un pecado aunque el que la ejecuta no tenga intención de inducir a él. Hay también el escándalo llamado de los pequeños (pusillorum), y es cuando proviene de la debilidad o ignorancia de quien ve o escucha; y el escándalo farisaico, cuando se origina de la malicia ajena. E l escándalo directo se llama diabólico, cuando se intenta el pecado del prójimo precisamente para ruina de su alma. Ejemplos: Comer carne por necesidad en días prohibidos puede ser escándalo pusillorum, si éstos ignoraran que, en existiendo verdadera necesidad, aquella ley no obliga. Sería escándalo farisaico el de aquel que, al ver que el Papa condena a los herejes, atacase los derechos de la Iglesia; o al saber que un sacerdote rehusaba administrar los Sacramentos a un obstinado, tomase de aquí ocasión para hablar mal del Papa y de los sacerdotes (Matth., X X V I , 31; X V , 12). Regla.—El escándalo directo, el indirecto y el diabólico están siempre prohibidos. E l escándalo de los pequeños ha de evitarse cuando buenamente pueda hacerse. No así el farisaico, pues proviene de la malicia del que - 299 - lo toma; tanto más cuanto que muchas veces no puede evitarse (v. Voluntario indirecto, pág. 270). Teatros, bailes, bailes de máscara, algunas novelas, ciertos juegos.—A excepción de algunos casos, en los cuales podrán permitirse estas diversiones, con la debida modestia cristiana (lo cual se echará de ver por las circunstancias), generalmente hablando son peligrosas y a veces desumo incentivo para el pecado: constituyen, por decirlo así, una como atmósfera contraria al Cristianismo. Palabras de Jesucristo contra el escándalo.—yt/^we escandalizare a alguno de estospequeñuelos que creen en Mí, mucho mejor le fuera que le ataran al cuello una de esas ruedas de molino que mueve un asno y "le echaran al mar. Si tu mano te es ocasión de e s c á n d a l o , córtala: m á s te vale entrar manco en la vida eterna que tener dos manos e ir al infierno, al fuego inextinguible, en donde el gusano que les roe nunca muere y el fuego nunca se apaga ( M a r c , IIX, 41-43). Nota. — Podrían escribirse volúmenes enteros acerca de los daños que reportan al cristiano las diversiones indicadas, a las cuales hay que añadir los libros, revistas y periódicos liberales, socialistas, incrédulos, racionalistas y naturalistas, que tanto abundan hoy. Todo esto forma alrededor de las almas una como atmósfera pestilencial, que inficionaymata en muchas de ellas la vida cristiana. E l conjunto de todo esto constituye lo que se llama el mundo, en el sentido del Evangelio; el cristiano que vaya nutriendo su inteligencia y su corazón con semejantes alimentos, se volverá indefectiblemente mundano, o, lo que es lo mismo, cristiano sólo de nombre. XV C o o p e r a c i ó n al mal Definición.— Cooperar al mal es tomar parte en una obra pecaminosa. División. — La cooperación es material, si uno toma parte en la obra pecaminosa sin intención alguna de coo- — 300 - perar al pecado: así, por ejemplo, cooperaría materialmente al mal el criado que preparara lo necesario para el viaje de su amo que saliera a cometer un delito; es formal la cooperación cuando se toma parte en la acción pecaminosa, participando de la mala voluntad del que la ejecuta: así, por ejemplo, sería cooperación formal la de aquel que, después de haberse concertado con otro para robar, estuviera vigilando mientras el otro cometiera el robo. ¿Es lícita alguna vez la cooperación? — L a formal no lo es nunca; la material puede serlo si se verifican las condiciones requeridas para que sea lícito el voluntario directo (v. p á g . 270). XVI O c a s i ó n de pecado Definición.—Llámase ocasión de pecado la circunstancia externa de lugar, persona o tiempo, que induce a pecar; v. gr., conversar con tal o cual persona, ir a tal casa, concurrir a tal lugar, leer determinados libros, mantener ciertas relaciones peligrosas. División.—La ocasión es p r ó x i m a si induce f á c i l y comúnmente al pecado: por ejemplo, visitar una persona que de ordinario habla de cosas obscenas. L a ocasión es remota si no induce comúnmente al pecado: por ejemplo, andar por la calle y ver a la gente. Ocasión necesaria es aquella que no puede evitarse: por ejemplo, vivir en casa con un hermano malo. Ocasión voluntaria es aquella que puede evitarse: por ejemplo, estar al servicio de un amo malo. Principios directivos. — L a ocasión voluntaria próxima ha de evitarse siempre que se pueda; la remota no hay obligación de evitarla; la p r ó x i m a necesaria tam- - 301 — poco hay obligación de evitarla, pero han de emplearse otros medios para no pecar (Matth. , XVIII, 7). Fuga de la ocasión próxima.—El remedio mejor para evitar el pecado consiste en huir la ocasión próxima. L a razón es la siguiente: en la ocasión próxima, la pasión, como que se halla en presencia del objeto que la solicita y, por otra parte, se le ofrece oportunidad de satisfacer sus antojos, vese robustecida de un modo extraordinario. Es como poner la estopa en contacto con el fuego.— Esta es la razón por la cual los ascetas cristianos alaban a veces, y por cierto obrando en esto como cuerdos filósofos, la ignorancia de algunas cosas. No porque la ignorancia en s í sea buena, sino porque lo es en aquellas circunstancias en las cuales el conocimiento se convierte en ocasión de pecado. De modo que quien con este motivo critica como mala la ascética cristiana, no sólo obra como un malvado, sino también como un mal filósofo. Sólo en determinadas circunstancias, por ejemplo en países y en tiempos de gran corrupción, cuando la ignorancia del pecado y de sus efectos pudiera ser causa de graves daños morales y físicos, convendrá ilustrar, con la más delicada prudencia, a las almas expuestas al peligro, pero siempre debe hacerse de modo que el conocimiento no sea incentivo u ocasión de pecado, sino que, al revés, aparte de él. XVII Obediencia Definición.—Es la subordinación del inferior al superior legítimo: como, por ejemplo, a los padres, maestros, autoridades civiles, por respeto a Dios, que así lo ordena (Rom., XIII, 1). Necesidad.—En este mundo, ni el hombre ni otra cria- — 302 — tura alguna es del todo independiente. Todo lo creado forma una admirable subordinación y coordinación entre unos seres y otros. E l débil está subordinado al fuerte, el enfermo al sano, el ignorante al sabio, el pobre al rico, el vegetal a los animales, éstos al hombre, y el hombre a Dios; en todo hay dependencia, como en las ruedas de un reloj. Cosa semejante ocurre en el orden moral. Valor y mérito de la obediencia.—I.0 L a obediencia cristiana es nobilísima y de gran mérito, porque por ella se obedece a los hombres, en cuanto son representantes de Dios. Es, pues, una sumisión a Dios.—2.° Por medio de la obediencia, cada uno ocupa el lugar que le corresponde en la creación, como una rueda en el reloj, como la luna al girar alrededor de la tierra; por el contrario, con la insubordinación se perturba el orden moral, lo que es cosa mucho peor que perturbar el orden astronómico, químico o mecánico. Grados de la obediencia.—Son tres: 1.° Ejecución pronta; 2.° Sujeción de la voluntad, la cual, en lo exterior, se muestra con la alegría y prontitud en obedecer; 3.° Juzgar, mientras sea posible, que lo que se ha mandado es bueno y oportuno.— Este tercer grado, empero, es cosa de consejo y de altísima perfección. ¿Y si la cosa mandada se juzga que es errónea o pecaminosa?—!.0 En el primer caso, puede exponerse con buenos modos la dificultad al que ha dado el precepto.— 2.° Pero si éste persiste en su parecer, entre dos juicios ha de prevalecer el del que manda.—3.° Si uno creyese tener evidencia de los inconvenientes que se seguirán de obedecer, y por otra parte no le resulta daño alguno de obedecer, sufra aquellos inconvenientes con paciencia, como se sufre la lluvia, la nieve y la fiebre.—En el segundo caso: á) Si fuera cosa evidentemente pecaminosa no ha de obedecerse (resistencia negativa), de lo contrario sería substraerse a la sumisión debida a Dios; tí) Sin embargo, jamás es lícita la rebelión (resistencia positiva), porque sería éste un daño peor que cualquier otro inconveniente. - 303 — XVIII Castidad Precepto de la castidad.—Dos partes tiene este precepto: 1.° Prohibe enteramente los placeres carnales fuera del orden establecido por Dios. 2.° Dentro de este orden, la castidad regula aquellos placeres, tomando por norma la ley divina y según sus sapientísimos fines (I Cor. V , 9; Colos., III, 5). Corolarios.— Estando prohibidos, conforme hemos dicho, los placeres carnales, fuera del orden establecido por Dios, y siendo grande la inclinación que a ellos tiene la naturaleza corrompida, está también prohibido, fuera de este orden, todo lo que constituye ocasión próxima de pecado: por ejemplo, las amistades sensuales (no precisamente la benevolencia), algunas familiaridades peligrosas, etc. ¿Por qué, pues, nos ha dado Dios esta inclinación? —La ha dado Dios a la naturaleza para lograr el fin que se ha propuesto alcanzar. De la misma manera que ha dado al hombre la inclinación a hablar, a cantar, a escribir, imponiéndole al propio tiempo la obligación de servirse de ellas, no según su capricho, sino sujetándolas a la norma de la ley; así también le ha dado la inclinación de que estamos hablando. De lo contrario, no reinaría en el mundo el orden, sino el más completo desorden. Efectos de la impureza.—1.° E s causa del olvido de Dios; 2.° de la ceguedad de la mente; 3.° del endurecimiento del corazón. L a razón de tales efectos es porque la impureza es un vicio que convierte al alma en miserable esclava del cuerpo. Medios para conservar la pureza.—1.° La faga de las ocasiones peligrosas: por ejemplo, de ver, oír y leer cosas que incitan y provocan al mal. 2.° La oración. 3.° La ocupación. 4.° La frecuencia de Sacramentos. — 304 — 5.° La humildady es decir, no fiarse de sí mismo, reflexionando que somos flacos y débiles, como en efecto lo somos. » XIX M u r m u r a c i ó n , calumnia, injuria, juicio temerario Murmuración.—Es una violación injusta y oculta de la buena reputación del prójimo; se comete revelando sin motivo suficiente los pecados y defectos ajenos, aunque sean verdaderos.—Dícese oculta, porque se hace a espaldas de la persona difamada; injusta, porque al revelar los defectos ajenos, sin razón suficiente, se comete una injusticia con el prójimo.—El pecado de la murmuración consiste principalmente en esta injusticia, y será más o menos grave según el daño que de ella se siga. Es pecado fácil de cometer y, por desgracia, muy difundido. ¿Pueden revelarse alguna vez los defectos del prójimo?—Sí, cuando hay razón para hacerlo: por ejemplo, la utilidad pública, el provecho de aquel cuyo defecto se revela, la utilidad propia, la utilidad del que escucha. Y no sólo puede ser lícito, sino también obligatorio en algunos casos, revelar y descubrir ciertos pecados o defectos: v. gr., descubrir una traición para prevenir un peligro; manifestar las culpas de otro para que se le corrija, etc. Nota.—l.0 No es pecado revelar un hecho que ya es público.—2.° Tampoco lo es escuchar una murmuración (sin provocarla), cuando la razón de no impedirla sea el temor reverencial u otro motivo razonable. Calumnia.—Es una violación injusta de la buena reputación del prójimo, a quien se atribuyen pecados que no ha cometido o defectos que no tiene. — 305 — Restitución de la buena fama.—Tanto el que calumnia como el que murmura, están obligados a reparar el daño ocasionado y a restituir la fama arrebatada, a no ser que fuere imposible restituirla, o bien que se hubiere desvanecido ya la murmuración o la calumnia en la memoria de los que la oyeron. Injuria.—Es una violación injusta de la honra del prójimo, hecha en su misma presencia: por ejemplo, por medio de escarnios, improperios, gestos despectivos, etc. Juicio temerario.—Es la violación injusta de la honra del prójimo, cometida sólo con el pensamiento: p. ej., juzgando de uno, sin razón suficiente, que es ladrón. Es pecado mortal o venial, según la gravedad de la materia. Cuando hay motivo grave para juzgar, no existe pecado, aun cuando el juicio fuese erróneo. L a sospecha temeraria es una simple duda, que por lo general no llega jamás a pecado mortal. Cuando la sospecha es fundada, no existe ninguna clase de pecado, ni siquiera venial. XX Oración Definición.—Oración es la elevación de nuestra mente a Dios: esto es, una especie de conversación y trato íntimo con Dios. Puede hacerse de dos maneras: o bien elevando nuestro corazón y nuestra mente a Dios, considerando su grandeza, bondad u otros atributos y perfecciones divinas (oración mental), o bien alabando a Dios con palabras y pidiéndole mercedes y ayuda en nuestras necesidades (oración vocal). L a forma o manera de oración mental más ordinaria y conocida es la meditación, en la cual aplicamos a Dios y a las cosas divinas el ejercicio de las tres potencias de nuestra alma: la memoria recordando algún misterio divino, el entendimiento reflexio20.—CUESO D E R E L I G I Ó N - 306 — nando sobre él y ia voluntad amándole, haciendo al propio tiempo propósitos prácticos de vida virtuosa para conseguirlo. En cuanto a la oración vocal, la especie más ordinaria es la plegaria, por la cual pedimos a Dios ayuda en nuestras necesidades espirituales o temporales. Necesidad.—La necesidad de la oración mental, y especialmente de la meditación, infiérese de aquel principio filosófico según el cual no puede amarse aquello que no se conoce y sobre lo cual no se considera. Ahora bien, las cosas celestiales no son accesibles a los sentidos, sino sólo a la mente, por medio de la fe. Por tanto, si no se meditan, se olvidan y vienen a ser suplantadas por las cosas sensibles. En cuanto a la oración vocal, la necesidad de la plegaria se deriva en especial de tres capítulos: 1.° De nuestra necesidad, puesto caso que es ley común en la vida que quien no tiene debe recurrir al que puede proporcionarle lo que le falta. Ahora bien, la salvación eterna, las gracias oportunas y la perseverancia final, etc., dependen de Dios. Luego... 2.° Del obsequio que debemos tributar a Dios. En efecto, rogar a Dios es reconocer su poder y a la vez nuestra impotencia. 3.° De la expresa voluntad de Dios ( L u c , XVIII, 1-7; Jo., X V I , 23-25). Porque así como Dios ha establecido que para recoger trigo sea preciso sembrar, así ha ordenado también que para alcanzar ciertas gracias sea necesario rogarle que nos las conceda. Aspecto luminoso y aspecto misterioso de la oración.—El aspecto luminoso de la oración es su eficacia. En numerosas ocasiones aseguró Jesucristo que oiría siempre nuestras oraciones: lo comprobó, además, con la parábola de la viuda y el juez ( L u c , XVIII, 1-7), con la del que va a pedir un pan a media noche ( L u c , X I , 113), con la del hijo que pide un huevo ( L u c , X I , 1-13) y otras. L o comprobó finalmente con la semejanza de los pájaros y de las flores (Matth., V I , 25-34). E l aspecto misterioso es la incertidumbre de si seremos atendi- - 307 — dos en lo que pedimos, y cuándo lo seremos. Por esto debemos abandonarnos en las manos de Dios como un niño se abandona en las de su madre, persuadidos de que Dios nos concederá lo que más nos convenga. Nota,—Esta, segunda observación puede servir de respuesta a algunos que dicen: He rogado mucho Y no he obtenido nada; luego la oración es inútil. Recordemos que Dios tiene en su mente un sabio plan para regir al mundo, mediante leyes determinadas. Ahora bien, si una oración va contra este plan, no puede ser atendida por Dios. En este caso, concederá otras gracias en vez de la solicitada. De otro modo, no habría en el mundo ni muertes, ni enfermedades, ni otros males que son consecuencia necesaria de la naturaleza corporal, de la libertad humana y de otras causas. Cualidades de la oración.—Se reducen a dos: 1.a Pedir cosas buenas; y 2.a, pedirlas bien. Pedimos cosas buenas: a) cuando pedimos bienes espirituales, p. ej., amor de Dios, paciencia, perdón de los pecados, dolor de los mismos,fe, caridad fraterna, castidad, etc.; b) cuando, al pedir bienes tempoi ales, los pedimos con subordinación a los espirituales. Pedimos bien: a) cuando pedimos engracia de Dios, pues de no estarlo somos enemigos suyos; b) cuando pedimos con confianza, es decir, con la persuasión de que Dios piensa en nuestro bien y nos oirá, si lo que pedimos nos es útil; c) cuando pedimos con resignación, en cuanto al tiempo y en cuanto al modo en que desearíamos ser atendidos; d) cuando pedimos de corazón, porque del corazón ha de salir la plegaria, no de la muchedumbre de las palabras (Matth., V I , 7); cuando pedimos con perseverancia y humildad, puest® que Dios es el Señor y no sabemos cuándo nos abrirá las puertas de su misericordia; en cuanto a nosotros nada somos de nosotros mismos, de modo que todo lo que tenemos es efecto de su bondad. iVo/a.—Tengamos siempre presente que, a excepción de cuando hace un milagro, Dios no concede las gracias a saltos, o en el tiempo que a nosotros nos place, sino que obra en esto — 308 — al modo de la naturaleza, es decir, preparándolas de lejos, como hace en las obras de la naturaleza. Buen ejemplo de esto hallamos en José, vendido por sus hermanos. No olvidemos que una de las grandes leyes de Dios es la de las preparaciones lentas. Nosotros los hombres, en especial cuanto más ignorantes somos, más deseamos recibir de repente las gracias y aun las solicitamos de Dios invocando su omnipotencia. Mas la economía de Dios en la salvación humana difiere mucho de este modo de pensar. El Ejemplo de Jesucristo—Matth., X X V I , 36-45; M a r c , I, 35; V I , 46, I X , 27-28. Parte práctica.—I.0 Debe cada uno fijarse tiempo para la oración. 2.° Determinar las oraciones que debe rezar: que no sean muchas, pero sí bien rezadas. 3.° Tener una lista de las gracias que se han de pedir, sin dejar nunca estas tres: la buena muerte, la pureza y la paciencia. Después de la buena muerte, estas dos últimas gracias son para nosotros las más necesarias, porque son un arma poderosa y eficaz contra las dos tentaciones más peligrosas y graves de la vida: la procedente del placer y la que procede del dolor. 4.° Por la mañana, al ofrecer a Dios las obras del día, formar intención de ganar las indulgencias que haya concedidas a las varias obras u oraciones que haremos o rezaremos durante el día. XXI Mandamientos de la Ley de Dios Los diez mandamientos, llamados decálogo, impresos por Dios en el corazón de todos los hombres, fueron además por Él promulgados como ley positiva, al ser entregados a Moisés escritos en dos tablas de piedra; Jesucristo los confirmó (Matth., V , 17; M a r c , X , 10). \.—Yo soy el Señor ta Dios; no tendrás otros dioses delante de m í (Ex., X X , 2-3). ¿Qué contiene este precepto?—Dos partes: En la primera se nos prescriben los actos de culto con que debe- — 309 — mofj honrar a Dios; en la segunda se nos prohiben los actos contrarios a la virtud de la religión. Adoración.—I.0 La adoración vs, un acto de obsequio y de culto debido sólo a Dios, como Supremo Señor, dueño de todas las cosas y fuente de toda gracia. 2.° Esta adoración, llamada también culto de latría, ha de ser interna (reconocimiento del supremo dominio, grandeza y poder de Dios) y externa (manifestada con palabras o signos, v. gr., arrodillándose); pues tanto el alma como el cuerpo dependen de Dios. 3.° Esta adoración también es debida a Jesucristo, porque es Dios; y aun a su sagrada humanidad, porque la naturaleza humana y la divina, en Jesucristo, subsisten en una sola persona que es la divina; por tanto, es lícito adorar a cada una de las partes de la humanidad de Jesucristo, por ejemplo sus llagas, su sangre, su corazón; porque en cuanto son partes de la humanidad del Hijo de Dios, están unidas hipostáticamente a la divinidad. 4.° A nadie más es debida la adoración, ni aun a la misma Virgen Santísima, verdadera Madre de Jesucristo. Oración.—Se divide, como dijimos, en mental y vocal. La primera consiste en reflexionar con la mente sobre las verdades de la fe, o sobre los ejemplos de Jesucristo y de ios santos, para ejercitarse en el amor de Dios y fortalecerse en la observancia de su ley. Elemento importantísimo para la vida cristiana es la meditación, a fin de no apartarnos del recto camino que debe conducirnos al cielo; porque los sentidos con su impresionabilidad, y el mundo con su gritería y confusión, tiende a distraernos y apartarnos de nuestro último fin. A la meditación se reducen, en alguna manera, la lectura de libros espirituales y el oír la palabra de Dios. Las oraciones vocales o rezos son una súplica que hacemos a Dios, pidiéndole las cosas de que necesitamos, sean espirituales, sean temporales. Hay otras especies de oración mental propias de la vida mística, especialmente la de unión, en la cual el alma queda — 310 — de tal manera absorta en Dios, que todas las potencias externas e internas suspenden sus funciones; en eso consiste el estado de éxtasis. E l culto tributado a la Santísima Virgen y a los Santos.—1.0 Es un culto de honra, no de adoración. Honramos a la Virgen Santísima, como a Madre de Dios, y honramos también a los Angeles y Santos porque son amigos de Dios y hermanos nuestros, pues con ellos formamos una sola familia (comunión de los Santos). Les dirigimos oraciones y súplicas, mas sólo como a intercesores nuestros delante de Dios. 2.° E l culto tributado a las imágenes de los Santos y a las reliquias, es lícito y santo, puesto que a) es una honra que se refiere no a las estatuas materiales sino a aquellos a quienes representan, como ocurre también en la vida ordinaria; b) excita en nosotros la devoción y la piedad; c) nos estimula a su imitación. 3.° Este culto, aprobado por la Iglesia, fué repudiado por los herejes iconoclastas, en el siglo vm, y por los protestantes. E l rechazar este culto es herético. Nota—La. alegría que tienen los ángeles en la conversión de los pecadores (Luc, X V , 10), y las palabras del arcángel San Rafael, al presentar a Dios las oraciones de Tobías (Tob., XII, 12), demuestran que Dios da a conocer a los Santos nuestras necesidades. Actos contrarios al culto de Dios.—La idolatría, la herejía, la superstición (prácticas falsas de religión), la vana observancia (p. ej., deducir consecuencias dej vuelo de las aves, del curso de los astros y de los sueños), la tentación de Dios (pretender obligar a Dios a que haga un milagro), la magia o el espiritismo (servirse de los demonios para hacer cosas maravillosas), el sacrilegio (profanación de personas o cosas sagradas), hablar mal de la religión, contra el Papa y sus enseñanzas; mostrarse indiferente en materia de religión o creer que todas las religiones son igualmente buenas. - 311 - II.—No tomar el santo nombre de Dios en vano. ¿Qué se nos prohibe en este precepto?—Se nos prohibe la profanación del nombre de Dios. Puede hacerse dicha profanación: 1.0 con la blasfemia; 2.° con el abuso del juramento (no con el uso legítimo); 3.° con la violación de los votos. Blasfemia.—Consiste en pronunciar palabras injuriosas contra Dios, contra los Santos o contra las cosas sagradas. Es la mayor profanación que puede darse del nombre de Dios. Juramento.—Consiste en invocar el nombre de Dios en testimonio de la verdad. Puede ser asertorio (cuando se afirma sencillamente la verdad), promisorio (cuando se confirma la verdad con una promesa o pacto) e imprecatorio (cuando se invoca a Dios como testigo y vengador del perjurio).—Es lícito el juramento cuando reúne las condiciones siguientes: a) verdad en lo que se dice; b) motivo grave para jurar; c) y que lo que se jura sea cosa honesta. No es válido el juramento de hacer algo ilícito: p. ej., el que hizo Herodes. Quien dijese: Juro por mi honra, sin invocar a Dios como testigo de su aserción, no pecaría, por este solo motivo, contra el segundo mandamiento. Voto.—1.° Es una promesa formal y deliberada, hecha a Dios, de una cosa que a Él le es grata, y que, además, es mejor que su contraria (obliga so pena de pecado). 2.° En habiendo algún motivo, el voto puede ser dispensado o permutado, por la autoridad de aquel que ocupa el lugar de Dios. 3.° Es válido el voto que versa sobre una obra que por otro concepto ya está mandada; p. ej., hacer voto de oír misa los días de fiesta, de guardar la virtud de la pureza, etc. Estas obras tienen entonces doble mérito: por razón de la virtud, o del precepto que se observa; y por razón del voto que se cumple. 4.° A veces el voto cesa por imposibilidad de ejecutarlo. — 312 — \\\.-~Santificar las fiestas. Extensión del precepto.—Tiene dos partes: en la primera se nos manda oír misa, y en la segunda se nos prohibe ocuparnos en obras serviles. Misa.—I.0 L a obligación de oír misa empieza desde que se tiene uso de razón, o sea desde los siete años, poco más o menos. 2.° Para cumplir el precepto no es necesario ver al celebrante; basta formar parte del pueblo que asiste a la misa, aunque tuviera uno que estarse fuera de la iglesia. 3.° No se requiere intención de cumplir el precepto; basta que de hecho se oiga misa. 4.° Quien WegdiSQ. después del ofertorio, está obligado a oír otra misa, pues dejaría de oír una parte notable de ella, siendo así que está obligado a oírla entera, a no ser que le excuse de ello algún grave motivo. 5.° Los motivos que excusan de cumplir con este precepto son, entre otros: una enfermedad, la convalecencia, alguna necesidad urgente, tener que cuidar a un niño, o asistir a un enfermo, un inconveniente grave, una distancia considerable. 6.° Alguna vez hay que oír la palabra de Dios, y es bueno asistir a las funciones religiosas. Obras prohibidas.—Las obras humanas se reducen a cuatro especies, 1.° obras sem'/es (levantar una pared, coser); forenses (p< ej., las causas o pleitos que se ventilan en los tribunales, las ventas y compras públicas); liberales (p. ej., escribir, tocar algún instrumento); y comunes (p. ej., andar). 2.° Las obras prohibidas en los domingos y días festivos son las serviles y las forenses. 3.° E l trabajar por espacio de tres'horas es materia grave. 4.° Excusa del precepto la apremiante necesidad, p. ej., guisar, cocer pan, vender cosas necesarias, etc. Nota .—Para juzgar si una obra es servil, no hay que atender únicamente a la ganancia que reporta, ni a la fatiga que causa, sino a la apreciación moral y a la costumbre cristiana. Así, el escribir, no cabe duda que es trabajo fati- — 313 — goso; el hacer calceta, no lo es tanto; y sin embargo lo primero no está prohibido, y lo segundo sí. Puede considerarse como incomodidad grave, la cual, según hemos dicho, excusa de la observancia del precepto, la amenaza implícita de ser despedido del trabajo. Razones de este precepto.—El hombre no consta de solo cuerpo, ni es una máquina, sino que también tiene alma; no vive sólo para esta vida, sino que además espera otra. Necesita, por consiguiente, descanso, necesita cultivar la mente, acordarse de su fin y dedicar un día a la honra y culto de Dios, Pero si hemos de comer en día de fiesta, dirá alguno, habremos de trabajar también en día de fiesta.—R. Niego la consecuencia; de otro modo se seguiría que quien come de noche también habría de trabajar de noche. Trabajar y comer no han de hacerse al mismo tiempo. La ley civil y las fiestas.—Sólo la sociedad religiosa, o sea la Iglesia Católica tiene el derecho de determinar las fiestas religiosas; éstas han de santificarse aun cuando la sociedad civil se niegue a reconocerlas, pues antes hay que obedecer a Dios que a los hombres (Act. A p . , V , 29) (1). \M —Honrar padre y madre. Obligaciones de los hijos para con sus padres.— Deben amarles afectiva y efectivamente, asistirles en sus necesidades, reverenciarles y obedecerles. Nota.—En la elección de estado, los hijos han de entenderse con sus padres y pedirles consejo; mas éstos no pueden (1) E l precepto e c l e s i á s t i c o de o í r la santa misa y de abstenerse de toda clase de trabajos serviles queda en vigor solamente para los siguientes d í a s : T o d o s los Domingos, las Fiestas de Navidad, de la C i r c u n c i s i ó n , de la E p i f a n í a ( d í a de Reyes), de la A s c e n s i ó n del S e ñ o r , de la Inmaculada C o n c e p c i ó n , de la A s u n c i ó n de la Virgen, de los Santos A p ó s t o l e s Pedro y Pablo, y finalmente de T o d o s los Santos. E n E s p a ñ a , a d e m á s de é s t o s , son t a m b i é n d í a s festivos los de San J o s é , del Corpus Christi y de Santiago el Mayor. — 314 - . contradecir irracionalmente a sus hijos, pues son libres en la elección de estado. Obligaciones de los padres para con los hijos.— Deben amarles afectiva y efectivamente, educarles corporalmente, proporcionándoles alimento, vestido, estado, etc.; y espiritualmente deben procurarles la cultura intelectual, moral y religiosa conveniente; corregirles, darles buen ejemplo, etc. Obligaciones de los amos para con sus criados.— 1.° Deben tratarles benignamente. 2.° Instruirles y corregirles. 3.° Darles el merecido salario (Coloss., I V , 1; Prov. XXIII, 13-14). 4.° Darles tiempo y ocasión para cumplir sus deberes religiosos. Obligaciones de los criados para con sus amos.— 1.° Deben respetarles. 2.° Obedecerles en las cosas de servicio. 3.° Serles fieles (Coloss., III, 22-24; I Petf., II, 18). Obligaciones mutuas entre los súbditos y los superiores, así civiles como religiosos.—Todas estas obligaciones se compendian, por parte de los superiores, en amar a los súbditos y en trabajar seriamente por su bien; y por parte de los súbditos, en la confianza, en el respeto y en la obediencia (Rom., XIII, 1-7). Nota—Los cristianos estamos obligados en conciencia a obedecer y respetar a toda autoridad civil, no sólo a la legítima, sino también a la que lo es sólo de hecho, aunque sus representantes sean díscolos y perversos; se entiende siempre mientras no manden cosas contrarias a Dios. V.—No matar. ¿A qué nos obliga este precepto?—I.0 A no matar ni herir injustamente a nadie (homicidio); 2.° a conservar nuestra propia vida y a no arrebatárnosla (suicidio). Razones de este precepto. — Las razones que nos persuaden de la primera parte, proceden del precepto de la caridad, el cual consiste en «amar al prójimo como a - 315 - nosotros mismos». La razón de la segunda es la siguiente: Nadie es dueño de su propia vida, como nadie es dueño de fijarse a sí mismo el fin de su vida; pues así la vida como el fin de ella, que es obedecer a Dios, nos han sido impuestos por el Creador. Por consiguiente, quien se quita la vida, se substrae al fin de la vida y al orden establecido por el Creador; es un desertor y un rebelde. Suicidio y duelo.—Están prohibidos por la razón indicada.—En cuanto al duelo^ conviene, además, tener presente: 1.° que aun el solo exponerse, sin gran motivo, al peligro de perder la vida constituye un pecado; 2.° que el duelo no sólo está prohibido por la ley de Dios, sino que además está condenado por la Iglesia con la pena de excomunión (1). Todo lo cual se funda en lo irracional que es pretender dirimir el derecho con la espada; prejuicio bárbaro, dignísimo de ser extirpado, pues nunca la espada ha de ser fuente de derecho. Muerte del reo y del agresor.—Puede darse muerte al reo por autoridad pública. A l agresor se le puede matar o herir, aun por autoridad privada; mas 1.° en el solo acto de la agresión; 2.° no ocasionando al agresor mayor daño del que se requiere necesariamente para la defensa. Nota.—No es pecado desearse uno la muerte, o desearla a otros, cuando se hace esto, no por motivos de venganza o desesperación, sino con el fin de gozar de Dios, de no pecar más, de verse libre de las penas de la presente vida o por otros fines semejantes; pero siempre con la condición de que todo ello vaya acompañado de la conformidad con la voluntad de Dios. Tampoco es pecado alegrarse del efecto que se sigue de la muerte de alguno, ya por haber cesado de penar el enfermo, ya porque se supone ha recibido de Dios el premio, ya por cualquier otro motivo honesto. Sólo está prohibido el motivo de venganza. (I) E s t á n sujetos a esta e x c o m u n i ó n : 1.° los que se baten en duelo, 2.° los que provocan a é l o lo aceptan, 3.° los c ó m p l i c e s y los que de cualquier manera lo fomentan, mandan o aconsejan: testigos, padrinos, espectadores, si asisten a é l de p r o p ó s i t o , etc. - 316 - VI y IX.—iVo fornicar. No desear la mujer de tu prójimo. Declaración.—Estos dos preceptos (Exod. X X , 14-17) prohiben directamente todo pecado de impureza, no sólo de obra sino también de deseo, cometido con persona ya ligada en matrimonio; pero indirectamente prohiben cualquier otro pecado de impureza.—Dichos pecados, además del decálogo, están prohibidos también en muchos otros pasajes de la Sagrada Escritura, en los cuales se asegura que los deshonestos, sean de cualquier especie que fueren, no entrarán en el reino de los cielos. No quer á i s cegaros, hermanos míos, dice San Pablo; ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que pecan contra la naturaleza, ni los ladrones, ni los avarientos, ni los maldicientes, han de poseer el reino de Dios (I Cor., VI, 9-10). Causas de la impureza.—El ocio, las conversaciones deshonestas, las miradas impuras, la lectura de novelas, libros, revistas y periódicos malos, las canciones obscenas, los bailes, teatros y cinematógrafos, los espectáculos peligrosos, los excesos en la comida y en la bebida, etc. VII y X.—No robar, no desear los bienes ajenos. Definición.—Robar es tomar o retener las cosas ajenas contra la voluntad racional de su dueño. Corolario. — Por consiguiente, de suyo no es pecado tomarse lo justo de quien no quisiera pagar una deuda; tomar una cosa en caso de extrema necesidad (p. ej., una fruta hallándose uno abrasado de sed), o bien cuando se supone que el dueño consiente en que se tome. ¿De cuántas maneras puede robarse?—Con violencia, como lo hacen los ladrones; con astucia, como lo hacen a veces los criados y los niños; con fraude, como lo hacen en algunas ocasiones los vendedores y comerciantes, usando de falsos pesos y medidas; con usura, exigiendo un interés excesivo por el dinero prestado; — 317 con injusticia, no pagando las deudas o no devolviendo lo que se ha recibido en depósito. Gravedad del hurto.—Depende del juicio moral, de la estima en que se tiene la cosa robada y de las circunstancias de la persona; así, puede ser grave robar a un pobre una peseta, a un obrero dos, a un capitalista una suma mayor. En cuanto a los hurtos de los hijos de familia, para que el robo sea grave, se requiere generalmente el doble de lo que se requeriría si el robado fuese un extraño. Razón de precepto.—La razón es defender la propiedad, tan necesaria para la conservación de la vida y de la familia, y además, uno de los mayores estímulos para el trabajo. Abolida la propiedad privada, como quisieran los socialistas, ¿quién tendría el heroico valor de trabajar para entregar sus beneficios a la comunidad y sin esperanza cierta de provecho para sí ni para su familia?—La propiedad se adquiere en virtud de ocupación legítima, de hallazgo, de don, de herencia, de contrato, de compra, etc. Restitución.—Para que el pecado de hurto sea perdonado, es necesaria la restitución, a menos que la persona robada hubiese condonado el robo.—Caso de ser imposible la restitución, hay que tener voluntad eficaz de hacerla en cuanto se pueda.—La restitución ha de hacerse al dueño o a sus legítimos herederos. Cosas halladas.—Hay que investigar el paradero del dueño; si no se le encuentra, el objeto hallado puede ser retenido. No hay obligación de darlo a los pobres, aunque es más perfecto hacerlo así. Nota.—No es lícito comprar objetos robados, ni pagar con moneda falsa; lo primero, porque lo robado continúa siendo propiedad de su dueño; lo segundo, porque dar moneda falsa es engañar al prójimo. E l que hayamos sido engañados por alguien, no es razón para que podamos engañar a oíros. - 318 - VUL—No decir falsos testimonios ni mentir. En este mandamiento se prohibe la mentira, la calumnia, la maledicencia, la contumelia, el juicio temerario, la hipocresía, la adulación, los falsos testimonios, la ficción. Hablaremos de la mentira, porque hemos hablado ya acerca de los demás puntos. Mentira.—Consiste en decir lo contrario de lo que se piensa, con intención de engañar.—Puede mentirse también manifestando el pensamiento interno mediante la escritura u otro signo. Principios reguladores.—1.° L a mentira ha sido positivamente prohibida por Dios en muchos pasajes de la Sagrada Escritura, porque para la conservación del orden social es necesaria la buena fe y la mutua confianza de los hombres entre sí; de otro modo, la sociedad sería imposible.—2.° Es mortal o venial la mentira, según la gravedad del daño que de ella se siga.—3.° No hay mentira, cuando nadie puede quedar racionalmente engañado por lo que se dice; y así, no podrían considerarse como mentirosas estas palabras: «Estoy viendo desde esta plaza una mosca en la cúpula de San Pedro», ni las de quien respondiese: «Es muy posible, porque yo estoy oyendo el ruido de sus pasos».—4.° Callar la verdad no es mentira. Restricciones mentales o expresiones equívocas y de doble sentido.—Son aquellas que pueden entenderse de dos modos; en tal caso, juegan papel importante las circunstancias en que se profiere la expresión equívoca. ¿Son lícitas?—\.0 Cuando la caridad o la justicia obligan a decir la verdad, no es lícito usar de expresiones equívocas o restricciones mentales.—2.° Cuando no existe dicha obligación, y por otra parte hay motivos graves para no manifestar algo y los demás son importunos, puede echarse mano de expresiones de doble sentido. Ejemplo: «¿Has visto a Atanasio?»—preguntaron sus enemigos al mismo San Atanasio.—«No; nunca lo he visto de cara», respondió él. M e dice un sablista amigo: «¿Puedes pres. — 319 tarme diez pesetas?» «No las tengo», le respondo yo; lo cual, a poco que reflexione mi amigo, significa que no las tengo para p r e s t á r s e l a s a él. «¿Está en casa el dueño?» «No, señor», responde la criada. Todo el mundo sabe que este no, quiere decir sencillamente que no está visible. XXII Mandamientos de la Iglesia Autoridad de la Iglesia para legislar.—Al enseñar Jesucristo su doctrina celestial, instituyó la Iglesia como maestra e intérprete, que hiciese sus veces, y al propio tiempo obligó a todos a someterse a ella como si Él mismo les mandara. Por consiguiente, los Mandamientos llamados de la Iglesia, y promulgados por ella, en calidad de intérprete de la voluntad de Jesucristo, son, aunque remotamente, verdaderos mandamientos de Dios. Es decir, que Dios impuso en general ciertos preceptos, por ejemplo el de ayunar y hacer penitencia, el de comulgar, el de santificar las fiestas, etc., y la Iglesia los determinó en particular. He aquí los principales mandamientos de la Iglesia comunes a todos: I. Oír misa entera todos los domingos y d í a s festivos. (Véase lo que se dijo referente a la Santa Misa, al explicar el tercer mandamiento de la ley de Dios.) II. Abstenerse de comer carne en los d í a s prohibidos. III. Ayunar en los d í a s prescritos durante la Cuaresma, en las cuatro Témporas y en algunas Vigilias entre año.—\.0 Estas abstinencias y ayunos son una pequeña penitencia que impone la Iglesia a sus hijos en expiación de sus pecados, siguiendo las enseñanzas de Jesucristo, que en diversos lugares del santo Evangelio nos manda hacer penitencia: están dispensados de dichas — 320 abstinencias y ayunos los enfermos y los que se vean aquejados de alguna grave dolencia o incomodidad muy notable. En fin, dispensa de su observancia cualquier imposibilidad física o moral.—2.° L a ley de la abstinencia prohibe comer carne, tomar caldo de carne y lo que esté guisado con dicho caldo. E n los días de abstinencia sé pueden tomar huevos, leche, queso, manteca y todo manjar que esté condimentado con manteca o grasa de animales.— 3.° L a ley del ayuno prescribe que se haga una sola comida al día, pero permite que por la mañana se tome la parva (unas dos onzas) y por la noche la colación (de ocho a diez onzas). En cuanto a la calidad de los alimentos que se pueden tomar en la parva y colación hay que atenerse a la costumbre, que varía según los diversos lugares. Fuera de los días de abstinencia, se puede comer carne y pescado en una misma comida, aun en día de ayuno. Siempre que se quiera, puédese permutar la colación con la comida, tomando, por ejemplo, la colación a mediodía y la comida por la noche.—4.° Son días de sola abstinencia todos los viernes del año.—5.° Son días de abstinencia y ayuno juntamente: a) el miércoles de Ceniza, b) los viernes y sábados de Cuaresma, c) los miércoles, viernes y sábados de las Cuatro Témporas, y d) las vigilias de Navidad, Pentecostés, Asunción de la Virgen y Todos los Santos.—6.° Son días de solo ayuno todos los demás de la Cuaresma.—-7.° En los domingos y días festivos cesa toda ley de abstinencia, de abstinencia y ayuno y de solo ayuno, sin que se tenga que trasladar a la vigilia. No obstante, si algún día festivo cayere en Cuaresma, rige en él la ley de la abstinencia y el ayuno. E l Sábado Santo cesa la ley de abstinencia y ayuno desde mediodía.— 8.° Están obligados a observar la ley de la abstinencia todos los que hayan cumplido siete años.—9.0 L a obligación de ayunar empieza a los veintiún años cumplidos y cesa a los sesenta empezados. N . B*—Privilegio de que gozan en España los que - 321 — toman la Bula de la Cruzada y el Indulto de abstinencia y ayuno. E n España, para los que toman la Bula:—i .0 Son días de sola abstinencia los viernes de las tres Témporas, de Pentecostés, de Septiembre y de Adviento.—2.° Son días de abstinencia y ayuno: á) Las vigilias de Pentecostés, Asunción de la Virgen y Navidad. Esta última se traslada al sábado de Témporas anterior, b) Todos los viernes de Cuaresma.—3.° Son días de solo ayuno los miércoles y sábados de Cuaresma.—4.° E n todos los días del año y en cualquier refección es lícito usar como condimento grasa de todas clases, manteca, margarina y otros semejantes: igualmente es lícito tomar lacticinios y huevos en cualquier día y en cualquier refección.— 5.° Los pobres no están obligados a tomar la Bula, ni a dar limosna alguna para disfrutar del indulto referente a la ley de la abstinencia y del ayuno.—6.° Disfrutan de estos privilegios todos los que residan en territorio español o en cualquier otro territorio sujeto a la jurisdicción española, si toman la Bula. Fuera de España también podrán gozar de los mismos privilegios siempre que se evite el escándalo. Casos varios acerca del ayuno.—I.0 En cuanto a la calidad de los manjares en días de abstinencia, importa mucho estar al corriente de las modificaciones que suele permitir que se hagan la Iglesia según los lugares y las circunstancias. 2. ° La bebida, aun durante el día, no quebranta el ayuno. 3. ° En las faltas contra el ayuno, sea en la cantidad, sea en la calidad, puede haber parvedad de materia. 4. ° Cuando algún miembro de la familia estuviere dispensado de la abstinencia o del ayuno, o por cualquier motivo razonable hubiere de comer de carne, los demás están obligados a observar la ley, excepto el caso en que hubiere grave incomodidad en aderezar dos comidas diferentes. 5. ° ¿Los que están dispensados de la abstinencia de carne han de observar la única comida y las demás reglas que se refieren a la cantidad?—Depende esto del tenor de la dispensa. Pero quien por razón de enfermedad está dispensado de la abstinencia, está también dispensado del ayuno. 21.—CÜKSO D E R E L I G I Ó N . — 322 — IV. Confesar una vez al año y comulgar en tiempo pascual. Notas—X.9, Quien no cumplió el precepto en el tiempo prescrito, está obligado a cumplirlo cuanto antes, aun después de transcurrido dicho tiempo.—2.a La comunión pascual conviene que se haga en la propia parroquia; en caso contrario, procúrese avisar al propio párroco de haber cumplido el precepto; la confesión puede hacerse en cualquier iglesia. V. No celebrar bodas en tiempos prohibidos. Es decir, desde la primera dominica de Adviento hasta la Epifanía, y desde el primer día de Cuaresma hasta la octava de Pascua. L a razón es porque son tiempos destinados a la oración y a la penitencia.—En este mandamiento no se prohibe celebrar el sacramento del matrimonio, sino sólo emplear en su celebración ciertas formalidades; y así no se reza misa para los esposos ni pueden celebrarse pompas externas extraordinarias. Este es el significado de las palabras: No celebrar bodas. V I . No leer libros prohibidos. La Iglesia es madre; luego ha de advertir a sus hijos de los peligros que les cercan. Es maestra; luego ha de indicar dónde se halla el error. Ejerce el oficio de pastor; luego ha de apartar a sus ovejas de los malos pastos. Las obligaciones que a nosotros nos corresponden son: obedecer a la Iglesia y confiar que ella no ha de engañarnos. Mtffl,—Además de los libros prohibidos por la Iglesia, hay los prohibidos por la ley natural, que nos obliga a no ponernos en las ocasiones de pecado. C A P I T U L O I! E l orden sobrenatural I L a gracia en general Concepto del orden sobrenatural. —De la propia manera que el siervo de un gran señor pertenece a un orden social del todo diferente del de su señor, así también (y aun infinitamente en mayor escala) se halla el hombre, según su naturaleza, en un orden diferentísimo del de Dios. Y así como a ningún siervo le asiste derecho para colocarse en la misma categoría que [los hijos de su señor, para participar de sus alegrías y de sus confidencias, para tomar asiento en la mesa de su señor y en la de su familia, así tampoco tiene el hombre derecho a que Dios le eleve a la dignidad de hijo suyo adoptivo y le haga partícipe de sus confidencias íntimas, le llame amigo suyo y le dé por premio la participación de su misma felicidad. Si lo hiciera así, entonces diríamos que ha elevado al hombre al orden sobrenatural. Ahora bien, de esta manera se ha portado Dios con el hombre: primero con el primer Adán, mediante el plan primitivo, del cual hablamos antes (pág. 122); y luego con el segundo Adán, que es Jesucristo, mediante el plan - 324 '— de la reparación. Por consiguiente, Jesucristo es cabeza de una nueva generación humana; pero de una generación humana, no en el estado salvaje o de pura naturaleza, sino ennoblecida, hermoseada e injertada en el tronco silvestre de la naturaleza corrompida por el pecado de Adán. Este orden sobrenatural recibe el nombre de orden de la gracia, porque es don gratuito de Dios; es un orden enteramente diverso del que vemos con los ojos materiales y que forma el objeto de las ciencias que se ocupan en su estudio, valiéndose de telescopios, alambiques, máquinas y laboratorios. E l orden sobrenatural tiene un fin: a saber, la felicidad sobrenatural, y medios proporcionados para alcanzarlo, que consisten principalmente en la gracia y en las obras encaminadas a conseguir dicha felicidad, que son los Sacramentos, la Iglesia, etc. Definición y divisiones de la gracia.—La gracia es un don de Dios, interno y sobrenatural, que se nos concede sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de Cristo, en orden a la vida eterna. Entre las varias divisiones de la gracia, las principales son las siguientes: gracia actual y habitual o santificante; gracia suficiente y gracia eficaz. La gracia actual es un auxilio de Dios transeúnte, o sea pasajero, que consiste en una ilustración de la mente y en una moción de la voluntad que nos concede Dios para obrar el bien y huir del mal. Más adelante hablaremos de la gracia habitual. Los teólogos dan el nombre de gracia suficiente al auxilio sobrenatural de Dios con el cual el hombre, si quiere, puede hacer buenas obras. Esta misma gracia se llama eficaz cuando el hombre, dejándose llevar por el impulso divino, de hecho obra el bien. Dios concede a todos la gracia suficiente para hacer buenas obras. La gracia y el alma humana. — A l unirse al alma humana la gracia de Dios, constituye con ella un nuevo — 325' — principio sobrenatural de operaciones, de igual manera que el injerto es la resultante de dos fuerzas para producir nuevos frutos, diferentes de los que hubiera producido el árbol sin injerto. Adviértase que al sobrevenir al alma la gracia divina, no queda perjudicada su libertad en lo más mínimo; y no sólo esto, sino que puede decirse que la voluntad queda con la gracia confortada en su libertad: es decir, que es más libre, si nos es lícito expresarnos en esta forma. Necesidad de la gracia.—Tan necesaria es la gracia para hacer obras sobrenaturales y dignas de vida eterna, cuanto es necesario el injerto a un peral silvestre para producir sabrosas peras. En una palabra, para todas las obras merecedoras de salvación es indispensable la gracia actual, aun para los que ya poseen la gracia habitual. La proposición contraria constituye la herejía de Pelagio, condenada por la Iglesia. Muchos son los textos de la Sagrada Escritura que demuestran la necesidad de la gracia: por ejemplo, aquellas palabras de Jesucristo: Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien está unido conmigo y yo con é l , é s e da mucho fruto: porque sin mt nada p o d é i s hacer (Jo., X V , 5; II Cor., III, 5). ¿Puede el hombre merecer la gracia con sus méritos naturales?—Puede el hombre con sus méritos naturales quitar los impedimentos a la gracia, mas no puede merecer la gracia misma; a la manera que si uno seca un leño verde, le quita un impedimento para que el fuego prenda en él, pero no lo enciende. La gracia de Dios es cosa enteramente gratuita; es mera gracia. Hemos dicho que el hombre puede quitar los impedimentos; y este es el sentido del proverbio: A quien hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Pero si con los méritos naturales no podemos merecer la gracia, con los méritos sobrenaturales podemos merecer la misma gracia, y también la vida eterna; porque en tal caso ya no hay desproporción entre el efecto y la causa, puesto que una y otra pertenecen al orden sobrenatural. , Distribución de la gracia.—Dos cosas han de tenerse — 326 — presentes en cuanto al modo como acostumbra Dios a distribuir su gracia. En primer lugar, que mientras el hombre vive, por obstinado que esté en el pecado y endurecido en el mal, a causa de los malos hábitos contraídos, Dios nunca le niega la gracia suficiente para practicar obras buenas. E n efecto, el Señor protesta muchas veces en la Sagrada Escritura que no quiere la muerte del impío, sino que se convierta y viva (Ezeq., X X X I I I , 11). Y no sólo esto, sino que ni siquiera a los infieles les niega Dios la gracia suficiente para alcanzar la fe y la santidad, porque Dios es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (Jo., I, 9); y Clemente X I condenó la proposición de Quesmel en la que se afirmaba que «fuera de la Iglesia no se concede ninguna gracia». Pero también hay que tener presente, en segundo lugar, que siendo la gracia de Dios enteramente gratuita, no la distribuye con igualdad. Hay, pues, desigualdad en esta distribución; lo cual es verdadero, no sólo en cuanto a las gracias exteriores (v. gr., nacer en la verdadera Iglesia, tener facilidad para adquirir instrucción religiosa, para confesarse, etc.), sino también en cuanto a las interiores; y así, diversas son las gracias que concedió Dios a la Virgen Santísima y a algunos Santos, de las que concede a la generalidad de los hombres. Este es, precisamente, uno de los misterios más profundos e inescrutables de nuestra fe: el de la elección y predestinación de Dios. Muchos textos de la Sagrada Escritura confirman cuán verdadera es esta diversa distribución de las gracias. ¡Áy de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaidaf—decía Jesucristo dirigiéndose a aquellas dos cmdades.—Porque si en Tiro y Sidón se hubiesen realizado los milagros que se han obrado en vosotras, tiempo ha que habrían hecho penitencia, cubiertas de ceniza y cilicio. En verdad, en verdad os digo que Tiro y Sidón serán menos rigurosamente tratadas en el d í a del Juicio, que vosotras (Matth., X I , 21-22). - 327 - La misma verdad vemos indicada en la parábola de los talentos, distribuidos desigualmente a los siervos por el padre de familia (Matth., X X V , 14; L u c , X I X , 12-27), y en la parábola de los Jornaleros enviados a la viña (Matth., X X , 1-16). ¿En qué consiste la predestinación divina?—ha. predestinación divina es la visión o conocimiento que tiene Dios de los que han de salvarse. Llámase también en la Sagrada Escritura Libro de la vida (Apoc, III, 5). No sólo no predestina Dios a nadie al infierno, sino que quiere que todos se salven, según el orden de su sabiduría. E l prevé que tal o cual hombre hará buenas obras y por consiguiente que se salvará, así como prevé también que otros, después de haber hecho malas obras, no querrán convertirse y por consiguiente que se perderán. Por tanto, el que peca y no se convierte es causa de su propia condenación; no Dios, que prevé que esto ha de suceder de esta manera. Como tampoco sería yo causa de la caída de un hombre, a quien veo que se arroja a la calle desde el balcón de un tercer piso. II La gracia habitual o santificante Preámbulo.—El orden sobrenatural no consiste únicamente en las gracias actuales, o auxilios transeúntes y pasajeros que nos impulsan a obrar el bien y evitar el mal, sino que esta gracia actual tiene, por decirlo así, su complemento en otra gracia estable y fija, a la que se da el nombre de gracia habitual o santificante, y en otros dones que la acompañan. Excelencia de la gracia santificante. — L a gracia santificante es un don sobrenatural e inherente al alma, por la cual el hombre es elevado al orden sobrenatural, transformado en hijo adoptivo de Dios y heredero del paraíso, y en virtud de la cual participa en cierto modo de la naturaleza divina. L a gracia santificante es de dos — 328 — maneras: grada primera y gracia segunda. L a primera es aquella por la que el hombre pasa del estado de pecado mortal al estado de justicia; la segunda, es un aumento de la primera. Así como el ojo, cuando para mirar se vale de un telescopio, adquiere una fuerza visiva superior a la común y natural que en sí tiene, así también del alma humana y de la gracia santificante resulta un nuevo principio de operaciones, una nueva criatura (Gal., VI, 15), que participa de la naturaleza divina (II Petr., I, 4). Y aquí empieza verdaderamente un mundo nuevo, al que antes aludimos, mundo superior a lo más hermoso, grande y sublime que pueden dar de sí la naturaleza y el arte. E l hombre, por medio de la gracia santificante, es elevado al punto más culminante a que puede subir la naturaleza humana, y entra, por medio de ella, a formar parte de un mundo, no sólo inmensamente superior al mundo mineral, vegetal y animal, sino también al mundo intelectual, por más esplendorosas que sean sus manifestaciones científicas, literarias y artísticas, y aun al mismo mundo angélico, si lo consideramos en su estado natural. Mientras vivimos acá en la tierra, ese mundo sublime se halla oculto a nuestros ojos; pero en la otra vida aparecerá ante nuestras miradas en toda su grandeza y esplendor incomparables. Efecto de la gracia santificante.—La gracia santificante: 1.° renueva al hombre internamente; 2.° borra todo pecado mortal; 3.° hace al hombre Justo delante de Dios, hijo adoptivo del mismo Dios y heredero, por participación, de su felicidad. Medios para adquirir la gracia santificante.—Para adquirir la gracia santificante es necesario: 1.0 tener fe en la revelación positiva de Dios (Rom., I, 16-17); 2.° haber recibido el bautismo, por lo menos de deseo; 3.° poseer el hábito de las virtudes, según enseña el Concilio de Trento, como son: la esperanza, el temor, el amor, la contrición perfecta (para quien haya caído en pecado - 329 — mortal), con voluntad de confesarse y propósito de observar la ley divina.—Piérdese la gracia santificante por el pecado mortal, así llamado porque da la muerte al alma, arrebatándole la gracia santificante que es su vida sobrenatural. ¿Puede crecer en nosotros la gracia divina?—Sin duda que es capaz de aumento y tiene sus grados. Id creciendo en la gracia, y en el conocimiento de Nuestro Señor y Salvador ¡esucristo, dice San Pedro (II, Petr., III, 18). Poderoso es Dios para colmarnos de toda clase de gracias, añade San Pablo (II, Cor., IX, 8). Además de la gracia actual y de la santificante, ¿podremos acaso participar de otros dones divinos?—Sí: juntamente con ella se nos comunican las virtudes infusas teologales, o sea, la fe, la esperanza y la caridad; y las virtudes infusas morales: unas y otras se nos infunden por el bautismo. Igualmente se nos infunden con él los dones del Espíritu Santo, los cuales nos facilitan la correspondencia a las divinas inspiraciones. Tanto las virtudes como los dones son como disposiciones o hábitos, que se reducen al acto con la gracia actual y nuestra cooperación. CAPÍTULO III Los Sacramentos Preámbulo. — Veamos ghora, aunque sea en breve compendio, la grandeza y magnificencia del orden sobrenatural, cuya raíz y centro es la gracia santificante. Y ante todo, ¿cuáles son los canales ordinarios por los cuales se nos comunica la gracia santificante? Son los siete Sacramentos instituidos por Nuestro Señor Jesucristo. Definición y división de los Sacramentos.—Sacramento, en general, es un signo sensible y eficaz de la gracia, instituido por Jesucristo para santificar nuestras almas. Para todo sacramento se requieren tres cosas: materia, forma y ministro que tenga la intención de hacer lo que hace la Iglesia. L a materia es la cosa sensible que para él se emplea, como, por ejemplo, el agua natural en el Bautismo: Xa forma son las palabras que se pronuncian al administrarlo, y el ministro es la persona que lo administra. Entre los Sacramentos los hay que confieren la primera gracia santificante, y por esto se llaman Sacramentos de muertos, por hallarse el alma que los recibe muerta por el pecado. Tales son el Bautismo y la Penitencia. Otros confieren aumento de gracia en quien ya la posee, y por esto se llaman Sacramentos de vivos. Estos — 331 — son la Confirmación, la Eucaristía, la Extremaunción, el Orden sagrado y el Matrimonio. Se llaman Sacramentos de vivos, porque los que los reciben han de hallarse sin pecado mortal, y vivificados por la gracia santificante. Todos los Sacramentos confieren al que los recibe, además de la gracia santificante, la gracia sacramental, que consiste en el derecho que se adquiere a obtener, en el tiempo oportuno, las gracias actuales oportunas para cumplir las obligaciones que del sacramento recibido se derivan. Así, por ejemplo, cuando fuimos bautizados, recibimos el derecho de tener las gracias necesarias para vivir cristianamente. I. Bautismo Definición.—Es el sacramento de la regeneración. Por él nacemos a la vida sobrenatural, somos constituidos miembros de la Iglesia y entramos a formar parte de la familia y del reino de Dios, fundado por Jesucristo en 'la tierra. Institución.—Los siguientes textos de la Sagrada Escritura demuestran que Jesucristo instituyó este sacramento. Su Precursor, San Juan Bautista, dijo: Yo os bautizo con agua para moveros a la penitencia; pero el que vendrá después de mí (Jesús) es más poderoso que YO... Él es quien os bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego (Matth., III, 11). Jesucristo, hablando con Nicodemus le dijo: En verdad, en verdad te digo: que quien no renaciere por el Bautismo del agua y la gracia del Espíritu Santo no podrá entrar en el reino de Dios (Jo., III, 5); y finalmente después de su resurrección, dió Jesucristo a todos sus Apóstoles el sublime encargo de evangelizar al mundo, diciéndoles: Id, pues, e instruid a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Matth., XXVIII, 49). Después de haber predicado San Pedro su primer sermón, el día de Pentecostés, a una muchedumbre compuesta de cerca de tres mil personas, preguntáronle sus oyentes qué debían hacer: Haced penitencia, les contestó, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para — 332 — remisión de vuestros pecados (Act. Ap., II, 37-38). Véase además lo ocurrido con el criado de la reina de Candaces (Act. Ap., VIII, 26-38). Efectos.—El Bautismo borra todos los pecados, así el original como los actuales si los hubiere, como podría ocurrir si el que es bautizado fuera adulto. Materia y forma.—La materia necesaria para el Bautismo es el agua natural, que generalmente se derrama sobre la cabeza, pero de tal manera que corra un poco, lo cuál es necesario para que signifique la acción de lavar. L a forma son las palabras: Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, pronunciadas con la intención de hacer lo que hace la Iglesia. Nota.—En el Bautismo solemne, al agua se le añade también el crisma y algunas otras ceremonias, las cuales significan el gran acontecimiento de ser librado el que lo recibe de la esclavitud de Satanás y admitido a formar parte del reino de Dios. E l Bautismo es el sacramento sublime mediante el cual somos hechos partícipes de la redención de Jesucristo. Ministro.—El ministro ordinario del Bautismo es el párroco o un sacerdote por él delegado. En caso de necesidad puede bautizar cualquiera j sea hombre o mujer, que tenga uso de razón. Sujeto.—Es sujeto apto para el Bautismo: 1.0 todo ser humano; 2.° aunque sea loco o demente; 3.° si se tratase de un monstruo y no se pudiese averiguar con certeza si es un ser humano o una bestia, habría que bautizarle condicionalmente; 4.° en caso de necesidad pueden ser bautizadas a la vez muchas personas. Padrinos.—1.° En el Bautismo solemne es necesario que haya un padrino por lo menos, hombre o mujer. 2.° Los padrinos deben ser elegidos por los padres, o en su defecto, por el párroco. 3.° Deben tocar con la mano al que es bautizado, en el momento de bautizarle. 4.° Los padrinos son como los padres espirituales del bautizado, - 333 — y han de suplir a los padres carnales sí éstos no cumplieren su deber. Por consiguiente, no pueden ser padrinos los herejes ni los excomulgados públicos. Diiicültaá.—¿Cómopuede ser administrado elBautismo a los niñas que no pueden tener intención actual de recibirlo ni de entrar en la Iglesia?—La enseñanza práctica y teórica de la Iglesia nos asegura que el Bautismo suministrado a los niños produce, lo mismo que en los adultos, todo su efecto y les hace hijos de Dios. Esto supuesto, no es necesario esperar la voluntad del niño para conferirle este bien, como no es necesaria su voluntad para constituirle heredero de los bienes naturales, y para proporcionarle las cosas que le son necesarias o útiles, como son la leche, el vestido, etc. Tanto más cuanto que si se esperase a administrárselo cuando tuviese uso de razón, podría morir sin Bautismo, lo cual sería para él un mal inmenso, pues se vería excluido para siempre de la felicidad sobrenatural, don gratuito de Dios, vinculado a este sacramento, II. Confirmación Definición.—Es el sacramento que nos confirma en la fe, comunicándonos los dones del Espíritu Santo.—En los primeros tiempos del Cristianismo estos dones eran comunicados a los fieles, aun con señales exteriores al imponer las manos sobre ellos los Apóstoles (Act. A p . , VIII, 14; X I X , 6). Institución.—Tres cosas se requieren para todo sacramento.—1.a E l signo sensible, o rito externo, ordenado a comunicar la gracia santificante; 2.a Que este rito sea permanente; 3.a Que baya sido instituido por ¡esucristo. Ahora bien, estos tres elementos se hallan en el rito empleado por los Apóstoles, al cual llamamos ahora Confirmación. En efecto, 1.° En los Actos de los Apóstoles leemos que éstos imponían las manos a los bautizados: Sabiendo los Apóstoles, que moraban en Jerusalén, que los samaritanos habían recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y Juan. Estos hicieron oración por ellos a fin de que recibiesen el Espíritu Santo... pues sólo estaban bautizados... Entonces les impusieron las manos, y luego recibían al Espirita - 334 — Santo (Act. Ap,, VIII, 14-17). Y de San Pablo se refiere que habiendo impuesto las manos sobre los fieles de Efeso, que habían sido bautizados, descendió sobre ellos el Espíritu Santo (Act. Ap,, X I X , 6). Y adviértase que no se trataba únicamente de recibir gracias exteriores, como ocurría entonces con frecuencia, sino también-y principalmente la gracia interior, según se infiere de otros pasajes del Nuevo Testamento, en donde se habla del Espíritu Santo.—2.° Era un rito estable, conforme lo demuestra la pretensión que Simón Mago tenía de poseer semejante poder (Act. Ap., VIÍI, 1849).—3.° Fué instituido por Jesucristo, porque sólo Él podía vincular a la imposición de las manos la virtud de comunicar a los fieles la gracia divina. Ministro de la Confirmación.—Es el obispo, como quien tiene toda la plenitud del sacerdote cristiano. III. Eucaristía Definición.—Es un sacramento en el cual, bajo las especies de pan y de vino, se nos da al mismo Jesucristo, Dios y hombre: es decir, su cuerpo, su alma y su divinidad. Institución.-Al anochecer del jueves que precedió a la muerte del Salvador, hallábase éste reunido con sus discípulos para comer el cordero pascual, con los ritos acostumbrados. Todos los allí presentes se hallaban agobiados de profunda tristeza ante el presentimiento de los sucesos que iban a tener lugar al día siguiente; sólo Jesús aparecía animado de inusitado ardor. Díjoles cómo desde hacía mucho tiempo estaba Él deseando que llegara aquella hora, para celebrar aquella cena con ellos ( L u c , XXII, 15). En la cena pascual era costumbre que el jefe de la familia distribuyera a los comensales el pan y el vino de bendición. Eso mismo hizo Jesús, mas substituyendo el uso antiguo por otro nuevo, porque, al distribuirles el pan, les dijo: Este es mi cuerpo que será sacrificado por vosotros; haced esto en memoria mía ( L u c , XXII, 19), y pasándoles la copa del vino, añadió: Esta es mi sangre del Nuevo Testamento (Marc, XIV, 23). Así, pues, Jesucristo convirtió en aquel momento el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, y como Jesucristo no está dividido en partes, bajo cada una de las dos especies se halla Jesucristo entero: o sea, su cuerpo, su sangre, su alma y su - 335 - divinidad. La afirmación categórica de Jesucristo^ la gravedad solemne con que la hizo; su ardiente deseo de que llegase aquella cena; las muchas veces que, durante su vida, habló de aquella comida y de aquella bebida (Jo., VI); la narración unánime de los Evangelistas y el uso de los primeros cristianos, desde los tiempos del Apóstol San Pablo (año 53), de congregarse para comer el cuerpo del Señor (I Cor., XI, 23-29); la imposibilidad, en fin, de hallar un sentido metafórico en las palabras de Jesucristo, son argumentos irrefragables de la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Excelencias de este sacramento.—!.0 Contiene no sólo la gracia, sino al mismo autor de la naturaleza y de la gracia. 2. ° Es el centro del culto religioso, en torno del cual se congregan los fieles; en su honor se elevan templos y para adornarlos concurren todas las bellas artes; para él se ordenan los sacerdotes; por respeto a él se les exige que permanezcan en estado de castidad perfecta, y para recibirlo se requiere pureza de conciencia y estar en ayunas de todo otro manjar y bebida. 3. ° Los demás Sacramentos se ordenan a éste (Bautismo, Penitencia, Orden y Matrimonio). 4. ° Tiene notable semejanza con la Encarnación: en ésta el Verbo se vistió de carne, en la Eucaristía se viste de las especies de pan y de vino; en aquélla se entregó al género humano, en ésta se nos da a cada uno de nosotros en particular. 5. ° E l fin de la vida humana, que consiste en amar a Dios, se obtiene en este sacramento perfectamente, pues Dios se une corporalmente con nosotros. 6. ° Jesucristo se hace, por medio de este sacramento, nerpetuo compañero de nuestra vida. L a devoción a la ^agrada Eucaristía, pues, es la devoción de las devociones (Act. A p . , 11, 42). Disposiciones para la Comunión.—Son dos, ambas absolutamente necesarias: 1.a Hallarse en estado de gracia; 2.a haber guardado ayuno natural desde la media — 336 — noche anterior a la Comunión, excepto en caso de enfermedad en la cual haya peligro de muerte. iV. B.—Su Santidad el Papa Pío X , en su decreto de 7 de diciembre de 1906, concedió una gracia especial, en cuya virtud, todos aquellos enfermos que se ven obligados a guardar cama desde hace un mes, y sin esperanza cierta de pronta convalecencia, aunque hayan tomado algún líquido, a juicio del confesor, pueden comulgar dos veces por semana, si se hallan en una casa religiosa o en un establecimiento piadoso, o en una casa particular que goce del privilegio de oratorio doméstico; pueden comulgar dos veces cada mes, en los demás casos. E l líquido que pueden tomar los tales enfermos ha de ser a manera de bebida; no pueden tomar pastillas para la tos, ni huevos bebidos. Nota.—E\ estado de gracia, necesario para comulgar, debe obtenerse medíante la confestón sacramental; no únicamente con la contrición perfecta, exceptuando el caso de necesidad grave, como sería la de aquel que, hallándose en el reclinatorio para comulgar, recordase súbitamente un pecado grave no confesado por olvidó. Efectos de la Eucaristía.—1.° Aumenta la gracia del que la recibe.—2.° D a derecho especial al paraíso: E l que coma de este pan vivirá eternamente, dijo Jesucristo (Jo^ V I , 53-59).—3.° Perdona los pecados veniales y una parte de la pena temporal.—4.° Nos une especialmente con Jesucristo. ¿Es de aconsejar la Comunión frecuente y diaria?— Sin duda ninguna; porque nos es de suma utilidad, y además Jesucristo desea que comulguemos con frecuencia. Es, pues, vano pretexto, mejor dicho, es señal manifiesta, las más de las veces, de pereza y frialdad, el reparo que oponen algunos, diciendo que la Comunión frecuente arguye excesiva familiaridad con Dios. Por esto el Sumo Pontífice Pío X recomienda con todo encarecimiento la Comunión frecuente y diaria a toda clase de fieles, y en especial a la juventud. Las disposiciones que para ella se requieren son: 1.a Estado de gracia. 2.a Recta y piadosa intención, o sea que aquel que comulga no lo haga - 337 — por rutina, vanidad o fines terrenos, sino por agradar a Dios. Obligación de comulgar.—Hay obligación estricta, es decir, bajo pena de pecado, de comulgar en tiempo pascual y en peligro de muerte. Mas nuestra propia utilidad, y la necesidad que tenemos de recibir gracias, debe estimularnos a comulgar con la mayor frecuencia posible, aunque sea todos los días. ¿Acaso comemos únicamente cuando estamos a punto de morir de hambre? La Eucaristía como sacrificio L a Eucaristía es también sacrificio.—«El sacrificio es la destrucción, física o moral, de Una substancia, la cual, en virtud de legítima institución, es ofrecida a Dios en reconocimiento de su dominio supremo.» Ahora bien, en la Eucaristía ofrécese a Dios el mismo Jesucristo Dios-Hombre, y se ofrece en tal estado de humillación y abatimiento, que viene a ser una especie de destrucción moral. D e m o s t r a c i ó n . - U n conjunto de pruebas, unidas íntimamente entre sí, nos demuestran eficazmente la verdad de la proposición asentada. Están en primer lugar los vaticinios de los antiguos profetas. Así, Malaquías (1,10) profetizó que llegada la era mesiánica, sería ofrecido en toda la tierra un sacrificio nuevo, no como los antiguos que fueron rechazados por Dios. Ahora bien, este sacrificio no puede ser otro que el de los cristianos, pues ninguno, fuera de él, cumple con las condiciones de la profecía. Demuéstránla, en segundo lugar, aquellas palabras de San Pablo, el cual refiriéndose a Jesucristo, dice que es sacerdote según el orden de Melquisedech el cual ofreció pan y vino (Hebr., V , 5-6). En tercer lugar lo demuestran las palabras y el modo con que fué instituida la Eucaristía, porque Jesucristo dijo de su sangre (que estaba en el cáliz): Esta es mi sangre que será el 22.—CURSO D E R E L I G I Ó N . — 338 — sello del Nuevo Testamento (Mátth., X X V I , 28). Y además, se demuestra por el hecho de que el cuerpo de Jesucristo es místicamente separado de su sangre, lo cual es enteramente propio y peculiar del sacrificio. Este sacrificio es también reproducción y recuerdo del sacrificio de la cruz; y por esto Jesucristo, en la última cena, impuso a los Apóstoles la obligación de reiterarlo, con aquellas tiernísimas palabras que expresaban su último adiós: «Haced esto en memoria mía* ( L u c , X X I I , 19). Virtud y eficacia del sacrificio de la Misa.—El sacrificio de la Misa es: 1.0 latréutico, en cuanto se ofrece a Dios en reconocimiento de su supremo dominio; 2.° eucartstico, en cuanto se le ofrece en acción de gracias por los beneficios de Él recibidos; Z.0 propiciatorio y satisfactorio o expiatorio, en cuanto se ofrece a Dios para obtener el perdón de los pecados y de la pena por ellos merecida; 4.°, en fin, impetratorio, en cuanto se le ofrece para obtener las gracias necesarias para nuestra salvación. iVo/«.—Pueden oírse simultáneamente muchas Misas, participando del valor del sacrificio, del propio modo que si las Misas se celebraran sucesivamente. Explicación de la Misa E l nombre de Misa.—Este nombre, con el que expresamos lo más excelente que contiene en sí la Religión católica, tuvo su origen de una sencilla circunstancia de la misma cosa por él significada, es decir, de la dimissio populi, o sea de la despedida que se daba al pueblo, al disolverse la reunión de los fieles, ¡te, dimissio est, decía el Diácono, frase transformada actualmente en lie, missa est. La palabra missa, pues, de tan poco valor etimológico, expresa ahora el sacrificio de la Ley nueva. Origen.—Su origen es la Cena de Nuestro Señor Jesucristo, a la cual siguió la consagración del pan y del vino. La - 339 - referida cena iba acompañada con el canto de Salmos y otras oraciones. Lo mismo empezaron a hacer los primeros cristianos, al celebrar sus banquetes de caridad (ágapes), a los cuales seguía la acción eucarística; durante estos actos se rezaban oraciones, se dirigían exhortaciones al pueblo y se leían las epístolas de los Apóstoles y trozos escogidos de la Sagrada Escritura, como se acostumbraba hacer antes en las sinagogas. A l llegar a un punto determinado, se hacía la oferta (ofertorio) no sólo del pan y del vino, que habían de ser consagrados, sino también de otros manjares para los pobres (Act. Ap., II, 42; X X , 7; I Tes., V, 27; Colos., IV, 16). Después, a causa de haberse introducido algunos abusos, la Iglesia suprimió el ágape o banquete y dejó únicamente la acción eucarística (I Cor., XI, 18-30). Asimismo por causa de los abusos fué prohibida, para el común de los fieles, la Comunión bajo la especie de vino. Partes de la Misa.—Dividíase, durante los primeros siglos, en dos partes: la de los catecúmenos, que llegaba hasta el canon, y la de los fieles. A l principio, casi todos los fieles comulgaban; al llegar este acto, uno de ellos pronunciaba estas palabras: El que no haya de comulgar, ceda su puesto a los que han de hacerlo. Las partes de la Misa al presente son: la Confesión ante el altar, la Lectura de la Sagrada Escritura, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, la instrucción acerca de dicha lectura, la Oblación de los dones u Ofertorio, la Oración por los vivos y por los difuntos, la Consagración, la Adoración, la Fracción de la hostia, el Beso de paz, la Oración dominical, la Comunión, la Acción de gracias y la Bendición del sacerdote. E l Canon es la parte más sagrada y secreta, en la cual el sacerdote habla a solas con Dios. Simbolismo en la Misa.—El amito significa el yelmo de la fe; el alba el efecto de lavar el alma en la sangre de Jesucristo; el cíngulo la pureza; el manípulo las buenas obras y la recompensa de los trabajos; J a estola (cual si fuese la banda oficial) el vestido de la inmortalidad; la casulla el yugo de la ley de Dios. Estas vestiduras u ornamentos, usados al principio por necesidad, han quedado luego casi tínicamente como expresiones simbólicas (Cfr. Semeria, La Messa nella sua Storia). Forma.—Gran parte de lá Misa es una oración, en forma dialogada, entre el sacerdote y el pueblo. Actualmente éste se halla representado por el ministro o monaguillo. — 340 — IV. Confesión Institución de la Confesión.—El mismo Jesucristo fué quien instituyó el sacramento de la Penitencia o Confesión, cuando dijo a los Apóstoles: Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes se los perdonareis; y quedan retenidos a quienes se los retuviereis (Jo., X X , 23). Y en otra ocasión les había dado ya potestad para atar y desatar en orden a la salvación (Matth., XVIII, 18). De lo cual se infiere: primero, que la Confesión es medio necesario para alcanzar la absolución de los pecados; segundo, que han de someterse a este tribunal todos los pecados mortales. Demuéstrase que es medio necesario, porque así como cuando un soberano constituye un tribunal para ciertas causas, no es lícito acudir directamente al soberano, independientemente de dicho tribunal, así tampoco podemos prescindir, en nuestro caso, del tribunal instituido por Jesucristo. Además, sólo quien tiene las llaves puede abrir y cerrar; ahora bien, es cosa certísima que Jesucristo dió a sus Apóstoles, bajo el símbolo de las llaves, la potestad de absolver o no a los fieles. Además, han de confesarse todos los pecados mortales. En efecto, la facultad de perdonar los pecados, conferida por Jesucristo a los Apóstoles, es manifiestamente un acto judicial, por el cual los Apóstoles y sus sucesores son constituidos verdaderos jueces de las ofensas inferidas a Dios. Ahora bien, todo acto Judicial de suyo requiere previo conocimiento de la causa, es decir, de la materia sobre la cual se ha de pronunciar la sentencia. Es así que no puede tenerse este conocimiento si el penitente no confiesa sus pecados. Luego al constituir Jesucristo a los Apóstoles verdaderos Jueces de los pecados, estableció implícitamente que dichos pecados debían ser confesados. Por consiguiente, la Confesión es de derecho divino; y así lo ha enten- — 341 — dido siempre la Iglesia, intérprete auténtica de la doctrina de Jesucristo. Dificultad,—Paes/o que en este juicio, si el penitente está dispuesto, la sentencia es siempre absolutoria,parece que debería bastar que el confesor se enterase de las disposiciones del penitente y de sus pecados en general.— De ningún modo. A decir verdad, el juez ha de saber no sólo por qué absuelve, es decir, las disposiciones del reo, sino también de qué absuelve, es decir, el pecado: ahora bien, todo pecado mortal constituye por sí solo una causa de juicio. La Confesión en los primeros siglos Dificultad.—Causa alguna extrañeza el modo como hablan los Santos Padres y los escritores de los primeros siglos acerca de la confesión. Es decir, que a primera vista parece que atribuyen gran importancia a la penitencia pública y casi ninguna a la privada, esto es, a la confesión auricular. De esta obscuridad histórica ha pretendido alguien deducir que habiendo cesado la penitencia pública hacia el siglo ix (otros dicen que hacia el siglo iv), la Iglesia, por su propia autoridad, la substituyó por la privada; mas esto es falso. Lo que hay de verdad es que después de haber estado vigente, al principio, tanto la penitencia pública como la privada, luego, en el decurso del tiempo cesó aquélla y permaneció ésta. Para ilustrar mejor esta materia, convendrá hacer algunas observaciones históricas, con las cuales quedará demostrada la afirmación dogmática del Concilio de Trente, a saber, que la confesión privada ha estado siempre en uso en la Iglesia, aunque acaso no siempre con igual frecuencia. Explícase el silencio que guardan los escritores eclesiásticos antiguos acerca de la confesión privada.— l . 0 L a penitencia pública era la solemne reconciliación del penitente con Dios y con la Iglesia: reconciliación que incluía en sí no sólo la expiación de la pena, sino también de la culpa. No es, pues, de extrañar que se concediese mayor importancia a la penitencia o a la confesión pública que a la particular.—2.° Recordemos, además, que los antiguos no distinguían con tanta sutileza, como se hizo cuando la Teología empezó a desarrollarse notablemente, entre la culpa y la pena, por más que nuncá negaron semejante distinción. Esta es la razón por la cual llamaban a la confesión pública bautismo - 342 — laborioso, al par que consideraban cosa facilísima la confesión secreta hecha al sacerdote; tanto es así que a veces la llamaban confesión hecha a Dios, pues en verdad se hace al confesor únicamente en cuanto ocupa el lugar de Dios.— 3.° Es también de notar que en los primeros tiempos, ya por la pureza de vida de los fieles, ya por otras causas (verbigracia, por escrupulizar poco acerca de los pecados veniales) la confesión no era tan frecuente como ahora.—4.° Por último, no hallamos en la historia pasaje alguno en que se nos hable de la supuesta mudanza de la confesión pública en privada. Ahora bien, este silencio nos da derecho a deducir no que la Iglesia, por su propio arbitrio, convirtiese en privada la confesión pública, sino que habiendo cesado la penitencia pública, permaneció en vigor sólo la privada. Pruebas directas de la confesión auricular en los primeros siglos.—1.° La confesión o penitencia pública estaba permitida: a) una sola vez en la vida; b) y solamente por tres graves pecados, a saber: la apostasía, el homicidio y el adulterio. Ahora bien, ¿cómo podrá sostenerse la existencia de sola la confesión pública, cuando los Santos Padres inculcan la confesión de todos los pecados, aunque sean secretos? Podríamos multiplicar los testimonios desde el siglo x m (1215), en que Inocencio III prescribió la confesión anual, hasta los Apóstoles (1). Escojamos algunos. Orígenes (f 254) dice: «Después que el confesor se ha portado contigo como médico hábil y compasivo, te dirige algunas palabras y te da algún buen consejo. Si descubre que la naturaleza de tu mal es de aquellas que han de ser reveladas o curadas en la congregación de la comunidad, o bien que éste será para ti el medio más fácil para obtener la salvación, has de conformarte con lo que, después de madura reflexión, te aconsejare prudentemente tu médico» (Hom. in Ps. XXXVII). En el Nuevo Testamento hay dos alusiones probables a la confesión (Act. Ap., X I X , 18; Jac, V, 16). 2.° Otra prueba de la confesión privada es el hecho conocidísimo de que a los moribundos se les concedía la absolución; más todavía, el Papa San Celestino (f 423) reprendió a los obispos de Narbona y de Viena porque no absolvían a los moribundos. Reprensión a todas luces inútil, si fuera cierta la sentencia protestante según la cual la remisión de los pecados (1) V . SCHÜLLER, Repertorio per le istruztonipopolari sulla confessione e eomunione, Roma, D e s c l é e . Son h e r m o s í s i m a s dos referencias a la c o n f e s i ó n privada en la Didache, IV y X I X (segunda mitad del s i g l o i). — 343 — podía lograrse sin que precediera la confesión hecha al sacerdote, o sin el deseo implícito de dicha confesión; es decir, si fuera cierto que no existía otra confesión que la pública. 3.° Los no vacíanos fueron condenados (251) por sostener que la Iglesia no podía perdonar algunos pecados. Ahora bien, esta condenación sería inexplicable si no se hubiera creído necesaria la confesión secreta. ¿Fuera de la Confesión, pueden ser perdonados los pecados? — Sí, mediante la contrición perfecta; pero a condición de que se tenga la firme resolución de manifestarlos después, en la primera confesión que se haga, al juez constituido por Jesucristo, o sea, al confesor. De manera que la remisión de todo pecado mortal va unida a la confesión, es decir, al tribunal constituido al efecto. Beneficio de la Confesión.—Es grande, pues con un simple acto de humildad en manifestar las culpas. Dios nos concede el perdón. Este perdón se alcanza: \.0 f á c i l y prontamente, puesto que abundan los sacerdotes y es fácil hallarlos dispuestos a confesarnos; 2.° se extiende a todos los pecados sin exceptuar ninguno; 3.° se concede graciosamente, como nos lo muestran las parábolas de la oveja descarriada, del hijo pródigo, de la fiesta que se hace en el cielo al convertirse el pecador, de la Magdalena, y de la mujer adúltera; 4.° se nos concede de una manera enteramente conforme a la naturaleza humana, la cual se complace en manifestar secretamente sus penas y sus males. De donde se infiere cuán irracionalmente hablan aquellos que suponen que en la confesión se han de experimentar torturas y vencer repugnancias inauditas. Examen para la Confesión.—Consiste en recordar los pecados cometidos para poder manifestarlos al confesor ordenada y expeditamente. Es necesario el examen de conciencia: a) para el penitente, porque se trata de un asunto de suma importancia; b) para el confesor, a fin de hacerle más ligero el trabajo de preguntar. — 344 - Nota.—E\ tiempo que se ha de emplear en el examen depende de quien se confiesa y de las circunstancias. A veces podrán bastar algunos minutos. No hay ninguna regla fija acerca de la duración del examen. Acusación de los pecados.—!.0 Puesto que los pecados veniales pueden ser perdonados aunque no se confiesen (porque no nos cierran las puertas del cielo), no hay necesidad de someterlos al juez de la confesión. Sin embargo, es útilísimo y mejor confesarse de ellos; pero no pecaría quien dejase de confesarlos, aunque fuese adrede.—2.° En cuanto a los pecados mortales, hay obligación estricta de conf esarlos expresando: a) su especie; b) el número preciso; si no se puede determinar el número preciso, debe manifestarse el número aproximado, del modo que se acuerde uno de ellos, diciendo, verbigracia, he cometido tal pecado tantas veces; o bien, unas tres o cuatro veces al mes, duante tantos meses o años. Casos que pueden ocurrir en la acusación de los pecados l.0 Pecados olvidados.—Es cierto que con la absolución quedan perdonados todos los pecados, aun aquellos que se han dejado de confesar por olvido, porque la gracia borra todos los que hay en el alma; dichos pecados olvidados, si vienen luego a la memoria, han de confesarse en la primera confesión que se haga, cuandoquiera que sea. Entre tanto puede uno comulgar cuantas veces desee, pues dichos pecados no existen ya; existe sólo la obligación de manifestarlos al confesor, porque así nos lo manda Dios, 2.° Pecados dudosos,—No hay obligación estricta de confesarlos; pero es útil hacerlo, confesándolos como dudosos. Quien no los confesare habría de hacer un acto de contrición perfecta para ponerse cuanto antes en gracia, dado caso que dichos pecados fuesen verdaderamente tales delante de Dios. 3.° Circunstancias de los pecados.—No hay obligación de confesar las circunstancias de los pecados, como son el modo como se cometieron, los medios, el nombre, el lugar - 345 - y otras semejantes, a menos que dichas circunstancias hagan que los pecados sean de otra especie; como ocurriría, por ejemplo, con el hurto de cosas sagradas, pues entonces pertenecerían a la especie de sacrilegio; con una impureza que se refiriese a persona casada, pues entonces revestirían la especie de adulterio; o bien la que se refiriese a persona consagrada a Dios, pues entonces serían también sacrilegio. Lo mismo ha de decirse de los pecados de deseo. 4. ° Moribundos, mudos, personas que desconocen el idioma del lugar en que se hallan, y o/ros.—Quien se halle imposibilitado de manifestar sus pecados, bastará que dé señales de arrepentimiento para recibir la absolución; mas si luego puede confesarlos tiene obligación de hacerlo. Puede uno servirse de intérprete, pero no está obligado a ello. Asimismo, nunca'hay obligación de confesarse por escrito, pero puede hacerse. 5. ° Mentiras dichas en la confesión—S\ con la mentira se calla un pecado mortal nunca confesado, se comete un sacrilegio y la confesión es nula; en los otros casos, la confesión es válida, pero se comete un pecado, que generalmente es venial. 6. ° Callar adrede un pecado mortal. — Quien calla adrede un pecado mortal en la confesión, comete un sacrilegio; para recobrar la gracia tiene que renovar todas las confesiones en que haya callado aquel pecado, empezando desde aquella en que por vez primera lo calló. 7. ° Cómo ha de acusarse el penitente.~í.0 Con brevedad, evitando todo lo inútil (narraciones superfinas, pecados ajenos, relatos de desgracias, etc.); 2.° con humildad delante de Dios, es decir, sin excusas, pretensiones, disputas, etc. 8. ° B l que nó tiene pecados.—El que no tiene pecados de que acusarse puede también recibir la gracia de la absolución sacramentul, que trae consigo aumento de gracia santificante: mas para ello tiene que acusarse de algún pecado mortal o venial de la vida pasada, si bien sólo en general, a fin de que haya materia de absolución. Así conviene hacerlo, siempre que uno no tenga más que pecados veniales. 9. ° Fuera del caso en que haya necesidad, no ha de manifestarse el nombre del cómplice en el pecado. Dolor.—I.0 E s un sentimiento y pesar que tiene el alma de haber pecado (es decir, un juicio de la mente que declara con humildad que al pecar se ha oLrado mal; de donde nace el sentimiento de haberlo hecho). 2.° E l - 346 - dolor es perfecto cuando el motivo de este sentimiento es haber ofendido a Dios, por ser Él bondad infinita, e imperfecto cuando dicho sentimiento procede de haber merecido los castigos de Dios. 3.° Para la confesión es necesaria una de estas dos especies de dolor. 4.° E l dolor debe extenderse, por lo menos, a todos los pecados mortales. Propósito.—I.0 Consiste en la voluntad de no pecar más. 2.° Es absolutamente necesario. 3.° Ha de extenderse a todos los pecados mortales y a todos los tiempos. Nota.—Ho se confunda la voluntad de no pecar más, con la previsión de que se volverá a pecar. Son cosas muy diversas, como lo son, por ejemplo, tener deseos de jugar bien y prever que han de salir mal las jugadas. Penitencia.—Hay obligación estricta de cumplir la penitencia impuesta por el confesor, aunque no es necesario cumplirla antes de comulgar, ni en seguida de la confesión; sin embargo, es útil hacerlo así a fin de no olvidarse. Confesión general.—Puede ser de necesidad o de devoción. Será necesario hacerla, siempre que se hayan hecho confesiones nulas por defecto de integridad, de dolor o de propósito: será sólo provechoso h&czúa, si uno no la hubiere hecho nunca, con tal que no haya de acongojarse demasiado y crea que sacará fruto de ella. Confesor fijo.—1.° No hay obligación de tenerlo. .2.° Pero es útil; como es útil tener un médico fijo, a fin de que conozca bien nuestra complexión y nuestras enfermedades. 3.° En algunos casos podría acontecer que no fuera útil; y en tal caso será mejor ir a confesarse con otro. Ocurre esto, por ejemplo; cuando el penitente está tentado de callar algún pecado, y en otros casos. Sigilo de la Confesión.—La obligación que tiene el confesor de no manifestar jamás a nadie ningún pecado oído en confesión, es tan g r a v é que, aunque le amenazaran de muerte o fuere preguntado delante de un tribunal por el juez, debería el confesor decir que no sabe ni ha oído nada; porque, en efecto, como hombre no sabe nada. - APÉNDICE 347 A LA - CONFESIÓN Las indulgencias Preámbulo;—Así la confesión de los pecados mortales como el dolor de contrición, borran enteramente la culpa del alma; en cuanto a la pena, merecida con la misma culpa, queda también perdonada la pena eterna, pero no siempre lo queda igualmente toda la pena temporal. Además, es fácil que haya en el alma culpas veniales merecedoras de alguna pena temporal. Los ejemplos de David, de Moisés, y el dogma del Purgatorio comprueban esta doctrina, según la cual puede acontecer que el alma, después que le ha sido borrada la culpa y perdonada la pena eterna, tenga todavía necesidad de satisfacer a Dios una parte mayor o menor de la pena temporal. ¿Cómo se perdona dicha pena?—Puede perdonarse de los siguientes modos: 1.0 con la penitencia o mortificación voluntaria, o bien con la resignación en las penas de esta vida y con actos de amor a Dios; 2.° con las penas del Purgatorio, en la otra vida; 3.° con las indulgencias concedidas a este efecto por la Iglesia. Definición.—Las indulgencias, en cuanto al efecto, no son otra cosa que la remisión de la pena temporal debida por los pecados, y que habría de satisfacerse en esta vida o*en el Purgatorio. Las indulgencias pueden ser plenarias o parciales, según que se nos perdone con ellas toda la pena temporal, o sólo parte de la misma. Autoridad de la Iglesia.—Jesucristo dió a su Iglesia plena autoridad para apartar de los fieles todo lo que les estorbe alcanzar la felicidad eterna; y así dijo a San — 348 — Pedro: Todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en el cielo (Matth., XVI, 19). Palabras en las cuales va incluida hasta la forma de autoridad que ejercita la Iglesia, al conceder las indulgencias, aplicando a los fieles las satisfacciones de Jesucristo y de los santosj de las cuales posee la misma Iglesia un tesoro abundantísimo. La Iglesia aplica estas indulgencias a modo de juicio autorizado, del mismo modo que absuelve de la culpa en la confesión. Origen histórico de las indulgencias.—Veamos cómo se introdujo en la Iglesia la costumbre y uso de conceder indulgencias. Por las penas que cada uno de los pecados merecía, imponía la Iglesia, en los primeros siglos, penitencias más o menos largas o severas, por ejemplo de siete años, de cuarenta días, etc. Eran penitencias í?a/zo/H£?as, con las cuales descontaban los fieles las penas merecidas delante de Dios. Ahora bien, algunos penitentes obtenían de los mártires encarcelados cédulas de recomendación que presentaban a los obispos. Estos, como custodios y dispensadores del tesoro de los méritos de los mártires (como bienes de la comunidad), las aplicaban a dichos penitentes a modo de generosa donación, en virtud del poder de atar y desatar que de Jesucristo habían recibido. Así los penitentes quedaban dispensados, por ejemplo, de siete años, de cuarenta días de penitencia, y se les descontaba en realidad delante de Dios semejante pena. Este uso se ha ido continuando en la Iglesia hasta ahora: otorga, en efecto, las mismas indulgencias, sacándolas del tesoro de los méritos de Jesucristo y de los Santos. Notas.—\? L a Iglesia concede dichas indulgencias a los que ejercitan ciertas obras piadosas, como oraciones, visitas de iglesias, etc. 2.a Las indulgencias concedidas a objetos particulares, por ejemplo, coronas, crucifijos, etc., son personales, es decir, que sólo puede ganarlas la persona en cuyo favor se aplicaron las indulgencias al objeto que posee. Requisitos para ganar las indulgencias parciales.— I.0 Estar en gracia de Dios. 2.° Hacer las obras prescritas para ganarlas. Requisitos para ganar las indulgencias plenarias.— I.0 Confesar (a los qie acostumbran confesar cada ocho — 349 — días les basta la confesión semanal para cumplir con este primer requisito); 2.° comulgar; 3.° ejecutar las obras prescritas para ello; 4.° orar a intención del Sumo Pontífice. ¿Qué significan las palabras 50 días, 7 años, 7 cuarentenas de indulgencias?—Este modo de hablar, que según hemos dicho era peculiar de los primeros siglos de la Iglesia, tiene ahora un valor equivalente. Es decir, así como antes, con los actos de indulgencia, se descontaban delante de Dios 50 días, 7 años, 7 cuarentenas, etc., de penitencia; ahora, al conceder 50 días, 7 años, etc., de indulgencia, se descuenta delante de Dios la pena que en los primeros siglos se descontaba con 50 días, 7 años, etc., de penitencia. Nofa.—ÍAuthas de las indulgencias pueden ser aplicadas a las almas del Purgatorio; ignoramos, empero, cuántas penas les descuenta Dios con dichas indulgencias, ni si se las aplica siempre o en qué grado, pues las almas del Purgatorio no están ya sujetas a penas canónicas, acerca de las cuales puede dispensar la Iglesia; y además la Iglesia no tiene autoridad sobre los difuntos. Lo mismo ha de decirse de la misa celebrada en un altar privilegiado, y con la cual suele decirse que se saca un alma del Purgatorio. Cierto es que la Iglesia ofrece a Dios aquella misa para este fin, vinculando a ella su deseo; como también es cierto que Dios tiene gran cuenta con el deseo de su Iglesia; no obstante, Él es siempre Soberano Señor y dueño de disponer de todo según su beneplácito. Esta es la razón por la cual la Iglesia permite que se apliquen muchas misas por el mismo difunto, y concede dichas indulgencias para que se puedan aplicar, a modo de sufragio o impetración, a las almas del Purgatorio. N V. Extremaunción Institución divina.—La hallamos revelada por Santiago en su Epístola, cuando dice: ¿ E s t á enfermo alguno de vosotros? Llame a los ancianos (presbíteros) de la - 350 - ' Iglesia y oren por é l , ungiéndole con óleo en el nombre del Señor; y la oración nacida de la fe salvará al enfermo, y el Señor le aliviará; y si se halla con pecados, le serán perdonados (Jac, V , 14-15). Ignoramos cuándo vinculó Jesucristo su gracia a este rito; lo único cierto es que sólo Él podía hacerlo y lo hizo, como enseña el Concilio de Trento. Efectos.—El efecto primario de este sacramento es sanar el alma de la triple debilidad que le aqueja durante el tiempo en que el cuerpo padece una grave enfermedad, a saber: desconfianza por los pecados cometidos; pusilanimidad por la enfermedad présente, y temor de la última lucha. L a Extremaunción comunica, pues, al alma confianza, serenidad y alegría. E l efecto secundario, pero propio de este sacramento, es apartar todo obstáculo que se oponga a la felicidad eterna, y por consiguiente, perdonar las penas merecidas por los pecados, perdonar los pecados veniales, y también los mismos pecados mortales, si por cualquier motivo no hubieran sido todavía perdonados, o si en aquel momento no pudieran serlo con la absolución o la contrición perfecta. Otro efecto secundario, aunque condicional, es la salud del cuerpo, si fuere necesaria para la del alma: sin embargo, esto no se efectúa a modo de milagro, sino ayudando y comunicando energías a las fuerzas naturales. Requisitos para recibir este sacramento.—Hay que estar en gracia de Dios, por lo menos, por medio de un acto de contrición perfecta, puesto que es sacramento de vivos, es decir, de los que viven en gracia. No obstante, siendo el efecto secundario propio de este sacramento (efecto secundario, no ya accidental como el de otros Sacramentos) apartar todo impedimento para entrar en la felicidad eterna, si por cualquier motivo el alma no estuviese en gracia y el moribundo sintiese cuando menos atrición de sus pecados, la Extremaunción le concedería ja gracia. - 351 - Cuándo y por quién puede ser recibido.—Mirando al fin principal de este sacramento, solamente puede ser recibida la Extremaunción cuando el enfermo se halla en peligro de muerte, si este peligro proviene de alguna enfermedad o desgracia; y así no puede administrarse a quien se hallare en peligro de muerte a causa de una operación quirúrgica que le van a hacer. Pueden recibirlo únicamente los que han podido pecar. Están, pues, excluidos de él los niños y los locos de nacimiento; no así los que han quedado locos después que tuvieron uso de razón, pues puede suponerse en ellos voluntad habitual de recibir este sacramento, o por lo menos dolor de atrición, de la cual no se retractaron al perder el juicio. ¿Puede repetirse la Extremaunción?—Sí, pero únicamente cuando, después de haber cesado el peligro de muerte, por el cual fué oleado, vuelve a recaer el enfermo en un nuevo peligro de muerte. ¿Hay obligación estricta de recibir la Extremaunción? —Obligación estricta bajo pena de pecado grave no la hay, a menos que mediara, por parte del enfermo, desprecio de este sacramento u otra causa semejante; sin embargo, quien no lo recibe se priva de muy preciosos auxilios espirituales y aun corporales. Nota importante.—Evítese en gran manera esperar al último instante, cuando ya el enfermo ha perdido el uso de sus facultades, para administrarle los últimos sacramentos (Confesión, Comunión, Extremaunción). Tal conducta es una verdadera crueldad para con el enfermo, no sólo respecto a la salud de su alma, sino también respecto a la del cuerpo. Y aun cuando el paciente hubiere de perturbarse al advertir la gravedad de su estado, mejor es que pase este sobresalto y expíe sus pecados, que no exponerle a que muera sin haber dedicado un momento a los negocios de su alma. ¡Cuántas veces, en la vida ordinaria, nos vemos obligados a tolerar un mal menor para evitar otro mayor! E l uso de las medicinas costosas y amargas nos ofrece de ello un buen ejemplo. Pues si esto es así, ¿por qué hemos de olvidar esta regla, dictada por el buen sentido, cuando se trata del negocio más grave, cual es el de la salvación eterna del alma? — 352 - VI. Orden Declaración.—Mediante el sacramento del Orden, son creados los sacerdotes, a quienes se comunica juntamente con la gracia, la facultad de administrar los Sacramentos a los fieles y ejercitar los demás ministerios eclesiásticos. Importancia de este sacramento.—Con el sacramento del Orden se constituye la Jerarquía Eclesiástica, o sea el organismo esencial de la verdadera Iglesia. Jesucristo, en efecto, comunicó su misión divina a los Apóstoles, y éstos, por voluntad del mismo Jesucristo, la comunicaron a otros; éstos a otros y así sucesivamente hasta el fin del mundo. Unos transmiten a otros la autoridad divina, en continua sucesión, como si en una obscura noche se fuese transmitiendo de mano en mano el farol iluminador. Así lo enseñaron y practicaron los Apóstoles (I Tim., I V , 14; Tit. I, 5; A c t . A p . , X X , 2 8 , etc.). A s i l o enseñaron también los primeros Padres y sucesores de los Apóstoles. «Los Apóstoles, dice San Clemente, constituyeron a éstos (los obispos) a fin de que cuando ellos hubiesen de partir (de una ciudad o hubiesen de morir), otros hombres experimentados pudieran llenar su ministerio» (Ep. I ad C o r . , n. 42). Esta continuada sucesión apostólica es uno de los signos de la verdadera Iglesia, según vimos antes. Institución del sacramento del Orden.—Sabemos por San Pablo que con la imposición de las manos, los Apóstoles instituyeron obispos, quienes, además de formar el grado supremo del sacerdocio, eran los que consagraban a los sacerdotes y a los diáconos. Con esta imposición de manos se comunicaba la gracia a los que recibían la ordenación, y era el rito constante y estable de que usaban para crear los obispos en diversas ciudades(I Tim., IV, 14; II Tim., 1, 6; Tit. I, 5). Ahora bien, en todo esto hallamos los tres elementos de todo sacramento. En efecto, tenemos por de pronto rito externo Y estable y rito productor de gracia; y finalmente la instita- - 353 - ción divina, puesto que sólo Jesucristo puede vincular la gracia a un rito determinado. ¿Cuándo instituyó Jesucristo este sacramento? Dicen los teólogos que lo instituyó en la última Cena con aquellas palabras: Haced esto en memoria mía; o bien después de la resurrección, cuando dió a los Apóstoles la potestad de perdonar los pecados y les constituyó pastores de su rebaño. Grados de la jerarquía eclesiástica.—Tres son los grados de la jerarquía eclesiástica; a saber: Obispos, Sacerdotes y Diáconos. Los unos se distinguen de los otros por institución apostólica, derivada de la voluntad de Jesucristo, según enseña el Concilio de Trento. En cuanto a la constitución de los diáconos, se habla ya de ellos en los Hechos de los Apóstoles (Act. Ap., VI, 1-7): fueron elegidos no sólo para distribuir las limosnas, sino además para el ministerio apostólico.—Por lo que se refiere a la distinción entre obispos y sacerdotes, puesto caso que en las Epístolas de los Apóstoles ambos nombres tienen un significado ambiguo, es decir, que son llamados obispos ya aquellos a quienes nosotros damos técnicamente este nombre, ya aquellos a quienes llamamos ahora sacerdotes, conviene demostrar por otra vía la distinción y superioridad de los obispos sobre los sacerdotes. En efecto, hacia el año 150, era reconocida por doquier la supremacía de los obispos sobre los sacerdotes, por ejemplo, en Roma, en Lyón, en Atenas, etc.; y aun antes de esta fecha hallamos textos de algunos Padres apostólicos: es decir, de los que vivieron con los Apóstoles, en los cuales se ve demostrada, sin ningún género de duda, la distinción y supremacía de que hablamos. Así, por ejemplo, dice San Ignacio (f 107): *E1 obispo es como la imagen de Dios Padre; los presbíteros (sacerdotes) forman el sanedrín del obispo. Sin aquél y sin éstos no es posible hablar de*Iglesia» (Epist. ad. Trall. III). Respeto al sacerdocio, o sea al clero.—I.0 Los sacerdotes son los que constituyen la Iglesia docente, a la cual dió Jesucristo las llaves del reino de los cielos.—2.° Aunque son hermanos nuestros, e iguales a nosotros en la carne, sin embargo, también son los depositarios de la autoridad de Jesucristo, y por consiguiente padres espirituales nuestros.— 3.° Mas no por esto son impecables; así que, aunque acontezca algunas veces que sean culpables en su conducta, no por eso pierden sü autoridad, ni hemos de dejar de respetarlos. Dijo Jesucristo a los Apóstoles y en ellos a sus suceso23. — C U H S O D E R E L I G I Ó N . — 354 — res: Quien a vosotros oye, a mí me ofe; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia; y quien me desprecia a mí, desprecia a Aquél que me envió (Luc, X , 16).—4.° Por consiguiente, aquel desprecio habitual que muestran algunos cristianos al sacerdocio y a los sacerdotes, a los cuales contraponen la Religión (como si ésta estuviese separada de ellos), es señal de que ignoran todavía el abecé del cristianismo. VII. Matrimonio Definición.—Llámase matrimonio al contrato natural celebrado entre el hombre y la mujer, con el fin de engendrar, alimentar y educar a sus hijos; este contrato fué elevado por Jesucristo a la dignidad de sacramento. ¿En qué consiste el sacramento del Matrimonio?— Consiste en este mismo contrato natural; pues Jesucristo estableció que si es celebrado entre dos cristianos y con .las condiciones prescritas por la autoridad religiosa, además de ser un contrato natural fuera también sacramento; esto es, una cosa sagrada que produce gracia, como acontece con el Bautismo, por ejemplo. Institución del sacramento del Matrimonio.—Acerca de la institución de este sacramento, poco hallamos en el Evangelio escrito; bastante más en el Evangelio predicado y en el Evangelio viviente. No obstante, ambas fuentes nos ofrecen argumentos eficaces para justificar lo que enseña el Concilio de Trento (de conformidad con la tradición universal y antigua), a saber: que Jesucristo instituyó también este sacramento. En efecto: 1.° En la Iglesia oriental y en todas las sectas orientales (que se separaron de la Iglesia Católica en el siglo v) fué universal la creencia de que entre los siete sacramentos debía incluirse el contrato matrimonial, y por cierto ocupando el séptimo lugar en la enumeración de ellos.—2.° Escribiendo San Pablo a los fieles de Efeso, dice, refiriéndose al matrimonio de los cristianos: Sacramento es éste grande, mas yo hablo respecto a Cristo y a la Iglesia. Cada uno, pues, de vosotros ame a su mujer como a s í mismo, y la mujer - 355 — ame y respete a su marido (Eph. V, 32-33). Además, éste fué el significado que dio el mismo Dios a la unión de Adán y de Eva, significado que confirmó Jesucristo. Tenemos, pues, aquí dos de los elementos constitutivos del sacramento: institución divina del rito o signo significativo, y rito permanente. En cuanto al tercero, es decir, que produzca la gracia en el que lo recibe, lo hallamos suficientemente expresado en San Pablo al llamar al matrimonio cristiano misterio grande y confirmado e integrado por la tradición subsiguiente y por las infalibles palabras de la enseñanza del Magisterio eclesiástico en el Concilio de Trento. Dos consecuencias importantes.—Como quiera que el contrato matrimonial sea cosa sagrada, por voluntad de Jesucristo, infiérese: 1,° que está sujeto a la autoridad religiosa, no a la civil; 2.° que para que sea verdadero contrato (y por tanto verdadero sacramento), han de realizarse en él todas las condiciones prescritas por la autoridad religiosa. Por consiguiente, el cristiano bautizado que no se somete a todas las prescripciones eclesiásticas al unirse en matrimonio, no sólo peca gravemente, sino que además celebra un matrimonio nulo delante de Dios, de modo que su vida matrimonial será vida de constante pecado. Requisitos para el matrimonio.—Son tres, a saber: 1.° Que no haya ningún impedimento; 2.° que haya consentimiento por ambas partes; 3.° que esté presente el párroco (o su delegado) y dos testigos. Para este último requisito es necesario que el párroco haya sido previamente invitado explícita o implícitamente, y que asista al matrimonio libremente, sin que haya sido forzado por miedo grave. De consiguiente, son nulos hoy los matrimonios llamados de sorpresa. ¿Qué debe pensarse acerca del matrimonio llamado civil?—].0 E l contrato matrimonial celebrado sólo ante la autoridad civil no es sacramento. — 2.° Para nosotros los católicos solamente es un acto mediante el cual la autoridad civil registra los nombres de las personas — 356 — que están unidas en matrimonio cristiano, o lo estarán en breve, a fin de colocarlas bajo la tutela de la autoridad pública. Haciéndolo con este fin, es cosa honesta y buena. Impedimentos del matrimonio.—Son de dos especies, a saber: algunos lo hacen ilícito, pero no inválido, por ejemplo, si uno hubiese prometido por escrito, y con todas las formalidades requeridas para ello, casarse con otra persona; otros lo hacen ilícito e inválido, por ejemplo, sería impedimento de esta especie el estar uno casado ya con otra persona. Dos cualidades del matrimonio cristiano.—Son éstas la indisolubilidad y la unidad. Significa la indisolubilidad, que el matrimonio, ratificado y consumado, no se puede disolver nunca en cuanto al vínculo, de modo que permanece firme y. estable hasta la muerte de uno de los cónyuges. Y en el caso en que, por graves motivos, uno de ellos se separara del otro, ninguno de los dos puede contraer nuevas nupcias. — L a unidad significa que el matrimonio cristiano no se aviene con la poligamia, ni con la poliandria, sino que ha de ser de uno con una. Esta reforma introdujo en el matrimonio Jesucristo, enviado d e D i o s ( M a t t h . , X I X , 1-12). iVb/fl.—-Una cosa es la separación de los cónyuges y otra el divorcio. P o r la mutua separación viven materialmente separados el esposo y la esposa, pero permanece intacto el vínculo que los une entre sí. Por el divorcio queda roto dicho vínculo, quedando libres los cónyuges para contraer nuevas nupcias, lo cual es ilícito. Por tanto, el divorcio que se ha introducido en varias legislaciones modernas es cosa impía y anticristiana. Distinción entre la disolución del vínculo y la declaración de nulidad del matrimonio.-La disolución del vínculo matrimonial, rato y consumado, no puede realizarse. Sin embargo puede declararse nulo el matrimonio cuando se descubre que en el contrato matrimonial hubo algún defecto que ya desde el principio invalidó el matri- — 357 — monio: p. ej., si se descubriese que uno de los contrayentes estaba ya unido en matrimonio legítimo con otro, o que uno de los dos no hubiese dado su consentimiento, etc. En este caso, la autoridad eclesiástica no disuelve un matrimonio verdadero, sino que sólo declara que tal matrimonio, /e/z/rfo por verdadero, no lo fué nunca. Revalidación del matrimonio.—Es el acto por el cual la autoridad religiosa suple las deficiencias del contrato matrimonial, convirtiéndolo de nulo que era en válido; o bien dispensa las formalidades que eran necesarias para la validez del contrato: p. ej., la presencia del párroco. Advertencia.—1L\ matrimonio tiene su lado dulce y su lado amargo. E l que quiera tomar este estado es preciso que considere ambas cosas, especialmente la segunda, que se deja sentir mucho más que la primera; y así debe recordar que el matrimonio entraña la obligación de educar, vestir y alimentar a veces a gran número de hijos; que ha de curarlos en sus enfermedades, procurarles un estado de vida, etc. De modo que quien no tenga presente esta parte gravosa y obligatoria del matrimonio, sino que sólo atienda a la parte atractiva y dulce del mismo, se expone a tener que pasar tristes desengaños. Antes, pues, de decidirse sobre este punto tan capital, hay que proceder con la mayor reflexión; mas después de haberse decidido, los cónyuges deben armarse de heroica paciencia para toda la vida, en la seguridad de que, si viven cristianamente y cumplen sus obligaciones, recibirán de Dios el premio que les corresponde. Hemos insistido en este punto no para disuadir del matrimonio a quien se sienta llamado a este estado, sino sólo para que los que quieran coníraerlo, lejos de entrar en él como por juego, se apliquen antes de abrazarlo, a conocer los deberes que impone y se resuelvan a cumplirlos religiosamente. LISTA . DE L O S CONCILIOS ECUMÉNICOS I. II. III. IV. V. VI. VII. VIH. IX. X. XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX. XX. Niceno 1 (325) San Silvestre I . — H e r e j í a de A r r i o . C u e s t i ó n de la Pascua. ConstantinopolUano 1 (381) S a n D á m a s o . — H e r e j í a de Macedonio. Efesino (431) San Celestino I . — H e r e j í a de Nestorio y de Pelagio. Calcedonense (451) San L e ó n M a g n o . — H e r e j í a de Eutiques. Constantinopolitano 11 (553) Vigilio. — C u e s t i ó n de los tres capítulos. Constantinopolitano 111 (680) S a n A g a t ó n . — H e r e j í a de los Monotelitas. Niceno 11 (787) Adriano I.—Culto de las i m á g e n e s . Constantinopolitano I V (869) Adriano II.—Contra F o c i o y el cisma griego. Lateranense 1 (1023) Benedicto VIII.—Contra l a s i m o n í a , las investiduras, etc. Z-a/eranen^e/7 (1136) Inocencio II.—Contra Arnaldo de Brescia. —Contra l a s i m o n í a , el concubinato, etc. Lateranense /7/(1179) Alejandro III.—Contra los Albigenses.— Disciplina, Cruzadas, etc. Lateranense I V (1215) Inocencio III.—Contra los Albigenses.— Disciplina, Cruzadas, etc. De Lyón /(1245) Inocencio I V . — E x c o m u n i ó n de Federico II. B e Lyón 11 (1274) S a n G r e g o r i o X . - U n i ó n de los Griegos.— Cruz;adas.—Reforma. De Viena (1311 y sig.) Clemente V.—Acusaciones contra Bonifacio VIII.—Los Templarios. De Constanza (1414 y sig.) Gregorio XII y M a r t í n V . — F i n del cisma de O c c i d e n t e . — H e r e j í a de los Husitas.—Reforma. De Basilea-Florencia (1431 y sig.) Eugenio I V . — R e u n i ó n de los Griegos.—Reforma, etc, Lateranense F(1512 y sig.) Julio II y L e ó n X . — L a paz.—La C r u zada.—La reforma e c l e s i á s t i c a . Tridentino (1545-63) Paulo III, Julio III y P í o IV.—Errores protestantes.—Reforma e c l e s i á s t i c a . Vaticano (1869-70) P í o IX.—Errores modernos-Infalibilidad del Papa cuando habla ex c á t h e d r a . SERIE C R O N O L O G I C A DE LOS ROMANOS S. Pedro, t 67. S. Lino, 67-79? S. Anacleto, 79-90? S. Clemente, 90-99? S. Evaristo, 99-107? S . A l e j a n d r o , 107-116? S. Sixto, 116-125? S. Tefesforo, 125-136? S. Higinio, 136-140? S. P í o , 140-155? S. Aniceto, 155-166. S. Sotero, 166-74. S . E l e u t e r i o , 174-89. S. V í c t o r , 189-98. S. Ceferino, 198-217. S. Calixto I, 217-22. S. Urbano I, 222-230. S. Ponciano, 230-35. S. Antero, 235 36. S. Fabiano, 236-50. S. Cornelio, 251-53. S. Lucio I, 253-54. S. Esteban I, 254-57. S. Sixto II, 257-258 S, Dionisio, 259-68. S. F é l i x I, 269-74. S. Eutiquiano, 275-83. S. Cayo, 283-96. S. Marcelino, 296-304. S. Marcelo, 308-309. S. Ensebio, t 309. S. M e l q u í a d e s , 311-14. S. Silvestre I, 314-35. S. Marcos, f 336. S. Julio I, 337-52. S. Liberio, 352-66. F é l i x (antlpapa), 355-365. S. D á m a s o I, 366-84.' S. Ciricio, 384-99. PONTÍFICES S. Anastasio I, 399-401. S. Inocencio I, 401-417. S. Z ó s i m o , 417-18. S. Bonifacio I, 418-22. S. Celestino I, 422-32. S. Sixto III, 432-440. S. L e ó n I Magno, 440-61. S. Hilario, 461-68. S. Simplicio, 468-83. S. F é l i x III (II), 483-92. S. Gelasio, 492-96. S. Atanasio II, 496-98. S. S í m a c o , 498-514. S. Ormisdas, 514-23. S. Juan I, 523-26. S. F é l i x IV ( l l l ) , 526-30. Bonifacio II, 530-32. Juan II, 533-35. S. Agapito I, 335-36. S. Silvestre (desterrado en 537), 536-37. V i g i l i o , 537-55. P e í agio I, 556-61. Juan III, 561-74. Benedicto I, 575-79. Pelagio II, 579-90. S. Gregorio I Magno, 590-604. Sabiniano, 604-606. Bonifacio III, t 607 Bonifacio IV, 608-15. S. Deusdedit, 615-18. Bonifacio V , 619-25. Honorio I, 625-38. Severino, f 640. Juan IV, 640-42. Teodoro I, 642-49. S. M a r t í n I, 649-53. S. Eugenio í, 654-57. S. Vitaliano, 657-72. — Adeodato, 672-76. Dono o Donno, 676-78. S. A g a t ó n , 678-81. S. L e ó n II, 682-83. S. Benedicto II. 684 85. Juan V , 685-86. Conon, 686-87. S. Sergio I, 687-701. Juan VI, 701-705. Juan VII, 705-707. Sisinio, t 708. Constantino I, 708-15. S. Gregorio II, 715-31. S. Gregorio III, 731-41. S. Z a c a r í a s , 741-52. Esteban II, 752. Esteban II (III), 752-57. S. Paulo I, 757-67. Constantino II, antipapa. Esteban III (IV), 768-72. Adriano I, 772-95. S. L e ó n III, 795-816. Esteban IV (V), 816-17. S. Pascual I, 817-24. Eugenio II, 824-27. Valentino II, t 827. Gregorio IV, 827-44. Sergio II, 844-47. S. L e ó n IV, 847-55. Benedicto III (antipapa Anastasio), 855-58. S. N i c o l á s I, 858-67. Adriano II, 867-72. Juan VIII, 872-82. Marino I. 882-84. / Adriano III, f 885. Esteban V (VI), 885-91. F o n n o s o , 891-96. Bonifacio V I , 1896. Esteban VI (VII), f 897. Romano, t 897. T e o d o r o II, t 897. Juan IX, 898-900. Benedicto IV, 900 903. L e ó n V , t 903. C r i s t ó b a l , 1904. Sergio III, 904-11. Anastasio III, 911-13. L a n d ó n , t 914. Juan X , 914-28. L e ó n VI, t 928. Esteban VII (VIII), 229-31. Juan XI, 931-35. L e ó n VII, 936-39. Esteban VIII (IX), 939-42. Marino II. 942-46. 360 - Agapito II, 946-55, Juan XII, 955-64. L e ó n VIII, 963-65 (antipapa). Benedicto V , t 964. Juan XIII, 965-72. Benedicto VI, 973-74. Bonifacio VII (antipapa), 974. Benedicto V i l , 974-83. Juan XIV, 983-84. Bonifacio VII, 984-85. Juan X V (XVI), 985-96. Gregorio V , 996-99. Juan de Plascencia (antipapa). Silvestre II, 999-1003. Juan XVII, 11003 Juan XVIII, 1003-1009. Sergio IV, 1009-12. Benedicto VIII, 1012-24. Juan X I X , 1024-32. Benedicto IX (Teofilacto), 1032-44. Silvestre III, 1045. Gregorio VI, 1045-46. Clemente II, 1046-47. D á m a s o II, f 1048. S . L e ó n IX, 1049-54. V í c t o r II, 1055-57. Esteban IX (X), 1057-58. Benedicto X (antipapa). N i c o l á s II, 1058-61. Alejandro II, 1061-73. Codolas (Honorio I!, antipapa). S. Gregorio VII, 1073-85. Gilberto (Clemente III, antipapa). V í c t o r III, 1085-87. Urbano II, 1088-99. Pascual 11,1099-1118. Gelasio II, 1118-19. Pordino (antipapa). Calixto II, 1119-24. Honorio II, 1124-30. Inocencio II, 1130-43. Anacleto II y Víctor IV (antipapas). Celestino II, 1143-44. Lucio II, 1144-45. Eugenio III, 1145-53. Anastasio IV, 1153-54. Adriano IV, 1154-59. Alejandro III, 1159-81. Cardenal Oetaviano ( V í c t o r IV), Guido de Crema (Pascual III), antipapas. Lucio III, 1181-85. Urbano III, 1185-87. Gregorio VII, t 1187. Clemente III, 1187-91. Celestino III, 1191 98. — 361 Inocencio III, 1198-1216. Honorio III, 1216-27. Gregorio IX, 1227-41. Celestino IV, f 1241. Inocencio IV, 1243-54. Alejandro IV, 1254-61. Urbano IV, 1261-64. Clemente IV, 1265-68. S. Gregorio X , 1271-76. Inocencio V . 1 1276. Adriano V , 1 1276. Juan X X I (XX), 1276-77. N i c o l á s III, 1277-80. M a r t í n IV, 1281-85. Honorio IV, 1285-87. N i c o l á s IV, 1288-92. S. Celestino V , 1294. Bonifacio VIII, 1294-1303. Benedicto X I , 1303-1304. Clemente V (*), 1305-14. Juan XXII, 1316-34. Nicolás V,P.^na/rf«cc/antipapa). Benedicto XII, 1334-42. Clemente V I , 1342-52. Inocencio VI, 1352-62. Urbano V , 1362-70. Gregorio XI, 1370-78. Urbano V I , 1378-89. Roberto de Ginebra (Clemente VII, 1378-94, antipapa). Pedro de L u n a , Benedicto XIII, t 1424 (antipapa). Bonifacio IX, 1389-1404. Inocencio VII, 1404-406. Gregorio XII, 1406-15. AlejandroV (F'úaxgl Pisano, 1409-10, antipapa). Juan XXIII (Cossa Pisano, 1410-15, antipapa). M a r t í n V , 1417-31. Eugenio IV, 1431-47. Fe7/> V (Amadeo de Saboya, antipapa), 1439-49. N i c o l á s V , 1447-55. Calixto III, 1455-58. P í o II, 1458-64. Sixto IV, 1471-84. Inocencio VIII, 1484-92. Alejandro V L 1492-503. P í o III, 1 1503. Julio II, 1503-13. L e ó n X , 1513-21. Adriano VI, 1522-23. Clemente VII, 1523-34. Paulo III, 1534-49. Julio III, 1550-55. Marcelo II, 11555. Paulo IV, 1555-59. P í o IV, 1559-65. S. P í o V , 1566-72. Gregorio XIII. 1572-85. Sixto V , 1585-90. Urbano VII, t 1590. Gregorio XIV, 11591. Inocencio IX, f 1591. Clemente VIII, 1592-605. L e ó n XI, 1 1605. Paulo V , 1605-21. Gregorio X V , 1621-24. Urbano VIII, 1623-44. Inocencio X , 1644-55. Alejandro VII, 1655-67. Clemente IX, 1667-69. Clemente X , 1670-76. Inocencio XI, 1676-89. Alejandro VIII, 1689-91, Inocencio XII, 1691-1700. Clemente XI, 1700-21. Inocencio XIII, 1721-24. Benedicto XIII, 1724-30. Clemente XII, 1730-40. Benedicto X I V , 1740-58. Clemente XIII, 1758-69. Clemente X I V , 1769-74. P í o VI, 1775-90. P í o VII, 1800-823. L e ó n XII, 1823-29. P í o VIII, 1829-30. Gregorio X V I , 1831-46. P í o IX, 1846-78. L e ó n XIII, 1878-1903. P í o X , 1903-1914. Benedicto X V , 1914. (*) Desde Clemente V hasta Gregorio X I los Papas residieron en A v i ñ ó n . INDICE PRELIMINARES Pag. I. II. A q u é fin se encamina el presente « C u r s o de R e l i g i ó n » . . Importancia que el problema religioso tiene en la vida humana M é t o d o y disposiciones de á n i m o que se requieren para resolver acertadamente el problema religioso III. 1 3 6 PRIMERA P A R T E C A P Í t v ^ O P R m n ^ o . — E l problema religioso. . . . . . . . . I. Preliminares II. Importancia del estudio de la R e l i g i ó n III. E l estudio de la R e l i g i ó n en las escuelas . . . . . CAPÍTULO I. II. III. IV. V. VI. VII. . . n . — L a Religión natural Preliminares Examen c r í t i c o de la R e l i g i ó n natural O r i g e n de 1^ R e l i g i ó n natural Monoteísmo y Politeísmo L a ciencia humana es impotente para resolver el problema religioso O r i g e n del P o l i t e í s m o y sus fases. . Reforma del P o l i t e í s m o por medio de la f i l o s o f í a y de las Religiones positivas CAPÍTÜIiO i n . — L a R e l i g i ó n sobrenatural I. Preliminares • II. Diversas Religiones que pretenden ser reveladas por Dios III. Principios de c r í t i c a para juzgar de estas varias Religiones . . . IV. S e ñ a l e s que nos dan a conocer c u á l es la verdadera R e l i g i ó n revelada por Dios V. Falsedad de las Religiones no cristianas . . . . . . VI. Jesucristo es realmente el fundador del Cristianismo . VII. Fuentes de la vida y de la doctrina cristiana de Jesucristo VIII. V a l o r h i s t ó r i c o de los Libros del Nuevo Testamento, y en especial de los Evangelios IX. T r e s pruebas morales en favor de la autenticidad de los Evangelios . 13 13 14 17 20 20 27 30 33 36 41 45 48 48 49 55 57 59 61 64 67 77 — 363 — Pág. X. XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVÍII. XIX. L a patria de J e s ú s . Estado p o l í t i c o y religioso de su tiempo Vida exterior de Jesucristo y su designio Vida interna de J e s ú s Jesucristo f u é verdadero Legado de Dios y la doctrina que É l e n s e ñ ó es divina Otros oficios de Jesucristo L a persona de Jesucristo Paralelo entre la R e l i g i ó n cristiana y las falsas religiones O b l i g a c i ó n de creer en Jesucristo Relaciones entre la ciencia y la fe . . Sendas que conducen a la fe y otras sendas que conducen a la incredulidad SEGUNDA 86 91 93 97 117 124 131 135 136 139 PARTE C A P I T U L Ó F R I U E R O . — C o n s t i t u c i ó n de la R e l i g i ó n cristiana . . . I. Reino de Dios o Reino m e s i á n i c o II. O r g a n i z a c i ó n exterior del Reino de Dios III. Objeto de la autoridad de la Iglesia IV. Dotes del Magisterio E c l e s i á s t i c o o g a r a n t í a s divinas. V. D e los que viven fuera de la Iglesia VI. E l Magisterio E c l e s i á s t i c o y la T r a d i c i ó n VII. E l Magisterio E c l e s i á s t i c o y la Sagrada Escritura . . VIII. Del Papa, que es Cabeza de la Iglesia IX. Propiedades y notas de la Iglesia X. Iglesias falsas e Iglesia verdadera 145 146 153 160 164 168 171 174 178 185 189 C A P Í T U L O n — S í n t e s i s de las verdades cristianas I. Existencia de Dios II. Naturaleza y perfecciones de Dios III. E l mundo, el hombre, el alma humana y los á n g e l e s . IV. Para q u é c r e ó Dios el mundo y los seres inteligentes. V. E l fin de la vida y su verdadero concepto VI. E l E s p í r i t u de Jesucristo y el e s p í r i t u del mundo. . . VII. E l dolor en la vida hximana VIII. L o s futuros destinos del hombre. Premio y castigo. . 208 208 210 213 222 225 228 231 233 C A P Í T U L O m.—Relaciones entre la Iglesia y la sociedad civil . I. L a Iglesia como sociedad p ú b l i c a II. L a Iglesia y la sociedad civil III. Liberalismo IV. E x p l i c a c i ó n de algunas proposiciones ambiguas. V. L a c u e s t i ó n social y el socialismo 243 243 246 253 257 261 TERCERA . . . . . . PARTE C A P Í T U L O FRIMERO.—Preceptos de la R e l i g i ó n cristiana. I. Acciones humanas II. L a conciencia III. D e los pecados, IV. Pasiones, virtudes y vicios V. P e r f e c c i ó n de la vida cristiana . . 269 270 273 275 277 281 — M I — Pág VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX. XX. XXI. XXII. Preceptos generales de la L e y Cristiana.—La F e . Esperanza Caridad para con Dios Caridad para con el p r ó j i m o Ira, enojo, impaciencia, mansedumbre, paciencia. . P r o h i b i c i ó n de la venganza Humildad y paciencia Limosna Escándalo C o o p e r a c i ó n al mal O c a s i ó n de pecado Obediencia Castidad . M u r m u r a c i ó n , calumnia, injuria, juicio temerario . Oración. Mandamientos de la L e y de Dios Mandamientos de la Iglesia C A P Í T U L O i i . — E l orden sobrenatural I. L a gracia en general II. L a gracia habitual o santificante C A P Í T U L O m.—Los Sacramentos I. Bautismo II. Confirmación III. Eucaristía IV. Confesión V. Extremaunción VI. Orden VII. Matrimonio Lista de los concilios e c u m é n i c o s Serie c r o n o l ó g i c a de los romanos p o n t í f i c e s . . . . . . . . . . . 285 288 289 290 291 292 293 296 298 299 300 301 303 304 305 308 319 323 323 327 330 331 333 334 340 349 352 354 358 339 57 X3J55LIS7. ^7 «7 27 357 I s = 4 1? «n i mugo m CARDENAL ^¡SNÉR BIB. P-8 FONDO ANTIGUO JOSÉ MaIG S. XIX-XX 5712 etii ÍÜSTAVO EDITOR