DESARROLLO ADULTO Y ENVEJECIMIENTO DESDE UN PUNTO DE VISTA SOCIOCONTEXTUAL LOS ANTECEDENTES: ERIKSON Y LAS TAREAS EVOLUTIVAS Teoría psicosocial de Erikson Las tareas evolutivas LA PSICOLOGÍA LIFESPAN La arquitectura fundamental (e incompleta) de la ontogenia humana Psicología del lifespan: presupuestos metateóricos Optimización selectiva con compensación: hacia una teoría del ciclo vital Psicología del ciclo vital: aportaciones metodológicas BRANDTSTÄDTER Y LA TEORÍA DE LA ACCIÓN El individuo como constructor de su propio desarrollo La teoría de la acción como psicología cultural Self y teoría de la acción ELDER Y LA TEORÍA DEL CURSO DE LA VIDA Principios de la teoría del curso de la vida Contribuciones de la teoría del curso de la vida TEORÍAS DEL CICLO VITAL EN LA PRÁCTICA INVESTIGADORA: COGNICIÓN, SELF Y DESARROLLO SOCIOEMOCIONAL Desarrollo adulto, envejecimiento y cognición Self y adaptación en la segunda mitad de la vida Desarrollo socioemocional en la adultez y vejez CULTURA, PSICOLOGÍA POSTMODERNA Y ENVEJECIMIENTO Narratividad, identidad y envejecimiento Discurso, identidad y envejecimiento CAPÍTULO 12 Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 755 – De acuerdo con el esquema propuesto en el capítulo 10, y teniendo en cuenta la diferencia que establecíamos allí entre perspectivas de trasposición y de integración a la hora de considerar el desarrollo adulto y el envejecimiento dentro desde una óptica evolutiva, en este capítulo se tratarán las perspectivas que proponen una visión integrada del ciclo vital humano no reductible a las nociones de desarrollo en la infancia. Analizaremos algunos antecedentes (especialmente centrados en la figura de Erikson) y algunas de las teorías más relevantes en este dominio, como son la perspectiva lifespan de Baltes, la teoría de la acción de Brandtstädter o la del curso de la vida de Elder. Veremos también como se pueden aplicar al estudio del desarrollo cognitivo, al desarrollo del self y al desarrollo socioemocional. Comprobaremos cómo estas teorías del ciclo vital son iniciativas relativamente modernas (datan, las más tempranas, de los años 70 del pasado siglo). Por ello, antes de comenzar nuestra exposición, es interesante profundizar un poco más en porqué el desarrollo adulto y el envejecimiento han estado ausentes de las teorías evolutivas (especialmente de las más influyentes) durante la mayor parte del siglo XX. Aunque las propuestas de Baltes y su equipo son sin duda las más influyentes y conocidas dentro de la psicología del ciclo vital, no son las únicas que comparten este interés por integrar el estudio de toda la trayectoria humana desde un punto de vista evolutivo. Así, junto al trabajo de Baltes, expondremos también la teoría de la acción de Brandtstädter y la del curso de la vida de Elder. Cerraremos el capítulo comentando en qué sentido la psicología postmoderna, en tanto visión radical de las ideas que comparten las perspectivas del ciclo vital, puede aplicarse al estudio del envejecimiento y la vejez. Otras propuestas que también se incluyen dentro de las corrientes del ciclo vital, como por ejemplo las de Heckhausen (Heckhausen, 1999; Schultz y Heckhausen, 1996; Heckhausen y Schultz, 1995), no serán expuestas aquí no por su falta de relevancia, sino debido a razones de espacio y a la propia naturaleza de este trabajo, que no pretende ser exhausitivo. ¿Qué es lo que comparten todas estas corrientes que hemos denominado ‘del ciclo vital’? Evidentemente, como hemos mencionado, su interés por lograr un marco integrador de todas las etapas de desarrollo, pero además, en nuestra opinión, al menos tres características adicionales: • Énfasis en el contexto y la cultura. Como hemos visto, desde los modelos organicistas y biologicistas, el desarrollo más allá de la adolescencia es difícilmente abarcable. Para un estudio integrado de toda la vida, las teorías del ciclo vital optan por incluir, además del crecimiento o declive biológico, un segundo factor fundamental para el desarrollo en todas sus etapas: el contexto social y la cultura. Así, tanto Erikson como Baltes o Brandtstädter enfatizan el papel de la cultura (en sus más variadas formas: como contexto físico, como contexto social, como evolución histórica) en la estructuración del desarrollo humano, alejándose de una concepción puramente individualista. Quizá las teorías postmodernas son el extremo en este sentido, al dudar de la existencia de patrones de desarrollo aún contextualizados en entornos biológico, sociales e históricos. – 756 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales • Énfasis en el papel del individuo como productor de su desarrollo. Si se contempla el desarrollo más allá de la adolescencia, la visión de la persona como manejada por factores externos a su propia voluntad (el desarrollo biológico, los factores sociales) ha de hacer un hueco también a una visión de la persona como ser activo que es capaz de dirigir (o intentar influir) en su curso de vida. En este sentido, el establecimiento de metas y objetivos, y los cursos de acción destinados a lograrlas, van a tener una importancia fundamental. Este énfasis en el poder del individuo, unido a la importancia de la cultura y los factores sociales, por definición no universales, potencia una visión del desarrollo adulto y el envejecimiento diversa y multifacética, la multiplicidad de trayectorias vitales posibles. • Énfasis en la plasticidad y la adaptación. Como hemos visto, los modelos organicistas y mecanicistas (especialmente estos últimos), se tornan, cuando se pretende estudiar el envejecimiento a partir de ellos, en modelos de declive. Las teorías del ciclo vital pretenden romper con esta tendencia y optan por descripciones del desarrollo en las que las ganancias puedan tener un papel en todos los momentos de la vida. Evidentemente, la raíz de estas ganancias no va a estar en el desarrollo biológico, sino tanto en los factores de tipo cultural que permiten compensar pérdidas, como en el propio poder del individuo para revertir ciertas pérdidas y continuar logrando nuevos objetivos durante toda la vida. De esta manera, las teorías del ciclo vital proponen un individuo que es capaz de cambiar y adaptarse a circunstancias diversas. La tarea de las teorías del ciclo vital es, sin embargo, una tarea inacabada. Como comentamos en el capítulo 10, todavía hay signos de que esa integración de todas las etapas del ciclo vital dentro de la Psicología Evolutiva, aunque puede ser admitida de forma conceptual, de facto todavía no se ha producido totalmente. Sea esto cierto o no, pasemos a ver ahora el estado de algunos de los esfuerzos destinados a conseguir este objetivo: integrar todo el ciclo vital en un marco conceptual común. Los antecedentes: Erikson y las tareas evolutivas Antes de la formación de las perspectivas del ciclo vital como movimiento dentro de la Psicología Evolutiva encontramos algunos antecedentes de propuestas teóricas que comprenden toda la trayectoria evolutiva humana. Entre ellas destaca la propuesta de Erikson, que repasamos a continuación y vinculamos con el concepto de tarea evolutiva. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 757 – Teoría psicosocial de Erikson La teoría de Erikson destaca por ser una de las primeras que afronta el desarrollo desde una perspectiva que incluye todo el ciclo vital humano. Su contribución, sin embargo, va más allá de este papel pionero, y numerosos investigadores evolutivos reconocen la influencia de Erikson en su obra, influencia que es especialmente importante cuando hablamos de la adolescencia y el concepto de identidad y, por supuesto, en el terreno del desarrollo adulto y el envejecimiento. Aunque Erikson tuvo una formación inicial en lo que podríamos denominar ‘psicoanálisis clásico’ (trabajó en la Viena de Freud y fue psicoanalizado por su hija, Anna Freud), su teoría se aleja bastante de la propuesta originalmente por el fundador del psicoanálisis. Según Wrightsman (1994) sus diferencias con la ortodoxia freudiana se centran básicamente en dos puntos: • Mientras Freud se centra sobre todo en la dinámica del inconsciente, Erikson lo hace en el ego como entidad unificadora que asegura la coherencia del comportamiento de la persona. Para él, la función del ego no es tanto la de evitar ansiedades, sino asegurar el mantenimiento de un comportamiento efectivo, y su teoría es una propuesta de cómo el ego evoluciona a lo largo del ciclo vital. • Erikson rechaza el biologicismo del psicoanálisis clásico y su énfasis en los impulsos sexuales, manteniendo que, más que la biología, es la sociedad quien funciona como guía en las elecciones del individuo. Su teoría es fundamentalmente una teoría de la relación del ego con la sociedad que le circunda. Así, podemos decir que mientras el psicoanálisis clásico es una teoría de tipo psicosexual, que en lo que tiene de evolutivo sólo explica los cambios en la personalidad hasta la adolescencia, la teoría de Erikson tiene un marcado carácter psicosocial y los cambios y evolución de la persona se producen a lo largo de todo el ciclo vital. El carácter fundamentalmente psicosocial del enfoque eriksoniano se pone de manifiesto cuando habla acerca del papel de lo social en su teoría. En concreto, Erikson (1950) cree que este papel se centra en al menos dos aspectos: • La sociedad tiende a estar constituida de manera que provoca las crisis y simultáneamente da medios para poder superarlas, a la vez que intenta favorecer y proteger tanto el ritmo como la secuencia de las etapas. • La superación de las primeras etapas implica una cada vez mayor apertura del individuo a la sociedad que le rodea, con lo que podemos deducir que las últimas etapas (precisamente las directamente vinculadas al proceso de envejecimiento), supondrán una crisis de un carácter esencialmente social. Erikson (1982), entiende el desarrollo como una secuencia de etapas normativas predeterminadas, ocho en concreto. Cada una de esas etapas confronta al individuo con una crisis de carácter psicosocial. Si el individuo supera con éxito esa crisis, agrega una nueva cualidad a su ego que le fortalece y le pone en disposición de afrontar nuevas crisis. Si, por el contrario, la crisis no es bien resuelta, dejará residuos neuróticos en la persona y, de alguna manera, – 758 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales dificultará el afrontamiento de nuevas crisis y la incorporación de las nuevas cualidades que se ponen en juego en ellas. Este polo amenazante que se pone en juego en cada una de las etapas es, para Erikson, necesario para crecer. Las cualidades susceptibles de ser adquiridas sólo tienen sentido (y son valoradas por la persona) si no son dados por supuesto, sino que tienen un opuesto que es necesario evitar. Vemos brevemente cuáles son las cuestiones que caracterizan cada una de estas etapas. Las ocho etapas de Erikson Como hemos comentado, Erikson propone un ciclo vital en el que se suceden ocho etapas o encrucijadas. De estas ocho, las cuatro primeras corresponden a las etapas ya propuestas por Freud (aunque reformulándolas para dar más peso al desarrollo del yo y a las influencias sociales), mientras que a partir de ahí, en la adolescencia y adultez, comienza la verdadera originalidad de Erikson, lo que le ha llevado a ser un autor influyente y respectado aún en la actualidad. Etapa 1: Confianza básica frente a desconfianza El bebé nace dentro de un mundo social que aprende a conocer poco a poco. A partir de estas interacciones tempranas con sus cuidadores, el niño ha de lograr encontrar una predictibilidad, una consistencia en las acciones de sus cuidadores, para llegar a confiar en ellos como personas que van a satisfacer sus necesidades. Este sentido de confianza en quieres le rodean es la cualidad que se gana si se supera con éxito esta encrucijada. Esta confianza es la expectativa de que, a pesar de la posibilidad de experimentar malos momentos en el presente, las cosas mejorarán en el futuro. Esta confianza es el motor que mueve al niño a implicarse en el mundo y afrontar nuevos desafíos. Si, por el contrario, estos cuidadores rechazan al bebé o no son capaces de atender satisfactoriamente sus necesidades, el bebé no adquiere esta sensación de seguridad y confianza, lo que comprometerá hasta cierto punto la resolución de posteriores encrucijadas. Etapa 2: Autonomía frente a vergüenza y duda Durante el segundo y tercer año de vida el niño se enfrenta básicamente a una progresiva necesidad de hacer elecciones y ejercer control, elecciones que pondrán en juego un sentido de autonomía personal. Estas elecciones hacen referencia tanto a cuestiones de retención de heces (lo ya reseñado por Freud) como en otros múltiples ámbitos: los niños quieren comer solos, vestirse solos, se mueven solos, se intentan oponer a los deseos de sus padres, etc. Esta tendencia a la autonomía ha de ser compatible, sin embargo, con las reglas y normas sociales impuestas a través de los padres y con los propios deseos de las personas que rodean al niño. Cuando el compromiso entre ambas fuerzas se logra, el niño adquiere la cualidad de la voluntad, definida como la capacidad de Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 759 – ejercer el libre albedrío dentro de unos límites de autocontención, controlando los propios impulsos. Cuando esta encrucijada no se resuelve adecuadamente, el peligro está en que el niño caiga en la duda (desconfiando de sus propias posibilidades de acción) o la vergüenza (teniendo la sensación de que los otros desaprueban nuestras acciones). Etapa 3: Iniciativa frente a culpa El tema fundamental de esta etapa es la iniciativa, la instrumentalidad, la capacidad para establecer metas personales, planes para conseguirlas y perseverar en el intento aún ante la presencia de dificultades. Este comportamiento orientado a metas a veces se enfrenta con la realidad del fracaso de las propias iniciativas, o su incompatibilidad con los planes de los demás o con las prohibiciones. Estas incompatibilidades pueden hacer que el niño se sienta culpable. El niño ha de internalizar estas normas para insuflar de realismo sus fantasías. El papel de la familia, promoviendo la participación del niño en actividades compartidas y contando con su opinión, ayuda a superar esta encrucijada y a que el niño adquiera una nueva cualidad, el propósito, que le permitirá perseguir metas valoradas. Etapa 4: Diligencia frente a inferioridad En esta etapa, cuyo inicio coincide con el comienzo de la escolaridad formal en la mayoría de culturas, el niño ha de afrontar el aprendizaje de importantes competencias, habilidades y herramientas culturales, especialmente en el ámbito académico. Su rendimiento, además, se ve confrontado con el de un grupo de iguales, con los que se espera que también sea capaz de trabajar y jugar. El peligro de esta etapa es que de esta comparación y confrontación con los iguales resulte un sentimiento de inferioridad e inadecuación. La resolución adecuada de este dilema, sin embargo, aportará al niño una cualidad que Erikson denomina competencia, o la capacidad para emplear nuestros recursos y habilidades en tareas culturalmente relevantes. Etapa 5: Identidad frente a confusión de roles Esta es la etapa vinculada a la adolescencia. El adolescente experimenta tanto unas transformaciones corporales aceleradas como nuevas demandas por parte de las personas que le rodean. Estos cambios desafían un sentido de la identidad (de saber quién es uno mismo) que ha de ser logrado en esta etapa. Se trata de que el adolescente afronte unos primeros compromisos tanto en el plano interpersonal como en el académico o ideológico. Ante todas estas presiones y cambios, el adolescente tiene el riesgo de caer en una confusión de roles, en verse superado por todas las opciones a su disposición y por la necesidad de tomar decisiones, lo que puede conducir bien al – 760 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales establecimiento de compromisos precipitados, bien a no comprometerse en absoluto. La cualidad asociada a la superación con éxito de estos desafíos es la fidelidad. Etapa 6: Intimidad frente a aislamiento Tras haber conseguido establecer una identidad personal en la etapa anterior, durante la adultez temprana (típicamente en los años comprendidos entre los veinte y los treinta), la persona se ve en la encrucijada de arriesgarla comprometiéndose de manera íntima con otra persona. Si la crisis se resuelve con éxito, la persona consigue llegar a un estado de confianza mutua, a una fusión de identidades con otra persona sin perder nada de la suya propia. La unión con otra persona también permite regular conjuntamente los ciclos del trabajo, la procreación y el ocio. El peligro de esta etapa es la posibilidad de caer en el aislamiento, en un distanciamiento de las demás personas, que son vistas como una amenaza para la propia identidad. La superación de esta fase conduce a que la persona se refuerce con una nueva cualidad: la capacidad de amar. Etapa 7: Generatividad frente a estancamiento Una vez logradas ciertas metas en la vida en pareja, existe la posibilidad de caer en el aburrimiento y el egoísmo, de no ser capaz de ir más allá de esa relación para contribuir al bienestar de los demás en sentido amplio y centrarse sólo en uno mismo, valorando la seguridad y el confort personal por encima de la asunción de nuevos desafíos vitales, tales como compartir la experiencia que ya se posee con otras personas. En cambio, una resolución positiva de esta crisis permite al individuo ir más allá de la identidad individual y de la intimidad con la pareja, para comprometerse con un grupo mayor, ya sea este el grupo familiar, la comunidad o la sociedad en sentido amplio. La persona que es capaz de lograr la generatividad es útil a los demás, se preocupa por sus necesidades, es consciente de que necesita ser necesitado y consigue unos niveles de productividad y satisfacción elevadas en todas las esferas de su vida, mostrando una preocupación por la guía y aliento de aquello que ha creado, en especial por sus hijos. Etapa 8: Integridad del yo frente a desesperación En la última etapa de la vida, el individuo puede sentir que ha merecido la pena vivir, estar satisfecho con las decisiones tomadas a lo largo de la vida y aceptarlas como las apropiadas e inevitables dadas las circunstancias en las que se tomaron. La vida se contempla como un todo significativo. Por el contrario, una resolución negativa de la crisis propia de esta etapa conllevaría un arrepentimiento y remordimientos en relación a decisiones tomadas en el pasado. La persona se siente desilusionada y apesadumbrada debido a las equivocaciones que siente que ha cometido. Querría dar marcha a Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 761 – tras y desandar lo andado tomando otro camino, pero a la vez es consciente de que ya no hay vuelta atrás y de que el tiempo que le queda es ya muy poco, ve la muerte cercana y con temor. Como vemos, la teoría de Erikson contempla aspectos de pérdida y de ganancia al mismo tiempo, como resoluciones posibles de unas crisis normativas. Por lo tanto, aunque las crisis son normativas, el envejecimiento no lo es, y se contempla como un proceso abierto que puede suponer tanto pérdida como ganancia en función de por qué polo la persona se incline en cada una de las encrucijadas. Puede haber maneras de envejecer ciertamente muy negativas, dominadas por el aislamiento, el estancamiento, con sentimientos de culpa, depresivos y con temor a la muerte, pero también puede haber trayectorias de envejecimiento altamente positivas, como cuando el individuo es capaz de expandir su capacidad creativa, de comprometerse con su entorno y de asumir los errores y éxitos que ha cometido conservando, pese a todo, un sentimiento de satisfacción en relación con su propio devenir evolutivo. La naturaleza de las etapas de Erikson En el capítulo 5 comentamos la teoría de Piaget, que puede ser considerada como el paradigma de teoría en etapas para describir el desarrollo. La teoría de Erikson, como hemos visto, también plantea etapas. Pero, ¿hasta qué punto la naturaleza de las etapas planteadas por Erikson es la misma que la de las etapas planteadas por Piaget? Independientemente de que se dirijan a dominios de comportamiento diferentes (cognición en un caso, desarrollo del yo en el otro), en tanto utilizan el concepto de etapa ambas propuestas parecen compartir a primera vista algunas características (Crain, 2000; p. 287-289): • Ambos tipos de etapas se refieren a patrones de comportamiento cualitativamente diferentes en función de la edad. De esta manera, el desarrollo no se entiende como una variación cuantitativa en determinada dimensión o dimensiones, sino como la aparición y desaparición de ciertas cualidades con el tiempo. • Las etapas describen cuestiones generales, que van más allá del comportamiento concreto del niño para explicarlo y darle un nivel de abstracción mayor (ya sea desde dilemas o determinadas edades, ya sea describiendo estructuras lógicas a la conducta). • Las etapas siguen una secuencia invariante, vinculándose de manera específica a ciertas edades y no a otras y manteniendo un orden de sucesión siempre igual. Esto implica también, en ambas teorías, un sentido de irreversibilidad (que el avance a través de las etapas siempre es hacia delante, nunca hacia atrás) y no contemplar la posibilidad de ‘saltarse’ ciertas etapas. El movimiento, en ambos casos, es hacia un perfeccionamiento de la persona. • Las etapas son universales en ambos casos. En Piaget es una de las características fundamentales de su noción de etapa (otra cosa será que muchas veces sentido desde temáticas de que subyacen – 762 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales todas las culturas lleguen a las etapas más elevadas), en Erikson el tema se plantea no tanto desde la especificidad en la que el dilema perteneciente a una etapa se muestra, sino desde la afirmación que las cuestiones fundamentales de cada etapa (autonomía, voluntad, identidad, generatividad, etc.) han de ser abordadas necesariamente por todas las culturas si quieren preservarse en el tiempo. Sin embargo, y a pesar de estas similitudes, la naturaleza del concepto de etapa desde ambas propuestas también presenta diferencias notables. Entre ellas, destacan las siguientes: • La implicación entre las etapas de Piaget es de carácter lógico: cada etapa subsume la etapa anterior, de manera que existe una integración jerárquica entre etapas. En Erikson esta noción de integración jerárquica no está presente. Cada etapa, en principio, añade un nuevo valor al yo, valor independiente de los que ya tenía hasta ese comento y de los que podrá obtener en el futuro. Mientras las etapas de Piaget son estructuras de carácter lógico (de ahí la posibilidad de integrar unas estructuras en otras de mayor nivel), las de Erikson son simplemente temas a resolver asociados a momentos evolutivos. • Como hemos comentado, las etapas de Erikson implican enfrentarse a dilemas o desafíos de los que, si se superan, el yo sale reforzado. Esto no implica, sin embargo, que para poder acceder a una nueva etapa se deban haber superado con éxito los conflictos subyacentes en las etapas anteriores. Esta condición si era necesaria, sin embargo, en la propuesta de Piaget. Las etapas Erikson están provocadas por fuerzas (la maduración biológica y, sobre todo, las expectativas sociales) que se ajustan a cierto calendario que va más allá de su resolución o no. Estas fuerzas enfrentarán a la persona ante los retos de cada nueva etapa, se hayan resuelto los anteriores de la manera que sea. Para Piaget, en cambio, las fuerzas que mueven la evolución no son sociales, sino básicamente individuales: se trata de la acción del sujeto con los objetos del mundo y de un esfuerzo por lograr la adaptación y coordinación entre ambos. Esta tradición Eriksoniana de valoración de lo social a la hora de considerar una teoría del ciclo vital se mostrará también en un concepto importante en la consideración del desarrollo a lo largo de la vida: el concepto de teoría evolutiva. Las tareas evolutivas Una manera alternativa de entender el ciclo vital humano, esta vez sin las reminiscencias psicoanalíticas de la teoría de Erikson, es la a partir de la noción de tarea evolutiva, propuesta por Havighurst (1972). Las tareas evolutivas se entienden como un reto, objetivo o meta que la sociedad espera que la persona cumpla en determinados intervalos de edad. Su ejecución satisfactoria por una parte aumenta el sentido de competencia y la estima de la persona dentro de su comunidad y, por otra, el cumplimiento de una determinada tarea sirve como preparación para a afrontar futuras nuevas tareas. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 763 – Fatherman, Smith y Peterson (1990) identifican tres componentes en el concepto original de tarea evolutiva: • Para poder completar con éxito una determinada tarea la persona tiene que haber alcanzado previamente un cierto nivel de madurez biológica, física y psicológica. • Las tareas son impuestas por una sociedad y cultura, secuenciándolas por edades y niveles madurativos. • A través de un continuo proceso de socialización, el cumplimiento de las diferentes tareas tiende a convertirse en una aspiración del propio individuo, en sus metas vitales a lo largo de la vida. Al igual que Erikson, Havighurst (1972; pp. 45-75) divide la vida en una serie de periodos y asigna a cada uno de ellos una serie de tareas evolutivas. Estas etapas, con sus logros asociados (y en comparación con las de Erikson) podemos observarlas en la tabla 12.1. Edad Primer año Erikson Confianza frente a desconfianza Cualidad: Confianza 2-3 años Autonomía frente a vergüenza y duda Cualidad: voluntad 3-6 años 6-12 años Iniciativa frente a culpa Cualidad: Propósito Diligencia frente a inferioridad Cualidad: Competencia Havighurst Maduración de sistemas sensoriales y motores Desarrollo de apegos Desarrollo emocional Inteligencia sensoriomotora Permanencia del objeto Elaboración de independencia de movimientos Logro de autocontrol Desarrollo de la fantasía y el juego Desarrollo del lenguaje y la comunicación efectiva Identificaciones de género Desarrollo moral temprano Juego en grupo Desarrollo de una autoestima primitiva Desarrollar relaciones de amistad con coetáneos Lograr una imagen de sí mismo más compleja y estructurada Lograr pensamiento operatorio concreto Aprendizaje de habilidades académicas básicas Juego en equipo – 764 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Edad 12-18 años Erikson Identidad frente a confusión de roles Cualidad: Fidelidad 18-30 años Intimidad frente a aislamiento Cualidad: Amor 30-60 años Generatividad frente a estancamiento Cualidad: Cuidado Más de 60 años Integridad frente a desesperanza Cualidad: Sabiduría Havighurst Relaciones más maduras con coetáneos de ambos sexos Lograr rol social masculino o femenino Aceptarse físicamente Alcanzar independencia emocional de los padres Prepararse para el mundo profesional Adquirir valores y sistema ético Desear y llevar a cabo comportamiento socialmente responsable Integración en el mundo laboral Selección de una pareja. Aprender a vivir en pareja Tener una familia propia Crianza de los hijos Responsabilizarse de un hogar Asumir algunas responsabilidades cívicas. Encontrar un grupo social estable Favorecer la asunción de responsabilidades y felicidad de los hijos Lograr una responsabilidad cívica adulta. Alcanzar y mantenerse en unas cotas profesionales satisfactorias Desarrollar actividades de ocio adultas Relacionarse con la pareja en tanto persona Aceptar y ajustarse a los cambios fisiológicos de la mediana edad Adaptarse al envejecimiento de los padres Adaptarse a una fuerza física y salud en declive Adaptarse a la jubilación y a una reducción de ingresos Adaptarse a la muerte de la pareja y viudedad Establecer una afiliación explícita con el propio grupo Adoptar y adaptarse a roles sociales de manera flexible Establecer un hábitat físico de vida satisfactorio Tabla 12.1. Distribución de las etapas de Erikson y las tareas evolutivas de Havighurst a lo largo del ciclo vital De esta manera, las tareas evolutivas implican una estructuración a priori del ciclo vital que explica el parecido en el desarrollo evolutivo de las personas Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 765 – (incluso en el desarrollo más allá de la adolescencia) que pertenecen a la misma cultura. De los conceptos de rol y tarea evolutiva se puede derivar, además una distinción que nos parece interesante remarcar: la distinción entre edad cronológica y edad social. Mientras la edad cronológica se refiere a la cantidad de años que la persona ha vivido, la edad social de una persona se correspondería con su posición dentro del entramado de estratos sociales graduados por edad, posición que viene dada por los roles que esa persona desempeña de manera efectiva (Neugarten y Datan, 1972; p. 123 de la trad. cast.). Obviamente, la edad cronológica y la edad social se encuentran íntimamente relacionadas, ya que la primera de ellas es un importante indicador que nos permite predecir con cierto grado de seguridad la ‘edad social’ del individuo, debido a la existencia de fuertes expectativas acerca de los roles y tareas evolutivas que deben desempeñar o no personas con una cierta edad cronológica. No obstante, la sincronización no es completa y la edad cronológica supone tan sólo una aproximación al estatus social que debería ocupar la persona y a los roles que debería desempeñar. La existencia de este calendario evolutivo socialmente construido que marca una serie de expectativas respecto a la manera de crecer y envejecer de las personas también implica que existan intervalos de edad ideales para ejercer ciertos roles y tareas o mostrar ciertos comportamientos (Neugarten, 1968; Hagestad, 1990). La psicología lifespan La psicología lifespan es quizá el prototipo de teoría centrada en la expansión del punto de vista evolutivo a todo el ciclo vital, integrando todas las fases de la vida. Además de ser el primero (se comienza a hablar de psicología del ciclo vital a partir de la aparición de la psicología lifespan), es quizá también el esfuerzo que ha recibido mayor reconocimiento y que ha generado una mayor variedad de investigaciones. Antes de comenzar, hemos de aclarar una pequeña cuestión terminológica. Baltes (2000; p. 7), el fundador y alma mater de la psicología lifespan, menciona explícitamente que es este el nombre con el que desea que sea conocida su propuesta, descartando otros que incluso él mismo había utilizado en anteriores ocasiones (como life-span psychology o life-span developmental psychology). Vamos a respetar aquí sus deseos, reservando el término en castellano (psicología del ciclo vital) para referirnos a toda la familia de perspectivas evolutivas que describen y explican el desarrollo a lo largo de toda la vida desde un punto de vista contextual y sociocultural. La perspectiva lifespan nació entre finales de los 60 y principios de los 70 del pasado siglo. En un primer momento, como el propio Baltes (2000; p. 12) – 766 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales menciona, su interés se centró en cuestiones de tipo metodológico, en concreto en elaborar diseños de investigación adecuados para el estudio del cambio a lo largo de los años (Baltes, 1968). Su elaboración sobre estrategias longitudinales de investigación, en la que colaboró mano a mano con Schaie, pretendía obtener diseños capaces de aislar los efectos de la edad, el momento de medida y la generación (ver capítulo 1). Sin embargo, ya en estos primeros momentos Baltes comenzó a interesarse, desde un punto de vista teórico y conceptual, por el desarrollo desde una perspectiva del ciclo vital. Sus primeras propuestas en este sentido, todavía poco elaboradas, datan de principios de la década de los 70 del pasado siglo (por ejemplo, Baltes y Goulet, 1970). Entre finales de esa década y principios de la siguiente, el modelo está lo suficientemente maduro para ser considerado por otros investigadores y generar líneas de investigación, en el ámbito del desarrollo adulto envejecimiento cognitivo principalmente (por ejemplo, Baltes, DittmannKohli y Dixon, 1984). En esta primera versión de la teoría, el énfasis estaba situado en la reconceptualización de la noción de desarrollo, proponiendo una nueva noción alejada de los conceptos maduracionistas tradicionales para contemplar la multidireccionalidad del cambio evolutivo, las diferencias individuales o el contextualismo. También se enfatizaba la gran heterogeneidad de influencias que determinan el desarrollo, entre las que encontramos, junto con algunas dependientes de la edad, otras dependientes de la historia y aún otras no normativas que afectan únicamente a personas individuales (Baltes, 1979, 1983; Baltes, Reese y Lipsitt, 1980). En un segundo momento, Baltes y su equipo centran sus esfuerzos en concretar los postulados de la psicología del ciclo vital en un modelo más específico y cercano a lo empírico que pueda describir, explicar y predecir la dinámica del cambio a lo largo de la vida, y especialmente durante el envejecimiento. El resultado es un modelo de adaptación a lo largo de la vida que de cuenta de los factores que están debajo del envejecimiento satisfactorio, un modelo en el que los conceptos clave son los de selección, optimización y compensación. Aunque encontramos los antecedentes del modelo en los años 80 de la pasada década (ver por ejemplo Baltes, Dittmann-Kohli y Dixon, 1986; Baltes, 1987), su desarrollo se produce fundamentalmente ya en los 90 (Baltes y Baltes, 1990; Baltes, 1993; Marsiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995). En sus publicaciones más recientes, Baltes y su equipo han profundizado en estas ideas y han desarrollado multitud de investigaciones empíricas para verificar su adecuación. En el terreno teórico, las aportaciones se centran en un intento de articular los diferentes aspectos de sus propuestas, construyendo un modelo de múltiples niveles en el que tienen cabida una serie de proposiciones metateóricas de amplio alcance junto con otras, fundamentadas en ellas, más cercanas a lo empírico. Es un modelo que, en palabras del propio Baltes, pretender describir y explicar las formas de superar lo que el denomina ‘la arquitectura incompleta de la ontogenia humana’ (Baltes, 1997; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; Baltes, Staudinger y Lindenberger, 1999) Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 767 – La arquitectura fundamental (e incompleta) de la ontogenia humana El primer nivel de análisis es una consideración global del desarrollo humano a lo largo del ciclo vital, para tener en cuenta el papel que desempeñan las influencias biológicas y culturales a lo largo del ciclo vital humano. Biología y cultura se presentan como grandes factores que restringen las posibilidades evolutivas del ser humano y enmarcan la dirección de nuestro cambio evolutivo, con independencia de que, por una parte, estas restricciones tengan un cierto grado de flexibilidad que permita la variabilidad en las trayectorias evolutivas y la plasticidad en el desarrollo individual a lo largo de la vida y de que, por otra, los propios factores biológicos y especialmente los culturales no sean inmutables, sino que presentan cierto grado de cambio a su vez. En este sentido, Baltes y su equipo (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1036) defienden que: • La dinámica y la dirección de las influencias biológicas y culturales cambia a lo largo de la vida. • La arquitectura de la ontogenia humana es esencialmente incompleta, siendo más evidente esta característica a medida que aumenta la edad de la persona. Para concretar en qué sentido cambian las influencias biológicas y culturales y en qué medida podemos hablar de un desarrollo ontogenético ‘incompleto’, Baltes y sus colaboradores proponen tres grandes tendencias de cambio que configuran el ciclo vital humano desde este macronivel: • Los beneficios de la evolución por selección natural decrecen con la edad Como es bien sabido, nuestro genoma es en parte producto de unos procesos de selección natural que han escogido aquel que nos beneficia más y fomenta la adaptación a nuestro medio. Sin embargo, es evidente que a medida que nos hacemos mayores, las formas en las que se expresa este genoma son cada vez menos eficientes, menos beneficiosas para nuestra adaptación. Esto es así quizá porque los procesos de selección natural están vinculados a la reproducción selectiva de los individuos. Es decir, serán seleccionadas aquellas características que permiten a los individuos reproducirse más, lo que implica una mayor probabilidad de transmitir esas características a nuestra descendencia. De esta manera, las características que son especialmente seleccionadas son aquellas que maximizan nuestras probabilidades de llegar a reproducirnos, de llegar a una madurez sexual. En consecuencia, el proceso que ha seleccionado nuestro genoma ha priorizado aquellas características que se expresan principalmente antes y durante el periodo de madurez sexual, no beneficiándose de este proceso de selección aquellas características que se expresan después de este periodo, – 768 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales es decir, aquellas que aparecen en la vejez. Así, los efectos perniciosos asociados a la edad avanzada, como ocurren una vez el sujeto se ha reproducido, no son objeto de selección natural que pueda optimizar nuestro genoma y tender a eliminarlos. Un ejemplo claro de este efecto son las enfermedades con base genética asociadas a la edad, entre las que destaca, por su frecuencia y gravedad, la enfermedad de Alzheimer. Esta enfermedad, de muy rara aparición antes de los 60 años, aumenta exponencialmente su incidencia con el paso de los años, hasta llegar a afectar al 25% de las personas mayores de 80 años y al 50% de las personas que superan los 90 años. Enfermedades como esta, que se producen cuando la capacidad reproductiva del sujeto ya hace años que se ha perdido, es imposible que sean eliminadas a través de procesos de selección natural. Por otra parte, la mayoría de teorías biológicas del envejecimiento reconocen e intentan explicar esta pérdida de eficiencia del organismo con la edad. Entre estas teorías destacan (ver, por ejemplo, Shock, 1977; Cristofalo, 1991; Cristofalo, Tresini, Francis y Volker, 1999). • Las teorías de las mutaciones y los errores catastróficos, que enfatizan el papel que los pequeños errores en la sintetización de proteínas pueden tener, a largo plazo, en el funcionamiento del organismo, al provocar otros errores en cadena que afectan a la eficiencia de este funcionamiento a todos los niveles. • Las teorías del uso y desgaste (wear-and-tear theories), que equiparan el organismo a una complicada máquina biológica que va perdiendo eficiencia a medida que se utiliza. Entre estas se encuentran las propuestas que ponen de manifiesto el papel de radicales libres en el envejecimiento. Estos radicales libres, , unas sustancias que paradójicamente son producidas en reacciones químicas esenciales para la vida, contendrían oxígeno en un estado altamente activo, por lo que fácilmente reaccionan y se unen a otras moléculas de la célula. Esta oxidación acaba alterando el funcionamiento normal de la célula. Estas teorías, a diferencia de las anteriores, no tienen porqué tener una base genética. En conjunto y desde una perspectiva del ciclo vital, estos efectos pueden ser contemplados como parte del tributo a pagar por la conservación y el crecimiento de eficiencia en las primeras décadas de la vida. Pueden ser vistos como una especie de ‘efecto secundario’ (o ‘colateral’, ahora que esta terminología está desgraciadamente de moda) de las ganancias que experimentamos durante nuestro crecimiento (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1999; p. 1037). De hecho, quizá los mismos genes que aseguran este crecimiento son luego también los responsables (cuando nuestra capacidad reproductiva está agotada) de provocar los daños biológicos asociados al envejecimiento. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 769 – • La necesidad de cultura se incrementa con la edad Una segunda característica fundamental de la arquitectura del ser humano, desde la perspectiva de la psicología del ciclo vital, es la cada vez mayor necesidad de recursos culturales a medida que nos hacemos mayores. Por una parte, para que el ser humano haya alcanzado los potenciales que está mostrando en nuestra actual época histórica, es necesario haber aprovechado y haberse apropiado de recursos culturales que han sido generados a lo largo de miles de años de historia. Este aprovechamiento de la cultura para llegar a nuestro máximo potencial ha de alcanzar los niveles más elevados cuando nos adentramos en el proceso de envejecimiento. A partir de este aprovechamiento de sofisticados artefactos culturales podemos no sólo lograr nuestro potencial, sino vivir cada vez más años y de forma más eficiente en edades avanzadas. Evidentemente, este aumento de la necesidad de cultura a medida que envejecemos está íntimamente vinculado al debilitamiento biológico del que hablábamos en párrafos anteriores: la cultura de alguna manera se utiliza para compensar unos recursos biológicos que se debilitan con la edad, y a sólo a partir del uso extensivo de la cultura (cultura entendida desde un punto de visto material, social, económico, psicológico, etc.) podemos concebir el mantenimiento (o incluso la mejora en algunas facetas) de nuestro funcionamiento a medida que pasan los años (Markiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995; p. 50). Desde este punto de vista, avances culturales como los cuidados médicos, ciertos instrumentos tecnológicos (las gafas, los marcapasos, las dentaduras postizas) o incluso instituciones como la los mecanismos de protección social o de compensación económica etc. cumplen este papel de sustitución y apoyo que ayuda a mantener el funcionamiento cotidiano ante una situación de recursos biológicos debilitados. Por ello los recursos culturales son cada vez más necesarios. • La eficiencia de la cultura decrece con la edad Una tercera y última proposición fundamental respecto a la arquitectura fundamental del ser humano se refiere a la eficiencia cambiante en función de la edad de los recursos culturales. En concreto, se propone que, debido fundamentalmente al declive biológico, la efectividad de los artefactos culturales (materiales, económicos, psicológicos, sociales, etc.) en el mantenimiento o promoción de nuestro funcionamiento tiende a ser cada vez menor a medida que envejecemos. Por ejemplo, si tomamos el caso del aprendizaje de nuevas habilidades, el envejecimiento parece implicar una mayor necesidad de práctica, tiempo y recursos en comparación con los necesarios para los jóvenes para llegar a unos niveles de rendimiento similares a los de ellos e, incluso para al menos ciertas áreas, ni siquiera con esta mayor inversión de recursos de todo tipo los mayores van a poder llegar a niveles de rendimiento que los jóvenes sí pueden alcanzar (Kiegl, Smith y Baltes, 1989, 1990). Además de las razones de tipo biológico, Baltes, Staudinger y Lindenberger (1999; p. 476) también mencionan la gran cantidad de beneficio acumulado – 770 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales a partir de la cultura como un factor que hace que subsecuentes intervenciones culturales tengan un relativo poco efecto (sean relativamente menos eficientes) en el funcionamiento de la persona. Así, Baltes y sus colaboradores hablan de una ‘arquitectura humana incompleta’: es muy eficiente al principio de la vida, pero no ha resuelto con igual eficiencia el resto, convirtiéndose nuestro organismo en menos efectivo y capaz de generar o mantener niveles elevados de funcionamiento a medida que pasa el tiempo (Baltes, 1997; p. 368; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1037). La cultura, como hemos visto, es un elemento que compensa parte de estas limitaciones, pero cuya capacidad de ‘completar’ del todo esta arquitectura disminuye con los años. En conjunto, las tres proposiciones forman un esqueleto general, un guión con el que, en opinión de Baltes, toda teoría del ciclo vital (y del envejecimiento, especialmente) tendría que tener en cuenta. Así, cualquier teoría que pretenda describir y explicar el desarrollo a lo largo del ciclo vital debería ser consistente con estos principios (Baltes, 1997, p. 369). Esta necesidad de consistencia implica, por ejemplo que: • Una teoría del envejecimiento que contemple únicamente ganancias (en la línea de las teorías de la infancia de las que disponemos en la actualidad) sea probablemente falsa, al no tener en cuenta este carácter incompleto de la ontogenia humana. • Una teoría del envejecimiento que plantee la presencia de ciertas ganancias en el mantenimiento de cierto funcionamiento a lo largo del proceso de envejecimiento debe fundamentarse en cuestiones de tipo cultural, y argumentar cómo estos fenómenos culturales son capaces de sostener ese funcionamiento a pesar del declive biológico o de la pérdida de eficacia de la cultura con la edad. Baltes, Lindenberger y Staudinger resumen su posición de la siguiente manera: ‘El futuro de la vejez, por lo tanto, dependerá en buena medida de nuestra capacidad para generar y emplear la cultura y la tecnología basada en la cultura para compensar una arquitectura biológica incompleta, un decremento en el funcionamiento biológico asociado a la edad, una brecha cada vez mayor entre la mente y el organismo’ (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1039-1040) En un intento por concretar más estos fundamentos del desarrollo y como pueden ser aplicados a lo largo del ciclo vital, Baltes y sus colaboradores distinguen tres metas en el desarrollo evolutivo (Baltes, Staudinger y Lindenberger, 1999; p. 477): • El crecimiento, entendido como comportamientos destinados a alcanzar niveles más elevados de funcionamiento o de capacidad adaptativa. • El mantenimiento (que incluye la recuperación o resilience), entendido como comportamientos destinados a mantener el nivel de funcionamiento actual a pesar de la presencia de desafíos u amenazas, o también el retorno a niveles previos de funcionamiento tras haber experimentado una pérdida. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 771 – • La regulación de la pérdida, entendida como la reorganización del funcionamiento en niveles inferiores tras una pérdida de recursos externos o internos que hace imposible el mantenimiento de niveles de funcionamiento anteriores. Un vez definidas estas metas, y en congruencia con los fundamentos de la arquitectura de la ontogenia humana antes comentados, para Baltes y sus colaboradores a lo largo del ciclo vital se observa una distribución cambiante de los recursos disponibles (biológicos o culturales) en cada una de esas metas: mientras en la infancia la mayoría de recursos se invierten en la meta evolutiva del crecimiento, esta meta recibe menos inversiones a medida que pasan los años. En cambio, para las otras dos metas, la trayectoria evolutiva es la contraria: pocas inversiones de recursos en los primeros años, cada vez mayor la inversión a lo largo de la vida hasta llegar a la vejez, en las que son las metas evolutivas fundamentales a las que se dedican la práctica totalidad de los recursos disponibles. Es importante destacar que las tres metas están presentes a lo largo de toda la vida, lo que cambia es simplemente el balance relativo de recursos que se dedican a cada una de ellas. Estos cambios responden a la reducción de recursos biológicos, a la necesidad mayor de recursos culturales y a la relativa ineficiencia de estos recursos culturales a medida que envejecemos. En gran medida, un envejecimiento con éxito (Baltes y Baltes, 1990; p. 4; noción de la que luego hablaremos) depende del grado de dominio efectivo de la oportunidad y necesidad de recursos para cada una de las tres metas, así como de la capacidad de cambiar de manera flexible la inversión de recursos de unas metas a otras a medida que las circunstancias vitales van cambiando. Psicología del lifespan: presupuestos metateóricos Una vez establecidos los principios fundamentales que definen ‘el campo de juego’ con el que tenemos que trabajar al estudiar el envejecimiento, los psicólogos del lifespan se encuentran incómodos con el concepto de desarrollo que se ha mantenido tradicionalmente desde la Psicología Evolutiva, un concepto de desarrollo vinculado esencialmente al desarrollo infantil y que contempla sólo ganancias hasta llegar a una meta final (la madurez) que se alcanza de manera relativamente temprana desde una perspectiva del ciclo vital. Obviamente, si queremos definir la Psicología Evolutiva como una psicología que abarque toda la vida, y como una psicología en la que entran en juego no sólo dinámicas de cambio, sino también dinámicas de mantenimiento y regulación de pérdidas, este concepto de desarrollo resulta de poca utilidad (ver el comentario que hicimos al respecto en el capítulo 2). Al definir un nuevo concepto de desarrollo que permita estudiar desde una perspectiva evolutiva todo el ciclo vital, los psicólogos del lifespan definen también, como veremos, sus opciones epistemológicas. Estos principios representan una capa intermedia entre las asunciones fundamentales que ya – 772 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales hemos visto y los modelos y teorías concretas que permiten explican procesos evolutivos específicos, más cercanos a lo empírico. ¿Cuáles son los principios que definen el nuevo concepto de desarrollo de acuerdo con los psicólogos del lifespan? Vamos a destacar cuatro de ellos Desarrollo como un proceso de adaptación selectiva El desarrollo deja de entenderse como un único proceso uniforme y normativo de crecimiento que atañe sólo a la infancia. Para la psicología lifespan el desarrollo abarca la totalidad del ciclo vital, desde el nacimiento hasta la muerte y comprende todos y cada uno de los procesos de cambio en sentido amplio que se dan a lo largo de la vida, sin que unas etapas tengan preeminencia o sean más importantes que otras. Estos procesos de cambio se entiende que no necesariamente han de seguir patrones fijos y predeterminados, sino que pueden diferir entre ellos tanto en dirección (hay cambios que implican crecimiento en términos psicológicos, mientras otros implican declive) como en temporalidad (el cambio puede producirse en cualquier punto del ciclo vital, tener una duración variable y terminar también en cualquier punto de la vida). Todos los cambios, los cortos y los que duran gran cantidad de tiempo, los positivos y los negativos, pueden considerarse dentro del concepto amplio de desarrollo, que no se agota sólo en el crecimiento. Desde este punto de vista, el crecimiento es sólo una clase particular de fenómeno evolutivo, no el fenómeno evolutivo por excelencia. En conjunto, podemos hablar de una multidimensionalidad del desarrollo. Los procesos de cambio no afectan necesariamente por igual a todas las dimensiones del ser humano ni en el mismo momento. Así, mientras algunas de estas dimensiones pueden observar cambios positivos en determinado momento evolutivo, simultáneamente en otras pueden darse procesos de cambio negativo o pueden permanecer estables. Esta perspectiva permite a Baltes y sus colaboradores (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998, p. 1044) definir el desarrollo como un cambio relacionado con la edad y selectivo en la capacidad adaptativa de la persona. El desarrollo se entiende no como un despliegue de potencialidades, sino como un proceso de selección, a lo largo de la vida, de una serie de posibilidades y trayectorias evolutivas y que experimentan un proceso de optimización una vez se eligen y la persona se implica en ellas. Este concepto de desarrollo presenta una mayor apertura y flexibilidad que el tradicional basado en la idea de crecimiento, maduración y meta final, reflejando una perspectiva funcionalista. Desde este punto de vista, la multidireccionalidad de trayectorias también se enfatiza. No existe una única trayectoria de desarrollo posible, ya que el desarrollo no se concibe como un proceso normativo. Además de reconocer las diferencias intraindividuales con la idea de multidimensionalidad, también se reconocen las diferencias interindividuales, producto del intento de adaptarse a las condiciones particulares de vida que afectan al individuo. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 773 – En la elección de trayectorias evolutivas y su posterior adaptación selectiva (optimización) transformación intervienen factores de tipo biológico (por ejemplo, restricciones de tipo genético que restringen nuestro rango de posibilidades evolutivas) y de tipo sociocultural (por ejemplo, la estructura de clases sociales, los valores, la organización del currículum educativo, etc. restringe también las trayectorias evolutivas seleccionables y el momento en el que hemos de decidirnos por unas u otras). Un último concepto que va en la misma línea de añadir pluralidad, diversidad al desarrollo es el de equifinalidad, que resalta como una misma meta evolutiva puede conseguirse a partir de medios diferentes, siguiendo distintas trayectorias evolutivas. Desarrollo como una dinámica entre pérdidas y ganancias El desarrollo se entiende como siempre constituido por pérdidas y ganancias. Los cambios en la capacidad adaptativa pueden ser positivos o negativos, pero en cualquier caso un cambio en esta capacidad siempre puede implicar diferentes consecuencias dependiendo de los criterios que escojamos y del contexto en el que se produzca. De una manera radical, se afirma incluso que, al contrario de lo que se afirma desde la visión clásica del desarrollo, no existen ganancias evolutiva sin pérdidas y no existen pérdidas evolutivas sin ganancias. El desarrollo no es un proceso monolítico de sólo ganancia o sólo pérdida, sino un sistema cambiante y dinámico en el que interaccionan pérdida y ganancias en capacidad adaptativa. Esta coocurencia de pérdidas y ganancias caracteriza todo el ciclo vital, y se pone de manifiesto tanto en las etapas que tradicionalmente han sido consideradas sólo de pérdidas (la vejez) como en aquellas que únicamente han sido concebidas en función de las ganancias (la infancia). Así, en el caso de la infancia se enfatizan las consecuencias secundarias negativas que pueden tener ciertos avances (por ejemplo, al aprender a vocalizar, se mejora en la producción de ciertos sonidos de la lengua del contexto, pero se pierde la capacidad para captar y producir sonidos de otras lenguas). En el caso de la vejez, la psicología lifespan enfatiza en sus estudios aspectos de mantenimiento o ganancia que se dan en las últimas fases de la vida. Así, lo que podemos entender como ganancia, nunca se da en estado puro, sino asociado a ciertas pérdidas. Por ejemplo, las ganancias que surgen del proceso de especialización en ciertas tareas, que nos ayudan a alcanzar niveles de rendimiento muy altos en ellas, pueden llegar a tener efectos negativos en otros dominios de comportamiento. Por otra parte, la pérdida, desde este punto de vista, puede tener cierto valor como desencadenante de ganancias, puede ser un catalizador de procesos (tanto a nivel individual como cultural) compensatorios para mitigar sus consecuencias y volver a un nivel de funcionamiento equivalente y a veces incluso superior al que se tenía antes de la pérdida, de manera que se produzca una mejora de nuestra capacidad adaptativa. Así, la cultura y las invenciones tecnológicas pueden ser vistas como una ‘compensación’ para ciertas carencias (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1042). Por ejemplo, ante nuestra – 774 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales vulnerabilidad a las bajas temperaturas hemos inventado la industria del textil, que nos permite vivir en entornos antes considerados inhabitables. Considerar pérdidas y ganancias a lo largo de toda la vida no contradice el hecho de que, tomada en conjunto la capacidad adaptativa en determinado momento y contexto, se evidencien aumentos o decrementos globales en esta capacidad. Así, parece difícil negar (y, obviamente, la psicología lifespan no lo hace) la preeminencia de pérdidas y declives en las últimas décadas de la vida. Sin embargo, sería un error desde este punto de vista concebir la vejez como sólo pérdida. Lo que se produce es un cambio en el balance entre pérdida y ganancia (hacia un mayor peso y frecuencia de la pérdida en general, siempre teniendo en cuenta las diferencias contextuales e individuales) más que un declive generalizado (Baltes, 1987; p. 616). Importancia de la plasticidad Implícita en la visión que estamos comentando se encuentra la idea de que no existe una trayectoria de desarrollo fijada de antemano para los individuos. Cada uno de nosotros dispone de un cierto rango de maniobra, de un potencial de flexibilidad que concreta en cierta trayectoria y ciertas elecciones y transformaciones, pero que en determinado momento puede modificar hasta cierto punto. En cualquier momento de la vida podemos cambiar, y nuestra composición biológica, nuestra cultura o nuestras elecciones pasadas sólo hacen más fácil o probable, pero no determinan de manera estricta, nuestra evolución futura. En el caso del envejecimiento, esta noción de plasticidad implica que las personas mayores pueden también cambiar y modificar ciertos procesos evolutivos, lo que, por otra parte, es el fundamento de cualquier programa o intervención que tenga por objeto esta etapa de la vida. La plasticidad, sin embargo, tiene ciertos límites, y estos límites parece que se relacionan con la edad. Para esclarecer estas relaciones, los psicólogos lifespan diferencian entre tres aspectos dentro del concepto de plasticidad (Baltes, 1987; p. 618): • El funcionamiento de base (baseline performance), que representaría el nivel inicial o habitual de rendimiento de una persona en una determinada tarea o dominio evolutivo. • La capacidad de reserva de base (baseline reserve capacity), que se refiere al rango superior del potencial de un individuo para rendir en determinada tarea o dominio evolutivo. Es decir, se refiere al rendimiento máximo que podemos alcanzar por nosotros mismos en condiciones de alta exigencia, cuando hemos de emplear todos nuestros recursos para ello. Determinaría el nivel actual de plasticidad para el individuo. • La capacidad de reserva evolutiva (developmental reserve capacity), es aquel nivel de rendimiento máximo al que se puede llegar cuando se optimiza el contexto y se ofrece ayuda o intervención. Determinaría el nivel al que el individuo puede llegar si se efectúan intervenciones optimizadoras. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 775 – Así, a medida que envejecemos no decrecen tanto nuestra capacidades de base como nuestras capacidades de reserva de base y la magnitud del beneficio que podemos extraer (aunque este beneficio siempre existe) de intervenciones optimizadora. Es decir, decrecen las dos capacidades de reserva, decrece el rango de plasticidad evolutiva, aunque esta plasticidad se mantiene en alguna medida a lo largo de toda la vida. La idea de plasticidad añade todavía más pluralismo y flexibilidad a la idea de desarrollo: toda trayectoria evolutiva es una concreción entre las muchas que podrían ser posibles y que puede, dentro de ciertos límites, cambiar en cualquier momento. Contextualismo ontogenético e histórico La psicología del lifespan plantea un marco de explicación complejo en el que los factores relacionados con el contexto socio-cultural e histórico que rodea al individuo pasan a jugar un papel fundamental. El individuo se desarrolla en un escenario sociocultural que le proporciona tanto oportunidades como restricciones evolutivas, escenario que coexiste con las posibilidades y oportunidades de carácter biológico. En concreto, consideran un modelo multicausal en el que se pueden diferenciar tres conjuntos de factores antecedentes que influyen en el desarrollo del individuo, en la producción de procesos de cambio evolutivo (por ejemplo, Baltes, 1979; p. 266-267): • Influencias normativas relacionadas con la edad (Normative agegraded influences): hacen referencia a factores biológicos o sociales que muestran una alta correlación con la edad de los individuos. Es decir, aparecen generalmente a una edad determinada. Dentro de este grupo caben tanto las tradicionales influencias biológico-madurativas, como otros factores sociales (por ejemplo, el proceso de socialización temprana) que muestran una gran homogeneidad interindividual en la forma y momento de aparición. Son responsables de los grandes rasgos en los que se parece el desarrollo de todas las personas. • Influencias normativas relacionadas con la historia (Normative historygraded influences): hacen referencia a factores también de tipo biológico o social que influencian de manera generalizada a todos los individuos en un momento dado, pero que son específicos de ese momento histórico. Pueden incluir influencias lentas o a largo plazo (como por ejemplo el proceso de cambio tecnológico), y otras más puntuales y específicas (por ejemplo, una guerra, una epidemia o una revolución). Se suele hacer referencia a este tipo de determinantes como factores generacionales o de cohorte. Son los responsables de que los miembros de una determinada generación, por el hecho de haber vivido las mismas experiencias históricas, muestren cierto parecido. • Influencias no-normativas (Nonnormative influences): se refieren a factores biológicos o sociales que afectan a individuos concretos, no a la generalidad, en un momento dado de sus vidas, sin seguir patrones ni secuencias fijas. Por ejemplo, este tipo de eventos pueden afectar a la esfera – 776 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales laboral (cierre de la empresa en la que se trabaja), familiar (divorcio, orfandad), o de la salud (accidente grave). Como representantes de las experiencias vitales únicas, estos factores son responsables de gran parte de las diferencias interindividuales, sobre todo en personas de la misma generación. Todos estos factores interaccionan entre ellos a la hora de producir un determinado cambio y, a su vez, son capaces de evolucionar y cambiar. También es importante destacar como su influencia no es exacta ni igual en todos los individuos, existiendo siempre un margen de variabilidad individual aun en personas expuestas a los mismos factores. En suma, podemos decir que la perspectiva del ciclo vital aspira al estudio de un individuo cambiante en un entorno biosocial también en transformación. La psicología del lifespan, no obstante, admite que la fuerza e importancia de cada una de las categorías de determinantes no es la misma en todos los puntos del ciclo vital y, es más, se encuentra relacionada con la edad. En concreto, afirman (Baltes, 1979; p. 267) que durante la infancia los factores más relevantes son aquellos normativos relacionados con la edad, que son precisamente los que enfatizan la regularidad y homogeneidad de los cambios. Esta es la razón por la que el modelo unidireccional de desarrollo se ajusta tanto al estudio de la infancia: es la etapa más influida por cambios generales que se dan en secuencias y patrones muy correlacionados con la edad, además de, como vimos anteriormente, ser la etapa en la que el balance ganancias-pérdidas es más favorable a las primeras. Sin embargo, más allá de la adolescencia la regularidad de los factores biosociales que se da en la infancia se perdería y se entraría en etapas más abiertas y variables, en las que las influencias normativas relacionadas con la edad dejarían de marcar su huella y serían los factores normativos relacionados con la historia y los no normativos los que determinarían la gran mayoría de los cambios evolutivos que se producen. Así, si aceptamos esta relación, en la adultez y la vejez son los factores sociales e históricos y los life-events propios de cada persona los que nos resultan básicos para entender el desarrollo. De esta manera la vejez no se contemplaría como una etapa homogénea marcada únicamente por el declive, sino como una etapa en la que quizá se den más diferencias individuales, ya que en ella se manifestarían las huellas de toda una vida de experiencias vitales particulares. Optimización selectiva con compensación: hacia una teoría del ciclo vital Bajando a un nivel de especificación mayor y a una mayor proximidad con los datos empíricos, la psicología lifespan propone un modelo que pretende describir y explicar las dinámicas evolutivas de las personas de manera coherente con (y reflejando) las características atribuidas al concepto de desarrollo y que hemos comentado en los párrafos anteriores. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 777 – Este modelo, denominado Modelo de Optimización Selectiva con Compensación está vinculado con el concepto de envejecimiento satisfactorio (successful aging). En concreto, es a partir de la consideración de qué es envejecer con éxito (ver Baltes y Baltes, 1990) cuando Baltes y sus colegas comienzan a hablar de la compensación, de la optimización y de la selección como procesos esenciales en el devenir del desarrollo humano y cuando hacen un intento por definir estos procesos e interrelacionarlos en un modelo de desarrollo aplicable a todos los momentos del ciclo vital, un modelo que recoge la idea básica del desarrollo como un proceso de adaptación selectiva. Pasemos a definirlos brevemente y a comentar el papel que tienen en el desarrollo. Selección Este componente se refiere a la elección, consciente o no consciente, de determinadas metas o dominios de comportamiento como espacio de desarrollo (ya sea este entendido como crecimiento, como mantenimiento o como regulación de pérdidas). Por medio de la selección, el individuo escoge determinadas metas de desarrollo y deja de lado otras alternativas. De acuerdo con Marsiske y cols. (1995; p. 45) existirían diversas fuentes de selección: • Por una parte, podemos hablar de una cierta canalización biológica (o genética) de ciertas trayectorias evolutivas, que nos predispone a escogerlas, a la vez que restringe el abanico de posibilidades entre las que podemos escoger. • Por otra, tenemos las presiones sociales y culturales hacia una especialización de nuestra trayectoria vital. Llegados ciertos momentos, se nos ofrecen ciertas encrucijadas entre las que elegimos (y se nos induce a elegir) ciertos caminos y no otros. Estos factores socioculturales (vinculados a variables como la clase social, el sexo, los valores familiares, etc.) a veces incluso condicionan no sólo las alternativas posibles, sino las trayectorias escogidas. Hemos de tener en cuenta que nos desarrollamos en un contexto individual y social en el que los recursos son limitados, por lo que no es posible conseguir todas las metas todo el tiempo. Por ello, seleccionar de entre las posibles trayectorias una o unas pocas como el foco de nuestro desarrollo resulta adaptativo. Baltes. Lindenberger y Staudinger (1998, p. 1056) diferencian entre dos tipos de selección, la selección electiva, que resulta de nuestra elección entre diferentes alternativas, elección que se realiza con criterios puramente motivacionales (aquella que, por algún motivo, nos atrae o satisface más) y la selección basada en pérdidas, que resulta de no disponibilidad de ciertas metas o recursos para conseguirlas previamente existentes y, en consecuencia, la necesidad de escoger otras alternativas. En cualquier caso, este proceso de selección claramente está presente en todos los puntos de nuestro ciclo vital. Por ejemplo, en la adolescencia, se escogen – 778 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales trayectorias (en el mundo del trabajo, en la esfera afectiva) que tendrán unas grandes consecuencias para nuestro desarrollo posterior. En la vejez, cuando la capacidad plástica disminuye, existe también una necesidad de seleccionar dominios evolutivos ante un escenario de disponibilidad menguante de recursos. En suma, la selección es el elemento del modelo más relacionado con (Marsiske y cols. 1995; p. 47): • La creación y la elección del rumbo que va a tener nuestro desarrollo • La gestión de los recursos, por naturaleza limitados, de los que todos los seres vivos disponemos. La selección centra el desarrollo en ciertas áreas y hace más manejable el número de desafíos, amenazas y demandas potenciales con los que se va a encontrar la persona. Optimización La optimización es el componente que impulsa a regular el desarrollo de manera que se puedan alcanzar los niveles más deseables de funcionamiento. Si la clave de la selección estaba en las metas, la clave de la optimización está en los medios y recursos para alcanzar esas metas de la manera lo más eficiente posible. Una vez hemos escogido ciertas trayectorias/dominios evolutivos, hemos de explotar los recursos a nuestro alcance (biológicos, psicológicos, socioculturales) para maximizar, dentro de las restricciones en las que nos movemos, nuestro funcionamiento en esas trayectorias/dominios, poniendo en marcha las mejores estrategias y medios. Factores como la formación o la práctica son ejemplos de procesos que estarían vinculados claramente a este concepto de optimización. Además de la optimización específica para cierto dominio o trayectoria, también podemos llevar a cabo procesos de optimización refinando o adquiriendo estrategias que puedan servirnos para mejorar nuestro funcionamiento en dominios diversos, a veces muy diferentes entre sí. Por ejemplo, la adquisición de la lectura y escritura, además de ayudarnos a conseguir ciertas metas evolutivas, suponen también optimizar nuestro funcionamiento en numerosas áreas evolutivas, y disponer de recursos que podemos utilizar en la consecución de metas o trayectorias futuras. La optimización (y en esto se diferencia de los otros dos componentes) tiene una dirección prefijada: hacia la obtención de un mejor ajuste, mejor en el sentido que nos permita alcanzar las metas propuestas. Esta direccionalidad no está prefijada ni en la selección ni, como veremos, en la compensación. De esta manera, la optimización es el componente que más se parece al tradicional concepto de desarrollo como crecimiento hasta llegar a una meta final (Marsiske y cols. 1995; p. 148). Sin embargo, para la psicología del lifespan, esta ‘meta final’ no está vinculada a ningún punto del ciclo vital en concreto y puede ser de muy diferente naturaleza (mejora, mantenimiento o regulación de la pérdida). Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 779 – Al igual que pasaba con la selección, la configuración concreta de la optimización y sus esfuerzos dependerá tanto de los recursos biológicos de los que dispongamos como de factores contextuales y socioculturales, que ponen a nuestro alcance o dan prioridad a algunas posibilidades de optimización por encima de otras. Compensación La compensación es un componente relacionado con la respuesta a una ausencia o pérdida de un medio o recurso que es relevante para la consecución de nuestras metas evolutivas. La compensación en general se origina a partir de dos fuentes: • La limitación, insuficiencia y finitud de los recursos o medios que están a nuestra disposición para conseguir las metas deseadas. Esta limitación se refiere tanto a las restricciones biológicas, socioculturales y puramente temporales que hacen que no todos los dominios puedan desarrollarse en la misma medida, como, a veces, al hecho de establecer (por el motivo que sea) metas evolutivas muy ambiciosas, que requieren de un gran número de recursos, y que por ello agudizan su insuficiencia. • La pérdida de un medio o recurso que antes estaba a nuestro alcance. Quizá en ese sentido, las pérdidas de algunos recursos asociadas a la edad sean un buen ejemplo. La compensación actúa en este caso como un elemento clave para mantener un funcionamiento adaptativo, buscando medios y recursos alternativos. En cualquier caso, la compensación puede implicar dos tipos de procesos y estrategias. Por una parte, la adquisición de nuevos medios (o la reconstrucción de los antiguos) para sustituir a los que se han perdido o faltan con el fin de conseguir una meta evolutiva. Por otra, la posibilidad de cambiar las propias metas del desarrollo como respuesta a una carencia o pérdida, con el fin de facilitar la consecución de las nuevas metas con los medios disponibles. Como en los dos anteriores componentes, esta meta puede estar definida en términos de crecimiento, de mantenimiento o de regulación de la pérdida. Selección, optimización y compensación: la clave del desarrollo con éxito En la Figura 12.1 tenemos una de las últimas especificaciones del modelo, que ha sufrido diversos retoques (más ampliarlo y concretarlo, más que para reformularlo o rectificarlo) en los últimos 10 años. En esta figura se especifican los mecanismos de selección, optimización y compensación descritos y algunos de los fenómenos asociados a ellos. – 780 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Condiciones antecedentes El desarrollo es esencialmente un proceso de adaptación selectiva La limitación de recursos añade una presión adaptativa adicional Todavía más presión se deriva de los cambios asociados a la edad en plasticidad y disponibilidad de recursos externos e internos Procesos SELECCIÓN Identificación de dominios y direccionalidad del proceso de cambio Restricción de los muchos comportamientos y metas potenciales OPTIMIZACIÓN Mejora de los medios dirigidos a metas de los que se dispone Búsqueda de ambientes favorables COMPENSACIÓN Adquisición de nuevos medios externos e internos para conseguir metas, debido a que: a) Se han perdido medios antes disponibles b) Los contexto o dominios adaptativos han cambiado Resultados Maximización de ganancias y minimización de pérdidas Desarrollo con éxito o consecución de metas prioritarias Mantenimiento del funcionamiento Recuperación de la pérdida en los dominios seleccionados Regulación de la pérdida (reorganización del funcionamiento en niveles inferiores) Figura 12.1. El modelo de optimización selectiva con compensación (Adaptado de Baltes y Baltes, 1990 p. 22; Marsiske, Lang y Baltes y Baltes, 1995, p.52; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998 p. 1055). Como hemos comentado, es a partir de la integración de los tres mecanismos de su puesta en marcha dinámica como la persona puede conseguir las tres principales metas evolutivas que describimos en secciones anteriores: el crecimiento (o mejora en los niveles de funcionamiento), el mantenimiento del funcionamiento y la regulación de la pérdida. Es, en este sentido, en el que podemos hablar de ‘desarrollo con éxito’. De hecho, la integración de los componentes es tanta que a veces los propios psicólogos del lifespan ven dificultades en su aislamiento e identificación independiente. Por ejemplo, imaginemos una persona que persigue dos metas, la meta A y la meta B. Imaginemos que, por algún motivo, la meta A adquiera para la persona una especial importancia y, en virtud de ella, se sustraigan recursos de la consecución de la meta B para dedicarlos a conseguir la meta A. En un caso como este, se puede argumentar que la persona ha puesto en marcha un mecanismo de compensación (en referencia a conseguir más medios para A cuando estos eran insuficientes). Pero, al mismo tiempo, también se puede argumentar que la persona ha puesto en marcha un mecanismo de selección (sustrayendo medios de B, lo que ha hecho es escoger A por encima de B). Así, un mismo comportamiento puede implicar más de un mecanismo, lo que, de acuerdo con la teoría lifespan, es un ejemplo de la multifuncionalidad del comportamiento (Marsiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995, p. 51; Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998 p. 1057). Esta integración de los componentes en un único proceso adaptativo provoca que, aunque analíticamente se puedan a llegar a separar los componentes e incluso a elaborar medidas de cada uno de Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 781 – ellos por separado, empíricamente se demuestra que estas medidas están intercorrelacionadas (ver, por ejemplo, Freund y Baltes, 1998; p. 535). Es importante también tener en cuenta que el modelo SOC, tal y como ha sido formulado aquí, es de propósito general y puede, potencialmente, aplicarse a múltiples ámbitos del estudio evolutivo (desarrollo social, de la personalidad, intelectual) y niveles de análisis (social, individual, comportamientos en determinado microdominio, etc.) Psicología del ciclo vital: aportaciones metodológicas Los esfuerzos teóricos de la psicología del lifespan se realizan de manera paralela a esfuerzos por definir una metodología de investigación adecuada para capturar la gran variedad de efectos relevantes en el desarrollo, el contextualismo y multidireccionalidad que enfatizan y, en todo caso, las trayectorias evolutivas a largo plazo que son objeto de su interés. En este sentido, las aportaciones de los psicólogos del lifespan han sido muy importantes, especialmente su insistencia en los diseños longitudinales y sus planteamientos respecto a las diferentes formas que pueden adoptar. Estos diseños en la actualidad forman parte del cuerpo de conocimientos evolutivos mayoritariamente aceptados con independencia de la posición teórica de partida y han incrementado el grado de sofisticación y precisión de muchas investigaciones evolutivas. De este tipo de diseños longitudinales ya hablamos en su momento cuando nos referíamos a los aspectos metodológicos de la Psicología Evolutiva (ver capítulo 1), por lo que no vamos a insistir más en ello. Sí nos gustaría comentar, aunque fuese brevemente, una estrategia de investigación enfatizada desde la psicología del lifespan que ilustra el interés de esa perspectiva por vincular metodología con teoría y por buscar nuevas formas de estudiar y probar aquello que se afirma desde un plano conceptual. Se trata de la estrategia que han denominado testing the limits (quizá lo podríamos traducir por ‘evaluación de los límites’) La estrategia ‘testing the limits’ El objetivo de la estrategia es examinar el alcance de la plasticidad (y de los diferentes límites de plasticidad), concepto que hemos comentado anteriormente. Se trata de encontrar una forma de valorar esta plasticidad obviando las dificultades que tiene esta valoración cuando se trata de interesarse por trayectorias evolutivas que potencialmente pueden cubrir periodos muy largos de tiempo por las diferentes posibilidades y formas que pueden adoptar. El paradigma de investigación ‘testing the limits’ (Kiegl, Smith y Baltes, 1989 p. 895; Lindenberger y Baltes, 1995 p. 350 y siguientes) consiste en ‘comprimir’ el tiempo por medio de ofrecer a los sujetos experimentales experiencias evolutivas concentradas y de alta densidad. Estas experiencias (o intervenciones) tienen por – 782 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales objeto proporcionar un marco lo más óptimo posible para que la persona pueda conseguir su máximo potenciar en una tarea determinada. Así, el rendimiento obtenido en estas condiciones óptimas de apoyo se supone que estima las potencialidades evolutivas de la persona, el grado de plasticidad que presenta. Por medio de este paradigma, se pretende saber hasta donde puede llegar la persona si se proporcionan unas condiciones óptimas y, también, los límites del desarrollo, aquello que está fuera de nuestro alcance evolutivo aún cuando las condiciones sean las mejores. Además, nos permitirá saber si este potencial evolutivo, si esta plasticidad, cambia con el paso de los años o se relaciona sistemáticamente con la presencia de ciertas variables o recursos ambientales o personales. Esta estrategia se puede vincular (y el propio Baltes lo hace) al concepto vigotskiano de zona de desarrollo potencial, compartiendo un mismo interés por la potencialidad del desarrollo y la influencia de medios optimizadores que nos dicen hasta donde puede llegar. En la práctica, esta estrategia ‘testing-the-limits’ ha sido especialmente empleada en investigaciones de tipo experimental para explorar el declive cognitivo asociado al envejecimiento y hasta qué punto puede compensarse gracias a la plasticidad o afectar precisamente a esta capacidad plástica. Por ejemplo, Kiegl, Smith y Baltes (1990) pidieron a sus sujetos que memorizaran una serie de palabras. Dispusieron tres tipos de condiciones: con una tasa de presentación lenta, una tasa de presentación rápida y una tercera en la que el propio sujeto podía autoadministrarse las palabras con la tasa que el deseara. En esta situación, mientras se encontraron pocas o ninguna diferencia entre el rendimiento medio de grupos de diferentes edades en tasas decididas por el sujeto o lentas, cuando la tasa de presentación fue rápida sí se encontraron grandes diferencias a favor de los jóvenes. En otra serie de experimentos (Kiegl, Smith y Baltes, 1989) se encontró que tanto jóvenes como mayores se beneficiaban de programas de entrenamiento mnemónico (es decir, encontramos plasticidad en ambos grupos), pero la cantidad de beneficio que extraía los jóvenes tras esta intervención ‘optimizadora’ fue mucho mayor. Estos resultados, desde la perspectiva lifespan se interpretan a que lo que realmente declina con la edad no es tanto el rendimiento base, sino el rendimiento en condiciones extremas, en situaciones donde al sujeto se le pedía dar todo su potencial y la capacidad de plasticidad. Las diferencias entre jóvenes y mayores no están tanto en el funcionamiento cotidiano, sino en condiciones donde tienen que poner en juego la reserva potencial de desarrollo, en el grado de plasticidad (aunque siempre existe en alguna medida en todas las edades). Brandtstädter y la teoría de la acción La teoría de Brandtstädter supone un intento de conciliar perspectivas culturales con perspectivas individuales de entender el cambio evolutivo. En este sentido, su propuesta será, como veremos, mucho más explícita sobre el papel de la cultura en el desarrollo que la de Baltes. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 783 – La forma integrar el desarrollo individual con el contexto sociocultural es a partir del concepto de acción. Este concepto de acción interesa a Brandtstädter en la medida en que está vinculado con estados mentales intencionales. De esta manera, diferencia el simple ‘comportamiento’ (la acción en tanto conducta motora externa) de la acción, que él entiende vinculada a estados internos que le dan sentido, con significado cultural y, en cierta medida, controlable por el actor que la lleva a cabo. La acción, para Brandtstädter, puede definirse de la siguiente manera: Las acciones pueden ser conceptualizadas como comportamientos que (a) pueden ser predichos y explicados con referencia a estados intencionales (metas, valores, creencias, voliciones); (b) están al menos en parte bajo control personal, y han sido seleccionadas de entre un abanico más o menos amplio de alternativas comportamentales; (c) están constituidas y restringidas por reglas y convenciones sociales o por la representación que el sujeto mantiene sobre esas restricciones contextuales; y (d) pretenden transformar las situaciones de acuerdo con representaciones personales de estados futuros. (Brandtstädter, 1998; p. 815). De esta manera, la acción dispone de un componente interpretativo (referencia a estados internos y a un contexto de significación) del que carece el comportamiento. El énfasis en la acción intencional vinculada al cambio evolutivo, por otra parte, implica una propuesta con una vocación de abarcar todo el ciclo vital, y de entender este como, al menos en parte, producto de las acciones intencionales. Como veremos, las trayectorias evolutivas a lo largo de la vida (y, especialmente a partir de la adolescencia) son para Brandtstädter construcciones personales intencionales contextualizadas culturalmente. A partir de este concepto fundamental de acción, expondremos las propuestas de Brandtstädter articulándolas en torno a tres principios generales: • La concepción de la acción intencional como elemento a partir del que se construye el desarrollo personal y viceversa. • La concepción de la acción intencional como acción culturalmente situada y como elemento mediador entre cultura y desarrollo personal. • El self como agente origen de las acciones intencionales. El individuo como constructor de su propio desarrollo Desde la teoría de al acción, al individuo se le dota de agencia, para, a partir de la acción intencional, poder determinar la trayectoria de su propia vida. La persona, desde este punto de vista, no es arrastrada ni determinada totalmente por variables o factores contextuales o biológicos, sino que, a partir de la acción intencional, es capaz de tomar decisiones e implicarse en cursos de acción autodeterminados, de reflexionar sobre sus propias acciones y tomar medidas correctivas si es necesario. – 784 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Esta confianza y estudio de la persona como arquitecto de su propia vida no han sido enfatizados por las teorías evolutivas dominantes en nuestra disciplina, a pesar de que parece una asunción que no sorprende ni parece novedosa desde el conocimiento lego. Brandtstädter atribuye este ‘olvido’ (o, al menos, papel secundario) de la acción intencional como motor y determinante del desarrollo a al menos dos razones: la atención exclusiva de facto que desde la Psicología Evolutiva se ha prestado al desarrollo infantil, olvidando otras etapas del ciclo vital, y la naturaleza nomotética y tendente a la propuesta de normas evolutivas generales y universales que caracteriza a gran parte de las perspectivas teóricas dominantes en Psicología Evolutiva. A partir del comentario de estas dos razones intentaremos profundizar en algunos de los presupuestos de los que parte la teoría de la acción. La acción intencional y desarrollo durante el ciclo vital En primer lugar, como hemos ya hemos argumentado en otros lugares del presente proyecto (ver capítulo 2, capítulo 10 o en este mismo capítulo en anteriores apartados), la Psicología Evolutiva ha sido en buena medida una psicología del niño. Desde al menos dos de las grandes teorías del desarrollo (las propuestas de Vigotski y de Piaget) y sus derivados más recientes, la acción y, en concreto, la acción intencional, es un ámbito de estudio muy importante. Sin embargo, lo que se ha estudiado es más bien el origen de esa acción intencional, bien en el papel que la propia acción sobre los objetos tiene en el cambio de las estructuras mentales, bien en cómo a partir de la interacción con otros significativos somos capaces de utilizar y posteriormente interiorizar símbolos que mediarán nuestras acciones intencionales. Este interés por el origen y formación de la intención es un ámbito de estudio de plena actualidad desde muy diferentes perspectivas, como demuestran, por ejemplo, los diferentes capítulos incluidos en Zelazo, Astington y Olson (1999). Sin embargo, este estudio del origen de la intención en la infancia, en el que el desarrollo de la acción intencional es el resultado de un conjunto de fuerzas externas o internas al propio niño, pierde parte de su sentido cuando nos alejamos de la infancia, cuando esos niños intencionales comienzan a ser capaces de utilizar sus transacciones con el mundo que les rodea precisamente con la intención de conseguir alguna meta evolutiva, consiguiendo influir en su propia trayectoria evolutiva. Es decir, el tratamiento tradicional de la intención se para precisamente cuando nos encontramos con un niño capaz ya de actuar propositivamente y de determinar (al menos en parte, como veremos) su propio desarrollo (Brandtstädter, 1997; p. 334). Las actividades de autorregulación y desarrollo intencional están relacionadas con las metas, con los planes, con los proyectos de identidad, aspectos todos ellos que se diferencian especialmente en la infancia tardía y a partir de la adolescencia,, cuando la persona es capaz de articular un sentido definido de self y de futuro personal, siendo cada vez más capaz de cambiar una regulación externa para controlar su comportamiento por una regulación interna, autónoma, reflexiva, intencional. Esta autorregulación y Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 785 – control del propio desarrollo ya no desaparecerán en ningún momento del resto del ciclo vital. De esta manera, podemos contemplar la acción intencional como un logro evolutivo, como un producto del desarrollo, pero, a partir de cierto momento, también como un determinante del propio desarrollo. De esta manera, la persona es, al mismo tiempo y por medio de la acción intencional, producto y productor de su propio desarrollo. Esta idea, sin embargo, no implica el paso de una posición a otra (de producto a productor) a medida que avanzamos a través del ciclo vital. Es, simplemente, un cambio de énfasis. Los objetivos, las metas los valores que nos proponemos a nosotros mismos y que guían nuestras acciones intencionales, siguen, como veremos, sujetos a cambios evolutivos a lo largo de todo el ciclo vital. Se trata de añadir una dimensión más al desarrollo de la persona, dejándolo de considerar como determinado exclusivamente por fuerzas ajenas a ella para pasar a considerar también sus propios esfuerzos por autodeterminarse y encauzar en ciertas direcciones su propio desarrollo. Añadir esta dimensión lo que hace es provocar un ‘cambio dialéctico’ en la manera en la que entendemos las relaciones entre la acción intencional y el desarrollo (Brandtstädter, 1997; p. 345; Brandtstädter y Lerner, 1999; p. xii). No obstante, considerar a la persona como productor intencional de su propio desarrollo no implica que todas las acciones humanas sean intencionales ni que todo desarrollo implique una intención previa de su protagonista. Además de tener en cuenta la cultura como elemento que interviene en este proceso (como veremos en los siguientes apartados), el desarrollo de la persona escapa al poder de la acción intencional al menos de tres maneras (Brandtstädter, 1999a; p. 3940): • Como ya hemos comentado, el propio origen de la acción intencional no es intencional, sino es un resultado evolutivo configurado por otros factores. En este proceso evolutivo de formación de la intención, nuestro desarrollo va a estar guiado por fuerzas ajenas a nuestro control (principalmente, desde un punto de vista sociocultural, por fuerzas sociales concretadas en los cuidadores). • En ocasiones los efectos de una acción no coinciden con los previstos, con las intenciones del actor que la ejecuta. El desarrollo tiene un componente también de azar, de incontrolabilidad que es también un motor importante del desarrollo personal. • Algunos aspectos de nosotros mismos son poco susceptibles de ser cambiables intencionalmente. Por ejemplo, no somos libres de decidir muchas veces que nos gusta o que no nos gusta, que creemos o dejamos de creer, que deseamos y que no. Como mucho, sólo seremos capaces de, a partir de reflexionar sobre nuestras creencias o deseos, formar ‘creencias de segundo orden’ que nos indiquen qué deberíamos creer o desear, para comportarnos de acuerdo con ello. De esta manera, el ciclo vital humano es una mezcla entre lo controlable y lo incontrolable, lo esperado y lo inesperado, ganancias y pérdidas, éxitos y fracasos. El esfuerzo intencional de la persona para regular este desarrollo y – 786 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales conseguir mantener en términos favorables el balance será un aspecto esencial de la actividad humana. Teoría de la acción y determinismo Una segunda razón que según Brandtstädter da cuenta del olvido al que ha estado sometida la acción intencional y su influencia en el desarrollo desde las teorías clásicas del desarrollo es la aparente poca compatibilidad entre una perspectiva de a la acción que concibe el desarrollo como un proceso que está configurado y canalizado por acciones personales (y también colectivas) con la búsqueda de leyes deterministas y principios universales de desarrollo. La psicología del desarrollo ha vivido (al menos desde los paradigmas dominantes) obsesionada por esta búsqueda nomotética de leyes y trayectorias evolutivas ‘normativas’, que reflejaran un cambio ordenado (ya sea en forma de etapas, ya sea en forma de procesos que cambian siguiendo tendencias). Sus estudios han buscado explicar los cambios evolutivos en función de ciertas causas. Esta confianza en la explicación universal del desarrollo ha sido puesta en duda durante las últimas décadas tanto desde un punto de vista conceptual como empírico. Por ejemplo, las perspectivas culturales del desarrollo (cuyas implicaciones para la Psicología Evolutiva y corrientes hemos comentado en el capítulo 9) son, por definición, una fuerza que aboga por la importancia de las condiciones simbólicas e institucionales como elemento intrínseco a las características que presenta el desarrollo dentro de una determinada cultura, lo que potencia el estudio de la diversidad, más que de la regularidad y la universalidad. Empíricamente, ciertos estudios longitudinales (llevados a cabo, especialmente, dentro del marco de la psicología lifespan) ponen de manifiesto como el desarrollo, si por algo se caracteriza, es por la heterogeneidad, las diferencias inter e intraindividuales, la discontinuidad y la gran influencia del contexto, observándose múltiples patrones de desarrollo más que una única secuencia o proceso de cambio evolutivo general, susceptible de ser universal (por ejemplo, ver en Schaie 1996 una ilustración de este fenómeno desde el estudio de la inteligencia). No es extraño, por ello, que estas líneas conceptuales y empíricas favorezcan a una teoría que se fundamenta en la capacidad intencional de las personas para contribuir a su propio desarrollo. En una disciplina que estuviese dominada únicamente por la noción de causalidad como el establecimiento de cadenas y secuencias de antecedentes y consecuencias, unidos por vínculos deterministas y universales, una teoría de la acción intencional tendría poco futuro. Sin embargo, afirmar la capacidad de la persona para contribuir a su desarrollo no implica necesariamente negar que en este desarrollo se evidencien regularidades. No todo es posible dentro del desarrollo e, incluso cuando se enfatiza la plasticidad, esta se da dentro de ciertos límites (como hemos visto en la psicología lifespan, y su estrategia de investigación ‘testing the limits’, Kiegl, Smith y Baltes, 1989) Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 787 – Para Brandtstädter estas regularidades obviamente existen y las explica en función de la presencia de ciertas restricciones evolutivas. Estas restricciones, según él, son de diferente naturaleza (Brandtstädter, 1998; p. 820 y siguientes). Por una parte identifica lo que denomina ‘restricciones duras’. Serían restricciones de naturaleza lógica (por ejemplo, no podemos alcanzar resultados evolutivos o seguir trayectorias evolutivas que sean contradictorias entre sí) o de naturaleza biológica (los seres humanos, en tanto organismos, están sujetos a leyes fisiológicas, bioquímicas y biofísicas que han de ser compatibles con las trayectorias evolutivas que experimentamos). Estas restricciones son ‘duras’ en el sentido en que son poco modificables, pero a pesar de esto establecen unos límites relativamente amplios, permitiendo trayectorias evolutivas muy diferentes entre sí. Un segundo tipo de restricciones, denominadas ‘blandas’, está más vinculado a aspectos de carácter cultural. Entre ellas (aunque su clasificación plantee dudas), Brandtstädter da una especial importancia a las que denomina ‘restricciones semióticas’. Estas restricciones, que se refieren a la estructura de significados que caracteriza cierto contexto de desarrollo, se concreta en ciertos juegos del lenguaje o red de conceptos que se implican mutuamente y que imponen un orden, dan sentido y caracterizan a los fenómenos de nuestro mundo. Los diferentes patrones evolutivos se construyen y definen a partir de estas estructuras semióticas, estructuras que, a diferencia de las cadenas causa efecto tradicionales, son susceptibles de experimentar cambios históricos, Estos cambios, sin embargo, necesariamente se reflejarán en la aparición de nuevas trayectorias posibles o en la redefinición de trayectorias ya existentes. A parte de esta restricción, otras restricciones también blandas (esta vez sin discusión, desde el punto de vista de Brandtstädter) son, por ejemplo, las restricciones epistémicas (nuestro conocimiento sobre el fenómeno del desarrollo), técnicas (recursos técnicos para posibilitar o controlar ciertas trayectorias) y normativas (normas y valores propios de una determinada cultura). En conjunto, estas restricciones ‘blandas’ son mucho más concretas que las ‘duras’, pero, al mismo tiempo, son susceptibles de cambiar históricamente. De esta manera, los límites y las trayectorias posibles del desarrollo humano están constantemente abiertas a discusión y son renegociadas culturalmente generación tras generación. Como vemos, las restricciones blandas son de naturaleza fundamentalmente cultural, lo que nos habla de la gran importancia de la cultura dentro de la perspectiva de Brandtstädter: una cultura que nos proporciona instrumentos para ir más allá y aumentar nuestra potencialidad como seres humanos (en este sentido, constituye una ‘segunda naturaleza humana’), pero en la que, simultáneamente, estos instrumentos suponen también restringir el desarrollo dentro de ciertos parámetros y orientarlo hacia ciertas direcciones. Este aspecto cultural de la teoría de la acción será el que abordaremos a continuación. – 788 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales La teoría de la acción como psicología cultural En el apartado anterior hemos visto como la persona, desde la perspectiva de la teoría de la acción, es a la vez creador y producto de su propio desarrollo, y como este las múltiples posibilidades de desarrollo están limitadas por ciertas restricciones, entre las que se encuentran restricciones de naturaleza cultural. Este énfasis en la cultura como configuradora de la acción intencional de las personas, pero, al mismo tiempo, modelada y cambiante en función de estas mismas acciones intencionales, es otro de los pilares fundamentales de la propuesta de Brandtstädter. Históricamente, el resurgimiento de perspectivas culturales dentro de la psicología es un aliado natural dentro del enfoque de la acción. Como especifica Bruner (1990 a), Una psicología cultural, casi por definición, no estará preocupada por el ‘comportamiento’, sino por la ‘acción’, su contrapartida basada intencionalmente, y, más específicamente, con la acción situada – la acción como situada en un entorno cultural, y en los estados mutuamente interactuantes de los participantes (Bruner, 1990a; p. 15). Este vínculo de las recientes perspectivas culturales del desarrollo con las propuestas de Brandtstädter se une a los ya comentados en apartados anteriores, y se puede concretar al menos en dos sentidos: • Para Brandtstädter, como para Bruner, la cultura forma lo que podríamos denominar ‘espacios de acción’ o ‘campos de acción’ que determinan las posibilidades, efectos y significados de las acciones intencionales personales. Proporcionan una serie de ‘disponibilidades’ (affordances), pero a la vez también de restricciones (constraints) • Por otra parte, las acciones intencionales y las representaciones mentales que las guían están constituidas a partir de sistemas simbólicos (entre los que destacan las estructuras lingüísticas), materiales e institucionales de naturaleza cultural. En este sentido, la acción intencional actualiza la cultura al ejecutarse. Debido a que la cultura configura y canaliza, pero no determina, a partir de esas acciones intencionales podemos a su vez también cambiar elementos importantes de la cultura. De hecho, la cultura, en cualquier momento histórico, puede ser contemplada como el resultado de la acción colectiva de las personas que forman parte de ella. Así, el desarrollo personal se encuentra culturalmente situado, concretándose ese vínculo entre lo individual-personal y lo social-cultural a partir del desarrollo y despliegue de acciones intencionales. Profundicemos un poco más en esta relación triádica entre desarrollo individual, cultura y acción intencional. Regulación cultural del desarrollo La cultura dispone de un abanico de instrumentos, instituciones, reglas, etc. que regulan el desarrollo y lo configuran tal y como lo conocemos. Sin estas herramientas, el desarrollo humano sería imposible. En este sentido, Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 789 – Brandtstädter se alinea claramente con las tesis de las corrientes socioculturales vigotskianas y post-vigotskianas. Por lo que respecta al desarrollo ontogenético, desde el punto de vista de Brandtstädter son especialmente interesantes ese conjunto de reglas y normas que forman lo que podríamos denominar un ‘guión cultural’ sobre lo que ha de ser el desarrollo, guión que define tanto las diferentes opciones y posibilidades evolutivas que se le presentan a la persona (affordances) como las restricciones a este desarrollo (constraints). Este guión del ciclo vital especifica cómo ha de ser un ciclo vital ‘normal’ dentro de nuestra cultura, especificando tanto elementos descriptivos (lo que es normal en diferentes fases de la vida) como prescriptivos (lo que deberíamos tener o como deberíamos ser, lo que tendríamos que conseguir en diferentes momentos evolutivos). Así, los individuos pertenecientes a una misa cultura comparten ciertos esquemas sobre como es o debería ser el desarrollo evolutivo en sus diferentes momentos, las tareas evolutivas que deberíamos conseguir o a las que deberíamos aspirar. Estas tareas comprenderían diferentes dominios evolutivos (familia, trabajo, formación, etc.) estarían vinculados, de manera más o menos estricta, a ciertas edades o periodos de edad (ver, por ejemplo, los trabajos de Settersen, 1997; Settersen,y Hagestad, 1996a; 1996b). A estos ‘patrones estándar de desarrollo’ se les unen esquemas explicativos sobre causas legítimas de la desviación de la norma. Así, cuando un individuo no se ajusta a esos patrones estándar (por ejemplo, cuando no cumple determinada tarea evolutiva a la edad que se supone que debería haberla logrado) ponemos en marcha estos procesos explicativos que suponen a veces atribuir la responsabilidad en la propia persona ‘desviada’ (por ejemplo, calificándolo de irresponsable, de enfermo, etc.), otras veces excusar esa desviación a partir de circunstancias contextuales. A partir de la participación en la comunidad cultural, la persona llega a interiorizar estos esquemas, a hacerlos suyos a partir de su participación en contextos de socialización y educación, de manera que pasan a formar parte de eso que podríamos considerar ‘el sentido común’ y la persona los considera no sólo la manera natural de desarrollarse, sino también la manera deseable (Dannefer, 1996; p. 176) Una vez interiorizados sirven de guía de comportamiento, de importante fuente de metas y objetivos evolutivos que van a configurar decisivamente la acción intencional en pro del desarrollo personal. Gran parte de nuestras acciones intencionales relevantes desde un punto evolutivo se van a dirigir a conseguir metas relevantes culturalmente. Estas metas culturales nos servirán, además, como patrón de comparación para valorar nuestro propio desarrollo personal. Desde el punto de vista de Brandtstädter, esta interiorización: • no supone una aceptación pasiva de la norma, sino una reelaboración personal, una transformación y adaptación personal, de manera que la persona crea una ‘cultura personal’ en la que se concreta el macrosistema cultural más amplio. • Es susceptible de cambiar, hasta cierto punto, a partir de la acción reflexiva e intencional de la persona o de la interiorización en momentos posteriores de nuevas metas culturales estandarizadas. – 790 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales En ocasiones, esta transformación personal puede implicar conflictos entre el individuo en desarrollo y su ecología cultural. Por ejemplo, el individuo puede querer seguir líneas culturales no normativas, o puede aspirar a metas relevantes culturalmente, pero para las que en ese momento no posee los recursos personales suficientes. Estos conflictos serán una importante fuerza impulsora tanto del desarrollo individual como de la evolución cultural, ya que promueven el reajuste y nuevas síntesis dentro del sistema que los ha originado (Brandtstädter, 1998; p. 811). A partir en ocasiones de estos conflictos, los esquemas culturales sobre el ciclo vital pueden a su vez cambiar históricamente, y de hecho lo hacen, como producto de las propias acciones intencionales, personales o colectivas, de los miembros de la cultura. De hecho, se argumenta que estos esquemas están cambiando de manera acelerada en los últimos años, cambio que se dirige a una mayor apertura y flexibilidad (Held, 1986): actualmente existiría una mayor diversidad de trayectorias evolutivas contempladas, unas normas menos estrictas respecto al devenir evolutivo del ser humano. Este cambio tiene consecuencias para las acciones intencionales de la persona: por una deja más espacio para la elección personal, existe una mayor libertad para escoger entre trayectorias evolutivas muy diferentes, pero por otra parte también puede aumentar el grado de dispersión e inseguridad, el que la persona no vea claro la dirección que ha de seguir su vida (Brandtstädter, 1999a; p. 42). En resumen, cultura y desarrollo forman una síntesis que sólo puede ser valorada adecuadamente cuando se considera el papel mediador de las acciones y las actividades autodirigidas: • La cultura ofrece soluciones a problemas que surgen de la constitución biológica del ser humano, así como de problemas en referencia al propio mantenimiento del sistema cultural. • Ofrecen guías, orientaciones, que los individuos siguen, en busca de un significado y propósito. • Aumentan las posibilidades de acción y las opciones evolutivas a través de estrategias compensatorias y mecanismos protésicos (Burner, 1990b). Esto comprende también las herramientas psicológicas de Vigotski. De esta manera, la acción y los espacios culturales de acción no pueden ser reducidos a sus componentes físicos: existe en ellos un componente de intención, de significado, un contenido semántico y simbólico que es una de sus características esenciales. Lo que no implica, sin embargo, que podamos ignorar las bases biológicas y genéticas de esas acciones y de las restricciones que imponen en ellas. Reglas regulativas y constitutivas Para entender el papel fundamental de la cultura en la acción intencional y el desarrollo personal, Brandtstädter (1998, p. 815; 1999a, p. 44) diferencia entre dos tipos de reglas relevantes para entender la naturaleza cultural de estos conceptos: las reglas regulativas y las reglas constitutivas. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 791 – Las reglas regulativas serían aquellas normas, tareas evolutivas, prescripciones morales, leyes, etc. que favorecen ciertos cursos de acción y trayectorias evolutivas y restringen otros. Especifican ciertas trayectorias normativas o deseables de desarrollo. Este tipo de reglas influye en el comportamiento a partir bien de la interiorización (en forma de los guiones culturales de los que hablábamos anteriormente) por la que hacemos nuestras esas metas evolutivas, bien a partir de su imposición por medio de sanciones o refuerzos externos a las que en ocasiones se asocia el hecho de seguirlas o no. La persona puede desviarse o no de estas reglas, aunque esta desviación en ocasiones podrá implicar ciertas consecuencias no deseables. Sin embargo, la acción y el desarrollo humano no únicamente se encuentra configurado por reglas externas o internalizadas. En un sentido aún mayor, se encuentran constituidos por otro tipo de reglas: las reglas constitutivas. Estas reglas se refieren a qué forma ha de tomar algo (por ejemplo, una determina acción intencional) para ser considerada como tal (como un acción con un determinado objetivo) dentro de una cultura. Por ejemplo, la acción de tirar un penalti sólo tiene sentido dentro del contexto de las reglas del fútbol. No podemos tirar un penalti sin tener en cuenta (al menos implícitamente) reglas como la existencia de una falta previa en determinada zona del campo, el hecho de que la acción comience cuando lo dicte una tercera persona a la que se ha conferido el papel de árbitro, el que la distancia de la pelota a la portería ha de ser una muy determinada, etc. A diferencia de lo que pasaba con las reglas regulativas, las reglas constitutivas no podemos ‘transgredirlas’: en cuanto lo hacemos, la acción deja de tener sentido y no puede ser considerada como un ejemplar válido de la categoría de acciones que estamos considerando. Por ejemplo, podemos querer tirar un penalti desde el centro del campo, pero al hacerlo automáticamente ya no será un penalti, será otra cosa (por ejemplo y en este caso, un tiro directo). Así, cada acción intencional con sentido cultural está guiada implícitamente por un conjunto de reglas y convenciones compartidas que son las que precisamente no dan sentido a esa acción y permiten que sea comprendida, sino que la crean en el sentido estricto del término (¿acaso podríamos hablar de ‘tirar penalitis’, de ‘meter goles’, de ‘tarjetas rojas’ en una cultura que no cuente con el sistema de reglas constitutivas que denominamos ‘fútbol’?). A partir de la acción, personal o colectiva, estas reglas pueden cambiar o pueden crearse nuevos sistemas que abran nuevas posibilidades de acción cultural y personalmente significativas. Estas reglas constitutivas son entendidas, dentro del sistema de Brandtstädter, de manera similar a como Wittgenstein entendía sus ‘juegos del lenguaje’ o a como Austin entendía sus ‘actos de habla’. Así, cada acción tiene sentido sólo en referencia a un entramado de reglas constitutivas que prevalece en determinada cultura. De esta manera, la acción intencional con relevancia para el desarrollo personal está íntimamente vinculada con estas estructuras de reglas (a estas ‘estructuras semióticas’ a las que nos referíamos en páginas anteriores) que la posibilitan. A partir de la comprensión de cómo las reglas regulativas (la norma) y constitutivas (la estructura semiótica) de cierta cultura influyen en la acción intencional y en el desarrollo personal, podemos entender la aparición de – 792 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales ‘universales’ o de regularidades dentro del desarrollo, más allá de las regularidades que la propia biología impone, regularidades de las que vamos a hablar a continuación. El papel de la biología Además de los significados personales y culturales, la acción refleja también ciertas restricciones biológicas. De hecho, es la manera en la que esta diseñado el desarrollo humano desde el punto de vista biológico lo que posibilita el papel de la cultura. Este desarrollo biológico, producto de la evolución filogenética, si por algo se caracteriza en el ser humano es por plasticidad y apertura (Brandtstädter, 1997; p. 342). A diferencia del resto de animales (incluso a diferencia de las especies filogenéticamente más cercanas) el ser humano nace con relativamente pocos automatismos y regulaciones comportamentales de carácter instintivo, y pasa por un largo periodo de inmadurez antes de alcanzar una tardía madurez biológica. Esta inmadurez, paradójicamente, es muy adaptativa. Y lo es en varios sentidos (ver, por ejemplo, Bruner, 1972 o Tomasello, 1999): • En primer lugar abre las posibilidades para adaptarnos a un amplio rango de variaciones ambientales, ya que en principio no estamos pre-diseñados para un nicho ecológico concreto. • Por otra parte, posibilita que la cultura actúe compensando la falta de automatismos adaptativos: la cultura se convierte en una especie de ‘segunda naturaleza humana’ que asegura la supervivencia ofreciendo una serie artificial de medios compensatorios de adaptación. Así, la inmadurez biológica (y la plasticidad que implica) es el punto de partida de la competencia de los agentes humanos de afrontar la adversidad mediante la acción creativa y constructiva. El largo periodo de maduración y crecimiento se corresponde con un largo periodo de crianza y cuidados en estructuras familiares y grupales, lo que forman un complejo de factores de apoyo mutuo que no sólo compensan esa vulnerabilidad inicial, sino que fomentan el potencial del desarrollo humano ampliándolo sin duda, pero también regulándolo y canalizándolo en determinada dirección. Por otra parte, las influencias ambientales y genéticas se vinculan y codeterminan (como ya hemos visto que pasaba con el dualismo individuocultura) también a partir del concepto de acción. Por una parte, los individuos se desarrollan en contexto labrados culturalmente, lo que va sin duda a determinar la forma fenotípica en la que se expresarán sus tendencias genotípicas. Sin embargo, por otra parte, esos ambientes han sido creados (y pueden ser modificados o seleccionados a lo largo de vida) reflejando también ciertas tendencias genotípicas. En conjunto, podemos hablar de una interdependencia funcional entre la cultura y la ontogenia humana, mediada por la acción intencional y constructiva. Como hemos comentado a lo largo de este apartado dedicado a la cultura, esta interdependencia se concreta en aspectos como: Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 793 – • La ontogenia humana es en sus aspectos biológicos, psicológicos y sociales dependiente de las influencias regulativas, constitutivas y protectoras del contexto cultural en el que nacemos. • El contexto cultural pone a nuestra disposición un conjunto de disponibilidades (affordances) que canalizan e institucionalizan ciertas trayectorias evolutivas. Esta canalización es un requisito para el mantenimiento del sistema cultural. • Los individuos configuran su ecología individual y de esta manera regulan su propio desarrollo, construyen una cultura personal que pasa a ser un elemento constitutivo de un macrosistema cultural más amplio y que puede contribuir a su cambio. Self y teoría de la acción Como hemos visto, la acción intencional es el elemento central de la teoría de Brandtstädter. Si su teoría es una propuesta de cómo contribuimos a nuestro propio desarrollo personal (situando este en un contexto cultural, obviamente), el self, en tanto agente donde residen esas representaciones que dan sentido a la acción intencional (metas, valores, creencias, deseos) y desde el que parte y se ejecutan las propias acciones, se convierte en el verdadero protagonista. Así, podemos decir que la teoría de Brandtstädter es, fundamentalmente, una teoría del self y su papel en el desarrollo. Veamos ahora el origen evolutivo del self por lo que se refiere a las acciones intencionales y algunos de los componentes y restricciones que influyen en su formación y relevancia para el desarrollo. Orígenes del self intencional La intencionalidad se manifiesta en aquellas acciones que pretenden conseguir ciertas consecuencias valoradas de manera positiva por nosotros mismos. Este comportamiento intencional implica conocer y representar mentalmente las contingencias entre comportamiento y acontecimientos consecuentes, para después representar esta relación en forma de esquema anticipatorio que coordine medios y fines y esté preparado para ser puesto en marca (Brandtstädter, 1999a; p. 52). Los orígenes de este self intencional, si seguimos las propuestas de Piaget, se encuentran alrededor del octavo mes, en la cuarta etapa del estadio sensoriomotor. En esta etapa el niño es capaz claramente de coordinar medios y fines, de organizar su comportamiento para dirigirlo a la consecución de una meta (Flavell, 1977; p. 49 de la trad. cast.) Esta capacidad para codificar, organizar y aplicar contingencias entre acciones y consecuencias observará un cambio cualitativo con la adquisición de las competencias simbólicas y el lenguaje, que proporcionan no sólo una forma mucho más eficiente de representar esas contingencias, sino un medio en sí – 794 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales mismo para expresar intencionales. y llevar cabo (mediante verbalizaciones) acciones Aparición del self conceptual Un segundo hito dentro del desarrollo de la acción intencional es la aparición y consolidación de un concepto de self personal, un sistema de significados en referencia a nosotros mismos (como somos, qué nos gusta, cómo nos gustaría ser, etc.). Para Brandtstädter, este logro está vinculado estrechamente a la adquisición y dominio de significados culturales a través del lenguaje y de inferir cómo los demás nos están viendo a nosotros mismos (aspecto este que hemos analizado en otros capítulos de este mismo proyecto, como el XX o el XX y que se denomina ‘teoría de la mente’). Una vez establecido este autoconcepto, será una importante fuente de acciones intencionales con el fin de afirmarlo, de mejorarlo o, simplemente, de presentar ante los demás estratégicamente una versión de nosotros mismos ajustada a nuestros objetivos. Sin embargo, no todos los atributos y cogniciones que pueden formar parte de nuestro self son susceptibles de generar actividades intencionales con relevancia evolutiva. A la hora de definir el tipo de significados autorreferenciales susceptibles de formar parte de nuestro self conceptual más íntimo, parece que tienen que cumplir al menos las siguientes condiciones (Brandtstädter y Greve, 1994a, p. 54; Brandtstädter, 1998, p. 840): • Continuidad y permanencia: sólo aquellos atributos que presentan cierta estabilidad (desde el punto de vista de la propia persona) formarían parte de nuestro self. De esta manera, el self garantizaría mantener cierto sentido de estabilidad y de continuidad temporal de la persona. Aunque, como veremos, el self puede sufrir ciertos cambios a lo largo de la vida, este énfasis en atributos estables permite de alguna manera conservar el sentido de ser la misma persona a pesar de los cambios. • Relevancia discriminativa: sólo aquel conjunto de atributos que permiten diferenciarnos de los demás formaría parte de nuestro self, que nos permite vernos a nosotros mismos como personas individuales y únicas. Evidentemente, estos atributos pueden variar dependiendo del contexto en el que nos encontremos: en ciertos contextos algunas de nuestras características que habitualmente pueden no parecernos importantes se transforman en especialmente salientes (por ejemplo, ser de raza blanca si uno se traslada a vivir a África). • Significación biográfica: sólo formarían parte de nuestro self aquellos atributos que consideramos importantes, esenciales para definirnos a nosotros mismos y nuestra trayectoria evolutiva. Por ejemplo, para la mayoría de personas que tienen los pies planos no consideran esta característica en su autoconcepto, pese a que sea algo estable y que les diferencia de los demás Esta constelación de autopercepciones que forman parte de nuestro self conceptual es las que van a guían gran parte de nuestras acciones intencionales, aquellas que tienen como finalidad mantener, mejorar o defender estas Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 795 – definiciones de nosotros mismos. De esta manera, el self conceptual determina nuestros esfuerzos para conducir en cierta dirección nuestro desarrollo personal. El self autorregulador La autorregulación evolutiva del desarrollo es el medio por el que las intenciones guían la construcción de nuestra trayectoria evolutiva. Esta autorregulación opera a partir de tres funciones (Brandtstädter, 1999a, p. 53; Brandtstädter, 1998, pp. 828 y siguientes): • La autoobservación, por la que atendemos a nuestro propio comportamiento y sus los resultados evolutivos de nuestras acciones, seleccionado aquellas implicaciones que son especialmente relevantes en relación con los objetivos a los que estaba destinada la acción. • La autoevaluación, por la que valoramos esos resultados en función de ciertos parámetros (acercamiento a nuestras metas y proyectos personales, coherencia con normas culturales respecto al desarrollo en ese dominio, etc.) Estos parámetros o estándares de comparación pueden cambiar a lo largo del ciclo vital como reflejo del cambio en las expectativas para cada edad o como producto del éxito o fracaso reiterado de acciones intencionales que conduzca a un reajuste (al alza o a la baja) en nuestras metas y aspiraciones. • La acción autocorrectiva, que, en caso de una autoevaluación que encuentre discrepancia entre las trayectorias evolutivas que seguimos y las deseadas, pone en marcha nuevas acciones intencionales para reducir esa brecha. En la Figura 12.2 tenemos un gráfico que expresa la forma en la que Brandtstädter contempla el proceso de autorregulación. Creencias y expectativas respecto al desarrollo (genéricas o en relación a uno mismo) Evaluaciones cognitivas en relación con el desarrollo personal Condiciones evolutivas iniciales Metas evolutivas y proyectos en relación al self conceptual Evaluación de perspectivas evolutivas Sentido de control del desarrollo personal Planificación y ejecución de actividades correctivas Condiciones evolutivas modificadas Figura 9.2. Proceso de autorregulación del desarrollo (tomado de Brandtstädter, 1998; p. 827) Como vemos en los elementos de la parte superior de esa figura, la actuación de este self autorregulador tiene lugar en el contexto configurado por dos aspectos de capital importancia dentro del sistema de Brandtstädter: – 796 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales • El sentido de control, que nos informa de las probabilidades de éxito de ciertas acciones que podemos poner en marcha, de hasta qué punto podemos utilizar de forma efectiva ciertos recursos o en qué medida ciertos resultados conseguidos (o no conseguidos) pueden ser atribuibles a nosotros mismos o no. • Las metas personales, que servirán de estándar de comparación en la evaluación de los resultados conseguidos. Estos resultados evolutivos sólo serán evaluados positivamente si se acercan a las metas personales. En caso contrario, pondremos en marcha las acciones autocorrectoras a nuestro alcance. Estas metas personales, en numerosos casos, surgen de la interiorización (y transformación personal) de expectativas y creencias normativas sobre el desarrollo. Estas creencias influyen no sólo en la evaluación de acciones ya llevadas a cabo, sino en la toma en cuenta de posibles acciones futuras: llevaremos a cabo con mayor probabilidad las que creamos vinculadas a la consecución de esas metas. Profundicemos un poco más en estos dos componentes. El sentido de control La percepción de tener control sobre los acontecimientos que experimentamos tiene como prerrequisito la diferenciación entre el self en tanto actor y los objetos externos. Es decir, tiene como prerrequisito la formación, siquiera de manera rudimentaria, de un self intencional y un self conceptual. Se supone que estas cogniciones sobre el control personal se originan a través de las transacciones del sujeto con su ambiente y la percepción de contingencias entre el comportamiento y los acontecimientos que suceden en el mundo. El desarrollo de este sentido de control sigue los pasos de avances en el desarrollo cognitivo: con el paso de los años de un sentido de control concreto, ligado a relaciones concretas entre comportamientos y acontecimientos específicos, se pasará a un sentido de control generalizado, abstracto, que tomará la forma de teorías implícitas de cómo se relaciona mi comportamiento con los acontecimientos que me rodean y que permitirá hacer predicciones sobre qué puedo hacer (o no) para controlar ciertos acontecimientos futuros. Este sentido de control orientado al futuro es clave para el desarrollo intencional del self, ya que es lo que posibilita la implicación de la persona en cursos de acción que cree eficaces para conseguir ciertas metas evolutivas (Brandtstädter, 1998; p. 839). La percepción de que cierto resultado evolutivo deseable es controlable (o dependiente de nosotros mismos y nuestra acción) será uno de los parámetros básicos que determine si nos vamos a implicar en acciones para conseguirlo o no, y del esfuerzo que pondremos en nuestro empeño. A lo largo de la adultez, este sentido de control parece depender de la medida en que la persona percibe que sus potenciales de acción son suficientes para poder alcanzar los resultados evolutivos que se desean y, como veremos, puede mantenerse en términos positivos aunque esos potenciales mengüen con los años, a condición de reajustar los resultados evolutivos deseados en Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 797 – concordancia con esas menores posibilidades (Brandtstädter y Baltes-Götz, 1990; p. 198). Las metas personales Las acciones intencionales vinculadas al desarrollo personal lo son en tanto son elegidas por el propio sujeto y están orientadas hacia un objetivo evolutivo relevante desde un punto de vista cultural. Para conceptuar estos objetivos y metas evolutivas, Markus (Markus y Nurius, 1986: Markus y Wurf, 1987) propone el concepto de selves (o ‘yoes’) posibles. De acuerdo con estos autores, representarían aquella parte de nuestro autoconcepto que hace referencia a imágenes (más o menos elaboradas) sobre lo que queremos ser en un futuro (selves deseados) o lo que no quisiéramos que nos pasara bajo ningún concepto (selves no deseados). De esta manera, gran parte de las acciones intencionales que llevamos a cabo pueden ser contempladas como esfuerzos por acercarnos o por alejarnos de diferentes selves posibles. Así, estos objetivos cobran una importancia fundamental al menos por dos razones (Brandtstädter y Greve, 1994a; p. 55; Cross y Markus, 1991; p. 232): • Son elementos motivadores que dan sentido a nuestras acciones y ofrecen una dirección hacia la que guiar nuestros esfuerzos. Son, por ello, la fuente de toda acción intencional de desarrollo personal. • Son patrones de comparación que, a partir de la actividad autoevaluadora del self, nos van a permitir conocer el éxito de nuestras acciones (si nos han acercado a los objetivos) o el fracaso (si no nos han acercado lo suficiente o nos han alejado), así como interpretar en estos términos los acontecimientos que experimentamos a lo largo de la vida. Esta construcción de metas y objetivos futuros aparece ya en la infancia, aunque de forma vaga e irreal, sin que representen un valor motivador y comparador importante. Será a partir de la adolescencia cuando estas construcciones son más elaboradas, concretas y, por ello, más estrechamente vinculadas a intenciones susceptibles de ser puestas en marcha. A medida que avanzamos por la adultez, estos objetivos de futuro van tomando la forma de planes vitales y expectativas respecto a lo que queremos que suceda en el tiempo que nos queda por vivir. Obviamente, estas expectativas estarán íntimamente relacionadas con los esquemas culturales sobre las trayectorias vitales normativas de los que hemos hablado en páginas anteriores, y su importancia en el establecimiento de metas personales será cada vez mayor, representando un medio de abrirnos posibilidades de desarrollo, pero también, al mismo tiempo, de canalizarlo en una dirección culturalmente relevante. La adultez también implica la necesidad de coordinar metas evolutivas en diferentes ámbitos de la vida (por ejemplo, coordinar las metas en el ámbito de la familia con las metas en el ámbito del trabajo). Esta coordinación en ocasiones supondrá una priorización de unas metas sobre otras, una negociación con otras personas implicadas, etc., proceso en el que l os esquemas culturales normativos también pueden sernos de ayuda. El establecimiento de metas, sin embargo, no – 798 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales es algo definitivo, sino un proceso dinámico susceptible de ser modificado a medida que ciertos parámetros que nos rodean (cumplimiento de objetivos anteriores o no, disponibilidad de recursos y medios materiales o temporales para conseguir ciertos objetivos, cambios en la percepción de control sobre ciertos objetivos, etc.) cambian a medida que nos movemos a lo largo del ciclo vital (Brandtstädter, 1999a; p. 55). Elder y la teoría del curso de la vida Una tercera teoría que podemos calificar como ‘del ciclo vital’ es la propuesta por Elder y que denomina teoría del curso de la vida (life course theory). Elder (1998a; p. 942) comenta como la propuesta en los años 60 de la teoría del curso de la vida fue impulsada por la existencia carencias en la Psicología Evolutiva de aquel momento. Superar estas carencias constituye así el objetivo de esta propuesta. Elder diferencia tres de estos objetivos: • Superar concepciones del desarrollo basadas sólo en el crecimiento y en el estudio de la infancia por modelos que puedan aplicarse durante todo el curso de la vida. • Pensar cómo las vidas humanas están organizadas y evolucionan en el tiempo. • Relacionar las vidas con una sociedad siempre cambiante, enfatizando los efectos evolutivos de esas circunstancias cambiantes. Como vemos, estos tres objetivos emparentan la teoría de Elder claramente con las otras dos grandes teorías del ciclo vital que hemos examinado hasta el momento, y especialmente con la psicología del lifespan de Baltes. Hemos visto como Baltes situó en el primer lugar de su agenda teórica precisamente la redefinición del concepto de desarrollo, siendo para él también importante el tener en cuenta los factores históricos y sociales (la ‘sociedad cambiante’) en el desarrollo. Sin embargo, a pesar de que el propio Elder reconoce estas similitudes e incluso menciona a Baltes y sus propuestas como una de sus mayores influencias a la hora de delinear su propia teoría, algunos aspectos separan la psicología lifespan (y, por ende, también la teoría de la acción de Brandtstädter) de la teoría del curso de la vida. Estas separaciones son, pese a todo y a nuestro juicio, cuestiones de énfasis que cuestiones sustanciales. La mayor de ellas la importancia que en la propuesta de Elder adquiere la estructura social y, en concreto, los cambios en esa estructura social, para la configuración de las trayectorias evolutivas. Aunque Baltes reconocía este factor de influencia, a la hora de la verdad su teoría es una teoría (como la de Brandtstädter) del individuo en desarrollo, tratando la estructura social y sus cambios como un mero ‘contexto’ en el que se da el desarrollo y que facilita cierto despliegue de ganancias y pérdidas (Elder, 1998a; p. 944). En contraste, los factores sociohistóricos y su influencia en el desarrollo son la parte más Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 799 – importante de la teoría de Elder, así como también de su práctica investigadora. Para Elder, la estructura social y la historia no son sólo un escenario, sino que son elementos constituyentes de las trayectorias evolutivas y sus variaciones tal y como las conocemos. De esta manera, Elder contempla el curso de la vida como una intersección particular de influencias temporales, temporalizadas y cambiantes. Esta temporalidad inherente al curso de la vida tendría al menos tres sentidos diferentes: • Existe un tiempo de vida, que se refiere a la posición la etapa o posición de la persona dentro del proceso de desarrollo y envejecimiento. La edad cronológica es el índice que marca cuál es esta posición, y esta edad indica al investigador de algunos tipos de cambios que tienen más probabilidad de ocurrir en cierto momento. • Una segunda dimensión de la temporalidad del ciclo vital es el tiempo social, que se refiere al patrón de cambios, transiciones y secuencias de eventos que una determinada sociedad espera que ocurran en determinados momentos de la vida. En este sentido es especialmente importante, por ejemplo, la situación de la persona dentro de ciertos ciclos de vida familiar y laboral, que indican las edades apropiadas para dejar la formación, para emparejarse, para tener hijos, para encontrar un trabajo, etc. y definen las relaciones entre generaciones diferentes que coinciden en el tiempo. • Por último, una tercera dimensión de la temporalidad es el tiempo histórico, que indica la posición de la persona dentro de una corriente de cambios históricos y definirá ciertos acontecimientos que le tocará vivir (ver un ejemplo en el estudio explicado en Elder, 1998b; p. 1-3) – 800 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Tiempo en la familia G1 - P G2 – P/H G3 – P/H Tiempo histórico (año de nacimiento y cohorte) 1900 1920 1940 1960 1980 Tiempo de vida en años 2000 100 80 60 G4 - H 40 20 0 Cambiante en el tiempo G1: Generación más mayor: sólo son padres G2: Segunda generación más mayor: son a la vez padres e hijos G3: Tercera generación más mayor: son al la vez padres e hijos G4: Generación más joven: sólo son hijos Figura 12.3. Trayectorias a lo largo del curso vital situadas en un espacio tridimensional: edad, situación en la familia y tiempo histórico (tomado de Elder, 1998a, p. 949) De esta manera, la edad de nacimiento marca el punto de entrada en este sistema de temporalidad: marca una secuencia de cambios evolutivos, la pertenencia a cierta generación de la que se esperan ciertas cosas en cada momento y la entrada también en una corriente histórica en la que está inmersa la sociedad a la que pertenecemos y que definirá a qué tipo de cambios y acontecimientos históricos estaremos expuestos (ver figura 12.3) Este concepto amplio de temporalidad se concreta en el caso de Elder en dos conceptos más concretos: las trayectorias y las transiciones. Respecto a las trayectorias, Elder las concibe como patrones de desarrollo situados históricamente y estructurados a partir de normas de edad de carácter social y otras restricciones sociales y biológicas. Estas trayectorias definirían, en sentido amplio, la secuencia de estados psicológicos y psicosociales por los que pasa la persona y permite vincularlos a la estructura social y los cambios históricos en los que se enclava. Cada trayectoria global puede a su vez descomponerse en un conjunto de trayectorias referentes a ciertos dominios o ámbitos vitales. Así, podemos hablar de la trayectoria familiar, trayectoria laboral, etc. Generalmente estas trayectorias múltiples implican el compromiso con más de un rol simultáneamente, y es muy probable que, dada que los recursos con los que contamos son limitados por definición, la persona tenga que coordinar las diferentes trayectorias y sus exigencias, así como que los acontecimientos referidos a una de ellas puedan afectar al resto de trayectorias que seguimos de manera simultánea. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 801 – Las transiciones son una mirada mucho más concreta y se refieren a ciertos cambios en la vida de las personas que podemos identificar dentro de las trayectorias personales. Cuando este cambio concreto es suficientemente importante, podemos hablar de un giro en la trayectoria. Así, dejar el hogar materno, entrar en la escuela, retirarse, etc. son ejemplos de transiciones que se enmarcan dentro de trayectorias evolutivas particulares. Las transiciones tienen, de acuerdo con Elder (1998a; pp. 959-960) cinco propiedades importantes: • Una misma transición puede influir de manera diferente a personas de diferentes edades o que ocupan diferentes roles. Así, por ejemplo, el divorcio puede afectar más o menos a los padres y a los hijos o a hijos que están en etapas diferentes. • Las nuevas situaciones a las que conduce una transición implican generalmente unas nuevas expectativas y demandas comportamentales para la persona, que tendrá que adaptarse y esforzarse por cumplir. • Las transiciones pueden suponer que la persona pierda, al menos momentáneamente, el control de la situación vital que experimenta, pérdida que es seguida por un esfuerzo por recuperar ese control. • Debido a que nuestra vida está vinculada inherentemente a la vida de las personas que nos rodean, transiciones que experimentan estas personas pueden afectarnos indirectamente a nosotros mismos. Así, por ejemplo, la decisión de nuestros hijos de ser padres no convierte automáticamente en abuelos, lo que a su vez puede implicar ciertas expectativas y demandas que tenemos que afrontar (por ejemplo, el cuidado de los nietos en ciertas ocasiones). • Por último, algunas transiciones (especialmente las elegidas o seleccionadas por nosotros mismos, más que las impuestas) tienden a acentuar características o rasgos que ya poseíamos con anterioridad y aumentan la probabilidad de experimentar ciertas otras transiciones en el futuro, de manera que entramos en una dinámica de acentuación de ciertos aspectos de nuestra vida que contribuye a que nuestra trayectoria se diferencie de la de los demás. Principios de la teoría del curso de la vida Armado con los conceptos que hemos mencionado anteriormente (temporalidad en sus diversos sentidos, trayectorias vitales, transiciones, etc.), Elder (1998; pp. 961-966) propone tres principios fundamentales de su teoría, principios que guiarán, como veremos, también las líneas de investigación que se derivarán de esta perspectiva. En primer lugar, Elder afirma que para cualquier estudio evolutivo hemos de tener en cuenta que las vidas humanas están inherentemente vinculadas a ciertos lugares y a cierto tiempo histórico, aspectos estos están sujetos a cambios que necesariamente van a tener un impacto en las trayectorias evolutivas seguidas por la persona. – 802 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales La influencia de la historia toma, de acuerdo con Elder, dos formas principales: • Los efectos de cohorte, que aparecen fruto de la diferenciación que el cambio social ejerce sobre personas nacidas en diferentes momentos. • Los efectos del periodo histórico, cuando la influencia de un cambio social impacta de manera relativamente uniforme sobre cohortes sucesivas. De esta manera, y para Elder, resulta necesario distinguir estos efectos de los efectos puramente madurativos a los que tradicionalmente se ha dedicado la Psicología Evolutiva. Los cambios históricos no son un término de ‘error’ en la ecuación evolutiva, sino un factor con la suficiente importancia y entidad como para ser estudiado por sí mismo. Este estudio implicará en muchas ocasiones estrategias metodológicas particulares. Por otra parte, en lugar de hablar de efectos generacionales sin más, para valorarlos de manera precisa se ha de tener en cuenta que: • Los individuos de una misma generación no necesariamente resultan afectados de manera similar por un mismo acontecimiento o cambio sociohistórico. Hemos de tener presente la existencia de variables que definen subgrupos aún dentro de una misma cohorte. • Los cambios sociohistóricos suelen estar vinculados a lugares concretos, con lo que el estudio de las variaciones en el impacto de cambios sociales estará mediatizado por la configuración concreta de cada comunidad social o geográfica. Un segundo principio destacado por Elder es la vinculación de las trayectorias vitales a cierta temporalidad, así como a las trayectorias de las personas que nos rodean. Como ya comentábamos en el apartado anterior, la temporalidad tiene que ver al menos con los siguientes aspectos: • La manera en la que los roles y los acontecimientos sociales se organizan a lo largo de la vida, definiendo fases o etapas asociadas a la edad. • El proceso de gestión vital que pone en marcha la persona y que intenta disponer las transiciones vitales en una secuencia aceptable socialmente pero que al mismo tiempo optimice las posibilidades de abordarlas con éxito. • La localización de la persona tanto en el curso de la vida (con los vínculos intergeneracionales correspondientes) como en un proceso de cambio histórico concreto. Así, resulta crucial destacar como las vidas humanas no únicamente están situadas históricamente y socialmente dentro de determinada comunidad, sino que al mismo tiempo se interrelacionan, establecen vínculos y tienen efectos, a veces decisivos, las unas sobre las otras. A partir de los lazos intergeneracionales (en la familia o fuera de ella) y de los lazos con nuestros pares no únicamente nos hacemos una idea de lo que nos espera, sino que recibimos y ofrecemos influencias. Es a partir de estas relaciones y de la inherente temporalidad de la vida cuando podemos hablar de que ciertas transiciones se dan ‘en su momento’ o ‘fuera de su momento’ (ya sea antes de tiempo o después de tiempo). La vivencia de esa Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 803 – transición y sus consecuencias para la persona pueden ser muy diferentes en función que se produzca a tiempo o fuera de tiempo. Un ejemplo especialmente estudiado en este sentido es, por ejemplo, la vivencia y los efectos de la pubertad y, en concreto, los riesgos que una pubertad ‘adelantada’ puede tener para los adolescentes y, sobre todo, para las chicas adolescentes (ver, Simmons y Blyth, 1987; Smolak, Levin y Gralen, 1993). Por último, Elder enfatiza el papel del sujeto como agente activo que escoge o rechaza determinadas alternativas evolutivas. En una línea muy similar a la de Brandtstädter, Elder subraya los efectos que estas elecciones, inevitables en ciertos momentos del ciclo vital, tienen para la trayectoria evolutiva futura. Las elecciones desempeñan un papel muy importante también en la presencia de continuidades personales a lo largo del ciclo vital. De acuerdo con Elder, esta continuidad a través del curso vital se obtiene a partir de dos mecanismos diferentes: • Una continuidad acumulativa, en la que unas predisposiciones personales o la presencia de un determinado entorno favorece la selección de alternativas compatibles con esos valores iniciales. Estas elecciones conducen a situaciones que las consolidan y continúan favoreciendo elecciones posteriores en la misma línea. • Una continuidad recíproca o circular, por la que cierta elección o comportamiento del sujeto provoca en su ambiente o entre las personas que le rodean una reacción adversa que, lejos de hacer rectificar al sujeto, le reafirma y sostiene elecciones posteriores similares a la inicial. Un ejemplo típico son los casos de niños o adolescentes agresivos, que despiertan rechazo y agresividad en su entorno, lo que, cerrando el círculo, provoca a su vez más agresividad en el niño o adolescente. A pesar de estas fuerzas que conducen a la continuidad, la posibilidad de que la persona sea capaz de escoger alternativas radicalmente diferentes a las que habían marcado su vida hasta entonces está siempre abierta: son transiciones rupturistas que marcan puntos de inflexión en la vida de las personas. Todos estos principios se ponen en juego en la investigación empírica llevada a cabo por Elder y su equipo. Quizá el mejor ejemplo (o, al menos el más conocido) es el estudio que llevaron a cabo sobre los efectos de la Gran Depresión y la II Guerra Mundial en personas de diversas generaciones que experimentaron esos acontecimientos en su infancia y juventud. Respecto a la Gran Depresión, Elder (1974; 1998b) estudió dos grupos de niños nacidos con 8 años de diferencia. Comprobó como los efectos de las dificultades económicas que siguieron a la crisis de los años 30 tanto en las familias como en el desarrollo de los niños dependían de la generación tomada en cuenta. La generación de niños más mayores (que eran adolescentes en los años 30), con mayor frecuencia adoptó un rol muy activo en sus familias, desempeñando tareas y responsabilidades similares a las de los adultos, en especial en aquellas familias con menores recursos. Esta situación potenció en ellos valores como el trabajo y la independencia. Por el contrario, para la generación más joven, que afrontó la crisis siendo niños, los efectos de la crisis fueron contrarios: aumentaron el número de años que pasaron dependiendo de sus familias y la – 804 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales experiencia de privación fue más intensa. En esta generación, la vulnerabilidad al estrés y la generación de patologías psicológicas fue mayor. En un estudio similar, Elder, Sanan y Clipp (1994) han estudiado los efectos de la movilización que tuvo lugar en Estados Unidos en la II Guerra Mundial en diferentes generaciones. Así, parece que los efectos de los meses pasados en la guerra (y en el servicio militar una vez acabada la guerra) fueron muy diferentes en función de la generación. En concreto, las generaciones de reclutas más jóvenes (por otra parte, los primeros en ser movilizados) experimentaron efectos menos perniciosos en sus vidas de la experiencia militar, mientras que aquellas generaciones que fueron movilizadas a una edad tardía (cuando tenían 30 años o más) experimentaron por el contrario muchos más problemas. Entre estos problemas se encuentra una mayor dificultad en rehacer la vida laboral tras la reincorporación a la vida civil, una mayor tasa de divorcios, una peor salud en la vejez, etc. Los efectos fueron incluso también subjetivos: el recuerdo de la guerra para los más reclutas más mayores era menos positivo, se veía en menor medida como una experiencia positiva para la vida que en el caso de los reclutas que acudieron a la guerra con menor edad. Contribuciones de la teoría del curso de la vida Por ello, podemos mencionar como una de las contribuciones más importantes de la teoría de Elder es que intenta coordinar los niveles individuales del desarrollo con los niveles sociales e históricos en los que cada trayectoria evolutiva está inmersa, niveles que no solamente sirven de contexto de desarrollo, sino que son las fuerzas que ayudan a constituir determinada trayectoria evolutiva tal y como se expresa. Mientras que para Baltes y Brandtstädter el centro es el desarrollo individual y su mérito es contemplar como ciertos aspectos sociales y contextuales pueden influir en este desarrollo, Elder aborda la misma cuestión enfatizando justo lo contrario: para él el centro está en los la estructura social y en los cambios históricos y sociales de más largo alcance, y a partir de ellos intenta descender hasta su influencia en las vidas individuales. La teoría de Elder, por ello, tiene un sentido más sociológico que el resto de teorías del ciclo vital comentadas, aún sin olvidar las trayectorias evolutivas individuales, lo en principio podría favorecer la multidisciplinariedad de los estudios elaborados desde este punto de vista. En este sentido, es importante reseñar, y el propio Elder lo reconoce (Elder, 1998; p. 968) la gran cercanía de la teoría del curso de la vida y la teoría ecológica de Bronfrenbrenner. De hecho, la primera podría ser contemplada como una especie de aplicación al ciclo vital de las ideas de Bronfrenbrenner. Ambas son teorías que intentan articular los niveles de análisis más cercanos a la persona en desarrollo con los sistemas más amplios que forman su entorno evolutivo (los sistemas sociales y culturales), ambas destacan los efectos interactivos entre las fuerzas madurativas y la relación que la persona en desarrollo establece con las personas que le rodean, ambas reconocen (especialmente en las últimas versiones de la teoría de Bronfrenbrenner y la inclusión del concepto de cronosistema, como vimos en el capítulo 7) los cambios Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 805 – históricos (ya sean a corto, medio o largo plazo) como fuerzas constituyentes del desarrollo. A nuestro juicio, en ocasiones este énfasis en la estructura social y en la historia hace que los análisis de Elder tiendan más a una ‘sociología evolutiva’ que a una verdadera Psicología Evolutiva’orientada social e históricamente. Por otra parte, Bengtson, Burgess y Parrott (1997; p. S80) comentan como en tanto marco explicativo, la teoría del curso de la vida es quizá demasiado amplio y global, lo que hace muy difícil incorporar en un único análisis todo el conjunto de influencias históricas, sociales, etc. que el modelo identifica conceptualmente como relevante para una comprensión completa del curso de la vida. Quizá por todo ello su impacto ha sido más importante en las ciencias sociales que en la Psicología Evolutiva, al menos en comparación con el que las otras teorías del ciclo vital (y especialmente, como veremos, la propuesta de Baltes) han tenido en el estudio del desarrollo, especialmente el desarrollo más allá de la adolescencia. Teorías del ciclo vital en la práctica investigadora: cognición, self y desarrollo socioemocional Esta sección tiene por objeto exponer algunas líneas de investigación que han generado las teorías del ciclo vital que hemos comentado en secciones anteriores. Nuestra intención es exponer cómo se aplican esas teorías a problemas específicos y como se interpretan los datos empíricos obtenidos dentro del marco de referencia de esas teorías y utilizando los conceptos que proponen. Veremos como la psicología lifespan o la teoría de la acción actúan como marco general, marco que necesita concretarse en propuestas más específicas para acercarse a los datos empíricos. Expondremos tres líneas de investigación diferentes, ambas en relación con el proceso de envejecimiento: la evolución de las habilidades intelectuales en la segunda mitad de la vida, la evolución del self en este mismo periodo y, por último, el desarrollo socioemocional vinculado al envejecimiento. Como veremos, la primera y la tercera de estas líneas se han trabajado especialmente desde la perspectiva lifespan encabezada por Baltes, mientras para la segunda utilizaremos el marco interpretativo de Brandtstädter. Para la teoría del curso de la vida de Elder (quizá la que menos investigación ha generado de las tres) ya comentamos algunos ejemplos empíricos en la sección anterior. Somos conscientes que nuestro comentario de estas tres líneas de investigación no va a agotar ni mucho menos ni el trabajo que se está llevando a cabo sobre ellas ni los enfoques diferentes desde los que se aborda, y más teniendo en cuenta que son dominios de plena actualidad en el estudio del envejecimiento psicológico. Una revisión exhaustiva excedería los límites de este proyecto. Así, – 806 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales nuestra intención se centra más bien, como hemos comentado, en la forma en la que han sido abordados estos temas desde una perspectiva del ciclo vital y, en concreto, desde dos de los marcos teóricos descritos en secciones anteriores. Por otra parte, las derivaciones de las teorías del ciclo vital en la práctica investigadora se reducen ni mucho menos en estos tres ámbitos. Pese a ello, y ante la imposibilidad de revisarlos todos, creemos que hemos escogido tres de los más prototípicos y actuales en este sentido. Desarrollo adulto, envejecimiento y cognición El desarrollo cognitivo ha sido, como ya hemos comentado en otros momentos de este trabajo, el ámbito pionero de estudio a la hora de generar conocimientos psicológicos evolutivos en relación con el proceso de envejecimiento. No es extraño, desde este punto de vista, que también sea sin duda el primer ámbito abordado desde los teóricos del ciclo vital (y, en concreto, desde la psicología lifespan) para poner a prueba sus propuestas sobre el desarrollo. Aún hoy es sin duda el ámbito al que se dedican mayores esfuerzos de investigación desde este tipo de perspectivas del ciclo vital, lo que se suma al gran interés que también despierta entre otras perspectivas. Baltes y sus colaboradores abordan el desarrollo de las habilidades cognitivas diferenciando entre dos tipos de componentes o dimensiones cognitivas fundamentales (Dixon, Kramer y Baltes, 1985 p. 304; Baltes, 1987, p. 614; Baltes, 1994, p. 582): • La mecánica, referida a los procesos cognitivos básicos, que serían relativamente universales en cuanto a forma y funciones (velocidad, precisión, coordinación de operaciones básicas, etc.), ya que refleja unas condiciones compartidas de evolución biológica y psicológica. Sus fuentes se encuentran fundamentalmente en el desarrollo biológico y en el cerebro como soporte de toda competencia cognitiva. Utilizando una metáfora informática, compondría el hardware de la cognición. • La pragmática o capacidades cognitivas contextualizadas en ciertos dominios de conocimiento. Haría referencia a conocimientos moldeados por las metas y entornos culturales de la vida cotidiana que la persona ha experimentado, conocimientos que permiten afrontar y adaptarse a las situaciones reales. Es producto, de esta manera, de la adquisición de conocimientos culturales, ya sea de forma normativa (en contextos de socialización temprana y escolarización) o no normativa (reflejando especializaciones construidas a lo largo de la vida). Desde la metáfora informática, representaría el componente de software cognitivo. La distinción entre mecánica y pragmática es importante no únicamente desde un punto de vista conceptual, sino también porque ambos componentes parecen seguir trayectorias evolutivas muy diferentes. Así, mientras la mecánica cognitiva declina a partir de la juventud, la pragmática cognitiva se mantiene (e incluso existen posibilidades de mejora) durante la adultez y vejez. Estas tendencias son coherentes con las proposiciones de la psicología lifespan que hemos comentado Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 807 – anteriormente, ya que reflejan tanto la dinámica entre biología y cultura a través del ciclo vital (recursos biológicos menguantes a medida que pasan los años, mayor necesidad de cultura con la edad) como la presencia de ganancias y pérdidas a lo largo de toda la vida (incluso la vejez) y de diferencias intraindividuales, otros de los presupuestos fundamentales desde esta perspectiva. Por otra parte, esa dicotomía es similar a la clásica distinción que realizan Horn y Catell entre inteligencia fluida e inteligencia cristalizada (Horn y Catell, 1966; Horn, 1978, 1982; Dittmann-Kolhi y Baltes, 1990, pp. 57-60) y que comentamos en el capítulo anterior. Sin embargo, mientras esta diferencia fue establecida a partir de pruebas de tipo psicométrico y ha permanecido hasta el momento limitada a esta perspectiva, el enfoque de Baltes pretende vincular su distinción con perspectivas diferentes, entre las que se encuentran, como veremos, el procesamiento de la información o las propuestas culturales (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1062). Pasemos a describir algunas líneas de investigación sobre uno y otro componente llevadas a cabo desde la perspectiva de la psicología lifespan. Mecánica de la inteligencia Gran parte de los datos y evidencias que soportan la descripción y explicación de los cambios cognitivos por lo que respecta a la mecánica de la inteligencia son tomados directamente de perspectivas en principio ajenas a la propia psicología lifespan. Así, Baltes identifica tres tipos de factores que pueden explicar el declive en este tipo de componente cognitivo. Los tres se fundamentan en estudios sobre procesamiento de la información y envejecimiento (por lo que han sido analizados en profundidad en el capítulo anterior), y son paralelos a factores que hemos comentado en otros capítulos respecto al desarrollo en la infancia (aunque en este caso, claro está, la dirección del desarrollo es hacia la ganancia y no hacia el declive). Nos estamos refiriendo a la velocidad de procesamiento de la información, a los cambios en la memoria de trabajo y a los déficits en procesos inhibitorios. • Al igual que la velocidad de procesamiento era uno de los parámetros que de forma más fiable se incrementaba con la edad (ver investigaciones de Kail en el capítulo 6), también es uno de los factores que de forma más fiable se observa que disminuye con la edad. He hecho, este factor ocupa un papel comparativamente más importante en la investigación sobre envejecimiento que en la investigación sobre desarrollo infantil. En cualquier caso, con la edad se produciría un enlentecimiento generalizado de los procesos cognitivos que afectaría a la calidad del procesamiento que la persona es capaz de realizar (Salthouse, 1996a, 1996b; Madden, 2001; ver capítulo 11). • La memoria de trabajo, entendida como un proceso activo que implica operar con la información mientras, simultáneamente, se almacenan temporalmente ciertos resultados para ser recuperados en fases posteriores del proceso, es otro de los procesos que puede dar cuenta de los declives en la mecánica de la – 808 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales cognición asociados a la edad. Así, aquellas tareas que imponen mayores demandas en este tipo de memoria (por ejemplo, exigiendo una mayor coordinación entre la información con la que se trabaja y la almacenada temporalmente, o dificultando experimentalmente el almacenamiento temporal de información) provocan unas diferencias entre jóvenes y mayores especialmente acusadas (ver, por ejemplo, Mayr, Kliegl y Krampe, 1996; Salthouse, 1990; Salthouse y Babcock, 1991). • Por último, el déficit en procesos inhibitorios (en concreto, en la inhibición de la información no relevante para llevar a cabo una tarea cognitiva) también ha sido contemplado a la hora de explicar el desarrollo cognitivo infantil, como vimos en el capítulo 8. De una manera similar, un déficit en estos procesos inhibitorios asociado a la edad podría dar cuenta también del declive en la mecánica de la cognición. Estos déficits podrían ser producidos por déficits en áreas cerebrales específicas (ver propuestas y estudios empíricos como los aportados por Dempster, 1992; ver capítulo 11). De esta manera, comprobamos como los supuestos de la psicología lifespan son lo suficientemente amplios como para englobar también resultados e investigaciones generadas desde marcos ajenos a ella misma. Sin embargo, para dar sentido a la psicología lifespan como perspectiva diferenciada del procesamiento de la información, además de apoyarse en todas estas investigaciones Baltes y su equipo han realizado también numerosos estudios para verificar la validez de este componente cognitivo y describir y explicar su funcionamiento y declive en la vejez, interpretando los datos desde los supuestos de la teoría lifespan. Estos estudios pueden ser agrupados en dos líneas principales de investigación, que, de menos a más reciente, son el estudio sobre los límites del rendimiento cognitivo, y la asociación entre capacidades sensoriales y cognición. Repasemos brevemente cada una de ellas. a) Estudios en relación con los límites del rendimiento cognitivo Esta línea de investigación supone la aplicación práctica de los conceptos de capacidades de base y de reserva que expusimos en la primera sección de este capítulo. De acuerdo con esas ideas, si exponemos a las personas a pruebas en las que se les exija un rendimiento máximo (bien endureciendo las condiciones de las pruebas, bien optimizando al máximo el contexto en el que tiene lugar la prueba), las diferencias asociadas a la edad se maximizan, debido a que estamos evaluando los límites ‘biológicos’ del funcionamiento humano. En el caso de la cognición, estos límites biológicos se refieren, claro está, al componente mecánico. De esta manera, estudiar los límites del funcionamiento cognitivo nos permite observar como funciona la mecánica de la cognición (y sus posibles disfunciones) con especial nitidez (Baltes, 1993; p. 582). Por ejemplo, examinemos los resultados de un experimento llevado a cabo por Kiegl, Smith y Baltes (1989). En este estudio, una muestra de personas mayores y otra de jóvenes tenía que recordar una lista de 40 palabras. También se varió la tasa de presentación de las palabras (4’’, 10’’ y tiempo decido por el propio Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 809 – sujeto). El rendimiento de las personas mayores se acercaba al de los jóvenes cuando la tarea se volvía menos exigente (tasas de presentación más lentas). Kiegl, Smith y Baltes interpretan sus resultados acudiendo a la diferencia entre capacidades de base y capacidades de reserva: los déficits asociados a la edad se manifiestan no como una reducción en las capacidades de base, sino como una reducción en las capacidades de reserva. Por lo tanto, a mayor exigencia de la tarea (por ejemplo, cuando se tienen que abordar tareas muy complejas o muchas tareas en poco tiempo), mayor probabilidad de que la persona tenga que acudir a esas reservas y, consecuentemente, mayores dificultades tienen las personas mayores. Las diferencias máximas en función de la edad se encontrarían en tareas cognitivas muy exigentes para los jóvenes (aunque aún dentro de sus límites de reserva) pero inalcanzables para los mayores. De igual manera se pueden interpretar algunos datos sobre la capacidad de aprendizaje de jóvenes y mayores: si bien las personas mayores habitualmente conservan las suficientes reservas para aprender cosas nuevas (lo que podemos vincular al concepto de plasticidad, fundamental desde la psicología lifespan), los jóvenes pueden emplear sus mayores reservas en aprender más rápido y a unos niveles de complejidad más elevados. Por ejemplo, en la investigación anteriormente comentada de Kliegl, Smith y Baltes se enseñó a los participantes a utilizar el método de los lugares para recordar palabras. Tras practicar este método, los mayores mejoraron en gran medida el rendimiento de su memoria, lo que indica la plasticidad de sus habilidades cognitivas. Sin embargo, esta mejora es mucho menor que la demostrada por los jóvenes que siguen el mismo programa de práctica. Las diferencias se hacían más grandes cuando la tarea se volvía más exigente (tasas rápidas de presentación de palabras). Podemos observar estos resultados en la Figura 12.4 – 810 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales 45 Número palabras recordadas 40 35 Jóvenes 30 Mayores 25 20 15 10 5 0 10'' 4'' Sin Tiempo Pre-Test 10'' 4'' Post-Test Entrenamiento Figura 12.4. Número de palabras recordadas con diferentes tasas de presentación y antes y después del entrenamiento con el método de los lugares (a partir de datos de Kiegl, Smith y Baltes, 1989) Este declive asociado a la edad en la mecánica de la cognición (evaluada a partir de sus límites de reserva) se sigue mostrando (aunque de forma atenuada) incluso si la intervención se refiere a dominios en los que se es experto. Por ejemplo, Lindenberger, Kliegl y Baltes (1992) muestran como tras esa misma intervención consistente en entrenar el método de los lugares, un grupo de diseñadores jóvenes conseguía una mejora de rendimiento mayor que un grupo de diseñadores mayores. Estos últimos, sin embargo, conseguían mejoras mayores que un tercer grupo control de mayores que no eran expertos en nada relacionado con la visualización y habilidades espaciales. Estas intervenciones ‘en los límites’, que evidencian las reservas, la plasticidad que resta hasta alcanzar las fronteras de lo posible por la mecánica de la cognición, han sido utilizadas también como herramienta diagnóstica de personas que podrían ver especialmente reducidas esas reservas: las personas que están en las fases iniciales de una demencia. Estas personas prácticamente no se benefician de intervenciones optimizadoras y su rendimiento en situaciones de rendimiento máximo es especialmente pobre (ver Baltes, Kühl, Gutzmann y Sowarka, 1995). Los resultados con este grupo de personas, que indudablemente tienen lesiones cerebrales, sirven también como argumento que refuerza la naturaleza básicamente biológica de la mecánica de la cognición. Algunas otras investigaciones tienen por objeto llevar a cabo intervenciones para evaluar su en el rendimiento cognitivo en habilidades tradicionalmente vinculadas a la inteligencia fluida (es decir, en las que influye relativamente poco el Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 811 – componente pragmático de la cognición) y la duración de ese efecto. De los resultados obtenidos se puede derivar que el entrenamiento en ciertas tareas de laboratorio ayuda a mejorar el rendimiento posterior en pruebas psicométricas de inteligencia fluida, lo que apoya la presencia de plasticidad en la cognición mecánica que habíamos comentado anteriormente. Estos beneficios desaparecen con el tiempo si la persona retorna a un ambiente cognitivamente poco estimulante o si no se ejercitan las habilidades aprendidas (Schaie y Willis, 1986; Willis y Nesselroade, 1990). b) Estudios sobre la relación entre funcionamiento sensorial y rendimiento cognitivo Esta línea de investigación se inició, como el propio Baltes reconoce (ver Baltes y Lindenberger, 1997, p. 12) por casualidad a partir de interrelacionar diversas medidas presentes en el estudio longitudinal BASE (para más información sobre este importante estudio, ver Baltes, Mayer, Helmchen y Steinhagen-Thiessen, 1993). Así, al correlacionar datos procedentes de medidas de rendimiento sensorial (tanto visual como auditivo) y rendimiento intelectual, se observó que la relación era sorprendentemente alta (Lindenberger y Baltes, 1994). Esta relación, sin embargo puede ser debida a diversos factores. Baltes y su equipo se inclinan por una explicación en la relación se atribuye a una causa común: el deterioro cerebral. Así, ambos tipos de medidas serían una expresión de una arquitectura fisiológica común, el cerebro envejecido (Lindenberger y Baltes, 1994; p. 339). Esta hipótesis se ve apoyada por diversos datos, en los que encontramos (Baltes y Lindenberger, 1997; p. 19): • La relación permanece estable en diferentes tipos de medidas cognitivas y rendimientos de diferentes sentidos. Incluso aparece cuando se toman medidas de un rendimiento sensorial (por ejemplo, algunas vinculadas al equilibrio) menos vinculado a la entrada de información necesaria para resolver las tareas cognitivas. • La relación está presente también cuando se excluyen del análisis aquellas personas mayores con pérdidas graves de audición o visión, o cuando se excluyen aquellas personas con demencias. • Una medida predice a la otra también en personas de edades más jóvenes, si bien en este caso la relación se encuentra únicamente en medidas de inteligencia fluida. La relación entre rendimiento sensorial e inteligencia fluida es especialmente alta en la vejez. • Como demuestran Lindenberger, Scherer y Baltes (2001), cuando se limita artificialmente la visión o audición (con gafas especiales o tapones) para emular ciertas pérdidas en estos órganos relacionadas con la edad, las personas de mediana edad no muestran rendimientos cognitivo menores de lo que les correspondería para su edad, lo que nos habla que de que la relación encontrada no depende de factores periféricos (vinculados a los órganos de los sentidos), sino centrales (relacionados con el procesamiento de la información sensorial en el cerebro). – 812 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Estos datos (especialmente estos dos últimos, recordemos que la inteligencia fluida es equivalente a la mecánica de la inteligencia) sugieren que ambos aspectos dependen de una pérdida de carácter biológico central y global, no específica de dominio, y apoyan una visión de la cognición en la que uno de sus componentes, el mecánico, se ve especialmente afectado por esa disminución de la eficiencia cerebral. Pragmática de la inteligencia Como hemos visto, la mecánica de la cognición destaca el papel que tienen en el desarrollo y el envejecimiento factores de tipo biológico y proporciona una visión en la que, a pesar de la plasticidad, lo que predominaba era el declive. La pragmática de la cognición, por el contrario, enfatiza el papel de la cultura y el lado positivo (en forma de crecimiento y ganancia o en forma de compensación) que puede tener la cognición a lo largo del desarrollo adulto y la vejez. Dentro de esta dimensión pragmática, Baltes y sus colaboradores (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998, p. 1068; Baltes, Staudinger y Lindenberger, 1999, p. 492) establecen una primera diferencia entre el conocimiento pragmático normativo y el específico a ciertas personas. Respecto a la dimensión normativa, se trataría de aquel conocimiento que adquirimos a través de procesos altamente normativizados (socialización familiar, escuela) y que sería relativamente compartido por todos los miembros de una determinada cultura. Las diferencias en este tipo de conocimiento estarían recogidas por las pruebas psicométricas cristalizadas habituales. El rendimiento en estas pruebas se ha demostrado resistente al declive asociado a la edad, lo que confirmaría que las habilidades pragmáticas siguen una trayectoria diferente a las mecánicas. Una fuente importante de datos que confirman estas diferencias entre habilidades respecto a los efectos madurativos proviene de los estudios longitudinales. En este sentido, uno de los estudios longitudinales más ambiciosos (y quizá el más citado por los psicólogos lifespan) es el Seattle Longitudinal Study, estudio que lleva a cabo Schaie desde hace casi cuatro décadas (ver Schaie, 1996 para un resumen completo de las características metodológicas del estudio y últimas conclusiones empíricas). Este estudio ofrece sólidos indicadores de que algunas habilidades, las cercanas a la mecánica cognitiva, son más susceptibles al declive que otras, las cercanas a la pragmática cognitiva (Schaie, 1989; p. 485). Además, sus resultados enfatizan el papel que los factores histórico-generacionales tienen sobre la inteligencia. Así, las diferencias entre grupos de la misma edad obtenidos en diferentes épocas históricas son palpables en numerosas dimensiones de la inteligencia (generalmente mostrando una mejora en las cohortes más recientes) y en ocasiones superan a los cambios atribuibles a factores madurativos asociados a la edad (Schaie, 1990, pp. 111-115; Schaie, 1994, p. 308). Desde una perspectiva lifespan, estos datos se interpretan como el efecto de factores normativos asociados a la historia (y no de los tradicionales efectos normativos asociados a la edad) atribuibles a cambios socioculturales y, además, demuestran la plasticidad de la cognición humana tanto en sus aspectos Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 813 – mecánicos como pragmáticos (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1074). Además de la dimensión normativa de la pragmática de la cognición, comentábamos que esta presenta también otra dimensión específica a la persona. Es precisamente esta segunda dimensión la que ha centrado los esfuerzos teóricos e investigadores de la psicología lifespan, sobre todo en los último años). En este caso, estaríamos hablando de capacidades que la persona construye en respuesta (o como adaptación a) determinadas circunstancias y problemas que ha tenido que afrontar a lo largo de su vida, problemas y circunstancias que han cincelado ciertos dominios de conocimiento específicos. Son lo que se conoce como dominios en los que uno se ha convertido en experto, tema este que ya hemos tratado tanto en el capítulo 6 como en el capítulo 8 con referencia al desarrollo en la infancia. A partir de esta visión de la persona en desarrollo como persona que poco a poco va construyendo áreas en las que es experto, las líneas de investigación desarrolladas por la psicología lifespan son básicamente tres: el conocimiento experto y su relación con el modelo SOC (selección, optimización, compensación), la sabiduría como conocimiento experto y, por último, la cuarta edad como fase en la que cambia la relación entre la mecánica y la pragmática de la cognición. Conocimiento experto y procesos de selección, optimización y compensación Como hemos comentado en secciones anteriores de este mismo capítulo, la psicología lifespan propone un modelo de adaptación evolutiva fundamentada en tres procesos básicos que tienen lugar a lo largo de todo el ciclo vital: la selección, la optimización y la compensación. Contemplar el aspecto pragmático de la cognición como el desarrollo de dominios en los que la persona es experta implica el uso de esas tres estrategias (Marsiske, Lang, Baltes y Baltes, 1995; p. 57 y siguientes): • La selección aparece cuando la persona toma ciertas decisiones que le enfrentan a experiencias que son el origen de esos dominios en los que es experta. Algunas de estas selecciones no son intencionales, ya que es la cultura la que selecciona ciertos dominios por nosotros. En estos casos (como por ejemplo, la selección de dominios como la lectura o la escritura para ser expertos en ellos) estaríamos hablando de la pragmática normativa, no de la específica de la persona. A medida que avanzamos a lo largo del ciclo vital, tomaremos cada vez más decisiones sobre dominios en los que nos interesará especializarnos. Estas decisiones serán especialmente importantes cuando nos encontramos ante una escasez o disminución de recursos importantes (por ejemplo, en la vejez), intentando preservar aquellas áreas que nos son relevantes aún a costa de sacrificar otras menos importantes. • La optimización entre en juego en la propia construcción de un dominio en el que es experto, ya que esta construcción implica aumentar nuestro rendimiento, nuestra eficiencia en él, debido a que ser experto implica acumular y relaciona conocimientos tanto declarativos como procedimentales. De esta manera, en el componente pragmático que es – 814 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales específico de una determinada persona podemos esperar que se muestres ganancias hasta edades muy avanzadas. En la vida cotidiana, esta • La compensación, por la que un conocimiento extenso y profundo sobre determinado dominio puede hacernos actuar estratégicamente para desactivar los posibles efectos de pérdidas en un nivel más básico (mecánico) que pueden estarse produciendo asociadas a la edad. Por ejemplo, Baltes y sus colaboradores suelen aludir a estudios como los de Salthouse (Salthouse, 1984; Salthouse, 1995, pp. 30-31), en los que se comparaban mecanógrafos jóvenes y mayores. Mientras los mecanógrafos jóvenes superaban ampliamente a los mayores en las competencias básicas que subyacen al hecho de escribir a máquina (velocidad perceptiva, rapidez psicomotora, etc.) estas diferencias ‘mecánicas’ no afectaban al rendimiento global y su relación con la edad. Esto se debió a que los mayores aplicaban una serie de estrategias compensatorias, entre la que se contaban la retención de un mayor número de palabras cuando miraban al texto que debían mecanografiar. Consistente con estas ideas es también el hallazgo empírico de que cuando evaluamos este conocimiento experto fuera del laboratorio, en los contextos cotidianos que han ayudado a elaborarlos, los déficits asociados a la edad tienden a desaparecer o a atenuarse en gran medida (por ejemplo, Berg, 1996; Hess y Pullen, 1996). Podemos hipotetizar que ese conocimiento pragmático está compensando las pérdidas producidas en el componente mecánico, pérdidas que si se evidencian (incluso en dominios en los que uno es experto) cuando se lleva el rendimiento hasta el límite (ver, por ejemplo, la investigación de Lindenberger, Kliegl y Baltes, 1992, con diseñadores expertos jóvenes y mayores comentada anteriormente). Sabiduría como conocimiento experto La sabiduría ha sido uno de los atributos cognitivos tradicionalmente asociados con la vejez. Así, poner a prueba esta creencia puede ser una buena prueba de toque para la teoría cognitiva de la psicología lifespan, en especial para la pragmática cognitiva, el componente que supuestamente recoge las ganancias cognitivas asociadas al envejecimiento, si estas existen (Dittmann-Kohli y Baltes, 1990; p. 68 y siguientes). Por otra parte, la sabiduría puede representar ciertas competencias de propósito general, en contraste con la tendencia a la especialización en dominios específicos que hemos mencionado anteriormente, lo que converge con otros puntos de vista que hablan de una etapa de ‘pensamiento adulto’ más allá de las operaciones formales (ver, por ejemplo, los artículos contenidos en Commons, Richards y Armon, 1984). Como el propio Baltes reconoce, En coherencia con el intento por parte de las teorías estructuralistas sobre el desarrollo intelectual adulto, la adquisición de estos conocimientos se asume que contrarresta la tendencia a medida que avanza el ciclo vital hacia la fragmentación y especialización inducida por cuerpos de conocimiento menos generales. En este contexto, la sabiduría, o ser experto en la pragmática fundamental de la vida, se ha Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 815 – propuesto como ejemplo prototípico (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1070, la traducción es nuestra), De esta manera, Baltes contempla tanto la especificidad de dominio (ser experto en ámbitos concretos) con el conocimiento de propósito más general (la sabiduría). Sin embargo, para estudiar empíricamente la sabiduría nos encontramos con dos problemas: uno para definir un concepto ciertamente vago, otro para encontrar indicadores empíricos de esa definición. Respecto al primero de los problemas, Baltes y sus colaboradores (entre los que se ha significado especialmente Ursula Staudinger) definen la sabiduría como un conocimiento experto sobre asuntos fundamentales, aunque inciertos, de la vida. Entre las cualidades que formarían parte de la sabiduría, aíslan cinco criterios que agrupan en dos categorías (Baltes y Staudinger, 2000, pp. 125-126). La primera categoría se correspondería con dos criterios básicos que califican la sabiduría en tanto un conocimiento experto. Estos criterios son: • Presencia de una cantidad de conocimientos declarativos almacenados acerca de la vida y la actuación humana en ella, conocimientos que provienen de la gran cantidad de experiencia acumulada. • Presencia de un rico conocimiento procedimental sobre cómo tratar los problemas de la vida cotidiana, conocimiento que comprende estrategias para manejar problemas vitales complejos y encontrar significado a la vida. Además de estos dos criterios básicos, proponen otros tres criterios (o metacriterios) específicos para la sabiduría. Son los siguientes: • Comprensión de que la vida es un conjunto de contextos relacionados (trabajo, amistades, familia, ocio, educación, etc.) entre sí, lo que pasa en uno influye en el resto. Implica también ser consciente de cómo estos sujetos pueden cambiar y estar sujetos a acontecimientos no normativos. • Conciencia de la relatividad de los juicios respecto a la cultura y a sistemas de valores particulares • Conciencia de la impredecibilidad e incerteza fundamental de la vida y aceptación de esta situación. Implica saber que uno puede no tener acceso a toda la información y puntos de vista y que el conocimiento humano es, por naturaleza, limitado. Un segundo problema que se presenta a los estudiosos de la sabiduría es, una vez definida, encontrar una forma válida y fiable de identificarla empíricamente, para poder llevar a cabo estudios científicos sobre este constructo. Respecto a los estudios empíricos sobre sabiduría, la psicología lifespan opta por evaluarla a partir de respuestas a dilemas vitales. Por ejemplo, algunos de estos dilemas, citados en Staudinger y Baltes (1996, p. 762), serían los siguientes (la traducción es nuestra): Una chica de 14 años está totalmente decidida a irse de su casa. ¿Qué se debería hacer y tener en cuenta? Alguien recibe una llamada de teléfono de un muy buen amigo suyo diciendo que ya no aguanta más la situación y que va a suicidarse. ¿Qué se debería hacer o tener en cuenta en una situación como esta? – 816 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Al reflexionar sobre nuestra propia vida, a veces llegamos a la conclusión de que no hemos logrado lo que una vez planeamos conseguir. En una situación como esta, ¿qué deberíamos hacer o tener en cuenta? Posteriormente, las respuestas a estos dilemas se puntúan por jueces entrenados en cada una de las dimensiones que se supone que forman parte del concepto de sabiduría. Un primer resultado obtenido a partir de esta definición y modo de evaluar la sabiduría es que este constructo está relacionado con el de inteligencia, pero sólo de una manera limitada, no superior a la relación que establece con otros constructos psicológicos como la personalidad o la creatividad. Aún tomando estos tres constructos a la vez (a partir de múltiples indicadores), la proporción de varianza explicada no sobrepasa el 50% de la que se encuentra en las puntuaciones de sabiduría (ver, por ejemplo, Staudinger, Lopez y Baltes, 1997, p. 1211). Esto parece indicar que la sabiduría es un constructo complejo, que depende de múltiples determinantes, entre los que se podría encontrar también, como demuestran empíricamente Staudinger, Marciel, Smith y Baltes (1998; p. 13-14) la exposición de la persona a ciertos contextos de experiencia, como corresponde, por otra parte, a un constructo que entra dentro de la pragmática de la cognición. Este hecho justifica que trabajen con ciertos profesionales con experiencia en ámbitos relacionados con la comprensión y el trato con problemas fundamentales de la vida. Entre ellos, desde la psicología lifespan se utilizan psicólogos clínicos (por ejemplo, Staudinger, Smith y Baltes, 1992). Utilizando un diseño en el que participan psicólogos clínicos mayores, así como una muestra de jóvenes y de personas mayores control, Baltes y su equipo obtienen resultados que podemos resumir en los siguientes puntos: • Cuando se comparan jóvenes y mayores (sin ninguna experiencia profesional especializada), no se observan ganancias en las puntuaciones de sabiduría asociadas a la edad pero, y quizá esto es lo importante, tampoco se observan pérdidas. • Entre las personas mayores que obtienen puntuaciones de sabiduría más elevadas hay un número desproporcionado de personas cuya profesión es, supuestamente, facilitadora de la sabiduría: psicólogos clínicos. En conjunto, estos hallazgos parecen confirmar a la sabiduría como una competencia cercana a la pragmática de la cognición y, por lo tanto, susceptible de no sufrir declives asociados a la edad (como pasaba con el componente mecánico) e independiente por ello de la pérdida biológica que implica envejecer. Por otra parte, también parece que ser simplemente mayor no implica ser sabio. Se trata, además de estar expuesto a ciertos contextos facilitadores y ha haber experimentado y desarrollado ciertas habilidades relacionadas con la sabiduría. A partir de estas ideas, trazan un modelo que describe las dimensiones y factores relevantes para la comprensión del constructo de sabiduría (ver Figura 12.5). Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 817 – FACTORES INDIVIDUALES GLOBALES Mecanismos cognitivos Salud mental Estilos cognitivos y creatividad Apertura a la experiencia FACTORES INDIVIDUALES GLOBALES Experiencia en cuestiones vitales Práctica en manejar problemas vitales Tutelaje organizado Ser mentor Disposiciones motivacionales (generatividad, afán de excelencia) PROCESOS ORGANIZADORES Planificación vital Gestión vital Resultados asociados a la SABIDURÍA CRITERIOS BÁSICOS Conocimiento declarativo Conocimiento procedimiental Revisión vital METACRITERIOS Contextualismo Relativismo Incerteza FACTORES DE LA EXPERIENCIA QUE FACILITAN Edad Educación Ofrecer consejos y ayuda Profesión Periodo histórico Figura 12.5: Modelo de sabiduría desde la psicología lifespan (adaptado de Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1071). Por último, el estudio de la sabiduría por parte de la psicología lifespan enfatiza su aspecto social, lo cual no sorprende si tenemos en cuenta que se trata de un constructo, repetimos, vinculado al componente pragmático de la cognición y no al mecánico. Este carácter social de la sabiduría se manifiesta al menos en tres aspectos (Staudinger, 1996, pp. 284 y siguientes; Staudinger y Baltes, 1996, p. 748): • Ontogenéticamente, la sabiduría se desarrolla en un entorno sociocultural que implica mentes en interacción. Así, el conocimiento vinculado a la sabiduría se relaciona con experiencias con diversos contextos sociales, como pueden ser la familia, el trabajo en equipo, los amigos, la relación mentordiscípulo, etc. • Microgenéticamente, la sabiduría se activa y se aplica también en situaciones sociales que implican mentes en interacción. Así, la mayoría problemas cotidianos relevantes no nos implican sólo a nosotros sino también a otras personas. Por otra parte, ante este tipo de problemas solemos, antes de dar una solución, consultar y recoger la opinión de terceras personas en las que confiamos. Este tipo de interacción con los otros puede ocurrir de manera explícita (comunicándonos con otra persona) o bien de manera implícita (entablando un diálogo con nosotros mismos, poniéndonos en el lugar de otra persona, etc. de manera similar al concepto de ‘voces’ de Bajtín o Wertsch que vimos en el capítulo 9) • Por último, la identificación y evaluación de la sabiduría necesita también de mentes en interacción, ya que no existen criterios absolutos ni objetivos, sino que los criterios son intersubjetivos y se fundamentan en el acuerdo entre jueces. – 818 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Esta visión de la sabiduría como un constructo intrínsecamente interactivo ha sido puesta a prueba por Staudinger y Baltes (1996). En su estudio, se comparó el rendimiento en problemas que implicaban sabiduría en diferentes condiciones: • Se discutía el problema con una tercera persona relevante para, tras una reflexión posterior, responder individualmente. • Se incitaba a pensar lo que opinaría una tercera persona relevante para el participantes y a entrar en un diálogo interno con esa persona antes de dar una respuesta. • El participante pensaba libremente por sí solo y daba una respuesta. Las dos primeras condiciones (la una implicaba ‘mentes interactivas reales’, la otra ‘mentes interactivas virtuales’) aumentaban tanto la calidad media de las respuestas como, especialmente, aquellas que podían ser consideradas sabias (el número de respuestas de gran calidad). Los participantes más mayores se beneficiaron especialmente (incluso más que los jóvenes) de la condición de diálogo externo. c) La cuarta edad y cambios en los componentes mecánicos y pragmáticos Esta línea de investigación es de las más recientes dentro de la psicología lifespan. Esa vejez extrema estaría caracterizada, según Baltes y su equipo, por una progresiva dediferenciación (Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1079-1080). Esta dedefirenciación se deriva de dos tipos de resultados: • En primer lugar, parece existir una relación (en términos de correlación) mucho más intensa entre los componentes mecánicos y pragmáticos de la cognición en la vejez avanzada que en otras fases de la vida (e incluso que en la vejez temprana). Este fenómeno, inverso al que se da en la infancia (donde los componentes mecánico y pragmático tienden a separarse), incluye también a otras medidas como el rendimiento sensorial (tal y como vimos en anteriores apartados). • En segundo lugar, existe una convergencia entre los patrones evolutivos que muestran las medidas mecánicas y pragmáticas en la cuarta edad. En concreto, ambas muestran declives, cuando en fases anteriores las medidas pragmáticas podrían mostrar mantenimiento o incluso ganancias en algunos aspectos vinculados a dominios en los que se es experto. Esta generalización del declive puede poner en riesgo nuestro funcionamiento cotidiano en estas edades tan avanzadas. Sin embargo, esta dediferenciación no implica que ambos componentes de la cognición se conviertan en sólo uno. Variables hipotéticamente relacionadas diferencialmente con ambos tipos de cognición siguen, incluso en los últimos años, manteniendo esos patrones diferenciales de correlación. Por ejemplo, incluso en la cuarta edad el rendimiento sensorial está más asociado a la mecánica que a la pragmática, mientras variables sociales y biográficas (profesión, clase social, educación, nivel de ingresos) predicen mejor la pragmática que la mecánica. En conjunto, la cuarta edad implica un nivel de pérdidas biológicas (en el sustrato cerebral que soporta toda función cognitiva) tan elevado que no deja Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 819 – espacio para ganancias ni compensaciones de tipo cultural, expresadas a partir de las capacidades pragmáticas. Esta explicación es coherente con la dinámica entre factores biológicos y culturales que forma parte de los presupuestos metateóricos de la psicología lifespan. Self y adaptación en la segunda mitad de la vida El concepto de self es uno de los más escurridizos y susceptible de múltiples (y no siempre coincidentes) definiciones con los que cuenta la psicología. Quizá una definición en la que podríamos llegar a cierto consenso es entender el self como aquel tipo de estructura dinámica y múltiple de cogniciones que hacen referencia a nosotros mismos y que nos identifican como persona individual. Como ya comentamos en secciones anteriores, no todas las cogniciones que hacen referencia a nosotros mismos son susceptibles de formar parte de nuestro self. Sólo lo serán aquellas que tengan la suficiente importancia y relevancia autobiográfica Tradicionalmente (James, 1890; Mead, 1934), se ha diferenciado entre dos tipos de self: • El self como objeto (también llamado ‘me’), que representa aquel conocimiento que se tiene acerca de uno mismo, lo que la persona cree que es, lo que se responde a la pregunta ¿quién soy yo? Es el self como estructura de conocimiento. • El self como sujeto (también llamado ‘I’), que representa aquella parte de nosotros mismos que percibe, que interpreta, que conoce, que actúa. Es el self en acción. Esta diferencia clásica entre los dos tipos de self es paralela a la que se plasma también en diferentes líneas de investigación que pretenden estudiar el self desde una vertiente evolutiva. Siguiendo a Baltes, Lindenberger y Staudinger (1998, p. 1084), podemos distinguir entre: • Una línea de estudio centrada en la estructura del self, que pretende examinar los esquemas y cogniciones que forman parte de este núcleo personal y determinar (generalmente tomando como referencia periodos largos de tiempo, típicamente todo el ciclo vital) los cambios o fases por las que pasan estas estructuras personales. Estas ‘fases’ o ‘etapas’ del desarrollo del self se pueden entender motivadas fundamentalmente por eventos de tipo interno-madurativo y vinculadas estrechamente a cambios cognitivos (con lo que los modelos resultantes adquieren un ‘sabor’ piagetiano, como podemos ver en los modelos de Loevinger, 1976 o, especialmente, de Labouvie-Vief, 1992, que hemos visto en el capítulo anterior), o bien por acontecimientos de tipo externo-social, como pasa, por ejemplo, en el modelo de Erikson. En conjunto, este tipo de modelos utiliza conceptos como el desarrollo del ego, de la identidad, las tareas evolutivas, etc. y constituyen una forma paralela al estudio de la personalidad desde un punto de vista psicométrico, aquí utilizando otros métodos y un enfoque no objetivista, sino subjetivista. – 820 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales • Una segunda línea de estudio se interesa por el self como proceso. En este caso se pretende examinar los mecanismos de autorregulación y de afrontamiento que permiten al self mantenerse estable en ciertos aspectos y/o cambiar en otros. Desde este punto de vista, el self no se entiende como una estructura a describir (de igual manera que podemos describir estructuras cognitivas), sino más bien como un metaproceso encargado de gestionar los recursos con los que cuenta la persona (sociales, cognitivos, físicos, características de personalidad) con el fin de optimizar la adaptación de la persona a un medio siempre cambiante. En este sentido, el self es una función ejecutiva encargada de ‘orquestar’ y dirigir el desarrollo personal. Estas líneas de investigación trabajan con conceptos como la autorregulación, la acción intencional, el afrontamiento o la capacidad de ‘resilience’ (que podemos traducir como la capacidad de superar y salir adelante ente situaciones difíciles). En este enfoque encontramos desde aplicaciones de los modelos tradicionales de estrés al ciclo vital hasta los más recientes de acción intencional, comentados en secciones anteriores. Este tipo de distinción entre estructura y proceso recoge la dinámica entre la estabilidad y el cambio que caracteriza al self. Por una parte, el self incluye aquel conjunto de características que mantienen nuestra continuidad personal a lo largo de la vida. Sin embargo, desde un punto de vista microgenético, esta continuidad y el mantenimiento de una estabilidad dentro de nuestras autodefiniciones se consigue, como veremos, a partir de procesos dinámicos que median las transacciones entre nuestro self y las situaciones cambiantes a las que nos enfrentamos, de manera que la continuidad implica, hasta cierto punto, un cambio en el self. Por otra parte, y desde un punto de vista ontogenético, cuando consideramos el desarrollo del self, tenemos conciencia de experimentar cambios y de haber evolucionado a lo largo de los años. Esta evolución, sin embargo, no contradice el sentimiento de ser la misma persona y de encontrar una lógica de continuidad a nuestra trayectoria personal. Por nuestra parte, en esta sección vamos a recoger únicamente la perspectiva del self como proceso, centrándonos especialmente en las propuestas que en este sentido ha aportado Brandtstädter y teoría de la acción. Por lo que respecta al self como estructura, ha sido en parte comentado al tratar las teorías por etapas del ciclo vital (ver principio del capítulo) y una revisión más en profundidad, si bien sería sin duda interesante, va más allá de los objetivos que perseguimos con este capítulo. Como comentamos en secciones anteriores, Brandtstädter concibe el desarrollo y la acción intencional como procesos que mantienen unas relaciones recíprocas: una vez formado un núcleo de identidad personal (un self) que incluye compromisos con la consecución de una serie de metas, se ponen en marcha cursos de acción destinados a conseguir esas metas. El desarrollo no sólo posibilita esta acción intencional, sino que, a medida que avanzamos por el ciclo vital nuestras metas y expectativas (y, con ello, las acciones intencionales que implican) también van cambiando. Obviamente, enfatizar cómo la persona es arquitecto de su propia vida no quiere decir que seamos omnipotentes. Nuestro control sobre el curso de nuestra vida Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 821 – es limitado por circunstancias diversas, como (Brandtstädter, Wentura y Rothermund, 1999; p. 374): • Diferentes ecologías evolutivas ponen a nuestro alcance posibilidades y opciones susceptibles de ser conseguidas. diferentes • Las personas diferimos en cuanto al grado de control que nos autoadscribimos, y por ello diferimos en la tenacidad con la que nos implicamos en acciones destinadas a conseguir ciertos objetivos. • Los recursos con los que contamos para poner en marcha acciones efectivas cambian a lo largo de la vida, con una tendencia a disminuir a medida que avanzamos a través del proceso de envejecimiento. De esta manera, Brandtstädter concibe el desarrollo como el resultado de un esfuerzo entre lo que queremos conseguir (nuestras metas), las posibilidades que nos ofrece el ambiente y nuestros propios recursos personales para poner en marcha acciones efectivas. Los tipos de cambios que estos factores experimentan a través del tiempo y como la persona (el self, entendido como mecanismo que pone en marcha procesos adaptativos) ha de cambiar a su vez en respuesta a ellos son el núcleo de la propuesta de Brandtstädter y la clave, según él, para conseguir o preservar una autoestima, un bienestar personal elevado a lo largo de toda la vida. Veamos cuáles son estos procesos que ayudan a conservar este equilibrio dinámico. Asimilación, acomodación e inmunización como procesos adaptativos De acuerdo con Brandtstädter, dentro del concepto de self no sólo se encontrarían cogniciones respecto al presente (lo que denomina actual self), sino también aquellas respecto a las metas y objetivos futuros, a las trayectorias evolutivas que uno desearía seguir (desired self, lo que coincide con el concepto de selves posibles que podemos encontrar en Markus y Nurius, 1986; Markus y Wurf, 1987 o Cross y Markus, 1991). Según este punto de vista, no sólo las personas estaríamos motivadas a lograr un acercamiento o consistencia entre el self real y el self deseado, sino que de las discrepancias entre ambos se pueden derivar consecuencias para nuestra autoestima. Así, cuando la discrepancia sobrepasa determinado nivel, nuestra autoestima se resiente y tendemos a intentar conseguir la reducción o anulación de tales discrepancias. Para mitigar tales discrepancias se plantean dos tipos principales de mecanismos que podemos poner en funcionamiento: la asimilación y la acomodación (Brandtstädter y Renner, 1990, p. 59; Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993, pp. 332 y siguientes; Brandtstädter y Greve, 1994a, pp. 57 y siguientes): La asimilación sería el proceso por el que la persona, como agente propositivo, configura y modifica su entorno para que se ajuste a las metas y preferencias personales. Se trata de actuar intencionalmente sobre una situación insatisfactoria (es decir, que no se ajusta a lo que desearíamos) para que sea compatible o congruente con nuestras metas. En suma, se trata de aproximar la trayectoria evolutiva real a la trayectoria deseada. – 822 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Los mecanismos de asimilación (proceso también denominado por Brandtstädter ‘persecución tenaz de objetivos’) pueden ponerse en marcha bien cuando nos suceden ciertos acontecimientos o nos encontramos ante situaciones que nos alejan de los objetivos deseados o de estados valorados por nosotros (con lo que sería un proceso compensatorio para volver al estado anterior), bien a partir de movimientos autoiniciados, por los que elevamos nuestro nivel de aspiración o nos autoestablecemos objetivos nuevos cuando algunos de ellos ya los hemos conseguido. En contraste, el segundo de los procesos, la acomodación (también denominado ‘ajuste flexible de metas’) se pone en marcha cuando, frente a la discrepancia entre el self real y el self deseado, modificamos nuestros objetivos (bien reduciendo nuestro nivel de aspiración, bien desimplicándonos de ciertos objetivos para establecernos otros, bien estableciendo parámetros alternativos de comparación para evaluar nuestra situación actual) para disminuir esa brecha. Se trata de modificar la trayectoria evolutiva deseada para que se ajuste a la trayectoria real. En este sentido, lo que hace la acomodación es retirar valencias positivas de metas y/o considerar las dificultades o costes de la consecución de esas metas. El resultado es su abandono (al menos en sus niveles actuales) y sustitución por otras. Así, mientras la asimilación mantiene las metas y compromisos incluso ante obstáculos situacionales, intentando poner en marcha acciones intencionales para conseguirlos, la asimilación implica el ajuste no intencional de preferencias y metas a partir de la percepción de restricciones situacionales o de la percepción de unos recursos personales insuficientes para conseguir metas antes valoradas. En contraste con los mecanismos de asimilación, la acomodación no implica una acción intencional dirigida a una meta, sino que es un proceso automático. Diferentes factores predicen, según el modelo de Brandtstädter, la puesta en marcha de procesos bien asimiladores, bien acomodadores. Entre ellos destacan los siguientes (Brandtstädter, Rothermund y Schmitz, 1997; p. 375): • Importancia de las metas para el self: ante metas muy centrales para nuestro self, muy importantes y difícilmente sustituibles por otras (por ejemplo, metas muy normativizadas y que la persona ha interiorizado), la tendencia es a no abandonarlas. Es decir, a iniciar procesos de asimilación. En cambio, si la meta bloqueada es poco importante o fácilmente sustituible por una alternativa, es más probable (y efectivo) iniciar procesos de acomodación. De esta manera, las personas que poseen una abanico de metas evolutivas más rico y variado, no dependiente de un único dominio clave, pueden pasar más fácilmente de la asimilación a la acomodación. Cuando nuestra estructura de metas es muy rígida, el peligro para la valoración de nuestro self es mayor si nos encontramos que no podemos conseguir las pocas (o la única) metas valoradas. • Percepciones de control: la percepción de control sobre la consecución de determinada meta evolutiva es un prerrequisito para iniciar acciones intencionales destinadas a alcanzarla: para implicarnos en procesos de asimilación. Por el contrario, cuando este control se ha erosionado o no existe (por ejemplo, si hemos intentado alcanzar esa meta repetidamente y Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 823 – no lo hemos conseguido), la tendencia es a activar procesos de desimplicación de la meta, procesos asimilativos. De manera similar, nuestra percepción de los recursos que tenemos a nuestra disposición para conseguir las metas propuestas también es relevante. Si percibimos nuestros recursos como insuficientes, los procesos de acomodación tendrán más probabilidades de ponerse en marcha que los de asimilación. • Significados paliativos: En ciertas áreas es más fácil encontrar significados alternativos para justificar el abandono de ciertas metas. Estos significados de naturaleza cultural en los que nos apoyamos a la hora de cambiar elementos de nuestro sistema de cogniciones autorreferenciales puede, si es suficientemente fuerte, facilitar la acomodación. Si no existe o la persona es incapaz de aceptar estos significados paliativos, es más probable que nos decantemos por la asimilación. Como vemos, los efectos de estos factores son contrarios para un mecanismo y el otro. De esta manera, los procesos asimiladores y acomodadores se entienden como procesos antagónicos: en la medida en que se activan unos, los otros se inhiben (Brandtstädter y Wentura, 1995; p. 87). Sin embargo, esta complementariedad no significa falta de relación. En general, se puede hablar de una secuencia de aplicación de estos mecanismos en dos fases, que compondrían el proceso general de autorregulación humana: ante ciertas situaciones, primero intentamos aplicar acciones directas para modificarlas manteniendo nuestros objetivos (asimilación), en caso de no tener éxito, aumenta la probabilidad de utilizar estrategias tendentes al cambio de metas, ajuste de aspiraciones, comparaciones favorables o reinterpretaciones positivas de la situación (acomodación). Podemos ver más en detalle este proceso en Brandtstädter y Renner (1990, p. 60) o en Brandtstädter, Wentura y Rothermund (1999, p. 378). Tampoco podemos hablar de que un proceso sea ‘más sano’ o simplemente ‘mejor’ que otro. En concreto, se ha tendido a priorizar la asimilación por encima de la acomodación. Sin embargo, para Brandtstädter (Brandtstädter, Wentura y Rothermund, 1999; p. 380-381) ambos son ingredientes necesarios para mantener la integridad de nuestro autoconcepto y adaptarnos a las cambiantes situaciones con las que nos encontramos. Precisamente ciertas situaciones de insatisfacción o depresivas pueden fundamentarse en intentar mantener a toda costa, a pesar de la imposibilidad de conseguirlas, ciertas metas que están fuera de nuestro alcance o en cuya consecución hemos fracasado repetidamente. Por otra parte, también es destacable como poner en marcha procesos de determinado tipo puede, a la larga, favorecer otro tipo de mecanismo. En concreto, reducir nuestro nivel de aspiración, estableciéndonos metas más fácilmente alcanzables (es decir, un mecanismo de acomodación) puede, a la larga, favorecer posteriores mecanismos de asimilación en pro de la consecución de esos nuevos objetivos, ya que ante unos objetivos más modestos nuestra sensación de que podemos conseguirlos (percepción de control) y de que tenemos recursos de acción suficientes para ello es mucho mayor. Por último, Brandtstädter habla de un tercer proceso adaptativo que, junto a los dos fundamentales ya revisados, contribuiría a mantener una visión de nosotros mismos en términos positivos: se trata de la inmunización. – 824 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Los procesos de inmunización, a diferencia de los de asimilación o acomodación, no implican una reducción de la brecha entre muestro estado actual y nuestras metas, ni están originados por una percepción de discrepancias entre ambos. En este caso, se trata de interpretar la información sobre los estados actuales y los deseados de manera que esa brecha, sencillamente, no exista o se contemple dentro de unos parámetros admisibles. De alguna manera, consiste en proteger el núcleo de nuestro self de información que pueda contradecirlo. En este sentido, Brandtstädter y Greve (1994a; pp. 69-70) distinguen entre inmunización orientada a los datos e inmunización orientada a los conceptos. • La inmunización orientada a los datos consistiría en no tener en cuenta o reinterpretar en términos positivos toda información que pudiera ser indicio de discrepancia entre nuestro estado actual y el estado al que pretendemos llegar, de manera que no afecte a nuestras autodefiniciones. Atribuir los fracasos a causas externas a nosotros mismos, por ejemplo, podría ser un sesgo de este tipo. • La inmunización orientada a los conceptos consiste en reinterpretar aquellas cogniciones que forman parte de nuestra autodefinición. Por ejemplo, ante ciertos fracasos que podrían poner en duda una competencia que valoramos, podemos reinterpretar esa competencia para que dentro de sus criterios no entre el dominio en el que hemos fracasado. En cualquier caso, estos procesos de inmunización contribuyen a la estabilidad de nuestras autodefiniciones. Generalmente, las situaciones potencialmente amenazantes han de rebasar estos procesos de inmunización para que se pongan en marcha procesos correctivos de asimilación (intentado reducir la brecha acercando el estado actual al estado deseado) o acomodación (intentando reducir la brecha acercando el estado deseado al estado actual). De esta manera, cuando se ponen en marcha (típicamente de manera no intencional) procesos de inmunización, se inhiben, al menos temporalmente, tanto la asimilación como la acomodación (ya que se deja de percibir discrepancia suficiente entre nuestro estado actual y el estado al que queremos llegar). Este modelo de adaptación propuesto por Brandtstädter presenta parecidos con el modelo clásico de estrés propuesto, por ejemplo, por Lazarus. Ambos, a su vez, pueden relacionarse también con el concepto psicodinámico de mecanismo de defensa. Veamos sus similitudes y diferencias, lo que comprobaremos que nos servirá para profundizar en el sentido de los mecanismos propuestos por Brandtstädter. Respecto al modelo de estrés, este se entiende como el fruto de una transacción entre el sujeto y su medio que surge cuando la persona evalúa las demandas de su entorno como desbordantes de sus recursos y/o peligrosas para su bienestar subjetivo. Así, se enfatiza no los acontecimientos en sí, sino la percepción y el significado que el sujeto otorga a esos acontecimientos. En concreto, esta transacción sujeto-medio origina estrés a través de dos procesos de evaluación, la evaluación primaria (percepción de las demandas del ambiente) y la evaluación secundaria (percepción de los recursos para contrarrestar tales demandas). En cuanto a la evaluación primaria, las transacciones estresantes surgen cuando el sujeto juzga las demandas ambientales bien como un daño a su bienestar, Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 825 – bien como una amenaza potencial a este bienestar, bien como un desafío u oportunidad para el crecimiento o la ganancia personal. Por lo que respecta a la evaluación secundaria, el sujeto juzga si los recursos que tiene a su alcance (físicos, psicológicos, sociales o materiales) son suficientes para hacer frente a la situación. En este punto, se introduce el concepto de afrontamiento (coping), definido como ‘los esfuerzos cognitivos y comportamentales para manejar, reducir o tolerar las demandas internas o externas que crea una determinada transacción estresante’ (Folkman, 1984; p. 839, la traducción es nuestra). Es aquel abanico de estrategias que tenemos a nuestra disposición para adaptarnos a las situaciones que percibimos como estresantes, logrando de esta manera mantener intacto nuestro bienestar, autoconcepto y autoestima. Tal asociación entre afrontamiento y bienestar psicológico parece además tener apoyo empírico (por ejemplo, Folkman, Lazarus, Gruen y DeLongis, 1986). Estas estrategias de afrontamiento podrían ser concebidas como una actualización del concepto psicodinámico de ‘mecanismo de defensa’ que ayuda al ego a vencer las tensiones que proceden del ello y/o del superyo (ver capítulo 4). Sin embargo, las diferencias entre el afrontamiento de Lazarus y Folkman (y también los mecanismos adaptativos de Brandtstädter) y los mecanismos de defensa psicodinámicos son muchas y profundas. Por ejemplo, McCrae (1984) remarca algunas de ellas: • La mayoría de esfuerzos de afrontamiento se ponen en marcha ante situaciones externas más que como respuesta a conflictos inconscientes intrapsíquicos, como era el caso de los mecanismos de defensa. • Mientras que los mecanismos de defensa se conciben como procesos inconscientes, las estrategias de afrontamiento son, en la mayoría de casos, conscientes. • Como consecuencia de lo anterior, se abandona la metodología de tipo clínico-interpretativo por una metodología abierta, basada en cuestionarios o entrevistas en los que se pregunta a la persona directamente sobre esas estrategias. • Una cuarta diferencia, que pone de manifiesto Folkman (1984), es que mientras que hay algunos mecanismos de defensa intrínsecamente mejores o más maduros que otros, eso no ocurre necesariamente con las estrategias de afrontamiento. En cuanto al número y naturaleza de las diferentes estrategias de afrontamiento a las que podemos recurrir ante situaciones que requieran adaptación, se han propuesto gran número de ellas (por ejemplo, Stone y Neale, 1984; Holahan y Moos, 1987), pero Lazarus y Folkman las clasifican en dos grandes grupos: • Estrategias de afrontamiento dirigidas al problema (problem-focused coping): son estrategias de carácter instrumental, que intentan cambiar la relación entre la persona y la situación que se percibe como amenazante por medio de la acción directa sobre esa situación. • Estrategias de afrontamiento dirigidas a las emociones (emotion-focused coping): son estrategias de carácter paliativo centradas en la – 826 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales reestructuración de las propias cogniciones a fin de evitar estados emocionales displacenteros que pudiera causar la transacción estresante. Estas estrategias centradas en el problema y en la emoción no se conciben como mutuamente excluyentes: la persona, ante un problema que requiere adaptación, puede poner en marcha varias estrategias de afrontamiento al mismo tiempo. Así, independientemente de que se impliquen en estrategias centradas en el problema, al mismo tiempo las personas acuden también a estrategias centradas en la emoción. Incluso Folkman y Lazarus (1980) afirman que algún tipo de afrontamiento centrado en la emoción siempre se pone en marcha, ya que es importante regular y tener controladas las propias emociones si se quiere que otros tipos de afrontamiento centrados en el problema sean efectivos. Como vemos, el modelo de estrés de Lazarus y Folkman tiene importantes parecidos con el modelo de Brandtstädter. Ambos enfatizan la búsqueda del equilibrio o el reequilibrio ante circunstancias amenazantes como un motivador importante para poner en marcha los mecanismos adaptativos. En ambos encontramos una clasificación de estos mecanismos similar (mecanismos orientados al cambio de la situación frente a mecanismos orientados al cambio intrapsíquico). Sin embargo, frente a estas similitudes, encontramos también algunas diferencias que es importante remarcar. Quizá la fundamental es que, mientras el modelo de Brandtstädter es claramente un modelo de desarrollo, esta característica no es tan clara (o, en nuestra opinión, está ausente) en el modelo de estrés de Lazarus. El modelo de Lazarus concibe a las personas como seres meramente reactivos, que únicamente responden a desafíos y amenazas externas para lograr lo que han perdido o pueden perder. Es un modelo de homeostasis, no de desarrollo. En cambio, para Brandtstädter: • La persona no únicamente reacciona ante problemas, sino es capaz de establecer metas y esforzarse (asimilativamente, mediante acciones intencionales) para conseguirlas. Así, además de poner en marcha cursos de acción cuando la discrepancia entre los estados presentes y los deseados aumenta, también es capaz de crear propositivamente esas discrepancias para dirigir de manera activa la propia vida y construir intencionalmente un desarrollo personal. El valor de las metas como elemento motivador del desarrollo y como elemento de comparación para poner en marcha procesos correctivos intencionales es fundamental para Brandtstädter y está ausente en la teoría de Lazarus y Folkman. • La persona, mediante procesos de acomodación, no sólo abandona metas o reajusta aspiraciones, sino es capaz de adherirse a nuevas metas y nuevos estándares más adecuados para los recursos de acción que se tienen. Esta saliencia cambiante de metas a medida que avanzamos por el ciclo vital sigue, como veremos, patrones evolutivos típicos que van más allá de la reacción ante eventos puntuales potencialmente estresantes y que en gran medida se ven influidos por factores socioculturales (por ejemplo, la adscripción a un determinado calendario cultural de hitos evolutivos) que están ausentes de las propuestas de Lazarus y Folkman. En este sentido, Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 827 – mientras ambas propuestas están centradas en el individuo, la de Lazarus y Folkman lo intenta vincular con procesos fisiológicos de respuesta ante situaciones de tensión, la de Brandtstädter con aspectos socioculturales que tienen que ver con significados compartidos. • Lazarus y Brandtstädter tienen diferente concepción del papel que juega la intencionalidad en los mecanismos de afrontamiento. Como mencionan Brandtstädter, Wentura y Rothermund (1999; p. 376), para Lazarus y Folkman la diferencia entre estrategias orientadas hacia el problema y hacia las emociones es únicamente hacia dónde se dirigen, no la intencionalidad o no (por ejemplo, tomar tranquilizantes es una estrategia orientada hacia las emociones e intencional), para Brandtstädter la intencionalidad es una característica que diferencia la asimilación y la acomodación, característica que da sentido a la dinámica e interrelación que mantienen ambos procesos y que hemos comentado anteriormente. • Desde el concepto de estrés vinculado al concepto de afrontamiento existe una cierta tendencia a vincularlo a características y rasgos de personalidad. Así, algunos autores intentan estudiar los estilos de afrontamiento y sus diferencias interindividuales (e incluso su trayectoria evolutiva) como si se tratara de una tendencia de personalidad más (ver, por ejemplo, McCrae, 1989, p. P168, Costa y McCrae, 1993, p. 408; Costa, Somerfield y McCrae, 1996, p. 50; donde se argumenta sobre la estabilidad individual de los mecanismos de afrontamiento vinculándola a la estabilidad individual de la personalidad y se relacionan tipos de afrontamiento con rasgos específicos de personalidad). Estos intentos, que acercan el estudio del afrontamiento a una visión el self como estructura (y no como proceso ejecutivo) están ausentes por el momento en el modelo de Brandtstädter. • Por último, las situaciones susceptibles de provocar estrés (un síndrome caracterizado por indicadores físicos y fisiológicos claramente especificados) son, en su mayoría, inesperadas. A lo largo del desarrollo, y por lo que respecta al modelo de Brandtstädter, los mecanismos adaptativos se ponen en funcionamiento ante situaciones que no tienen porqué ser una fuente de estrés ni provocar el síndrome típico de esta situación. Por ejemplo, el envejecimiento es un proceso lo suficientemente esperado, progresivo y familiar para las personas como para perder, en sentido estricto, gran parte de su poder estresante (Pearlin y Skaff, 1996). Y sin embargo, como veremos, es un proceso evolutivo en el que la orquestación de asimilación, acomodación e inmunización es de vital importancia para conseguir experimentarlo con éxito. En relación con este último aspecto, y aunque la propuesta de Brandtstädter no está dirigida de manera específica a una etapa del ciclo vital en concreto, el envejecimiento es un proceso que puede poner a prueba los procesos adaptativos del self, con lo que adquiere, por ello, un interés indudable para poner a prueba las propuestas de Brandtstädter. Expliquemos un poco más en profundidad porqué, para después concretar, en el contexto del envejecimiento, algunas estrategias de asimilación, acomodación e inmunización. – 828 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales El envejecimiento como escenario vital Argumentar que hacerse mayor es un proceso que pone a prueba nuestra capacidad de adaptación no resulta difícil. Envejecer, a pesar de que pueda conllevar ganancias en ciertos ámbitos vitales o para ciertas personas, conlleva mayoritariamente pérdidas y cambios lo suficientemente negativos como para que tengamos que ajustarnos a nuevas situaciones relativamente más desventajosas (Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993). Este tipo de cambios negativos tiene un especial carácter irreversible e incontrolable en dos ámbitos: el físico y el social. En cuanto al ámbito físico-biológico la pérdida de capacidades físicas y la mayor vulnerabilidad a enfermedades y problemas crónicos de salud son características cada vez más acentuadas a medida que pasan los años. Incluso aquellos investigadores más optimistas (por ejemplo, Baltes, 1987, 1997) no niegan la ocurrencia de estas pérdidas ni el descenso de los recursos de reserva asociados a la edad, no sólo referidos al rendimiento físico de la persona, sino también, como hemos visto en este mismo capítulo, a su rendimiento cognitivo. En el ámbito psicosocial, envejecer conlleva una serie de pérdidas también en gran medida irreversibles. Aunque el abandono de ciertos roles puede ser discutible que implique una pérdida (al menos una pérdida vivida como tal por todas las personas), como puede ser el caso de la independencia de los hijos o la jubilación, otros sí lo son de manera indudable. A medida que nos hacemos mayores, cada vez nos abandonan más personas, primero de generaciones mayores a la nuestra, luego de nuestra propia generación, hasta que estas pérdidas llegan a alcanzar a las personas más significativas para nosotros (ya sean éstas amigos, familiares o la propia pareja). También se ha argumentado que envejecer supone un cambio en la perspectiva temporal de la persona: cada vez se es más consciente de que queda menos tiempo de vida, con lo que es difícil encontrar sentido a metas y objetivos a largo plazo que quizá eran los que regían nuestra vida en la mediana edad (Withbourne, 1985; Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993). Este aumento relativo de pérdidas a medida que la persona envejece es paralelo a la propia percepción que tenemos las personas del propio proceso de envejecer. Sobre este tema Heckhausen, Dixon y Baltes (1989) realizaron una investigación en la que personas de diferentes edades evaluaban cuando diferentes rasgos de personalidad cambiaban y si estos cambios eran percibidos como pérdidas o como ganancias. Sus conclusiones destacan que el envejecimiento se percibe como una coocurrencia de pérdidas y ganancias. Ninguna década de la vida se caracteriza como únicamente pérdida o únicamente ganancia, e incluso en edades muy avanzadas, como la década de los 90 años, se cuantifica hasta en un 20% la proporción de cambios esperados que pueden considerarse, en función de su deseabilidad, ganancias. Por ejemplo, entre los atributos negativos que se espera que se incrementen a partir de los 40 años se encuentran algunos como los fallos de memoria, la terquedad, la torpeza, la amargura o la lentitud, mientras que si hablamos de aspectos positivos que se perciben en aumento a partir de los 40 encontramos la experiencia, la madurez o la sabiduría. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 829 – No obstante, a pesar de que pérdida y ganancia conviven en nuestra percepción del proceso de envejecimiento, también resulta evidente que éste se percibe como un progresivo aumento de pérdidas y disminución de ganancias a medida que pasan los años. Podemos observar este patrón en la Figura 12.6. Además, el envejecimiento se percibe como un proceso que conlleva una restricción del potencial de crecimiento, una barrera a las oportunidades para mejorar (Heckhausen y Krueger, 1993; Krueger y Heckhausen, 1993). Esta percepción del envejecimiento es básicamente idéntica en muestras de diferentes edades, lo que nos hace suponer que son concepciones compartidas de manera bastante general y, por lo tanto, relativamente independientes de la posición dentro del ciclo vital en la nos encontremos. 100 % de Pérdidas/Ganancias 90 Ganancias esperadas 80 70 60 50 40 30 20 Pérdidas esperadas 10 0 20 30 40 50 60 70 80 90 Edad Figura 12.6: Balance entre pérdidas (área oscura) y ganancias (área clara) esperadas en cada década de la vida (Tomado de Heckhausen, Dixon y Baltes, 1989, p. 117) Sin embargo, a pesar del conjunto de pérdidas y de amenazas de pérdidas asociadas al hecho de envejecer, parece ser que dimensiones fundamentales de nuestro self (como por ejemplo, la autoestima o la satisfacción con la vida) parecen no resentirse. Por ejemplo, las medidas en diferentes parámetros de bienestar subjetivo, tales como satisfacción vital o autoestima, estudiadas tanto a través de diseños transversales como longitudinales, muestran una marcada estabilidad con el paso de los años (Okun y Stock 1987; Morganti, Nehrke, Hulicka y Cataldo, 1988). En el mismo sentido, Ryff (1989) evaluó como diferentes muestras se puntuaban a sí mismos en distintas dimensiones asociadas al bienestar subjetivo. Estas dimensiones fueron autoaceptación, relaciones sociales positivas, autonomía, competencia ambiental, propósito vital y crecimiento personal. Sus resultados muestran que personas de diferentes edades se describían de manera – 830 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales comparable en la mayoría de dimensiones. Sólo en la dimensión crecimiento personal las puntuaciones de las personas mayores eran más bajas que las de jóvenes y personas de mediana edad. El propio equipo de Brandtstädter ha replicado estos hallazgos, no encontrando relación entre medidas de control personal sobre el desarrollo, depresión o bienestar subjetivo y la edad (ver Brandtstädter, Wentura y Greve, p. 325 y siguientes). Una de las razones que podría conciliar estos resultados que a primera vista parecen contradictorios (el aumento de las pérdidas y posibilidades comportamentales asociado a la edad y, en paralelo, la no disminución de la valoración de nosotros mismos) es decir, es que las personas ponemos en marcha una serie de procesos adaptativos (asimilación, acomodación, inmunización) que, en la mayoría de los casos, nos permiten afrontar con éxito los cambios de carácter negativo asociados al envejecimiento y son el fundamento de eso que se ha dado en llamar ‘resilience’. Veamos ahora cuáles son algunos de estos procesos concretos en relación con el envejecimiento de acuerdo con la perspectiva de Brandtstädter. Procesos adaptativos y envejecimiento Con el objetivo de verificar empíricamente su modelo en relación con los procesos adaptativos y su funcionamiento en el proceso de envejecimiento, Brandtstädter y su equipo elaboraros dos cuestionarios independientes: uno para evaluar los procesos de asimilación y otro para valorar los de acomodación (ver Brandtstädter y Renner, p. 61; Brandtstädter y Baltes-Götz, p. 213). Ambas escalas se relacionaban significativamente con diversos índices de satisfacción personal con la vida. Sin embargo, y aunque esto parecía demostrar la eficiencia de ambas en el mantenimiento de una valoración positiva del self, su trayectoria a lo largo del ciclo vital parecía mostrar un patrón inverso: mientras el uso de mecanismos de asimilación parece disminuir a medida que pasan los años (aunque en ningún caso desaparece), la acomodación parece aumentar su relevancia y uso con la edad (ver Figura 12.7). En palabras de Pearlin y Skaff, ‘a medida que nos hacemos mayores tendemos a confiar cada vez más en la alteración del significado de las situaciones difíciles más que en el cambio o alteración de las propias situaciones’ (Pearlin y Skaff, 1996; p. 242). Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 831 – Puntuaciones medias 60 55 Estrategia Asimiladora 50 Acomodadora 45 40 <=25 36-40 51-55 66-70 >=76 Edad Figura 12.7. Balance entre asimilación y acomodación a lo largo de la vida (adaptado de Brandtstädter, Wentura y Greve, 1993; p. 338) Para explicar este cambio se acude al carácter inevitable, irreversible, poco modificable y controlable, de los acontecimientos que jalonan el proceso de envejecimiento (Brandtstädter y Baltes-Götz, 1990). Este tipo de cambios, lógicamente, potencia un afrontamiento en forma de acomodación (es decir, de desimplicación de metas y reducción de aspiraciones, por ejemplo), más que un afrontamiento en forma de asimilación (intentando cambiar situaciones que por definición son poco o nada cambiables). Este progresivo aumento en la utilización de estrategias acomodadoras con el paso de los años puede contemplarse como una especie de ‘amortiguador’ (buffer) que atenúa la tensión que puede derivarse de las pérdidas asociadas al envejecimiento y permite podernos ver a nosotros mismos bajo una luz favorable, incluso ante situaciones que años antes hubiéramos considerado poco soportables. Por ejemplo, según Brandtstädter, Wentura y Greve (1993), la relación entre el estado de salud de las personas (medido a través de un cuestionario en el que se especificaban 22 de las patologías más comúnmente asociadas al envejecimiento) y su bienestar subjetivo se ve moderada por la aplicación de estrategias acomodadoras. Al igual pasa con las restricciones situacionales que comúnmente se asocian al envejecimiento (tales como mayor dificultad de acceso a tiendas, a lugares de ocio, a la familia y amigos, etc.). De esta manera, tanto el deterioro de la salud como las restricciones situacionales sólo afectarían al bienestar de la persona si ésta no aplica estrategias de afrontamiento fundamentadas en la acomodación. Un proceso similar tiene lugar con la percepción de control personal, que como hemos visto, se mantiene también estable a lo largo del ciclo vital, de manera similar a como lo hace el bienestar subjetivo. Paradójicamente, la puesta en marcha de procesos de acomodación (y la inhibición de la asimilación) viene inducida por una disminución del sentido de control sobre determinadas metas evolutivas. Sin embargo, esos propios procesos de asimilación se encargan de – 832 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales eliminar o ajustar a la baja precisamente las metas que percibimos como fuera de nuestro rango de acción y control actual. Así, los procesos de acomodación, a partir del reordenamiento de las metas que son importantes, es un medio para volver a adquirir control sobre nuestro propio desarrollo (y, de esta manera, favorecer posteriores esfuerzos de asimilación (Brandtstädter, 1999b, p. 134). Empíricamente, Brandtstädter y Rothermund (1994, pp. 271-272), mediante un estudio longitudinal, comprobaron como el control personal global se ve afectado de manera específica por la percepción de control en aquellos dominios de metas que consideramos más importantes (y menos por el control en las metas menos importantes). Así, las bajadas en el sentimiento global de control se produjeron menos en aquellas personas que habían reajustado la importancia de determinadas metas, otorgando en cualquier caso mayor control personal a las más importantes. De esta manera, la flexibilidad en el reajuste de metas puede ayudar a mantener un sentido global de confianza en nuestras posibilidades evolutivas, alejando sentimientos de indefensión y depresión en la vejez. En este mismo sentido, y para acabar, vamos a concretar un poco más los mecanismos y estrategias de asimilación, acomodación e inmunización que parecen ser efectivas y especialmente aplicadas a lo largo del envejecimiento, incorporando dentro de este marco tanto los estudios del propio Brandtstädter como los de otros equipos de investigación sobre temas similares. a) Asimilación y envejecimiento Las actividades de asimilación representan el ejemplo paradigmático del control del propio desarrollo a partir de acciones intencionales, aspecto que, como vimos, era el central en la propuesta de Brandtstädter. Esta actividad de asimilación comprende, de esta manera, las actividades de autoobservación, autoevaluación y autocorrección que vimos al exponer la propuesta general de este autor, vinculadas todas ellas a las metas y trayectorias deseadas (y esperadas) de desarrollo que forman parte de nuestro self. Brandtstädter (Brandtstädter y Greve, 1994a, p. 59 y siguientes; Brandtstädter y Rothermund, 2002; pp. 121-122) distinguen entre varios tipos de actividades de asimilación. En primer lugar, contamos con las actividades autorrectoras e instrumentales, que constan de acciones dirigidas a la consecución de una meta deseada, al mantenimiento de un estado valorado que forma parte de nuestro self o al alejamiento de estados amenazantes. Gran parte de las actividades vinculadas al mantenimiento de la salud, a la mejora en nuestras competencias o, en general, al cambio en nuestros patrones de comportamientos para maximizar la probabilidad de conseguir o mantener cierto objetivo son de este tipo. Como ya hemos comentado, la puesta en marcha y mantenimiento de este tipo de acciones depende de la percepción de control y confianza que tenemos en la eficiencia de nuestras acciones para alcanzar la meta deseada. Un segundo tipo de mecanismos de asimilación, de especial importancia a medida que nos hacemos mayores y nuestros recursos de acción menguan, son las actividades compensatorias. En este caso la persona se implica, ante la Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 833 – presencia de cierta pérdida, en cursos de acción que no la evitan directamente o la hacen desaparecer, pero que en alguna medida mitigan sus consecuencias aversivas. Los mecanismos de compensación pueden ser de muy diverso tipo, y podemos encontrar desde algunos fundamentados en ayudas externas para la consecución o mantenimiento de estados que antes se lograban por uno mismo (por ejemplo, las ayudas prostéticas o tecnológicas, o el acudir a nuestra red social para mantener ciertos estados especialmente valorados) hasta otros que simplemente implican sustituir las competencias debilitadas o perdidas por otras, o bien reorganizar el curso de acción para adecuarlo a las nuevas circunstancias. En este sentido, las investigaciones que comentamos en secciones anteriores sobre el mantenimiento de la velocidad y precisión en el trabajo de los mecanógrafos mayores (Salthouse, 1994) podría ser un buen ejemplo. Desde la teoría de la acción, se espera que estos esfuerzos compensatorios sean especialmente importantes en aquellos dominios en los que existe un estándar normativo y objetivo a conseguir (del que es difícil desimplicarse) y cuando los costes de la actividad compensatoria se perciben menores que los beneficios a los que puede dar lugar ponerla en marcha. La compensación como estrategia con una importante cada vez mayor a medida que envejecimiento coincide con las propuestas de la psicología lifespan, quienes situaban este mecanismo como uno de los componentes esenciales de su modelo SOC de envejecimiento con éxito (remitimos a secciones anteriores sobre la discusión de este modelo). Tanto el modelo SOC como la propuesta de Brandtstädter coinciden en resaltar el poder de la persona mayor, incluso en momentos en los que los recursos disponibles escasean, de optimizarlos y dar un sentido a nuestra propia trayectoria evolutiva, configurándola propositivamente en la medida de lo posible para, en cualquier caso, mantener una visión de nosotros mismos (de nuestro self) en términos positivos. b) Acomodación y envejecimiento Si bien la asimilación, aunque nunca desaparece (de hecho, el núcleo de la teoría de la acción es la propuesta de cómo, a través de la asimilación, somos capaces de dar dirección a nuestra vida), es especialmente relevante en la juventud y mediana edad, los mecanismos de acomodación tienen una especial importancia a medida que avanzamos por el ciclo vital. Como hemos comentado, en esencia la acomodación consiste en una devaluación de metas antes valoradas y una reevaluación positiva de nuevas metas, movimiento que se realiza especialmente cuando los mecanismos de asimilación o no son posibles o la persona no percibe que vayan a ser eficientes. El envejecimiento, que como hemos visto implica una reducción de los recursos personales de acción y de las opciones evolutivas disponibles, tiende a dar protagonismo a la acomodación. En concreto, esta acomodación se puede llevar a cabo de al menos dos formas diferentes y no mutuamente excluyentes (Brandtstädter y Greve, 1994a, pp. 61 y siguientes; Brandtstädter y Rothermund, 2002, pp. 122-124). – 834 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales En primer lugar, la acomodación puede concretarse en un cambio en las metas y objetivos vitales, cambio que se puede expresar de dos formas: bien en forma de reajuste de las metas, bien en una sustitución de unas metas por otras. En cuento al reajuste, es evidente que, dado que el tiempo de vida es por definición limitado, avanzar por el ciclo vital comporta una progresiva reducción de los años que nos quedan por vivir. Así, resulta plausible que envejecer también comporte una reducción del alcance temporal de nuestras metas y objetivos: mientras en la juventud estos pueden establecerse a largo plazo, en la vejez, cuando el horizonte temporal se acorta, la persona puede llegar a reconocer que no va a ser posible conseguir algunos proyectos personales mantenidos en otras etapas de la vida y ponga en marcha un recorte en su aspiraciones de futuro, colocándolas a más corto plazo o redefiniéndolas de forma más modesta, menos ambiciosa. Esta reevaluación de metas futuras supondría un acercamiento de nuestro self deseado (como nos gustaría ser en el futuro, nuestras metas) a nuestro self presente (cómo nos percibimos a nosotros mismos en la actualidad). Esta reducción de discrepancias tendría como consecuencia el mantenimiento de nuestra autoestima en términos positivos. Los resultados de una investigación llevada a cabo por Cross y Markus (1991) sobre el concepto de selves posibles pueden ser interpretados dentro de este marco: comparando los deseos y temores futuros de cohortes de diferente edad, comprueban como las personas más mayores enfatizan en mayor medida que los jóvenes el logro y desarrollo de roles y actividades que se desempeñan en el presente, más que la consecución de nuevos roles o actividades. De igual manera, Ryff (1991) o Flesson y Heckhausen (1996) han comprobado como la distancia entre la manera en que las personas se ven en el presente y como les gustaría llegar a ser se reducía en las personas de mayor edad. Este acercamiento entre el presente y lo ideal se conseguía básicamente a partir de una reducción de los ideales a medida que se envejece. Así pues, parece que a medida que la persona envejece, la percepción del futuro cambia. Mientras que cuando se es joven el futuro es un dominio temporal en el que se puede progresar respecto al presente si todo va bien, los más mayores lo contemplan como un dominio en el que, si todo va bien, únicamente pueden mantener las condiciones positivas del presente. Los mayores intentarían primordialmente conservar las cosas buenas todavía disponibles y posibles en su presente, como podrían ser la realización de diversas actividades de ocio sin demasiadas exigencias físicas o intelectuales (pasear, tomar el sol, viajar, escuchar música), el mantenimiento del estado de salud, etc. En este sentido, envejecer, a través de estos movimientos de acomodación, deja de convertirse en una cuestión de ganar y alcanzar nuevos estados para pasar a ser fundamentalmente un cuestión de no perder lo que ya se tiene (Dittmann-Kohli, 1991; p. 101). Una segunda forma de cambo en los objetivos y metas no es tanto reducir la ambición o la extensión temporal dentro de los mismos objetivos, sino más bien cambiar los objetivos, sustituyendo unos (aquellos que se ven fuera el rango posible) por otros más realistas y para los que la persona se percibe con suficientes recursos y sensación de control. Además, estos cambios de objetivos Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 835 – podrían reflejar también las diferentes tareas evolutivas ante las que se enfrenta la persona a medida que envejece. En un estudio transversal con personas de 25 a 105 años citado en Baltes, Lindenberger y Staudinger (1998, ver Tabla 12.2) se apreció como las prioridades vitales de las personas cambiaban a medida que avanzaban a lo largo del ciclo vital. Así, la salud cobraba importancia a medida que las personas envejecían, para ser la prioridad fundamental en las personas de más edad. 25-34 años 35-54 años 55-65 años 70-84 años 85-105 años Trabajo Familia Familia Familia Salud Amistades Trabajo Salud Salud Familia Familia Amistades Amistades Competencia cognitiva Pensar sobre la vida Independencia Competencia cognitiva Competencia cognitiva Amistades Competencia cognitiva Tabla 12.2 Prioridades vitales para personas de diferentes edades (tomado de Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998; p. 1107) De manera similar, en la investigación antes mencionada de Cross y Markus (1991; p. 240-243), tanto los deseos como los temores de las personas mayores se centraban, en comparación con otros grupos de edad, en el ámbito físico y de la salud. Resultados similares en cuanto a la centralidad de la salud los encontramos en las investigaciones de Hooker (1999; p. 107). Desde el modelo SOC de envejecimiento con éxito de la psicología lifespan, estos cambios en objetivos vitales son una manifestación de la estrategia de selección. Ante una situación de escasez de recursos, la persona se centra en aquellos dominios que ve más relevantes. En cualquier caso, tanto reducir las perspectivas de futuro como cambiar los objetivos podrían no sólo ser una estrategia de acomodación adaptativa en sí misma, sino a la vez favorecer la consecución de las metas que todavía se mantienen (es decir, favorecer la asimilación). Tener menos metas y cercanas a su situación presente aumenta la probabilidad de conseguirlas, y, en consecuencia, el propio sentido de poder todavía influir en el entorno y dirigir su propia vida, lo que es un importante componente de la satisfacción personal (Dietz, 1996). Un segundo mecanismo de acomodación especialmente estudiado con referencia al envejecimiento es el cambio en los estándares de comparación para evaluar la situación personal. El valor de las pérdidas que las personas mayores pueden experimentar con el paso de los años y de su declive en ciertas dimensiones resulta amortiguado por el hecho de que son pérdidas y declives normativos, que sufren gran parte de las personas de una misma edad cronológica y que son esperados. Sin embargo, esta falta de consecuencias para – 836 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales el self de ciertas pérdidas asociadas al envejecimiento puede reforzarse cambiando los estándares en función de los que evaluamos nuestro estado actual y la cercanía o no de nuestras metas. Al igual que con el mecanismo anterior, en este también encontramos tres formas de concretar este cambio. La primera es cambiar los grupos de referencia a la hora de valorar nuestra situación. Respecto a la comparación social, a medida que pasan los años parece que existe la tendencia a compararse con personas que muestran un peor envejecimiento que uno mismo (downward comparisions). Así, una persona puede percibir que envejece relativamente bien o que sus problemas e inconvenientes no son tan graves porque conoce a otras que envejecen peor o que tienen más problemas o de mayor gravedad. Este tipo de comparaciones se ha encontrado que potencian sentimiento de bienestar y satisfacción con la vida de los ancianos, al proteger su autoconcepto y autoestima del el posible daño que podría causarles el envejecimiento (Heidrich y Ryff, 1993; p. P135). En la vejez, además, el ámbito más susceptible de generar comparaciones sociales favorables es precisamente el estado físico y la salud, el dominio quizá más amenazado por el paso del tiempo. Las consecuencias de estas comparaciones sociales son especialmente positivas para el bienestar de las personas que ya tienen algún problema de salud (Heidrich y Ryff, 1995; p. 184). En segundo lugar, estas comparaciones sociales de las que se extraen consecuencias favorables para uno mismo también se pueden establecer comparando el propio envejecimiento con aquello que se supone que es el ‘envejecimiento normal’, el que afecta a la mayoría de personas. En este sentido, tener una imagen pesimista del ‘envejecimiento normal’ (como la que hemos descrito en un apartado anterior) podría resultar adaptativo a medida que se envejece, ya permite que nos veamos como excepciones a la regla general: mientras mantenemos la visión de que envejecer significa para la mayoría de personas perder y deteriorarse, percibimos en nosotros mismos un mejor envejecimiento de lo que sería esperable según esa visión pesimista. Por ejemplo, en una investigación de Heckhausen y Krueger (1993; p. 544), se encontró que las personas mayores enfatizaban las pérdidas que conlleva envejecer para la mayoría de gente, mientras al mismo tiempo minusvaloraban pérdidas y subrayaban las ganancias cuando se referían a su propio envejecimiento. Este efecto no se daba en los jóvenes, quienes esperaban lo mismo de su propio envejecimiento que del de la mayoría de personas. De esta manera, paradójicamente, sostener una imagen muy negativa del envejecimiento (y, en general, los estereotipos negativos sobre esta etapa) pueden favorecer la adaptación de las personas a medida que en envejecemos. La existencia de esos conocimientos de sentido común negativos sobre el envejecimiento podría ser incluso algo adaptativo para las personas mayores, ya que distanciando la propia identidad de ellos consiguen valorar su propio proceso de envejecimiento y a sí mismos de manera positiva. El fenómeno es similar al que Hummert, Garstka y Shaner (1997) denominan ‘efecto oveja negra’ (black sheep effect). Estos autores, que trabajan sobre los estereotipos de las personas mayores, encuentran que en muchas ocasiones las propias personas mayores las que presentan unos estereotipos más negativos de otras personas mayores. En Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 837 – sus propias palabras, ‘los miembros de determinado grupo parecen derogar especialmente a los malos representantes de su propio grupo para proteger una identidad grupal importante para su propia autoestima (...). Los personas mayores asignan estereotipos negativos a los todavía más mayores para distanciarse a sí mismos de los aspectos negativos del envejecimiento’ (Hummert, Garstka y Shaner, 1997; p. 113, la traducción es nuestra). Un tercer mecanismo que implica estándares de comparación es el cambio en la percepción que uno tiene de su propia trayectoria evolutiva. En este caso la comparación, más que ser social, es temporal (ver Wilson, 2000 para una discusión sobre las condiciones que facilitan un tipo de comparación y otra). Ryff (1991) encontró en este sentido que, a la hora de considerar su propia trayectoria evolutiva, las personas mayores la contemplan como caracterizada básicamente por la estabilidad. Los mayores estiman que han cambiado mucho menos con los años y evalúan su pasado de forma mucho más positiva de lo que lo hacen los jóvenes. Este tipo de comparaciones evita en cualquier caso que la persona se vea a sí misma declinando con la edad. Todos estos procesos de comparación social son movimientos de acomodación en la medida que tienen como consecuencia un recorte de la distancia entre como nos valoramos a nosotros mismos actualmente y las trayectorias evolutivas deseadas. En este caso no se lleva a cabo reajustando o sustituyendo objetivos, sino cambiando (de manera no consciente) el patrón con el que valoramos nuestro estado actual y la distancia hacia esas metas. c) Inmunización y envejecimiento Si bien los procesos de asimilación y acomodación han generado múltiples líneas de investigación en relación con el envejecimiento (especialmente estos últimos), el concepto de inmunización está relativamente poco desarrollado dentro del marco de Brandtstädter. En parte, creemos que esta falta de desarrollo se debe a la propia naturaleza del concepto (más confusa y menos susceptible de operacionalizarse) y a un cierto solapamiento con los mecanismos de acomodación. Recordemos que, según este autor, inmunización serían aquellos procesos que cambian el significado de ciertos acontecimientos para que no tengan relevancia personal. Hasta que punto este cambio se realiza sin que implique un proceso de acomodación (esto es, de reevaluación de nuestro estado presente o deseado) no queda claro. Nosotros mismos hemos llevado a cabo algunas investigaciones que pueden enmarcarse dentro de estos procesos de inmunización. Por ejemplo, hemos detectado como el propio concepto de salud (ese dominio tan relevante para las personas mayores, como hemos visto en apartados anteriores) cambia a medida que envejecemos y experimentamos pérdidas físicas. En concreto, la tendencia parece ser a reducir los requisitos que hay que cumplir para estar sano. La salud, que en la juventud está ligada a aspectos como la actividad, especialmente en los últimos años de la vida parece definirse como ser valerse por sí mismo en ciertas actividades cotidianas básicas. Esta reducción del concepto de salud facilita que los ancianos se vean sanos a pesar de las pérdidas, como podemos observar en estos ejemplos extraídos de Villar (1998): – 838 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales ‘(...) Yo creo que hay una diferencia grande. A lo mejor si te digo yo ahora mismo que tengo 79 años, a lo mejor no lo pensarás, pero yo con 79 años no tengo que coger el bastón, me desenvuelvo, ando y, en fin, ando bastante. Tal vez sea esto, el sistema de vida que llevo yo, me ayude, pero claro, no todo el mundo envejece a la misma edad’; hombre, 79 años. ‘No, yo me siento bien, mientras me pueda mover, y entrar y salir, que yo pueda hacer mi vida, que yo pueda decir ahora bajo la escalera ahora la subo, una cosa tan sencilla como esa, yo me sentiré bien’; mujer, 82 años. De igual manera, la edad y el propio concepto de envejecimiento no parece significar lo mismo para los jóvenes que para los mayores. Los mayores, a diferencia de los jóvenes, separan radicalmente el envejecimiento del cuerpo de un estado personal, subjetivo que permanece inmune a los efectos del tiempo. Este ‘sentimiento de juventud interna’ se ha operacionalizado preguntando a las personas la edad que creen que tienen por dentro, lo que se ha denominado edad subjetiva. Numerosas investigaciones han demostrado que no sólo la edad subjetiva no sólo suele ser diferente a la cronológica, sino que tales discrepancias tienen un marcado patrón evolutivo (Barak, 1987; Goldsmith y Heiens, 1992; Montepare y Lachman 1989; Montepare, 1995). Mientras que en los adolescentes y jóvenes (típicamente los que todavía no han llegado a la veintena) las diferencias entre edad cronológica y subjetiva tienden a ser pequeñas, sintiéndose incluso más mayores de lo que en realidad son, a partir de cerca de los 30 años el sentido de la diferencia se invierte (uno se siente más joven de lo que es cronológicamente) y esta discrepancia aumenta proporcionalmente a la edad de la persona. Podemos ver este fenómeno en las siguientes respuestas a la pregunta ‘¿qué edad siente usted que tiene por dentro?’ (Villar, 1998): ‘yo diría, y mucha gente, que no se sentirían que pasan los años si no se mirasen al espejo. Porque tú no sabes, si no hubiesen espejos tú te sientes bien físicamente y no sabes que edad tienes, la edad es abstracta, es algo que... el tiempo que va contando, pero yo soy yo (...) [yo me echaría] la edad de siempre, no tendría edad, si quieres que te lo diga quizá 20 o 25 como mucho’; mujer, 45 años. ‘Yo me siento como si tuviera... cuando vine a Barcelona yo tenía 53 años, pues fíjate, yo me siento con menos facultades, menos oído y menos vista un poquito, pero con la misma ilusión y ganas de vivir. Como una persona de 50 años’; hombre, 75 años. Este énfasis en ‘ser el mismo’ y de ‘no envejecer por dentro’ ayudaría a que el proceso de envejecimiento no afectase a la imagen que tenemos de nosotros mismos, a no alejarnos de una ideales de juventud y a dotar de un sentido de continuidad a nuestra trayectoria evolutiva. Se ha encontrado que las personas que se sienten más jóvenes de lo que son tienden a tener mayor autoestima, a estar más satisfechas consigo mismas y con la vida y a sentirse mejor de salud (Barak y Stern, 1986; Staats, Heaphey, Miller, Partlo, Romine y Stubbs, 1993; Troll y Skaff, 1997). Este tipo de estrategia podría interpretarse como una alteración del significado del envejecimiento basada en distanciar o diferenciar el Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 839 – concepto general de envejecimiento (que, como hemos visto en apartados anteriores, se percibe principalmente como un proceso de pérdida) de la propia experiencia particular de envejecer ‘psicológicamente’, en la que las pérdidas no tienen cabida. Sin embargo, somos conscientes de que este fenómeno también puede ser interpretado como un proceso implícito de comparación social, lo que le convertiría en un proceso de acomodación más que de inmunización: mientras los jóvenes se identifican y comparan con su propia generación, los mayores lo hacen con generaciones más jóvenes (ver, por ejemplo, esta interpretación de la edad subjetiva en Heckhausen y Krueger, 1993; p. 541). Desarrollo socioemocional en la adultez y vejez En este apartado presentaremos brevemente cómo esta visión sociocontextual del estudio del envejecimiento que representa la psicología del ciclo vital ha sido aplicada a un tercer dominio de gran interés: las relaciones sociales y la emoción. Para ello nos centraremos en quizá la teoría más influyente (aunque no la única) que, desde este punto de vista, estudia el desarrollo socioemocional más allá de la adolescencia: la teoría de Laura Carstensen. Enfatizaremos porqué la teoría de Carstensen puede considerarse, como hemos comentado, una aplicación en dominio de la actividad social a lo largo del ciclo vital de los principios generales de la teoría de la acción y, especialmente, de la psicología lifespan. Comentaremos algunas líneas de investigación que avalan empíricamente los supuestos de la teoría, lo que nos permitirá comprobar en qué medida y cómo Carstensen, partiendo de una teoría sobre la evolución de la actividad y los contactos sociales, extrae importantes implicaciones para el estudio de la emoción (de hecho, su teoría se suele acompañar del adjetivo ‘socioemocional’). Sin embargo, quizá antes de adentrarnos en la teoría de Carstensen merezca la pena referirnos brevemente la manera en la que tradicionalmente se habían contemplado la actividad y relaciones sociales a lo largo del envejecimiento y, sobre todo, en la última parte de la vida. Relaciones sociales y envejecimiento: ¿actividad o desimplicación? Al hablar de la evolución de la actividad y las relaciones sociales en la segunda mitad de la vida inmediatamente aparecen dos teorías clásicas que han servido de referencia en este ámbito durante el último medio siglo: las teorías de la actividad y la desimplicación. El punto de partida de ambas es el mismo: algunos de los cambios asociados a la vejez, de sus tareas evolutivas y roles característicos, parecen implicar una progresiva reducción de la actividad social como consecuencia de pérdidas. Entre estas pérdidas cabe destacar la jubilación (pérdida del rol de trabajador), la – 840 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales viudedad (pérdida del rol de esposo), la independencia de los hijos (cambios en el rol de padre o madre), mayor probabilidad de incapacidades físicas que provoquen falta de movilidad, o la muerte de amigos o personas allegadas. Sin embargo, ambos enfoques interpretan estos hechos y sus consecuencias de manera muy diferente. La teoría de la desvinculación o desimplicación (disengagement) enfatiza las pérdidas asociadas al envejecimiento y puede contemplarse como una versión sociológica del modelo unidireccional de envejecimiento del que hablábamos en el capítulo 10. Así, desde esta teoría se entiende la reducción de la actividad social como un proceso natural, universal y adaptativo, ya que de alguna manera prepara al individuo para la desvinculación última: la muerte o la enfermedad incapacitante. Esta reducción viene provocada por la confluencia de intereses tanto de la sociedad como del propio individuo (Cumming y Henry, 1961), Por una parte, la sociedad ‘libera’ al individuo de una serie de roles y responsabilidades sociales (entre las que destaca el trabajo), con lo que se consigue que la muerte o incapacidad del individuo tenga la menor repercusión social posible, así como la entrada de las nuevas generaciones en estos ‘puestos vacantes’ que dejan los viejos, contribuyendo al equilibrio y supervivencia de la propia sociedad. Si bien puede haber diferencias interculturales en referencia a los momentos concretos en los que se produce esta ‘liberación’, el proceso es universal. Por otra parte, el mismo individuo busca activamente esta desimplicación. Se supone que, siendo o no consciente de su menor energía, de que el futuro es limitado y la muerte inevitable, la persona va a preferir dedicar su tiempo y energías restantes a sí mismo, entrando en un periodo de mayor introversión, reflexión y preocupación por uno mismo. La inversión de tiempo y energías en las personas y objetos del ambiente se reduce. Así, la desimplicación sería una especie de progresión simbólica hacia a la muerte. La pérdida está indisolublemente unida al envejecimiento. En contraste con este punto de vista se alza lo que se ha venido en llamar teoría de la actividad (Havighurst, Neugarten y Tobin, 1968). Desde este enfoque, se entiende que el mejor y mayor ajuste de la persona a las circunstancias de la vejez se logra a partir de la continuación con el nivel de actividades y vínculos sociales de años anteriores. Así, el envejecimiento con éxito se lograría, desde este punto de vista, a partir de los esfuerzos por continuar estando implicado y activo socialmente. Aun reconociendo que existe un descenso de la actividad asociado al envejecimiento, atribuyen este descenso exclusivamente a las presiones sociales y a los determinantes biológicos que imponen a los individuos ciertas pérdidas. Estas pérdidas, sin embargo, no son en absoluto queridos por la persona (como se aseguraba desde la teoría de la desvinculación), y se enfatiza que se favorecerá la salud psicológica si se reemplazan los roles y apoyos sociales perdidos por otros nuevos, ya que es precisamente la implicación satisfactoria en roles lo que apuntala el autoconcepto y la autoestima de la persona. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 841 – Los datos empíricos en los que se basan los defensores de la teoría de la actividad se originan en dos tipos de estudios: • Aquellos que correlacionan nivel de actividad con nivel de satisfacción. De ellos se desprende que las personas mayores más activas son también las que tienden a presentar una satisfacción más elevada (por ejemplo, Maddox, 1963). • Aquellos que miden la satisfacción antes y después de una intervención que implica aumento de la actividad. Generalmente los resultados indican que tras el aumento de actividad que supone la intervención, la satisfacción aumenta (por ejemplo, Harris y Bodden, 1978). No obstante, ambos tipos de estudios han sido criticados como fuente de datos válidos que puedan apoyar la teoría de la actividad (Carstensen, 1989). En cuanto a los primeros, resultan irrelevantes, ya que la teoría de la desimplicación a lo que se refiere es a cambios intraindividuales tendentes a la reducción en la búsqueda de contactos sociales, ya sean estos muchos o pocos. La comparación entre grupos muy activos y poco activos no permite descartar esta interpretación, aunque los más activos presenten más satisfacción en términos globales. Por lo que respecta a los segundos, pueden estar gravemente sesgados por un deseo de los sujetos de complacer al investigador y sus efectos podrían no mantenerse en el tiempo. En suma, la diferencia fundamental entre la teoría de la desimplicación y la teoría de la actividad estriba en que un mismo dato (la reducción de las relaciones y contactos sociales) se interpreta bien como algo deseado tanto por el individuo y por la sociedad, bien como el resultado de unos impedimentos inevitables (enfermedades, estructuras sociales) que dificultan el deseo natural de la persona a interactuar socialmente con independencia de la edad. Mientras desde esta teoría de la actividad las personas mayores que compensan las pérdidas y mantienen la actividad social a pesar de ellas se contemplan como envejecimiento con éxito, este mismo comportamiento es interpretado desde la teoría de la desimplicación como una negación del envejecimiento, como algo que está fuera de lugar (Ferraro y Farmer, 1995; p. 129). Una tercera alternativa, que pretende superar la confrontación entre la desvinculación y la actividad, es la teoría de la continuidad de Atchley (1971, 1989, 1993). De acuerdo con este autor, las personas estamos motivadas a mantener una continuidad en nuestros aspectos internos y externos a lo largo del tiempo, con independencia de los acontecimientos experimentados (Atchley, 1989; p. 183). Esta continuidad no sería una ausencia de cambio, sino más bien una adaptación a esos acontecimientos de manera que el estado resultante sea consistente con los anteriores y sea viable en el futuro (Atchley, 1993; p. 7). En el ámbito de la relación social, esta teoría predice que las personas mayores van a estar predispuestas y motivadas hacia el mantenimiento de las actividades y contactos ya existentes. Con independencia de su valor como descripción de la evolución de la actividad social en la segunda mitad de la vida, la teoría de la continuidad, pese a su aparente simplicidad, introduce un grado de complejidad en la cuestión de la mano de la noción de adaptación, noción, que, como veremos, utilizará de forma aún más decisiva la propuesta de Carstensen. – 842 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales La teoría socioemocional de Carstensen Hemos comentado en apartados anteriores que la propuesta de Carstensen supone una aplicación de la psicología del ciclo vital (y, en especial, de la versión propuesta por Baltes y su modelo SOC) al ámbito de la actividad social. Como hemos visto en apartados anteriores, el modelo SOC únicamente proporciona unos principios generales de desarrollo aplicables a todo el ciclo vital y los procesos genéricos que las personas ponen en marcha a lo largo del desarrollo, pero sin especificar criterios específicos ni metas evolutivas concretas ni realizar predicciones directamente verificables. Esta será la tarea llevada a cabo por Carstensen en el ámbito del desarrollo socioemocional. En concreto, dos son los principios de la psicología lifespan que la propia Carstensen (1998; pp. 343-344) reconoce que han inspirado su propuesta: la noción de adaptación como clave para el desarrollo y la noción de selección como uno de los principios que caracteriza este proceso. La adaptación implica que el comportamiento ha de ajustarse a ciertas restricciones contextuales concretas, a cierto ‘nicho’ social que lo configura y que va cambiando a medida que la persona se mueve por el ciclo vital. Así, desde este punto de vista, lo que puede ser adaptativo para un adolescente puede no serlo tanto para una persona mayor y viceversa, por lo que la comprensión del comportamiento (y especialmente el comportamiento social en el caso que nos ocupa) en los diferentes momentos evolutivos ha de tener en cuenta estos nichos. Por otra parte, el desarrollo inevitablemente implica seleccionar unas ciertas trayectorias evolutivas y no otras. Adaptarse es en gran medida especializarse, escogiendo ciertas actividades, lugares y personas que parecen más adecuados para conseguir determinados fines, lo que implica, inevitablemente, dejar de lado otras posibilidades. Como veremos, Carstensen utiliza este concepto de selección para explicar el menor rango y frecuencia de contactos sociales que muestran las personas mayores. Veamos ahora la manera en que Carstensen pone en juego estos principios en su teoría, para lo que la dividiremos en tres aspectos: los cambios en la composición de las redes sociales a lo largo del ciclo vital, cómo se explican esos cambios a partir de cambios en los motivos sociales y, por último, las implicaciones de la teoría respecto a las emociones y su evolución en las últimas décadas de la vida. Cambios en la composición de las redes sociales a lo largo del ciclo vital Al igual que la teoría de la actividad y de la desvinculación, la propuesta de Carstensen trata de dar cuenta de un fenómeno bien documentado: el descenso en los contactos sociales a medida que envejecemos. Sin embargo, de acuerdo con esta autora, este descenso es muy selectivo y afecta sobre todo a los contactos más accesorios, más superficiales, mientras que las relaciones más estrechas permanecen básicamente intactas con la edad. Esta tendencia a seleccionar los contactos sociales especialmente estrechos, descartando los más superficiales, parece iniciarse ya en la medida edad, lo que, Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 843 – de acuerdo con Carstensen, disminuye la probabilidad de ser interpretada como un déficit asociado a la vejez. Así, en un estudio con personas de 10, 30, 40 y 50 años, Carstensen (1992) estudió la frecuencia de contacto con diversas figuras sociales y comprobó como las reducciones de contacto con conocidos eran ya apreciables de manera bastante temprana ya en la adultez. Sin embargo, estas reducciones no se apreciaron en absoluto con otras figuras con las que se tenía un contacto y una relación afectiva estrecha (por ejemplo, los padres, la pareja, etc.) Este patrón es consistente con la presencia de un proceso de selección que comienza ya desde el principio de la adultez y por el que vamos excluyendo de nuestra red social a los compañeros más superficiales, manteniendo en cambio el núcleo de aquellos con los que mantenemos una relación más cercana. Lógicamente, este proceso continúa (e incluso se acentúa) si tenemos en cuenta a las personas mayores. La representación empírica de esta tendencia en la vejez la observamos en la siguiente figura: Figura 12.8. Promedio de contactos sociales en la vejez en función de su grado de cercanía (adaptado de Lang y Carstensen, 1994; p. 318). Cambios en los motivos y las preferencias sociales Para explicar esta tendencia, Carstensen diferencia entre dos tipos de metas fundamentales a las que puede estar dirigida la actividad y los contactos sociales (1987; 1998, p. 345). • Por una parte, el comportamiento social puede estar motivado por un deseo de buscar información, de aprender. Así, a partir del contacto social la – 844 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales persona es capaz de adquirir conocimiento cultural y personalmente relevante y de ser cada vez más competente en habilidades diversas. • Por otra parte, el contacto social también puede estar motivado por el deseo de apoyo emocional y regulación de los sentimientos, de manera que los otros nos ayudan a sentirnos bien y a evitar estados emocionales negativos. Esta categoría incorporaría también el deseo de encontrar significado en la vida, de establecer relaciones de intimidad con otros y de sentirse vinculado a grupos y personas. Una vez diferenciados estos motivos, Carstensen (Carstensen, Isaacowitz y Charles, 1999, p. 168) plantean que las tendencias evolutivas de estos dos motivos siguen trayectorias diferentes. Así, los motivos relacionados con la adquisición de información son muy importantes en la infancia, pero van disminuyendo poco a poco durante la adultez, a medida que el futuro se contempla como algo cada vez más limitado. Por el contrario, los motivos emocionales, que también son muy elevados durante la infancia, tienden a tener relativamente menos importancia durante la adolescencia y adultez temprana, para adquirir nuevamente preeminencia en las últimas décadas de la vida. De esta manera, mientras los motivos de búsqueda de conocimiento disminuyen a medida que envejecemos, los motivos emocionales aumentan. Este hecho provoca que las personas mayores, a la hora de seleccionar personas con las que tener contacto social, seleccionen precisamente aquellas que con más probabilidades van a proporcionar satisfacciones emocionales, es decir, aquellos que ya son conocidos y con los que ya existía una relación estrecha, que son precisamente aquellos cuyo comportamiento es predecible y ha proporcionado en el pasado emociones positivas. Los contactos relativamente novedosos o más superficiales, que quizá se ajustan más a una búsqueda de información, son descartados a medida que la persona envejece. Globalmente tenemos una disminución de contactos, pero una disminución altamente selectiva: se sacrifican los menos superficiales y se intentan mantener a toda costa aquellos más cercanos, que proporcionan mayor recompensa emocional. Los dos tipos de motivos sociales diferenciados por Carstensen no han de entenderse como categorías mutuamente excluyentes: en la mayoría de casos, la actividad social presenta componentes de los dos tipos, y ambos están estrechamente relacionados en la mayoría de comportamientos sociales. Así, un comportamiento dirigido a la búsqueda de información puede tener, al mismo tiempo implicaciones emocionales relevantes, ya sean estas en forma de satisfacciones o en forma de costes. De manera similar, un comportamiento impulsado por motivos basados en la emoción puede tener también beneficios (y costes) relacionados con la información. De esta manera, no podemos hablar que la tendencia sea pasar de realizar un tipo de comportamiento a realizar otros, sino más bien que, en la evaluación de las valencias de uno y otro tipo que presenta todo comportamiento social, la persona progresivamente dotará de mayor importancia a los criterios emocionales, lo que no quiere decir que la búsqueda de información deje de ser importante. Las primeras investigaciones empíricas de Carstensen dentro del marco de la teoría socioemocional van dirigidas precisamente a comprobar si las personas Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 845 – toman en cuenta estos dos criterios a la hora de tomar decisiones y poner en marcha comportamientos que implican comportamiento social. Así, Carstensen y su equipo hacían agrupar en función de las similitudes percibidas diferentes prototipos de potenciales personas con las que tener contacto social. Mediante análisis de correspondencias, comprobaron que, aun tomando en cuenta muestras de diferentes edades, tanto el afecto como la búsqueda de información eran tomados en cuenta y servían como criterio para agrupar a los diferentes compañeros sociales. Además, parecía que el criterio afectivo tenía más peso en la configuración de los mayores que en las de los jóvenes (Friedickson y Carstensen, 1990). El siguiente paso es comprobar si esos criterios son utilizados de manera diferencial por jóvenes y mayores a la hora de preferir ciertos contactos sociales sobre otros. Así, en el mismo estudio antes mencionado (Friedickson y Carstensen, 1990), se hizo decidir a jóvenes, personas de mediana edad y mayores qué persona preferirían para compartir media hora libre. Entre las personas a elegir se encontraban algunas cuyo valor era sobre todo afectivo (un familiar), de búsqueda de información (el autor de un libro que te ha gustado mucho) o con las que se podría conectar en el futuro (un conocido con el que parece que se tiene mucho en común). Los resultados indican que mientras los mayores escogen por amplia mayoría la opción afectiva, en los jóvenes las respuestas se distribuyen prácticamente por igual entre las tres alternativas. Esta mayor importancia de lo emocional en las personas mayores se ha comprobado también en estudios de memoria incidental. En ellos, se hacían leer a jóvenes y personas mayores pasajes de textos neutros y emocionalmente cargados. Si lo emocional fuese especialmente relevante para los mayores, estos tenderían posteriormente a recordar de esos pasajes los aspectos afectivos (con independencia de que el recuerdo fuese globalmente menor en los mayores que en los jóvenes). Los resultados obtenidos muestran, efectivamente, la proporción de material afectivos de entre lo recordado es más alta en las personas mayores que en los jóvenes (Carstensen y Turk-Charles, 1994). Pero quizá el supuesto fundamental de la teoría de Carstensen (y su mayor originalidad) es que el determinante más importante del cambio en el balance entre un comportamiento social dirigido a la búsqueda de la información y dirigido a la emoción no es la edad por sí misma, sino más bien la percepción y valoración del tiempo que queda hasta determinado final (Carstensen, Isaacowitz y Charles, 1999; p. 167). Es este factor lo que explica los cambios en ambos motivos. Así, cuando el tiempo se evalúa como ilimitado, o el final no se ve en un futuro cercano, la persona tiende a priorizar metas relacionadas con la búsqueda de información, con la novedad, aun a costa del retraso en la consecución de recompensas emocionales inmediatas. Por el contrario, cuando el tiempo es percibido como limitado, cuando el fin se vislumbra cercano, la persona tiende a implicarse especialmente en comportamientos sociales relacionados con estados emocionales y de los que derive una satisfacción y un significado inmediato de carácter emocional. De una orientación al futuro la persona pasa a una orientación al presente. Es en este sentido en el que Carstensen, Isaacowitz y Charles (1999; p. 168) hablan de que las motivaciones informacionales y – 846 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales emocionales también pueden ser contempladas como una motivación hacia la preparación para el futuro y hacia la satisfacción en el mismo momento, respectivamente. Obviamente, el envejecimiento y la vejez están indisolublemente unidos a una dimensión temporal y, en concreto, relacionado con una disminución del tiempo de vida. En este sentido, la percepción del tiempo, sea consciente o no, a medida que se envejece cada vez incluye más la noción de limitación y acercamiento a un fin. En únicamente en este sentido en el que podemos hablar de un cambio en el balance de motivos sociales (menos búsqueda de información, más emoción) en la segunda mitad de la vida, y no porque este cambio esté ligado de manera intrínseca al hecho de envejecer. Como vamos a ver a continuación, uno de los mayores intereses empíricos de Carstensen y su equipo será diferenciar los efectos de la edad y de la percepción del tiempo en estos patrones evolutivos. En este sentido, Carstensen y su equipo cuentas con tres líneas de datos diferentes. En primer lugar, Carstensen (Friedickson y Carstensen, 1990) compara la situación experimental antes comentada (elección de una pareja social para una situación de interacción social para media hora libre) con otra en la que la elección se ha de producir para compartir cierto tiempo antes de que la persona deje de estar disponible (debido a que, supuestamente, iba a cambiar de ciudad). En una situación como esta, en la que el tiempo es limitado (existe un final cercano), las respuestas de jóvenes y mayores mostraron en una medida muy similar un sesgo hacia la elección del compañero afectivo, por encima del compañero que satisfacía la búsqueda de información. En otro estudio, Carstensen y su equipo proponen una modificación similar del paradigma experimental. En concreto, instan a sus sujetos a que imaginen que su médico les ha comunicado que tienen 20 años más de vida de lo que les tocaría. En función de esta circunstancia, seleccionan a sus contactos sociales. Las respuestas muestran que mientras que en los jóvenes las elecciones son prácticamente idénticas a las que realizan en las condiciones estándar (igualdad entre compañeros elegidos), en los mayores se produce un cambio: cuando se imaginan con una expectativa temporal de 20 años más, eligen enfatizando menos la emocionalidad que en la condición estándar, es decir, muestran un patrón de respuesta que tiende a acercarse al de los jóvenes (Fung, Carstensen y Lutz, 1999, estudio 1). Una segunda línea de investigación, quizá más novedosa y que aporta datos más sólidos, es la que Carstensen y sus colaboradores (Carstensen y Friedickson, 1998) llevan a cabo con nuestras de personas seropositivas. En concreto, escogen muestras de personas con el virus VIH pero que no han desarrollado síntomas de SIDA y personas con virus VIH que sí han desarrollado síntomas. La lógica de la investigación es que este tipo de personas (especialmente los que están afectados ya con síntomas de SIDA) tienen una expectativa temporal de vida acortada, similar a lo que les puede suceder a las personas mayores. Si el énfasis en lo emocional dependiera de esta percepción temporal y no de la edad cronológica, pacientes seropositivos y mayores presentarían patrones de respuesta similares. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 847 – Los datos obtenidos hasta el momento parece que avalan una conclusión de este tipo: los pacientes con el virus VIH (y entre ellos, especialmente los sintomáticos) utilizan en sus elecciones de contactos sociales casi en exclusiva criterios de tipo afectivo. Por último, Carstensen también ha explorado en qué sentido la cercanía a ciertos finales ya no biológicos (como en el caso del SIDA o el envejecimiento) sino de carácter social pueden también potenciar los contactos sociales fundamentados en criterios afectivos y no de búsqueda de información. Para ello, Carstensen y sus colaboradores han aprovechado el cambio político que vivió Hong Kong en junio de 1997, fecha en la que dejó de ser colonia inglesa para pasar a incorporarse a la República Popular China. Este cambio despertó en los meses anteriores una gran incertidumbre en todo el mundo sobre el futuro de Hong Kong, incertidumbre que, obviamente, fue especialmente acentuada entre los habitantes de la excolonia. En cierto sentido, este cambio político era vivido como un ‘final’ por sus habitantes, hasta el punto de plantearse muchos de ellos la emigración. En circunstancias como estas, quizá la expectativa acortada de tiempo hacia un cambio tan incierto potenciaría entre los habitantes de Hong Kong una valoración en su comportamiento social de los aspectos afectivos por encima de los relacionados con la búsqueda de información. Exactamente eso sucedió de acuerdo con la investigación de Fung, Carstensen y Lutz (1999, estudio 3), que muestra que dos meses antes del cambio incluso los jóvenes escogían sus contactos sociales en función de los afectos, al igual que los mayores. De hecho, y para dar más solidez a los datos, comprobaron que unos meses después del cambio político (y cuando la incertidumbre se desveló, manteniendo Hong Kong en gran medida su estatus socioeconómico), las tendencias de elección volvieron a los patrones habituales de mayor importancia del criterio afectivo en las personas mayores (Fung, Carstensen y Lutz, 1999, estudio 4). En resumen, la propuesta de Carstensen enfatiza el valor del tiempo percibido como un motivador esencial que potencia los intentos de conseguir ciertas metas sociales u otras. Cuando el tiempo se percibe limitado, lo afectivo tiene un valor especial. Cuando no existen presiones temporales, las personas pueden invertir su esfuerzo en actividades que puedan tener una mayor rentabilidad a largo plazo, arriesgándose incluso a tener costes. En tanto el envejecimiento es un proceso inherentemente temporal marcado por un final, los motivos de las personas tienden a cambiar en función de su posición en el ciclo vital. Este cambio en motivaciones y valores determinado por la percepción del tiempo lo hemos analizado desde el punto de vista del comportamiento social y de la selección de unas y otras figuras con las que interaccionar, pero sin duda podría darse también en otras esferas de la vida. Esta ampliación de la teoría más allá de la actividad y los contactos sociales se vislumbra como el terreno hacia el que la teoría socioemocional de Carstensen podría evolucionar (ver, por ejemplo, Lang y Carstensen, 2002). – 848 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Calidad y regulación de las emociones en la vejez Por último, es precisamente por este énfasis en el aspecto emocional del comportamiento a medida que se envejece dota a la teoría de Carstensen (como veremos más adelante en las ilustraciones empíricas) de importantes implicaciones respecto al desarrollo emocional y las emociones en la vejez. Carstensen y sus colaboradores (Carstensen, Isaacowitz y Charles, 1999; p. 169) plantean que no sólo lo emocional tiene mayor importancia en la vejez, sino que la calidad de las emociones es cualitativamente diferente en la vejez. Atribuyen este cambio a tres factores: • El primero de ellos, directamente relacionado con las propuestas anteriores, es que la selección de contactos sociales importantes desde un punto de vista emocional contribuye a que estos tiendan a circunscribirse a personas con las que se tiene una relación emocional muy positiva. Las personas mayores interaccionan con menos personas, pero con las más importantes para ellos y las que más satisfacciones les proporcionan. • En segundo lugar, al llegar a la vejez, la historia de relación con cada uno de los contactos sociales que se mantienen suele ser muy larga. Esto aumenta las probabilidades no sólo de que la persona mayor se sienta necesitado por los demás, sino de que se hayan desarrollado a lo largo de esos años de relación un gran conocimiento mutuo, que puede revertir en mejores estrategias para sobrellevar las dificultades, solucionar conflictos y maximizar el grado de satisfacción que se extrae de la relación. • Por último, el alivio de las preocupaciones que puede provocar el futuro, el reconocimiento de la finitud de la vida y la aceptación de lo ya vivido, puede dejar el terreno libre a las personas mayores para que se concentren en encontrar significado a la vida, en valorar mucho más de lo que disponen en el presente y, en suma, en colocar la calidad emocional en el centro de su vida. De esta manera, y siguiendo el enfoque de relativo optimismo que encontramos en las teorías del ciclo vital, Carstensen parece sugerir que el dominio de las emociones puede incluso experimentar cambios positivos asociados a la edad, y no pérdidas. Para comprobar esta mejora en la calidad emocional y regulación de las emociones en la vejez, Carstensen y sus colaboradores han puesto en marcha dos líneas de investigación. En la primera de ellas han trabajado con parejas personas mayores casadas desde hace muchos años y parejas jóvenes. Exponían a estas parejas (una vez controlados los niveles de satisfacción marital previa) ante una serie de situaciones potencialmente conflictivas. Entre la pareja escogían una en la que ambos estuviesen de acuerdo en que era conflictiva, situación sobre la que posteriormente debían discutir. En este tipo de estudios, las evidencias a favor de una mejor regulación emocional por parte de las personas mayores son de dos tipos: • Por una parte, las parejas mayores valoraban en general de forma menos conflictiva las diferentes situaciones presentadas. Las parejas jóvenes, en Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 849 – cambio, encontraban más motivo de conflicto y conflictos más intensos entre las situaciones presentadas (Levenson, Carstensen y Gottman, 1993). • Por otra, a partir de datos observacionales derivados de la discusión, las parejas mayores mostraban con menos frecuencia emociones negativas y, con más frecuencia que las parejas jóvenes, acompañaban la expresión de desagrado o discrepancia con señales de afecto hacia el otro. Esto sucedía incluso cuando se demostró que la implicación en la discusión fue similar para parejas jóvenes y mayores (Carstensen, Gottman y Levenson, 1995). Una segunda línea de investigación consistía en dotar a una muestra de personas de diferentes edades (de 18 a 95 años) de un aparato electrónico (un ‘busca’) que sonaba de manera aleatoria varias veces al día. Cada vez que sonaba, la persona debía completar un instrumento que evaluaba el estado emocional de la persona. Utilizando este tipo de metodología, los resultados apuntan a que mientras las emociones positivas se mantienen estables en personas de diferentes edades, el número de emociones negativas informadas tiende a ser menor en las personas de más edad. Esta tendencia tenía la excepto de los muy mayores, en los que la frecuencia de emociones negativas tenía a repuntar, aunque sin alcanzar en ningún caso la informada por las personas más jóvenes. Aunque mencionaban menos emociones negativas, su intensidad promedio era comparable a la intensidad de este tipo de emociones en los jóvenes (Carstensen, Pasupathi, Mayr y Nesselroade, 2000). Por otra parte, analizando la diversidad de las emociones informadas, estos autores llegan a la conclusión de que los mayores disponen de una experiencia emocional más diferenciada y mencionan más frecuentemente que los jóvenes experimentar emociones mezcladas (¡incluso a veces contradictorias!) ante una misma situación. En este mismo estudio, también parecía que la duración de periodos marcados por las emociones positivas eran mayor en las personas de más edad que en los jóvenes. Tsai, Levenson y Carstensen fisiológicos de esta supuesta mayores, obteniendo que emocionales (tanto positivas mayores que en los jóvenes. (2000) han intentado incluso encontrar indicares mejor regulación de la emoción por parte de los los cambios cardiovasculares ante situaciones como negativas) eran menos acentuadas en los En resumen, Carstensen, Pasupathi, Mayr y Nesselroade (2000; p. 654) afirman que no sólo el funcionamiento emocional es esencial en la segunda mitad de la vida, sino las emociones negativas son mejor controladas con la edad y la experiencia emocional parece incluso más compleja que en fases anteriores del ciclo vital. – 850 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales Cultura, psicología postmoderna y envejecimiento En la introducción al presente capítulo (así como en el capítulo 10) caracterizamos los modelos del ciclo vital como de propuestas que intentan integrar todo el ciclo vital dentro del objeto de estudio de la Psicología Evolutiva. Para hacerlo, vimos que adoptaban una postura fundamentada al menos en tres grandes principios: la relevancia de los factores socioculturales, el énfasis en el individuo activo capaz de influir en su propio desarrollo y el destacado papel que juega la adaptación y la plasticidad a lo largo de la vida. Sin embargo, y centrándonos en el movimiento hacia lo social como clave que permite un abordaje evolutivo de todo el ciclo vital sin caer en modelos unidireccionales de declive, nos podemos preguntar qué modelo de entorno sociocultural se propone desde las propuestas de ciclo vital dominantes (por ejemplo, desde las teorías de Baltes, Brandtstädter o Elder). A nuestro juicio, y con independencia del papel que la cultura tiene en cada teoría (papel que es muy relevante especialmente en los casos de Brandtstädter y Elder), en las investigaciones sobre ciclo vital lo sociocultural se ve reducido al aislamiento de variables contextuales que son tratadas como factores dependientes o independientes dentro de un diseño de investigación. Es decir, el entorno cultural se entiende como un conjunto de variables susceptibles de ser manipuladas y que influyen (o son influidas) en el comportamiento humano y sus cambios evolutivos. Aunque esta aproximación es sin duda muy provechos (y algunos de los ejemplos que hemos visto en el apartado anterior así lo atestiguan), en escasas ocasiones lo cultural, ya sea en forma de significados o prácticas compartidas, se ha tratado ya no como una influencia, sino como un elemento constitutivo del propio comportamiento humano y de los cambios que tienen lugar en la adultez y vejez. En este sentido, las corrientes postmodernistas son se aproximan a esta forma de tratar el envejecimiento. Por ello vamos a dedicarles este último apartado. Como ya comentamos en el capítulo 9 al hablar de esta perspectiva, la psicología postmoderna (también llamada construccionista o socioconstruccionista) más que ser una propuesta monolítica se trata de un conjunto de propuestas unidas por ciertos referentes comunes y que comparten algunos aspectos epistemológicos y teóricos. De acuerdo con Bengtson, Burgess y Parrot (1997; p. S77), quizá el rasgo más característico de estos enfoques construccionistas, o al menos el que los diferencia más de las perspectivas del ciclo vital que hemos tratado en apartados anteriores, es que sus propuestas no están concebidas como explicaciones causales, ni es el análisis en forma de variables, la predicción o el control sus metas de investigación. Más bien al contrario, su perspectiva es interpretativa y hermenéutica, en el sentido que tienen como objetivo la comprensión de cómo la edad y los cambios asociados a la edad son tratados, organizados y producidos socialmente, como las personas dan sentido y atribuyen significados a la edad y al envejecimiento como proceso. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 851 – Concretando más los supuestos de los que parte el estudio construccionista del desarrollo en la adultez y, sobre todo, del envejecimiento, Gubrium y Holstein (1999; pp. 288-291) mencionan tres asunciones que se comparten desde esta perspectiva. • Una orientación hacia lo subjetivo, en la que el interés reside no en la elaboración de teorías formales y su puesta a prueba en una supuesta ‘realidad objetiva’, sino sobre todo en la experiencia de las personas, en cómo las personas conciben e infunden de realidad ciertos objetos y fenómenos, entre ellos los relacionados con el envejecimiento en general y con su propio envejecimiento en particular. En este sentido, los investigadores construccionistas intentan acercarse a la realidad tal y como la definen los participantes de sus investigaciones, intentando suspender juicios previos o sus propias creencias de sentido común sobre como se supone que funciona el mundo. • El objeto de estudio de la psicología construccionista o postmoderna son los significados, no las cosas. Esta afirmación ya fue comentada en el capítulo 9 al hablar de los supuestos epistemológicos de esta propuesta. Desde el construccionismo se descarta que podamos decir algo sobre las cosas en sí o sobre verdades esenciales: desde su punto de vista, el mundo, las cosas, no tienen estatus ontológico independiente y separado de los significados que las personas necesariamente hemos de utilizar para referirnos a ellas: esos significados son elementos constitutivos de ‘lo objetivo’ y se evocan y reconstruyen en la vida cotidiana a partir del lenguaje y el discurso. • Por último, los construccionistas compartir una misma asunción de que el significado organiza los significados. Los significados no son elementos idealizados que viven inmutables en una especie de ‘limbo’, sino que son reconstruidos por las personas en contextos y con intenciones concretas, lo que lleva a veces a que sean reformulados en cada ocasión. Los significados se entienden más como un flujo variable contextualmente que como un conjunto de principios estables que se imponen a la persona por el hecho de vivir en una cultura determinada. A pesar de este interés hacia la experiencia subjetiva y hacia los significados, esto no implica una orientación ‘introspeccionista’, sino más bien todo lo contrario: la perspectiva construccionista es práctica en el sentido en que estudian como las personas a partir de la práctica (y en especial de las prácticas discursivas) son capaces de construir el mundo. De esta manera, podemos contemplar las perspectivas postmodernas como una alternativa radicalmente cultural a la comprensión del ciclo vital que en cierta medida se opone al ‘objetivismo’ de las aproximaciones dominantes. Como comentan Gergen y Gergen, ‘Existe una tendencia dentro de las ciencias sociales y biológicas a buscar un ciclo vital ‘naturalizado’, es decir, a describir el desarrollo y declive innato de las capacidades humanas, de sus tendencias y proclividades a lo largo de la vida. Esta tendencia es incluso mayor en las ciencias del desarrollo del niño y del envejecimiento, estando las unas dedicadas a establecer los estándares del crecimiento normal y las otras dedicadas al – 852 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales declive (...) Con su gran énfasis en el conocimiento cultural e históricamente situado, el construccionismo social sirve como desafío a esos esfuerzos’ (Gergen y Gergen, 2000, pp. 284-285; la traducción es nuestra) Por otra parte, y pese a que puedan compartir estos supuestos, como ya hemos comentado (y como vimos en el capítulo 9), las corrientes construccionistas también difieren entre ellas en aspectos importantes. Entre ellos, a nuestro juicio destacan dos: • Mientras unas orientaciones están interesadas más en el ‘qué’, en el contenido de los significados, mientras otras están más interesadas en el ‘cómo’, en los procesos que ponen en marcha las personas para manufacturar ciertos significados en sus prácticas cotidianas. • Mientras unas orientaciones están más interesadas en la estabilidad que subyace a los significados y en ver hasta que punto ciertos contextos y posición dentro de una estructura social y una historia contribuyen a esta estabilidad, otros contemplan el contexto y los significados que se generan de manera mucho más fluido. En este último sentido, la estabilidad en los significados sería algo a conseguir, no un dado por supuesto y establecido. Así, la psicología crítica (Moody, 1988; Luborsky y Sankar, 1993) sería un buen ejemplo de corriente dedicada al estudio de los significaods sociales más ‘macro’, en su contenido y las consecuencias que tienen respecto a la distribución de poder y la estructura social, y tendente a contemplar estos significados como algo estable (de hecho, la misión de la propia psicología crítica es ‘desvelar’ estos significados y emancipar a las personas y grupos subyugados). Por otra parte, la psicología del discurso sería un buen ejemplo de corriente construccionista interesada en el propio proceso de construcción de significados, desde una óptica mucho más microsocial (su fuente de datos son habitualmente las interacciones lingüísticas cotidianas cara a cara) y con una visión mucho más variable y situacional de los significados que se elaboran, que obedecen a ciertas intenciones de los participantes que pueden ser unas en un momento y otras en otro. En el fondo, este debate es el mismo que ya analizamos en el capítulo 9 entre una visión del idealista de la cultura como significados estáticos compartidos y otra visión que se centraba en las prácticas culturales. En el último apartado de ese mismo capítulo el lector podrá encontrar una visión más detallada de diferentes corrientes construccionistas y sus implicaciones y relevancia para la Psicología Evolutiva. En lo que queda del capítulo, y teniendo en cuenta las líneas de tensión que definen esta perspectiva, vamos a repasar algunos ámbitos de investigación en relación con el envejecimiento que han sido tratados con especial interés por estas corrientes. Destacaremos dos de ellos: la narratividad y el discurso. Como veremos, las investigaciones que describiremos para ambas líneas tienen un punto en común que resulta fundamental en el estudio del ciclo vital desde un punto de vista construccionista: la construcción y gestión de la identidad. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 853 – Narratividad, identidad y envejecimiento Como ya pusimos de manifiesto en el capítulo 9, la narratividad es uno de los conceptos fundamentales para una psicología orientada culturalmente. Las narrativas, y en concreto su reflejo en la creación de historias vitales que reflejan nuestra identidad, aquellos que somos como agentes, pero también la forma en la que nos concebimos a nosotros mismos, es un tema que no únicamente interesa a la psicología de la infancia y adolescencia, sino que puede integrar el estudio evolutivo de todo el ciclo vital. Estas historias vitales serían, desde este punto de vista, narraciones que incluyen selectivamente aspectos de nuestra experiencia en un todo coherente que incluye el pasado, el presente y su extensión en el futuro, de manera que nuestro tiempo vital adquiere significado y coherencia en un todo integrado: la historia vital. Es en este sentido en el que podemos hablar de una ‘identidad narrativa’. Estas narraciones vitales integran no sólo los acontecimientos vitales de manera diacrónica (haciendo comprensible nuestro presente y los cambios experimentados en el pasado), sino también de manera sincrónica, integrando en un todo más o menos coherente (lo que a veces, como veremos, no es fácil) todas nuestras facetas y dimensiones vitales. Como vimos en el capítulo 9, las narraciones cuentan con unos elementos característicos, como son un agente (el protagonista de la narración), unas intenciones y objetivos, un espacio físico, unos personajes o un tiempo, además de una estructura particular de inicio, desarrollo y desenlace más o menos abierto, estructura que funciona a partir de las oposiciones y/o facilidades que se encuentra el protagonista para lograr sus objetivos. Las historias personales poseen todos estos rasgos narrativos, y es en este sentido en el que podemos hablar de que poseemos una ‘identidad narrativa’ (McAdams, 2001; p. 101). Las narrativas vitales, en opinión de Nouri y Helterline (1998; pp. 38-39) cumplen el objetivo de la posición construccionista: descentrar al self y resituarlo en la encrucijada entre lo personal y lo sociocultural. De esta manera, aunque podemos entender las narrativas como un conjunto de significados personales, como el ‘yo’ de la persona, este ‘yo’ es fundamentalmente sociocultural, ya que: • Las narrativas son construidas en interacción social y son un producto de naturaleza dialógica. De acuerdo con Thorne (2000; p. 45), las historias vitales son una empresa social, en la que participa la persona junto con su familia y amigos, junto con los otros protagonistas de su historia. • Las narrativas reflejan en todo caso valores, creencias y normas sociales propias de la cultural y la posición en la estructura social de la persona que narra. Además, para construir una historia vital aceptable, la persona ha de conocer y poner en práctica modelos de inteligibilidad y el concepto de biografía que se sostiene dentro de la cultura a la que se pertenece (Rosenwald, 1992; p. 265). Como vemos, tanto desde el polo de lo macrosocial como de lo microsocial, las historias vitales pueden entenderse como culturalmente constituidas. Por otra parte, algunos autores postmodernos (especialmente Gergen) han puesto de – 854 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales manifiesto como la complejidad del mundo actual desafía la noción tradicional (‘moderna’ en palabras de Gergen) de self unificado y estable. De acuerdo con su postura (ver, por ejemplo, Gergen, 1992) esta visión del self como centro estable de la persona ya no puede mantenerse: son tantas las facetas, las tensiones, las dimensiones diferentes con las que tiene que lidiar la persona que podríamos hablar más bien de un self plural. Esto implicaría que no existiría una única narrativa, sino múltiples narrativas que se evocan selectivamente, que cambian a medida que las circunstancias del mundo postmoderno cambian. Esta multiplicidad sería una fuente de problemas y tensión para la persona, dado que esas múltiples narrativas compiten, a menudo son contradictorias y se relacionan entre ellas de manera compleja. En estas ideas de Gergen podemos identificar quizá una tendencia al localismo, a la ‘especificidad de dominio’ (por utilizar un término propio de otros capítulos de este trabajo) que se opone a la tendencia globalizadora e integradora que ha dominado el estudio de la narrativa personal y las historias vitales. Autores como McAdams (2001; pp. 116-117) adoptan una posición intermedia conciliadora. De acuerdo con este autor, no podemos hablar de una única narrativa personal global, sino que cada persona llevaría consigo un determinado ‘catálogo’ de historias que se refieren a sí mismo, historias que por otra parte no estarían desgajadas unas de otras, sino que estarían anidadas y relacionadas entre ellas, creando una ‘antología del self’. De esta manera, la identidad no se expresaría en una única gran narrativa, sino que sería una tarea que implicaría la búsqueda de unidad e integración entre la multiplicidad de historias que nos componen. Esta visión que enfatiza la identidad narrativa no como algo global y estático que se adquiere en etapas tempranas del desarrollo (que típicamente está ‘acabada’ en la adolescencia’), sino como siempre en construcción y reconstrucción. Vivir implica cambiar nuestras narrativas personales, bien añadiendo nuevos episodios a este ‘catálogo’, bien cambiando a la luz del presente episodios ya escritos, pero que nunca se cierran del todo. El pasado personal no es algo simplemente pasado, sino que es re-vivido en nuevos términos cuando la persona habla sobre su vida. En estas narraciones, la orientación hacia el futuro también juega un papel en la interpretación de la experiencia presente y pasada. Obviamente, esta visión de la identidad como una narrativa personal que se reconstruye a lo largo de la vida tiene unas implicaciones mucho más interesantes para la Psicología Evolutiva en la adultez y vejez. Así, en la adultez el tema de la generatividad, como ya adelantó Erikson, se convierte en un aspecto clave de las narrativas personales. Cuestiones como el cuidado de los hijos, el avance profesional, el dejar un legado para el futuro, el retornar las oportunidades que la sociedad ha dispuesto para nosotros, etc. son típicas en las narrativas del adulto. Sin embargo, si hay un momento de la vida en el que las narrativas han tenido un interés especial por parte de los investigadores en este tema, ese momento es la vejez. A nuestro juicio, varias razones contribuyen a este hecho: • Como hemos visto en el primer apartado de este mismo capítulo, ya la influyente teoría de Erikson vinculaba la vejez con la tarea de reintegración Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 855 – de la vida vivida, una reintegración que implica pasar revista a lo vivido y reconciliarse con las decisiones tomadas a lo largo de la vida. A medida que envejecemos cada vez somos más conscientes de los finales de nuestras historias personales, y esto conduciría a un impulso para cerrar o resolver esas historias antes de que llegue el fin. • Desde un punto de vista clínico, se ha enfatizado el valor de la ‘revisión de vida’, de la reminiscencia, como tarea terapéutica que contribuye al bienestar en la vejez (Hendricks, 1995). • Por otra parte, y desde un punto de visto más macrosocial (propio, por ejemplo, de la psicología crítica), las historias vitales ayudan a dotar de poder (empowering) a los narradores, emancipando, liberando y dando voz a personas habitualmente sin voz y sin poder. Un ejemplo de estudio sobre narrativas personales especialmente mencionado (quizá porque fue uno de los pioneros) es el de Kaufman (1986). Esta autora recogió historias vitales de más de 60 personas mayores y describió algunos de los procesos mediante los que las personas articulan sus historias vitales. Generalmente, para lograr una coherencia, las personas organizaban su historia personal alrededor de un tema general que daba significado a su trayectoria vital (conseguir cierto estatus, el amor, etc.) Por otra parte, encontró dos aspectos comunes a todas esas diferentes formas de dar significado a la propia vida: • La vejez o el envejecimiento no apareció en ningún caso como elemento central o tematizador de la historia vital de la persona. La edad aparece en las historias, pero más bien vinculada a puntos de anclaje más centrales. Kaufman (1986; p. 6) menciona que ‘las personas que estudié no perciben significado en el mismo proceso de envejecer, más bien perciben significado en estar ellos mismos en la vejez’. • Aunque en las narraciones vitales aparecían acontecimientos históricos, estos funcionaban tan sólo como contexto de la narración, sin ser enfatizados en sí mismos. En las narraciones, lo importante más que las fuerzas históricas eran las propias fuerzas de la persona y sus circunstancias particulares para labrar una vida. Otro ejemplo paradigmático en este sentido lo podemos encontrar en un estudio realizado por Nouri y Helterline. Estas autoras identifican cinco tipologías de narrativas a las que se ajustan las historias vitales contadas por las personas mayores de su muestra (Nouri y Helterline, 1998, pp. 40 y siguientes): • El logro del sueño americano: una historia en la que a partir del trabajar mucho y bien y de la tenacidad individual, las personas superan las adversidades y logran el éxito. A partir de su propia voluntad, la persona es capaz de determinar su propio destino en el mundo. • La vida como lucha: la vida se describe como un proceso duro, la persona tiene que luchar a lo largo del proceso contra la adversidad y el resultado es que se producen algunas ganancias y avances, pero también algunas pérdidas y ‘heridas’. En lugar del patrón ascendente hacia el éxito de la narrativa anterior, en esta se producen altibajos, y, en todo caso, el resultado global a veces es el éxito, pero en ocasiones también el fracaso. – 856 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales • La vida es simple: en este caso las historias son menos elaboradas. La persona se describe como el beneficiario de una buena vida más que como el creador de esa vida. • Dios determina: en este tipo de historia, las creencias religiosas son el factor que da dirección sobre como enfrentarse al mundo y qué tipo de acontecimientos se experimentan en la vida. Entre el protagonista y el mundo se encuentra Dios. • Vivir es compartir: por último, algunas de las personas de la muestra contaban sus vidas como inherentemente unidas a las vidas de otras personas importantes en su vida. En la mayor parte de casos, se trataba de mujeres que supeditaban su historia vital a la de sus maridos. De esta manera, el destino y las decisiones de la otra persona son determinantes esenciales para la dirección que toma la propia vida. De acuerdo con Nouri y Helterline (1998), la tensión básica que provee de fuerza narrativa a las historias vitales es la oposición entre la voluntad y el ‘cosmos’ o las circunstancias que tocan vivir. A partir de esta oposición se narra como se forja el carácter de la persona (y de quienes nos rodean) y su superación o no forma el guión esencial de la historia. Un factor que parecía establecer diferencias entre las narrativas era el sexo de la persona. Así, las mujeres en más ocasiones producían narrativas en las que su propio destino no se encontraba en sus manos (por ejemplo, ‘vivir es compartir’). Mientras los hombres tendían a construir sus historias como héroes en lucha contra el cosmos, en las mujeres la tendencia era a construirlas en relación a Dios o a otras personas importantes en su vida. Esta importancia del género en las narraciones aparece también en otros trabajos, como el de Gergen y Gergen (1993). Estos autores enfatizan como el valor que en occidente damos a una biografía individual centrada en la figura de un héroe en lucha con el mundo se ajusta mejor a los valores típicamente masculinos que a los típicamente femeninos. En consecuencia, las historias de las mujeres tienden a ser más complejas, incluyen aspectos de logro personal, pero también sus obligaciones tradicionales de cuidados de los niños y del hogar, así como aspectos más emocionales que instrumentales (Gergen y Gergen, 1993; pp. 32-33). En concreto, prestan especial atención al papel que juega el cuerpo en las biografías de unos y otros. Observan como los hombres narran su historia con independencia de su cuerpo: este es simplemente un instrumento que les posibilita llegar a realizar su voluntad y conseguir sus metas, claramente separado del sí-mismo. Cuando aluden al cuerpo, estas alusiones En cambio, las relaciones de las mujeres con su cuerpo, tal y como aparecen en las historias vitales, son mucho más estrechas. Las mujeres se identifican más con sus cuerpos y se definen a sí mismas más frecuentemente en función de sus cuerpos. Esto se reflejará de diferentes maneras a lo largo de las diferentes etapas vitales tal y como son narradas por hombres y mujeres: • Los cambios corporales de la adolescencia tienen una mayor importancia para mujeres que para hombres. Para ellas, el hecho de que estos cambios se den antes o después de tiempo es vivido con especial intensidad. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 857 – • En la madurez, los hombres tienden a narrar su desarrollo profesional, enfatizando ideales, metas, aspiraciones de manera totalmente independiente a la organicidad del cuerpo. En cambio, para las mujeres la propia identidad todavía aparece muy ligada a lo orgánico: tener un cuerpo con el que sentirse a gusto es un requisito importante de estar bien con uno mismo más en las mujeres que en los hombres. • En la vejez es quizá el momento en el que el cuerpo aparece con mayor presencia en las narrativas de los hombres. Un cuerpo que se construye como una máquina que falla en ocasiones a pesar de que la voluntad interior permanece intacta. Para las mujeres, el deterioro del cuerpo es vivido más como una amenaza a la propia identidad. Discurso, identidad y envejecimiento Una segunda línea de aplicación de la psicología construccionista al cambio del envejecimiento y que ha resultado ser bastante fructífera es el análisis de los discursos que las personas mayores elaboran respecto a sí mismos en relación con el envejecimiento y la edad. De acuerdo con esta línea de investigación, las personas mayores (y los jóvenes, aunque en este momento nuestro objeto de interés sean los mayores) utilizan procedimientos discursivos para elaborar una identidad de ellos mismos en relación con la edad y con el proceso de envejecimiento, de acuerdo con las necesidades situacionales específicas de ese momento (e interlocutor) y utilizando imágenes, categorías y recursos culturales que remiten a significados compartidos respecto a esos fenómenos relacionados con la edad. Como vemos, la identidad sigue siendo, al igual que hemos visto con el tema de las narrativas e historias vitales, el objeto de estudio preferido por esta perspectiva en relación con el desarrollo adulto y el envejecimiento. En este sentido, y recuperando algunas de las ideas que ya hemos comentado al hablar de las narrativas, es obvio que la noción de identidad que se mantiene desde el construccionismo es diferente a la noción de identidad mantenida desde otras perspectivas evolutivas clásicas, incluso desde algunas que hemos revisado en este mismo capítulo. Wilmot (1995), por ejemplo, diferencia entre dos maneras de entender el concepto de identidad, maneras a las que él denomina ‘paradigmas’: • El paradigma I sería aquel que concibe la identidad como una entidad individual, unitaria y relativamente permanente en el tiempo. Desde un punto de vista evolutivo, el logro de esta identidad se alcanzaría en la adolescencia, para luego ir creciendo o incorporando nuevas cualidades a ese núcleo central a medida que la persona afronta crisis o tareas evolutivas en gran medida normativas y asociadas a ciertos periodos evolutivos. En este sentido, propuestas como las de Erikson o las de Havighurst, revisadas en el primer apartado de este capítulo, encajan perfectamente en esta visión de la identidad. – 858 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales • El paradigma II concibe la identidad de una manera mucho más flexible, como un proceso siempre inacabado y que la persona ha de negociar en los encuentros con los diferentes contextos con los que se encuentra en la vida. La identidad desde este punto de vista es más inestable, a veces múltiple o incluso contradictoria en función de la situación, más que existir una identidad, un self como entidad discreta, existe un self relacional, en la interacción con los otros. Como vemos, esta diferencia entre el self unitario y el self relacional de la que nos habla Wilmot podría considerarse en gran medida paralela a la distinción entre el self como estructura y el self como proceso de la que ya hemos hablado en otros apartados de este capítulo (ver Baltes, Lindenberger y Staudinger, 1998, p. 1084). En el caso de la línea de investigación construccionista que estamos revisando, se opta claramente por la segunda visión de la identidad y se estudia cómo ciertos aspectos y características de la propia identidad pueden ser ‘manufacturados’ por la persona en la interacción discursiva con otras personas y a través de ciertos mecanismos discursivos. Las personas activamente creamos, negociamos y manipulamos nuestros selves en la interacción con el mundo, y especialmente a partir de procesos comunicativos (Williams y Nussbaum, 2001; p. 132). De esta manera, y de acuerdo con el ‘giro lingüístico’ que caracteriza a la psicología postmoderna (y del que hablábamos en el capítulo 9), el lenguaje y su concreción en prácticas discursivas es el foco de interés de esta línea de investigación, pero no tanto como un reflejo de una identidad unitaria interior, sino como un proceso por el que esa identidad se constituye vinculada al contexto comunicativo concreto (Coupland, Nussbaum y Grossman, 1993; pp. xx-xxi). Así, Coupland y Coupland (1995; p. 84) ponen de manifiesto como la identidad, la visión de sí mismo presentada por una persona puede ser muy diferente en función del interlocutor o de la situación. En su investigación, parejas de personas mayores y de mediana edad desconocidas entre sí eran presentadas y se grababa esa primera conversación entre ellas. En algunos casos, observaron como la manera de presentarse y conducirse de una misma persona mayor variaba si el interlocutor era una persona también mayor o si era de mediana edad. Por ejemplo, en uno de los casos una señora de 82 años se presentaba ante una de 79 como socialmente y físicamente activa, implicada en el mundo que le rodeaba y con un gran control sobre su vida, lo que implica diferenciarse positivamente de algunas de las características que había manifestado su interlocutora. Esa misma persona de 82, hablando con otra de 39 años, proyectaba sin embargo, se acomodaba y aceptaba una imagen de dependencia, dificultad, soledad y dificultades económicas que era ya supuesta por su interlocutora. En otra investigación de estos mismos autores, Coupland y Coupland (1994; p. 83 y siguientes) ponen de manifiesto como las representaciones discursivas de la edad y el envejecimiento aparecen muy entrelazadas con consideraciones repecto a la salud y la enfermedad. En una investigación en la que analizaban conversaciones que habían tenido lugar en consultas médicas de atención primaria entre médicos y pacientes mayores. En estas conversaciones, los pacientes (y también los médicos) ‘negociaban’ la importancia y relevancia de ciertos síntomas en función de la edad y de ciertas expectativas culturales Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 859 – respecto a los efectos de la edad en el cuerpo. Así, la gravedad de ciertos síntomas podía ser desactivada por el paciente aludiendo a la edad (‘cómo quiere que me encuentre con la edad que tengo’), relativizarse y utilizarse para verse a sí mismo mejor (‘estoy muy bien para la edad que tengo’) o, por el contrario, presentarse de manera que llamase la atención del médico y de lo que ‘puede ser esperado que pase con la edad’. Por otra parte, también los médicos en ocasiones formulaban su discurso para rebatir ciertas atribuciones excesivas de problemas de salud a la edad, reflejo de una nueva ideología positiva de la atención geriátrica (Coupland y Coupland, 1994; p. 92). Este aspecto de las expectativas de decremento nos lleva a considerar que, incluso desde la óptica construccionista, no todas las construcciones de la propia identidad (y, con concreto, de ésta con relación al proceso de envejecimiento) son posibles, al menos no con igual facilidad. Así, estas construcciones discursivas remitirían, bien sea para reafirmar, bien para alejarse de ellas, a ciertas imágenes y significados culturales asociados al proceso de envejecimiento, significados que básicamente lo asocian a un proceso de declive (ver, por ejemplo, Hazan, 1994; pp. 28-32 o Coupland, Coupland y Giles, 1991; pp. 8-14). De acuerdo con Gergen y Gergen (2000; pp. 281-283), estos significados negativos del envejecimiento están estrechamente ligados a los valores de individualismo a ultranza y productividad de las sociedades occidentales. Una forma de estudiar discursivamente también estos significados compartidos es a partir de las metáforas que las personas utilizan para referirse al envejecimiento. Como ya comentábamos en el capítulo 9, las metáforas son un medio privilegiado para examinar esos significados. En este sentido, parece que todas ellas convergen en una imagen común que podríamos denominar, recogiendo la etiqueta que proporciona Hepworth (1995) ‘modelo vitalista’ del envejecimiento. Hepworth identifica este modelo o teoría de la siguiente manera: ‘Antes de la emergencia de la medicina geriátrica en el siglo XIX, el cuerpo humano se concebía a partir de un modelo dominante según el cuál ese cuerpo poseía ciertas reservas limitadas de energía. De acuerdo con la teoría vitalista, de manera natural esas reservas irían decayendo paulatinamente (...) la única manera de controlar el proceso de envejecimiento sería la práctica de la moderación, con el fin de posponer la vejez tanto como fuera posible’ (Hepworth, 1995; pág. 24). En una investigación realizada por nosotros mismos (Villar, 1998) y en la que se entrevistó a personas de tres estratos de edad diferentes (20 a 39, 40-50 y más de 70) pidiéndoles, entre otras cosas, que elaborasen metáforas sobre el envejecimiento. Muchas respuestas de nuestros entrevistados parecen ajustarse con claridad a este tipo de modelo vitalista de Hepworth. Por ejemplo, obtuvimos respuestas como las siguientes: ‘Es un proceso que yo diría como el de una máquina, una máquina que cuando es nueva va muy bien, funciona perfectamente, entonces esta máquina van pasando los años, va teniendo unos desgastes, entonces pues por esos desgastes va perdiendo sus potencias, o su velocidad (...)’. Hombre, mediana edad. – 860 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales ‘(...) eso es el punto de vista como un ventilador cuando se le retira la energía, que va acabando, va acabando, va acabando, va acabando, aquella energía se agota y para’; Hombre, mediana edad. ‘(...) tenemos, somos, eso que se dice del alma, somos una energía que estamos hechos de energía, y la energía se va apagando como una vela, va envejeciendo, hasta que llega un momento en que la vela se apaga y esto es la muerte’; Mujer mayor. Según este modelo, expresado a través de metáforas como estas, la persona parece concebirse como compuesta por una cierta sustancia finita que se entiende como una fuerza, potencia o energía. Esta sustancia sería el combustible necesario para vivir. Envejecer, de acuerdo a esta metáfora, sería el proceso de agotamiento de este ‘líquido vital’. Por otra parte, la presencia de este modelo implícito de envejecimiento, de esta construcción del proceso por el que nos hacemos mayores presenta también unas connotaciones y resonancias morales muy acusadas. Nos sirve como recursos para etiquetar ciertos comportamientos como ‘buenos’ o como ‘malos’ aludiendo a razones supuestamente ‘objetivas’. Así, nuestros entrevistados argumentaban que beber, fumar, drogarse, trabajar demasiado duramente y, en general cualquier exceso, es no sólo perjudicial para la salud, al suponer un gasto adicional de energía vital que acelera o adelanta el envejecimiento, sino que también va contra el desarrollo ‘natural’ de la vida. Por el contrario, aquellos comportamientos que ayudan a conservar esa energía (atención a la salud, alimentación equilibrada) son intrínsecamente buenos, ‘naturales’. En suma, esta construcción del envejecimiento no sólo define más o menos asépticamente el proceso, sino también una guía de comportamiento que sustenta una serie de juicios morales que favorecen determinados comportamientos sociales y condenan otros o que incluso sustentan ciertas creencias sobre algunos grupos sociales (por ejemplo, los jóvenes y sus hábitos). Estas implicaciones morales parecen estar guiadas por el principio ‘nada en demasía’: aquellos comportamientos que se definen como alejados de lo ‘normal’, excesivos, se conciben como objetivamente negativos porque, en último término, nos acercan a la enfermedad y a la muerte. Sin embargo, no todos los excesos parecen tener una misma condena moral. Son precisamente aquellos que a la vez nos dan placer, los calificados como ‘vicios’, los que reciben mayor condena moral y, a la vez, los que se conciben como más antinaturales y aceleradores del envejecimiento. En último término, los excesos en el trabajo no resultan tan negativos ni suscitan tanta condena moral como los excesos en la obtención de placeres: ‘Depende, porque las personas que tienen más dinero, no todas, pero el mayor porcentaje, es más... es más víctima de los vicios y de los placeres que los que no tenemos. Esto influye sin duda. La persona que lleva una vida, aunque dura de trabajo, una vida sana, no tiene más remedio que conservarse, más que la persona que lleva una vida de excesos’; Hombre mayor. ‘(...) Según la vida que se lleve, claro, porque hay personas que no saben llevar la vida, tienen mucho vicio y muchas cosas y ya no duran Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 861 – tanto, eso es verdad. Saber llevar la vida, llevar una vida buena y limpia, pues esas personas duran más’; Mujer mayor. Al hilo de la presencia de estos significados compartidos sobre el envejecimiento, significados que se centran en la idea de declive y deterioro, una importante cuestión de interés desde esta perspectiva que estamos analizando es examinar los procedimientos por los que las personas, discursivamente, pueden manejar estas imágenes y, de alguna manera, proteger su identidad a salvo de los significados negativos que implican esas imágenes. Williams y Nussbaum (2001; p. 139) comentan algunas de estas estrategias. Una de ellas es lo que denominan el discurso de la auto-excepción, que consistiría en reconocer los aspectos amenazantes del envejecimiento, pero al mismo tiempo diferenciar entre personas que envejecen ‘bien’ y que estarían relativamente a salvo de estos efectos (Williams y Nussbaum, 2001; p. 139). En nuestro propio estudio (Villar, 1998) aparecían algunos indicios de este mecanismo discursivo. Veíamos como en muchas ocasiones las personas (y especialmente las mayores) establecían una separación entre el envejecimiento sano y el envejecimiento patológico. Primero se establecía una diferenciación implícita entre dos tipos de envejecimiento cualitativamente diferentes: el sano y el patológico, generalmente definiendo este último por la presencia de déficits extremos que acarrean invalidez y dependencia. Luego, la persona se autoadscribe al envejecimiento sano, con lo que evita las implicaciones negativas que podría tener para sí mismo. Como afirma Heikkinen (1993; p. 271) podemos encontrar que, junto a una elaboración del envejecimiento como un proceso negativo, con deterioro de la salud, de los sentidos, dolores, memoria frágil o pérdida de relaciones sociales, coexista la percepción de un envejecimiento ‘sano’ o ‘bueno’ que aparece cuando la persona es capaz de mantener alejados de sí esos factores de riesgo. La construcción discursiva de esta oposición de utiliza de manera estratégica para enfatizar el valor del propio envejecimiento como algo comparativamente positivo. El mensaje que parece derivarse de este tipo de discurso es algo así como ‘bien, envejecer en general es malo, pero yo soy capaz de ‘saltarme las reglas’ y sentirme joven y fuerte’. El efecto es el mismo que describen Harwood, Giles y Ryan (1995) al analizar interacciones conversacionales del tipo ‘no aparentas para nada la edad que tienes’ o ‘estoy muy bien de salud para los años que tengo’. Presentarse a sí mismos como una excepción, como un caso especial de ‘buen envejecer’, no solamente parte de una imagen genérica del envejecimiento negativa, sino que sirve además para apuntalarla, algo así como ‘yo soy la excepción (de buen envejecer) que confirma la regla (de envejecimiento negativo)’. Una segunda estrategia para evitar las implicaciones del envejecimiento consiste en la diferenciación entre envejecimiento biológico y envejecimiento psicológico en los contextos en los que la aplicación del envejecimiento biológico, con su carga de connotaciones negativas, podría amenazar la imagen que se tiene de uno mismo. De esta manera, la persona es capaz de negociar su identidad de manera que haya una parte de sí mismo, interna, que permanezca inmune más allá de los cambios que acontecen con la edad. La esencia no ha envejecido, aunque el – 862 – Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales cuerpo sí lo haya hecho, el cuerpo puede ser viejo, pero la persona sigue siendo joven ‘por dentro’. Se trata de la idea de self sin edad (Kaufman, 1986), que ha sido una de las estrategias asociadas por la investigación anterior al mantenimiento del propio autoconcepto y autoestima en términos positivos (por ejemplo, Thomson, 1993). Tal y como plantean autores como Öberg (1996; pp. 702-703) o Dittmann-Kohli (1994; p. 4), esta diferenciación que se establece entre ambos tipos de envejecimiento remite a una idea profundamente arraigada en la cultura y la filosofía occidental: la distinción entre cuerpo y alma. Esta diferenciación estaba ya presente en las ideas de Platón, quien contemplaba el alma como la esencia de la persona, mientras que el cuerpo era, en el mejor de los casos su modo de expresión y en el peor, si se sucumbía a los deseos de la carne, una prisión que impedía al alma abandonar el mundo material para incorporarse, tras la muerte, al mundo de las ideas. Tal diferenciación entre cuerpo y alma, estando el primero subordinado a la segunda, fue incorporada por el pensamiento cristiano y posteriormente aparece también de manera clara en el pensamiento de otros filósofos, como podría ser Descartes. Así, en relación con el envejecimiento, mientras el cuerpo (lo que hemos venido denominando dimensión físico-biológica del ser humano) sería pura materia y por ello víctima de los estragos del tiempo sobre ella, habría una segunda dimensión, más elevada, el alma o la mente, que básicamente podría permanecer inmune al paso del tiempo, estable independientemente de la edad y del declive del cuerpo. Por su parte, Hepworth (Featherstone y Hepworth, 1990; Hepworth 1991; 1995) argumenta que esta disociación entre las dimensiones psicológicas y físicas del envejecimiento se expresaría en lo que denomina metáfora del ‘envejecimiento como máscara’. Según está metáfora, tenderíamos a contemplar el envejecimiento como una especie de ‘máscara’, como un disfraz o un maquillaje que afecta a la dimensión física y observable de la persona, pero que oculta tras de sí una personalidad y características psicológicas básicamente atemporales. Bajo la apariencia externa, bajo el declive irreversible y el deterioro del cuerpo con el paso del tiempo, se escondería una misma persona, con los mismos sentimientos y pensamientos que cuando se es joven. En el caso de deterioro extremo (incapacidad para comportarse o comunicarse coherentemente, incontinencia, ausencia de coordinación física, etc.), el disfraz se convertiría en una especie de jaula dentro de la que el yo se encuentra prisionero, con un cuerpo que no es capaz de expresar la verdadera identidad que se encierra dentro de él. Es importante remarcar, en cualquier caso, que esta estrategia en ningún momento contradice ese conocimiento compartido sobre el envejecimiento. La persona reconoce que está envejeciendo (y por lo tanto asume ciertos significados negativos implicados en ello), pero relega este envejecimiento al ámbito de lo biológico, dejando la esfera de lo psicológico como libre de ese proceso. La autoasignación de una ‘juventud interna’ con independencia del cambio biológico, permite poder conservar en cierta medida el valor de la juventud y desactivar la carga simbólica negativa que conlleva el proceso de envejecimiento. Desarrollo adulto y envejecimiento: modelos sociocontextuales – 863 – Un tercer método de proteger la propia identidad y construirla en términos positivos es estereotiparse a uno mismo aludiendo a tipologías o rasgos deseables de las personas mayores (Williams y Nussbaum, 2001; p. 140). En este caso, las alusiones a la experiencia o a roles como el de abuelo serían ejemplos típicos. Otra imagen positiva evocada en el discurso de los mayores es la apropiación de la idea de self como un superviviente, como un héroe de la propia biografía, como el protagonista de una lucha y consecución de triunfos personales, con una tenacidad capaz de superar las tribulaciones y dificultades de toda una vida. Como vimos en el apartado anterior, este tipo de construcción es evocado muy frecuentemente en las narrativas sobre el ciclo vital. Por último, en algunos casos los discursos de las personas mayores muestran una utilización estratégica de esas imágenes y significados negativos asociados al envejecimiento y los mayores, autoadscribiéndose a ellos para obtener ciertos fines contextualmente relevantes (Coupland y Coupland, 1993). Por ejemplo, en las conversaciones entre médicos y pacientes, los pacientes mayores pueden construir sus dolencias y síntomas como algo ‘propio de la edad’ para justificar que no vale la pena dejar ciertos hábitos y estilos de vida (por ejemplo, dejar de fumar, de beber, no hacer dieta, etc.) Como vemos, la identidad desde el punto de vista construccionista aparece como algo fluido, negociable y en todo caso situada contextualmente. De la misma manera y como comentan Harwood, Giles y Ryan (1995; pp. 136-137), el envejecimiento y la edad no aparecen como entidades monolíticas y ‘objetivas’, sino como fenómenos construidos socialmente en contextos interactivos y, por ello, como categorías sujetas a negociación.