CONDICIONES PREVIAS PARA UN SISTEMA NACIONAL DE POSGRADO Leonardo Viniegra * La palabra sistema está de moda y por lo mismo se usa sin recato para calificar casi cualquier cosa. A partir del surgimiento de la teoría general de sistema con Von Bertalanffy, la noción de sistema se desarrolló, a grado tal, que hoy día representa una corriente de pensamiento influyente que se opone al mecanicismo y al reduccionismo. Cabe distinguir dentro de la teoría de sistema lo que se refiere, por un lado, a los sistemas de conocimiento en tanto que metodología de investigación de la naturaleza –opuesta, por ejemplo, al atomismo- y por el otro, a los sistemas naturales como forma de existencia de algunos sectores de la realidad, v. gr: sistemas biológicos, lingüísticos, ecosistemas, etc. El uso el concepto de sistema en cualquiera de esas dos vertientes apuntadas, debe considerar ciertos atributos so pena de desvirtuarse y convertirse en un término vacío. Cuando nos referimos a un sistema pretendemos definir a un conjunto de elementos que cumplen una función específica y complementaria entre sí, lo cual supone un grado elevado de concordancia y compatibilidad entre los integrantes de tal conjunto. Una de las limitaciones más importantes de la concepción sistémica se presenta cuando se aplica a proceso reales en movimiento, evolutivos, en constante devenir. Tal es el caso de las sociedades y las organizaciones que les son propias. La idea de sistema que implica estructura, es decir, cristaliza las características de las relaciones que ocurren entre los integrantes del sistema, obstaculiza, por lo mismo, el conocimiento de proceso donde los elementos constitutivos intercambian funciones, asumen funciones nuevas, todo lo cual modifica sus relaciones recíprocas. Las limitaciones del enfoque sistémico se hacen todavía más ostensibles en una sociedad como la nuestra cuyo rasgo distintivo es un centralismo ancestral resultado de un largo proceso histórico. El centralismo se expresa en lo económico, lo político y lo social con la consecuente supeditación de la provincia (periferia) a los intereses del centro. Tal centralismo ha condicionado que el momento histórico de cada una de las diversas y numerosas comunidades medianas y pequeñas, tenga un grave desfase con respecto a los grandes centros urbanos y a su vez, estos últimos también lo tengan con relación al Distrito Federal. Este desfase del momento histórico significa que lo que para algunas comunidades se vive como una necesidad perentoria e inaplazable, v. gr.: dotación de agua potable, para otras más, constituye una etapa ulterior que aún no se percibe como una necesidad, como en las comunidades indígenas que subsisten en el pauperismo y subalimentados. * División de Estudios de Posgrado e Investigación, Facultad de Medicina, UNAM Si ahora nos ubicamos en el campo de la educación, nos daremos cuneta que la aparente homogeneidad y complementariedad de los niveles de estudios: elemental, medio, superior, posgrado, no es tal sino que subyace una enorme disparidad al interior de cada nivel y un grave desfase entre los niveles de eso que se ha llamado, eufemísticamente, sistema educativo nacional. Los estudios de posgrado en nuestro país tienen un desarrollo profundamente desigual en virtud del centralismo, por lo que no es dable configurar un verdadero sistema ni siquiera al mediano plazo. Algunas instituciones de educación superior cuentan con estudios de posgrado desde hace algunas décadas, otras, en cambio, apenas los han iniciado. Se desprende de lo anterior que los problemas y necesidades que afrontan las instituciones educativas a nivel de posgrado, son disímbolos y por ahora incompatibles con estrategias de superación compartidas, salvo la amplia convergencia ocurrida bajo el común denominador de la grave situación económica que degrada el trabajo intelectual orillándolo a condiciones precarias de subsistencia. Un supuesto básico para avanzar consiste en clarificar, con mayor amplitud y precisión, el papel de las instituciones de educación superior, en particular en el posgrado, en una nación como la nuestra considerando no sólo sus peculiaridades al interior, sino, particularmente, su ubicación dentro de la compleja interrelación de las naciones en el mundo de hoy donde nuestro país ocupa un lugar subordinado y dependiente. Nuestra sociedad ha sido sometida durante prologados periodos de tiempo a una desmovilización sistemática; como consecuencia de este hecho, ha adquirido un rasgo característico; el que suele responder, organizadamente, sólo a las demandas más apremiantes del momento; no forma parte de su visión ni mucho menos de sus actitudes colectivas, la anticipación basada en perspectivas del mediano y largo plazo. Tal situación debe constituir uno de los puntos de partida de un replanteamiento del papel de las instituciones educativas. Se menciona reiteradamente que las instituciones de educación superior alcanzan su razón de ser en la medida en que se vinculan con la realidad que las contiene, comprometiéndose con al superación de la sociedad en su conjunto; tal planteamiento es vago y poco esclarecedor. Si verdaderamente se pretende avanzar en la superación de los intrincados problemas del país, en cualquier ámbito de actividad, el punto de partida no puede ser otro que un profundo conocimiento de la realidad imperante, lo cual es base indispensable para la puesta en marcha de estrategias de solución efectivas y viables. De lo anterior deriva que la función de las universidades en circunstancia alternamente complejas, no consiste en responder en manera “automática, inmediata y poco reflexiva a las demandas apremiantes que determinados sectores de la sociedad civil o del estado les plantean. El papel insustituible de la universidad es dotar a la comunidad que la sostiene de aquellos profesionales capaces de promover acciones anticipatorios ante las diversas situaciones problemáticas que enfrenta la sociedad. Estas acciones se hacen factibles en la medida en que se ahonda en el conocimiento de los comos y los porqués de la situación prevaleciente. Utilizando la terminología propia de la medicina puede afirmarse, que la verdadera superación de los problemas solo es dable por medio de acciones preventivas, las correctivas son poco eficaces y muy costosas. El asunto es complejo pues no hemos de olvidar que la educación en general constituye una de las instancias clave en la reproducción de la sociedad, en particular en la esfera ideológica. Esto significa que la escuela dista mucho de ser institución donde verdaderamente inician las transformación sociales –como supondría los ideales educativos-, por el contrario, su papel predominante en la sociedad que le contiene es el de perpetuar en determinadas “formas de ser” que oponen tenaz resistencia a cualquier cambio de fondo. Analicemos, a guisa de ejemplo, ese rasgo distintivo de nuestra sociedad que cobra conciencia colectiva de sus problemas cuando estos han adquirido un carácter catastrófico; lo cual se explica por la escasa participación de la comunidad en la gestión de su propia vida colectiva que retarda la emergencia de los síntomas de malestar social a grado tal que cuando hacen su aparición es porque la situación es de extrema gravedad y por lo tanto insostenible. Dicho en otros términos, la acentuada desmovilización social hace posible el predominio abrumador de actitudes pasivo-receptivas, de estar “en espera” de que otros sean los que tomen la iniciativa para opinar, criticar, realizar, dirigir, etc. En el ámbito tales actitudes han cristalizado en una corriente de pensamiento y acción pasivoreceptiva que lejos de debilitarse se perpetua; su predominio en dicho ámbito nos prefigura y un alumno incapaz de aprovechar las diversas opciones de aprendizaje que en las instituciones educativas ofrecen, en el mejor de los casos, es un ante receptor la información capaz de retenerla. En el profesor es donde se hace gravitar prácticamente toda la responsabilidad de los resultados educativos, con énfasis en su capacidad para transmitir los conocimientos. Corolario de lo antedicho es que para la tendencia pasivo-receptiva el papel crucial de la educación recae en las cualidades del maestro; por lo mismo, los mayores esfuerzos se dedican a la superación de la enseñanza a través de modificar el quehacer del profesor, dejándose de lado ciertas cualidades de los alumnos, que frecuentemente son decisivas para la buena marcha del proceso de enseñanza-aprendizaje. Empero, el indicador más significativo del predominio de esa corriente se refiere al lugar que se le asigna a la investigación en todo el proceso educativo. Para la tendencia pasivo-receptiva la investigación es una actividad altamente especializada que se ubica en la cúspide escalafonaria de las capacidades académicas, se concibe como una labor que únicamente pueden realizar los iniciados y sólo pueden asimilar unos cuantos. Como es de suponer, las conductas pasivo-receptivas son contrarias al desarrollo de actitudes anticipatorios de ahí la importancia de clarificar, con mayor detalle, la concepción misma de la anticipación, en el momento histórico que vive nuestro país. En lo que toca a las universidades, implica una reinterpretación de las funciones tradicionales que se le atribuyen, a saber: la docencia, la investigación y la difusión de la cultura pero no como acciones inconexas y poco articuladas, se trata de avanzar hacia una verdadera integración de esas tres esferas de actividad. Un aspecto a resaltar, como ejemplo del objetivo anticipatorio antes referido, lo constituye ese problema educativo de primer orden que puede resumirse en cómo enfrentar la situación actual donde el conocimiento se expande sin cesar a un ritmo tal que imposibilita a cualquier profesional mantenerse debidamente actualizado. Los programas educativos se esfuerzan constantemente por adecuarse a la realidad cambiante a pesar de lo cual es desfase entre lo nuevo que se conoce y lo que se enseña se acrecienta día con día. Se pierde de vista que la prioridad del aprendizaje no radica en abarcar los múltiples contenidos del conocimiento sino en al forma en que se asimilan éstos. Insistir en que el propósito central del aprendizaje es incorporar los contenidos rápidamente cambiantes del conocimiento nos llevará, en el corto plazo, a un callejón sin salida, seremos incapaces de afrontar, con mínimas posibilidades de éxito, los problemas que la realidad genere. Los tiempos de la enseñanza libresca –enciclopédica- donde el maestro era el depositario del saber y el alumno un receptáculo en espera de ser ocupado por los conocimientos, han pasado. Resulta imperativa una transformación de la realidad educativa cuyo punto de partida sea una conceptualización más apropiada del proceso enseñanza-aprendizaje. Es preciso desprendernos de la orientación pasivo-receptiva, lo fundamental son otras capacidades de los alumnos y los profesores que apunten al desarrollo de actitudes y acciones anticipatorios que transformen la realidad imperante. Se debe desarrollar en el alumno las capacidades para obtener, seleccionar, aplicar, criticar y generar información; en el profesor las de promover y orientar la participación y la crítica. De lo que se trata es de fortalecer la orientación activo-participativa que pone el énfasis en la integración de la práctica y la teoría, enriquecida por la discusión crítica al interior del proceso educativo. Sin embargo, no basta tal integración si dejamos de lado la esencia de la participación: la generación del conocimiento. La investigación es la herramienta de aprendizaje por excelencia de acuerdo a la orientación activo-participativa y debería incorporarse a los programas de estudios desde las etapas más tempranas. Se trata en suma, de desarrollar los métodos de asimilación, producción y crítica del conocimiento. La educación participativa habrá de pernear todos los niveles para constituirse en la tendencia dominante, y sólo así será posible transformar la educación en un auténtico resorte del progreso y superación. Lo anterior no es disociable, ni independiente, del proceso social global, por lo que no podemos aspirar a una verdadera transformación educativa en tanto la participación efectiva de la comunidad en la conducción de la vida social no alcance un mayor nivel en nuestro país y se den condiciones propicias para que la creación, la innovación y la crítica se desplieguen sin cortapisas. Si estamos de acuerdo en que la función anticipatorio es la prioritaria en las instituciones de educación superior, coincidiremos también en que es a nivel de posgrado donde pueden iniciarse y en su caso fortalecerse, con mayores posibilidades de éxito, los esfuerzos en aquella dirección. En la actualidad, diferentes posgrados que se encuentran en una etapa incipiente de desarrollo, dedican buena parte de sus esfuerzos a la creación de programas donde la investigación no aparece como quehacer sustantivo. Se trata de un ejemplo típico de lo que deberíamos desestimular. Los egresados de semejantes programas estarán poco dotados para procurarse con éxito su educación permanente y mucho menos contribuir con nuevos conocimientos que permitan profundizar en la comprensión de la realidad imperante. Una vez culminado su programa, tales egresados pasarán a engrosar las filas de aquellos profesionales dependientes de los programas de enseñanza continua para no caer por completo en la obsolescencia. Dentro de las características de la educación participativa hemos destacado dos atributos de los egresados: su capacidad para investigar y su capacidad de crítica ante su propio quehacer y el de sus colegas. Los programas de maestría y doctorado, en su modalidad actual, apuntan a la formación de investigadores y por lo mismo constituyen las respuestas más congruentes de las universidades a la sociedad que las cobija de cara a la perspectiva anticipatorio que se ha delineado. Sin embargo, la capacidad de crítica –entendida como el juicio analítico acerca de una determinada obra o actividad que al poner de relieve sus limitaciones es base de eventuales superaciones- sólo se desarrolla de manera incipiente en muchos programas. Resulta paradójico que en un país con abundantes y destacadas realizaciones en el área de las humanidades, donde la crítica es una robusta tradición que se ha constituido en una de sus herramientas de conocimiento y de trabajo más prominentes, exista, por otro lado, en el área de las ciencias, un desarrollo raquítico en ese método de conocimiento; no me refiero aquí a la crítica de los aspectos metodológicos en sentido restringido (diseño, análisis estadístico, interpretación de resultados, etc.) sino a niveles de análisis y reflexión que tomando distancia de la realidad inmediata –en este caso el proceso de investigación- hagan posible el desarrollo de enfoques interdisciplinarios que permitan al científico, por ejemplo, comprenderse a sí mismo y a su práctica al interior de una sociedad compleja que es el resultado de un largo proceso histórico. No parecería justificable, en los tiempos que corren, que un científico desconozca o sé desentienda de la realidad del mundo moderno donde Lara relaciones desiguales entre los países condicionan que unos tengan sobreabundancia de recursos y otros tengan graves dificultades para sortear sus necesidades más elementales y apremiantes. Igualmente sería inaceptable que un investigador ignore el diferente papel que cumple el quehacer científico –en su concepción actual- en un país hegemónico y en una sociedad subordinada como la nuestra. De lo anterior se desprende que para el desarrollo de un “perfil anticipatorio” en los alumnos de posgrado, es necesario un mayor acercamiento entre las humanidades y las ciencias a fin de dotar a éstas, de la visión crítica que procuran las humanidades y a aquéllas del rigor metodológico que es propio de las ciencias. He aquí la que a mi juicio es una de las mejores estrategias para avanzar al interior de ciertos programas educativos, hacia ese objetivo de los estudios de posgrado que hemos delineado a lo largo de este trabajo. Es claro que el tiempo histórico de cada uno de los posgrados es diferente, no obstante considero que es posible aproximarnos si podemos ponernos de acuerdo en una concepción del posgrado que sea común para todos nosotros. De ser el caso, estaremos en condiciones de avanzar en el desarrollo de programas de estudios que respondan a necesidades regionales que sin perder la perspectiva anticipatorio converjan en una auténtica complementariedad, que siente las bases para acercarnos, en su momento, a lo que sería un sistema nacional de estudios de posgrado. Lo que ha ocurrido hasta ahora es una serie de esfuerzos desarticulados, intentando responder a las supuestas exigencias del momento, cancelando o estrechando al máximo las posibilidades de desarrollo de programas que aspiren a soluciones de fondo, de algunos de nuestros graves problemas. Tales acciones no sólo desvirtúan el papel del posgrado sino que nos alejan más de la aspiración que ha dado nombre a este congreso. Bibliografía ANUIES, Anuario estadístico de posgrado 1986, Ed. ANUIES, 1987. Bertalanffy, L. V., Teoría general de los sistemas. Fundamentos, desarrollo, aplicaciones, Ed. Alianza, Madrid, 1976. Ferrater, M. J., Diccionario de filosofía, tomo 4, Ed. Alianza, Madrid, 1979. Kaplan, M., Ciencia, sociedad y desarrollo, Ed. UNAM, 1987. Ley orgánica de la Universidad Nacional Autónoma de México, Legislación, UNAM, 1987. Planes de estudios del posgrado, Secretaría Ejecutiva del Consejo de Estudios de Posgrado, UNAM, 1984-1985. Viniegra, L., “Los intereses académicos en la educación médica”, Rev. Invest. Clín. (Méx.), 39: 281-290, 1987. Viniegra, L., “La investigación como herramienta de aprendizaje, Rev. Invest. Clín. (Méx.), 40: 190-197, 1988.