Conductas desafiantes y contexto: el caso de Hector, un joven con retraso mental vinculado a un Síndrome de Cornelia de Lange Javier Tamarit. Equipo CEPRI. Madrid. Publicado en: Revista Catalana d’Educació Especial i Atenció a la Diversitat SUPORTS Vol. 1, nº 2, Diciembre de 1997, 105-116 Con el título: “Conductes desafiadores i context. El cas d’Hèctor, un jove amb retard mental vinculat a una síndrome de Cornelia de Lange” 2 Conductas desafiantes y contexto: el caso de Hector, un joven con retraso mental vinculado a un Síndrome de Cornelia de Lange Javier Tamarit. Equipo CEPRI. Madrid. Revista Catalana d’Educació Especial i Atenció a la Diversitat SUPORTS. Diciembre de 1997. INTRODUCCIÓN Desde muy diversos ámbitos estamos, en la actualidad, asistiendo a importantes desafíos referidos a la valoración y a la actuación ante las necesidades de las personas con retraso mental. El nuevo concepto de Retraso Mental (Luckasson y cols., 1992; Verdugo, 1994; Font, 1997) ha sido catalizador de nuevas actitudes, de nuevos modos de pensar sobre ello, de pensar en las personas antes que en los Centros y Servicios. Ha sido también impulsor de nuevos planteamientos de intervención y gestión. En este sentido, se está realizando un importante esfuerzo por aunar intervenciones que tengan un impacto real positivo en la mejora de la calidad de vida de las personas con retraso mental, con procesos de gestión en las organizaciones que se caractericen por una calidad total, por una mejora continua. En concreto, el modelo propuesto por Schalock (Schalock, 1997) puede ser una poderosa herramienta para lograr la mejora de la calidad de vida en las personas y la mejora continua en las organizaciones proveedoras de los apoyos necesarios para ellas. Pues bien, es dentro de este marco donde se inscribe este artículo. Hector no es un representante anónimo del colectivo de personas con retraso mental. Hector es un joven con retraso mental. La comprensión de sus necesidades desde las propuestas que se plantean en el párrafo anterior genera modos de intervención dirigidos a dotarle con los apoyos que requiere para mejorar su calidad de vida en los contextos en los que se desenvuelve. Apoyos para la mejora en las diferentes áreas de habilidades adaptativas, apoyos para mejorar el estado psicológico emocional, para mejorar la salud, adaptaciones del entorno para facilitar una mejora en la expresión de sus capacidades. Hector, además, como luego veremos y es mi objeto aquí, tiene cierta vulnerabilidad que hace que aumente la probabilidad de presentar en determinadas situaciones conductas desafiantes; pero no es este tipo de manifestaciones comportamentales el foco central de las acciones de Hector 3 (Hector hace, como todas las personas, muchas más cosas además de conductas desafiantes), ni el fin de la intervención se dirige únicamente a ellas (no solo se realizan acciones para modificar esos comportamientos). Es decir, la manifestación de conductas desafiantes en Hector no es todo; y la intervención no está totalmente modulada por la presencia de esas conductas. Las conductas desafiantes son una expresión más de las interacciones entre las personas y sus entornos. No son una fatalidad vinculada sin remedio a la patología de las personas. No son un problema de la persona (y por eso no nos referimos a ellas como problemas de conducta) sino una manifestación de las competencias de la persona en interacción con un entorno físico, social y cultural determinado. Pero, ¿a qué nos referimos concretamente cuando hablamos de conductas desafiantes?. El concepto de conducta desafiante: Emerson (1995) define así la conducta desafiante: “conducta culturalmente anormal de tal intensidad, frecuencia o duración que es probable que la seguridad física de la persona o de los demás corra serio peligro, o que es probable que limite el uso de los recursos normales que ofrece la comunidad, o incluso se le niegue el acceso a esos recursos” (p. 4-5). El factor cultural, contextual, es crucial, por tanto, en la consideración de estas conductas; lo mismo cabe decir acerca de las consecuencias de las mismas: no solo es el riesgo o peligro físico lo que determina su relevancia, sino también la probabilidad aumentada de limitar a la persona a entornos más restrictivos. El propio autor pone claros ejemplos: “Conductas particulares solo pueden ser definidas como desafiantes en contextos particulares. Por ejemplo, gritar fuerte y usar un lenguaje insultante es probable que se tolere (incluso se perdone) en la fábrica o en un partido de fútbol. La misma conducta sería ciertamente desafiante si se realizara durante un oficio religioso. La agresión física se valora positivamente en el cuadrilátero. Una grave agresión a uno mismo, sin embargo, es probable que sea vista como una conducta desafiante si la manifiesta una persona con retraso mental, pero puede ser vista como una señal de piedad religiosa cuando la muestra un penitente” (p. 9-10). Es decir, la conducta desafiante es una expresión más, peculiar, de la persona en interacción con el entorno. Y cabe hacer cierta analogía con respecto al nuevo concepto de Retraso Mental. En este sentido se afirma: “El retraso mental no es algo que uno tenga, como los ojos azules o un corazón enfermo. Ni es tampoco algo que uno sea, como bajo o delgado. (...) El Retraso Mental se refiere a un particular estado de funcionamiento que comienza en la infancia y en el que coexisten limitaciones intelectuales junto con limitaciones relacionadas en habilidades adaptativas” (Luckasson y cols., 1992, p. 9). Pues, del mismo modo, la conducta desafiante no es algo que tenga la persona o no es algo que sea la persona. La persona no es toda ella una conducta desafiante. Tal y como he expresado en otro lugar: “el término ‘desafiante’ no hace referencia a conductas realizadas intencionadamente por una persona para desafiar, retar ó provocar a su interlocutor; el desafío se dirige a los servicios y recursos destinados a su desarrollo personal y social. Un comportamiento desafiante hace que centremos nuestra atención no en la ‘culpa’ de quien lo manifiesta sino en el contexto en el que se produce y en los recursos que debemos disponer para favorecer que, en el futuro, ante una situación similar, el comportamiento expresado sea ajustado y eficiente en ese contexto.” (Tamarit, en prensa). En 4 resumen, la conducta desafiante no es algo de uno o del interlocutor, tiene su sentido en la interacción entre ambos en contextos determinados. Incidencia de conductas desafiantes en personas con retraso mental: En un estudio reciente (BorthwickDuffy, 1994), se analizó la presencia o ausencia de conducta destructiva de cerca de cien mil personas del Estado de California que presentaban discapacidad psíquica (en concreto, que estaban haciendo uso de los servicios y recursos dispuestos para las personas con retraso mental), de todas las edades, rangos de retraso, tipo de atención y entornos de vida (vida en familia, en grupo reducido en la comunidad, en instituciones cerradas, etc.). Los resultados obtenidos indicaban que aproximadamente el 15% (más de 13.000 personas) despliegan grados importantes de al menos una de las conductas analizadas (conducta agresiva, conducta autolesiva, destrucción de bienes). Según este estudio aproximadamente 6 personas de cada 10.000 presentan algún tipo de conducta destructiva grave. Estos datos son superiores a los obtenidos en otros estudios realizados en Inglaterra también con una amplia población de personas con discapacidades evolutivas. Según Emerson (op. cit.) aproximadamente 2 personas de cada 10.000 presentan conductas desafiantes importantes, incidencia equivalente al 6,1% de las personas administrativamente definidas como personas con discapacidad del aprendizaje. Fenotipos conductuales en síndromes específicos: Generalmente se tiende a asumir cierta actitud de indefensión ante manifestaciones conductuales desafiantes realizadas por personas con síndromes determinados. Así por ejemplo, se considera que es ‘normal’ que una persona con síndrome de Lesch-Nyhan presente conductas autolesivas, muy serias, tales como morderse los labios y las manos, produciéndose en ocasiones daños muy importantes con pérdida de tejido; o conductas de agresión a otros, tales como cabezazos, lanzar objetos, tirar las gafas... No obstante, no todas las personas con este síndrome (neurológicamente tienen un desarrollo motor anormal –no llegan a adquirir la sedestación-, tienen parálisis cerebral y movimientos involuntarios; intelectualmente, la mayor parte de ellos habla y tienen cierto buen nivel) presentan esas manifestaciones autolesivas; además, tras las manifestaciones de agresión al entorno manifiestan estar compungidos por sus actos, lo que indica una alteración importante en los mecanismos de control voluntario de la acción (Nyhan, 1994). En un estudio realizado con 42 pacientes con síndrome de Lesch-Nyhan (Anderson y cols., 1992) se encuentra que son altamente sociables y que sus manifestaciones conductuales están muy moduladas por el nivel de estrés; así, actividades interesantes, con bajo nivel de estrés, tales como ir en el coche, jugar con los amigos o disfrutar entretenido con algo, se asocian a niveles muy bajos de ocurrencia de conductas autolesivas; por el contrario, situaciones o eventos estresantes tales como la enfermedad, personas o situaciones nuevas y quitar los mecanismos de restricción para el baño, se asocian, de acuerdo a las respuestas de los padres, con altas tasas de conductas autolesivas. Otro autor (Carr, 1977), al realizar un exhaustivo análisis de las motivaciones subyacentes a las conductas autolesivas, afirma que, aún en el caso de la existencia de claras alteraciones orgánicas, tales como en el 5 síndrome de Lesch-Nyhan, existen importantes evidencias de componentes operantes y de control estimular. En el caso del síndrome de autismo también las características conductuales configuran un cuadro de cierta semejanza entre las personas que presentan este trastorno, pero las posibilidades de mejora con intervenciones adecuadas son realmente muy elevadas (Tamarit, 1995a, 1995b y 1996). Todo esto significa que deberíamos huir de planteamientos deterministas con respecto a las conductas desafiantes. Expresiones tales como ‘se muerde los labios porque es un Lesch-Nyhan’, o ‘tiene una conducta compulsiva con la comida porque es un Prader-Willi’, o ‘se muerde la muñeca porque es autista’ no hacen sino, en primer lugar, olvidar que tras la alteración hay una persona concreta; y en segundo lugar, obstaculizar cualquier propuesta de intervención (‘no vas a conseguir nada porque su síndrome es así’). Frente a este predeterminismo de la patología, yo plantearía la dimensión de vulnerabilidad. Es decir, cada persona tendrá una mayor o menor probabilidad de manifestar conductas desafiantes de acuerdo a la condición etiológica que subyace a su discapacidad; así, existirá una mayor vulnerabilidad a manifestarse con conductas desafiantes en el caso de ciertos síndromes como los descritos, pero aún en los casos de mayor vulnerabilidad (tal y como se plantea con el síndrome de LeschNyhan) la manifestación concreta de esa vulnerabilidad, de esa tendencia, dependerá no solo de la condición biológica sino también de las habilidades adaptativas con las que cuente la persona y de las habilidades del medio para relacionarse y ajustarse a sus necesidades. Esto es, siempre hay algo que hacer; y toda persona, con independencia del síndrome, mejorará en la conducta si le proporcionamos los apoyos adecuados. DESCRIPCIÓN DEL CASO En el caso de Hector se plantean los interrogantes mencionados en la anterior sección. Hector es un joven de dieciocho años con retraso mental vinculado a un síndrome de Cornelia de Lange. Presenta, en pocas ocasiones actualmente, trastornos episódicos de descontrol conductual aparentemente inmotivados; y también conductas agresivas hacia otras personas. Posteriormente se detallarán ambas manifestaciones, así como las presentadas en etapas anteriores. Pero antes se analizarán las características que acompañan generalmente al síndrome de Cornelia de Lange, tanto a nivel físico como psicológico y conductual. Características biológicas, psicológicas y conductuales en las personas con síndrome de Cornelia de Lange: El síndrome de Cornelia de Lange, a veces referido como síndrome de Brachmann-de Lange, toma su nombre de una pediatra holandesa quien en 1933 descubrió, casualmente, a dos bebés, de 17 meses y 6 meses respectivamente, con muy similares características (Brachmann describió un paciente similar en 1916). Existe una fuerte sospecha de origen genético (probablemente vinculado al cromosoma 3). En primer lugar, las características biológicas más sobresalientes son: bajo peso en el nacimiento (inferior a 2.500 gr.), corta estatura y crecimiento retrasado y microbraquicefalia. Otras características típicas son cejas pobladas 6 que se juntan frecuentemente en el entrecejo (sinofridia) y pestañas largas, agujeros nasales en posición anterior y puente nasal deprimido, labios delgados, curvados hacia abajo. Otras características frecuentes son: hirsutismo (vello corporal excesivo, especialmente en espalda), manos y pies pequeños, moderada limitación en la extensión de los codos... En cuanto a características relacionadas con la salud, destacan reflujo gastroesofágico, crisis epilépticas, defectos cardíacos, paladar hendido, anormalidades en la vejiga y dificultades en la alimentación (The Cornelia de Lange Syndrome Foundation, Inc.: http://cdlsoutreach.org/ ; Borderas y cols., 1974). En segundo lugar, en cuanto a las características psicológicas de este síndrome congénito (es decir, presente desde el nacimiento) que afecta a entre 1:10.000 y 1:30.000 entre los nacidos vivos, cabe destacar las siguientes: siempre se manifiesta un funcionamiento intelectual limitado, por debajo de la media, en general en el rango de moderado a grave en términos de C.I. En un estudio realizado en Dinamarca (Beck, 1987) se evaluó mediante la Escala de Madurez Social de Vineland a treinta y seis personas con Síndrome de Cornelia de Lange con edades comprendidas entre los 5 y los 47 años. En este estudio se obtienen los siguientes resultados, en las distintas subescalas de la prueba: Autonomía general: el 78% de los pacientes eran capaces de ejecutar amplias habilidades de autonomía general. Autonomía en la comida: el 56% de los pacientes no necesitaba ayuda, o ésta era mínima, en esta área. Autonomía en el vestido: al igual que en la anterior el 56% de las personas tenía práctica autonomía en este aspecto. Locomoción: el 39% podían moverse sin gran apoyo por los alrededores de su casa. Ocupación: aunque todos requerían apoyo para gestionar sus asuntos personales, el 50% realizaban alguna ocupación independiente. Comunicación: el 30% tenían un lenguaje equivalente o superior al de niños de 3 o 4 años. El 45% no se expresaba verbalmente. Autodirección: el 44% ejercía cierta responsabilidad en un grado muy moderado. El resto no puntuaba. Socialización: el 55% no mostraba interés por la compañía de otras personas. El 47% puntuaba en el nivel de jardín de infancia. Beck concluye: “...debería hacerse hincapié en que los pacientes con Cornelia de Lange son relativamente capaces de hacer frente a sus necesidades diarias, si bien, para la gran mayoría de ellos, será siempre necesaria ayuda en lo referente a la vida social y especialmente en cuanto a la comunicación” (Beck, 1987, p. 257). En un estudio sobre las habilidades de habla y lenguaje en 116 personas con síndrome de Cornelia de Lange, Marjorie Goodban encuentra las tres características siguientes: “1. En la mayor parte de los casos la capacidad para producir lenguaje era notablemente inferior a la capacidad para comprender lenguaje; 2. Había una discrepancia entre las habilidades de vocabulario y las habilidades sintácticas: quienes han desarrollado mucho vocabulario no tienen el nivel esperado de habilidad sintáctica. (...); y 3. Casi todos los pacientes con síndrome de Cornelia de Lange, incluso aquellos con un vocabulario muy desarrollado, son inusualmente callados y hablan muy poco” (Goodban, 1993, p. 1060). 7 En tercer lugar, en cuanto a las características conductuales del síndrome de Cornelia de Lange, destaca el hecho de que, de forma similar al síndrome de Lesch-Nyhan, parece existir, con una prevalencia superior a la esperada, una constelación de comportamientos autolesivos característicos, específicamente morderse los dedos y los labios, a veces de forma muy lesiva, aunque en general se detecta una cierta buena respuesta a la intervención. En algún estudio se habla de una cierta tendencia en algunas personas al aislamiento social y se cita, especialmente en los casos en los que la afectación es más ligera, un perfil de personalidad caracterizado por rigidez e inflexibilidad al cambio y una preferencia por un entorno estructurado (citado en Bay y cols., 1993). Características biológicas, psicológicas y conductuales en el caso de Hector: Hector está actualmente en la Sección Educativa de Formación Profesional Especial de nuestro Centro. Esta sección cuenta con un máximo de doce alumnos y alumnas con autismo u otros trastornos graves del desarrollo relacionados, todos ellos con retraso mental y con necesidades educativas especiales de carácter grave y permanente. Los objetivos planteados se enfocan principalmente al desarrollo de habilidades comunicativas y sociales, al uso de los entornos comunitarios y al desarrollo de comportamientos ajustados al entorno. Además, se enseñan tareas tales como jardinería, reciclado de papel, fotocopiado, elaboración de recetas de cocina, habilidades esenciales de ocio socialmente compartido... Después de esta etapa de transición entre la vida infantil y la vida adulta, Hector pasará al Centro de Día para personas con retraso mental y graves trastornos en su desarrollo. En primer lugar, en cuanto a las características físicas Hector presenta prácticamente todas las propias del síndrome y que han sido descritas con anterioridad.. Pesó al nacer 2.480 gr. y presentaba un perímetro craneal inferior a la media. Durante la infancia presentó episodios claramente comiciales que en la actualidad se encuentran controlados sin medicación específica. Con respecto a la salud, en la actualidad, salvo alergia al pescado y algún episodio de dificultad respiratoria con motivo de alguna excursión por una zona de montaña, no es de reseñar ninguna otra característica. En segundo lugar, con respecto a las características psicológicas presenta retraso mental, con un funcionamiento intelectual en el rango de grave/severo, cercano a moderado, y limitaciones importantes en la práctica totalidad de áreas de habilidades adaptativas. Con relación a este último aspecto, Hector manifiesta necesidades de apoyo generalizado en: comunicación (tiene mayor lenguaje comprensivo que expresivo, siendo éste limitado tanto en su estructura como en su función y muy escasamente espontáneo; el tono de voz, como en general en este síndrome, es algo ronco), habilidades sociales (manifiesta afectos concretos pero tiene un comportamiento de evitación social muy generalizado –lo que advirtió también Beck- sobre todo en cualquier situación que se salga mínimamente de la rutina diaria), vida de hogar (está motivado en colaborar en ciertas tareas de mantenimiento del hogar, pero requiere de ayuda intensa en la mayoría de las actividades, siendo necesario el apoyo total en gran parte de ellas), uso de la comunidad (en general disfruta de los recursos de la comunidad, pero requiere ayuda total para moverse por 8 entornos incluso en aquellos con los que tiene un cierto grado de familiaridad. No obstante, cabe destacar que en un entorno de segunda residencia, con escaso tráfico y movimiento de personas se maneja con cierta independencia en la bicicleta), autodirección (los paneles informativos visuales a base de pictogramas le ayudan considerablemente pero sigue requiriendo ayuda para su organización y para enfrentarse a los cambios normales de la vida diaria), salud y seguridad (manifiesta cierta preocupación por su salud, especialmente en cuanto a su componente alérgico al pescado, pero requiere apoyo absoluto para garantizar su seguridad personal, por ejemplo con respecto a su obsesión con todos los mecanismos eléctricos, especialmente los enchufes y los conmutadores generales de luz), contenidos escolares funcionales (va comprendiendo los pictogramas pero carece de habilidades mínimas relacionadas con las letras y números y contenidos culturales básicos) y ocio (va aprendiendo diversas alternativas de ocio, por ejemplo, la bici, o juegos adaptados, pero requiere ayuda total para la organización del ocio y para su ejecución). En cuanto al área de cuidado propio, requiere apoyo limitado en prácticamente todas las actividades, siendo especialmente intenso y necesario ese apoyo en la actividad de comer, donde manifestaba con bastante frecuencia comportamientos desajustados (ruptura de platos y vasos, negativismo, agresiones...). En las Escalas de Conducta Adaptativa Vineland (Sparrow y cols., 1984) Hector obtiene puntuaciones mayores en habilidades motoras y de la vida diaria (entre tres y tres años y medio de edad equivalente) que las que obtiene en habilidades de comunicación y socialización (entre dos y tres años de edad equivalente). Como puede observarse, Hector tiene un perfil de puntos fuertes (cuidado propio, habilidades motoras) y de puntos débiles (comunicación, habilidades sociales, autodirección...) muy similar al encontrado por Beck en el estudio anteriormente mencionado. En tercer lugar, en cuanto a las características conductuales Hector presentaba con cierta frecuencia episodios de intenso descontrol conductual, en los que ocurrían conductas agresivas (especialmente bofetadas al interlocutor, generalmente adulto) y autolesivas (especialmente morderse los dedos), alto grado de ansiedad e irritabilidad, sin un origen que explicara los mismos, aunque solían estar vinculados a cambios, muchas veces mínimos, en rutinas del entorno físico o social, o a no tener acceso a determinadas acciones (tales como salir a un espacio abierto, o simplemente salir del lugar donde se encontraba). Tras dichos episodios se solía dar el mismo patrón: Hector manifestaba malestar por el descontrol sufrido, miraba en silencio a su interlocutor con cara compungida y, en ocasiones, verbalizaba frases con entonación de ansiedad tales como “¿Qué pasó?”, y se daba un estado progresivo de relajación. En ocasiones, la conducta típica consistía en encender y apagar una y otra vez los interruptores de luz, especialmente el diferencial general si tenía ocasión para ello, aunque a la vez, manifestaba un alto grado de ansiedad en ocasiones en que la luz se iba. En una ocasión intentó introducir un objeto metálico en un enchufe. En la comida manifestaba cierta ansiedad exagerada, intentando comer separado del resto, o lanzando los platos y vasos por los aires de modo descontrolado. Este tipo de manifestaciones conductuales se daban igualmente en el entorno familiar. Especialmente en este entorno realizaba conductas de provocación, tales como 9 romper algo y enseñarlo, generalmente al padre, verbalizando “roto”. Una manifestación especialmente interesante se daba con gran frecuencia, menor en la actualidad, en Hector en relación con ir en coche particular, ya fuera el de su familia o el de algún conocido. Hector se acostaba, literalmente, en el suelo del coche en la zona entre los asientos delanteros y traseros; y si se le obligaba a sentarse tendía a agredir a las personas que iban delante, mediante bofetadas y tirones de pelo. Otro comportamiento peculiar de Hector consistía en solicitar a los adultos que le acompañaban, tanto sus familiares como los profesionales, sobre todo en situaciones de trayectos o espacios abiertos pero también con ocasión de la comida, que le cogieran ambas manos con las suyas (la manifestación era gestual, acercando sus manos en puño hacia el adulto, verbalizando a veces palabras tales como “manos” con cierta entonación interrogativa). Otro rasgo conductual característico es el estilo de acceso a situaciones novedosas. Se caracteriza por una ambivalencia en la acción; por un lado, el deseo claro de introducirse en la situación y por otro la conducta clara de evitación de esa situación. Un ejemplo claro se daba en la piscina, al principio. Quería introducirse en el agua pero a la vez se alejaba de la misma con cierto grado de ansiedad. Las manifestaciones de ansiedad de Hector se traducen en mayor actividad motora, risa incontrolada, expresión facial que denota angustia, verbalizaciones inconexas elevando en ocasiones muy llamativamente el tono de voz, incluso soltando algún ‘taco’, morderse los dedos y/o uñas, y mayor probabilidad de conductas agresivas. Por último, una conducta característica, generalmente asociada a un estado de bienestar y tranquilidad, consiste en movimientos repetidos de giros sobre su cuerpo, con ambos brazos en alto medio flexionados, y con inclinación lateral de la cabeza, terminando, en ocasiones, con sacudidas cortas y repetidas, acompañadas de risa, de los brazos. Este perfil conductual no se ajusta en absoluto a un síndrome de autismo; la puntuación en la prueba C.A.R.S. (Schopler y cols., 1980) es de 20, lo que indica claramente que Hector no es una persona con autismo. Por el contrario, encaja adecuadamente con lo observado en otras personas con síndrome de Cornelia de Lange. En cuanto al ámbito familiar, Hector es el menor de dos hermanos. Su hermana mayor y sus padres configuran un entorno saludable, de apoyo permanente pero requieren, como sistema familiar, apoyos externos para el cuidado y atención de Hector. El Centro Educativo les proporciona, en la medida de lo posible, los apoyos necesarios a través de reuniones de orientación en las que se analizan las dificultades y se proponen actuaciones. Los recursos que existen para el ocio en la segunda vivienda de la familia no prestan suficiente apoyo a Hector para su aprovechamiento. Tras esta descripción, en la sección siguiente se abordan los distintos análisis que se han realizado con respecto a las conductas desafiantes de Hector, así como las distintas actuaciones llevadas a cabo. CONDUCTAS DESAFIANTES EN HECTOR: ANÁLISIS E INTERVENCIÓN Como se apuntaba en la introducción las conductas desafiantes son una manifestación más de las capacidades de la persona en interacción con un medio físico, social y cultural determinado. Incluso, como se ha visto, 10 en los casos en los que más vulnerabilidad biológica existe también tenemos siempre la posibilidad y la responsabilidad de una intervención educativa, psicológica y social en los contextos en los que las personas viven, con independencia de las intervenciones de carácter farmacológico que, en ocasiones, puedan coadyuvar a la mayor eficacia del tratamiento. Para asegurar la adecuación de los modos de intervención, éstos han de ser consecuencia del análisis previo de los condicionantes y de las circunstancias que operan en relación a la manifestación de esas conductas desafiantes. Esta evaluación es un paso esencial en la determinación de los procesos de intervención (para una revisión sobre evaluación de las conductas desafiantes, ver Rueda, 1997). Además, al plantear la intervención debemos pensar que el fin de la misma no es tanto modificar conductas como crear habilidades y modificar contextos; y que el fin último es la mejora de la calidad de vida de la persona, por lo que las intervenciones han de ser absolutamente respetuosas con el derecho de toda persona a un trato digno y humano. En el caso que nos ocupa, vamos, en primer lugar, a comentar aspectos relativos a la historia anterior a la entrada en nuestro Centro de Hector, después se comentará la situación al comienzo de estar con nosotros, y posteriormente se apuntarán las líneas de intervención realizadas y sus resultados. La historia previa: Hector había recibido atención desde la edad de tres meses hasta los seis años en que ingresó como alumno en el Colegio mismo donde estaba recibiendo esa atención temprana. Tras varios años en los que no se observan, según la familia, problemas especiales, comienza una etapa especialmente problemática a nivel conductual, coincidiendo con el traslado del Colegio a una ubicación distinta. Los contenidos a los que más se hace referencia en los informes disponibles de esa época son los propios de una etapa de preescolar (iniciación al cálculo, preescritura, prelectura, colores...), hacia los que Hector, según información de sus maestras, no muestra especial atención. Se producen episodios de fuerte negativismo y de no querer acudir al Colegio y comienzan a aparecer mayores situaciones de descontrol conductual. Una de sus maestras escribió: “Se le trata con cariño y responde con agresividad. Él mismo quiere poner remedio, pero se le olvida fácilmente y al menor descuido vuelve a la idea inicial. Pide perdón para salirse con las suyas”. Tras un tiempo en esta situación de aprendizaje los padres empiezan a valorar la posibilidad de cambio de Colegio. Comenzaban, además, a darse situaciones de exclusión de actividades amparándose en el hecho de las negativas de Hector a participar en ellas (por ejemplo, la piscina) y a aislarse. Los siguientes comentarios escritos en los informes del Colegio son un ejemplo de esta época: “Evolución lenta poco favorable, debido a su falta de colaboración. Utiliza al adulto solo cuando le interesa (cogerte de la mano para pedirte algo, etc)” (Informe de la logopeda). “Hector se ha negado este año a acudir a fisioterapia y realizar los ejercicios, por lo que no he podido trabajar nada con él” (Informe de la fisioterapeuta). En general, los profesionales del Centro manifestaban su falta de recursos para afrontar las conductas desafiantes de Hector y los padres percibían que esta situación se iba agravando cada vez más, aumentando la frecuencia de tales comportamientos y aumentando las 11 situaciones en las que Hector no participaba y quedaba excluido. Todo ello es lo que decide finalmente a la familia a intentar un cambio de Centro. Hector tenía catorce años. Los comienzos en el nuevo Colegio: Tras la evaluación de Hector y una valoración de la conveniencia a sus necesidades de los recursos disponibles, se decide su inclusión en una de nuestras unidades, compuesta por un total de cinco alumnos y alumnas, de edades similares, con necesidades educativas especiales vinculadas a retraso mental con bajo nivel de funcionamiento cognitivo y trastornos tales como autismo o relacionados. En la primera etapa, etapa de adaptación al nuevo contexto, se producen conductas tales como agresiones a adultos (bofetadas) que generalmente seguían la siguiente descripción: en una situación en la que Hector se aislaba, retirándose físicamente del grupo y dirigiéndose a un rincón, un adulto se le acercaba para animarle verbalmente a participar y preguntándole si necesitaba ayuda. En el momento de mayor cercanía física del adulto Hector le daba una bofetada, fuerte, repentina, rápida y a continuación se quedaba como parado y con cara apenada, verbalizando normalmente expresiones del tipo: “¿qué pasó?”, o “perdón”, acompañando de acciones de acercamiento de ambas manos como para que se le agarraran. La consecuencia que se seguía, que previamente se había acordado, tras la información obtenida del anterior Centro y los datos de los que disponíamos, era verbalizarle: “Tranquilo, Hector; te has puesto nervioso pero no pasa nada. Ahora, tranquilízate, pon tus manos atrás cogidas y ya se pasó”. Con los episodios de este tipo, que ocurrieron con una frecuencia un poco menor a uno diario, temíamos que se produjera una situación de evitación activa de la relación con Hector por parte de los adultos. Habíamos valorado el estilo social de Hector y encajaba con un estilo social de evitación de la relación; un estilo que, tal y como Taylor y Carr señalan (1994), se caracteriza por: “a) raramente inician interacciones sociales con los adultos; b) manifiestan sus niveles más altos de conductas problema bajo un alto nivel de atención por parte del adulto; y c) muestran sus niveles más bajos de conducta problema en condiciones de bajo nivel de atención por parte del adulto” (p. 280). Para evitar estilos no adecuados de interacción se instruyó a los adultos para que activamente realizaran interacciones aunque respetando las distancias que Hector requería para no elevar innecesariamente sus niveles de activación. Otra observación realizada era que las conductas de auto-restricción se daban especialmente en situaciones de falta de información o en situaciones diferentes a las conocidas y rutinarias (tareas diferentes, visitas no esperadas, acontecimientos que no estaban previstos... ). La conducta de autorestricción más común era ofrecer ambas manos al adulto para que se las cogiera y las mantuviera sujetas durante la actividad o situación que fuera (se apuntaba antes que esta conducta se observaba con la familia en los desplazamientos). Las conductas de auto-restricción son, al menos parcialmente, un mecanismo incidentalmente aprendido de control de conductas agresivas y autolesivas. Los tipos de conducta auto-restrictiva, tal y como lo expresan Smith y cols., 1992) son: a) restringir el movimiento del cuerpo con partes del cuerpo (por 12 ejemplo, sentarse encima de las propias manos); b) restringir movimientos mediante el uso de objetos (por ejemplo, introducir las manos dentro de las mangas); y c) restringir movimientos mediante petición expresa de restricción (por ejemplo, solicitar que le pongan un casco o que le aten las manos). Todas estas conductas tienen el riesgo de que provoquen en sí lesiones (por ejemplo, permanecer durante horas con los brazos entrelazados en el respaldo de la silla en la que se está sentado puede ocasionar problemas serios relacionados con la dificultad de circulación de la sangre) o que interfieran con el acceso a actividades educativas y rehabilitadoras. Pero denotan una intención y deseo de permanecer en una situación de control conductual, un malestar por la ocurrencia de conductas de descontrol, lo que explica las emisiones de pesar y las expresiones de pesadumbre posteriores a la conducta (lo que veíamos que también ocurría en las personas con síndrome de Lesch-Nyhan y que se vinculaba al nivel de estrés). Estos episodios conductuales (de agresiones, de descontrol, de autorestricción...) se describían cuidadosamente a través de procedimientos de observación sistemática participante, en los que se apuntaban los eventos antecedentes y consecuentes que tenían lugar y los contextos en los que ocurrían (una metodología muy adecuada y más actual, aunque similar a la desarrollada en este caso, se puede encontrar en: Carr y cols., 1996; también puede verse Tamarit, 1997). Además, se obtenía información mediante encuentros de los profesionales implicados que nos reuníamos para analizar los datos de la observación y los datos de nuestra interacción y tarea diaria con Hector. Uno de los resultados de estos encuentros fue que el darle a Hector información por adelantado mediante pictogramas representativos de los acontecimientos del día traía como consecuencia una clara disminución de los niveles de ansiedad y una mayor participación en la vida del grupo (ver Baumgart y cols, 1996 y Von Tetzchner y Martinsen, 1993 para ejemplos de calendarios de actividades como a los que aquí me refiero). Otro dato fue que la motivación de Hector era muy buena ante las tareas propuestas en el grupo (tales como realizar una compra en la tienda de la zona, elaborar una comida, gimnasia, piscina, elaborar y tomar un aperitivo...) y mucho mayor que la manifestada, según la información del Colegio anterior, frente a tareas escolares tradicionales. Finalmente, las características comunicativas y lingüísticas de Hector también podían explicar en parte las manifestaciones conductuales. Tenía una escasa funcionalidad en las emisiones, debiendo fortalecerse las funciones de petición de ayuda, petición de información, rechazo y evitación, funciones declarativas de narración de eventos no presentes, preguntas acerca de lo acaecido, etc. Estas dificultades comunicativas también tenían que ser tenidas especialmente en cuenta en la intervención. Las propuestas elegidas: de intervención Como apuntan Carr y sus colegas (1996), la intervención ante las conductas problemáticas debería tener en cuenta los siguientes principios: “1. La conducta problemática es propositiva o intencional. 2. Debe haber una evaluación funcional para identificar la finalidad de la conducta problemática. 13 3. La intervención en la conducta problemática debe centrarse en la educación, no simplemente en la supresión de la conducta. 4. Los problemas de comportamiento generalmente tienen muchas finalidades y por tanto requieren muchas intervenciones. 5. La intervención implica cambiar el modo en que interactúan los individuos con y sin discapacidad y, por tanto, la intervención implica cambiar sistemas sociales. 6. El objetivo último de la intervención es el cambio en el estilo de vida, en lugar de la eliminación de los problemas de comportamiento” (p. 24). Siguiendo estos principios y siguiendo enfoques más ‘constructivos’ (¿qué queremos que ocurra la próxima vez en condiciones similares en vez de la conducta desafiante?) en vez de estrictamente ‘patológicos’ (¿qué hacer cuando ocurre la conducta para eliminarla?) (Emerson, 1995), construimos la intervención no solo pensando en las conductas desafiantes de Hector sino en el desarrollo de habilidades sociales, de comunicación y de autodirección, y en el diseño de entornos adecuados para la manifestación más eficiente de sus capacidades. Esto es lo que a continuación se va a mostrar en su conjunto. Ordenando el tiempo Desde el primer momento, como antes se apuntó, una de las estrategias más efectivas para la reducción de las conductas desafiantes de Hector fue su aprendizaje de los métodos utilizados en su grupo (y en el Centro en general) para estructurar el entorno, tanto a nivel espacial como temporal (Tamarit y cols., 1990). Estos métodos consisten en la utilización de claves visuales (tales como pictogramas, dibujos simples, fotos u objetos en miniatura) para representar las diferentes actividades que tienen lugar en el día. La secuenciación temporal mediante estas claves otorga información por adelantado, necesaria para planificar la acción de modo adecuado y para mantener niveles adecuados de activación. Son como relojes adaptados que permiten conocer y predecir los acontecimientos que tendrán lugar a lo largo del día. Estos sistemas también se mostraron a la familia para que los utilizara en el hogar y en las actividades familiares. Por ejemplo, con motivo de viajes en coche desde el hogar a la segunda vivienda se instruyó a la familia para que sacaran fotos de lugares significativos por los que pasaban y que realizaran un juego con Hector consistente en tener ordenadas las fotos y tratar de anticipar cuándo iban a encontrarse el lugar que representaban y quién era el primero en verlo. Cuando fue siendo hábil en el reconocimiento de las claves y en su sentido, comenzamos a enseñarle estrategias ante acciones imprevisibles, estrategias de afrontamiento de hechos imprevistos y desconocidos. La estrategia era: “A lo mejor ocurre ‘A’, a lo mejor ocurre ‘b’” (Tamarit, 1996). Hector manifestaba altos grados de ansiedad que le hacían propenso a expresar conductas desafiantes agresivas y/o autolesivas ante lo no previsto. Como gran parte de las situaciones de la vida diaria son imprevisibles nos pareció que era necesario enseñarle estrategias de pensamiento probabilístico, es decir, que ante el hecho ‘x’ se pueden dar no 14 solo una respuesta ‘a’, sino ‘a’ o ‘b’ (para continuar en el futuro con ‘a’, ‘b’, ‘c’ ...). Esto se lo enseñamos mediante tareas tan simples como ‘leer’ el menú del día a través de fotos. Estaba la foto del primer plato, la foto del segundo plato pero en el postre había una interrogación. Ante esa interrogación le planteábamos que “a lo mejor había fruta o a lo mejor había yogur”, a la vez que se le enseñaban fotos de ambas cosas. Se le pedía que eligiera lo que él creía que habría y después, en cuanto llegaba la comida, íbamos a comprobar si había acertado o no. Esta estrategia se generalizó a otras situaciones de mayor ‘valencia emocional’ para Hector, es decir a situaciones en las que su implicación emocional era mayor (tales como “a lo mejor está ya el autobús de ruta cuando salgamos o a lo mejor llega tarde”). Esta estrategia de ofrecerle permanentemente información por adelantado y enseñarle estrategias ante lo imprevisto es algo que continúa en el presente y que realmente sirve para controlar el comportamiento de Hector, que en la actualidad es mucho más flexible, aun cuando sigue manifestando momentos de elevada ansiedad en ocasiones. En estos momentos, pone en marcha estrategias de autocontrol diferentes a ofrecer sus manos al adulto. Se le enseñó a verbalizar cuando se encontraba nervioso que quería estar tranquilo, y se le acompañaba a una sala adjunta mientras se le iban dando consignas de relajación (enseñada previamente en sesión); tras indicarle si quería permanecer solo un tiempo, si decidía que sí se le ponía un avisador de cocina, manifestándole que sonaría a los tres minutos y que pasado ese tiempo debía volver al grupo; si bien, en caso de continuar nervioso podía volver a ‘pedir’ ir a la sala para relajarse. Aprendiendo habilidades significativas en entornos significativos La tarea planificada y guiada por el adulto encaminada a mejorar las habilidades adaptativas de Hector no era fácil que pudiera realizarse en un aula típica de mesas y sillas escolares. Enseñar a elegir, a tomar decisiones, a planificar metas personales apoyado en claves visuales; enseñar habilidades comunicativas funcionales tales como para pedir objetos deseados, pedir ayuda, rechazar, informar, conocer los nombres de las personas de alrededor; enseñar habilidades para comenzar una interacción social, mantenerla y terminarla, enseñar que los deseos de los demás no tienen por qué ser los mismos que los de uno, enseñar que el conocimiento se adquiere a través de la percepción (por ejemplo, “yo se lo que hay de menú porque lo he visto en las fotos, tú no lo sabes porque no lo has visto”)... Todos estos objetivos iban encaminados a fortalecer las habilidades comunicativas, sociales y de autodirección de Hector, considerando que serían ‘vacuna’ eficaz contra la vulnerabilidad a manifestar conductas desafiantes. Pero estos objetivos requerían de otras aulas, de otros entornos educativamente significativos (Tamarit, 1994; Tamarit y cols. 1995). La tienda cercana a la Escuela, donde se realiza la actividad de hacer la compra (actividad previamente planificada utilizando claves visuales tales como fotos de folletos de propaganda, recortadas y plastificadas, tales como recetarios adaptados con fotos y pictogramas), es una aula, un entorno educativamente significativo, en donde se trabajan contenidos sociales, comunicativos, de autodirección, de uso de los recursos de la comunidad. El pequeño comedor y la cocina del Colegio son aulas, entornos 15 educativamente significativos, donde trabajar también esos contenidos; y así muchos más, tales como los baños, el patio, la calle, la piscina... Veamos los objetivos del primer año, en la actividad de compra, en el entorno de tienda: Desarrollar el lenguaje oral con distintos propósitos comunicativos; desarrollar habilidades implicadas en la interacción conversacional; aumentar el vocabulario; mejorar la articulación; mejorar la estructura sintáctica; potenciar y utilizar pautas de comportamiento social (turnos, saludos, despedida, dar las gracias, por favor); desarrollar estrategias para resolver problemas sociales; conocer, identificar y nombrar objetos y alimentos relacionados con el contexto; descubrir el empleo de algunas monedas; conocer conceptos cuantificadores (grande, pequeño; lleno, vacío); desarrollar estrategias para la regulación de la propia conducta; mantener la atención; potenciar la relación con iguales (dar ayuda y ofrecer colaboración). Todo esto dentro de un clima afectivo positivo, con relaciones basadas en la reciprocidad y en un contexto educativo general en el que cada alumno y alumna se perciben como personas capaces de opinar, elegir y tomar decisiones con la ayuda de los adultos; es decir, son participantes reales de la comunidad educativa (aprendiendo a elegir y a tomar decisiones; estando permanentemente informados por adelantado de lo que va a suceder; enseñándoles habilidades comunicativas para regular el entorno social; enseñándoles habilidades sociales para establecer relaciones reales, recíprocas, con las personas de la escuela). CONCLUSIONES Como señalan Carr y sus colaboradores (1996) la tarea de intervención ante las conductas desafiantes tiene, en un gran porcentaje, como objetivo la construcción de habilidades de comunicación y sociales. Esto es, la capacidad de regular el entorno físico y social, la capacidad de autorregulación, son esenciales para construir comportamientos ajustados. Como se indicaba al comienzo, la conducta es expresión de la interacción de la persona, con unas capacidades determinadas, y el entorno. Por lo cual, la intervención debe estar centrada en la creación de habilidades y en la adaptación de entornos. Mediante el caso de Hector, he pretendido explicar que una condición biológica no conlleva necesariamente una expresión conductual única y específica (Hodapp, 1997); la intervención ante sus conductas desafiantes requiere de una valoración de sus necesidades educativas, especialmente en las áreas de habilidades comunicativas, sociales y de autodirección. Todo ello sin olvidar los estilos sociales, de aprendizaje y perceptivos individuales. Tenemos en la actualidad herramientas para abordar la atención ante conductas desafiantes desde la escuela, como tarea eminentemente educativa; no podemos seguir planteando viejas formas ineficaces que pretenden excluir de la educación estos aspectos; no es cuestión de ‘mandarle al psicólogo’ cuando se presentan estos retos (¡y lo dice un psicólogo!); es cuestión de que psicólogos, maestros, logopedas, fisioterapeutas, auxiliares trabajen como equipo para la programación de la respuesta educativa que personas como Hector necesitan para mejorar en su calidad de vida, para progresar y desarrollarse como persona. 16 Las conductas desafiantes son un reto que nos obliga a la planificación de los apoyos necesarios para el óptimo desarrollo de la persona. En este sentido, soy de la opinión de que el modelo de clasificación y diagnóstico sobre retraso mental, ya citado al principio, es una herramienta importante para la comprensión y la intervención ante conductas desafiantes. La relación de dichas conductas con el perfil de necesidades de apoyo en las distintas dimensiones en general, y en las distintas áreas de habilidades de conducta adaptativa, en particular, puede ser un análisis muy oportuno a realizar en todos los casos. RESUMEN Se presenta el caso de Hector, un adolescente con retraso mental vinculado a un Síndrome de Cornelia de Lange. Hector manifestaba conductas desafiantes (agresiones, autolesiones, negativismo...) en muy diferentes contextos (hogar, comunidad, colegio). En el presente artículo se analiza el concepto de conducta desafiante y se pone en relación con el nuevo concepto de retraso mental; asimismo, se analizan las relaciones posibles entre síndromes y manifestaciones conductuales específicas. Se analizan los factores concretos que en el caso de Hector podían estar propiciando la presencia de esas conductas y se describe el proceso de intervención seguido. Dicho proceso hace especial hincapié en: a) ofrecer permanente información por adelantado (feedforward); y b) la enseñanza de habilidades de comunicación, sociales y de autodirección en entornos educativamente significativos. Palabras clave: conductas desafiantes; retraso mental; Cornelia de Lange; habilidades adaptativas. Keywords: challenging behaviours; mental retardation; Cornelia de Lange; adaptive skills. 17 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Anderson, L. T.; Ernst, M. y Davis, S. V. (1992): “Cognitive abilities of patients with Lesch-Nyhan Disease”. Journal of Autism and Developmental Disorders, 22, 2, p. 189-203. Baumgart, D.; Johnson, J. y Helmstetter, E. (1996): Sistemas Alternativos de Comunicación para personas con discapacidad. (Publicado originalmente en 1990 en Estados Unidos por Paul H. Brookes). Madrid: Alianza. Bay, C.; Mauk, J.; Radcliffe, J. y Kaplan, P: (1993): “Mild Brachmannde Lange Syndrome. Delineation of the clinical phenotype, and characteristic behaviors in a six-year-old boy”. American Journal of Medical Genetics, 47, p. 965-968. Beck, B. (1987): “Psycho-social assessment of 36 de Lange patients”. Journal of Mental Deficiency Research, 31, p. 251-257. Borderas, A.; Díaz, L. y Bárez, (1974): “Síndrome de Cornelia Lange: dos observaciones”. Boletín la Sociedad Vasco-Navarra Pediatría, IX, 36, p. 277-286. F. de de de Borthwick-Duffy, S. A. (1994): "Prevalence of destructive behaviors. A study of agression, self-injury, and property destruction". En Travis Thompson & David B. Gray (Eds.): Destructive Behavior in Developmental Disabilities. Thousand Oaks, California: Sage Publications, Inc.; p. 3-23. Carr, E. G. (1977): “The motivation of self-injurious behavior: a review of some hypotheses”. Psychological Bulletin, 84, p. 800-816. Carr, E.; Levin, L.; McConnachie, G.; Carlson, J. I.; Kemp, D. C. y Smith, C. E. (1996): Intervención comunicativa sobre los problemas de comportamiento. (Publicado originalmente en 1994 en Estados Unidos por Paul H. Brookes). Madrid: Alianza. Emerson, E. (1995): Challenging Behaviour. Cambridge: Cambridge University Press. Font, J. (1997): “El nou model de definició, classificació i sistemes de suport del retard mental”. Suports, 1, p. 24-35. Hodapp, R. M. (1997): “Direct and indirect behavioral effects of different genetic disorders of mental retardation”. American Journal on Mental Retardation, 102, 1, p. 67-79. Luckasson, R.; Coulter, D. L.; Polloway, E. A.; Reiss, S.; Schalock, R. L.; Snell, M. E.; Spitalnik, D. M. y Stark, J. A. (1992): Mental retardation: Definition, classification and systems of supports. Washington, D. C.: American Association on Mental Retardation. Traducción al castellano (1997): Retraso Mental: Definición, clasificación y sistemas de apoyos. Madrid: Alianza. Nyhan, W. L. (1994): “The Lesh Nyhan Disease”. En Travis Thompson & David B. Gray (Eds.): Destructive Behavior in Developmental Disabilities. Thousand Oaks, California: Sage Publications, Inc.; p. 181-197. Rueda, P. (1997): “Avaluació de conductes desafiadores”. Suports, 1, p. 10-23. Schalock, R. L. (1997): “Evaluación de programas sociales: para conseguir rendimientos organizacionales y 18 resultados personales”. Siglo Cero, 28, p. 23-35. Smith, R. G.; Iwata, B. A.; Vollmer, T. R. y Pace, G. M. (1992): “On the relationship between self-restraint and self-injurious behavior”. Journal of Applied Behavioral Analysis, 23, p. 433-445. Sparrow, S. S.; Balla, D. A. y Cicchetti, D. V: (1984): Vineland Adaptive Behavior Scales. Circle Pines, Minnesota: American Guidance Services, Inc. Tamarit, J. (1994): "La Escuela y los alumnos con grave retraso en el desarrollo". Comunicación, Lenguaje y Educación, 22, 47-53. Tamarit, J. (1995a): “Conductas desafiantes y autismo: un análisis contextualizado”. En VV.AA. (Ed.): La atención a alumnos con necesidades educativas graves y permanentes. Pamplona: Gobierno de Navarra, Dto. de Educación, Cultura, Deporte y Juventud. Tamarit, J. (1995b): “Respuesta contextualizada ante las conductas desafiantes en escolares con autismo”. En M. A. López (Coord.): Autismo: la respuesta educativa. Murcia: Centro de Profesores y Recursos I. Tamarit, J. (1996): “About the insistence on sameness: Analysis and proposals for intervention”. 5º Congreso Autismo Europa. Barcelona. Tamarit, J. (1997): “Els problemes de comportament a l’aula”. En C. Giné (Coord.): Anàlisi de Casos II: Intervenció Psicopedagògica i atenció a la diversitat. Universitat Oberta de Catalunya, Edició experimental. Tamarit, J. (en prensa): “Comprensión y tratamiento de conductas desafiantes en las personas con autismo”. En VVAA.: Actas del II Symposium Internacional de Autismo. Madrid. Tamarit, J.; De Dios, J.; Domínguez, S. y Escribano, L. (1990): PEANA: Proyecto de Estructuración Ambiental en el aula de niños autistas. Manuscrito. Memoria final del Proyecto. Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid y Dirección General de Renovación Pedagógica del MEC. Tamarit, J.; Gortázar, P.; García, E.; Pineda, Y.; Torres, M. y Duralde, M. (1995): Entornos: Programa de Gestión Curricular. Manuscrito. Memoria final del Proyecto. Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid y Dirección General de Renovación Pedagógica del MEC. Taylor, J. C. y Carr, E. G. (1994): “Severe problems behaviors of children with developmental disabilities. Reciprocal social influences”. En Travis Thompson & David B. Gray (Eds.): Destructive Behavior in Developmental Disabilities. Thousand Oaks, California: Sage Publications, Inc.; p. 274-289. Verdugo, M. A. (1994): "El cambio de paradigma en la concepción del retraso mental: la nueva definición de la AAMR". Siglo Cero, 25, 3, 5-24. Von Tetzchner, S. y Martinsen, H. (1993): Introducción a la enseñanza de signos y al uso de ayudas técnicas para la comunicación. Madrid: AprendizajeVisor.