PSICOGERIATRIA Teoría y clínica Leopoldo Salvarezza Editorial Paidós, 1988 Biblioteca de Psicología Profunda X. Ferrero, G., Kabanchik, A. y Schvartzman, A.: "Al m cuentro del viejo", trabajo gpresentado en el 9 Ü Encuentro de discusión y 4 Simposio Anual de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados Buenos Aires, 1986. Las autoras comienzan señalando la necesidad que luvieron de moldear técnicas personales para atender a su.s pacientes viejos ante la evidencia de la falta de un marco teórico adecuado, y sobre todo actualizado, en este tenui. Sugieren que la actitud de marginar al viejo de la psicoterapia no depende de "la rigidez del aparato psíquico del paciente", como dijo Freud, sino de la "rigidez del-aparato teórico del analista" (2). Esta interesante observación se completa cuando dicen que "si el objetivo del análisis es hacer consciente lo inconsciente y compartimos el conocimiento de la atemporalidad del mismo, ¿por qué la temporalidad cronológica, 'los años', se erigirían en un obstáculo para la labor del terapeuta?" (1). Señalan luego que se necesita introducir modificaciones a la técnica clásica para tratar a estos pacientes, tanto en el método como en la meta, pero insisten en que al hacerlo privilegian la finalidad terapéutica sobre la investigación del psiquismo. El objetivo que se proponen de esta manera es "tratar de validar la posibilidad de estar vivo hasta la muerte, y no ir muriendo de a poco mientras se está vivo". Insisten permanentemente en las dificultades que se les plantean como terapeutas en estos tratamientos: el uso de una notoria energía personal frente a la "debilitada" capacidad libidinal del paciente, lo que lleva a adoptar en el comienzo una actitud deliberadamente estimulante; la amenaza del acercamiento a la muerte, real para el paciente, temida para el terapeuta (10); la herida narcisista del envejecimiento personal que surge en la confrontación directa y no fantasmal. A partir de estas premisas describen los aspectos técnicos de su tarea. Una a dos veces por semana, 50 minutos frente a frente (6), pero adecuando los horarios a las necesidades específicas del paciente. Las consultas pueden ser domiciliarias (14) o institucionales. No tratan de favorecer la regresión en el tratamiento (6) y para ello evitan los silencios, interpretan escasamente la transferencia resistencial, aunque buscan favorecer la transferencia positiva. Algunas conductas habituales, tales como "pedidos de agua, uso del baño, saludo con un beso, cambio de horarios, etc." no son conceptuali-zadas ni interpretadas como acting out. Dan información y participan activamente en la organización vital del paciente. Cuando se precisa medicación, aconsejan que la prescriba el propio terapeuta, si es médico (15). En cuanto a los honorarios, les es indiferente que sean solventados por el paciente o por los familiares (16). Dos puntos importantes de la dinámica del tratamiento son los que se refieren a la promoción de la emergencia de la reminiscencia, en un intento de buscar motivaciones que resignifiquen el deseo de construir un proyecto futuro, y la estimulación de la curiosido^d, con el fin de levantar su historia de vida: "que a mí me interese produce la sorpresa de descubrirse interesado, por lo tanto interesante, y genera la curiosidad del paciente acerca de sí mismo". b. COMENTARIOS CRÍTICOS Y ACTUALIZACIONES (1) Este trabajo de Freud ha dado mucho que hablar a todos los psicoterapeutas con inclinación psicoanalítica que se dedican al trabajo con viejos. De hecho, al comunicar sus experiencias personales, la enorme mayoría sigue haciendo referencia a los conceptos aquí vertidos; se preguntan si Freud tenía o no razón en lo que decía e invariablemente terminan diciendo que no, que no la tenía. Si esto es así —y yo creo que lo es— , significa que no hay ningún obstáculo para el tratamiento de las personas mayores de 50 años. Sin embargo, como se puede ver en la práctica diaria, muy pocos terapeutas se dedican a trabajar en este campo, de manera que las dificultades habrá que buscarlas por otro lado y no por el que señalaba Freud. En otro lugar me he referido a ello (cap. 1), y aquí solamente quiero hacer algunas consideraciones sobre lo que se afirma en este artículo. En primer lugar hay que señalar que en este escrito, así como en todos los llamados "escritos técnicos de Freud", se nota una preocupación permanente por delimitar el modo de funcionamiento de su nuevo descubrimiento, y por dejar bien sentado ante la comunidad médica de su tiempo qué era y qué no era el psicoanálisis. No quería que quedaran dudas y era muy explícito al señalar que las desviaciones de lo que él creía que debía hacerse no las compartía ni las criticaba, pero que no eran psi coanálisis. Trataba — sobre todo al principio— de que hubiera la menor posibilidad de errores o de que, por lo menos, éstos fueran imputables a los problemas personales de los psicoterapeutas (escotomas, puntos ciegos, etc.J y no a la teoría en sí misma. Esta es la razón por la cual en algunas oportunidades Freud extremaba la cautela en su criterio de ana-izabilidad, uno de cuyos ejemplos es el que tratamos aquí. En su defensa hay que señalar, por otra parte, que en la época en que el artículo fue escrito la expectativa de vida era muy inferior a la actual (50 contra 70 años aproximadamente), y que las condiciones socioculturales de los países desarrollados, Austria entre ellos, determinaban para las personas de 50 años en adelante el rol social de "viejos"; a esta concepción ideológica de su tiempo se sometió Freud. Pero yo creo que fue un sometimiento a medias, pensando mas en lo que señalé antes que lo que fue su propia realidad. Veamos. A pesar de que siempre se cita este artículo como lo único que escribió Freud sobre el tema de la vejez, curiosamente se olvidan por lo menos tres ejemplos clínicos importantes. En el capítulo IX de Introducción al psicoanálisis (1916), para ilustrar el funcionamiento de la censura en el sueño utiliza el material onírico de una "señora, ya de edad, muy estimada y culta", que luego resulta que tiene 50 años. Es interesante el alto contenido erótico del sueño al que Freud le da el título de "sueño de los servicios de amor". En el capítulo XVI del mismo libro Freud analiza con su habitual claridad y profundidad la obsesión de una "señora de 53 años, muy bien conservada, amable y sencilla" cuyo tratamiento le fue encomendado por el yerno de la paciente pero que no pudo continuar mucho tiempo "por las circunstancias, harto desfavorables, en que el análisis hubo de desarrollarse". Aunque no se explicitan cuáles fueron estos motivos, Freud, al lamentarse de no haber podido continuar el tratamiento, nos está señalando implícitamente el abandono en la práctica de su contundente aseveración de 1904. Por último, el paciente más famoso de Freud, Jones (1953), al justificar el título del capítulo XIV de su biografía de Freud, titulado "El autoanálisis (1897...)" dice: "En el encabezamiento de este capítulo hemos puesto sólo la fecha inicial. La razón de ello es que Freud, según me ha dicho, nunca dejó de analizarse, dedicando siempre a este fin la última media hora del día". Aquí todos los comentarios sobran. En la actualidad esta discusión es irrelevante puesto que las personas de 50 años están consideradas dentro de la mediana edad y, como ya he señalado en otro lado (cap. 2), para muchas de ellas ésta es considerada "la flor de la vida" por sus realizaciones personales, sociales, profesionales y/o productivas. La edad cronológica ha dejado de ser un indicador válido para determinar la analizabiltdad de las personas y ahora nos atenemos más a las motivaciones de la búsqueda de tratamiento, al cuadro psicopatológico, al estado de sus defensas y a la eventual disposición de ayuda familiar apropiada. Los casos presentados en los artículos II, VIII y especialmente en IV y IX, son muy demostrativos al respecto. De hecho, en nuestra práctica privada es sumamente frecuente la consulta y el pedido de tratamiento por parte de personas que están en la cincuentena, en tanto que, cuando la edad supera los 60 años, la consulta suele ser hecha por los familiares. (2) Berezin, en la discusión del trabajo IX, señala que "la rigidez no es ni una función ni una consecuencia de la edad sino la persistencia en el paciente del estilo del carácter de su personalidad", y estoy de acuerdo con él porque esto constituye una evidencia clínica irrefutable. Pero hay que distinguir dos casos. Hay personas que han sido rígidas e inflexibles desde jóvenes y al llegar a la vejez probablemente — aunque no siempre— se les acentuarán estos rasgos; otros no lo han sido tanto pero al llegar al momento del envejecimiento se les hace manifiesta. En estos casos la rigidez está determinada por una disociación extrema como un intento de luchar contra la ansiedad que les provocan los cambios bio~psico-sociales propios de este pasaje, y que se estructuran como formación reactiva, ligados a viejos aspectos caracterológicos que hasta el momento habían transcurrido de forma yosintónica. Lo que quiero señalar es que hay tanto pacientes viejos como jóvenes con rigidez defensiva, y que la dificultad de manejo terapéutico dependerá de su tipo de estructura psicopatológica y no de su edad cronológica. (3) Realizado por un terapeuta que cumpla los requisitos que señalo en otro lugar (13). no hay ninguna diferencia entre el tratamiento psicoterapéutico de los pacientes viejos y el de los de otras edades. Insisto en lo de los tera- peutas porque su "disponibilidad" (VII) y su contratransferencia serán lo que en última instancia determine el destino de la relación terapéutica. Esta cita de Abraham muestra que él también pensaba que no había diferencia alguna. (4) Este artículo es importante por ser el primero publicado por un psicoanalista del círculo cercano a Freud; se opone decididamente a las ideas expuestas por éste quince años antes y lo hace apoyado en que: "Desde entonces, la experiencia psicoanalítica ha aumentado mucho, y su técnica se ha desarrollado grandemente". Hay algunos puntos que merecen ser recalcados. Uno está referido a algo que he señalado anteriormente (1). Abraham se refiere aquí al tratamiento de pacientes de "edad muy avanzada", pero cuando leemos los historiales nos encontramos con que los cuatro pacientes tenían 50, 50, 53 y 41 años respectivamente, y del primero de ellos decía que "se hallaba en el período de involución" (?). Evidentemente no es ésta la idea que hoy tenemos sobre el tema, pero muestra con mucha claridad cuál era la ideología de la época, aun en los círculos médicos, sobre la ubicación de la vejez dentro del ciclo vital humano. Otro punto a considerar en este trabajo es el referido a las dudas que se le presentan al autor sobre si en estos casos debe usarse el método psicoanalítico tradicional o sí debe modificárselo. Es importante dar alguna respuesta porque, como el lector podrá apreciar leyendo el resto de los artículos, es un tema que de una u otra manera se les plantea a todos los autores, y que cada uno resuelve de manera particular y, en algunas oportunidades, hasta ostensiblemente contrapuestas. Desde la época de Abraham hasta aquí los aspectos teóricos y técnicos psicoanalíticos se han desarrollado enormemente. Estos desarrollos no sólo son aplicables a los que se consideran como tratamientos psicoanalíticos "ortodoxos", sino a casi todas las formas de psicoterapia que utilizamos. La conceptualización de nuevos cuadros psicopatológicos tales como las psicopatías, borderlines, adicciones graves, etc., así como la exigencia de la atención de éstos u otros pacientes en instituciones variadas nos han llevado a lo que Freud vaticinaba en 1918: a "mezclar el oro puro con el cobre"... "Pero cualesquiera que sean la estructura y composición de esta psicoterapia para el pueblo, sus elementos más importantes y eficaces continuarán siendo, desde luego, los tomados del psi- coanálisis propiamente dicho, rigurosa y libre de toda tendencia". Y así es, pero las formas han variado y las hemos ido adaptando, como decía Abraham, "más a los enfermos que a las enfermedades". No sólo eso, sino que al incluirnos cada vez más como elemento fundante del campo terapéutico, prestamos mayor atención a la estructura de la pareja clínica y a lo que podemos obtener de ella. Hay que escuchar muy atentamente lo que dice Kaufrman (VI): "no es tan importante lo que se hace sino cómo se hace". Y el cómo se hace dependerá fundamentalmente de cómo podamos nosotros manejar la relación que se nos plantee. Con todo esto no quiero defender una anarquía técnica clásica o modificarla, como si ello dependiera, en última instancia, de la edad de los pacientes, sino que quiero señalar que me parece irrelevante el plantearse si en el tratamiento de los viejos hay que recurrir a la técnica. Existen objetivos básicos mínimos que creo debernos compartir todos como terapeutas, tales como hacer consciente lo inconsciente, atender a la calidad y cantidad de las defensas y tratar de ayudar a remover los síntomas, todo esto dentro del marco de la comprensión de los psicodinamismos que se juegan en el campo terapéutico. El logro de estos objetivos dependerá no sólo de la edad de los pacientes sino del cuadro psicopatológico y de nuestra "disponibilidad" para el tratamiento (VII). El conjunto de todos estos factores determinará nuestro modo de funcionamiento, pero como se observa dramáticamente en la revisión de estos artículos, los criterios teórico-prácticos son muy dispares. Veamos si no los criterios sobre duración de los tratamientos (III, IV, VII, IX, X); frecuencia (III, VI, VII, VIII, IX); uso del diván o frente a frente (III, IV, VI, VIII, X); o el uso de la transferencia (III, IV, VI, VIII, IX). Todo esto hace que nos resuene especialmente la conclusión de Didieu-Anglade (VII) y que vale la pena repetir: "Hemos podido constatar que la psicoterapia (en los viejos), aun la realizada por analistas entrenados, reviste en la mayoría de los casos un aspecto de sostén pragmático". Aun de acuerdo con esta aseveración, no debemos desalentarnos porque a despecho de técnicas distintas, los resultados parecen ser buenos en la mayoría de los casos, y los terapeutas, optimistas sobre su trabajo. Entonces debemos concluir que esto se debe fundamentalmente a una abierta y cariñosa actitud vital hacia la vejez ajena y a una aceptación sin angustias de la propia. (5) Para entender cabalmente este tema me remito a mis anteriores trabajos sobre viejismo (cap. 1) y sobre sexualidad en la vejez (cap. 5). En ellos expongo las ra zones psicológicas profundas del rechazo a la sexualidad de los viejos, pero no por ello dejan de impactarme las afirmaciones que Wayne hace aqui, tanto como las recon venciones que Berezin (LX) hace a las presentaciones de algunos reconocidos psicoanalistas en ese Panel. Puedo i ma gi nar me per f ect ament e l o que Ber ezi n l e di r í a a Wayne si hubiesen coincidido en el tiempo. Pero entretanto me pregunto, ¿cómo puede un psicoanalista proponer la no profundización de un tema como el de la sexualidad durante un tratamiento? ¿Cómo se puede proponer una alianza con la neurosis en detrimen to del auténtico conocimiento? Si se analizan las pul siones sexuales en los niños, los adolescentes y adultos, ¿por qué no en los viejos? ¿Qué son, sujetos de segunda categoría? La sexualidad en estos pacientes debe ser conveniente mente analizada dentro del material asociativo en la medida en que vaya apareciendo, tal como se ve en el historial de Simberg (IX), o pese al temor que pueda provocar, como le pasaba al candidato que controlaba con Berezin (IX). La transferencia erótica está permanentemente presente y no se la puede ignorar, aun bajo una aparente preocupación por el paciente, como parece sostener Wayne. No está de más recordar que nuestro rol profesional como psicoterapeutas nos obliga a la búsqueda incesante de la verdad, y ésta no se puede conseguir silenciando conscientemente aspecto alguno de la personal idad de nuestros pacientes. (6) Es preciso que quede claro que la elección del diván o de la posición frente a frente no depende solamente de la edad del paciente. El cuadro psicopatológico, la meta tera péutica que nos fijemos, el grado de regresión que nos propongamos conseguir, el estado de las defensas, etc., son también cosas que hay que tener en cuenta. No estoy de acuerdo con la posición que aquí sostiene Wayne para descartar el uso del diván, argumento que queda claramente refutado al leer los hist oriales presentados en IX, aunque sí es cierto lo que sostiene con respecto a la regresión. De cualquier manera, hay viejos que toleran la regresión y otros que no, pero exactamente en la misma forma y proporción que en otras edades. Recor - demos si no lo que dice Abraham (II): "los casos de viejos en los cuales fracasó el tratamiento psicoanalítico son los mismos en los cuales fracasaría, aunque fueran jóve nes". (7) Este artículo es interesante porque más que una te rapia psicoanalítica modificada, como lo expresa el título, es un exponente cabal de una forma de terapia muy extendida en los años 50 y 60 en los Estados Unidos: me refiero a la terapia conductista. No quiero que se tome esto como una crítica, simplemente deseo situar al lector dentro del esquema referencial pertinente. (8) Este artículo de Rolla, con su entusiasmo y su em puje a favor del trabajo grupal con "gente de edad", como él los llamaba en esa época, fue el primero de su género que leí en 1970 y el que, de alguna manera, determinó la futura ideología de trabajo del Equipo de Psicogeríatría y Psicoprofilaxis de la Vejez que comenzó a funcionar en el Centro de Salud Mental N 9 1 de la Capital Federal. Junto con Eduardo Aduccl y Ana María Antenzon resolvimos aplicar nuestros conocimientos psi coanalíticos al traba jo con viejos y luego de varias discusiones tomamos una determinación que desde ese momento mantuvimos inal terada durante todos los años de trabajo en la institución: solamente trabajaríamos con grupos terapéuticos y para ello establecimos a priori una especie de slogan que decía: "todo viejo es agrupable hasta que no demuestre lo con trario". A la larga quedó de manifiesto que ésa fue una decisión correcta y productiva, ya que sólo "demostraron lo contrario" los casos de demencia senil y de ciertas de presiones psicóticas en sus períodos más críticos. Con el correr del tiempo, y luego de sucesivas pruebas por ensayo y error, fuimos confirmando lo que aun hoy considero como la mejor metodología en este tipo de tra bajo dentro de las instituciones. La fuimos estructurando a partir de la constatación del alto grado de ansiedad que generaba en los terapeutas el trabajo con estos pacientes, no sólo por el tipo de material que producían, sino porque en muchos casos configuraban lo que se conoce con el nombre de "pacientes de alto riesgo". Como todo ello se traducía en el afloramiento y manejo de fuertes ansie dades psicóticas, tomamos prestada del trabajo con psicóticos clínicos la idea de la co-terapia, y a partir de un determinado momento la usamos en todos los casos, incluso, más adelante, en las entrevistas de admisión. El esquema de trabajo era el siguiente: se constituía el grupo con 8 a 10 pacientes y lo dirigían dos terapeutas y dos observadores no participantes. La función de éstos era que uno registrase por escrito todo lo que decían los pacientes y el otro todo lo que decían los terapeutas *. Luego de la sesión, que duraba 90 minutos, en la hora siguiente se reunía todo el equipo institucional y se controlaba el trabajo recientemente realizado sobre la base de las notas tomadas por los observadores. Este tipo de control efectuado "en caliente" demostró ser de primordial importancia para 1) la comprensión del material de los pacientes; 2) la comprensión del funcionamiento de los terapeutas, tanto en su acción como en sus omisiones; 3) la detección del impacto contratransferencial en la conducta de los terapeutas, es decir en su integración, acercamiento, distancia afectiva, distracciones, etc.; 4) la disminución de la ansiedad de terapeutas y observadores, y 5) la cohesión y consolidación de los vínculos de trabajo del equipo. Personalmente creo que a este último punto debe dársele la mayor prioridad en el trabajo institucional con estos pacientes: si el equipo se siente cohesionado y con redes de apoyo recíprocas, funciona bien, y como consecuencia el trabajo clínico se desarrolla sin tensiones y el beneficiario directo es, por supuesto, el paciente. Las conclusiones sobre el trabajo realizado con los primeros grupos en la institución fueron expuestos por Antenzon y Koziol (1973) en el ler. Congreso Latinoamericano de Gerontología y Geriatría. A nuestro Equipo le corresponde el mérito de haber sido el primero en nuestro país en trabajar en forma intensiva con grupos de viejos en una institución, modelo que luego, por fortuna, pasó a constituirse en una práctica corriente en muchos servicios **. Ahora bien, ya han pasado varios años desde que se puso en funcionamiento todo este operativo, y creo que conviene hacer una revisión, tanto de lo actuado por nosotros como de lo que sostiene Rolla. * No tengo dudas de que en la actualidad, y disponiendo de los medios necesarios, los observadores grupales podrán ser sustituidos por la cámara de Gesell, las máquinas de video o loa circuitos cerrados de televisión. •* Quiero hacer público mi reconocimiento y agradecimiento personal a todos aquellos pioneros que con su trabajo, de alguna manera Influyeron en el desarrollo de la psicogeriatría en nuestro medio: Eduardo No hay ninguna duda de que el grupo terapéutico cumple una función de suma importancia en el tratamiento de gran parte de los problemas psicológicos de estos pacientes, sobre todo teniendo en cuenta que en el trasfondo de la gran mayoría está la pérdida de ciertos roles sociales, entre otros escuchar y ser escuchado, reconocer y ser reconocido, interesarse y ser interesante, etc. En este aspecto es donde el grupo cumple el aspecto mayéutico al cual Bleger (1972) le daba tanta importancia, y que es el responsable de la rápida respuesta que suelen tener estos pacientes, más rápida que en otros grupos de edades menores. Pero no sólo los aspectos mayéuticos cuentan sino también, por supuesto, los objetivos de curación, que en estos pacientes se dan en una proporción similar a los de otras edades. Últimamente, observando y estudiando ciertas actitudes de la sociedad hacia los viejos, me he empezado a cuestionar este tipo de terapia, pero, entendámonos bien, no en su fondo sino en la forma como la hacemos. ¿Qué quiero decir con esto? En otro lugar (cap. 1) me he referido extensamente a los prejuicios contra la vejez y las consecuencias que tienen sobre la posibilidad de transitar adecuadamente por este crucial período de la vida. Observando estas conductas es que he empezado a preguntarme con preocupación, si a pesar de nuestra buena intención al buscar soluciones para los problemas psicológicos de los viejos, el hecho de constituir grupos terapéuticos integrados solamente por viejos no es una forma más de contribuir a su aislamiento y segregación. Se podría argumentar en contra de esto, que si existen grupos de niños, de adolescentes, de ulcerosos, etc., ¿por qué no podría haberlos de viejos? La respuesta es que ni los niños, ni los adolescentes, ni los ulcerosos son grupos sociales segregados y los viejos, sí lo son. Podría ser que al agruparlos - aunque fuese con fines terapéuticos— estuviéramos, sin darnos cuenta, reforzando su segregación, constituyendo una especie de gueto socioterapéutico que, en definitiva, tendría el efecto de alejarlos de la vista y el contacto del resto de la población, lo Aduccí, Ana María Antenzon, Ana Toblm, Silvia Koziol. Renata Hilb, ■ luana Lijalad, Margarita Mangone, Roberto Mazzucca, Martha Schcinker, Jacobo Tacus, Mónica Smaluk, Ercilia Martínez, Roberto (.hornobroíF, Alberto Aber, Gabriela Rom, Luís Minuchin, Enrique Mirabé, Daniel Menajowsky, Isabel Salomón, Susana Evans y Clara Zanínl. Esta tarea no hubiera sido posible de no mediar el Impulso y apoyo decisivo brindado por el entonces director de la institución, doctor Hugo RoiarlOli y por H jefe del Equipo de Adultos, doctor Carlos Kaplan. Para r-ltoH tnmbirn mi profundo reconocimiento. que constituye el objetivo último de todo prejuicio de este tipo. Con esto no quiero decir que no haya que brindar tratamiento grupal a este sector de la población, sino que creo que deben ser incluidos en grupos con personas de variadas edades, pues ello redundaría en beneficio para todos, viejos, jóvenes y terapeutas. Sería ése el lugar donde se podrían apreciar las diversas formas que adquieren los prejuicios y la segregación contra los viejos, y cuál es el grado de aceptación y/o participación de éstos en la construcción y mantenimiento de esas conductas. Pienso que éste es un proyecto coherente y correcto, pero también sé que por el momento es de difícil viabilidad porque no creo que haya muchos terapeutas que estén dispuestos a llevarlo adelante, especialmente en los consultorios privados, por temor -prejuicioso también— a perjudicar su consulta particular. Se debería, por lo menos, aprovechar la gran y variada afluencia de pacientes a los servicios hospitalarios para probar y poner a punto este sistema que, insisto, resultará de suma utilidad. (9) Este problema que se le plantea a Rolla es similar al que alguna vez se nos ha planteado a todos los que trabajamos en este campo. Además tiene varias aristas. ¿Cómo llamamos a nuestro objeto de trabajo: viejo, anciano, senescente, geronte, etc.? ¿Desde cuándo llamamos a alguien viejo, anciano, senescente, geronte, etc.? ¿Qué es ser viejo, anciano, senescente, geronte, etc.? Estas preguntas, repito, están presentes en la mente de todos los investigadores, como se ve en la utilización de distintas palabras para designar al mismo sujeto..., ¿o tal vez no es el mismo? Vayamos por partes. Creo que seria importante ponernos de acuerdo sobre la terminología a usar para Que la comunicación con colegas de otras partes del mundo, de otras culturas, incluso, tenga cierto viso de seriedad científica. Pero resulta bastante difícil hacerlo porque, como he señalado en repetidas oportunidades, cada cultura produce su propio tipo de envejecimiento y, por lo tanto, los sujetos que transitan este período serán distintos en latitudes distintas. Pero aun hay más. Dentro de una misma cultura, al envejecer, los individuos tienden a diferenciarse cada vez más entre sí, mucho más que en otras edades anteriores. Son más homogéneos como grupo los chicos o los adolescentes que los (¿cómo los llamamos?) viejos, ancianos, senescentes, gerontes, etc. Este fenómeno, llamado dispersión en estadística, dificulta un poco más las cosas, y ante la amenaza de que se llegase a un callejón sin salida la OMS cortó por lo sano y estableció como parámetro universal los 65 años como el comienzo cié la vejez. Por extensión comenzó a llamarse "envejecimiento" al período comprendido entre los 55 y los 65 años. Nadie está satisfecho con esta solución salomónica, pero aun así, y hasta tanto no lleguemos a ponernos de acuerdo respecto de otra, en muchos medios se la sigue usando por comodidad; en otros no, y ya veremos cuales son las alternativas que se barajan. Cuando comenzamos a trabajar en el Centro de Salud Mental N9 1, allá por 1970, estas dudas eran frecuentes en nuestro equipo hasta que un trabajo de Mario Stejilevich (1971) nos dio una pista importante. Allí decía: "Desde la época de la revolución industrial la denominación de 'viejo' califica por igual a objetos y seres humanos. Desde entonces (y debido a su producción masiva) ya no se valora a los objetos y utensilios por su utilidad real, sino en relación al 'último modelo'. A su vez las personas no se miden por su capacidad, sino que ésta comienza a ser deducida formalmente de la edad cronológica. Nuestra actual sociedad de consumo induce en la comunidad una actitud que, así como impulsa a reemplazar 'lo viejo' (sirva o no), impulsa a reemplazar 4al viejo' (sirva o no), presionada por un ejército de desocupados jóvenes". Esta cita situaba el problema del viejo en la perspectiva de la desrealización del ser humano a través de su "cosificación" y nos indicaba que había que comprenderlo dentro de su desarrollo histórico, tanto social como individual, como un hombre-trabajador alienado en el proceso de producción al que pertenece y que lo encuentra, al final de su camino, identificado con los objetos que produjo y que paulatinamente fueron vaciándolo hasta convertirlo en un ser sin actividad vital. Por lo tanto nos pareció lógico y efectivo propulsar la utilización de la palabra viejo — desechando expresamente todos los sinónimos— desde todos los medios de comunicación disponibles a nuestro alcance, conferencias, radio, televisión, periódicos, etc., en un intento explícito de que la población en general, y los profesionales en especial, fueran perdiendo el miedo a la vejez, a su propia vejez, a través de perderle el miedo a la palabra que la designa. Esta meta que me impuse desde el comienzo de mi trabajo en psicogeriatría, en cierto sentido creo que ha dado muy buenos resultados en nuestro medio desde el punto de vista de su extensión y profundlzación, pero desde el pun- to de vista clínico demostró fallas. Con el correr del tiempo nos dimos cuenta de que no todos los colegas tratábamos el mismo tipo de pacientes y que la palabra viejo parecía ser muy abarcativa y poco significativa. Una primera evaluación de esta situación conflictiva me llevó a sacrificar momentáneamente la evidencia clínica a favor de la prioridad que me había impuesto: que se empezara a perder el miedo a la vejez. Hoy, más de quince años después y con parte de este objetivo cumpliéndose satisfactoriamente, creo que hay que retomar el otro punto. ¿A quiénes llamaremos viejos, entonces? Propongo dar vuelta la pregunta y comenzar por formulársela a los propios interesados. Muchinik (1984) realizó un interesante trabajo de campo en 1978 sobre aspectos significativos de la vejez, uno de cuyos ítems estaba dedicado al estudio de la imagen que los sujetos tenían de sí mismos. De este estudio reproduzco el siguiente cuadro: Identidad según edad cronológica (N= 297 sujetos) ¿Cómo se siente usted? 65 a 69 años (N156) Joven De mediana edad Una persona mayor Una persona vieja 4,4 26,9 52,5 16,0 70 a 74 anos (N= 76) 3,9 11,8 56,5 27,6 75 años o más (N65) 4,6 10,7 47,6 36,9 TOTAL 4,3 10,5 50,8 23,8 Independientemente del curioso hecho del gran número de personas que se consideran "jóvenes", razón que obligó a los investigadores a agregar esta categoría con posterioridad, lo que llama la atención es la baja proporción de encuestados que se consideran "viejos" (cerca del 25 %), solamente 1 de cada 4, en tanto que algo más de la mitad se ve a sí mismo como "una persona mayor". En otro lugar (cap.l) me he referido a la importancia que estas auto evaluaciones tienen para el establecimiento de los diagnósticos funcionales en la vejez como complementarios de los diagnósticos de tipo médico. Este traba- jo de Muchinik es un claro ejemplo de lo que allí sostengo, en el sentido de que muestra una gran correlación con lo que nos es dable observar en la clínica y que, por otra parte, ya ha llamado la atención de varios autores. Neugarten ha sido quien primero ha insistida en este punto, y en un reciente artículo (1986) resume los conceptos que ya venía elaborando con anterioridad y que fueron expuestos en 1982 de la siguiente manera: "Entre el gran rango de diferencias que se observa en las personas viejas es útil hacer una distinción entre the young-old y the old-old, distinción basada no en la edad en sí misma sino en características sociales y de salud. [Por el momento voy a usar los dos términos en su original inglés hasta su traducción más adelante]. Los young-old son la gran mayoría. Son los hombres y las mujeres competentes y vigorosos que habiendo reducido su actividad en el trabajo o en las tareas domésticas, tienen una situación financiera relativamente confortable, son bien educados y miembros integrados de sus familias y comunidades. En contraste, los old-old son los que sufren las consecuencias de las mayores pérdidas físicas, mentales o sociales, y que requieren servicios sociales y de salud para su soporte y restablecimiento. Estas son las personas que necesitan cuidados especiales. El término youngold representa la realidad social que determina que la línea demarcatoria entre la mediana edad y la vejez está lejos de ser claramente delimitada. Si miramos a la totalidad de la población arriba de los 65 años, una rápida estimación nos muestra que los young-old constituyen del 80 % al 85 % y los old-old sólo del 15 % al 20 %. Por supuesto que ésta es una observación no demasiado precisa; las proporciones podrán cambiar en sucesivos grupos etarios y de acuerdo con las diferentes definiciones que demos a la palabra fragilidad. El hecho de que la enorme mayoría de las personas mayores de 65 años sean esencialmente competentes — es decir young-old — es ¡a mayor adquisición del siglo XX en los Estados Unidos" (la bastardilla es mía). Dejando de lado el hecho de que ciertos aspectos de esta descripción corresponden a la sociedad norteamericana actual y que no son exactamente extrapolables a vastos sectores de nuestro país, ni mucho menos a los de América latina, la distinción entre dos tipos de viejos es pertinente y debemos buscar la forma de instrumentarla aquí. El primer problema que se nos presenta es cómo traducimos los términos young-oldy old-old. La traduc- ción literal viejo-Joven, viejo-viejo me parece que no sirve porque podría prestarse a connotaciones ideológicas complejas. Los términos joven y viejo están muy separados en el tiempo, y entre ellos existen otros que no deben ser desestimados y que pueden ser útiles. En nuestro país Elbert y Antonuccio (1985), apoyándose en trabajos de R. Gutman, dicen: "la denominación de 'adultos mayores' (es) para aquellas personas que comienzan a mostrar algunos signos de envejecimiento en lo corporal y que en lo social se hallan atravesando etapas de pérdida de roles debido a cambios en sus ámbitos familiares y de trabajo. El término 'anciano' será usado para referirnos a personas que en nuestra sociedad transitan por un período de declinación biológica acelerada, que tiene lugar alrededor de los 80 años, término medio". Como vemos, estas definiciones concuerdan casi con exactitud con las de Neugarten e introducen adecuadamente el concepto "adulto mayor", aunque fallan a mi juicio, al utilizar el término "anciano"; la palabra correcta para esto creo que es "viejo". Insisto, hay que usarla sin miedo. Habría que incluir dos palabras que también designan aproximadamente lo que estamos tratando aquí, especialmente en lo que se refiere a la funcionalidad, como los términos senectud y senilidad, que connotan el envejecimiento normal y patológico, respectivamente. Estas palabras son peligrosas porque, especialmente la última, sentí, han entrado en la franja de las palabras más frecuentemente utilizadas en los prejuicios contra la vejez, y se han saturado de una significación cargada ideológicamente de hostilidad. Por suerte creo que cada vez se usan menos en los círculos científicos serios, o por lo menos se las usa con mayor cautela y propiedad. Reexaminando todas estas ideas, me parece adecuado traducir — por lo menos por el momento— los términos young-old y old~old por adulto mayor y viejo respectivamente. Si lo aceptamos, entonces, desde el punto de vista bio-psico-social el ciclo vital estaría compuesto por infancia, pubertad, adolescencia, adultos jóvenes, mediana edad, adultos mayores y viejos, cada una con sus particularidades y conflictos propios, los cuales determinarían la pertenencia de los sujetos a ellas y no simplemente su edad cronológica. (10). Esta idea de Rolla está muy extendida entre quienes no tienen contacto directo, desde el punto de vista psicoterapéutico, con las personas viejas y con wm I » H . blemas. Es un caso típico de consideración "adulto morfa", es decir de proyección en los viejos de conducta! pertenecientes a los adultos. Lo que se observa clínicamente en estos pacientes es que la muerte no ocupa el lugar preponderante en sus preocupaciones que los adultos creen. Este es un tema preocupante para las personas más jóvenes, no para los viejos... ¡y tienen razón! Tienen razón porque se muere más gente joven que vieja. La creencia popular habitual al observar la pirámide demográfica es que hacia el final ésta se achica y hay menos viejos porque éstos se mueren en mayor cantidad... pero no es así, es exactamente al revés: hay menos viejos porque mucha más gente se muere en el camino antes de llegar a edades avanzadas. No hay que olvidarse que el crecimiento de la población vieja en todas partes del mundo — con los problemas que ello trae aparejado— es el resultado del desarrollo científico y tecnológico que permite actuar de manera preventiva y curativa sobre las afecciones que se manifiestan en los sectores más jóvenes, brindando asi una mayor sobrevida. Volviendo a las consecuencias psicológicas de todo esto, señalemos que, en general, la principal preocupación'de los viejos no es la muerte sino la pérdida de los roles sociales, pérdida que, en muchos casos, hace insoportable la vida. La toma de conciencia de la personificación personal de la abstracción "muerte" debería ocurrir normalmente en las personas en su mediana edad, lo cual llevaría a una elaboración adecuada y a la aceptación de la propia muerte como un elemento integrante de la vida. La imposibilidad de hacerlo, la negación, el rechazo o la persistencia de fuertes componentes psicóticos previos — como acertadamente señala Rolla- determinan que luego, en su vejez, muchos sujetos persistan en fuertes preocupaciones sobre la muerte. Pero esto debe ponerse en la cuenta de la patología y no de la edad. (11) Este tema me interesa muy especialmente porque tiene que ver directamente con algo en lo cual vengo insistiendo desde hace mucho, desde mi trabajo en el Centro de Salud N9 1. En las instituciones dedicadas a la salud mental y especialmente en nuestro país, donde la falta de una remuneración adecuada — entre otras cosas— produce una movilidad y deserción muy grandes del personal terapéutico especializado, es necesario fomentar, por medio de su in- terpretación sistemática, la transferencia institucional más que la individual. Es preciso que el paciente se sienta contenido, protegido y comprendido por la institución, de la cual el terapeuta que ocasionalmente realiza el tratamiento debe ser sólo el representante, así como aquélla debe serlo de la sociedad toda. Las instituciones deben tener una política clara y definida en este sentido, que tienda a evitar la práctica, tan común y extendida, de permitir que muchos terapeutas la utilicen como lugar para sacar de allí su clientela particular, ya que para conseguirlo necesariamente deben recurrir al procedimiento de hacerse idealizar por los pacientes utilizando la transferencia como sugestión, lo cual incrementa en éstos una fuerte disociación entre terapeuta e institución, sin tener en cuenta las previsibles consecuencias que esta conducta puede tener sobre el enfermo. Claro que uno puede comprender que esto ocurre porque en nuestro país a los profesionales no se les paga o se les paga muy mal, y por lo tanto tratan de cobrarse por otro lado, lo cual es cierto, pero no por ello deja de tener consecuencias negativas sobre la marcha de las instituciones y sobre el resultado de los tratamientos que allí se realizan. Una solución parcial que aliviaría algo la situación sería que las instituciones pagaran a los profesionales con formación adecuada, es decir con cursos, ateneos, controles, etc., pero en realidad muy pocas lo hacen. El análisis centrado en la transferencia institucional aliviaría, por ejemplo, los procesos de duelo que tienden a producirse ante la necesidad de cambio de terapeuta, como en el caso que estamos viendo. (12) Estas preguntas, así como las que se hace Simberg (IX), merecen algunas consideraciones. Basándome en lo que he explicado largamente en mi trabajo sobre viejismo sostengo que estas preguntas forman paite de un típico pensamiento prejuicioso hacia la vejez y descalificatorio para con los profesionales que trabajamos con ella. Esto no debe ser tomado como una crítica al pensamiento consciente de estos autores, sino como un ejemplo muy claro de lo que describí en mi artículo, en especial cuando me refiero a los aspectos inconscientes del viejismo y a la acción perjudicial que tiene cuando asienta en un profesional encargado de la salud mental de los viejos. Desde el psicoanálisis sabemos que todas nuestras conductas tienen sus motivaciones. Si las conocemos o no es otra historia, y dependerá, entre otras cosas, de la profundización que sobre ellas hayamos hecho en nuestro análisis personal. Por lo tanto, todos los terapeutas tendrán sus motivaciones para atender niños, adolescentes, psicóticos, etc., pero que yo sepa estas motivaciones no forman parte de la preocupación de los investigadores que se dedican a estos temas, por lo menos no tengo conocimiento de que se haya publicado algo al res pecto. Entonces, ¿por qué tendrían que ser importantes las motivaciones de los terapeutas para atender viejos? Tenemos que concluir que lo son solamente en la medida en que alguien considere la vejez como una edad muy distinta de las demás - pero cargada de una connotación negativa- , merecedora de una atención especial, y a los que trabajan en este campo como poseedores de una actitud morbosa —sospechosa en el mejor de los casos— hacia ella y hacia la muerte. Personalmente me parece más provechoso plantearme las preguntas al revés, es decir, ¿por qué tan pocos terapeutas quieren trabajar con viejos? ¿Cuál es el temor que la vejez produce en nosotros que nos lleva a rechazarla? (13) En otro lugar me he extendido sobre las dificultades que se le plantean al terapeuta para atender a este tipo de pacientes (cap. 1), de manera que remito al lector a lo allí dicho. Ahora sólo quiero resaltar algunas cosas. Como se ve en varios trabajos aquí resumidos (VI, VII, VIII, IX y X), es una observación constante de todos los autores el que la contratransferencia juega un papel decisivo en la instalación, mantenimiento y logro del tratamiento con estos pacientes, por eso me parece muy importante lo que Didieu-Anglade señala sobre la necesidad del análisis personal más el complemento de la formación técnica especializada. La falta de estas dos piezas claves es lo que determina: 1) el poco interés de los terapeutas para atender a pacientes viejos; 2) el fracaso de los tratamientos emprendidos por terapeutas no entrenados, o 3) el abandono, después de un corto tiempo, del trabajo con viejos por parte de los terapeutas. El análisis personal es importante en estos casos por dos razones fundamentales. En primer lugar, porque es preciso que los profesionales que piensen dedicarse a esta tarea tengan elaborado, por lo menos en parte, su situación como hijos dentro del triángulo edipico para que eso les permita la suficiente libertad interior como para poder situarse, sin angustias, cuando las exigencias transfe- réndales del tratamiento lo coloquen, en cualquiera de los tres lugares requeridos. En segundo lugar, porque es preciso que los terapeutas tengan aceptado - aunque sea en parte— su propio proceso de envejecimiento como algo activo e inevitable, inherente a la vida misma, para que el enfrentamiento constante, diario, con la vejez de sus pacientes no se convierta en una prueba constante, diaria, de su juventud, es decir en una conducta contrafóbica de reafirmación narcisista de algunos aspectos de su personalidad. La elaboración de estos dos aspectos les permitirá afrontar las dificultades certeramente expuestas aquí por DIdieu-Anglade y en los artículos VI, VIII y IX, pero además puede dar respuesta a otra preocupación de estos mismos autores: ¿tiene importancia la edad del terapeuta en este tipo de tratamientos, especialmente cuando es más joven? Planteadas las cosas de este modo, la respuesta decididamente es no. Podrían surgir -y de hecho surgenciertas dificultades resistenciales manifiestas relacionadas con la edad del terapeuta, pero en la medida en que éste haya cumplido los requisitos que señalamos anteriormente estará en condiciones de acceder al material inconsciente necesario para disolverlas. Aquí las cosas son similares a las que planteé anteriormente con respecto a la edad de los pacientes para acceder al tratamiento (1), es decir que las dificultades en el manejo de la situación terapéutica no dependen de la edad del profesional, sino que están en relación con sus propias respuestas contratransferenciales. Esto en cuanto al requisito del análisis personal. En lo referente a la formación técnica especializada también hay algo que decir, empezando por lo más obvio que es de fundamental importancia. En un trabajo de Caneado (1985) se cita una recomendación incluida en el Proyecto de Programa de Acción sobre el Envejecimiento en América Latina, realizado en San José de Costa Rica en 1982, y que dice que "se debe dar la debida importancia al desarrollo de centros de capacitación e investigación sobre la tercera edad, encargados de preparar recursos humanos en distintos niveles para atender a las necesidades de los ancianos, desde especialistas geriátricos de nivel universitario, hasta personal auxiliar en el área gerontología", y también se dice que estas recomendaciones "no fueron puestas en práctica por la mayoría de los gobiernos latinoamericanos". No obstante, como señala más adelante, organismos no oficiales promovieron acciones que culminaron en la creación de diversos tipos de programas en relación con la enseñanza de la geriatría y la gerontología. En lo referente a la Argentina dice: "La especialidad es reconocida por el Ministerio de Salud Pública y Medio Ambiente. Para la obtención del título de especialista, se exige haber realizado algunos cursos especiales o haber ejercido una actividad continua, durante cinco años, en algún servicio de geriatría reconocido como tal. Universidad de Buenos Aires: Estableció normas para el otorgamiento del título de médico geriatra. que involucra actividades teórico-prácticas durante 2 años. Universidad de Rosario: Por medio de su Facultad de Medicina y a través de la Sociedad de Geriatría de Rosario, se realizan cursos de posgrado cada 2 años, para el otorgamiento de títulos. Otros cursos de capacitación profesional: - Dirección de Ancianidad de la Municipalidad de Bue nos Aires. - Hospital Aeronáutico. - Club Edad de Plata del Consejo Argentino de Mujeres Israelitas. - PAMI. - AGEBA". La lista no es completa, pero es significativa y muestra que en el país tenemos algunos lugares en donde se pueden seguir cursos sistemáticos de aprendizaje de la geriatria y la gerontología... pero no de la psicogeriatría. Esto está delegado al esfuerzo personal de algunos empeñosos. Como de costumbre, los aspectos psicológicos quedan relegados. No obstante, las cosas han comenzado a cambiar. La Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires ha incluido en su nuevo programa de estudios una materia que se llama Tercera Edad y Vejez", y el 13 de diciembre de 1985 llamó a concurso para proveer el cargo de profesor titular. Lo gané, y cuando me haga cargo de la cátedra intentaré darle a la misma tanto el carácter de docencia como de investigación, para que sirva de aprendizaje de todos los aspectos psicológicos relacionados con la vejez, no sólo en sus aspectos patológicos sino, y muy especialmente, en la comprensión del desarrollo emocional normal del proceso de la mediana edad y el enve- jecimiento. Intentaré subsanar en parte, por lo menos, el déficit de información y formación que hasta ahora padecemos en nuestro medio. (14) La motivación para el tratamiento y la forma de establecerla merecen algunas reflexiones. Actualmente en nuestro país la mayoría de los motivos para el tratamiento psicoterapéutico de los adultos mayores y los viejos los deciden sus familiares. Son ellos los que solicitan la consulta y por lo tanto considero de buena práctica comenzar con entrevistas a los miembros de la familia que para ello se presten sin la presencia del futuro paciente. La consigna debe ser clara y precisa: "Que vengan todos los que se sientan concernidos por el problema". Este procedimiento tiene varias ventajas. En primer lugar, me permite tener una visión clara del problema, es decir si la motivación es en interés del viejo por el cual se consulta, o si éste es sólo el "chivo emisario" de situaciones familiares complejas no resueltas. Esto suele verse con mucha asiduidad en los casos de duelos patológicos, donde, por los motivos prejuiciosos que he señalado anteriormente, se trata de endilgar al viejo el rótulo de enfermo y se pretende hacerlo depositario de ansiedades que no le pertenecen, o que por lo menos comparte. Estas entrevistas, manejadas operativamente, muchas veces permiten por sí solas ubicar dónde está centrado el conflicto y determinar si es realmente el viejo el que necesita atención o si lo es algún otro miembro de la familia o la familia entera. En segundo lugar, cuando se logra determinar que es realmente al viejo al que debemos atender, la entrevista debe servir para recabar la mayor cantidad de datos posibles sobre su historia, sobre la evolución de la enfermedad y, sobre todo, escuchar las diversas versiones que sobre el caso tienen los distintos miembros de la familia. Todo ello resultará muy útil en el momento de confrontar estos datos con los que obtengamos posteriormente en la entrevista con el propio paciente. No hay que olvidar que por diversas razones éste suele estar muy poco dispuesto a ' contar sus intimidades, sobre todo sabiendo que no ha sido él el que ha decidido la consulta. Si no fuera por este procedimiento muchas veces correríamos el riesgo de pasar por alto elementos importantes referidos al paciente y a sus circunstancias. En tercer lugar, estas entrevistas nos permiten, muchas veces, hacer un diagnóstico presuntivo sobre el futu- ro paciente, lo que nos permitirá dejar en claro con la familia qué es lo que debemos esperar del tratamiento y qué no. Me refiero, por ejemplo, a los casos manifiestos e inconfundibles de ciertas demencias o a trastornos depresivos circulares. En cuarto lugar, y de suma importancia a mi juicio, nos permitirá saber con qué tipo de apoyo contaremos a lo largo del tratamiento. En estas entrevistas debemos tratar de comprometer el máximo de ayuda posible y deben quedar establecidos fluidos lazos de comunicación de ambos lados para todas las ocasiones requeridas. En quinto lugar, para establecer algunos términos del contrato, en especial el referido a los honorarios (16). En aquellas oportunidades en que el motivo de consulta familiar sea por quejas especiales referidas a la convivencia del viejo en casa de sus hijos, por ejemplo, resulta de suma utilidad, y debería tomarse como una práctica corriente, realizar la entrevista en el domicilio de los consultantes. ¡Cuántas cosas aparentemente incomprensibles en la entrevista se aclaran de repente con sólo ver el escenario donde se desarrollan! (15) Al discutir el tema del tratamiento psicoterapéutico de los viejos no puede dejar de considerarse el tema del uso de los psicofármacos. En otro lugar (cap. 7) y al hacer mención de los recursos terapéuticos con que contamos para tratar a estos pacientes, rocé tangencialmente la cuestión. Ahora vuelvo a ella. Ha pasado ya, afortunadamente, el tiempo de los puristas del psicoanálisis que se oponían al uso de las drogas por considerar que éstas perturbaban el desarrollo de los tratamientos. Así como el psicoanálisis, la psicofarmacología también ha avanzado mucho, ha descubierto nuevas drogas muy eficaces para producir rápido alivio en muchos casos, lo cual, lejos de lo que se pensaba antes, ayuda a hacer accesibles al psicoterapeuta cuadros que antes eran inabordables. Por supuesto que no hay drogas mágicas, drogas que "curan" los trastornos psicológicos, pero sí hay drogas que ayudan... ¿que ayudan a qué? En el caso que estamos tratando, el de la terapia de los problemas de salud mental de los adultos mayores y viejos, contamos con tres elementos de fundamental importancia que son la psicoterapia, los psicofármacos y la ayuda o terapia familiar. La experiencia me ha demostrado que ninguno de estos tres recursos es eficaz por sí solo y que lo será solamente en conjunción con alguno de los otros dos; si podemos utilizar los tres juntos, mejor. Muchas de estas psicoterapias requieren en algún momento de su desarrollo, el uso de psicofárrnacos. La gran mayoría de los pacientes que vienen a la consulta están o estuvieron medicados, bien o mal, pero medicados. Generalmente han probado muchos medicamentos sin un plan orgánico, sin seguimientos; drogas antagónicas; las mismas drogas con distintos nombres de comercialización y, lo que es peor, drogas que tienen efectos secundarios sobre otras funciones corporales sin que ellos lo sepan y sin que nadie les haya advertido. Todo esto configura un cuadro bastante caótico, lo que exige que los terapeutas estén no sólo informados adecuadamente del funcionamiento y manejo de los psicofárrnacos sino también actualizados. Y si no lo están deben trabajar con alguien que los ayude. Los médicos, por su formación, tienen la obligación de conocer este tema y al realizar la psicoterapia deben encargarse también de la elección del psicofármaco adecuado, de la dosis, del aumento, de la disminución y de la supresión cuando sea necesario. Hay que perder el antiguo temor, infundido por desconocimiento, de que el hacerlo perjudica la obtención de las metas psicoterapéuticas. Nos llevó bastante tiempo darnos cuenta de que mucho más perjudicial era la disociación. Otra cosa sucede con los psicólogos. Es de lamentar que éstos no estén preparados profesionalmente para conocer las propiedades farmacológicas de las drogas, su modo de utilización, asociaciones medicamentosas, contraindicaciones, etc., pero al dedicarse a la clínica —y especialmente a este tipo de clínica— deberían preocuparse por obtener los conocimientos básicos del funcionamiento de los ansiolíticos, los antidepresivos y los antipsicóticos, es decir los psicofárrnacos más utilizados en pslcogeriatría. Esto los ayudará para saber cuándo consultar con el profesional médico que necesariamente los deberá ayudar. (16) El pago de los honorarios es un punto delicado en el tratamiento de estos pacientes porque es un lugar vulnerable donde pueden anclarse muy fácilmente las mayores resistencias al tratamiento. Por supuesto que está íntimamente relacionado con la concepción que cada sujeto tenga de la abstracción dineroy de su representación interna fantaseada. En una sociedad capitalista como la nuestra, donde el ser es suplantado por el tener, como dice Simone de Beauvoir (1970): "La propiedad también garantiza una seguridad ontológica: el posesor es la razón de ser de sus posesiones... El propietario mantiene con su propiedad una relación mágica. El anciano, como ya no le corresponde hacerse ser haciendo, para ser quiere tener. Esta es la razón de esa avaricia que se observa en él con tanta frecuencia. Esta abarca objetos concretos: el viejo detesta que usen sus cosas e inclusive que se las toquen. Se fija también en su equivalente abstracto; el dinero. El dinero representa un seguro sobre el porvenir, protege al viejo de la precariedad de su situación... El dinero es sinónimo de poderío... el viejo se identifica con él mágicamente. Experimenta una satisfacción narcisista contemplando, tocando esa riqueza en la que se reconoce y también encuentra en él esa protección que le es tan necesaria... Contra los que pretenden ver en él solamente un objetó, el viejo, gracias a sus bienes, se asegura su identidad... Pero ahí su sistema defensivo peligra en el mundo; los demás pueden robarle su dinero, arrebatárselo... la propiedad en la que el viejo busca refugio contra su ansiedad se convierte en el objeto de su ansiedad". Esta descripción se corresponde bastante linealmente con lo que solemos observar en la clínica. Con el paso de los años, al envejecer, al sentirse menos seguros, más vulnerables, al disminuir su autoestima, los sujetos se aferran cada vez más al dinero, cuando lo tienen, o se angustian cada vez más cuando carecen de él. En países como el nuestro este equivalente fantástico de protección, seguridad, potencia o poder, sufre permanentemente tremendos golpes que afectan el precario equilibrio narcisista de nuestros viejos. La inflación se ensaña especialmente con ellos porque la mayoría pertenece al sector no productivo de la sociedad, y al corroer sus pertenencias ataca directamente aquella parte de su sí-mismo con el que cada uno ha identificado la abstracción dinero. Por otra parte, una consecuencia inevitable de la inflación, la necesidad del cambio de la moneda por otra de valor y denominación distintas, suele tener consecuencias devastadoras, más o menos acentuadas según la caracterología previa. La más común es la aparición de ansiedades confusionales o paranoides, lo que los lleva a un estado de extrañeza que acentúa lo que tan acertadamente describía M. Mead (1971) cuando señalaba que los viejos constituyen "una especie de inmigrantes perpetuos en su propio tiempo y país". Todo esto hace que los honorarios, y sobre todo los reajustes permanentes que nos vemos obligados a hacer, sean sentidos en el contenido manifiesto como excesivos, o desproporcionados, o aun como un ataque o vaciamiento, lo que traduce sensaciones más profundas de ansiedad frente a la movilización producida por la terapia. La transferencia negativa, las amenazas de dejar el tratamiento, etc.. generalmente suelen tener algún elemento relacionado con el dinero. En razón de todo ello es que muchas veces, cuando la estructura del paciente así lo requiere, prefiero pactar los honorarios directamente con los familiares; el pago podrá hacerse con o sin su intervención directa, según los casos. Las resistencias al tratamiento y a la movilización del viejo podrán provenir ahora del sector familiar, pero allí es más fácil manejarlas, y la instrumentación correcta de estas dificultades puede tener efectos favorables en la marcha de la terapia. Este sistema ha demostrado su eficacia y estoy seguro de que muchos de los tratamientos que he realizado no. los hubiera podido llevar a cabo si el pago hubiera corrido directamente por cuenta del propio paciente. C . BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA Antenzon, A.M. y Koziol, S.: "Coterapia con viejos. Aspectos teóricos", trabajo presentado en el ler. Congreso Latinoamericano de Gerontología y Geriatría, Buenos Aires, 1973. Antenzon, A.M. y Koziol, S.: "Coterapia con viejos. Aproximación a una teoría de la técnica", trabajo presentado en el ler. Congreso Latinoamericano de Gerontología y Geriatría, Buenos Aires, 1973. Bleger, J.: "Criterios de curación y objetivos del psicoanálisis", trabajo postumo publicado en Rev. dePsicoanaL, XXX. 2, 1973, Buenos Aires, 1972. 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