Presidente y Jefe de Gabinete de Ministros Por Rodolfo BARRA* Las actuales circunstancias políticas, entre ellas el proceso de recuperación de la salud de la Presidente y la designación de un peronista de fuerte personalidad como Jefe de Gabinete, obligan a un mayor análisis de esta figura institucional, sin duda una de las innovaciones más importantes de la reforma constitucional de 1994. Los constituyentes de 1994 –siguiendo el impulso de dos grandes estadistas, los presidentes Menem y Alfonsín- diseñaron en dos niveles a la cúpula del gobierno en su rama ejecutiva, sin alterar por ello la sustancia del sistema presidencialista: la conducción política superior, a cargo del Presidente y el ejercicio también superior de la administración general del país, atribuido al Jefe de Gabinete, sin perjuicio de su subordinación al Presidente. Este sigue siendo el titular del Poder Ejecutivo (art. 87) y así conserva sus potestades de supervisar la gestión de todos los ministros (art. 99, incs. 10 y 17), a los que puede ordenar e instruir (art. 99.2) como también avocarse en el ejercicio de toda competencia administrativa, salvo que ello se encuentre vedado por la ley o por la naturaleza del acto o del órgano en cuestión. Todo ello amén de las restantes competencias de conducción que le asigna el art. 99 de la Constitución. El Presidente –como el Presidente de la República en Italia y rey en España- tiene un papel institucional superlativo: de acuerdo con el art. 99.1 es “el jefe supremo de la Nación”, y así es, como en los casos citados, garante de la unidad nacional; es “jefe de gobierno”, lo que subraya su rol de direccionamiento de toda la administración nacional, por la gestión de la cual es “responsable político”, ante el Congreso y ante el pueblo elector. Esta responsabilidad política fue ideada también como una limitante: el Presidente (en contra de lo que erróneamente decidió cierta jurisprudencia penal) no es responsable jurídico (ni civil ni penal) por los actos de gestión concreta de la administración general del país, aún cuando haya firmado el acto (salvo su actuación dolosa o con grave negligencia). Los responsables jurídicos son los ministros (art. 102) incluyendo, obviamente, al ministro Jefe de Gabinete, siempre por los actos que de ellos emanen. Al Jefe de Gabinete le corresponde “ejercer la administración general del país” (art. 100) para lo cual, entre otras importantes competencias, “hace recaudar las rentas de la Nación y ejecutar la ley de Presupuesto” (art. 100. 7) es decir, es el responsable de la columna vertebral de la Administración pública. Para tomar decisiones en el ámbito de su competencia no necesita de la delegación ni siquiera de la autorización del Presidente, sin perjuicio de las órdenes e instrucciones que este le imponga. Pero aún de no mediar estas, “por su propia decisión” puede resolver las cuestiones que “por su importancia estime necesario”, en el ámbito de su competencia, que, por ser de ejercicio de toda la administración del país (salvo excepciones) es amplísima. La de Jefe de Gabinete es una figura dual. A este ministro, como vimos, le corresponde el ejercicio de la administración general del país, por lo cual tiene una posición jerárquica con respecto al resto de los ministros. Pero además los constituyentes de 1994 le asignaron “responsabilidad política ante el Congreso de la Nación” (art. 100), cuyo principal consecuencia es convertirlo en el único ministro que puede ser “interpelado” -los demás ministros solo pueden ser citados a dar explicaciones, lo que no es una interpelación en el sentido constitucional del término- a los efectos de una posible “moción de censura” a la que podría seguirle la remoción por el Congreso, sin necesidad del procedimiento, causales y mayoría extraordinaria del llamado juicio político, del que también es susceptible, por otra parte. Así el Jefe de Gabinete conduce la administración pero también la política general del país, siempre bajo el poder jerárquico y el direccionamiento del Presidente, y sólo en la medida que el Presidente disponga (recordemos que éste siempre conserva la competencia de avocación). Es de destacar que el si bien el Jefe de Gabinete puede ser removido por el Congreso por la sola valoración desfavorable se su gestión, es nombrado por exclusiva decisión del Presidente, quien también lo puede remover a voluntad. Sin embargo la figura comentada también sirve de válvula de escape para situaciones de crisis política: nada impide que el Presidente pacte con el Congreso la designación de un determinado político como Jefe de Gabinete, con, por ejemplo, el compromiso de mantenerlo hasta el logro de determinada metas y la superación de la crisis. Así entonces ha sido la intención de los constituyentes el preservar para las grandes decisiones estratégicas a esta figura institucional superlativa –el Presidente de la Nación- que aunque es directamente electo por el pueblo, debe encontrarse por encima de los conflictos políticos y de las dificultades de la gestión administrativa. Para esto está el Jefe de Gabinete auxiliado por los restantes ministros. El Presidente es, insisto, el símbolo y garantía de la unidad nacional y de la estabilidad institucional. De esta manera nuestra Constitución ha diseñado un sistema original, que no es más el presidencialismo puro que nuestros Padres Fundadores tomaron del texto constitucional norteamericano, pero establece, como allí, un presidente fuerte y definido en su rol de conducción suprema. Tampoco es el sistema parlamentario, del que tiene más diferencias que semejanzas, aunque estas sean igualmente importantes, ni se mimetiza con el sistema semipresidencialista francés, del que también guarda grandes diferencias de funcionamiento. Es cierto que las presidencias que se sucedieron desde 1994 a la fecha no siempre han actuado conforme con el espíritu del nuevo sistema, pero este es todavía muy joven. Quizás tengamos ahora la posibilidad de verlo funcionar con plenitud (gracias a Dios, por decisión de la Presidente y no por razones de salud) y así ganar experiencia, incluso para las correcciones que sea menester realizar en el futuro.